martes, 29 de julio de 2008

Mi viaje al universo Mac

Mi deseo de tener un Mac se remonta a mucho tiempo atrás. Antes del matrimonio Apple e Intel. Cuando tenía un Commodore Amiga y estaba enamorado de la familia de procesadores 68000 de Motorola. Uno de los mejores juegos de instrucciones que recuerdo. Pero no tenía sentido. Nadie en su sano juicio usaba un Mac como ordenador multiuso en 1990, cuando compré (o mejor dicho, me compraron) mi promer PC, un 386 con apenas disco duro (¿20 Mb?). Los Mac eran para profesionales de verdad, los del diseño y tal, y no para un protoingeniero industrial que acabó de licenciado en informática. No. Eran artículos de lujo.

La década de los 90 y la entrada en el siglo equis-equis-i o veintiuno pasó de la mano de diferentes versiones de PC. A medida que pasaban los años me iba olvidando que una vez miraba con deseo los ordenadores de la manzana mordida. En el 94 empecé, sin acabar la carrera, a tener mis coqueteos con el mundo laboral y el 95, justo con la llegada del Windows con esas cifras, monté una empresa con unos amigos. Para entonces, en los escaparates de mi ciudad natal, Las Palmas, apenas se veían ordenadores Apple. No vendía y si no vende los comerciantes no los traían. Habría alguna tienda, supongo, que mantenía el espíritu vivo, creyendo que vendrían mejores tiempos. Ahora se los puede considerar visionarios. Pero esas tiendas nunca se cruzaron en mi camino, por lo que nunca más vi un Mac.

Un día, leyendo noticias y cosas en Internet, como llevo haciendo ya casi una década, me enteré que Apple apostaba por Intel y me dio pena por aquellos Motorola (había leído que se habían pasado a los PPC, pero eso siquiera me afectó). No me afectó mucho más, el hecho, sin embargo.

Pero un día, también saltando de sitio en sitio por el ciberespacio, me encontré con que Apple anunciaba un ordenador que me pareció una verdadera maravilla. Fue amor a primera vista. Había nacido el Mac Mini, un concepto de ordenador que chocaba estéticamente, como un asteroide que golpea la Tierra, con la ordinariez de las cajas de los PC. Arquitectura PPC, claro. En ese momento me dije que quería uno y que, tarde o temprano, acabaría teniéndolo.

También sabía, que cuando tuviese mi casa, estaría todo interconectado. Tendría, en lo que en ese momento consideraba como tal, una casa domotizada. No he abandonado mi sueño de controlarla con la voz, pero eso, de momento, puede esperar.

Un día, hartos de que el grabador de TDT con disco duro nos dejase tirados, le propuse a mi mujer poner un ordenador en el salón que, además de grabar la TDT nos permitiese ver las películas DivX (otro aparato que desaparecía) y, mejor aún, navegar por Internet en la TFT del salón. Fue así como la idea que rondaba los últimos meses, tomaba forma: convencí a mi mujer para comprar un Mac Mini.

Y a finales de noviembre de 2007 el Mac Mini llegó. Con ello satisfice un deseo y di otro paso en conseguir una vivienda interconectada y polivalente.

Mi Mac Mini me mima

Al encender este ordenador por primera vez fue una las veces que comprendí, de una forma que sólo se comprende con la experiencia, aquella frase de Antonio Machado:
"Solo los necios confunden valor con precio".
Se trata de esas experiencias que no se pueden transmitir de forma oral y, cuando hablas del tema, lo único que puedes es esperar que tu interlocutor, abnegado seguidor de Windows, en alguno de sus sabores, logre vivir una experiencia similar. No merece la pena discutir con el que te habla de las propiedades de una casa (y lo duros que son los materiales de fabricación) cuando tú de lo que estás intentando hablar es del calor de habitarla.

Desde que llegó el Mac Mini a mi casa no he vuelto a mirar a mi PC de sobremesa con los mismos ojos. Aunque aún le quedaban tiempo de uso, ya empezaba a molestarme el ruido excesivo que hacía, por ejemplo. ¿Han tenido el placer de irse tarde a la cama con el ordenador encendido y no llevarse el molesto sonido de la ventilación dentro de los oídos al acostarse? Eso es el Mac Mini. Tanto le he dado vueltas que, tras unos ocho meses después de comprar el Mac Mini, opté por lanzarme a la aventura del iMac. Y aquí lo tengo. Uno de 24". Ahora sobra espacio en mi mesa. Y pasar de 17" a 24" ha sido una experiencia igualmente indescriptible.

Ahora: Mi nuevo iMac de 24"

Colateralmente, el tener un nuevo sistema operativo con el jugar, ha despertado el deseo de probar cosas, algo que ya tenía olvidado con mi PC, que únicamente lo usaba para leer el correo, navegar y retocar fotos. Con éste tengo ganas de aprender nuevas cosas, a adentrarme, poco a poco, en sus entrañas. El tiempo dirá dónde acabo.

¿Significa esto que abandono otras alternativas? No. Significa que Apple me ha conseguido con seguidor, pero el Mundo da muchas vueltas y hay demasiados cachibaches en él como para cerrarse en banda. Aunque, lo confieso, va a costar que salga de este universo tan placentero y tan orientado al usuario.

¿Y el futuro? Tal vez un MacTablet. ¿Quién sabe?

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Saulogeek!

Uno+Cero dijo...

¡Y eso que no me he puesto a hablar de mis ordenadores de 8 bits, como el Spectrum y el Commodore, que tuve cuando aún me comía los mocos, como quien dice!

Anónimo dijo...

Yo tengo un iBook G4 con un precioso procesador Motorola dentro y va que no veas. Ya casi ha cumplido los cuatro años y pronto lo cambiaré para dejarlo en Gran Canaria en casa de mis padres y así ahorrarme el llevar ordenador cuando voy de visita.

Uno+Cero dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Uno+Cero dijo...

A ver si ahora no me equivoco...

Un buen amigo tiene uno. También un G4. Está encantado y cree que no lo va a cambiar. De momento. Comenta que él cree que le quedará otro año de vida o así. Es un buen bicho.

Anónimo dijo...

Ahora me explicas qué coño hace un chupete en la mesa junto al iMac XDDD

Uno+Cero dijo...

Amigo Pablo, hay dos escuelas de pensamiento sobre la ubicación de ese artefacto sobre la inmaculada mesa donde descansa el iMac. La primera, la oficial y dada por mí, explica que es el residuo de la perreta que cogió mi sobrina-trasto cuando le negué ser inmortalizada junto al novedoso ordenador. Para dajar su signo de identidad en ella, sin embargo, se quitó la chupa y la puso sobre la mesa.

La segunda escuela, más maliciosa y no apoyada por mí, mantiene y sostiene que junto con el iMac compré una chupa para intentar contener las babas que salían por todos lados al ver tamañá maravilla de la tecnología. Como digo, malas lenguas. :-D