miércoles, 22 de julio de 2009

Mi primera vez fotografiando windsurfistas en Pozo Izquierdo

Ya lo intenté en marzo con Sulaco, pero no tuvimos suerte. Ha sido de la mano de Luis, que se preocupa por mantenerme al tanto de todo lo que se puede fotografiar, cosa que le agradezco infinitamente, que me he acercado por primera vez a uno de los certámenes emblemáticos para el colectivo de practicantes y seguidores del windsurf. Hablo, cómo no, del campeonato mundial de windsurf que cada año se organiza en Pozo Izquierdo.

Campeonato de Windsurf de Pozo Izquierdo

Con el horario de verano, que me permite salir del trabajo a las tres de la tarde, nos acercamos el miércoles pasado. Sin embargo, lo que para mí es salir temprano, no necesariamente significa para el resto del plantea a tiempo. Cuando llegamos había terminado el evento del día y lo que pudimos fotografiar era a un grupo de windsurfistas practicando, restos, supuse, para el día siguiente. El viento no daba para mucho y fueron pocos los saltos que llegamos a ver y, en mi caso, ninguno el que pude fotografiar. Al menos con cierta calidad. La suficiente como para dejar constancia de ello.

Windsurfistas practicando en Pozo Izquierdo

La calima tampoco ayudaba mucho, así que lo cierto es que aguantamos más bien poco tiempo allí. Eso sí, el suficiente para llevarme el filtro del objetivo completamente cubierto de pequeñas gotas de agua y salitre.

Como fotógrafo -aficionado, recalco- de lo cotidiano que soy, no me fui sin intentar alguna foto de las personas y alrededores. Tengo el infortunio de ser un pelín voyeur. En el sentido sano de la palabra, claro. Pero tampoco se puede decir que consiguiese nada especialmente destacable. Como suele ser habitual.

Espectadora del campeonato de windsurf

Sin embargo, pese a llegar tarde, pese a no disfrutar de las mejores condiciones climatológicas para ver espectáculo en este tipo de eventos, y pese a no contar con el mejor equipo para fotografiar este tipo de situaciones (mi cutrillo 18-200 no es la mejor lente para esto), la experiencia me gustó. Espero repetir, una vez más, el año que viene. Tomaré nota de los sabios consejos de Luis y llevaré mi cámara mejor protegida. ¿Qué tal con una carísima -pero mucho- bolsa Ewa Marine?

lunes, 20 de julio de 2009

Mi microexperiencia con el lector electrónico iLiad

Soy un compulso coleccionista de libros. En especial en forma electrónica ya que, gracias a las redes mafiosas del P2P, he dado con verdaderos santuarios de los que he conseguido cientos, por no decir miles, de libros. Con esta particular y enfermiza forma de coleccionismo llevo años ordeñando la red y recolectando archivos con obras variopintas. En su mayoría todos de corte técnico, que a fin de cuentas es lo que soy: tecnicus vulgaris. No lo puedo ni quiero evitar. Al menos mientras la actividad de recolecta para uso privado siga siendo legal. Ya lo decía Oscar Wilde: "La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella".

Con tanto libro en formato electrónico, no es de extrañar que lleve también un par de años deseando hacerme con un lector de libros electrónico. A día de hoy sigo sin haber invertido dinero en ello porque, principalmente, tengo tantos libros en papel (analógicos) que aún no he leído, que gastar el pastizal que cuestan estos bichos electrónicos no me resulta práctico. De momento. Y aún más complicado lo pongo dado que sigo, como otra forma enfermiza de coleccionismo, comprando libros y más libros en papel. Llegará un momento en que mi mujer me echará de casa.

Pero ha querido la fortuna que mi primo Miguel, conocido en algunos círculos de perversión como "el barbas", me dejase el suyo durante unas semanas para probarlo y ver si me lanzaba al despilfarro imprudente. Imprudente desde el punto de vista marital, claro. Mi tendencia al consumo descontrolado se convierte en deporte de riesgo cuando mi mujer se entera. El que llene la casa con libros no se acerca en peligrosidad al despilfarrar dinero en "otro" cacharro. Pero no es momento de ir ventilando las desavenencias conyugales.

Así que, gracias al mencionado barbas, y en detrimento de mi otro primo que también ansiaba tan preciado tesoro, he tenido la oportunidad de manosear durante un buen rato el iLiad de la compañía iRex. Aparatito reconocido como uno de los mejores, si no el mejor, lector de libros electrónico que hay en la actualidad y que -también en la actualidad- cuesta la nada despreciable cantidad de 600 €. Euro arriba, euro abajo.



Antes de seguir, apuntar que en Youtube hay un vídeo de una tipa del programa "En un Tic Tac", de la sexta, vendiendo el chisme en sí. Más que una review es un publireportaje, pero puede servir para hacerse una idea de las dimensiones físicas y de algunas de las características destacables que vienen con el chisme. En Ars Technica hay una review algo más elaborada.

Yo no he usado, creo, ni la mitad de las cosas del iLiad, pero como potencial comprador que soy -y seré-, voy a dar mi opinión y, principalmente, las cosas que no me gustaron. Aquellas por las que voy a posponer su compra.

Para empezar, y como motivo principal, tenemos el precio. Es un dispositivo excesivamente caro para el volumen de libros técnicos que, en la actualidad, pueden conseguirse en español. No digo que no se puedan conseguir, pero hasta la fecha, lo que he encontrado por las vías alternativas de las mafias del P2P, suelen ser versiones malas o resultantes de escanear el libro en papel. Mi experiencia con el iLiad manejando archivos PDF grandes, sin decir que fue desesperante, sí que resulto algo decepcionante. En general el paso de página es lento (otro motivo que me disuade de comprarlo), pero con documentos grandes puede llegar a ser una prueba a nuestra paciencia.

Las veces que intenté hacer uso de la búsqueda desistí. Seguramente soy yo el que no lo sabe hacer correctamente, pero vamos, de ser así, entonces es menos intuitivo de lo que esperaba. Después de tres o cuatro intentos sin resultado desistí.

Otro punto que no me terminó de convencer era que no conseguí, leyendo los libros desde una memoria externa SD, que tras cambiar de libro, me guardase el punto en el que me había quedado en el primero. Al volver al libro anterior tenía que reiniciar desde el principio la búsqueda de la página en la que me había quedado. Seguramente existirá alguna manera de hacerlo, pero yo no la encontré. Que funcione quiero decir. Porque en otra ocasión me encontré que, directamente, no le gustaba mi SD.

En alguna ocasión, sobretodo con libros técnicos con muchas ilustraciones, eché de menos el color. Pero esto no ha de tratarse como un defecto del producto, sino como una feature de la tecnología y lo menciono más bien para engordar artificilamente la lista de puntos negativos que porque realmente me molestase su ausencia.

Aunque, sin ser el precio, que es de momento el verdadero motivo que me aleja del chisme, los puntos negativos que he mencionado hasta ahora podrían ser considerados pecata minuta, llegado el momento del desembolso, sí es cierto que hay uno que me resultó especialmente incómodo: el puntero o lapizito de las narices. Hay cosas que solo se pueden hacer con el lápiz. Y no digo hacer dibujitos (algo que puede ser desesperantemente lento) ni tomar notas sobre las páginas del libro (algo que no siempre funciona o no te deja, simple y llanamente, el documento). Hablo de lo incómodo que resulta estar echado en la sofá leyendo y tener que andar buscando con la yema del dedo el lápiz para darle a alguna de las opciones y luego tener que volver dar con el orificio donde se almacena hasta su próximo uso. Reconozco que lo que me pasa se podría llamar envidia de iPhone, pero después de tener uno en mis manos (un iPhone), creo que todos los dispositivos deberían manejarse con los dedos.

Para mí lo importante era evaluar el dispositivo como lector de libros electrónico y no tenía intención de quedármelo mucho tiempo. Por ello ignoré, directamente, el resto de opciones como navegar por Internet y leer periódicos en línea. Lo de dibujar lo intenté por curiosidad y (re)descubrí que no estaba hecho para eso. Ni yo, que soy un patético dibujante, ni el dispositivo, que te presentaba el garabato una eternidad después de haber terminado el trazo -y tras haber salido a comprar café, puesto la cafetera y tomado un agradable cortado con la familia-.

En resumen, un dispositivo a mi entender demasiado caro, un pelín lento en respuesta y que adolece de una interacción hombre-máquina algo tosca y retrógrada (salvo por la barrita para pasar de página, que es muy cómoda). Estamos en la era de toquetear con los deditos las pantallitas. Tras la experiencia, mi umbral de compra de este dispositivo estaría en 200 €. Por encima de esa cantidad no haría el desembolso. Y ya puestos espero a la versión en color.

Sin embargo, para no terminar con ese sabor tan negativo, ya que me he ceñido a esos aspectos con saña, decir que la lectura sobre un dispositivo de tinta electrónica es todo lo que prometen y, en resumen, resulta una experiencia gozosa. No cansa la vista -al menos no tanto como las pantallas retroiluminadas- y es prácticamente comparable al acabado que tendrías en un libro de papel. En ese aspecto el iLiad tiene matrícula de honor.

miércoles, 1 de julio de 2009

Tres años ya

Hoy es un día de esos que podríamos llamar especial con E mayúscula. Hoy hace tres años que me casé con una de las personas que más me han animado y comprendido en mi vida. Gran parte de lo que he llegado a ser se lo debo a ella y su especial inteligencia emocional.

Conocí a la que ahora es mi mujer en el verano de 1998. Fue cuando dejé de trabajar como autónomo y empecé a trabajar por cuenta ajena en una empresa que daba servicios administrativos a La Caja de Ahorros. Creo que me enamoré de ella, en particular de sus grandes ojos, nada más verla. Pero no fue hasta octubre de ese mismo año -quiso el azar- que encontramos la forma de hablar con cierta frecuencia fuera del trabajo y descubrimos que nos sentíamos muy a gusto juntos. A veces no prestamos atención a las causalidades (sí, sí, de causa) de esta vida, pero si yo hubiese sido como el resto de mortales afanados en tener su propio coche, no hubiese podido ofrecerse a acercarme a la parada de la guagua en el suyo y, tal vez, no hubiésemos podido conocerme lo suficiente como para resultarle atractivo. Mi belleza, si la hay, está en el interior y es posible que hoy no estuviésemos juntos.

Anillos de boda

A ojos de la gran mayoría soy un tipo raro. Tengo un carácter extraño y una forma de ser atípica. Con un sentido del humor extraño la gente tarda, si llega a hacerlo, en apreciarme. No soy, lo que se dice, un animal ni convencional ni social. Sin embargo, Nieves siempre ha demostrado muchísima paciencia conmigo y mis extravagancias. En todo el tiempo que llevamos juntos creo que únicamente hemos discutidos dos veces y, en nuestro caso, fue a causa de los enfoques distintos para reformar y decorar la vivienda. Tenemos gustos bastante diferentes e, inevitablemente, acabaron chocando. Una vez pasadas las reformas y montado lo importante del piso, se acabaron las diferencias y, con ellas, las discusiones. Hasta hoy.

Mi mujer se merecería toda una serie de entradas hablando de sus muchas virtudes y de cómo consiguió que creciese -y consigue que lo siga haciendo- como persona. Para mí es lo mejor que me ha pasado en los últimos once años. A ella le debo que decidiese terminar la carrera. Me anima a que siga con mi especial forma de mejora continua y es indulgente cuando malgasto el dinero en mis proyectos personales. Siempre le digo que con ella me tocó la lotería. ¿Para qué necesito jugar a la bonoloto u otra forma de lotería dineraria? Lo que yo tengo con Nieves vale más que cualquier fortuna del planeta. Me ha quedado un poco cursi, ¿no? Sin embargo es como lo he sentido todo este tiempo.

Con la vivienda terminada y ocho años de placentera relación de pareja, nos pareció que casarnos era el siguiente paso natural para nosotros. Como en general huyo -y arrastro con ello a mi mujer- de convencionalismos, optamos por una boda sencilla en los juzgados de Santa Brígida. Invitamos a los familiares y amigos más cercanos, evitando poner en un compromiso a los que son más lejanos o ajenos. No pusimos lista de boda y aquellos que quisieron acompañarnos en la cena pagaron lo que consumieron. Para mí fue una boda perfecta. Sin compromisos ni comprometidos más allá de los que firmaban el "sí, quiero" delante del juez en una ceremonia sencilla para gente sencilla.

La tarta de boda


Para mí ese día fue genial. Me levanté despejado y tranquilo, y fui a recortarme el pelo a media mañana. Parecía que todo el mundo quería pelarse el mismo día, así que me dieron hueco para dos horas después. Como no tenía ganas de volver a mi casa me compré un par de revistas y me senté en una terraza a tomar tónica mientras me las leía. De vuelta almorcé algo, me vestí y esperé a que me recogiese mi tío para acercarme al juzgado. Como la tradición exige a todo buen novio tuve que esperar a la novia, que ya llegaba un poco tarde. Mientras disfruté de la conversación de los amigos y familiares que se habían congregado allí. Entramos, cada uno, acompañado de su testigo, quince minutos después de la hora de entrada. Una breves palabras, una ceremonia rápida, un par de firmas, y ya estábamos de vuelta en la calle camino del restaurante para la cena. Disfruté de cada minuto de ese día. Estaba feliz.

Y ya hace tres años de todo eso. Y ahora mismo once años que estoy junto a una de las personas más relevantes de mi vida. No en vano llevo con Nieves casi una tercera parte de mi existencia y sigo admirando su inagotable paciencia conmigo y con mi desastrosa forma de ser después de tanto tiempo. Es una joya de mujer a la que admiro y amo profundamente. Nunca termino de creer que me eligiese como compañero para la aventura de la convivencia. Me considero un tipo muy afortunado. Al principio del artículo de hoy decía que hoy era un día especial, pero la realidad es que junto a Nieves, y aunque resulte otra vez cursi, cada día ha sido especial.

Pero esto no ha de eclipsar -al menos no mucho- el hecho de que hoy también es el cumpleaños de aquella que me llevó en su vientre y me dio a luz hace apenas poco más de 37 años. Mi madre, a la que debo buena parte de mis valores personales y a la que considero, como no, la mejor madre del mundo. Hoy es un día doblemente celebrado.