lunes, 26 de abril de 2010

De ideales y retretes

Hasta el día de escribir esto, creo no mentir al afirmar que no puede decirse de mí que sea en exceso escrupuloso. Nunca me han afectado las conversaciones escatológicas almorzando, por poner un ejemplo tonto. Sin embargo hay cosas que no me gustan y me desagradan profundamente. En el edificio en el que trabajo, como imagino sucederá en todos los lugares donde comulgan y conviven pocas o muchas personas, sean contadas en unidades, decenas o centenas, los baños suelen ser motivo de escándalo y reflejo de las personalidades que se empaquetan en esos cuerpos supuestamente vivientes y, en muchas ocasiones, difícilmente creíble como pensantes. No es raro acercarte al retrete y encontrarte que el anterior visitante te regala la vista con restos orgánicos adheridos enérgicamente a las paredes de la cerámica. A veces en cantidades impresionantes e imposibles de describir y que mancillan la blancura de la taza resultando harto desagradable para aquel —el que suscribe en este caso— que se las encuentra cuando levanta la tapa más preocupado por desahogar sus propias necesidades perentorias que por aquello que pudiera llegar a encontrarse. Creo que ya he hecho demasiado hincapié describiendo una escena que a casi todos les habrá sucedido y les sonará más o menos común. No soy muy escrupuloso, decía, pero esta imagen me revuelve las tripas y hace que la Humanidad socializada y civilizada pierda muchos enteros en la escala evolutiva. En momentos así me dan ganas de empalar, a lo Vlad Tepes, al artífice de la dudosa obra de arte. ¿Qué más le costará al anterior usuario mantener unos principios de convivencia e higiene que él mismo agradecería? Hijo de la gran puta, es lo que pienso.

Aunque hay que ser socialmente evolucionado y ofrecer al ajeno el supuesto de inocencia, pues a muchos nos pasa que con la misma prisa con la que anhelamos cagar, deseamos salir del aseo con premura pues nuestros deberes nos reclaman y, es bien sabido, nadie hace el trabajo de otro y existen, siempre, motivos de fuerza mayor. Así que es de buena persona perdonar al prójimo los pecados en que uno mismo podría incurrir en circunstancias menos favorables y esperar que la próxima vez coja la escobilla para retirar sus restos. Yo, al menos, en eso sí soy muy escrupuloso.

Ahora bien. Supongamos que un día se cruzan con el personal de la limpieza del que conocen una predisposición y dedicación a prueba de bombas para limpiar la mierda de otros. A aquellos que hay que agradecer que los baños no den ganas de vomitar cada vez que se entra y que el sentarte a cagar no sea una prueba de entereza visceral más apta de los boinas verdes o de Rambo, capaz de comer cosas que harían vomitar a una cabra. Pero sigamos con el personal de limpieza. Hete aquí que, por esas cosas de la confianza que surge cuando se convive en las mismas instalaciones, te enteras que hay una disposición especial que les prohibe limpiar la mierda que otros han dejado el día anterior. Es más, se les amenaza con inhabilitarlos en sus funciones de persistir en esa actitud. Da igual lo que se haya avanzado en productos de limpieza. Simplemente, las cagadas pretéritas no se tocan. ¿A que sería un suceso asombrosamente extraño e inaudito?

A nadie —a menos nadie que me conozca— se le escapa a estas alturas que tengo el órgano del cinismo algo dilatado y en el momento de escribir esto anda especialmente revoltoso. Pero no son pocos los que me han escuchado decir que las sociedades no dejan de ser experimentos, retretes, donde los ideólogos dejan sus cagadas para que, durante unas pocas generaciones, las pongamos a prueba. Así hasta que llega otro ideólogo, que habrá comido de otras fuentes, y defeca unos nuevos ideales con los que tendremos que vivir otros muchos años. Otro experimento que sigue a otro experimento que sigue a otro experimento social. Cagada sobre cagada sobre cagada. Y así nos podríamos remontar hasta el comienzo de la existencia civilizada y socializada.

A veces a una generación se le da la oportunidad de limpiar las paredes de la taza para permitir, por un momento, que esa sensación de encontrarse con un espectáculo asqueroso sea menos probable y, aunque suene grandilocuente, para que se haga justicia, esa palabra tan malograda y tan mediatizada. Y dentro de esa generación hay quien decide armarse de valor y ponerse manos a la obra para retirar tanta inmundicia que se ha heredado de ideólogos anteriores. Pero, vaya ironías de la existencia, siempre habrá quienes se opongan a que se retire la mierda de otros alegando cosas tan absurdas como eso es caca antigua, caca pasada y, a fin de cuentas, ideales de terceros.

¿He dicho ideales cuando quería decir mierda de otros? Vaya, discúlpenme este desliz, ¿pero les suena toda esta metáfora? Pues sí, de eso se trata toda esta historia —que sí, que sí, que sé que es aburrida—. De una gran cagada, de esa magnífica Ley de Amnistía de 1977, que no es otra cosa que una gran cagada que en su momento pareció una buena idea a unos cuantos ideólogos que tenían unas ganas enormes de quitarse encima el problema a toda prisa —como suele ser cuando uno se deshace del apretón, se relaja el esfínter y desaparece la presión— y que ha estado adherida a las paredes de este experimento actual, de esta letrina, que es nuestra sociedad de hoy. Y, para remate de la faena, para descojono adicional de los extraños y extranjeros, le estamos dando por culo a la persona de la limpieza que ha intentando despegar un poco de esa mierda hedionda que resulta irritante a todos los que tienen cierto talante intelectual y visión crítica. No todo lo pasado ha sido mejor. Por mucho que algunos quieran seguir viviendo en las cavernas de la edad de piedra.

4 comentarios:

sulaco dijo...

El cronómetro para deshacerme de la nacionalidad española y adquirir la de un país de verdad está corriendo como loco. Con suerte sucederá este año. España no tiene remedio. Fue, ha sido y será una república bananera.

adastra dijo...

Jojojojojojo... La analogía entre mierda, involución social y la Ley de Amnistía es gloriosa, camarada xD

Muy buena la reflexión :D

Uno+Cero dijo...

sulaco, estoy contigo en que España es una (puta) república bananera. Y también estoy tentado de emigrar y cambia de nacionalidad. Es algo que me repito muchas veces en algo así como "debería" ;-)

Aunque muchas veces lo que realmente me apetece es pelear por un estado distinto, por un estado mejor. Exterminar tanto generador de inmundicia como aparece en este país de corruptela. Son como las setas, macho. Los políticos mediocres y los ideólogos sin ideas -y lo que es peor, sin moralidad ni ideales- crecen en cualquier sitio de esta tierra. Perdona, pero es que hay veces que me levanto rebelde, republicano y revolucionario.

adastra, se agradece el comentario positivo :-)

Luis dijo...

Ramen.