miércoles, 18 de agosto de 2010

'La soledad de los números primos'

Generalmente me sucede una cosa curiosa cuando observo cuadros. Soy capaz de apreciar —incluso de maravillarme con— la capacidad del pintor de dominar la técnica que corresponda. Los trazos, los colores, los pigmentos, las figuras, las proporciones, los puntos de fuga, etcétera, etcétera. Pero rara vez consigo emocionarme con un cuadro, por el simple hecho de que el pintor domine la técnica, si la imagen en sí misma no me dice nada. Con las fotografías tiende a pasarme lo mismo. Es casi como una discapacidad emocional para empatizar con la escena presentada. Me pasa en un porcentaje tan alto que casi podría decir que no sé apreciar el arte. Y eso que sigo yendo a los museos cuando tengo oportunidad. A estas alturas me conformo disfrutando de la capacidad técnica del artista. Por supuesto, hablo de cuadros que sí tienen algo que ofrecer. Obviaré los cuadros que he visto tropezado en algunos sitios que, básicamente, son una superficie coloreada con un único tono. Por muy brutalizado que esté, siendo incapaz de apreciar en su justa medida el mensaje místico-emocional que quiso transmitir el artista, ahí no hay arte (técnica) ni arte (emociones).

'La soledad de los números primos' está escrito magistralmente. En esta realidad de particiones y fronteras, parece sorprendente que un físico (de ciencias) sea capaz de escribir con una prosa más adecuada a un gran literato (de letras), pero lo cierto es que Paolo Giordano [@ Wikipedia] escribe como un genio, como alguien que haya dedicado toda su existencia únicamente a perfeccionar una alquimia milagrosa de la palabra, en la que cada uno de esos conjuntos definidos de letras fuesen pequeñas perlas, gotas destiladas de sabiduría acumulada tras décadas y décadas de experiencia en la escritura. Pero no, el autor es un chavalín de apenas 28 años. Si no hubiese ido prevenido por la lectura de la solapa de la contraportada del libro, mi primera impresión hubiese sido la de estar leyendo el trabajo de un viejo de cincuenta o sesenta años que se hubiese pasado la vida escribiendo. El de un artista que ha conseguido dominar la técnica de forma magistral, convirtiéndose un maestro, sin poner nada más de lo necesario, ni quitando lo que resulta imprescindible. Solo hay dos autores más con los que he tenido una «primera vez» parecida a la del escritor del texto que hoy comento. Son García Márquez, con su 'Crónica de una muerte anunciada', y Kundera, con su 'La insoportable levedad del ser'. Luego he leído muchísimos autores con un dominio magistral del verbo, pero con ninguno había vuelto a tener una sensación tan electrizante como la vivida leyendo los primeros párrafos de 'La soledad de los números primos'.

   No había vuelto allí desde el día que fue con la policía, el día que su padre le dijo que diera la mano a su madre y ella se metió la suya en el bolsillo. Aquel día aún llevaba los brazos vendados hasta los codos, con una venda gruesa que le daba varias vueltas y que sólo con una sierra habría podido atravesar.

Pero ahí acaba toda semejanza con los otros autores mencionados. En los respectivos casos, además de disfrutar como un cochino, o como lo haría un cochino con suministro infinito de comida y que desconoce para qué se lo está engordando, de la forma en que estaban escritas las historias, las mismas historias en sí me parecieron geniales. Márquez y Kundera son dos de mis escritores favoritos, tanto por la forma en que escriben como por las historias que cuentan. 'La soledad de los números primos' me dejó frío, casi indiferente. Me lo leí de un tirón, en apenas dos noches en que decidí acostarme tarde, pero los dramas, penurias y vivencias dolorosas de los protagonistas me resultaron tan ajenos —incluso manidos— que no recuerdo emocionarme en ningún momento. En este aspecto ha resultado como mirar un cuadro: Disfrutar con la capacidad del autor para escribir/dibujar muy bien, pero sin conseguir conectar con la escena que me está contando/presentando. Un ejemplo, tal vez, de cómo puede uno apreciar más la caja de bombones —el continente— que los bombones en sí —el contenido—.

'La soledad de los números primos' es un libro (muy) recomendable, pero básicamente porque está muy bien —mucho, mucho— escrito. Para disfrutar en la playa o en momentos en los que uno quiera relajarse disfrutando con el sonido de las palabras sonando en su mente con la propia voz. Que es como realmente se disfrutan los libros, en general, y para lo que este libro, en particular, está especialmente recomendado.

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