jueves, 29 de septiembre de 2011

¿Crisis? ¿Qué crisis?

Leía esta mañana en la portada del ADN el siguiente titular: «El Rey augura más sacrificios» (aquí el artículo en la web del periódico). Y me pregunto yo si no podríamos empezar sacrificando algún Borbón, que bien gorditos, creciditos y rollizos se los ve a todos. Buena cantidad de euros que nos cuesta a los contribuyentes.

Nadie dijo que los pobres no pudiésemos soñar, ¿no?

A veces me dan unos prontos republicanos que no me soporto ni yo mismo.

PD: También podemos conformarnos quemando a algunos políticos, que ya quisiera yo el sueldo neto mensual de Esperanza Aguirre.

Desinhibición matutina

Con esto de andar todo el día escuchando música con los auriculares, tengo la sensación que estoy perdiendo demasiada capacidad auditiva. Teniendo ya un olfato (y el gusto, por estar estrechamente relacionados) y una miopía que podrían considerarse en grado de minusvalía, no resulta apetecible quedarme también sordo. Así que hoy opté por viajar en tren escuchando el ruido ambiente —e innatural—. ¿Por qué la gente es tan desinhibida que cuenta sus intimidades en voz alta? Nunca me había planteado la ginecología como profesión, pero ahora mismo tengo un vívido recuerdo de los problemas vaginales, y los bultos que le extirparon en consecuencia, de la chica que viajaba al lado, y que le impedían quedarse embarazada, aunque tenía constantes retrasos. Su narración, que contaba a su compañera de trabajo —o lo que fuera—, de los sucesos era tan sincera e intensa y cargada de detalles, que a uno —a mí— le costaba concentrarse en la disertación biológica que ando leyendo estos días. Por cierto, su segunda hija es un primor.

Creo que mañana volveré a enchufarme los auriculares, así pierda los tímpanos y se me salten los ojos por la vibración sonora intracraneal.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Empanada de Vengadores: me lo tengo que mirar

Hoy he llegado especialmente empanado a casa. Con lo del mosquito y que ya arranqué la semana durmiendo mal, he llegado al ecuador casi agotado. Así que me he sentado delante de la tele y, estrujándome el cerebro para escribir las dos entradas anteriores, he encendido la tele y el cacharro que me pusieron los de ONO al contratar la línea. En el tiempo que llevo con fibra la habré encendido dos veces. Después de buscar y rebuscar en la oferta gratuita de la sección Videoclub acabé optando por una de dibujos: Ultimate Avengers 2. Es un truño impresionante, insufrible y apestoso, pero aquí estoy atontao esperando que acabe para saber qué pasa al final con la invasión alienígena.



Madre mía, esto me lo tengo que mirar urgentemente. ¿Tendrá cura?

Canción con olor

Dicen que hay olores que disparan recuerdos. Hoy comprobé que también hay sonidos que disparan olores (ya puestos a hablar del olfato). En la sorpresa en tren del día de hoy, sonó este clasicazo:



Esta canción huele a verano en el campo con mis abuelos. A un mes en El valle de Agaete. A amistad sincera de los niños que acaban de conocerse y saben que tienen poco tiempo para divertirse juntos. También a romance adolescente (o de pubertad tardía) e inocente. Huele a Noelia y sus trece años. Tonta pero rematadamente guapa. Y, sobretodo, huele a mis quince años y la rebeldía de no saber cuál es mi sitio en el Mundo.

Pero también me recuerda al final de la magnífica película Escuela de genios:



En mi próxima visita a Las Palmas rebuscaré en el cajón de los DVD, que debo tenerla aún.

Olor a otoño

Mi olfato no es, precisamente, digno de mención. Es más, sospecho que mi capacidad olfativa es inexistente. Pero esta mañana los mocos me dieron un respiro —nunca mejor dicho— y alcancé a percibir alguna cosilla cuando llegué a la estación de Tres Cantos. En cinco meses que llevo acudiendo a ese pueblo, nunca había notado nada especial. Hoy olía a aire fresco, a campo, a asfalto húmedo y a otoño. Olía a cambios.

martes, 27 de septiembre de 2011

Cinco meses. Un mes. ¿Dos meses de trabajo? ¿Qué significa «céntrico»? Treinta megas. Largos paseos en tren y cielos de Madrid. Facebook, Google+, entonces breves. Dos semanas acompañado, después soledad

Hace ya cinco meses —vaya como pasa el tiempo— que estoy en Madrid. Llegué a finales de abril, con unos días cuya temperatura se podía considerar aún fresquita y agradable, que duraron más bien poco antes de empezar a subir el termómetro. Después de un verano especialmente caluroso —hay quien afirma que no ha sido para tanto—, esta última semana ha empezado a refrescar; principalmente de madrugada. El lunes pasado amaneció con 11° y me pilló por sorpresa al salir en camiseta de manga corta, como llevo haciendo todo el verano, para el trabajo. Estuve la mayor parte de la semana pasada moqueando y me ha tirado al pecho, así que a un imprevisible ataque de tos le sobrevive un escupitajo de flema. Sorprendente lo que puede producir el cuerpo humano. Aún dura, aunque parece que ya he recuperado parte de mi capacidad de raciocinio; que tampoco es mucha.

El piso en Sol, en el que aterricé gracias a un amigo que me puso en contacto con su tía, la propietaria, de veintidós metros cuadrados, y siendo último piso, era un horno en el que me sentía como un preso en una pequeña celda, cocinándome en mi propio jugo. Céntrico, eso sí, según los cánones establecidos por los madrileños, y recién reformado de forma que estaba muy coqueto y excelentemente bien aprovechado, pero una celda que no bajaba de cuarenta y pocos grados en los peores días del verano, sin un rincón en el que esconderme y sin un espacio en el que poner el ordenador, cuya mesa de apoyo era la misma en la que desayunaba, almorzaba y cenaba, cuando era ocasión de hacerlo. Las vistas tampoco ayudaban. Las ventanas daban a un patio interior y lo único que alcanzaba a ver eran las tejas del edificio adyacente. Pero por las noches, si había suerte y corría un poco de aire, abriendo las claraboyas del techo y dejando las ventanas del patio abiertas, se podía dormir algo más fresco; además de poder gozar del cielo nocturno de Madrid, cuya contaminación lumínica impide contar las estrellas con algo más que los dedos de una mano. Temiendo a los mosquitos, esas noches, pese al calor, uno podía dormir en pleno centro de Madrid. Las restantes, el sueño era incómodo y difícil.

Templo de DebodDespués de unos meses, aquel deseo de vivir en el centro de un gran ciudad, esa experiencia deseada, pasó a convertirse en casi un infierno. Detesto las aglomeraciones de gente, y el concepto centro no deja de ser algo ambiguo. ¿Qué significa «centro»? ¿Tener todo cerca? ¿Y qué significa «todo»? Yo no termino de tenerlo claro. Mi experiencia anterior con el centro de Madrid resultó mucho más gratificante. Cuando quería quedar con los amigos bajaba desde Aravaca. Cuando quería comprarme un libro me acercaba hasta Puerta del Sol y me tiraba una hora o dos en la FNAC o en La casa del libro rebuscando. De hecho ese ritual tenía carácter semanal. Al salir del trabajo seguía hasta Madrid, una parada más, y paseaba durante un buen rato, me gastaba entre veinte y treinta euros en libros que acabaría amontonando y luego volvía a Aravaca. Esa era mi relación con la zona centro, que entonces me agradaba, porque durante un rato yo era parte de la muchedumbre; sabiendo que al rato volvería a la tranquilidad del piso en una zona en la que raro era el día en que se escuchase un ruido después de las once de la noche. Ahora estaba empezando a detestar toda la zona y, de hecho, en todo el tiempo que estuve a cincuenta metros de La casa del libro y a cien de la FNAC, entré dos veces; y encima porque acompañaba a algún amigo.

Cierto que hay crisis, pero la cosa está especialmente complicada para conseguir un piso en Madrid. Al ya inherentemente difícil proceso de búsqueda de un piso en el que no te pidan como anticipo el alma y un aval bancario de treinta años, al poco de llegar empezó a hacerse patente cierto malestar en los gerentes del proyecto. Fue inesperado, como en la mayoría de estas ocasiones y cuando el cliente es uno grande y caprichoso, pero a las pocas semanas de mi incorporación como jefe de proyecto en esa cuenta, el cliente anunció un gran ERE y, con ello, empezaron a cancelarse proyectos, a cambiar los interlocutores y a crecer la incertidumbre. A pregunta directa, mis jefes me garantizaron trabajo sólo hasta final de año, así que tampoco me apetecía meterme en un compromiso de un año en un alquiler si después las cosas se iban a complicar. No era plan de pedir aval, dejar fianza y arriesgarse para nada.

Quería salir del piso de Sol, pero no quería hipotecarme a un año. En este momento de tensión e incertidumbre, fue donde apareció el altruismo de una amiga que conocí en la empresa anterior. En realidad habíamos hablado más bien poco y vinimos a conocernos mejor en mi anterior estancia en la capital, pero sin pensarlo mucho me dejó su piso, aunque con algún sentimiento de angustia por lo bien arreglado que lo tiene y el temor a que se lo destrozara. Tres meses fue lo que acordamos en principio, tiempo durante el que yo le pagaría todos los gastos (hipoteca incluida), hasta noviembre, a la espera de que la cosa se aclare. Para bien o para mal, pero que se aclare. Así que desde hace un mes estoy viviendo en Parla y cambié el piso centenario, que pese a la reforma el edificio era viejo, la vista de las tejas de enfrente y el bullicioso y opresivo centro, por un piso de casi setenta metros cuadrados en una zona residencial en la que no se escucha un ruido a partir de las diez y media, con piscina (ya cerrada por comienzo del otoño), garaje, trastero, centro de deportes a dos minutos, Carrefour a tres y Mercadona a un paseo, y —lo mejor— unas vistas acojonantes siendo un octavo. La ventana del salón da para el oeste y las puestas de Sol son increíbles. No recuerdo haber disfrutado en Las Palmas con tanta frecuencia de los degradados de colores rojizos y anaranjados que veo desde aquí.

Puesta de Sol desde el salónY aquí es donde el «todo cerca» toma sentido. O, mejor dicho, deja de ser tan importante. Internet ha cambiado la forma en que uno necesita hacer las cosas. Puedo hacer la compra en Mercadona desde mi casa y me la traen el sábado. Casi todo lo que necesito lo puedo comprar en Internet. Tengo una farmacia a dos minutos que abre todo el día, todos los días de la semana. Una parada de tranvía que en diez minutos me deja en la estación de RENFE y, desde ahí, tardo treinta minutos hasta la zona de Sol —que ahora vuelvo a disfrutar como antaño—, saliendo un tren cada diez minutos. También hay dos parques muy agradables por los que pasear a última hora de la tarde, y carriles bici por casi todas las calles principales, entrándome ganas de pillar una y dedicarme a recorrer la zona. Eso si no tuviese que irme a finales de noviembre, sea para volverme a Las Palmas o para mudarme a otra vivienda para seguir trabajando en Madrid.

Llegados a este punto de esta larga entrada, y en resumen, llevo cinco meses trabajando más o menos al mismo ritmo —hay quien cree erróneamente que soy un workaholic—, de los cuales el último lo he pasado en Parla a mis anchas en un piso con dos habitaciones, un salón enorme y un televisor LCD donde disfrutar de la calidad Blu Ray, que es la única tele que yo veo; pero sigo sin saber lo que será, laboralmente hablando, de aquí a dos meses. Mi jefe directo me confesó hace unas semanas, cuando le volví a preguntar por mi futuro inmediato, «eres un diamante, un currante nato, y no queremos perderte», pero no me pudo garantizar nada de nada. Ya veremos.

Otra de las cosas que ha traído el mudarme a Parla ha sido la velocidad de Internet. En Sol ya tenía 6 Mb, cinco más de los que nunca llegaré a tener en la zona de Las Palmas donde vivo. Pero cuando pedí el traslado de la línea, y por cambiar de ciudad, no pudiendo mantenerme el número, me ofrecieron, por un poco más, 30 Mb de fibra, que es lo que tienen todas las zonas residenciales de construcción reciente. Y aquí estoy, disfrutando de unas velocidades que ni en mi más febril locura hubiese podido imaginar. Es una gozada y, ahora sí, puedo decir que tengo «banda ancha» y que me muevo por las «autopistas de la información». Y aunque dure sólo tres meses, esta experiencia ya no me la quita nadie.

Un cielo espléndidoPor otro lado, y como parte negativa, he alargado los viajes en tren. He pasado de unos treinta o cuarenta minutos, a viajes de hora y veinte que, si las combinaciones fallan, pueden convertirse en viajes de casi dos horas. Hablo de tiempo invertido en cada sentido. Ahora me veo obligado a hacer trasbordo, y eso implica esperar al siguiente tren o tranvía si se me escapa uno. Un día realmente malo, puedo llegar a emplear cuatro horas en transporte. Aunque en el tiempo que llevo aquí eso ha pasado sólo una vez. Por lo general, conociendo las horas a las que salen y pasan los trenes, no empleo nunca más de hora y media. Y siendo, como soy, un optimista nato para estas cosas, aprovecho estos largos paseos en tren para escuchar música y para leer. Pero, principalmente, para disfrutar del paisaje y del amanecer. Pronto no me quedará otra cosa que leer y escuchar música. Ya empieza a notarse la disminución de las horas diurnas y llego a la estación de Tres Cantos sin haber aclarado del todo. En un mes, cuando además haya cambiado la hora, sospecho que ya entraré a trabajar siendo aún de noche.

Debo puntualizar, además, que el incremento en tiempo de traslado ha supuesto salir antes del piso. Lo que en una cadena hacia atrás de causa y efecto, significa levantarse un poco antes. Suerte que siempre he sido de dormir poco y que no me cuesta despertarme a las cinco y media de la mañana, que es la hora a la que debo ponerme en pie si quiero desayunar tranquilo y prepara las cosas con calma, mucha calma, antes de salir.

En todo este tiempo, en el que he estado más bien centrado exclusivamente en el trabajo —¿he comentado ya que hay alguno por ahí que cree erróneamente que soy un workaholic?—, al llegar al piso, sentía mucha pereza como para ponerme a escribir en el blog. Sin embargo, y en parte porque alguno me preguntaba de vez en cuándo cómo me iba todo, siempre tenía ganas de comentar cualquier cosa, alguna chorrada sobre cómo había ido el día, o la semana, o sobre cualquier estupidez que hubiese hecho o mirado en Internet, simplemente para que no se perdiese ese canal casi místico, y muchas veces anónimo, que hay entre el que escribe y el que se asoma, curioso, a leer lo que se ha escrito. Pero, pese a saber que este rincón no deja de ser una sarta de tonterías, le tengo demasiado aprecio como para convertirlo —ya he visto cómo acaba degradándose un espacio similar en otros casos— en un copia y pega de aquí y de allá sin más esfuerzo ni originalidad que el meter contenido hecho por otros. No, para esta bitácora deseo seguir reservando esa hora del día en que sale publicado, cuando sale, y artículos, cuando no interesantes, al menos sí algo más elaborados. Pero la picazón de «publicar» aunque sean tonterías no se me quitaba. En este aspecto he de confesar que la plataforma Facebook, y el concepto del muro, es algo cojonudo. Es una idea sencilla —y robada, dicen— que funciona. Durante dos semanas retomé el publicar cosillas sueltas en mi cuenta, a ver qué tal era; pero Facebook es un coto cerrado, es un espacio en el que lo que prima no es la originalidad —como ya ha dicho mucha otra gente antes— sino el mecanismo, casi endogámico, del «me gusta» reproducido hasta la saciedad. Amén de que parte de mi red social, tal vez con la que tengo más afinidad, siquiera tiene cuenta en Facebook y, por tanto, perdía sentido y objeto. Luego evalué Google+, aún sabiendo que sería más de lo mismo, pero con la esperanza de que pudiese quedar a modo público, al menos parte, y poder engancharlo en el lateral del blog a modo de «breves». Me cansé pronto de buscar la forma, así que he optado por rescatar y reciclar un experimento, distracción y mecanismo o válvula de escape, que monté en los peores momentos laborales (allá por 2008) y convertirlo en mi muro particular, donde —ahí sí— publicaré todas las pepinadas que se me ocurran, sin respetar nada, sin escrúpulos y con menos vergüenza, y que aparece a la derecha de este blog con el sugerente título de «Pepinadas breves». No me hago responsable de lo que te suceda si te pones a leerlo, pero sospecho que es más probable que sepas cosas de mí en los próximos meses por esa vía que esperando a que escriba otra entrada aquí, que, como mucho, será de algún libro de esos que ahora leo en el tren (o de los veinte que ya he leído antes y que aún no he comentado). Por tanto, y pese a la pobreza de espíritu que entraña, y que ya lleva unos cuantos días ubicado en esa posición, queda presentado oficialmente mi «canal de breves»; montado, eso sí, como otro blog en la plataforma Blogger. Tampoco era plan de complicarse mucho más.

Valverde de los arroyosYa que está siendo una entrada larga, aprovecho para comentar un último punto; que no por último menos importante. Las dos últimas semanas ha estado mi mujer acompañándome aquí en Madrid. Ha sido agradable volver a convivir con ella. Y es, quizás, lo único que echo de menos de Las Palmas. Dada la inseguridad de mi permanencia en esta empresa, no podemos tomar una decisión dramática para que ella deje la seguridad —siempre relativa— de su trabajo y se venga a buscar algo a Madrid. La separación no está resultando fácil. Para ninguno. Y las pocas veces al mes que podemos permitirnos —los viajes se han encarecido casi un 200% comparándolos con la etapa anterior en Madrid, lo que impide que viaje más fines de semana— que yo viaje a Las Palmas, saben a poco. Así que se pidió dos semanas de vacaciones y ha estado aquí, aunque yo estuviese trabajando. Resulta indescriptiblemente agradable llegar a casa y escuchar el ruido de la actividad de mi mujer, ya fuese ver la tele o estar cocinando la cena. Y el calor humano que ello conlleva. Han sido dos semanas increíbles, mejor que cualquier viaje a cualquier lugar. Es algo que se acaba aprendiendo con los años, al final el universo es tal y como uno quiere percibirlo y que no hace falta salir de la casa para ser feliz. ¿Dónde está, por tanto, el «centro»? En uno mismo, sin lugar a dudas.

Sin embargo, aunque he dicho que uno puede ser feliz sin salir, tampoco es plan de desaprovechar las oportunidades que se presentan. Así que alquilamos un coche y pasamos un fin de semana visitando Guadalajara. En especial nos decantamos por la ruta de la arquitectura negra o de los «pueblos negros», que dicen, y finalizando en Sigüenza. Disfrutamos enormemente de los paisajes y las carreteras secundarias de Castilla-La Mancha, esperando encontrar, tras cada curva, los famosos molinos con los que se enfrentó Don Quijote. Una vida también puede enriquecerse con escapadas de fin de semana.

Una pena que, de momento, esto no podamos repetirlo más a menudo. Esperemos que a principios del año que viene la cosa se aclare. Mientras sí tengo claro que, después de estas dos semanas en que hemos vivido y vuelto a compartir muchos momentos juntos, la soledad se acentúa más. Resulta bastante duro el cambio y volver al piso para ser recibido por el mismo silencio que te despidió al salir a primera hora de la mañana. Habrá que volver a acostumbrarse hasta que consigamos otras dos semanas de vacaciones.

Mala noche, mala leche, mala sangre

Hoy venía cayéndome de sueño en el tren. Responder a la lectura de dos líneas con dos cabezadas no es la mejor forma de leer, no. Y venía con el dedo tieso. En perfecta posición para condenar a muerte a los gladiadores o para hacer autoestop. A la una y poco un mosquito anunció su advenimiento y, en ese letargo pseudoconsciente que es la frontera entre el sueño y la vigilia daba yo manotazos para alejarlo. Hasta que consiguió morderme —suerte que no me arrancó el dedo— y me dolió y me desperté, de muy mala leche. No me costó encontrarlo con un «¡la madre que lo parió! ¡menudo bicho!» y entablamos una danza o lucha grecoromana, el híbrido entre mosquito y pterodactilo y yo, hasta que lo cacé. No pude aplastarlo, tan sólo romperle el cuello tras cuatro golpes. Tan grande era el jodío que en venganza estuve tentado de cortarlo en medallones y congelarlo. Seguro que un poblado africano podría alimentarse de su carne durante una semana. Los contramuslos no tenían mala pinta.

El boliche que me regaló en el dedo tiene mala pinta. Sospecho que más que chuparme la sangre me puso una camada de huevos dentro. A esperar que eclosionen.

Lo peor es que me desvelé y he dormido tres cochinas horas. Suma y sigue. A ver cómo aguanto hoy hasta la tarde sin convertirme en el hombre con el tatuaje «QWERTY» en la frente.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Otro pecado

Pese a la polémica sobre la calidad del audio en la edición española, que me había convencido para no comprarla, al final acabé cayendo en la tentación.


La vi tan bien puesta al entrar a Media Markt, mirándome con esos ojillos tan tiernos de «cómprame por sólo 72€», que no pude resistirme. Otro asalto a la economía doméstica, ya bastante maltrecha. En fin, como dice mi padre, "la pobreza me hará más espiritual y me acercará al Dalia Lama".

domingo, 25 de septiembre de 2011

Inspirador

He vuelto a tropezar con este vídeo:



y me encanta.

Qué soledad...

Hará cosa de una hora que volví del aeropuerto. Acompañé a mi mujer para que volviese a Las Palmas. Apenas una hora y se nota las dos semanas que tenía a alguien que me recibía cuando llegaba del trabajo. Ya se la echa de menos...

viernes, 23 de septiembre de 2011

'Lo que sé de los hombrecillos'

Reconozco que soy un inmenso ignorante de la literatura universal y de los grandes escritores que hay y hubo, lo que siempre juega en mi contra cuando entablo una conversación sobre libros, literatura y autores. Aunque creo que ello juega también a mi favor, porque uno tiene el placer del descubrimiento y de sorprenderse cuando tiene la oportunidad de leer algo de alguien que, hasta hacía doscientas o trescientas páginas atrás, era un absoluto desconocido. Leer 'El mundo' [mi reseña] fue una experiencia doblemente grata: porque me pareció un muy buen libro y porque estaba descubriendo al que me parecía un gran autor. Conocía la faceta de columnista, someramente, confieso, de Juan José Millás en El País, pero no como escritor. Tras leer 'El mundo' sabía que reincidiría.

Sin embargo son tantos los autores que voy descubriendo en los últimos tiempos, esos que quiero volver a leer en algún momento, y aunque el tiempo en sí mismo es ilimitado, pero el que uno vive es finito, va priorizando decantándose más por unos que por otros, por lo que van pasando las semanas, los meses e, incluso, los años, y la intención primordial se diluye entre tanto deseo por leer otro libro del último escritor que acabo de leer. Ahora bien, tal vez sea cosa del destino o de la casualidad, pero parece que en mi vida hay autores, y los libros escritos por ellos, asociados a personas concretas de mi entorno. En este caso parece ser mi padre el que se ha erigido en portador de los libros de Juan José Millás y, siendo el que me regaló el primero que leí de él, no dudó mucho en regalarme éste, tan pronto salió a la venta.

Como con muchos otros, ha tenido que esperar su oportunidad, pero cuando le tocó el turno lo cogí con unas ganas tremendas, preparado a devorarlo.

Y me decepcionó.

    —Procura no moverte —dijo.
    —No me moveré —respondí también mentalmente, como si estuviera dispuesto a hacer alguna concesión— pero dime qué hacéis.
    —Estamos fabricando un doble de nuestro tamaño —añadió—. Hemos tomado una pequeña porción de cada uno de tus órganos para completarlo.

No es un mal libro, a ver si nos entendemos. Es más, es un libro que se puede leer y, en su mayor parte, hasta resuelta entretenido; pero las expectativas puestas en él no se vieron recompensadas. El texto empieza estupendamente, casi de forma magistral, pero cae estrepitosamente —siempre según mi propio gusto— a los pocos capítulos. Sinceramente creo que no es necesario que el protagonista insida tanto en que se la casca más que un mono enjaulado para «demostrar» que ha caído en lo más bajo de la degeneración existencial al tiempo que da rienda suelta a lo más oscuro de su propio ser. Pero ahí estaba en prosa, paja tras paja —¿o debería decir página tras página?—, su obsesión y su descenso infernal al lado salvaje, ese que nos pasamos toda una vida aprendiendo a inhibir y contener y que por gracia, milagro y obra de un pseudoduende cabrón, brota de forma volcánica y explosiva en el invierno existencial del protagonista. Y poco más. Repetitivo hasta gritar basta.

En fin, que espero que el próximo que lea de Juan José Millás me resulte más gratificante. Mientras, seguiré leyendo aquello que escriba en prensa y que tenga la suerte de caer en mis manos.

jueves, 22 de septiembre de 2011

'¿Quién se ha llevado mi BlackBerry™?'

A veces está bien fiarte del criterio de otros para elegir los libros. Ya resulta archiconocida (al menos para los que sigan este blog de forma asidua; sulaco, Luis, mi mujer y nadie más mi hermana y adastra y Esteban y ladrona de calcetines y… ¿alguien más? Juer, si al final esto va a estar más transitado de lo que creía) mi tendencia a comprar libros por el título. Y lo cierto es que si no es porque me lo recomendó encarecidamente un amigo, nunca me hubiese comprado voluntariamente '¿Quién se ha llevado mi BlackBerry™?'. No es menos cierto que el libro resulta sumamente entretenido y que le agradezco la recomendación.

El texto está genialmente planteado utilizando mayormente los mensajes de correo electrónico enviados por el protagonista para contarnos el día a día de un directivo de una multinacional. Por el contenido de los mismos uno puede imaginar lo que ha escrito la otra parte, y cómo son las relaciones del fulano con el resto de compañeros de la empresa y sus más y sus menos con la familia, lo que lo convierte en un experimento entretenido para la imaginación.

También resulta genial la visión crítica, a modo de burla inmensa, con la que nos cuenta, desde el punto de vista del protagonista, un ególatra desmesurado, machista y directivo de altos vuelos, los tejemanejes de una gran corporación y de los valores morales, éticos y estéticos, sospecho que de total actualidad y triste validez en la mayoría de las empresas del Mundo, en especial y por cercanía las españolas, que imperan en los pasillos de la compañía y en las mentes de aquellos que manejan el cotarro.

De: Martin Lukes
A: Jenny Lukes

Cariño, creo que no has entendido que se trata del mayor punto de inflexión en mi carrera hasta la fecha. Estoy seguro de que a tus padres no les importará; de todos modos no les caigo bien.

Las cuitas —desternillantes en muchas ocasiones para el lector— del protagonista se presentan a lo largo de un año, cuya justificación para esta arbitrariedad la encontramos en una asesoría a distancia contratada por él mismo con una experta en couching coaching y cuyo programa se limita a una serie de ejercicios fijados a principio de cada mes y al intercambio de correos electrónicos que ello implica. Especial mención merecen las respuestas de este cretino ilustrado a los ejercicios propuestos por la asesora. Si no fuese porque es un reflejo, creo que bastante acertado de la realidad, uno se preguntaría cómo demonios ha llegado un tipo como ese a un puesto de tanta relevancia.

Mis últimos años profesionales —hablo de los correspondientes a la empresa anterior— se desarrollaron en una gran empresa. Particularmente me resultó imposible no tender puentes entre lo que leía y lo que había vivido —a veces sufrido miserablemente— en esa organización. Había momentos en los que sinceramente creía que la autora conocía personalmente a toda la plantilla directiva que decidía hacia qué iceberg nos dirigíamos a todo vapor.

Un libro realmente divertido y que merece la pena leer, que se lee rápido porque no es demasiado largo y engancha desde las primeras páginas. Altamente recomendado.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

¿Pero cómo que «por qué»?

¿Soy el único que piensa que los comerciales andan últimamente un pelín agresivos? Además de llamarte cuatro veces a la semana para ofrecerte oportunidades únicas por ser cliente VIP, te preguntan —a veces con cierto tono de enfado—que por qué no estás interesado si el producto es tan fantástico que hasta su madre le ha pedido tres. Desde luego algo ha cambiado desde aquel «el cliente siempre tiene la razón» y la sabia práctica de «no discutas con el que te da de comer».

martes, 20 de septiembre de 2011

... soy el Neo del código fuente

Aún con los ojos rojos como si me los hubieran rociado con spray de pimienta, he currado programando como nunca (bueno, como no lo hago desde hace años). Tomando consciencia de que estamos enchufados en Matrix, y que ya no hay leyes naturales inmutables —y de que el universo se dobla sobre sí mismo—, me he puesto manos a la obra y he escrito más código fuente en los dos últimos días del que había escrito en los cuatro meses y medio de trabajo anteriores. Madre mía, veo código pasar delante de mis ojos cuando cierro los párpados. Y creo que tengo una sinusitis de elefante.

... tengo un gripazo de dos pares de cojones

O un enfriamiento, o un resfriado, o un enfisema pulmonar. Lo cierto es que ayer me pilló por sorpresa la bajada de temperatura a primera hora. Me levanto a las cinco y media de la mañana y salgo un rato después. Y ayer hacía frío. Mucho. Y la noche anterior hacía calor. Bastante. Y yo iba en camiseta de algodón fina y de manga corta; y acababa de ducharme con agua más bien caliente.

Ahora estoy seguro que vivimos en Matrix. Estoy convencido que hay algún impedimento físico, alguna Ley Natural inquebrantable, en el Universo Real, que hace imposible que baje la temperatura más de diez grados en menos de seis horas. Esas cosas, como volar o detener balas, sólo pasan en el mundo virtual.

Pero lo cierto es que llevo dos días con un enorme trancazo y respirando por la boca.

Y…

Un apunte antes de seguir

«Tienes que echarlo todo para fuera. ¡Escríbelo!» Así me incitaba una persona que conocí en un foro en el peor momento que recuerdo de toda mi vida profesional (que entonces ya iba para 14 años). Ni familiares ni amigos, siquiera mi mujer, conseguían entender por lo que estaba pasando; más bien parecía que me caía un chaparrón de recriminación. Sólo se me ocurre el símil del viejo león enjaulado al que le enseñan la sabana, pero que no puede correr libremente. Estaba abotargado, anulado y superado por las circunstancias y las obligaciones. Y tenía que explotar. «Mejor escribir barbaridades que llegar un día a la oficina con el machete en la mano y ponerte a abrir cocos», argumentaba. Y reconozco que ganas no faltaban para machacar cráneos en el trabajo. «Puede ser hasta divertido hacer el burro. Yo también escribiré. (La plataforma blogspot es cojonuda para eso —que varios escriban en el mismo blog—)», seguía insistiendo. Y en un momento de debilidad abrí este blog. El otro, el oficial, lo conocía demasiada gente; incluso algunos compañeros del trabajo. Ni a mi mujer le conté la existencia de este vertedero de miserias, de este sumidero de excrecencias emocionales. Y durante algunos intervalos de tiempo me vino bien tener una válvula de escape. Si algunos de los compañeros de oficina supiesen de lo que se libraron, otro gallo les cantaría.

Es curioso que lo haya elegido, después de haberlo tenido tanto tiempo a dieta (aquellos sentimientos negativos desaparecieron hace casi un año), para continuar soltando paridas. Esta vez a modo de «breves» y ya no como mecanismo de escape. Lo he intentado unos días con Facebook, pero no me convence. Facebook me recuerda a los pueblos aislados de todo y cerrado a todos que se dedican y recrean en la endogamia. Discúlpenme la burrada, pero es un lugar donde todos se la chupan a todos y le dan con demasiada facilidad al «me gusta» o te revientan el muro con felicitaciones repetidas el día de tu cumpleaños (yo también he pecado, lo confieso, y seguiré pecando; hay pecados que tampoco están tan mal). Sin embargo necesitaba otro enfoque, algo más parecido a lo que ya hacía antes, lanzar mis bufos mentales al infinito, pero sin mancillar el bueno. Sigo creyendo que un blog serio no debe estar repleto de vídeos ni de fotos de otros, salvo que sea para completar un discurso con sustancia. Lo cual dará entender lo que opino de éste. Pero me ayudará, al menos eso espero, para que los que me conocen sigan sabiendo qué hago.

Lo malo es que antes de hacerlo público (incluso para mi mujer) tendría que haber hecho una lectura de cosas que escribí, sin pensar demasiado, hace tres años. He tenido que hacer limpieza porque de algunas hasta yo mismo he sentido asco al releerlas. A efectos prácticos no deja de ser detritus en otra forma. Y así como renuncio, rechazo y repudio la mierda que acabo de cagar tirando de la cisterna, rechazo la mayor parte de lo escrito en los tiempos de miseria existencial borrándolo. Y así me quedo con lo básico y que, espero, sea de menos desagrado de todos.

Y a partir de ahora, a seguir con otro talante, que para eso lo he recuperado.

Y…

jueves, 15 de septiembre de 2011

Más música, pero en guagua

Durante un par de días he cambiado el tren por la guagua (autobús para los bárbaros del continente), pero mi iPhone sigue prodigándose en sorpresas cuando lo uso en modo aleatorio. La de hoy para este magnífico tema en directo. De todas las opciones que había en tutubo he elegido la que usa el audio del CD, que se escucha mejor.



[Publicado originalmente en mi muro de Facebook el día 13 de septiembre]

Empezar el día con mejor talante

Más bien soy enemigo de las cadenas de correos, pero a este vídeo le he cogido cariño. Un buen desayuno, compuesto de una pieza de fruta o un zumo, un café con leche con cereales (tal vez gofio, si la morriña te puede) y una tostada con mantequilla y mermelada, a lo que le sumas este vídeo, y uno enfrenta el día con mejor talante.



[Publicado originalmente en mi muro de Facebook el lunes 12 de septiembre]

Música, Depeche Mode y el tren

Tanto tiempo en el tren da para escuchar mucha música, una de las actividades pasivas que más disfruto. Tantos años comprando -con alguna incursión a la cueva de Ali Babá también, lo confieso- traen consigo que muchas veces no recuerde qué llevo en el iPhone, en el que no caben todos los gigas acumulados en iTunes. Cansado de decidir, paso a escuchar ahora de forma aleatoria, lo que tiene la ventaja del redescubrimiento. Hoy me alegré muchísimo al comenzar a escuchar este tema del directo 101, que tantos buenos recuerdos me trae de los años de instituto. Si es que soy un romántico :-)



[Publicado originalmente en mi muro de Facebook el 7 de septiembre]

Asociación de ideas terrorífica

El tren es un escenario inmejorable que se presta a la puesta en escena de la variada y fértil riqueza de comportamientos humanos que existen. Es raro el día que no vea a alguien que no llame mi atención (y a veces prefiera evitar). Aquí el que parece ser alérgico al agua y nos recuerda que el olfato es también un sentido que duele; allá el que, en guerra simétrica, se ha nombrado paladín de algún fabricante de perfumes; en este otro lado esa guapa y grácil chica que lee con concentración suprema mientras hurga en su nariz, extrae el género con delicadeza, le da forma esferoide y lo proyecta al infinito en certero movimiento de índice y pulgar sin perder la línea de la página que la entretiene; o el que lleva unos auriculares del tamaño de dos sandías de premio Guines, siguiendo el ritmo musical con el cuello, que mientras canturrea para sus adentros se mete la mano en los pantalones para amansar -y masajear- a las ladillas compañeras; cuando no es un hombre orquesta maltratando guitarra y tímpanos a la espera de que sus esfuerzos fueren recompensados con una transferencia de riquezas en su beneficio, una misionera de algún credo extraño y contemporánea de Matusalén que ruge los milagros de un dios ausente, o aquella del fondo, que bosteza con tal naturalidad y tal carencia de inhibición que se puede saber lo que ha cenado anteanoche.

Sí, de todo hay, y de todo habrá.

Pero el objeto de mi atención en el día de hoy fue una pareja joven, en esas edad elástica que hay entre la adolescencia y la primera edad adulta. Poseídos por la pasión desenfrenada (que no faltó quien con la mirada cortante y cara enrojecida de ira expresaba sin palabras aquel célebre requerimiento de "¡buscaos una habitación, degenerados!") daba la sensación que no había dos bocas sino una y que aquellos eran siameses raros y completamente diferentes, unidos por los labios. Por algún sitio debían respirar, así que andaba yo buscando desde la distancias las branquias de aquellos dos, cuando se dieron una pequeña tregua y separaron infinitesimalmente sus orificios bucales. Y ahí fue cuando vi la lengua de ella moviéndose de un lado para otro buscando, deseando, exigiendo, forzando sin tregua. Madre mía, cómo se movía aquella cosa. Y ahí fue donde tuve la asociación de ideas, tanto o más bizarra que la escena de ese músculo tan vital para la deglución, el habla y continente del gusto, convertido en anguila retorcida. No sé cómo ni porqué, pero recordé la escena de Terroríficamente muertos: "¡Me comeré tu alma! ¡Me comeré tu alma!"



Está claro que si bien la conducta humana es ricamente variada y bizarra, si encima la pasamos por el cristal con que yo la veo, acaba pareciendo aún más surrealista si cabe. Ha de ser tanta soledad, que deteriora mi percepción de la realidad.

XD

[Publicado originalmente en mi muro de Facebook el 5 de septiembre]

Cowboys & Aliens

Esta noche ha tocado cine: 'Cowboys and Aliens'. Sin ser una maravilla (¿y quién lo esperaba?) es cierto que mantiene cierto interés hasta el final y, de hecho, algún que otro sobresalto te llevas. Para mi gusto se deja ver. Al menos más que la de Conan.



[Publicado originalmente en mi muro de Facebook el 4 de septiembre]

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Lo mejor de la vida

Hoy (ayer) he visto el remake de Conan. Aunque no sales con ganas de arrancarte los ojos, dos horas de película, parrillada de cachetones con guarnición de ensalada de efectos especiales (en 3D para más recochineo), todo ello junto y sumado, no pueden competir con la intensidad dramática de la respuesta de 10 segundos del chuarcheneger a la pregunta "¿Qué es lo mejor de la vida?" en la versión original XD



[Publicado originalmente en mi muro de Facebook el 2 de septiembre]

Dentro de los comentarios que recogió dicha publicación, me quedo con el enlace al siguiente vídeo puesto por Esteban.

Amanecer en el tren

Aunque mis amigos no terminan de entenderlo, y reconozco que echo un buen puñado de horas a la semana en el tren, sigo disfrutando como un niño contemplando los amaneceres desde un vagón en movimiento. Lástima que la mayoría de la gente que viaja conmigo vaya blindada en su propio universo minúsculo con la mirada baja.

[Publicado originalmente en mi muro de Facebook el 1 de septiembre]

Parla y 30 Mb

Llevo una semana viviendo en Parla y ya tengo Internet. Perdón, ahora sí puedo decir "¡¡TENGO INTERNET!!" Primera vez que tengo fibra. 30 megas. Las páginas no se descargan, se materializan en el acto. Qué vertigo, madre mía XD

[Publicado originalmente en mi muro de Facebook el día 31 de agosto]

lunes, 12 de septiembre de 2011

Bichos, fábulas y patrones

A John (Forbes) Nash, mente maravillosa donde las haya, le perdían los patrones, existiesen o no. A mí las formas literarias, los géneros narrativos y las figuras retóricas. Aquí yo veo La fábula del banquero y el hipotecado.



También vale la del político y el votante o, tal vez por ser más actual, la de Rodrigo Rato y el trabajador.

Apostilla: Madre mía cómo se las gasta el bicho de los cojones.