También hay tardes que salgo a mi hora y me voy a pasear, si el calor lo permite, por las calles de Madrid. A disfrutar de una arquitectura hermosa y a disfrutar de un cielo increíble que a las diez y media de la noche aún nos regala tonos de azul espectaculares. Sigue fascinándome el cielo de Madrid. O quedo con amigos para ir al cine. No recuerdo la de tiempo que no iba tanto al cine de forma tan seguida. Tengo los Cines Ideal a dos minutos caminando. Y otros tantos cines a distancia similar en todas las direcciones. Pero los Ideal tienen algo de novedoso para mí. Nunca había ido al cine a ver películas en versión original subtitulada y desde que estoy en Madrid ya he visto unas cuantas. Vivir en el centro tiene sus ventajas. Aunque a mí me satura demasiado. Tengo que dejar en septiembre el piso en el que estoy y busco mudarme a las afueras. Encontrar un piso en condiciones no demasiado lejos y a un precio razonable me está costando más de lo que pensaba. Sospecho que finalmente tendré que irme muy a las afueras. Ya no iré tanto al cine, supongo. Ni quedaré a cenar pizza con los amigos una vez por semana. Como parte positiva, espero contar con más metros cuadrados donde realizar vida doméstica. Encajonarse en apenas veintidós metros cuadrados de horno —de las pegas que tiene vivir en el último piso estaría que el Sol castiga las tejas todo el día— no ayuda a desear seguir viviendo en el centro.
De los Cines Ideal guardo una buena anécdota. Me estrené en ellos con el estreno de la última película de Woody Allen, Midnight in Paris. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto del cine; en el sentido de una historia bien contada, de una buena película, que no de un espectáculo de luces y sonidos. De vuelta a la calle, comentando la grata sensación que dejó el visionado de la obra de Woody Allen, una explosión, mucho humo y gente corriendo nos desorientaron. Cuando la gente empezó a disolverse a nuestro alrededor vimos aparecer entre el humo a la policía antidisturbios que apuntaban con sus escopetas de bolas de goma hacia donde estábamos nosotros. No sé cómo vino a mi mente, a modo de expresión pero también de referencia cinéfila, «Gorilas en la niebla». Nosotros también corrimos ese día.
Hoy he revisado mi bitácora. Tantas tardes prefiriendo relajarme después del trabajo viendo alguna serie —recomiendo encarecidamente la producción de HBO Juego de tronos— que hilvanando frases para construir algo congruente, ha elevado a la categoría de Máximo Histórico el número de historias en borrador. Casi cuarenta ya. La mayoría reseñas de libros que no sé si llegaré a publicar pero que he ido leyendo en los últimos meses. No he dejado de leer. De hecho, los treinta minutos que tarda el tren en llegar hasta Tres Cantos, donde trabajo, se pasan volando porque voy leyendo. Pero esta entrada llevaba ya mucho tiempo en espera e iba siendo hora de darle salida. A ver si ahora, que acabamos de empezar la jornada intensiva de verano, y que salgo a las tres de la tarde del trabajo, encuentro rato para ir dando salida al resto de historias olvidadas que aún tengo aquí. Ya veré. La prioridad ahora mismo es encontrar un piso en el que aguantar al menos otro año.