jueves, 7 de julio de 2011

Alive

Estoy vivo. Aunque la ausencia de entradas publicadas durante los dos últimos meses de lugar a pensar lo contrario. Sigo vivo, sí. El calor de Madrid no ayuda; al menos a querer seguir estándolo. A veces te planteas si no estarías más a gusto bajo dos metros de tierra que sudando de forma infinita por cada poro y encharcando cada pliegue de piel, allí donde dos masas de carne, de tu propia carne, entran en contacto. Peor lo ponen las jornadas laborales de ocho a ocho que hago muchos días. El calor no deja dormir y llego cansado al trabajo, y las muchas horas en el trabajo consiguen que llegue agotado al piso. Agotamiento y calor resultan un matrimonio celoso y excluyente que no admiten un ménage à trois con un sueño profundo y reparador. La cama no ayuda, mierda de cama. Dormir mal y vuelta a empezar, a modo de círculo vicioso. Suerte, al menos para mí, que siempre haya sido de poco dormir. Aunque algunos días acaba pasando factura. De vuelta al horno piso, en días eternos, poco consigo hacer más que mirar la pantalla del portátil rumiando lentamente algo en lo más profundo de mi sesera que nunca consigo alcanzar a recordar. Un observador externo diría algo así como «ahí quedó otro tarado de mirada vacía e idiota».

El cielo de Madrid a las 11 de la noche en veranoPero no todos los días son malos. En realidad, aunque trabaje mucho, no puedo decir que ningún día haya sido malo. Agotador sí, pero no malo. Me gusta lo que estoy haciendo. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto —casi tentaría el uso del término «realizado»— en un trabajo. Tal vez desde el año 2005 no me divertía tanto. Pero es mucho lo que hay que aprender. Ponerse al día requiere un gran esfuerzo. Dominar la plataforma desarrollada, con pegote de código tras pegote de código desde 2002, requerirá aún cuatro o cinco meses, pero en los apenas dos meses que llevo ya soy cinturón verde y en breve me examinaré a marrón. Hay gente que lleva más de un año que no ha pasado de blanco. Y gente que lleva tres que ya no me sacan mucha ventaja. Al final sí que va a resultar que soy rápido aprendiendo.

También hay tardes que salgo a mi hora y me voy a pasear, si el calor lo permite, por las calles de Madrid. A disfrutar de una arquitectura hermosa y a disfrutar de un cielo increíble que a las diez y media de la noche aún nos regala tonos de azul espectaculares. Sigue fascinándome el cielo de Madrid. O quedo con amigos para ir al cine. No recuerdo la de tiempo que no iba tanto al cine de forma tan seguida. Tengo los Cines Ideal a dos minutos caminando. Y otros tantos cines a distancia similar en todas las direcciones. Pero los Ideal tienen algo de novedoso para mí. Nunca había ido al cine a ver películas en versión original subtitulada y desde que estoy en Madrid ya he visto unas cuantas. Vivir en el centro tiene sus ventajas. Aunque a mí me satura demasiado. Tengo que dejar en septiembre el piso en el que estoy y busco mudarme a las afueras. Encontrar un piso en condiciones no demasiado lejos y a un precio razonable me está costando más de lo que pensaba. Sospecho que finalmente tendré que irme muy a las afueras. Ya no iré tanto al cine, supongo. Ni quedaré a cenar pizza con los amigos una vez por semana. Como parte positiva, espero contar con más metros cuadrados donde realizar vida doméstica. Encajonarse en apenas veintidós metros cuadrados de horno —de las pegas que tiene vivir en el último piso estaría que el Sol castiga las tejas todo el día— no ayuda a desear seguir viviendo en el centro.

De los Cines Ideal guardo una buena anécdota. Me estrené en ellos con el estreno de la última película de Woody Allen, Midnight in Paris. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto del cine; en el sentido de una historia bien contada, de una buena película, que no de un espectáculo de luces y sonidos. De vuelta a la calle, comentando la grata sensación que dejó el visionado de la obra de Woody Allen, una explosión, mucho humo y gente corriendo nos desorientaron. Cuando la gente empezó a disolverse a nuestro alrededor vimos aparecer entre el humo a la policía antidisturbios que apuntaban con sus escopetas de bolas de goma hacia donde estábamos nosotros. No sé cómo vino a mi mente, a modo de expresión pero también de referencia cinéfila, «Gorilas en la niebla». Nosotros también corrimos ese día.

El campamento de SolNacía el movimiento 15M que tantas páginas de periódicos ha rellenado en los últimos meses. Viviendo a doscientos metros de Sol, he podido ver cómo la plaza se iba llenando de tiendas de campañas a cada día que pasaba y cómo luego iban desapareciendo. Durante cinco semanas he dado los buenos días a los acampados camino de la estación de cercanías, y las buenas tardes al volver al piso. El día que la mayor parte recogió sus tiendas de campaña los servicios de limpieza hicieron un trabajo ejemplar. Salvo por un grupo de «irreductibles galos» se hubiese podido decir que allí no había pasado nada. A día de hoy apenas queda una ridícula «construcción» hecha con maderas y cubierta con plástico azul, y lo que te impide pasear por Sol ya no son tiendas de campaña, sino turistas y más turistas que siguen algún tipo de movimiento browniano chocando unos con otros y haciendo que los doscientos metros que distan desde la boca del metro hasta el portal del piso donde vivo se desarrollen de forma lenta y agotadora. Ratifico que me desagradan las multitudes. Vivir en el centro también tiene su parte negativa.

Hoy he revisado mi bitácora. Tantas tardes prefiriendo relajarme después del trabajo viendo alguna serie —recomiendo encarecidamente la producción de HBO Juego de tronos— que hilvanando frases para construir algo congruente, ha elevado a la categoría de Máximo Histórico el número de historias en borrador. Casi cuarenta ya. La mayoría reseñas de libros que no sé si llegaré a publicar pero que he ido leyendo en los últimos meses. No he dejado de leer. De hecho, los treinta minutos que tarda el tren en llegar hasta Tres Cantos, donde trabajo, se pasan volando porque voy leyendo. Pero esta entrada llevaba ya mucho tiempo en espera e iba siendo hora de darle salida. A ver si ahora, que acabamos de empezar la jornada intensiva de verano, y que salgo a las tres de la tarde del trabajo, encuentro rato para ir dando salida al resto de historias olvidadas que aún tengo aquí. Ya veré. La prioridad ahora mismo es encontrar un piso en el que aguantar al menos otro año.