lunes, 16 de enero de 2012

Directorios no, gracias

Ultimamente he recibido un par de «ofertas» a participar en una idea vieja, pero que vuelve a circular —o que no ha dejado de hacerlo nunca—. Hablo de los directorios de bitácoras. A mi mujer también le han llegado ofertas similares. Imagino que agrupar y categorizar las distintas bitácoras o blogs que hay en el universo puede tener importancia para alguien. Sin embargo, teniendo Google, a día de hoy no se me ocurre una utilidad concreta, salvo aquella de permitir meter publicidad en el sitio y sacar perras a costa de ello. Tal vez sea o muy tonto o muy mal pensado; o las dos cosas. Por esta visión del asunto tan personal que tengo, el que te lleguen ofertas por correo puede ser pesado, pero que te lo dejen como comentarios resulta realmente molesto. He borrado las dos que había y borraré en el futuro cualquier oferta similar que hagan por este medio. Así que…

Por favor, abstenerse de dejar comentarios ofreciendo el intercambio de enlaces. Más aún si lo que ofrecen es un directorio.

Esta bitácora no deja de ser un rincón personal, un registro inconexo, o un suplemento de mi memoria, de mi propio viaje por la existencia. Ni yo mismo tengo claro por qué continúo con ella, ya que consume tiempo, o directamente no puedo atenderla por otras causas, y que cada nueva entrada supone un verdadero parto. Tal vez por la ilusión de trascender a mi propio ser; o por dejar constancia de aquello que forma parte de mi vida y por lo que tengo un especial interés, como legado de dudosa utilidad para las próximas generaciones. Puede, incluso, porque soy un poco exhibicionista. O para dar satisfacción a un deseo de escribir que nunca supe bien como reconducir, permitiéndome de vez en cuando ensayar la escritura y ejercitar la organización de ideas. Sea como fuere, no hay en ella nada que, desde mi punto de vista, merezca especial atención por parte de nadie. La media de visitas es de unas veinte o treinta diarias. Muchas de ellas, creo, por accidente y porque los buscadores la posicionan en puesto elevados. Y es algo que tampoco me importa demasiado, pues en realidad escribo para mí mismo y para los pocos conocidos, amigos y familiares, a los que yo mismo les he indicado la forma de encontrarla. Y así habrá de seguir.

domingo, 15 de enero de 2012

Sherlock T2

Ya está disponible para descargar, en los fondos mafiosos de las inmundicias sociales (o sea, vagos y maleantes), el primer capítulo de la segunda temporada de Sherlock, modernización del famoso personaje de Conan Doyle, y que, con una primera temporada de 3 capítulo de 90 minutos cada uno, me enganchó.



Los iré descargando (los de la segunda, claro) y ya los veré en mi tele de 55" en mi próxima vista al hogar verdadero, que esta serie se lo merece. Mientras iré poniéndome al día con otras. O me dedicaré a trabajar, que es para lo que me vine a Madrid. Ya veré.

Qué ganas tenía de que llegase, leñe.

viernes, 13 de enero de 2012

No sin mi iPhone

He sufrido un pequeño ataque de pánico tecnológico. He visto pasar toda mi vida en un instante. Y he protagonizado yo mismo, en mi película biográfica de título "No sin mi iPhone" un drama de magnitud épica. Miro una vez y 95% de batería. Miro un rato después, y completamente apagado. No respondía. Nada. Muerto completamente. Ahí fue donde sufrí el ataque de pánico que decía. Suerte que mi jefe ya había pasado por eso. El truco estaba en forzar un reinicio hardware (enter + power + botón de volumen), ponértelo en la frente, dar vueltas mientras se entona el capítulo 20 del Libro de los Profetas, con la melodía de Quién ha robado mi carro de Manolo Escobar, para exorcizarlo. Finalmente está funcionando. Como si no hubiese pasado nada. Que susto. Será capullo. Como lo vuelva a hacer vamos a tener un disgusto. Desde que salió el 4S nuestra relación anda un poco tensa.

miércoles, 11 de enero de 2012

Una de vídeos/canciones

Fue mi amiga Noelia Bermúdez quien me "presentó" a esta cantante. La adaptación de la canción de los Beatles fue lo primero que encontré en Internet. El vídeo me atrajo e inquietó al mismo tiempo. No me dejó indiferente. Aburrido y con tortícolis, con varios discos de ella ya en mi iTunes, y puesto a repasar cosas que me gustan, lo reencontré. Me sigue resultando fascinante.



Puestos a "redescubrir", aquí el tema que Morphine que me "enganchó" a esta banda.



Hace mucho Eduardo Adrian me recomendó que escuchara a este cantante. Tomé apunte mental, pero como tengo la cabeza más bien vacía, se hundió en lo más profundo, revuelto con y cubierto de muchos otros apuntes mentales. Hace poco lo rescaté y me puse a escucharlo. Me ha encantado. Oferta (entonces) en iTunes y los 4 discos por poco más de 20 €. Ha merecido la pena. ¡Gracias Eduardo!

'La dictadura de la incompetencia'

En general no me escucharán nunca —o leerán por aquí— que defienda el espíritu suprafuncionarial de este país. De hecho ya me he quejado alguna vez [1] sobre esa tendencia o deseo generalizado de alcanzar un puesto de funcionario, o de trabajador para el Estado, que «garantice» un ingreso de por vida y, parece que viene relacionado, «pegarse la vida padre» a costa de los impuestos de todos. Aclarar también —o mejor dicho, por otro lado, paralelamente o en contra de lo anterior—, y para que conste que a) no me parece mal que todos deseemos estabilidad, es lo lógico; y b) menos aún que no haya funcionarios. En todo país democrático deben existir mecanismos del Estado, ajenos a los intereses privados, que garanticen el buen funcionamiento de las instituciones y que velen por las necesidades de los «menos afortunados» o, en virtud de una enseñanza realmente libre y plural, por poner un ejemplo particular, tengamos —todos— una educación de primera. Para ello es imprescindible contar, como sucede en la empresa privada, con buenos profesionales. Y, juntándolo todo, es imprescindible tener buenos, competentes y entregados empleados públicos. Pero de ahí a tener una población cuya única aspiración laboral es la de ser funcionario porque sí, porque parece que es la única forma de estar tranquilo y tener vacaciones de lujo, sin importar si hay duplicación de puestos, si se hace mejor o peor la función o, directamente, porque nadie te puede ya ni soplar a la oreja, hay un trecho inmenso. Sin embargo este país lleva bebiendo, toda una generación, de la creencia de que lo óptimo, lo correcto y lo justo, es aspirar a un puesto de funcionario.

Así que no es de extrañar que, con este planteamiento previo, tal vez ligeramente atravesado, y tras haber leído el resumen sobre el libro 'La dictadura de la incompetencia', no lo pensara mucho y me lanzara a su compra y posterior lectura. Casi esperaba poner en marcha ese fantástico prejuicio cognitivo que es el sesgo de confirmación, que casi siempre lleva a la profecía autocumplida, con la lectura de este ensayo. No en vano considero que rayo la tontería suprema y que bien me vale, a falta de una pasión deportiva que me conforme con la lectura del Marca o el As, leer las Verdades que otro iluminado, de similar pensamiento al mío, ha logrado grabar en una tirada de libros. Sí, es agradable creer que uno no está sólo en el universo.

El libro se lee rapidísimo. Incluso, por ese lenguaje de primera persona elegido para contar las cosas, resulta ameno. Y hay muchos datos, que en una primera lectura, sorprenden. Con muchas de las anécdotas, además, estoy muy de acuerdo con el autor. Aunque, en general, comete bastantes errores, a mi parecer imperdonables, con su argumentación. De hecho, a veces sospecho que cae en la exageración gratuita, o forzada, para sustentar su postura tocante en lo radical, con datos e información que no parece especialmente real. En particular, de la lectura del capítulo correspondiente, parece que el rendimiento productivo del español medio entra de lleno en la categoría de detritus desastroso, cuando, visto en análisis de otras fuentes, tampoco somos tan gandules [2]. Y ese, resumiendo muchísimo, incluso hasta el punto de parecer injusto, es en general el soliloquio del autor. Algo así como «mira bien, para que veas que tengo razón, te presento este dato y esta otra gráfica y, además, los justifico dando por sentado que los funcionarios son unos gandules que se pegan la vida padre». Y es que claro, si no partimos de la idea de entrada de que los funcionarios son gandules, igual la argumentación se tambalea un poco.

    Lo que quiero decir es que tanto los trabajadores como la sociedad en general deben recibir una educación —que debería empezar en la escuela— que les enseñe que el individuo tiene que ser más autónomo y, en definitiva, más libre. No podemos esperar que los poderes públicos vengan a sacarnos las castañas del fuego, bastante trabajo tienen procurando no pisarse los cordones de los zapatos demasiado lujosos que les hemos comprado entre todos. Deberíamos acostumbrarnos a la idea de que el futuro es incertidumbre. No querer aceptar esto es como no querer aceptar que en verano hace calor.

Pero no son, en realidad, los funcionarios los peor parados ni el objetivo principal de este libro. En general el ataque se dirige contra la clase política. Y he de decir, confieso cual bellaco sometido a un interrogatorio duro, que esta parte me gusta más. No en vano se han convertido, por obra y milagro de un sistema electivo algo defectuoso, en una clase que, con acto tras acto, parecen querernos transmitir que andan por encima del bien y del mal o que, a todas luces, están fuera, en su Olimpo particular, del alcance de las críticas del populacho. Al menos esa es mi visión y, cuando el autor carga contra ellos, no dejo de sentir cierta satisfacción. Pero, una vez más, hay que coger con cuidado los hilos argumentativos. Por ejemplo, tomando la cita elegida para este libro y esta entrada, podemos ver que hay, al menos, cuatro o cinco ideas en el párrafo: a los individuos de una sociedad hay que educarlos para ser autónomos (A), autonomía es libertad (B), los poderes públicos (Estado) no debe sacar las castañas del fuego (C), los poderes públicos son corruptos y malversan el dinero de todos (D) y el futuro es incierto (E). Quitando (E), por tautológico, parece que quiere decir, por un lado, que como (D), entonces mejor no (C) y que, por tanto, (A) y (B). O, dicho con palabras: Dado que no podemos esperar gran cosa de nuestros dirigentes, más bien dedicados a malgastar el dinero de todos, no debemos pedirles que se dediquen a sacarnos las castañas del fuego, por lo que hay que enseñar a los ciudadanos a ser más autónomos ya que, como todos saben, la autonomía es libertad.

¿Por dónde empiezo a desmontar tanta patraña? Para empezar, hay hipótesis de fe. O sea, tenemos que creernos, necesariamente, que autonomía es libertad. ¿Entonces, una persona que requiere cuidados por ser tetraplégico no sería una persona libre? Al menos autónomo no parece serlo. Por otro lado, afirma que los poderes públicos no deben sacarnos las castañas del fuego. ¿Entonces para qué coño están? Es precisamente para velar por el bienestar de todos, y eso significa sacar las castañas del fuego cuando es necesario. Llevado al extremo, ¿significa que si alguien me intenta robar el coche, debo ser autónomo, pues eso significa ser libre, y, si se da la oportunidad, meterle cuatro puñaladas por la espalda ya que no puedo esperar que los poderes públicos me saquen las castañas del fuego (o sea, velen por mi propiedad)? Pero, además, da por hecho que esto es válido porque los gobernantes son todos corruptos. Sinceramente, es una argumentación bastante floja e inconexa. Y, en general, hay unas cuantas más en el libro.

Sin embargo y pese a todo lo comentado, el texto ofrece también bastante puntos de vista interesantes —y en primera instancia sustentados con datos objetivos— por lo que merece la pena ser leído. Cierto que se corre el riesgo de sumergirse, sin actitud crítica, en un universo de medias verdades, abreviaciones perversas y de visiones particulares, pero, en general, el libro en sí mismo es un claro ejemplo de una actitud crítica, del valor importante que significa la libertad de expresión —libertad, a fin de cuentas— y, fundamentalmente, de que hay otros puntos de vista totalmente válidos y de los que, al menos ha sido mi caso, se pueden sacar datos e información útil y esclarecedora. Incluso aprender, que muchas cosas he aprendido también. Es un libro que recomiendo leer. Con cautela, eso sí, pues no deja de ser una pataleta literada. Pero hasta de las pataletas, algo bueno se puede sacar. Y de esta, en particular, unas cuantas.


[1] Hace más de un año ya publiqué una reflexión al respecto: ¿A qué coño aspiramos como personas? ¿Y como nación?
[2] ¿Quien trabaja más en Europa y cual es el país más productivo?

martes, 10 de enero de 2012

'Dioses menores'

Ya puestos a retomar la colección de Mundodisco [@ Wikipedia], y dado que la lectura del libro anterior consiguió con creces su objetivo, distraerme, decidí dar una nueva oportunidad a la serie pasando a leer la siguiente novela, siempre por orden de publicación original, que se corresponde con la décimo tercera (o doce más uno, como le gusta ordenar las cosas a los supersticiosos), y cuyo título es 'Dioses menores'.

Si hay una cosa que queda más o menos patente a lo largo de la lectura de las novelas de Terry Pratchett —o al menos eso es lo que parece— es que tiene una visión un pelín crítica y particular sobre la religión. En particular sobre el talante fundamentalista de algunos religiosos. Y 'Dioses menores' va, precisamente, sobre el uso y abuso del nombre de cualquier dios como mecanismo que sustente el poder y las ambiciones personales. En los tejemanejes de un sacerdote hambriento de poder, que recurre a los fundamentos de la religión, comportándose como un talibán —en algún momento le viene a uno a la cabeza el ilustre, excelentísimo e inmortalmente famoso, a la par que hijo de puta extremista y celoso, Torquemada [1]—, siempre explotando el miedo ajeno, se encontrará el protagonista, de nombre Brutha, un poco lento en la captura de conceptos, pero con una memoria elefantiaca, intentando salir más o menos entero de las diferentes aventuras en las que se verá embarcado y todo para permitir que la reencarnación quelónica del antaño dios mayor Om alcance indemne su próximo nivel existencial, el que le corresponde por derecho propio.

Con este planteamiento, tan resumido, uno podría pensar que la novela, ambientada en un universo tan particular como es un mundo plano, a hombros de elefantes y llevados por el cosmos por una tortuga de dimensiones planetarias, no sería más que otra de esas novelas de fantasía zurda, que es lo que parece cada uno de los libros del autor, con no más que algún toque de humor esparcido por aquí y por allí. Nada más allá de la realidad. El libro es una crítica magnífica, descarnada, mordaz y bien narrada, siempre con unas buenas dosis de humor negro y rezumante sarcasmo, sobre las religiones, los religiosos y las formas de poder sustentadas por la superstición y los miedos místicos a entidades superiores; y en este caso a la exquisición, forma mundana con la que los representantes de los dioses en la Tierra velan por el respeto a la fe y los mandamientos y cuyo éxito comercial se descubre en las puestas a punto y los tuneos realizadas con —y sobre— los herejes, lo sean o no pero en todo caso enemigos del discurso reinante, con toda suerte de mecanismos y técnicas de tortura. Salvo por la primera parte, que resultó un tanto aburrido en su arranque, el libro es magnífico hasta su desenlace. Repito y remarco en negrita: Magnífico.

    —Aquí dice que subió a un barco que puso rumbo hacia una isla en el límite y que miró por el borde y…
    —Mentiras —dijo Vorbis sin inmutarse—. Y aunque no lo fuesen daría igual. La verdad está dentro, no fuera. En las palabras del Gran Dios Om, tal como fueron transmitidas por sus profetas elegidos. Nuestros ojos pueden engañarnos, pero nuestro Dios nunca nos engañará.
    —Pero…
    Vorbis miró a Fri'it. El general estaba sudando.

Dentro del universo de Mundodisco existen varias tramas o arcos argumentales compuestos por varias novelas. Las historias de los magos, las brujas, la muerte y la guardia de la ciudad son los casos, hasta el momento, principales. También hay algunas novelas sueltas, como 'Pirómides', ya comentada por aquí [mi reseña], y ésta. Aprovechando lo absurdo como contexto, e indistintamente a que no guarde relación con personajes y hechos anteriores, 'Dioses menores' encaja perfectamente en este universo, pero por la profundidad de su crítica, bien podría ser narrada dentro de cualquier universo y contexto. Dicho de otra forma, esta novela merece la pena ser leída, indistintamente se haya leído antes, o no, algo de Terry Pratchett, o que se tenga intención de leer nada más después de acabarla. Es una novela, para mi gusto, que cae directamente en la categoría de los must read, y cuya crítica certera se puede aprovechar también, o especialmente, para nuestra actualidad cotidiana o, al menos, para nuestro pasado no tan lejano.

Lo dicho, un must read. Y fin del comentario sobre el libro.

Para finalizar, un apunte anecdótico. Comenté hace tiempo que con la colección de libros regalaron tres láminas. Cada una con la ilustración utilizada en alguno de los volúmenes como portada. La tercera, última y, quizás —al menos para mi gusto— la mejor, se corresponde con la portada de esta novela. Como en todos los casos, representa una idea general, centrándose en un momento álgido, de la historia.



[1] No en vano se le atribuyen, bajo su mandato, la friolera cantidad de diez mil barbacoas humanas y veintisiete mil homínidos convertidos en despojos tras pasar por su taller de ajustes, bajo el auspicio de la Santa Inquisición [@ Wikipedia].

lunes, 9 de enero de 2012

iTunes Match sincronizado


Bueno, he aprovechado estos días para dejar sincronizando (a una velocidad de tortuga paralítica) mi biblioteca iTunes con la nube. Ya tengo más de nueve mil canciones «arriba». Pero aún tengo muchos CDs originales por incluir. Que si no lo he hecho hasta ahora, no tengo muy claro que lo vaya a hacer en los próximos mil años. Siglo arriba, siglo abajo.

Preparando el regreso

El viernes 30 de diciembre del moribundo 2011 recorría el camino hacia el aeropuerto repasando todo lo que iba a hacer en 10 días de vacaciones que iba a pasar en Las Palmas con mi mujer. Hoy, lunes 9 de enero, ultimo los preparativos para salir, dentro de un par de horas, hacia el aeropuerto y coger un vuelo que me devuelva a Madrid. Entre lo planificado y lo hecho en estos diez días caben varios universos, con sus paraversos también. Colas infinitas para comprar regalos mínimos, cenas, almuerzos y visitas a familiares, compras de última hora, y hasta una tortícolis que me tuvo tirado un día, se interpusieron entre mis objetivos y yo. Sin embargo, que me quiten lo bailao. Aún habiendo dejado el setenta por ciento de las cosas sin hacer, ha valido la pena. Con creces.

'Brujas de viaje'

Leí no hace tanto una frase que venía a decir, más o menos [1], «el mayor delito que se puede hacer contra un libro no es dejarlo arder en una hoguera, sino dejar de leerlo». Pese a la presunción de inocencia que a todos se nos debe, y hasta que se demuestre lo contrario, mis estanterías están llenas de «crímenes en potencia». Aunque —para los creyentes en metafísica y astrología les encantará sufrir un caso de profecía autocumplida— soy tauro y especialmente testarudo, así que sigo manteniendo mi promesa de leer todos los que pueda (antes de espicharla, se sobreentiende).

Imbuido de este espíritu de competición y determinación, decidí que era tiempo de darle otra oportunidad a la saga Mundodisco [@ Wikipedia], que durante meses fui recibiendo en mi casa y pacientemente adorna las estanterías de mi biblioteca —aunque mi mujer ha sugerido en varias ocasiones que va siendo hora de concederles la libertad y regalarlos—, y me lancé a leer el siguiente de la lista, según fecha de publicación original, y que se corresponde, una vez más, con las andaduras de las dos viejas, peculiares como todos los personajes de Terry Pratchett y este universo díscolo y disparatado, plano para más indicaciones, que se sustenta sobre cuatro inmensos elefantes y que viajan por el espacio sideral a lomos de una tortuga inmensa, que de profesión eligieron la brujería y cuyos diálogos, muchas veces, parecen perfectos, de surrealistas, para películas de los hermanos Marx.

Después de un buen tiempo sin leer ninguna, parece que el sentimiento de monotonía y de andar leyendo siempre los mismos chistes casi desaparece y que, por consiguiente, la lectura de esta novela, 'Brujas de viaje', se torna bastante más fresca y, sí lo confieso, divertida que la experimentada con las últimas novelas, que empezaban a resultar cansinas y repetitivas. Aunque casi siempre igualmente recomendables.

    —De defensa personal.
    —¡Pero si es una bruja! —señaló Tía Brevis.
    —Eso mismo le dije yo —gruño Yaya Ceravieja, que había caminado de noche sin temor por los bosques plagados de bandidos toda su vida, con la seguridad absoluta de que la oscuridad no podía albergar nada más terrible que ella misma—. Y me respondió que no se trataba de eso. Que no se trataba de eso. ¡Imaginaos!

En esta ocasión, las dos viejas brujas, Tata Ogg —a la que siempre imagino con el aspecto y talante de mi suegra, pero de buen rollo— y Esmeralda —Yaya— Ceravieja, y la más joven Magrat Ajostiernos (vaya nombrecitos), heredera inesperada de una varita de hada madrina, dejarán la tranquilidad de sus hogares —y durante un tiempo a los bandidos de los bosques y resto de realmente-entusiasmados-con-la-idea habitantes de la zona— para emprender un largo viaje que les llevará más allá, a un reino muy, muy lejano para poner en orden, con esa forma particular que tienen las brujas de poner en orden, las cosas. Zombis y vudú incluidos.

Como con todos los libros de Terry Pratchett, la prosa es simple y efectiva. El fin es entretener y, en este caso, lo cumple. La historia, más si dejas tiempo para descansar entre un libro y otro, resulta fresca porque, como en todos los casos, se dedica a darle la vuelta a todo. Si la sabiduría popular cree que las hadas madrinas son todas buenas y que las brujas son malas, aquí se les da la vuelta, retorciendo un poco la idea. Aunque, para ser exactos, todos los personajes, buenos por entrañables y malos por tocanarices, se mueven siempre en gamas de grises, lo que da lugar a multitud de situaciones divertidas.

En conclusión, un texto entretenido, que cumple con el cometido de hacer pasar un buen rato, pero que no deja de ser «más de lo mismo». Recomendable si eres un fanático de Pratchett y de Mundodisco, pero que perfectamente se puede quedar en la biblioteca un tiempo indefinido si tienes otros libros más interesantes que leer.


[1] Más o menos porque no logro localizar dónde lo leí ni tampoco consigo encontrar a quién atribuirla. Menos aún recuerdo las palabras exactas. Si alguien sabe cuál es exactamente la frase y a quién pertenece, por favor, que lo deje en comentarios.

domingo, 8 de enero de 2012

'Matemáticos, espías y piratas informáticos'

Andaba terminando la Escuela de Informática cuando empezaba el boom del correo electrónico, de las comunicaciones y, por supuesto, de la World Wide Web. Hasta entonces, lo único de criptografía que había escuchado te lo daban, si mi memoria no falla, en la extremada y absurdamente dura asignatura de «Tele», impartida en tercero, donde, entre otras cosas, te obligaban a memorizar características físicas de conducción de los cables coaxiales o los diferentes rangos de distancias de las distintas normas. Podían entrar en examen y putearte marcar la diferencia entre un aprobado-por-los-pelos y un suspendido con un 4,99 de nota. Eso sin hablar de las prácticas diseñadas para fomentar el suicidio entre los alumnos.

Lo que impartían no pasaba de ser algo más que un repaso de un catálogo de métodos de encriptación y cifrado, en la particular forma en que explicaban en esa asignatura, en plan causa-efecto. No, no tengo ni un especial ni un grato recuerdo de aquellas clases. Tampoco recuerdo sentir un especial interés por la criptografía ni por el criptoanálisis, algo que sí desarrolló de forma temprana —y si hacemos caso a las leyendas, le permitió participar en algún trabajo de espionaje— uno de los compañeros, Rafa, que se pasó los últimos años que estuvimos en la Facultad leyendo y releyendo sobre el tema. Para mí, todo aquello, en especial la parte del criptoanálisis, no pasaba de ser una de tantas anécdotas y curiosidades matemáticas que daban cuerpo y forma a la ciencia de la computación. Bastante equivocado andaba, lo confieso.

Pero siempre he tenido esa espinita clavada, porque, gustándome como me gustan las Matemáticas, haber menospreciado entonces la posibilidad de indagar más, era sólo un ejemplo más de cuán torcido y atontado andaba por la vida. Algo que no ha cambiado mucho en los último veinte años. Y, aunque sigue sin ser uno de los temas que más me apasionan, cuando pillo algo que puedo leer sobre el asunto —y tengo tiempo para hacerlo— me dedico a disfrutar con ello. Siempre desde el talante teórico que tanto me caracteriza, eso sí.

La integridad y confidencialidad de las comunicaciones dependen de complejos códigos diseñados gracias a la matemática. Este libro propone un estimulante viaje a la aritmética de la seguridad y el secreto, con paradas, entre otras, en los cifrados que han decidido el destino de las naciones y en el lenguaje con que se comunican los ordenadores.

Pensé que, con el segundo volumen de la colección que sacó RBA con el título 'El Mundo es Matemático', conseguiría disfrutar un poco más aprendiendo sobre el tema. Y me equivoqué. En general resulta un pelín simplón. La criptografía, y su contraparte el criptoanálisis, están plagados de anécdotas históricas, algunas curiosas, otras menos, que le dan sustancia al asunto. Es una carrera entre unos y otros de la que emanan métodos muy interesantes, como todos los intentos por factorizar números primos enormes. En este aspecto, el libro va presentando la historia de éxitos y fracasos de forma sencilla y, en general, correcta. Sin embargo, en cuanto a métodos, técnicas y formas, en lo tocante a Matemáticas en sí, no hay nada nuevo que aportar. Más bien me pareció muy limitado. Seguramente, desde el punto de vista de un neófito, estará bien, pero si ya se ha leído algo sobre el asunto, te quedas exactamente igual. Supongo que tampoco ayudó que no lograse pillarle el tempo a la narración. Cierto que no es un relato, pero se supone que es un libro que intenta «narrar» los logros de la ciencia, y en ese aspecto, anécdota intercalada tras anécdota intercalada, no consigue, para mi gusto, hilvanar muy bien la historia. Una lástima, porque en cuanto a anecdotario, tiene una buena cantidad de cosas interesantes que contar. Poco más.

Para mi gusto, un segundo volumen de una colección que empezó siendo prometedora con 'La proporción áurea' [Mi reseña], pero que éste consigue alejar las expectativas puestas sobre ella. Totalmente prescindible. A ver qué tal se presenta el tercero.

jueves, 5 de enero de 2012

'La sorprendente verdad sobre qué nos motiva'

Voy acumulando libros leídos y ya va siendo hora de intentar poner esto al día. Tan pronto lo escribo me doy cuenta que no lo haré, pero de alguna forma tendré que motivarme; aunque sea mintiéndome, de forma piadosa, a mí mismo. Construcción semántica esta última que da lugar a pensar que tengo que buscar una forma externa, un incentivo, para hacer algo que, de motu proprio no me apetecería hacer. Y éste párrafo, en esencia, explica una de esas tantas cuestiones que me pregunto de tanto en tanto: ¿por qué hacemos lo que hacemos? ¿Y por qué lo hacemos de la manera en que lo hacemos?

¿Y por qué parece que necesito autoincentivarme para escribir y mantener mi propio blog?

La «motivación» es una de esas cosas tan misteriosas que siempre han cautivado e intrigado mi intelecto. Lo poco que tuve y queda, claro. Es de esos temas de los que me gusta leer, de cuando en cuando, alguna colección de artículos, escuchar alguna ponencia [1] e, incluso, leer algún que otro libro. No en vano la vida, ese sinsentido fortuito que es la carrera por la supervivencia, y su contraparte filosófica, la existencia, deben colmarse de algún fin que lo haga, cuando no más significativo, sí al menos más ameno. De ahí que me intrigue y fascine tanto lo que nos empuja a hacer las cosas que hacemos. O, planteado de otra forma, ¿por qué hay cosas que no estaríamos dispuestos a hacer ni aunque nos paguen montañas de dinero mientras que hay otras que haríamos casi gratis?

Tropecé por casualidad, un día que perfectamente se podía confundir con cualquier otro de aquella época —ahora particular y aparentemente lejana—, con el libro 'La sorprendente verdad sobre qué nos motiva'. Fue leyendo alguna entrada de algún blog de esos en los que atracas en mitad de un naufragio en Internet, forma recargada esta de decir que andaba procrastinando de forma exagerada ese día, en un tiempo en que la desmotivación parecía el pan nuestro de cada día. Tal vez por eso mismo me llamó muchísimo la atención lo poco que leí sobre él e, inmediatamente, lo apunté en mi lista de «compras inmediatas» y me lancé a conseguirlo. Lo leí de un tirón, entre fascinado por lo que leía y complacido por descubrir «que siempre había tenido razón» [2] al creer que la forma en que la dirección de las empresas se aproximaba al problema de los empleados no era el más adecuado [3]. Es más, casi doy saltos de alegría cuando leí la parte en que se demostraba, aunque de forma un poco indirecta, que a cuanto más se pagaba, menos interesada estaba la persona en hacer bien su trabajo. (¿Otra aproximación, tal vez oblicua, al Principio de Peter [4]?).

    Estas aportaciones fueron tan controvertidas —al fin y al cabo, ponían en duda una práctica habitual de la mayoría de las escuelas y empresas— que en 1999 Deci y dos colegas volvieron a analizar casi tres décadas de estudios sobre el tema para confirmar sus hallazgos. «La consideración detallada de los efectos de las recompensas analizadas en 128 experimentos llevan a la conclusión de que las recompensas tangibles tienden a provocar un efecto significativamente negativo sobre la motivación intrínseca», determinaron. «Cuando las instituciones —familias, colegios, empresas o equipos deportivos, por ejemplo— se centran en el corto plazo y optan por controlar la conducta de las personas» provocan un daño considerable a largo plazo.

El texto, bastante bien escrito, lo que siempre ayuda, se divide en tres partes, de las cuales la tercera, «La caja de herramientas del Tipo I», orientada a inculcar los principios introducidos en la primera parte, «Un nuevo sistema operativo», y elaborados en detalle en la segunda, «Los tres elementos», es quizá la que menos me ha gustado. Aunque, como en todos los consejos dados con fundamento, siempre hay algo —y en este caso, además, mucho— que se puede aprovechar. Sin embargo, a mí, de corte siempre más teórico, me bastaría con las dos primeras.

Traicionando mi credo particular, aquel que predica que no hay que reventar las lecturas y facilitar su descubrimiento a todo nuevo lector, aclarar que son la autonomía, el dominio y la finalidad los secretos para conseguir la motivación intrínseca de los empleados, cuando se desarrolla en una corporación, o de uno mismo, cuando ha de enfrentarse al trabajo del freelance. Verdaderamente sencillo, pero de esas cosas que parecen inconcebibles para el directivo medio. Al menos para aquellos con los que tuve que lidiar durante años. Lo triste es que en lugar de ser minoría, en mi desigual trayectoria profesional, han sido masa crítica. Ojalá que el tiempo, proyectado en estadísticos personales, me lleve la contraria. Aunque todo el articulado empresarial va siempre en el sentido contrario. No se explica de otra forma la diferencia cada vez más acentuada en salarios entre el alto ejecutivo y el obrero de fábrica.

Volviendo al libro, creo sinceramente que este es uno de esos textos que deben convertirse en imprescindible para todo aquel que, seriamente, considere la cooperación de las personas en lugar de la imposición y el «soborno», en forma de bonificaciones e incrementos salariales orientados, en muchas ocasiones, a que otros «produzcan» más. Un must read por derecho propio.


[1] Me viene ahora mismo a la memoria el magnífico (aunque a la vez histriónico, a tiempos inconexo y de gradiente caótico) monólogo que dio Emilio Duró en el VI Congreso de Comercio Gallego. Vídeo en YouTube: http://youtu.be/zK4sB_rWhF8
[2] Bueno, eso de siempre, siempre, no es del todo así. Algún día confesaré sobre aquella época, breve diré en mi defensa, cuando tonteé con el talante reaccionario y fastizoide de la Alta Gerencia. Todos tenemos que andar antes de aprender a volar, libre de prejuicios y tóxicas creencias taylorianas de los «empleados tipo buey».
[3] Dichoso sesgo de confirmación (@ Wikipedia) que hasta a mí me subyuga.
[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_Peter