miércoles, 11 de enero de 2012

'La dictadura de la incompetencia'

En general no me escucharán nunca —o leerán por aquí— que defienda el espíritu suprafuncionarial de este país. De hecho ya me he quejado alguna vez [1] sobre esa tendencia o deseo generalizado de alcanzar un puesto de funcionario, o de trabajador para el Estado, que «garantice» un ingreso de por vida y, parece que viene relacionado, «pegarse la vida padre» a costa de los impuestos de todos. Aclarar también —o mejor dicho, por otro lado, paralelamente o en contra de lo anterior—, y para que conste que a) no me parece mal que todos deseemos estabilidad, es lo lógico; y b) menos aún que no haya funcionarios. En todo país democrático deben existir mecanismos del Estado, ajenos a los intereses privados, que garanticen el buen funcionamiento de las instituciones y que velen por las necesidades de los «menos afortunados» o, en virtud de una enseñanza realmente libre y plural, por poner un ejemplo particular, tengamos —todos— una educación de primera. Para ello es imprescindible contar, como sucede en la empresa privada, con buenos profesionales. Y, juntándolo todo, es imprescindible tener buenos, competentes y entregados empleados públicos. Pero de ahí a tener una población cuya única aspiración laboral es la de ser funcionario porque sí, porque parece que es la única forma de estar tranquilo y tener vacaciones de lujo, sin importar si hay duplicación de puestos, si se hace mejor o peor la función o, directamente, porque nadie te puede ya ni soplar a la oreja, hay un trecho inmenso. Sin embargo este país lleva bebiendo, toda una generación, de la creencia de que lo óptimo, lo correcto y lo justo, es aspirar a un puesto de funcionario.

Así que no es de extrañar que, con este planteamiento previo, tal vez ligeramente atravesado, y tras haber leído el resumen sobre el libro 'La dictadura de la incompetencia', no lo pensara mucho y me lanzara a su compra y posterior lectura. Casi esperaba poner en marcha ese fantástico prejuicio cognitivo que es el sesgo de confirmación, que casi siempre lleva a la profecía autocumplida, con la lectura de este ensayo. No en vano considero que rayo la tontería suprema y que bien me vale, a falta de una pasión deportiva que me conforme con la lectura del Marca o el As, leer las Verdades que otro iluminado, de similar pensamiento al mío, ha logrado grabar en una tirada de libros. Sí, es agradable creer que uno no está sólo en el universo.

El libro se lee rapidísimo. Incluso, por ese lenguaje de primera persona elegido para contar las cosas, resulta ameno. Y hay muchos datos, que en una primera lectura, sorprenden. Con muchas de las anécdotas, además, estoy muy de acuerdo con el autor. Aunque, en general, comete bastantes errores, a mi parecer imperdonables, con su argumentación. De hecho, a veces sospecho que cae en la exageración gratuita, o forzada, para sustentar su postura tocante en lo radical, con datos e información que no parece especialmente real. En particular, de la lectura del capítulo correspondiente, parece que el rendimiento productivo del español medio entra de lleno en la categoría de detritus desastroso, cuando, visto en análisis de otras fuentes, tampoco somos tan gandules [2]. Y ese, resumiendo muchísimo, incluso hasta el punto de parecer injusto, es en general el soliloquio del autor. Algo así como «mira bien, para que veas que tengo razón, te presento este dato y esta otra gráfica y, además, los justifico dando por sentado que los funcionarios son unos gandules que se pegan la vida padre». Y es que claro, si no partimos de la idea de entrada de que los funcionarios son gandules, igual la argumentación se tambalea un poco.

    Lo que quiero decir es que tanto los trabajadores como la sociedad en general deben recibir una educación —que debería empezar en la escuela— que les enseñe que el individuo tiene que ser más autónomo y, en definitiva, más libre. No podemos esperar que los poderes públicos vengan a sacarnos las castañas del fuego, bastante trabajo tienen procurando no pisarse los cordones de los zapatos demasiado lujosos que les hemos comprado entre todos. Deberíamos acostumbrarnos a la idea de que el futuro es incertidumbre. No querer aceptar esto es como no querer aceptar que en verano hace calor.

Pero no son, en realidad, los funcionarios los peor parados ni el objetivo principal de este libro. En general el ataque se dirige contra la clase política. Y he de decir, confieso cual bellaco sometido a un interrogatorio duro, que esta parte me gusta más. No en vano se han convertido, por obra y milagro de un sistema electivo algo defectuoso, en una clase que, con acto tras acto, parecen querernos transmitir que andan por encima del bien y del mal o que, a todas luces, están fuera, en su Olimpo particular, del alcance de las críticas del populacho. Al menos esa es mi visión y, cuando el autor carga contra ellos, no dejo de sentir cierta satisfacción. Pero, una vez más, hay que coger con cuidado los hilos argumentativos. Por ejemplo, tomando la cita elegida para este libro y esta entrada, podemos ver que hay, al menos, cuatro o cinco ideas en el párrafo: a los individuos de una sociedad hay que educarlos para ser autónomos (A), autonomía es libertad (B), los poderes públicos (Estado) no debe sacar las castañas del fuego (C), los poderes públicos son corruptos y malversan el dinero de todos (D) y el futuro es incierto (E). Quitando (E), por tautológico, parece que quiere decir, por un lado, que como (D), entonces mejor no (C) y que, por tanto, (A) y (B). O, dicho con palabras: Dado que no podemos esperar gran cosa de nuestros dirigentes, más bien dedicados a malgastar el dinero de todos, no debemos pedirles que se dediquen a sacarnos las castañas del fuego, por lo que hay que enseñar a los ciudadanos a ser más autónomos ya que, como todos saben, la autonomía es libertad.

¿Por dónde empiezo a desmontar tanta patraña? Para empezar, hay hipótesis de fe. O sea, tenemos que creernos, necesariamente, que autonomía es libertad. ¿Entonces, una persona que requiere cuidados por ser tetraplégico no sería una persona libre? Al menos autónomo no parece serlo. Por otro lado, afirma que los poderes públicos no deben sacarnos las castañas del fuego. ¿Entonces para qué coño están? Es precisamente para velar por el bienestar de todos, y eso significa sacar las castañas del fuego cuando es necesario. Llevado al extremo, ¿significa que si alguien me intenta robar el coche, debo ser autónomo, pues eso significa ser libre, y, si se da la oportunidad, meterle cuatro puñaladas por la espalda ya que no puedo esperar que los poderes públicos me saquen las castañas del fuego (o sea, velen por mi propiedad)? Pero, además, da por hecho que esto es válido porque los gobernantes son todos corruptos. Sinceramente, es una argumentación bastante floja e inconexa. Y, en general, hay unas cuantas más en el libro.

Sin embargo y pese a todo lo comentado, el texto ofrece también bastante puntos de vista interesantes —y en primera instancia sustentados con datos objetivos— por lo que merece la pena ser leído. Cierto que se corre el riesgo de sumergirse, sin actitud crítica, en un universo de medias verdades, abreviaciones perversas y de visiones particulares, pero, en general, el libro en sí mismo es un claro ejemplo de una actitud crítica, del valor importante que significa la libertad de expresión —libertad, a fin de cuentas— y, fundamentalmente, de que hay otros puntos de vista totalmente válidos y de los que, al menos ha sido mi caso, se pueden sacar datos e información útil y esclarecedora. Incluso aprender, que muchas cosas he aprendido también. Es un libro que recomiendo leer. Con cautela, eso sí, pues no deja de ser una pataleta literada. Pero hasta de las pataletas, algo bueno se puede sacar. Y de esta, en particular, unas cuantas.


[1] Hace más de un año ya publiqué una reflexión al respecto: ¿A qué coño aspiramos como personas? ¿Y como nación?
[2] ¿Quien trabaja más en Europa y cual es el país más productivo?

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