lunes, 28 de septiembre de 2009

'Travesuras de la niña mala'

Cuando me senté a hacer una breve reseña del libro 'Travesuras de la niña mala' lo primo que me vino a la cabeza son los desternillantes «resúmenes julay» que hace sulaco en sus entradas sobre películas. Plagiando esta técnica, diré del libro «un julay quinceañero se enchocha de una niña mona y se pasa cuatro décadas intoxicado por comer marisco en mal estado con regusto a plástico». Tampoco se me ocurre nada mejor. Se hace lo que se puede.

El libro engancha desde el primer párrafo. Confieso que no había leído nada de Vargas Llosa hasta el momento y, tal vez por eso, lo había dejado apartado durante meses en la mesa de noche a la espera de tener un rato que dedicarle. Soy de lectura lenta -la vejez, que hace que tenga la vista cansada- y, en general, me cuesta avanzar por los libros. Pero las cuatrocientas páginas de éste me las empapé en un día. Enganchadísimo me tenía. Tanto que no podía imaginar dejar de leer por la intriga que suponía el querer saber qué vendría a continuación.

El libro cuenta una historia de amor. Subgéneris y nada empalagosa, como cabría temer cuando uno escucha o lee «historia de amor». Es la historia, contada en primera persona, de alguien que conoció el primer amor, ese que todos hemos vivido, y, desde entonces, veneró a aquella niña desconocida, misteriosa y chilenita. Es también una historia de coincidencias y del destino. De orgullos ególatras, de humildad y de aceptación de la adversidad. De arrebatos de pasión y de calma de la razón. Habla de perdón, de la única forma en que saben perdonar los que están enamorados hasta el tuétano. Es una historia de sumisión y de rebeldía. Y es una historia de Historia y Geografía. Es una historia que recorre cuatro décadas y sus contextos sociales enmarcados en cinco países diferentes. Es una historia que, sobretodo, habla de personas, sus esperanzas, sus miedos y sus destinos. Es, para mí, una historia fantástica maravillosamente escrita.

Se me quedó mirando, con esa expresión fría que se agudizaba a veces de manera extraña y parecía congelar la vida a su alrededor.
-Tú eres buena gente, pero tienes un terrible defecto: tu falta de ambición. Estás contento con lo que has conseguido, ¿no? Pero eso es nada, niño bueno. Por eso no podría ser tu mujer. Yo nunca estaré contenta con lo que tenga. Siempre querré más.
Perú, París, Londres, Tokio y Madrid, son los lugares donde se desarrolla la narración, que en momentos te hace reír y en momentos entristece profundamente, de 'Travesuras de la niña mala'. Las décadas, que cronometran las dichas y desdichas del personaje, y resume de forma soberbia el autor, fueron la revolucionaria de los años 60, la pacifista de los años 70, la de la hegemonía japonesa de los 80 y la de conclusión de un siglo de los 90.

Los personajes secundarios, esos que acompañan y su función es hacer destacar al protagonista, son tanto o más ricos, literariamente hablando, que el propio protagonista. Sus vidas se entrelazan de forma genuina y te hacen sentir la necesidad de seguir leyendo para seguir conociéndolos. Aunque la verdadera protagonista, de cuya vida sólo tenemos constancia por lo que nos cuenta el narrador de la historia, es la «niña mala».

Resumiendo un libro que me encantó y que recomiendo encarecidamente. Literatura de la buena.

jueves, 24 de septiembre de 2009

'I, videogame'

Se puede decir que mi crecimiento intelectual se produjo en un entorno tecnológico. Desde los 12 años tuve ordenador y, antes, con 9 y 10 años, ya jugaba a las máquinas recreativas matando marcianos y comiendo cocos. Pero antes aún, jugaba con aquellas alucinantes Game & Watch de Nintendo. No es de extrañar que para mí el que la gente juegue e invierta dinero y esfuerzo en hacerlo es algo muy normal. Tanto como podría serlo ir al cine a toquetearse con la novia o el novio en la oscuridad hace cuatro décadas. O a un guateque hace cinco. Son cosas de cada generación.

Pero los videojuegos no son algo que comenzara hace un par de días. Es curioso que no nos percatemos mucho de ello, pero tenemos ya varias décadas de historia en torno a lo que se ha convertido en una industria multimillonaria. Países como Japón, Canadá y, ¿cómo no?, la omnipresente EEUU han facilitado que la industria de los videojuegos logre una importante aportación al PIB nacional. No en vano el ejército de los EEUU promovió el desarrollo de algunos juegos para el entrenamiento de sus soldados. La industria del videojuego mueve muchos millones. Miles de millones.

¿Con tanto tiempo transcurrido desde que apareció el primer videojuego, 'Tenis for two', en 1958 (sí, medio siglo ya), es de extrañar que alguien empiece a preocuparse por recopilar su historia y el contexto en el que se desarrollaron? A mí no me extraña lo más mínimo y eso pretende la serie documental 'I, videogame' de Discovery Channel, traducida al español por 'La historia de los videojuegos', que repasa la evolución de los mismos a través de las décadas y de los conflictos sociales que se vivían y que, mantienen sus autores, se reflejaron inevitablemente en los tipos de videojuegos que se hicieron, se hacen y se harán. Conflictos como la Guerra Fría, la Guerra del Golfo, etc., etc.

La serie consta de cinco capítulos. En cada uno se va profundizando, desde los orígenes, donde lo que se manejaba no tenía personalidad, meros píxeles, hasta los actuales juegos que ofrecen la sensación de inmersión en universos alternativos en los juegos en primera persona para multijugador. ¿El resumen de cinco décadas de avances tecnológicos y sociales en la materia?

Yo no termino de alejarme por completo del mundo de los videojuegos, aunque apenas toco ya las consolas. Así que no estoy muy puesto y puede que lo que a mí me resultó toda una curiosidad, para el resto de mis contemporáneos sea algo de lo más natural y lógico del mundo, pero desconocía que había un movimiento de gente que se dedica a desarrollar películas usando imágenes animadas de videojuegos. A esto se le ha venido a llamar «machinima». ¿No es sorprendente? ¡Si hasta hay un festival! Lo que no invente el hombre...

El último capítulo, el quinto, es especialmente interesante. Se habla principalmente de las redes sociales en torno a universos alternativos, cuyo origen se remonta a los MUD y que hoy en día tienen la denominación de «multijuador masivo». Cientos de miles, millones, de personas se concentran en torno a universos que ofrecen grados de libertas asombrosos y en los que pueden llegar a alcanzar los éxitos que no cosechan en la realidad. Pero más allá de este reflejo de huida emocional, lo que más me sorprendió -bueno, en realidad visto con calma es lo más lógico del mundo- es la cantidad de dinero que se mueve en algunos de esos universos, donde se compran y se venden cosas por dinero real. ¿Quién paga cien mil euros por comprarse un local en un mundo virtual? Pues hay gente que lo hace... ¡Y recupera la inversión! Este capítulo hay que verlo, sí o sí.

La serie resulta bastante entretenida. Los que nos criamos con el vicio algo más desarrollado seguramente la disfrutemos mucho más que aquellos que han sido ajenos a los avances y evoluciones producidos en la industria, pero creo que no deja de ser instructivo sumergirse durante unas cuatro horas en la historia de una de las opciones de ocio preferidas por tantos y tantos seres humanos. Yo lo recomiendo. Y si no quieres andar perdiendo el tiempo sumergiéndote en las mafias del P2P, siempre podrás disfrutar de todos los capítulos aquí. Recomendado.

lunes, 21 de septiembre de 2009

¿A qué coño aspiramos como personas? ¿Y como nación?

Hace ya bastante tiempo leí que la vida sedentaria es mucho peor de lo que la gente se imagina. Buscando ese artículo encontré uno un poco más alarmista -o alarmante- que mantiene que «la vida sedentaria es tan nociva para la salud como el tabaco». ¡WOW! Creo que nadie, a estas alturas, negará que la vida sedentaria es mala. Todo el mundo, por todas partes, te recomienda que hagas ejercicio «porque es importante». Mantenerse activo y no relajarse es vital. Incluso el vecino, experto en la materia cuando se presenta la oportunidad, te lo dice cuando te pilla en el ascensor y te suelta, en plan confianzudo, «estás un poquito más gordo, ¿verdad? Te tienes que cuidar. Que mira tú mi sobrino [...] que el pobre tiene problemas de [...] con apenas treinta y cinco años ya [...]». Y no es de extrañar, porque el sedentarismo reduce la esperanza de vida de forma drástica. Produce, «muertes prematuras». Lo que pasa, dirán algunos, es que tenemos una vida demasiado tranquila. Tanto que no nos preocupamos ni por nosotros mismos.

Andaba leyendo hace unos días un libro sobre organizaciones inteligentes u organizaciones que aprenden. Cosas raras que le da por hacer a uno. Mientras leía me tropecé con un párrafo que me gustó y que me permito reproducir a continuación: «El aprendizaje en equipo es vital porque la unidad fundamental de aprendizaje en las organizaciones no es el individuo sino el equipo. Aquí es donde "la llanta muerde el camino": si los equipos no aprenden, la organización no puede aprender». Más allá de que, aunque lo afirma, no son los individuos, sino los equipos, al final todo lo empujan los individuos, que lo conforman todo y que deberían ser los verdaderos abanderados del aprendizaje. Quienes lo exijan. Del aprendizaje generativo, aclara. Ese que te permite innovar y que te hace buscar soluciones nuevas a problemas nuevos (o viejos, que tanto da). En resumen, que los individuos, en racimos, son los que deben empujar el avance de las empresas, porque una empresa que no aprende es una empresa obsoleta.

También hace unos días estaba sentado en una guagua. No volveré a aburrir con otra defensa del transporte público y todas sus ventajas. A diferencia de lo que suelo hacer cuando voy en guagua, leer y/o escuchar música, iba simplemente inmerso en mi propio universo interior de pensamientos profundos. En una parada se subió una extraña pareja que se sentó justo detrás. Él era un profesor asociado algo mayor y ella becaria de investigación. Lo sé porque se presentaron ya sentados. No sé cómo fue la conversación previa, pero cuando «conecté» con su conversación -en plan cotilla-, él le decía, en una especie de queja cósmica y universal que ya he escuchado anteriormente, «Mi hijo está trabajando ahora mismo para una [no recuerdo]. Está preocupado porque están despidiendo a gente y teme que le toque a él. Mi hija está más o menos igual. Y eso que lleva casi cinco años trabajando para la misma empresa. Yo les digo que saquen unas oposiciones y así viven tranquilos».

Hace unos meses, también en guagua, escuchaba una conversación de dos estudiantes -o estudiantas, si aceptamos el femenino para el plural- de último curso de derecho. O de empresariales. O vete tú a saber. «¿Qué vas a hacer éste verano?», le preguntaba una a la otra. «Si lo apruebo todo empiezo a estudiar para una oposición, que yo lo que quiero es vivir tranquila». «¿Y eso?». «Con una carrera puedes optar a funcionario de clase A». En realidad es una versión muy resumida de aquella conversación, pero la esencia del mensaje era ese: «Estudios universitarios dan acceso a mejor categoría funcionarial».

En una de las conversaciones con sulaco, me enteraba que en Holanda, y parece que en otros países desarrollados -y a veces parece que socialmente más evolucionados- del norte de Europa, no es habitual que la gente estudie carreras universitarias. Más bien todo lo contrario, por lo que se valora mucho a los inmigrantes que vengan con formación superior. Sin embargo parece que en España hay un porcentaje alto de jóvenes que optan por la educación superior frente a la formación profesional. Imagino que aún sentimos el empuje de la generación anterior que declamaba: «para ser alguien en la vida hay que estudiar una carrera».

Escuchaba en la radio hace poco que alguien, enganchado telefónicamente al programa, exigía al gobierno que contratase a más gente para «sacarlas del paro». ¿Hablába de más funcionarios? ¿Más funcionarios en un país que ya tiene uno por cada 18 habitantes? ¿Un país en el que uno de cada ocho personas ocupadas (empleadas) trabaja para las administraciones públicas y que es, por tanto, un empleado público? En ese mismo artículo es curioso cómo relacionan tejido productivo -el que supuestamente genera (más) riqueza- con menor índice de funcionarios por habitante? ¿Sería aceptable, entonces, decir que cuanto más productivo se puede llegar a ser, menos funcionarios son necesarios? Suena a falacia, y seguro que lo es, pero no deja de entreverse el reverso tenebroso de la anterior pregunta: ¿Son los funcionarios un lastre para la productividad? ¿Es el empleo público un riesgo para la economía de un país?

Para ser alguien en la vida hay que estudiar una carrera. Dicho por la misma generación que ahora abandera la idea de sacar unas oposiciones. Para vivir tranquilos, aducen. Pero el exceso de tranquilidad acaba degenerando en una conducta sedentaria. La vida sedentaria acaba siendo mortal. Reduce la esperanza de vida. Si un individuo es el reflejo de un grupo, y gran parte de la población parece aspirar a ser personas sedentarias, algo que persiguen con vehemencia algunos, ¿es España un país abocado al sedentarismo y, por tanto, a una muerte prematura? ¿Podríamos aceptar que alguien sedentario de cuerpo es alguien sedentario de espírituo, de intelecto? ¿Sería factible argumentar que alguien sedentario, intelectualmente hablando, es alguien que rehuye el aprendizaje generativo (está claro que el aprendizaje adaptativo para sobrevivir lo hacemos la gran mayoría)? De aceptar esta premisa, ¿podríamos concluir que estamos en un país que pierde su brillo intelectual y su potencial productivo poco a poco porque sus habitantes no aspiran a otra cosa que estar echados delante de la tele viendo fútbol o telebasura? Todo el mundo aspira a tener la vida resuelta, a no tener que preocuparse por más problemas que disponer de más días de asuntos propios que su vecino, quien trabaja en el sector inmobiliario «que míralo tú al pobre, trabajando de la mañana a la noche porque no consigue vender, que está muy mal el sector y bien podría hacer como yo, que me saqué unas oposiciones de funcionario». Todos queremos recorrer el camino fácil: ser funcionario. Y que nos toque la lotería. Ese otro gran sueño español

Mi propia madre, hace unos días, cuando se enteró que tendría que pasar un largo período en Madrid, creyendo que eso me disgustaba, me preguntó: «¿No te has planteado sacar unas oposiciones?» ¿Qué ciudadano de este país no se ha planteado en algún momento de su vida ser funcionario? Parece que ya conforma parte de nuestra propia identidad cultural y nacional. Si no aspiras a ser funcionario, y rascarte los huevos la mayor parte del tiempo, parece que no eres español. Sin embargo a mí eso se me pasó hace mucho y espero no volver a caer en esa trampa. Flaco favor haría a mi ya exigua capacidad intelectual si, además, no aspirase a nada más que llegar a ser funcionario. Como todos quiero tocarme los huevos, pero también aspiro a trascender. ¿No es un ejemplo de ese deseo de trascender esta absurda bitácora?

Desearía que no se tomase esta entrada como un ataque a los funcionarios. No lo es. O no lo pretende. Comprendo la necesidad real de los mismos. Lo que ataco es esa especie de espíritu derrotista o esa desidia generalizada que parece haberse instalado en las mentes de un país que ha vivido y se ha desarrollado gracia a las arcas de Europa. Ya no se envidia a ese que ascendió a lo más alto de la empresa empezando por el sótano laboral. O aquel que emprendió para ser empresario. Ahora se envidia al primo que trabaja de ocho a tres, con una hora para desayunar, y que por las tardes se dedica a engordar en el bar con los amigos. No cobra más de lo que cobra uno, pero el cabrón «vive como dios».

¿Qué pasará cuando todos seamos funcionarios? ¿Y cuando Europa ya no nos de más dinero para justificar sus sueldos?

jueves, 17 de septiembre de 2009

'El síndrome del pajar'

Parece que fue ayer cuando leí 'La meta' y acto seguido encargué el resto de libros que tenía Goldratt publicados en español. Dice un amigo que a él no le gustaba leer hasta que leyó 'La meta'. Entonces descubrió el tipo de libro que sí le gustaba leer. «A nadie le gusta leer hasta que descubre el tipo de libro que sí le gusta». Más o menos lo que a mí me pasaba con quince años con la ciencia ficción y la fantasía. No leía otra cosa.

Entusiasmado con 'La meta' y con 'No es cuestión de suerte' me lancé a leer 'El síndrome del pajar'. El libro en cuestión no es una «novela empresarial» como las anteriores. Se trata de un ensayo, circunscrito en un contexto tecnológico determinado, sobre cuál sería la mejor forma de diseñar un programa de ordenador destinado a la programación de las operaciones de fabricación. Dado que el libro tiene dos décadas, el contexto tecnológico era, siguiendo la Ley de Moore adaptada y a la inversa, el de ordenadores veintiséis veces menos potentes de los que tenemos ahora. O, dicho de otra forma, en igual tiempo empleado, un ordenador de la época en que se escribió el libro solo podía hacer un 3% de las cosas -cálculos- que puede hacer un ordenador de nuestros días. Así no es de extrañar que invierta tantas páginas del libro a explicar cómo optimizar las estructuras de datos para evitar lecturas innecesarias a disco y acelerar al máximo el tiempo para obtener un resultado en la programación de las operaciones. Los amantes de las formas normales de datos no se encontrarán cómodos con este libro.

Sin embargo, pese a tratarse de un texto obsoleto, en tanto al aspecto tecnológico de los ordenadores, el libro contiene muchos párrafos que merecen la pena ser recordados y, en general, supone un agradable estímulo intelectual de cara a entender cómo se optimiza la programación de operaciones teniendo la Teoría de las limitaciones, o TOC, en mente. En este sentido, parte de la primera parte -valga la redundancia- del libro, que está dividido en tres, explica por qué TOC ha de considerarse una filosofía empresarial, competidora en ese momento con Calidad Total y Just In Time.

Dime cómo me mides y te diré cómo me comporto. Si me mides de forma ilógica no te quejes si me comporto de forma ilógica.

Soy de la creencia que todo libro siempre puede aportar algo, son raros los casos en que no ha sido así, independiente de la ruindad literaria del mismo, y, como decía en el párrafo anterior, éste, pese a su considerable edad, tiene algunos párrafos que han resultado inspiradores. La mayoría de la gente, ingenieros en tecnologías de la información incluidos, te respondería que la diferencia entre datos e información la determina su uso. Este ha sido un precepto que siempre, al menos yo, he tenido presente como válido. Goldratt ofrece una definición que, para mi gusto, está mucho más cercana a lo que la intuición parece dictar. Así, también durante la primera parte del libro, se dedica a elucubrar sobre el significado de información y a diferenciar o categorizar entre qué datos son válidos para la toma de decisiones. Sostiene que lo que nosotros solemos llamar Sistema de Información no deja de ser un Sistema de Datos. ¿Y qué quieren que les diga? A mí me parece lógico su enfoque. Y eso que estamos hablando de algo escrito hace dos décadas. Si es que ya está todo inventado.

Hay una palabra clave escondida en lo que acabamos de decir que no nos debe pasar inadvertida. Hemos llegado a la conclusión de que la información se dispone de forma jerárquica, que en cada nivel la información se deduce de los datos. La palabra deducir es un término clave. Nos revela que, para poder derivar la información, necesitamos algo más que los datos, necesitamos el proceso de decisión.

¿Cómo no? Siendo Goldratt el libro aprovecha para atacar directamente a la contabilidad de costes y a las decisiones tan estúpidas que se toman teniendo en cuenta la misma. Ataca a la inercia con que nos movemos por el mundo. El «mundo del coste», lo denomina, en contraposición al «mundo del valor» el que postula como una alternativa más realista. Se encontrará un ejemplo interesante que demuestra cómo la intuición, a veces, nos juega malas pasadas.

La segunda parte ya se enfoca en conceptos que se deben manejar antes de proceder a la programación de las operaciones. «La arquitectura de un sistema de información» llama a esta segunda parte. Se exponen los distintos tipos de buffer que se deben contemplar de cara a evitar que una limitación se quede sin trabajar a causa de Murphy (Murphy es algo que menciona constantemente en sus libros). Esta parte me resultó un poquitín más pesada. Como la tercera, que se dedica enteramente a describir el procedimiento con el cual se deben programar las actividades productivas. Durante unas 90 páginas se dedica a elaborar, y argumentar en favor de su algoritmo, el mejor programa para conseguir la mejor programación, interacción hombre máquina incluida. Esta parte me resultó aún más pesada.

En resumen, un libro distinto a los dos anteriores y que, en general, resulta aburrido u obsoleto, pero que, aún así, esconde algunas perlas de sabiduría que bien merecen una lectura, aunque sea superficial o, como recomendaría, de forma parcial. La primera parte merece la pena, la segunda más o menos y la tercera no es necesaria leerse salvo que se tenga unas ganas infinitas de llevar a cabo el programa que se describe. Por cierto, hay algunas erratas muy graves. Más allá de errores de traducción, faltan varias gráficas a las que hace mención en el texto y que, obvio porque faltan, no aparecen por ninguna parte. Erro grave. Sobretodo porque en un texto donde escasean los recursos gráficos, que falten los pocos que se deberían usar es jodido de asimilar. Además, hay otro que está mal. Se repite dos veces el mismo. En fin, que esto complica enormemente que sea un libro a recomendar. Al menos en la edición que a mí me tocó en la librería.

Para aquellos que vean en mis palabras un «sabio consejo», pueden descargar una copia del mismo desde aquí. No esperen encontrar todo el texto ni que lo esté en perfectas condiciones, pero bien vale la pena intentarlo. Aunque no tengo ni idea cuánto tiempo estará disponible. Si es que aún lo está.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

'Google, fábrica de ideas'

Es curioso lo rápido que nos acostumbramos a lo bueno. ¿Alguien se para alguna vez a pensar en cómo eran las cosas hace 15 o 20 años, cuando Internet era algo más cercano a la ciencia ficción que a la realidad de los hogares? Hablo, obviamente, a las generaciones de la década de los 60 y posteriores, que alcanzaron la madurez de la sociedad del bienestar en plena incursión apoteósica de la banda ancha en las casas, la cual se acabó convirtiendo en el desagüe donde se verterían tantas horas y horas despilfarradas delante de los monitores.

Dentro del gran número de actores que han intervenido en el desarrollo de la sociedad de la información -nombre, por otro lado, que no me gusta nada-, y que han conseguido que la gente (las de las generaciones mencionadas) pase más tiempo delante de su ordenador que delante de la tele, creo que nadie discutirá que hay uno que destaca eclipsando al resto. Hablo, ¿cómo no?, de Google. Sospecho que la historia, cuando se reescriba, porque la historia siempre se reescribe, lo hacen los ganadores, acabará diciendo que Google inventó Internet. Y, aunque tal vez no llegó a inventarla, hay que reconocer que la revolucionó y la acercó a todo el mundo. Digamos que consiguió lo que nadie había conseguido hasta ese momento: centralizarla.

En el mercado de las películas documentales, existen ya varias sobre este coloso de la industria de las tecnologías de la información. 'Google, fábrica de ideas' es otro de las tantas películas documentales que acabarán produciéndose. En esta ocasión, de origen francés, hace de su sentido de ser repasar las peculiaridades en el trato con sus empleados, de cómo los atrae con una serie de beneficios sociales y, en resumen, de lo chachi piruli que resulta trabajar colaborar con ellos. Porque la esencia de trabajar en Google no es hacerte sentir como un trabajador, sino como un colaborador con voz y voto, dentro de un marco de constante crecimiento personal en un contexto donde la información circula sin barreras. El culmen del paradigma de la organización que aprende. Los mundos de yupi del universo empresarial. Y, lo asombroso -o cojonudo- es que funcionan. Más de una empresa debería tomar ejemplo de ello.

El documental, de una hora de duración, está muy bien planteado. Resulta ameno todo el tiempo y no deja de sorprender la cantidad de cosas que se hacen con, por y para sus empleados. La máxima sería «empleado contento empleado productivo». No es de extrañar que todo el mundo quiera trabajar en Google y que, una vez dentro, sublime su vida personal por vivir en un lugar donde lo personal y lo laboral se fusionan de una forma cuyas implicaciones resulten, tal vez, complejo predecir a largo plazo. Porque, claro, ahora la gran mayoría de la plantilla de Google no supera los treinta años, ¿pero qué sucederá cuando esos mismos chavales que se niegan a crecer, esos mozalbetes con Síndrome de Peter Pan, tengan cuarenta años y se encuentren inmersos en la disyuntiva que surja entre formar parte de la vida de sus vástagos o ser el jovial pureta, vestido como un eterno teenager, que se va en bicicleta a primera hora de la mañana y que vuelve por la noche cuando ya duermen y que no pasa de ser una mancha borrosa en sus memorias? Es una pregunta peliaguda que dejan en el aire. Tal vez ya lo tengan resuelto y la empresa se convierta en un criadero -dado que aquellos con los que únicamente se pueden relacionarse los empleados son los que conforman el resto de la plantilla-, con guarderías y niños que no conocerán otra cosa que un universo de lámparas de lava. O, tal vez, dado que es una forma de esterilización sexual asumida, los trabajadores de Google no lleguen a procrear nunca. Aunque tal vez la respuesta se encuentre en un futuro no muy lejano cuando Google se convierta en una de las megacorporaciones que decidan las políticas globales y todos seamos empleados de Google. Esperemos que entonces recuerden uno de sus fundamentos originales: «don't be evil». ¿Habla la envidia por ser demasiado viejo para ser aceptado en el círculo de Google? Sea como fuere, y dios me libre de conocer el futuro que nos espera (aunque algunos aseguran que del 21 de diciembre de 2012 no pasamos), es un documental que merece la pena ver.

Yo disfruté de él en uno de esos días de trabajo sin trabajo, aprovechando que Internet acabará con la televisión. Aquí podrás verlo de cabo a rabo con una calidad aceptable. No es un documental de grandes fotografías, por lo que la calidad de visionado, aunque sigo defendiendo que es vital de forma general, no es imprescindible para este caso. Recomendado.

martes, 15 de septiembre de 2009

'El mundo en imágenes'

Escuchaba a un amigo comentar un día que alguien le recriminaba que «nunca llegarás a ser un buen fotógrafo si no inviertes tiempo comprando libros y estudiando a los grandes». Falta de razón tal vez no tenga esa afirmación, pero lo cierto es que cada uno hace lo que hace por los motivos que a él le da la gana y alcanzará lo que aspire alcanzar por la vía que mejor le parezca. A veces no hace falta tirar cantidades ingentes de dinero en comprar libros de fotógrafos importantes.

En mi caso particular, sí he comprado más de un libro de algunos fotógrafos. Sin embargo, lo que siempre me ha impactado son las magníficas fotografías de National Geographics. Cuando las veo no puedo sentir otra cosa que envidia, de la sana, preguntándome cómo demonios consiguen los fotógrafos esas fantásticas y, en algunos casos, asombrosas imágenes. Supongo que no soy el único que alguna vez ha soñado con ser fotógrafo de National Geographics -o de conseguir una fotografía que alcance el nivel de calidad de sus fotógrafos-, así que, para todos nosotros, hace unos años produjeron un documental en el que muestran cómo trabajan algunos de sus fotógrafos y cómo consiguieron alguna de esas imágenes que al resto de los mortales, aficionados a la fotografía algunos, nos deja pasmados. 'El mundo en imágenes' -'Through the lens', en su nombre original-, es el documental en cuestión. La película repasa la historia de varios fotógrafos de aventuras y de cómo consiguieron esa foto especial, la que consigue capturar la esencia de lo que desean transmitir, y que hace que algunos de nosotros sufran ataques de envidia. Cuentan las historias detrás de esas fotografías de la mano de aquellos que las hicieron posible, porque detrás de toda buena fotografía siempre hay una persona que estaba allí para apretar el disparador en el momento preciso.

Al que le guste la fotografía, tanto si es o no la modalidad de aventuras su estilo, 'El mundo en imágenes' es un documental que no debería perder la oportunidad de ver. En mi caso no lo conseguía en alta definición, por lo que tuve que conformarme con ver las imágenes en calidad DVD -algo peor-, pero independientemente de que no se puedan apreciar en toda su magnitud, bien merece la pena escuchar la historia de cada una contada por su fotógrafo. Documental recomendado.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Mi procedimiento de tratamiento de fotografías (v 1.0)

Soy de dedo nervioso, por lo que no es raro, nada raro, que vuelva de un viaje de 6 días, con mil fotografías. Eso me causa un grave problema, porque no es solo el hecho de traer las tarjetas a reventar, sino la cantidad de tiempo que empleo luego retocándolas o, simplemente, procesándolas. Yo también soy un fashion victim de la moda de disparar solamente en formato RAW, y cuando digo tiempo, es mucho, pero que mucho, tiempo. Por ejemplo, hace cuatro meses que estuve por Sevilla y aún no he terminado de procesar todas las fotografías. Cierto que hago unas pocas cada semana, pero ya tengo unas 130 publicadas en Flickr (algunas únicamente visibles para familiares, sorry) y aún me quedan otras 20 para acabar.

Para intentar aprovechar al máximo el tiempo, he diseñado un procedimiento que, espero, me facilite el trabajo. Hace más de un año que tengo mi iMac de 24" y hay una cosa que me gusta del sistema operativo de la manzana, el poder etiquetar los archivos con colores. Y, usando este mecanismo, establezco prioridades a la hora de procesar las diferentes imágenes.

Para el tratamiento de las fotografías en sí he optado por usar Nikon Capture NX, que para mi gusto es el mejor de los que he probado, algo de lo que hablaré en otro momento. Principalmente por sus magníficos puntos de control, pero también porque trabaja con un único archivo de imagen, sin destruir la fotografía original, da igual el número de versiones que hagas de la misma imagen, delegando en el sistema operativo las distintas opciones de gestión por metadatos. Una maravilla.

Por último, antes de relacionar los pasos, comentar que la estructura de carpetas o directorios que yo uso es la de un directorio por año y, dentro de éste, un directorio por evento, anteponiendo la fecha de forma invertida (primero el año, luego el mes y finalizando con el día, todo en formato de cuatro y dos dígitos, según sea año, mes o día), seguida por una breve explicación.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, y que las imágenes RAW de Nikon se pueden previsualizar en el Mac OS X, el procedimiento es relativamente sencillo:


  1. Copiar todas las fotografías de la tarjeta (o las tarjetas) en el directorio que corresponda.
  2. Con Capture NX utilizar una -o más- plantilla para establecer los campos de copyright y los metadatos comunes a todas las fotografías (ya lo explicaré en otro momento).
  3. Repasar las fotografías marcando las mismas siguiendo el siguiente código:
    • Dejar en blanco si no supera el criterio de selección.
    • Azul para las fotografías que deben ser procesadas.
    • Violeta cuando hay una secuencia de fotografías del mismo motivo y sé que quiero una (o más), pero aún no he decidido cuál.
    • Amarillo para aquellas que se han quedado a punto (probable que entren en una segunda revisión).
    • Naranja para aquellas que, sin llegar a ser completamente descartadas, se quedan en posibles candidatas.
    • Gris para las descartadas completamente.
  4. Procesar cada una de las imágenes que se marcaron en azul o violeta, pasándolas a verde una vez terminado el tratamiento.
    • A medida que se van tratando se va exportando una copia en JPG en otro directorio con la máxima calidad posible.
    • En mi caso, cada nuevo JPG que se exporta lo subo al correspondiente álbum de Flickr.
  5. Revisar, en una segunda vuelta, las que se marcaron en amarillo. Las que pasen marcarlas en azul y las que no, pasarlas a naranja.
  6. Si han aparecido nuevas fotografías marcadas en azul, tratarlas como en el paso 4.
  7. Repetir con las naranjas. Para saber que se han revisado las naranjas, las que no superen el criterio, pasan a color gris. O quitarle marca de color. A gusto del consumidor.
  8. Una vez concluido todo el tratamiento se crea un DVD (o más de uno) con el contenido del directorio. El DVD será almacenado en el exterior (casa de un familiar).
  9. También se copia un CD o DVD con el directorio que contiene las versiones en JPG. Será almacenado, también, en el exterior.


En realidad los últimos pasos forman parte del procedimiento de salvaguarda de mi trabajo, que tal vez relacione en otro momento.

domingo, 13 de septiembre de 2009

'Wyrms'

Mi relación con Orson Scott Card es rara. Me encanta y disgusta a partes iguales su literatura. Se convirtió en persona de mi entera adoración cuando leí, bastante joven, 'El juego de Ender', obra maestra donde las haya de la ciencia ficción. Sin embargo, seguidamente, conquistó mi más profundo desprecio -suena un poco fuerte, pero es que estoy intentando dar un toque dramático a la entrada de hoy-, tal vez porque lo idolatraba, con 'La memoria de la Tierra' (saga del retorno). No leí las siguientes de esa saga porque la primera me resultó horrendamente soporífera. Luego vino alguno muy bueno, como 'Encantamiento' (muy recomendable), seguido de otro bastante flojo, el primero de la Saga de la sombra, 'La sombra de Ender', que empieza bien y decae a la mitad, aburriendo hasta gritar basta. En fin, que todo lo que leo de este hombre siempre lo hago con cierta desconfianza, pero al mismo tiempo con la esperanza de encontrar otra maravilla literaria como 'El juego de Ender', que por cierto he leído ya ocho veces. Todo un récord.

Con esa mezcla de anhelo y desconfianza me tragué 'Wyrms', que será otra de esas novelas de Card que pasarán por mi memoria sin pena ni gloria. No puedo decir que me disgustase, pero tampoco disfruté de ella como para plastificarla y conservarla hasta el fin de los tiempos. Entretiene, en algunos momentos mucho, y aburre, en algunos momentos mucho, a partes iguales. Bueno, seamos justos, entretiene más que aburre, pero lo segundo suele pesar más. Uno no paga para aburrirse... ¿o sí?

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Te arriesgas a que te joda el argumento si sigues leyendo a partir de aquí. Salta al siguiente corte.
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Aunque el universo de 'Wyrms' se ambienta en un planeta al que llegó el hombre tras cruzar las estrellas, y estrellarse acto seguido en él, en realidad parece más un mundo de fantasía, con bichos de diversa índole, características y poderes. Hay momentos en que la novela me recuerda a los cerdis de 'La voz de los muertos' y su relación de simbiosis con el medio, y en otros apesta a 'El señor de los anillos' y su señor maligno que los atrapa a todos. En ésta también hay un ser maligno que hace todo lo posible por apoderarse de todos. Aunque en este caso no hay un anillo único, sino un proceso de control telepático muy poderoso que se propaga por todo el planeta con una facilidad asombrosa. También hay algo de ingeniería genética -bueno, más o menos- y, por alguna cosilla, me hizo recordar a 'Dune'. Esa sería, en todo caso, la parte de ficción científica.

También, al igual que en 'El señor de los anillos', se ha de montar una comitiva para intentar pararle los piés al muchachote y que deje de joder ya con tanta telejaqueca. En la misma, en la comitiva, cómo no, habrán de ir representantes de la mayoría de las razas que coexisten en el planeta, que tampoco son tantas (no, no hay elfos). En este caso no es Frodo, sino Paciencia, a la que hay que soportar con paciencia durante el desarrollo de la novela, la que ha de cargar con la pesada carga, nunca mejor dicho, del calentón de un bicho entre gusano y bestia del pantano. Para colmo, el final tipo hentai no ayuda demasiado a que sea un libro que uno se tome muy en serio.
El hombre de las cabezas estaba al otro lado de la puerta mientras Paciencia aguardaba a que su padre muriera. Estaba tendido en la gran cama, con el rostro gris, y le habían dejado de temblar las manos.

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Aquí podemos retomar la lectura sin miedo a que joda (más) el argumento
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Entendámonos, la novela no es mala. Hay momentos brillantes, que dan que pensar y, aún viniendo de Card, que mucho de lo que aparece recuerda a otras novelas y personajes suyos, llegan a parecer planteamientos hasta originales. Sin embargo y en general, no pasa de ser una novela para pasar el rato -aspiración de todas las novelas, al fin y al cabo- y que, si hay alguna alternativa mejor, es preferible dejar en segundo plano. Salvo que seas un fanático del autor, que entonces no te defraudará.

sábado, 12 de septiembre de 2009

'Allegro ma non tropo'

Leí por primera vez 'Allegro ma non tropo' cuando tenía diecinueve años, creo. Tampoco creo no equivocarme al decir que en aquella época, con las hormonas poniendo a prueba cualquier representación o formulación cuántica que pudiera intentarse de su movimiento, que al browniano lo dejaba en calma chicha, fenómeno que provocaba que tuviese la cabeza llena de grillos, como buen estudiante universitario, la interiorización que hiciera del texto no era, con mucho, la más adecuada en relación a su aprovechamiento intelectual futuro. Sin embargo, quedó en la trastienda de la subconsciencia que el libro de Carlo Maria Cipolla, apellido poco afortunado para ser dicho ante un español, escondía algo más de lo que consiguió permear a través de una mente en ebullición consciente, con fijación sexual por compañeras de clase, y apunté sin saberlo que habría de ser uno de esos libros que tendría que volver a leer cuando mi psique lograse asentarse un poco más y, en definitiva, madurase lo suficiente como para andar más calmado en las lecturas.

Recientemente, en una de mis pocas incursiones a casa de mi madre, revisando los cientos de libros que han sobrevivido a la gratuita donación o a la decisión de la moda del reciclado, tropecé con este libro, y el condicionante autohipnótico que veinte años atrás había impreso en mi subconsciente, salto como una alarma nuclear. Sin reincidencia en la duda, me llevé el libro en préstamo y lo releí, esta vez con mucha más calma y disfrutando más del contenido del mismo.

'Allegro ma non tropo' es un libro pequeño, de aproximadamente unas noventa páginas, que se lee en un par de horas -un poco más si se es un lector tan lento, caracólico se diría, como yo-, y que no deja de divertir en todo ese tiempo. Se compone de dos pequeños ensayos, o parodias de ensayo, 'La papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media' y 'Las leyes fundamentales de la estupidez humana'. En la primera anuda, de forma muy entretenida, una serie de fenómenos estableciendo una ruta de causalidad desde la caída del Imperio Romano hasta el comienzo del Renacimiento, intervalo que se vino en llamar Edad Media, y que propone a la pimienta, y sus efectos secundarios, como motor de empuje para las decisiones de estado que se tomaron. Es, como decía hace un momento, un texto que resulta muy entretenido y, al tiempo, llega a ser instructivo, pues más allá de lo simple de su argumentación, pues es difícil creer, aunque a veces Occam tiene razón, que tan simples efectos y causas fuesen determinantes, no deja de enmarcarlo en hechos reales y un contexto que en verdad aconteció. Todo ello narrado de forma sencilla, llana y brillante.

[...] Solo, en su ermita rodeada de enormes árboles silenciosos del espeso bosque, Pedro sufría en silencio y rogando a la Divina Providencia que le concediera un poco de pimienta con que condimentar sus sencillas comidas. Pero la Divina Providencia sabía que incluso una pequeñísima dosis de pimienta hubiera comprometido la vida espiritual de Pedro y, por tanto, en vez de pimienta le enviaba lluvia, nieve y rayos. [...]

El segundo, 'Las leyes fundamentales de la estupidez humana', de índole nada económico ni histórico, se centra en un análisis de la estupidez y formula cinco leyes que pretende demostrar durante el transcurso del breve texto. Y falta de razón, si se revisa con calma, más allá de la vis cómica, no le falta a este humorístico ensayo. Así, de las cinco leyes, y algún corolario, se podría enumerar a modo de ejemplo la tercera: «Una persona estúpida es aquella que causa pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo e incluso incurriendo en pérdidas». El resto, por no reventar el encanto de su descubrimiento, se las dejo al posible lector que las obtenga de su fuente original. Como digo, no falta razón a este texto que, de apariencia humorística, siempre huyendo de la burla eso sí, tiene más profundidad de la que en instancia reclama.

La primera vez que leí el librito, mis conocimientos sobre Teoría de juegos, Teoría de la decisión y chuminadas por el estilo, eran completamente nulos. Hoy en día no lo es mucho más, pero sí que me suenan cosas como «estrategias ganar-perder» o, una que se convirtió en filosofía empresarial, «estrategia ganar-ganar». En esta segunda lectura, sin embargo, he descubierto una herramienta simple y sencilla que podría, tal vez, ser aprovechada en discusiones sobre liderazgo. Pero eso lo dejaré para otro momento.

En resumen, un libro que, por breve y por divertido, bien vale la pena llevárselo un día a la playa -o a la piscina, aunque también cabe el campo- y tumbarse a leerlo durante un par de horas. Puede que no le vean lo que yo he encontrado en él, pero al menos doy garantías de que ese tiempo se lo pasarán sonriendo cada par de párrafos. Recomendado.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Fondo de escritorio para autogestión (v0.1)

Confieso, como otras tantas cosas que ya he confesado en esta mi bitácora, que soy un tipo bastante desordenado, en general, aunque esto, me digo a mí mismo, no tiene por qué significar desorganizado. En general siempre sé lo que tengo que hacer en cada momento, aunque es cierto que muchas veces pierdo algo de tiempo buscando las cosas que necesito. Por eso, sí creo que soy desordenador, pero no desorganizado. Matices.

Uno de los síntomas de mi desorden, o los efectos, es que mi escritorio suele resultar caótico para cualquiera. Hablo de la metáfora visual de los sistemas operativos con entorno gráfico. Lo que la gente suele llamar el fondo de pantalla, vamos. En general puede haber en torno de los cuarenta iconos en el mismo, lo que, para la mayoría de la gente, yo entre ellos, resulta improductivo o poco eficiente. Y es que tengo la manía de que cada cosa en la que ando metido y que tengo a medias, o sobre lo que tengo que actuar, acaba derivando en un o más iconos sobre el escritorio que enlaza directamente el tópico en cuestión. Cada uno tiene su manía, oiga usted.

Como en las últimas semanas el número de asuntos pendientes (o líneas de acción) sobre los que tenía que ejercer control -mi área de preocupación- ha ido en decremento a pasos agigantados, así mismo lo ha hecho el número de iconos que plagaban, cual contagio malsano, mi escritorio. En general suelo tener cinco o seis líneas de acción abiertas a la vez, aunque antes de la gran caída, tenía casi diez, y por cada uno se van reproduciendo enlaces directos que llevan a diferentes directorios, documentos, etc., etc., que necesito para ejercer mi control sobre las susodichas líneas. A medida que voy terminando un línea, van desapareciendo los iconos. Tanto es así, tanto a decrecido el número de cosas que hacer, alcanzando el valor cero, que, a día de escribir esto, estando aún en la empresa, no veo otra cosa que un desolado escritorio sin apenas nada en él. Y su visión no deja de transmitirme un sentimiento de pérdida y pesar. De aquellos grandes tiempos en los que tropezaba con, y rebuscaba entre, decenas de iconos, ahora me quedan apenas tres. En realidad uno, pues los otros dos son libros electrónicos. Y el uno en realidad es una relación de la previsión de vacaciones del personal de la delegación. Esto lleva siendo así desde un par de semanas atrás, cuando se inició un proyecto crítico que, al par de días, se detuvo y aún no sé qué pasará salvo que tuve que dejar todo lo demás de lado.

El caso es que, dado que no tengo gran cosa que hacer, tiempo baldío sufragado por la empresa, que por otro lado me hace sentir mal, tono que es uno, se me ocurrió, dado mi gran problema de desorden, que bien podría inventarme alguna forma para, ya que no voy a renunciar al hábito de intoxicar mi escritorio con iconos, sí organizarlos de forma más adecuada a mis intereses. Nunca se sabe si la situación se revertirá allá donde vaya. Así, con este sentimiento enredado, se posó en mi mente el usar una vez más el Corel Draw, en su versión pequeña, y diseñar un fondo de escritorio a mi medida, y con las medidas exactas de la resolución de la pantalla, en el que señalara zonas donde colocar los iconos y que encontrase una estética de mi gusto.


Y así es como, casi sin pensarlo, y en cuestión de unos minutos, pergeñé el fondo que se puede apreciar en la imagen anterior. Para esta primera versión tuve la ocurrencia de meter cuatro áreas: Primer plano, Segundo plano, Ratos libres y Asuntos personales. Seguramente en futuras revisiones irán apareciendo otras áreas (o quitaré alguna), pero para una primera versión no está nada mal. Creo yo.

Por si necesita aclaración, primer plano y segundo plano hacen referencia a aquellos asuntos, o tópicos dentro de un asunto, que en un momento dado merecen más mi atención o, por el contrario, pueden pasar a una forma de «no perder de vista». A medida que unos pasen a ser otros, los desplazo de una región a otra y «tan feliz».

Claro está que, por si cabía alguna duda al respecto y con fin de zanjar el asunto, siendo aficionado a la fotografía, no iba a usar las fotos de otro. Aunque nunca estoy del todo conforme con los resultados que consigo, sí que me valen perfectamente para animar, al menos en aspecto, el fondo de mi escritorio.

Sigo creyendo que usar el escritorio para estas cosas, frente al uso de aplicaciones específicas, es buena idea, pues, al menos en Windows, con la simple pulsación de la tecla Windows conjuntamente con la tecla D, se ocultan todas las ventanas que estuvieran abiertas y, de una rápida ojeada, se puede apreciar cuánto tienes que resolver. Claro está que, visto el estado anémico en el que se encuentra el mío, bien es cierto que casi mejor tenerlo cubierto por ventanas de contenido inútil y/o intrascendente. El vacío actual es casi deprimente. Sin embargo parece que la cosa cambiará en breve. Todo apunta a que, al menos los próximos cuatro meses, voy a tener más trabajo del que quisiera y, un escritorio como el que he dibujado, podría venirme bien.

jueves, 10 de septiembre de 2009

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Pues no. La mala noticia es que tengo que pasar de cuatro a seis meses en Madrid. Justo en la temporada más fría...

'Dead Set'

Desde que recuerdo, los jueves han sido el día de expulsiones en la empresa para la que trabajo. Desconozco la lógica que subyace bajo esa decisión, pero algún intento de argumentación, más que proveer argumentos válidos, aduce a lo mejor para evitar un fin de semana de desasosiego a los supervivientes. Algo así como afirmar que la memoria emocional colectiva tiene una duración máxima de 24 horas. Que pasado ese tiempo se acabaron las dudas y el sufrimiento. Parca memoria se nos adjudica. Sin embargo he de decir que tenemos un departamento de recursos humanos gestionado por guapas chicas, todas ellas licenciadas en psicología, por lo que, siendo ellas letradas en las condiciones de la mente humana, algún fundamento tendrá esta decisión.

Decía que los jueves es el día en que se ejecuta la desagradable decisión de despedir a aquellos empleados que la empresa considera prescindibles. También decía que seguramente hay un fundamento aceptable para que sea ese día y no otro, por ejemplo el lunes. Aunque a veces creo que el día decisivo parece más elegido en sintonía al programa de televisión Gran Hermano que a verdaderos motivos humanitarios o de salud pública.

Hablando de ese programa infecto, o reality show, que le dicen, hace unos días disfruté con una mini serie, de nombre 'Dead Set', al que en España le agregaron 'Muerte en directo', por eso de no ser menos, y cuya historia comienza, precisamente, el día de expulsiones del programa en su versión británica. En el momento de salir la persona expulsada, el plató sufre un ataque de zombis con muy mala leche y que, a diferencia de los clásicos, corren como galgos en pos de los traseros de las aterradas bolsas de carne animadas comestibles con patas. A partir de ahí, los pocos supervivientes serán los que se encuentran aislados dentro de la casa, último refugio contra la horda de comedores de carne insaciables.

La miniserie se compone de cinco capítulos, el primero de ellos de 40 minutos y el resto de unos 20 minutos. En total, viene siendo como una película de dos horas. Tengo que confesar que yo me esperaba algo más cómico, pero, aunque tiene unas buenas dósis de humor negro, se trata de una serie de terror, del serio, con mucho de gore. Hay más de un sobresalto y el argumento, para mi gusto, está bastante bien tejido. Se te pasa volando el tiempo. Y la calidad de filmado también es, desde mi punto de vista, bastante buena. Vamos, que para ser un producto orientado a la televisión, tiene un acabado muy profesional. Igual que los actores, que en general lo hacen bastante bien y resultan personajes, en la mayoría de ellos, convincentes.

En resumen, un pequeño divertimento para pasar un buen rato. Principalmente si eres de los aficionados a las películas de zombis. Yo no lo soy y aún así me lo pasé muy bien mientras duró. Yo me hice con ella gracias a mi padre, suscrito a la plataforma satélite y que me pasa este tipo de cosas, pero siempre podrás recurrir, una vez más, a las redes de la bajeza moral que conforman los defensores, promotores y sustentadores del P2P. Aunque también los puedes ver en línea en la Web oficial.

Por cierto, hoy estoy nominado. Dentro de dos horas conoceremos el resultado de la votación popular.

martes, 8 de septiembre de 2009

Revisando mi opinión sobre el 'Dunas Maspalomas'

Hace ya unos meses hablaba de lo genial que estaba el complejo de bungalows Dunas Maspalomas y, salvo por tener que soportar las visitas de familiares, era un sitio que merecía la pena porque, al final, el saldo siempre salía positivo. Para mí es un lugar donde recargar las pilas, donde ponerme al día con la lectura y donde broncear ligeramente mi blanquecina piel. Así no es raro que, teniendo el puente de La Virgen del Pino por delante, para lo que pedí el lunes como día de vacaciones, me refugiase nuevamente en ese paraíso terrenal.

Toca decir, sin embargo, que el complejo en sí es bastante amplio, con muchos bungalows, y, en todas las veces que hemos ido a pasar un fin de semana, en general el estado de mantenimiento del que nos tocaba en cada ocasión era más que aceptable. Y si había algún desperfecto que mereciera nuestra queja, se compensaba con creces con el trato excelente que recibíamos del personal del complejo y la premura que demostraban por poner solución. En ese aspecto, nunca tuvimos una queja, donde cabe más la alabanza y la mención honorífica, que trabajar para el público no debe ser tarea sencilla y el personal del Dunas Maspalomas te hace sentir siempre respetado.

Ha querido el destino, sin embargo, que en la lotería de los bungalows, esta ocasión, estando ocupado en su máxima capacidad, como era de esperar en estas fechas, nos tocase uno algo más apartado que los recibidos en ocasiones anteriores y que, además, se encontrase algo menos limpio y peor mantenido que en ocasiones anteriores. «Bueno, tampoco es para tanto», nos consolamos y decidimos que bien merecía la pena hacer de tripas corazón con tal de disfrutar de un fin de semana largo descansando y tomando el Sol. Yo cargué con cinco libros que tenía en mente leer en estos días. En realidad cuatro, porque uno lo estaba casi acabando. Además que dos de ellos apenas llegaban a las cien páginas. Así que «uno por día» era mi pretensión. Y casi lo he conseguido.

Una de nuestras mayores preocupaciones, dado el vergel que rodea cada bugalows, es la aparición de algún que otro blatodeo descarriado que acaba, como acaban todos los aventureros que se adentran en territorio en los que no son apreciados, escachado bajo una zapatilla. Conscientes de tales incursiones ocasionales, solemos acompañarnos ya de un insecticida específico de nuestra confianza que mi mujer, la que más sufre con estas visitas indeseadas, tiene a bien repartir de forma inteligente, para atrincherarnos tras un muro químico e invisible. No es infrecuente que, en nuestras cortas visitas a este complejo, igual que las noticias de amigos y conocidos que hacen lo propio en otros complejos, al amanecer aparezca algún que otro caído, patas arriba, de una incursión nocturna. Cierto que la sabiduría convencional sostiene que «por una que tropiezas, sesenta que no ves», pero más cierto es aquello que se cuenta de «ojos que no ven, corazón que no siente» y la visita casual de un especímen durante un fin de semana entra dentro de lo que consideramos tolerable.



Pero en esta ocasión ha sido distinto. Como si el hecho de aparecer la Luna nueva en el cielo cada noche fuese la señal para iniciar otra oleada de ataques en un asedio del que nosotros debíamos ser los inconscientes atacados, al día siguiente recogíamos entre cinco y seis cuerpos que habían perecido tras sufrir una muerte que se me antoja angustiosa, pues es sabido por todos la resistencia de estos insectos y que el veneno que respiraban al traspasar el mortal muro químico, aunque relativamente rápido, no era fulminante, como pudimos comprobar en algún soldado que aún se debatía entre la vida y la muerte al clarear el cielo. Sin embargo la cosa no fue, digámoslo así, homogénea. Las oleadas fueron creciendo cada noche en virulencia, llegando en la tercera a tener que «luchar» por primera vez, cuerpo a cuerpo, contra dos verdaderos monstruos dentro del mundo de las cucarachas, especie en la que también se dan notables casos de gigantismo.

Visto el panorama grotesco que nos recibía cada nuevo amanecer, decidimos acortar nuestra estancia y nos volvimos a la tranquilidad del hogar, donde hace mucho tiempo que no tenemos visitas no deseadas.

¿Resta esto puntos al complejo y modifica mi visión y mi opinión del mismo? ¿Cabe alguna duda de ello? Yo tengo mucha tolerancia a este tipo de fenómenos naturales. Para lo que no tengo ninguna tolerancia es para ver a mi mujer sufriendo por un espectáculo que no le apetece ver ni por una experiencia que no desea tener. A mí me aterran los tiburones y a ella le asquean profundamente las cucarachas. ¿Qué le vamos a hacer? Nadie es perfecto.

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Quedan dos días...

domingo, 6 de septiembre de 2009

Por la zona centro de la isla con sulaco

Hace un par de semanas estuvo sulaco nuevamente por la isla. Y, una vez más, quedamos uno de los días para perpetrar una salida fotográfica.

A sulaco lo conozco desde la época de la escuela universitaria, hace más de 15 años ya de eso, y siempre se caracterizó por distorsionar la realidad de una forma que sólo el sabía hacer. Quitando que estuvimos una jartá de años sin hablarnos, curiosamente no porque discutiésemos entre nosotros, sino por mis discusiones con otros miembros del que entonces era un grupo de cinco personas, desde que retomamos el contacto me gusta quedar con sulaco porque, en buena medida, ha conseguido lo que yo nunca me atreví a hacer y siempre he soñado con realizar: trabajar fuera de las fronteras de mi país. Así que, cuando viene a visitar a su familia, intento coincidir con él y escucho lo que me cuenta de sus viajes y de sus experiencias en Holanda. Sé que buena parte de ellas las publica en su bitácora, pero nunca es lo mismo escucharlas con la riqueza de matices y detalles que da el hacerlo en primera persona.

Paisaje grancanario con Roque Nublo y Bentaiga

En esta ocasión nos perdimos por la cumbre de la isla. Elegimos, como tema para fotografiar, el Roque Nublo y alrededores. Sin embargo el día tampoco acompañó demasiado: había calima y el Sol lo tuvimos, casi todo el tiempo, de frente. Esa combinación fastidió la mayor parte de las instantáneas. Es lo que tiene visitar de vez en cuando un sitio, que te tienes que fastidiar con las condiciones meteorológicas que haya en ese momento.

Mientras íbamos de un sitio a otro, y más destacable cuando nos dejamos los pulmones en la ascensión hasta la base del Roque Nublo, no parábamos de hablar. Durante las casi cinco horas que estuvimos de aquí para allá hablamos y hablamos. En realidad hablaba más sulaco que yo, pues yo prefería escuchar intentando aprehender lo que me estaba contando. Creo que ya voy a dar, de una vez por todas, el salto, y me interesa saber qué condiciones salariales y de trabajo, en general, se presentan en Holanda y otros países. Despertó mi interés lo que me contó del Proyecto Eures y de cómo él traspasó la frontera gracias al mismo. Tanto que, nada más llegar a casa me metí a ver lo que había al respecto. Y hay mucho. Estoy entusiasmado. Ya estoy perfilando un plan para perfeccionar el inglés y hacer algunos méritos adicionales. A ver si en un plazo de unos doce meses estoy, por fin, fuera de aquí. Siento verdadera envidia -espero que de la sana- viendo programas como Españoles en el Mundo y Callejeros Viajeros.

Atardecer con calima sobre el Roque Nublo y el Teide

Aunque estoy encerrado en la isla, hay lugares de la misma que no visito hace años. Y mira que la isla es chica. En el caso de la Cruz de Tejeda, por ejemplo, si no hace más de un lustro que no la veo, sí estoy seguro que no menos. Y la base del Nublo hace ya más de dos décadas que no la visito. De hecho, la última vez que estuve, fue para hacer prácticas de rápel con mi tío. Desde entonces no había vuelto a verlo tan de cerca. Tanto tiempo hace que no paso por algunos sitios que me sorprendió ver lo propagado que están las furgonetas que venden víveres y agua a los turistas que por allí se aproximan. En todos los rincones y miradores hay alguna. Tanto tiempo que me sorprendió ver gallos sueltos por la Cruz de Tejeda. Algo que, según me decía sulaco, ha sido siempre así. «¿En serio?»

En resumen, un día agradable, del que ha salido alguna foto interesante (aún tengo que procesarlas) y que me ha animado para no demorar mucho más el dar el salto. Al menos a intentarlo. ¿Será, por fin, 2010 el año en que me mande a mudar? ¿Será esto un síntoma de la venidera crisis de los cuarenta?

sábado, 5 de septiembre de 2009

'Tiburón - En las garras del hombre'

Puede que mi madre no haya sido la mejor madre del mundo, aunque para mí sí que lo es. Cierto que, como persona, ha cometido errores. La gran mayoría diluidos en el olvido y/o perdonados, cuando me tocaba a mí directamente, porque a una madre, si es como la mía, se le debe perdonar absolutamente todo. O casi todo. Porque hay una de esas cosas que hizo que aún no he conseguido perdonarle: que me llevara a ver 'Tiburón 3' cuando apenas tenía... ¿cuánto? ¿Nueve años? Junto con 'No profanar el sueño de los muertos', película que me produjo más de una pesadilla, 'Tiburón 3' supuso mi completa ruptura, a edad tan temprana, con el medio marino y, desde aquella tierna infancia, me ha provocado no pocas pesadillas con tiburones blancos de dientes enormes e insaciable sed de sangre. Sed de mi sangre. Incluso, durante años, no me atrevía a meterme en una piscina por la noche no fuese a encontrarme con uno de esos bichos escondido en alguna esquina. Eso aún no se lo he perdonado a mi madre. Porque, además, era una película argumentalmente mala malísima, y de calidad de filmado pésima. Todavía recuerdo el tragicómico recurso visual de hacer aparecer el cabezón de escualo detrás del aterrado hombre, que había caído en el agua segundos antes y que con ojos como platos miraba a la cámara, para ocultarse, unos instantes después, justo para no ser visto antes de que se diese la vuelta el susodicho tropezón de carne. Vamos, como en los espectáculos de marionetas, esos en los que los niños gritaban «¡Que lo tienes detrás! ¡Detrás! ¡Pero mira detrás, imbécil!».

Por aquello que dicen y predican de «la única forma de vencer tus miedo es enfrentándote a ellos», creo que he desarrollado un gusto enfermizo por los documentales sobre el mundo marino y, en particular, por aquellos que tratan sobre los tiburones. Durante un tiempo parecía que las películas que se producían de este género daban la razón a la visión ficticia de Spielberg sobre el tema, recreándose en los atroces ataques de los escualos contra inocentes personas, surfistas, bañistas, y cualquier tentempié de carne humana que se cruzara con estos temibles peces o que osara adentrarse en el reino de estos insaciables devoradores de hombres. Vamos, películas que no hacían otra cosa que reafirmar mi convicción de no volver a meterme en el agua de la playa durante el resto de mi existencia.

Sin embargo, esa tendencia documental ha cambiado en los últimos años. Documentales más rigurosos y mejor planteados, que buscan más la comprensión que el espectáculo, demuestran que si bien es necesario «conocer para amar», es trágicamente común en el carácter humano «odiar a causa de la ignorancia o la desinformación». Los nuevos documentales que acercan estos animales a los espectadores, luchan contra los prejuicios que otros productos de la industria han inculcado durante años y años en las mentes de las personas. Un trabajo admirable y, hay que decirlo, complicado, dado todo lo que tienen en contra al defender a estos bichos. No se me ocurriría imaginar a un bañista, así con la forma de piolín, cantando «me parece haber visto un lindo pececito». Y es que, por muy racionalizado que tengamos el que los ataques de tiburón tan solo matan cinco personas al año, lo que deja a la gripe común como una verdadera pandemia segadora de vidas humanas, el ver una aleta sobresaliendo del agua haría que hasta el más entero deje un reguero de puré de caca flotando mientras nada a velocidad impensable hacia la playa.

'Tiburón - En las garras del hombre', producción canadiense de nombre original 'Sharkwater', se suma a ese intento por conseguir que la gente se preocupe por lo que estamos haciendo a estas criaturas que llevan muchos miles de años más sobre la faz de la Tierra -o, mejor dicho, surcando sus océanos- que el homo sapiens. Es una película que apunta el gran problema que nos encontraríamos si seguimos eliminando, sin control, éste gran depredador cuya función es, precisamente, ejercer un control sobre las poblaciones de otras especies en los océanos. Digo «apunta» porque en realidad no consigue explicar en detalle los motivos de ello, pero lo que se dibuja no plantea un futuro halagüeño de seguir así. Y si bien no consigue documentar exhaustivamente nuestra dependencia de los voraces peces, sí es cierto que las imágenes de las atrocidades que hacemos los hombres con estos animales no dejan -o no deberían dejar- impasible a nadie que las viese. Imágenes terribles de lo que se llega a hacer, del dolor que se llega a causar, por unas míseras monedas. Un nuevo capítulo de la reiterada historia de la humanidad. La sopa de aleta de tiburón, desgraciadamente, mueve mucho dinero y hay mafias en torno a ella. Al menos eso es lo que plantean en las experiencias que vive y documenta el protagonista, también escritor y director, Rob Stewart (no, no es el cantante, de nombre Rod), en esta su película.

'Sharkwater', prefiero su nombre en inglés para referirme a ella, por brevedad, es una película muy bien hecha, con imágenes magníficas, bien montada, con un tono de narración adecuado y que consigue, al menos conmigo lo hizo, que le perdamos un poco de miedo a los tiburones, haciéndonos sentir cierto aprecio por ellos y un gran desprecio por los que, sin contemplaciones, los están aniquilando hasta el punto de estar considerados en la actualidad en peligro de extinción. Una vez más, la especie humana, demuestra lo que vale reflejándose en sus actos. Por muy aterrador que nos parezca un ser, una especie, no deberíamos permitir que se los caze y mate de este modo. Permitiéndolo no nos diferenciamos de lo que hiciera el Tercer Reich con otros pueblos.

Seamos mejores. Intentémoslo. No permitamos esta masacre y que desaparezcan los tiburones. Lo lamentaremos, si llegamos a permitirlo. Los ecosistemas marinos están entrelazados de formas que apenas comenzamos a entender. Si te preocupa un poco lo que está pasando, puedes visitar Oceana para leer sobre otras atrocidades cometidas en los océanos.

Como siempre, la película se podrá conseguir en los canales comerciales o, como es de esperar para el 99% de la población, por las vías poco éticas del P2P, sustentadas por una panda de vagos y maleantes. Pero como ya he comentado en otras ocasiones, aparca tus sentimientos de culpa, que lo importante es que aprecies este trabajo y el esfuerzo que hacen porque lleguemos a valorar y comprender la existencia de los tiburones y cómo nos afecta. Y nos afectaría su desaparición.

viernes, 4 de septiembre de 2009

'No es cuestión de suerte'

A modo de continuación de 'La meta', libro que recomendaba hace tiempo, 'No es cuestión de suerte' es otra novela empresarial que intenta enseñar a pensar y a utilizar recursos para razonar de forma coherente, intentando que en las empresas no se hagan las cosas simplemente porque otros dicen que se deben hacer así, llevados por la inercia de décadas de utilización en técnicas que quedaron obsoletas en otros tiempos.

En esta ocasión Alex Rogo, el mismo protagonista de la novela anterior, pero ya en una posición consolidada dentro de la empresa, se tendrá que enfrentar a un duro revés en sus expectativas cuando el consejo de dirección lo pone entre la espada y la pared. Será una prueba contrarreloj para intentar mejorar los resultados de las empresas que están bajo su dirección en un tiempo récord. Empresas a las que ya se había llevado a su óptimo y a las que, teóricamente, no se podría exprimir más. Para ello, una vez más, hará uso de las herramientas de razonamiento que acompañan a la Teoría de las limitaciones, intentando en esta ocasión llevarlas un paso más allá.

Aunque en éste libro Eli Goldratt ilustra y ejemplifica con más detalle las herramientas que se emplean en TOC, lo cierto es que no es un libro para aprender dichas técnicas, y en ocasiones te quedas con el sabor de haberlo visto «a medias». Pero se trata de una novela en la que, haciendo uso de las mismas, los protagonistas consiguen los objetivos. Ya sean estos del mundo empresarial o del entorno personal o familiar. Son herramientas que permiten razonar y expresar, de forma ordenada, lo que se quiere ilustrar. Al igual que 'La meta' pretende, en un entorno dramatizado, que nos interesemos por el producto de éste físico que se metió a optimizar el mundo de las empresas y del que la revista Car Magazine dijo «Lo que Goldratt nos está sugiriendo es la utilización sin trabas de la inteligencia». Al menos conmigo, lo ha conseguido.

En la primera novela, el uso de TOC se orientó a optimizar las operaciones de producción. Ahora las herramientas que brinda esta filosofía empresarial se orientarán a buscar soluciones de mercado, donde se encuentra la limitación que impide mejorar los resultados de las compañías que tiene Rogo bajo su control. Para ello pondrá patas arriba la logística y algunas formas de vender que romperán esquemas. O lo hicieron entonces, porque no olvidemos que esta novela tiene casi dos décadas de existencia y, a la velocidad que se mueve el mundo de las empresas, lo que propone es ahora pan de cada día.

En cuanto a su calidad narrativa no podremos esperar que al autor le galardonen con algún premio literario. No hay prosa elaborada ni retórica preciosista. Casi todo es bastante llano y lineal, así que su lectura, amena, lo es porque el tema resulta interesante y no porque uno se deleite en las palabras que usa y en cómo las utiliza. Además, hay algún que otro patinazo, sospecho, del traductor. Peccata minuta.

Desde mi punto de vista, tanto la primera como ésta novela son dignas de ser leídas si, como a mí, te interesa el mundo empresarial. Tal vez no consiga aportar nada a tu vida, pero al menos sí cumple ser entretenida. De esos libros que te lees en un par de días.

Sueños y tiburones

¡Joder! Otra vez me he despertado soñando con un tiburón blanco. Les tengo verdadero pánico. Hoy me arrancaba un brazo, el que lleva tiempo doliéndome, pero lograba subir a un bote salvavidas. A medida que se acerca el viaje a Florida son más intensos este tipo de pesadillas. ¿Será premonitorio?

Intentaré dormir otro rato, que hay que madrugar para trabajar. Luego, cuatro días a descansar en un bungalow. A leer y a tomar el Sol. Y soñar con tiburones...

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Las anécdotas de mi pulsión consumista

Hace tiempo que sospecho que padezco algún tipo de desorden obsesivo compulsivo. Alguna especie de pulsión que anula cualquier capacidad de buen juicio que pueda tener. Y de buen juicio sí sé que tengo poco. Aunque a veces creo que se trata, simplemente, de un problema de aburrimiento. En cualquier caso me lo tendré que mirar.

Últimamente me ha dado por leer. Estoy leyendo mucho. Al menos «mucho» para alguien como yo, que lo más que leía eran artículos y libros técnicos. Como consumista compulso ya tengo una buena cantidad de libros que no he leído aún. Sin embargo en los últimos meses he desarrollado un gusto extraño en mí y me ha dado por leer narrativa de esa que dicen «de no ficción». En particular, llevo un tiempo recopilando libros sobre Lógica, tema que siempre me ha llamado la atención y al que nunca le había dedicado demasiado tiempo. Sí, hablo de la Lógica formal, y variantes, el sustrato sobre el que se edificó el pensamiento racional y científico que nos llevó a los extensores de penes. Pero de eso creo que hablaré otro día.

Revisando lo que recomendaban en algunos foros, buscando bibliografía existente sobre la materia, di con los títulos de un par de libros de reconocido prestigio -al menos eso creo como absoluto lego en la materia-, pero que estaban agotados en todas partes. Lejos de darme por vencido, pregunté a mi madre, que se mueve bastante bien por el universo de los libros de segunda mano y me recomendó usar el servicio de Uniliber. El descubrimiento de este portal me ha provocado tanto placer que estuve a punto de rascarme detrás de la oreja con el pié mientras aullaba de puro orgasmo. He tenido que hacer unos esfuerzos titánicos para no lanzarme a pedir libros y más libros por el simple hecho de estar, en algunos casos, tirados de precio.

De los dos libros que quería comprar, me arriesgué a pedir primero uno y la cosa salió bien, bastante bien. Bueno, hay complicaciones secundarias que ya pasaré a narrar en otro momento. Pasada con gloria la prueba piloto me lancé a por el segundo. Ante mi asombro tropecé con una librería que ofrecían el libro de segunda mano, aclarando eso sí «perfectas condiciones» a solo 4,95 €. «¿Cómo es posible?», me pregunté. El segundo de la lista, ordenada por precio, lo tenía unos veinte euros más caro. Y antes de agotarse el libro costaba treinta y cinco.

Parecía la ocasión perfecta, una de esas ofertas difíciles de rechazar. Y lo hubiese sido de no ser porque los gastos de envío a Canarias que ponía esa librería eran cercanos a los 15 €. Salvo para pedidos cuyo importe superase o fuese de 60 €. En ese caso no había gastos de envío. ¿Y quién se puede negar, sufriendo un desorden como el mío, a una oferta como esa? Así que ni corto ni perezoso, tras lanzarme a sumar otros dos libros que tenía en la lista, y que elevaban el importe del pedido a cuarenta y cinco euros, solicité una búsqueda en esa librería de libros que contuvieran la palabra «lógica» o la palabra «razón».

Apenas recuerdo el intervalo de tiempo que vino a continuación. Mi memoria tiene recuerdos neblinosos acerca del ímpetu con el que recorría la lista devuelta y pulsaba sobre el icono para añadir a la cesta de la compra. Después de la orgía de añadir libros de lógica por importes de uno o dos euros en la cesta, alcancé la deseada cantidad de sesenta euros y di por concluida, con mucho dolor y pena, la cacería, solicitando que la entrega se realizara contra reembolso. Estaba tan cegado que no pensaba en cómo le explicaría a mi mujer que andaba malgastando dinero en libros viejos y, seguramente, «inútiles».

Pasaron unas cuatro o cinco semanas y, llegó la notificación de Correos. En verano el horario en que atienden es incompatible con mi vida laboral, así que mi hermana se encargó de pasar a recogerlos. Al llegar a casa me encontré el paquete, de esos envueltos con el típico papel marrón de embalar. Repasando los libros que había comprado a ciegas, no pude evitar echarme a reír. Entre una buena cantidad de libros intelectuales había un par de libros pequeños que no tenían nada que ver con el tema y cuyas portadas son las que acompañan esta entrada. Literatura romántica y algo de literatura moralizante formaban parte del conjunto de libros que me empaquetaron en la librería. Me reía al intentar imaginar qué estaría pensando la persona que los empaquetó mientras, entre tanto libro de contenido para sesudos, colaba estas dos obras de temática tan... ¿vulgar? Me lo imaginé inmerso en la tarea de tetrisficar el paquete diciendo en voz alta, y para sí mismo, «qué tío más raro». ¿Se estaría intentando imaginar, por mi pedido, qué tipo de persona era la que combina de esta forma la literatura? ¿A qué conclusiones habría llegado?

Otra absurda anécdota más de mi existencia. Al menos esta vez la anécdota no ha supuesto más de un par de euros tirados a la basura en forma de libros que apestaban a humedad, eso sí. A saber de qué oscuro rincón tuvo que rescatarlos el librero -o la librera- para poder completar el envío.