Decía, antes de perderme en una autojustificación pseudoexistencialista más proclive al grouchismo que al marxismo, que me pierden en los últimos tiempos los libros de corte empresarial que, como buen defensor y presa del sistema del neoliberalismo capitalista, acabo coleccionando en compulsas compras que acontecen en las situaciones más inesperadas. ¿Que veo un sitio donde venden libros? Ahí voy yo a mirar, muchas veces, con la esperanza de que alguno caerá. Y como he dicho en otras ocasiones, me dejo llevar por los títulos de los mismos, y no tanto por las elocuentes -muchas veces no tanto- palabras con las que decoran la contraportada con tal de embaucar al posible comprador. Yo. Si el título resulta sugerente, tiembla mi tarjeta. Hay un relación inversa entre mi riqueza y lo interesante y atractivo que resulte un título.
Una de estas ocasiones en las que me vi gravitando irresolublemente hacia la compra de texto impreso, sucedió en la vuelta del viaje a Florida, del que apenas he comenzado a comentar nada. En Madrid, mientras esperábamos la hora para embarcar, me acerqué a uno de los tantos kioskos de ventas de revistas que están repartidos por todo el aeropuerto. Me atrajo ver varias estanterías llenas de libros además de las consabidas revistas. Lo primero que te tropiezas es una, estantería baja en este caso, que casi te bloquea el acceso al resto, cargada de muchos libros sobre el tema que últimamente me atrae tanto. Ahí fue donde, además de otros llevado por una gula consumista incontenible, compré el libro 'Alta diversión', porque me atrajo el título -¿cómo no?- y lo que prometían en contraportada. Y lo cierto es que cumple con lo que promete. Bueno. En realidad más o menos.
[...] Por ejemplo, hay momentos durante un proyecto en los que conviene volverse a estudiar esta joya de la teoría del management, y distribuirla entre los miembros del equipo:
LAS SEIS FASES DE UN PROYECTO:
- Entusiasmo.
- Desilusión.
- Pánico.
- Búsqueda de culpables.
- Castigo de los inocentes.
- Recompensa y honores a los no participantes.
Sin ser un libro que caiga enteramente en lo que mi estrechez de miras concibe como «gestión empresarial», la lectura es en general muy amena. Se lee rápido y resulta muy instructivo en muchas ocasiones. La estructura, aunque parece más orientada a libro de textos o recetario, queriendo decir con ello que los autores optaron por una esquematización del proceso instructivo, la mayor parte del tiempo, más que recetas -o tal vez con un estilo particular de receta que no alcanzo a percibir como tal-, lo que ofrecen son ejemplos con los que intentan justificar la elección de dicha forma organizativa. Aunque en este tercio suene como algo negativo, nada más lejos de la realidad. Algo así como decir que el contenido moldeó al continente, y no a la inversa. Tal vez ha resultado una forma abstrusa e inadecuada de decir que, tras leído, da igual la forma que le hubiesen dado a una colección desenfrenada de buenas anécdotas y ejemplos sobre cómo fomentar -por sabidas ventajas- el humor en la empresa.
Decía que el libro está bien nutrido de ejemplos y comentarios sacados de la vida real de varias empresas. Sorprende, porque hay que confesarlo desde una perspectiva de casi cuarentón de mentalidad ibérica, que existan empresas así. Tal vez la atrofia justificada y justificable de vivir en un universo empresarial gris. Asombra, casi resulta increíble, que existan empresas de colores brillantes donde la gente se lo pasa bien y, además, fiscalicen con beneficios comerciales. Incredulidad que acaba siendo seguida y adelantada rápidamente por un sentimiento de envidia que no sabría calificar si de sano o enfermizo. Decía que es lo malo de trabajar en un universo gris: acabas creyendo que los colores no existen y cuando te los tropiezas da grima verte a ti mismo como gris. Así que la razón se niega a reconocer la existencia de tales fenómenos empresariales. Son leyendas urbanas.
Pese a todo lo bueno, y adelantando que tras concluir éste párrafo acabaré recomendando, si hubiera oportunidad u ocasión, su lectura desenfadada, reconozco también, por ser justos y no inducir a su lectura con falsedades, que hubo momentos -más de los que caben contados con los dedos de una mano- en los que empezaba una página deseoso por alcanzar con rapidez el final para ver si la otra cara de la hoja traía prosa más interesante. Tal vez de puro empalago por el dulce ajeno o tal vez, creo yo, porque reiterar es sinónimo de aburrir. Y los autores pecan a veces de repetirse en exceso. Eso sin contar que no deja de suponer su publicación una plataforma de autobombo y platillo en la que ofrecernos sus servicios como única empresa que se dedica a hacerte ver, bajo la seductiva forma de un término bárbaro más atractivo como es el coaching, que dicho en su versión original no subtitulada da más caché, tu potencial para el uso del humor en tu organización. Un libro ameno, instructivo, pero -o sin pero- propagandístico. Sin «pero» porque habrá que reconocerle el mérito a los autores y el derecho a usar su publicación en la mejor forma que les convenga para su propio beneficio. ¡Ah!, el neoliberalismo, que me atrofia el sentido crítico.
Acabó el párrafo anterior y tal como prometí continúo, anticipando su fin, esta entrada de hoy, esperanzado de que al menos les haya resultado amena, con la recomendación, tal vez mirando para otro lado o cruzando los dedos tras la espalda, nunca lo sabremos, que si tienen oportunidad, o les interesa el tema en particular, o tienen a alguien que se preste a prestarlo, lo utilicen para reírse un rato, de vez en vez, porque sí es cierto que momentos cómicos los ofrece. Y es que hay anécdotas de las narradas entre sus páginas que merecen alguna carcajada como recompensa.
Y tal vez, porque todo es posible, encuentren inspiración para introducir, si fuere el caso y resultara oportuno, un mejor ambiente en la empresa con el buen uso del buen sentido del humor. Que tal vez, a fin de cuentas, habrá servido para instruir o enseñar que hay otras formas de hacer buena gestión empresarial. Pese a que suponga romper algunos paradigmas actualmente instalados en la mentalidad del directivo competente, competitivo y, lástima decirlo -máxime si es para terminar la entrada-, gris.