martes, 27 de abril de 2010

'Un trabajo muy sucio'

Era obvio que, tras devorar figuradamente la anterior novela de Christopher Moore, lo único que cabía esperar era abalanzarse inmediatamente sobre la mesilla de noche para coger la siguiente. 'El ángel más tonto del mundo' (reseña) me dejó tan buen sabor de boca que prefería quedarme en vela toda la noche leyendo que esperar a salir del trabajo para seguir con la siguiente, 'Un trabajo muy sucio' y novela responsable -título, más bien- de comprar también la anterior por aquello de que en la portada aparecía «Autor de…»

Al igual que la novela comentada hace unos días, 'Un trabajo muy sucio' ganó el Quill Award del año siguiente, 2006. Suceso que, como repito innumerables veces, no dice gran cosa de una novela (al menos para mí) que no sea aquello de que es comercial. Y léase con toda la malicia posible con la que se le pueda cargar a ese «comercial». Pero, me digo a mí mismo, no necesariamente es el caso del libro en cuestión, que una vez más viene cargado de situaciones hilarantes y momentos en los que bien merece la pena —me corrijo: sería exigible— levantarse y ponerse a aplaudir al autor. A veces los premios también son justos. Je, je y je.

Sin embargo, no todo el libro es así. El texto comienza de una forma fantástica. El arranque resulta magistral y brillante. Me paso las primeras páginas riéndome con las tonterías que le pasan al —y dice el— protagonista. Pero casi como una señal cuadrada o binaria, que cae de golpe de 1 a 0, el tono pierde y la historia se convierte en algo pesada. Suerte que es un efecto pasajero acaecido al comienzo y la historia consigue ir rescatando, poco a poco, la atención del lector —en este caso yo, que soy quien importa— hasta conseguir que vuelva a tener ganas de terminar el libro. Confieso que hubo algún momento entre la página cuarenta y la página cien que estuve tentado de abandonar su lectura. Algo por lo que opto rarísimas veces. Creo que la culpa de eso podría buscarse en lo bien que me lo pasé con el libro anterior, en el que el autor consigue plasmar como creíble un universo muchísimo más absurdo, hilarante y tronchante del que se persigue en este volumen, de corte e intención narrativa más seria. Es lo malo de leer dos libros seguidos del mismo autor, que no se perdonan los cambios de ritmo ni humor y, en general, que uno anda siempre buscando en subsiguientes lecturas lo que ha encontrado en el primer amor.

      —¿Conviene siquiera que sepa qué coño era eso? —preguntó Riviera.
      —Seguramente no —dijo Charlie.
      —Átese la chaqueta a la cintura —dijo el policía.
      Charlie bajó la mirada y vio que tenía la parte delantera de los pantalones hecha jirones, como cortada a navajazos.
      —Gracios —dijo.
      —¿Sabe? —dijo Riviera—, todo esto podría haberse evitado si hubiera aceptado el final feliz, como todo el mundo.

A pesar de este bache —casi de la profundidad de la Fosa de las Marianas— el libro va retomando poco a poco un estilo interesante y entretenido y, en el algo más del último tercio de la novela resulta francamente divertida y original, incluso apasionante. Lo que no consigue el primer tercio, repitiendo tanto lo del «macho beta», se logra en el resto del libro: simpatizar con el torpe protagonista y con sus experiencias, sus meteduras de pata y, a fin de cuenta, con las situaciones en las que se ve inmerso y que no dejan de resultar en alguna carcajada pasajera, bien buscada, intencionada y acertada por la prosa del autor. Incluso cuando lo pasa mal uno llega a desvelarse y seguir leyendo deseando que el signo de su fortuna vuelva a cambiar. El autor consigue, aunque suene melindroso, cursi y blandengue, que te hagas amigo del protagonista y te pongas en su piel.

Aunque no me arriesgaría a incluir este libro dentro de mis must read, sí que diría que es altamente recomendado. Como todo, depende de gustos e intereses, pero a mí consiguió hacerme pasar, en su conjunto y de forma general, muy buenos ratos. Y alguno malo, en este caso en el buen sentido, que es el que implica alcanzar a identificarte con Charlie, el protagonista, hasta perder el aliento cuando las pasa putas. ¿Se puede pedir algo más de un libro?

lunes, 26 de abril de 2010

Sesgo de confirmación

En economía ese Madrid-Barça se llama sesgo de la confirmación y significa que en la mayoría de las ocasiones sólo estamos dispuestos a escuchar y aceptar aquella información que refuerza lo que ya pensamos. Tendemos a ignorar o menospreciar aquello que nos contradice. Teóricamente el valor de la nueva información es siempre el mismo y, según la teoría del mercado perfecto, las nuevas evidencias son las que sirven para que algunos productos cambien de precio y se alteren las perspectivas de futuro en el mercado. Sin embargo, nuestra subjetividad hace que no toda esa información valga lo mismo. Nuestra locura tamiza las noticias y nos permite dar peso a las que se ajustan a nuestros prejuicios mientras preferimos ignorar las que nos incomodan.

Psiconomía
Javier Ruiz
Aguilar

Ya he probado el iPad

Y me gusta. Mucho.

Ahora queda convencer a mi mujer y a mí mismo de que merece la pena gastarse el dinero cuando salga a la venta.

Peleándome con Unity 3d

He decidido intentar enseñar a mi sobrino algunas ideas de programación de videojuegos. Para ello he optado por familiarizarme con Unity 3d. No desesperen aún, en algún momento de un futuro cercano me reventará el cerebro y esparciré mi serrín mis sesos encima de la mesa.

De ideales y retretes

Hasta el día de escribir esto, creo no mentir al afirmar que no puede decirse de mí que sea en exceso escrupuloso. Nunca me han afectado las conversaciones escatológicas almorzando, por poner un ejemplo tonto. Sin embargo hay cosas que no me gustan y me desagradan profundamente. En el edificio en el que trabajo, como imagino sucederá en todos los lugares donde comulgan y conviven pocas o muchas personas, sean contadas en unidades, decenas o centenas, los baños suelen ser motivo de escándalo y reflejo de las personalidades que se empaquetan en esos cuerpos supuestamente vivientes y, en muchas ocasiones, difícilmente creíble como pensantes. No es raro acercarte al retrete y encontrarte que el anterior visitante te regala la vista con restos orgánicos adheridos enérgicamente a las paredes de la cerámica. A veces en cantidades impresionantes e imposibles de describir y que mancillan la blancura de la taza resultando harto desagradable para aquel —el que suscribe en este caso— que se las encuentra cuando levanta la tapa más preocupado por desahogar sus propias necesidades perentorias que por aquello que pudiera llegar a encontrarse. Creo que ya he hecho demasiado hincapié describiendo una escena que a casi todos les habrá sucedido y les sonará más o menos común. No soy muy escrupuloso, decía, pero esta imagen me revuelve las tripas y hace que la Humanidad socializada y civilizada pierda muchos enteros en la escala evolutiva. En momentos así me dan ganas de empalar, a lo Vlad Tepes, al artífice de la dudosa obra de arte. ¿Qué más le costará al anterior usuario mantener unos principios de convivencia e higiene que él mismo agradecería? Hijo de la gran puta, es lo que pienso.

Aunque hay que ser socialmente evolucionado y ofrecer al ajeno el supuesto de inocencia, pues a muchos nos pasa que con la misma prisa con la que anhelamos cagar, deseamos salir del aseo con premura pues nuestros deberes nos reclaman y, es bien sabido, nadie hace el trabajo de otro y existen, siempre, motivos de fuerza mayor. Así que es de buena persona perdonar al prójimo los pecados en que uno mismo podría incurrir en circunstancias menos favorables y esperar que la próxima vez coja la escobilla para retirar sus restos. Yo, al menos, en eso sí soy muy escrupuloso.

Ahora bien. Supongamos que un día se cruzan con el personal de la limpieza del que conocen una predisposición y dedicación a prueba de bombas para limpiar la mierda de otros. A aquellos que hay que agradecer que los baños no den ganas de vomitar cada vez que se entra y que el sentarte a cagar no sea una prueba de entereza visceral más apta de los boinas verdes o de Rambo, capaz de comer cosas que harían vomitar a una cabra. Pero sigamos con el personal de limpieza. Hete aquí que, por esas cosas de la confianza que surge cuando se convive en las mismas instalaciones, te enteras que hay una disposición especial que les prohibe limpiar la mierda que otros han dejado el día anterior. Es más, se les amenaza con inhabilitarlos en sus funciones de persistir en esa actitud. Da igual lo que se haya avanzado en productos de limpieza. Simplemente, las cagadas pretéritas no se tocan. ¿A que sería un suceso asombrosamente extraño e inaudito?

A nadie —a menos nadie que me conozca— se le escapa a estas alturas que tengo el órgano del cinismo algo dilatado y en el momento de escribir esto anda especialmente revoltoso. Pero no son pocos los que me han escuchado decir que las sociedades no dejan de ser experimentos, retretes, donde los ideólogos dejan sus cagadas para que, durante unas pocas generaciones, las pongamos a prueba. Así hasta que llega otro ideólogo, que habrá comido de otras fuentes, y defeca unos nuevos ideales con los que tendremos que vivir otros muchos años. Otro experimento que sigue a otro experimento que sigue a otro experimento social. Cagada sobre cagada sobre cagada. Y así nos podríamos remontar hasta el comienzo de la existencia civilizada y socializada.

A veces a una generación se le da la oportunidad de limpiar las paredes de la taza para permitir, por un momento, que esa sensación de encontrarse con un espectáculo asqueroso sea menos probable y, aunque suene grandilocuente, para que se haga justicia, esa palabra tan malograda y tan mediatizada. Y dentro de esa generación hay quien decide armarse de valor y ponerse manos a la obra para retirar tanta inmundicia que se ha heredado de ideólogos anteriores. Pero, vaya ironías de la existencia, siempre habrá quienes se opongan a que se retire la mierda de otros alegando cosas tan absurdas como eso es caca antigua, caca pasada y, a fin de cuentas, ideales de terceros.

¿He dicho ideales cuando quería decir mierda de otros? Vaya, discúlpenme este desliz, ¿pero les suena toda esta metáfora? Pues sí, de eso se trata toda esta historia —que sí, que sí, que sé que es aburrida—. De una gran cagada, de esa magnífica Ley de Amnistía de 1977, que no es otra cosa que una gran cagada que en su momento pareció una buena idea a unos cuantos ideólogos que tenían unas ganas enormes de quitarse encima el problema a toda prisa —como suele ser cuando uno se deshace del apretón, se relaja el esfínter y desaparece la presión— y que ha estado adherida a las paredes de este experimento actual, de esta letrina, que es nuestra sociedad de hoy. Y, para remate de la faena, para descojono adicional de los extraños y extranjeros, le estamos dando por culo a la persona de la limpieza que ha intentando despegar un poco de esa mierda hedionda que resulta irritante a todos los que tienen cierto talante intelectual y visión crítica. No todo lo pasado ha sido mejor. Por mucho que algunos quieran seguir viviendo en las cavernas de la edad de piedra.

jueves, 22 de abril de 2010

Limited Response Time (iPhone)

Because of the way it is used, iPhone needs to be snappy and expects the same of your application. When your program is launched, you have to get your application open, preferences and data loaded, and the main view shown on the screen as fast as possible—in not more than a few seconds. At any time when your program is running, it may have the rug pulled out from under it. If the user presses the home button, iPhone goes home, and you have to quickly save everything and quit. If you take longer than five seconds to save and give up control, your application process will be killed, regardless of whether you are finished saving.

Beginning iPhone 3 Development
Dave Mark / Jeff LaMarche
Apress

miércoles, 21 de abril de 2010

Más e-libros

dbebooks ha muerto, viva Wow! eBook.

¿Quién dijo pirata?

Pruebas de SyntaxHighlighter

Probando SyntaxHighlighter en Blogger usando la propia sede web del autor a modo de hosting siguiendo las breves instrucciones encontradas aquí.

class GranPepino : MiniPepino, IPepinable
{
public void Menear (int intensidad)
{
}
}

Pues parece que funciona :-)

Test-Driven Development

Test-driven development (TDD) is the obvious example, in which developers increase their ability to respond to change without compromising the stability of their code base, because each known and desired behavior is already codified in a suite of tens, hundreds, or thousands of automated tests that can be verified at any moment.

ASP.NET MVC Framework preview
Steven Sanderson
Apress

martes, 20 de abril de 2010

'El ángel más tonto del mundo'

Una tarde que salgo temprano —si es que a las seis y media de la tarde se le puede decir temprano— del trabajo decido ir a pasear por la que se ha convertido en zona predilecta en Madrid durante mi estancia: Callao, Sol, Plaza mayor, Gran vía… Ese día, después de llegar a Ópera, me doy cuenta que no tengo tantas ganas de caminar, al fin y al cabo. Altero los planes y opto por acercarme a la FNAC, a poco más de diez minutos a paso lento. ¿Qué hacer en la FNAC sino mirar discos, películas, cómics y libros? Me voy a la sección de libros y alcanzo a ver la dedicada a las ediciones de bolsillo. Hacer algo de tiempo es el objetivo, pues no quiero meterme tan pronto en el piso. En el último momento los compañeros me han dejado tirado. Dichoso trabajo que elimina cualquier deseo de vivir… Aunque no tengo intención de comprar. Parece tragicómico —casi patético— pasar el rato rebuscando entre los libros cuando no hay intención de comprar. Sin embargo, tropiezo con un libro que me llama la atención. Su título, qué novedad. Decido llevármelo, pero en la base de la portada reza «Por el autor de 'El ángel más tonto del mundo'». Libro que, por cuestiones de la mercadotecnia, se encuentra justo al lado y con una portada de color llamativo. «Tarjeta de crédito que paga uno, soporta dos», pienso, y me lo llevo también.

Ya en el piso, decido que los leeré en orden cronológico y los pongo, a la espera, para cuando termine el que estoy leyendo y los dos encolados y que van antes. Y así comienza mi descubrimiento de Christopher Moore, escritor del que he de decir que me ha sorprendido enormemente, y encantado, esta primera novela que leo. No es su primera novela, de hecho, pero uno es ignorante por práctica habitual y no necesariamente he de conocer a todo autor que ha pergeñado una obra. Lo bueno de la ignorancia es ese sentimiento de placer y satisfacción que te ofrece el descubrimiento. Y haber leído este libro ha resultado un completo descubrimiento. Un fall in love absoluto con la historia.

'El ángel más tonto del mundo' (recomendaría encarecidamente NO LEER el resumen de la trama porque podrían perder la oportunidad de gozar de un par de buenas sorpresas de esas con las que exclamas «¡Anda!») es un libro fantástico, en género y en exclamación, cargado hasta la última página de humor absurdo, escrito con un estilo sencillo, directo y desenfadado, que no puedes dejar de leer desde que empiezas en la primera página y que, al concluirlo, consigue que aún te queden ganas de seguir con más y más. Uno de esos libros que devoras y que producen una pena terrible cuando se alcanza el último punto y aparte. Aunque en este caso el autor nos regala, a modo de conclusión del volumen, una historia corta que sucede un año después de los disparatados acontecimientos que se narran en el cuerpo principal de la obra.

      —Cerrad la puta boca y llevad el puto árbol a la puerta de atrás —gritó Dale mientras agitaba el revólver.
      —La pólvora les da un toque a pimienta muy agradable —se defendió Marty.
      —No sigáis —dijo Bess Leander—, que me muero de hambre.
      —Habrá suficiente para todos cuando consigamos entrar —les animó Arthur Tannbeau, el granjero de cítricos.

No soy muy amigo de creerme los premios. Entre otras cosas porque rara vez leo todas las novelas que compiten. Pero he de decir que no me extraña nada que a 'El ángel más tonto del mundo' le dieran en 2005 el Quill Book Award. No porque conozca ese premio en particular o porque sea un entendido en la materia. Simplemente porque había que darle un premio y, supongo, ese es tan bueno como otro cualquiera. Ya que, al menos para mí, es de esas historias que, por original, fresca, hilarante y bien narrada se merece un premio.

La historia aún consigue que me ría yo solo cuando recuerdo algunos pasajes, momentos y personajes. Hasta los títulos de los capítulos resultan en ocasiones desternillantes. Y es que hay algunos como «Las armas de tu insignificante dios gusano son inútiles contra mi superior kung-fu navideño», que son para quitarse el sombrero (si lo llevara) y hacer una reverencia. ¡De cabeza a la lista de los must read!

sábado, 17 de abril de 2010

Los rotos

Sé que es un topicazo y que todo el mundo lo ha dicho o escrito un muchillón de veces a lo largo de la historia moderna, pero me resulta fascinante la elasticidad del tiempo. Mi estancia de seis meses en Madrid se pasó en un guiñar de ojos y cuando me volví a Las Palmas tenía la sensación de que no hacía ni un día que me había mudado allí. No llevo ni cuatro semanas en Las Palmas y tengo la sensación de que llevo meses aquí. Cuando menos es un fenómeno curioso. Pero aún quedan anécdotas de las vivencias en Madrid con las que aminorar el impacto del paso y el tedio de estas semanas y de las que habrán de venir.

Los rotosYa he comentado en alguna ocasión que Madrid es un universo de rincones. En el sitio menos esperado te puedes encontrar alguna joya, en general gastronómica, con la que disfrutar con los amigos. Así fue el caso de Los Rotos, sito en la calle Las Huertas 73. Cerquita de Paseo del Prado y, como casi todo en la zona más céntrica de la capital, a un tiro de piedra de una parada de metro de de cercanías. La estación de Atocha queda al lado.

El descubrimiento del sitio se realizó por pura casualidad, como muchos de los grandes descubrimientos de la historia, paseando en un frío día con mi amiga Noelia y con el apetito incordiando en las tripas, tras visitar una exposición de un arquitecto italiano de nombre Andrea Palladio en el CaixaForum, edificación de corte singular que merece la pena ver en directo. Salimos de nuestra visita a la sala con ganas de meternos en el cuerpo algo energéticamente potente para combatir el frío y el cansancio tras llevar unas cuantas horas caminando de un lado a otro por Madrid. Y, como quien no quiere la cosa, callejeando perdidos porque ninguno es oriundo de Madrid, nos encontramos en una esquina el local en cuestión, que de forma tímida escondía su letrero tras un arbusto plantado en un macetero enorme. «¿Te apetece unos rotos?», «¡A mí me vale!», fue toda la conversación y, minutos más tarde, nos estábamos metiendo entre pecho y espalda dos exquisitas sartenes de rotos. Una con chistorra y la otra con boletus, creo recordar. La oferta no era excesiva, aunque tampoco en exceso reducida, y con el tiempo y la repetición he perdido la cuenta de la frecuencia y momentos en los que fue una u otra alternativa la elección devorada. La constante era, eso sí, la alternativa con chistorra. Cinco euros la sartén de contenido generoso, cinco euros más en bebidas y por tanto quince euros más tarde y pobres, estábamos de nuevo caminando por las frías calles de un enero madrileño disfrutando aún de la exquisitez y el regusto tardío de una comida simple y sencilla y que nos supo a gloria.

De tal magnitud se presentó el hallazgo que al siguiente fin de semana lo visité en compañía de mi mujer. No es concebible que disfrute con "otras" lo que a mi mujer estaría dispuesto a negarle, sabiendo que es tan buena de boca como yo. Un segundo éxito y reafirmación de lo que a mí ya me pareció en su primera visita: Un verdadero placer para el paladar. El recuerdo aún consigue que salive.

Los rotos

Tan entusiasmado con las sobredosis de proteínas de origen embrionario estaba, que anduve cantando las glorias y virtudes en la oficina delante de amigos y extraños. Y lo extraño es que, madrileños de toda la vida, que había unos cuantos, desconocían aquel lugar tan virtuoso que había crecido en su propia ciudad, casi plantado frente a sus narices. Convencí a un extranjero inmigrante de habla italiana, tal vez más dado a probar cosas nuevas por ser también de tierra distinta, para que me ofreciera su compañía durante una nueva degustación de ese manjar que es el huevo bien acompañado. Al siguiente canto del gallo éramos dos los que hablaban maravillas del lugar. Y así se fue sumando, a cuentagotas y en el transcurso de las semanas que mediaron antes de mi marcha, otros compañeros. Tanto así que, en la última salida, ya en mi despedida, éramos suficientes para ocupar la mitad de la pequeña sala con mesas. Aunque a nuestras carcajadas y vociferadas conversaciones no había ni puerta ni ventana que las contuviera. Una de tantas noches memorables que me regalaron los amigos recién hechos en esas tierras.

Guardo gratos recuerdos de un local pequeño y discreto en el que sirven unos [huevos] rotos que están de muerte, en sartén o mollete, y en el que, aún a riesgo de sufrir índices de colesterol inimaginables y ponzoñosos, merece muchísimo la pena ir a comer. Si pasas un día por Madrid, no pierdas la oportunidad de visitarlo. Yo, sé positivamente, que repetiré cuando vuelva por allí. En compañía, que es como mejor se disfruta de estos sitios, estos ambientes y estos platos.

miércoles, 14 de abril de 2010

'Psiconomía'

En la línea de los libros que he venido leyendo últimamente, tenemos 'Psiconomía', cuyo autor es Javier Ruiz, presentador y subdirector de noticias de la cadena Cuatro… Qué grande es Google, sí señor. Con lo poco que veo la televisión no tenía ni idea de quién era este encantador señor. Y el libro no sabía ni que existía. Fue un regalo de mi mujer que, sabiendo que últimamente desperdicio el tiempo en cosas insustanciales como la Economía Conductual, se dejó caer con él en el día de Reyes.

Algo que le agradezco mucho pues el libro es muy entretenido. Al menos a mí me ha resultado bastante entretenido e, incluso, ilustrativo. Te ofrece una visión general y diferente de la economía y de las decisiones que tomamos. Una visión que merece la pena descubrir. Es un libro en la línea de los estudios que podemos encontrar en 'Freakonomics' (reseña) y en 'Las trampas del deseo' (reseña). Más en la línea del último, al que casi dedica un capítulo. Por cierto, y cambiando un momento de tema y autor, no había visto hasta hace unos días el programa de Redes dedicado al libro y los estudios de Dan Ariely. Es de hace dos años, pero sigue mereciendo la pena verlo.

Volviendo al autor del libro, decir que consigue que el texto resulte de lectura ligera. Es ameno y en algunos momentos hace que sonrías con las anécdotas que cuenta (lo del chimpancé y los inversores de bolsa es de antología). Aunque la mayoría de las veces resulta sorprendente. Hay ejemplos que desarman la racionalidad inmisericorde del mercado y que hacen que te preguntes cuánto nos engañan, cuánto nos dejamos engañar y cuánto nos autoengañamos. El peor de los engaños es el que nos hacemos a nosotros mismos.

En economía ese Madrid-Barça se llama sesgo de la confirmación y significa que en la mayoría de las ocasiones sólo estamos dispuestos a escuchar y aceptar aquella información que refuerza lo que ya pensamos. Tendemos a ignorar o menospreciar aquello que nos contradice. Teóricamente el valor de la nueva información es siempre el mismo y, según la teoría del mercado perfecto, las nuevas evidencias son las que sirven para que algunos productos cambien de precio y se alteren las perspectivas de futuro en el mercado. Sin embargo, nuestra subjetividad hace que no toda esa información valga lo mismo. Nuestra locura tamiza las noticias y nos permite dar peso a las que se ajustan a nuestros prejuicios mientras preferimos ignorar las que nos incomodan.

El texto, que no pretende profundizar en exceso en la teoría de la Economía conductual hace un repaso general a las diferentes anomalías encontradas al mercado perfecto. Es un libro de intención didáctica que, aunque no profundice, tampoco debe ser tomado como algo superficial. Abarcar mucho y apretar lo justo es una buena fórmula para un libro divulgativo. Un claro intento de hacer entender y acercar a las masas, ignorantes como puede ser mi caso, el conocimiento de las mencionadas anomalías. En este punto creo que el autor lo consigue perfectamente habiendo escrito un libro que merece la pena leer.

En la línea de otros libros por el estilo, éste viene asociado a un blog que, a diferencia de los otros, por las fechas y por lo poco que ha durado, parece más un intento de dar presencia a las ideas del autor y presentar su postura antes de la salida del libro. El punto negativo, de haberlo, sería esa campaña de marketing soterrada. Pero en realidad eso tiene poca importancia, pues el libro ha de servir, para aquel que esté interesado en la materia, como punto de partida para seguir leyendo e investigando de otras fuentes. El autor sabe lo que sabe y hace lo que puede: tender un puente. Y para el que no, ha de servir para conocerse un poco más a sí mismo y las emociones que intervienen a la hora de tomar decisiones que le pueden perjudicar económicamente. Nada como conocerse a uno mismo para evitarse disgustos.

lunes, 12 de abril de 2010

Impresiones imprecisas de Orlando

Parece mentira, y por más que uno no haga otra cosa que repetírselo en infinitas ocasiones, el tiempo pasa con una celeridad pasmosa. Tengo la sensación de que fue ayer cuando volvía de Orlando con un cabreo considerable convencido de que había sido el peor viaje de mi vida. Aclaro que en mi vida no he alcanzado a viajar mucho, pero ya hacen falta dedos de ambas manos para contarlos, por lo que me considero capacitado —creo— para construir con ellos una escala cualitativa; sin esconder que a veces también con intenciones cuantitativas. Dicho lo cual, sitúo el viaje a Orlando como el peor hasta el momento. Lo relativamente bueno de tener un «peor viaje» es que a partir de ahí, los siguientes los podrás comparar con éste. Tengo la esperanza de seguir viajando en el futuro y la confianza de que ninguno sea peor, ni comparable, con el viaje a Orlando. Parte de mis quejas ya se pudieron intuir en la entrada que publiqué nada más llegar, Jet Lag prorrateado, por lo que no voy a profundizar más en el asunto ni seguir metiendo el dedo en la llaga; aunque los recuerdos de las vivencias me empujan a desear meterle el brazo por el ano a más de uno.

Empezaba diciendo que parecía mentira, pero hace ya medio año que volví de pasar dos semanas en Florida. Y, repito, tengo la sensación de que sucedió ayer. Pero lo cierto es que la memoria es engañosa y las vivencias y sensaciones se van desdibujando, emborronando. Tal vez gracias a eso, las asperezas se van limando con el tiempo, y lo que te pareció tan terrible entonces ahora no deja de ser una anécdota más del viaje. Pero con lo bueno también pasa lo mismo. Así que, antes de que degenere completamente mi cerebro, quería trasladar algunas de las cosas que me sorprendieron del viaje en su conjunto, de Orlando en particular, y de Florida en general. Buenas y malas. E intentaré hacerlo en orden cualitativo en función de cuánto me llamó la atención.

La primera cosa que me llamó mucho la atención, con diferencia, fue la cantidad de gente mayor que trabajaba. Cuando digo mayor no me refiero a gente de cuarenta y cinco años hasta la edad de jubilación. Hablo de gente vieja, muy vieja. Gente que, normalmente, deberías y esperarías ver sentada en su mecedora esperando la visita de sus nietos. Abuelos y abuelas, vamos. «Tragicómico» es una palabra poderosa que, sin embargo, se tiende a asociar más la parte cómica que con la trágica. Así que, para evitar despistes en este punto, diré que si al principio era curioso, casi cómico, ver a los abuelos servirte en los restaurantes o recoger las papeleras, me resultó terrible, trágico, dramático incluso, ver a un vieja de ochenta y tantos años, completamente encorvada y sin apenas poder subir los brazos —¿problemas en los manguitos de los rotadores?— sirviéndote la ensalada. A mí, al menos, que me considero hasta cierto punto empático, se me rompía el alma viendo a aquella mujer. ¿Qué empuja a estas personas a necesitar trabajar a estas edades? ¿Qué sistema inhumano permite que se produzca? ¿De que sirve que un país se enriquezca aumentando su PIB constantemente si no es capaz de garantizar una vejez digna y despreocupada a los veteranos de esa sociedad? ¿Será este el futuro que nos espere cuando lleguemos a esas edades? ¿O, por el contrario, es una forma de hacer que se sienta útiles? Dudo esto último. Terrible.

También los peces mueren allí donde los sueños se hacen realidad - Orlando - Florida


Todo se mide en otra escala. Todo es grande. Incluso inmenso. Los coches, las casas, las garrafas de té (el té verde también se vendía en garrafas de un galón y pico —aproximadamente cinco litros—), los paquetes de carne o embutidos, las distancias, el número de carriles en la calzada. De todo lo había en tamaño gigantesco y/o descomunal. Recuerdo ver solamente una vez, en el día que pasé en Miami, un coche pequeño, tipo el Toyota Yaris, porque hasta el Yaris en versión norteamericana es monstruosamente grande. Hasta los bichos venían en tamaño extra grande.

Aunque claro está anduve por una zona netamente turística —el parque de atracciones de EEUU, le dicen—, la gente por lo general te respondía siempre de forma agradable. Claro que de ello dependía las propinas. La única pega eran los conversos. Esos son los peores que hay. En todas la épocas, sociedades o religiones, lo pero será siempre topar con un converso. Aunque te viesen con dificultades para expresarte en inglés, y ellos supiesen español, no te ayudaban hablándote en tu lengua. Eso pasó en una gasolinera y en una tienda. Sin embargo era muy gracioso ver cómo gente nativa, con un dominio escaso de la lengua de Cervantes, intentaban explicarte las cosas y ayudarte. O molestarse en ir a la cocina y traerte alguien que sí hablase español.

Las propinas se usan para todo y para todos. En cualquier sitio es habitual que te agradezcan una propina. Incluso los hay que ya lo adelantan con algún cartelillo gracioso en el que se pueda leer algo del estilo «las propinas serán bien recibidas». Y en cualquier restaurante, cuando ya no te lo han cobrado previamente, te dejan que decidas tú la cantidad que vas a dejar de propina. Rara vez aceptan menos de un 10 o 15%. Salvo que tengas claro que no vas a volver al sitio y te de igual que te escupan en el plato o claven alfileres en algún muñeco vudú con tu cara.

El guía currándose la propina


Empleando el razonamiento inductivo, si éste negro de dos por dos es un agente del sheriff y si éste negro de dos por dos es un agente del sheriff, entonces todos los agentes del sheriff son negros de dos por dos. Vi unos cuantos agentes y había una constante. Todos era negros, altos y con unos brazos como jamones. Por deducción, si eras negro y alto, eras agente del sheriff. Imponían. Te quitaban las ganas de pensar, siquiera, en cosas sucias. La primera noche, buscando un 7-Eleven nos metimos en una gasolinera y había tres coches del sheriff. Los agentes estaban fuera hablando. La imagen era de estampa y estuve tentado de sacarles una foto. A lo que el resto me interpeló con algo así como «¡tú estás loco!». Así que seguimos nuestro camino agachando la cabeza y con sensación de culpabilidad por algún delito que tuviste que haber cometido en nuestra infancia. Tanto imponen. Te miran, enarcan una ceja y tú, inmediatamente te dices de forma atropellada «¡lo sabe! ¡le robé a mi madre cinco pesetas para bolas de chicles cuando tenía ocho años!».

Por las distancias tan grandes (dicho hace un par de párrafos), sin coche no eres nadie y buena parte de la vida se hará dentro de él. Sabiendo esto, y habiendo vivido en Las Palmas toda mi vida, y en Madrid durante unos meses, me sorprendió que la gente fuese bastante educada en la carretera. Rara vez vi a alguien ir más rápido de lo estipulado por ley, hacer alguna maniobra brusca que te perjudicara y, en general, todo el mundo mantenía la distancia mínima con el coche siguiente. Claro que, de no hacerlo, te veías al coche del sheriff deteniéndolo y a un negro enorme (leer párrafo anterior), con la mano apoyada en la culata de la pistola, acercarse al coche. De estar en esa situación, ese hubiera sido el momento adecuado en el que cagar hasta la primera leche materna.

La cantidad de anuncios que ponen en las cadenas de televisión es irritante. Apenas vi televisión, pero cuando veías algo, era completamente normal que se interrumpiese cada diez minutos para meterte veinte de publicidad. Y los canales de habla hispana eran para darle de comer aparte. Había una serie de anuncios machacones y risibles contándote que según las leyes de La Florida si sufrías un accidente de tráfico tenías derecho a una indemnización de hasta diez mil dólares. Esos anuncios y la cantidad de abogados hispanohablantes ofreciendo sus servicios eran la tónica. Sin embargo la televisión era un medio perfecto para saber que en un mismo lugar coexistían dos culturas completamente distintas. Por lo que ponían sabías diferenciarlos. En los pocos canales hispanos abundaban programas tipo reality en las que dos tipas se peleaban por un macho gritándose palabras tan raras como «piqui», o de corte religioso que, junto a los anuncios ya mencionados, daban cuenta de la escala intelectual de los telespectadores que optaban por ellos.

Hay más. Muchas más anécdotas que, sin embargo, creo que ya ni merecen la pena ser mencionadas y, aún menos, recordadas. Quitando la de los parques de atracciones, que esas las dejaré para otro momento. Sin ser estas últimas, creo que he elegido un grupo aceptable con el que aburrir al casual lector y que me servirán a mí, tal vez dentro de uno, dos, diez años, si sobrevivo al transcurrir de tanto tiempo, como recordatorio general de lo que viví y experimenté. Pero aún me queda una más que sí quería contar.

Limusina para las madonnas


Había dicho que las iba a colocar en cierto orden desde lo que más me llamó la atención a lo que menos. Sin embargo he reservado para el final, siendo tal vez la más importante y parcial motivo de que mi valoración del viaje fuese tan mala, una sensación de la que no fui consciente hasta haber vivido allí unos cuantos días. De un modo extraño se te iba introduciendo lentamente, calándote poco a poco. Algo que no se podría explicar con ejemplos concretos —alguno sí hubo—, ni señalar con el dedo, pero que estaba en todas partes; que lo impregnaba todo. Esa sensación era, más allá de la que puede producir estar fuera de tu casa, en un lugar que no conoces y eres un extraño, que todo, absolutamente todo, rezumaba falsedad. Esa falsedad que te da lo sintético, el plástico. Hasta el tiempo allí parecía artificial. Volví de Florida con la sensación de no haber vivido ninguna experiencia genuina, sino una forma refinada de existencia, marcada por y cargada de espectáculo, en la que nada era cierto y en la que predominaba el temor a mirar detrás del telón para no descubrir los espejos con los que se consigue la ilusión y perder con ello el encanto. Tal vez por ese miedo, todo el mundo caminaba como de puntillas en esa realidad virtual, queriendo no despertar al consciente que nos gritaría inmediatamente que todo aquello era falso. Que todo era cartón piedra, plástico y gomaespuma.

Siempre creí que mi primera visita a EEUU sería entrando por la ciudad de Nueva York. No fue así. Y la sensación que me quedó de esta primera visita a ese país ha sido bastante mala. Sé que no todo EEUU es así y que hay sitios que sí merece la pena visitar. Además de Nueva York, una de mis ilusiones es pasear por los parajes naturales de ese país: Yellowstone, El cañón del Colorado… Pero desde luego Orlando, tal vez por extensión Florida, es uno de los que no creo que vuelva a ver en mi vida.

jueves, 8 de abril de 2010

'Mundo anillo'

Cada vez que releo 'El juego de Ender' me entran unas ganas tremendas de retomar la lectura asidua del género de ciencia ficción. Junto con el de fantasía fue el preferido las pocas veces que abría un libro en mi adolescencia y primera juventud. Con este afán inercial, me lanzo a rebuscar entre la literatura paciente que espera su momento y que hay en mis estanterías a ver si hubiera algo más del género al que hincarle el diente o, en metáfora más adecuada, posarle el ojo. Me releí el libro en Madrid, así que poco libro tenía por allí para continuar con la inercia eufórica. Por suerte en Madrid hay tropecientas librerías. Una de las tantas cosas que me asombraban y admiraba de esa ciudad era que parecía que en cada esquina había una librería esperando. En cualquier caso yo, de hábitos y gustos fijos, prefería visitar la FNAC o La casa del libro. Quisquilloso que es uno.

Fue revisando las estanterías dedicadas al género que hay en La casa del libro donde me tropecé con la séptima edición de 'Mundo anillo'. Al igual que sucedió con el ya reseñado 'Guía del autoestopista galáctico', este era un libro que me habían comentado y recomendado muchas veces durante los primeros años de carrera. A alguno, ya no recuerdo quién, tal vez Toni, le parecía una obra maestra. Las librerías en fiel reflejo de este parecer decidieron que se debía agotar. Este fue otro libro que no encontré cuando lo busqué. Mi cerebro tuvo que anotar esto como un gran fracaso personal porque tan pronto el subconsciente identificó el libro, siquiera había tenido tiempo de leer el título la parte consciente, mi mano derecha ya lo había sujetado, mis pies me llevaban camino a la caja y mi mano izquierda hurgaba la chaqueta buscando la cartera para pagar. Casi me arriesgaría a proclamar que no fue hasta el momento en que estuve fuera de la librería que no logré alcanzar la conciencia plena de que acababa de comprarme uno de los libros míticos de la ciencia ficción. O que, por alguna razón de un pasado oscuro, yo había apuntado como mítico.

La lectura empieza bien. Por supuesto un futuro visto y leído en mil sitios antes. Únicamente, tal vez, porque a los que miré y leí habían copiado a este, pero así de injusta es la historia. Decía que nada nuevo en cuanto al futuro que se nos presenta, pero que resulta muy bien redactado y asequible. Me lo paso muy bien. Ayuda a ir metiéndote en la historia, en la chica del asunto. Luego tropiezas con los primeros extraterrestres que se presentan como arquetipos de la exageración. Unos muy cerebrales y muy cobardes y otros salvajes e irracionales. Me pregunto yo en este punto si el avance de una sociedad en su conjunto, llevándola incluso a las estrellas, no sería un reflejo de la exigencia de la variedad, de la coexistencia de seres inmundos y egoístas con otros afanosos y aventureros. ¿Podría existir, sobrevivir y alcanzar cotas de desarrollo tecnológico soñado, por tanto, razas tan monoemocionales? Pero bueno, aceptemos una simplificación —huyamos ahora del despectivo simpleza— en beneficio de un relato que de momento resulta agradable y entretenido.

La idea le pareció intolerable. Nada nuevo; solo intolerable. Luis Wu rememoró la total similitud existente entre Beirut y Munich o Resht… o San Francisco o Topeka o Londres o Amsterdam. Las tiendas que flanqueaban las aceras móviles vendían productos idénticos en todas las ciudades del mundo. Todos los ciudadanos que había encontrado esa noche tenían igual aspecto, vestían del mismo modo. No eran americanos, ni alemanes, ni egipcios, sino, simplemente, terrícolas.

Pero las cosas empiezan a torcerse. Una prosa detallada de las vicisitudes. Algunos momentos inteligentes adecuadamente narrados. Descripciones precisas, aunque sin pecar en la pormenorización meticulosa y quisquillosa, de un mundo distinto y artificial. Una proeza del ingenio y la ingeniería. Y todo ello —todas estas posibles virtudes—, sin embargo, no consigue evitar que aburra. A mí me aburrió. Todo sonaba a conocido ya. A recocinado y recocido. Pueblos inicialmente hiperdesarrollados que involucionan hasta abrazar nuevamente la superstición y la superchería, convertidos en bárbaros. Tecnologías que no se describen por superar a la capacidad cognitiva de los protagonistas, presuntamente más preparados a entenderlas que el lector. Situaciones clonadas de obras parecidas. Y, en definitiva, nada nuevo que pudiera destacar, concluyendo con un regusto a cartón piedra o a hueco.

Esta podría ser la crónica resumida de la lectura. Leyéndolo me di cuenta que hay otra cosa que achacar a mi prematura vejez. Ya no me fascinan las historias en las que aparecen marcianitos. O, dicho de forma más adecuada, necesito que haya algo más que hombres verdes para que una historia me resulte entretenida y especialmente destacable. Larry Niven es el autor de un libro que, para mi gusto, se convierte en uno más del montón y que, sin llegar a recomendar ignorarlo y no leerlo, tampoco voy a justificar ni hacer campaña por su lectura. Ni los premios Hugo y Nébula consiguen que cambie de opinión. Tal vez lo tenía demasiado mitificado en mi fantasía.

Entusiasmado con la primera parte del libro ya había encargado la continuación, únicamente agenciable de segunda mano. Sospecho que de momento quedará esperando con otros tantos a que vuelva a leerme alguno del género que despierte mi deseo de continuar con la ciencia ficción. De momento, éste que está aquí se pasa a otro género durante una temporada.

martes, 6 de abril de 2010

'Firmin'

Hace unos días iniciaba mi reseña de 'El mundo' quejándome de cómo ignorábamos algunos libros por más que se nos pusieran delante en las librerías. Sin embargo, una suerte de efecto contrario también se presenta muchas veces. Hay libros que te atraen poderosamente pero que, por algún motivo que aún no consigo identificar, no terminas de decidirte a comprarlos. 'Firmin' es el ejemplo más claro. Habré estado unas veinte veces, si no más, con él en la mano para llevármelo. Me leí varias veces la reseña de la contraportada. Tuve incluso el dinero en la mano para comprarlo cuando lo vi expuesto en el dispensador de Príncipe Pío. Hasta que en una de las visitas a La Casa del Libro dije «vale ya» y lo compré.

Y estoy encantado de haberlo hecho. El texto de Sam Savage tiene un arranque prodigioso. Fulgurante. Un comienzo tan electrizante que aturde y engancha. Tal vez premonitorio de lo que has de esperar del resto del libro. Y el resto resulta muy entretenido de leer. Es un buen libro.

'Firmin' es un libro de libros. Una historia de historias. Pues en la autobiografía de la rata protagonista, van paseando ante nosotros las historias de aquellos libros que prodigiosamente alcanza a leer y a entender. Es un libro culto y de prosa rica en vocabulario sin que por ello llegue a pecar de pedantería insustancial. Es un canto al placer de leer y al camino que uno puede andar en compañía de libros, amigos silenciosos y siempre dispuestos a abrirse para entregarse completamente a aquel que los trate con mimo y cariño. Es, a todas luces, un libro enriquecido y enriquecedor por la cultura que destila el autor en sus páginas. Cultura hecha palabras con las que uno sueña los lugares, los rincones y los libros a los que se refiere. Es un libro emocional y emotivo que se disfruta con la mente y el corazón.

[…] Era mágico. Anhelaba presentarme ante ella como un suplicante, llevando en la mano una rosa sin tallo, y colocar humildemente el capullo en el arriate de su ombligo, como una ofrenda. Pero supongo que tanta emoción, tanta ansia, eran demasiado enormes para un cuerpo tan pequeño como el mío, y aquellas noches, durante el camino de regreso a mi polvoriento cuchitril del techo de la librería, me agarraba unas depresiones terribles. Malo es el amor no correspondido; pero lo que verdaderamente puede hundirlo a uno es el amor no correspondible.

Para mi gusto un libro harto recomendable, de esos que caen por carácter, por su historia tan bien contada, y por ese sabor tragicómico que arrastra durante toda la narración, en la exquisita familia de libros must read. Libro para disfrutar sólo. Y también en compañía.

sábado, 3 de abril de 2010

Pero... ¿para qué quieres tú un iPad, alma de cántaro?

Hoy sale por fin a la venta en el país del dinero naciente, del capitalismo desenfrenado y bastión último del verdadero sueño de libertad, o sea los Estados Unidos, el último cacharrito de la compañía de la manzana mordida, el tan mencionado y comentado iPad. Así que, contraviniendo la práctica habitual de este mi rincón, más orientado a enaltecer el tener que el ser, he decidido sumarme a esa cantidad inagotable de gente que aprovecha cada vaporada de Apple para dar su opinión al respecto. Voy a hacer algo de futurología. Pero muy a mi manera.

Para empezar no voy a entrar en si es mejor o peor, porque a fin de cuentas, y como ya nos ha demostrado la psicología conductual y su ya mencionado varias veces por aquí sesgo de confirmación, cada uno verá en el aparatito de marras lo que realmente ande buscando. Para unos será un acto patente del acabose, la decadencia y el comienzo del fin, de Apple. Una muestra más de la degeneración y de la desatención a sus adeptos (y a los que quisieran serlo). Otros, sin embargo, encontrarán en él un nuevo milagro, la tabla de mandamientos perdida y que de forma renovada se nos hace llegar por gracia y obra del verdadero dios de la tecnología. No. Yo creo que voy a orientar más este artículo a ver si encaja en mi vida hipertecnificada y sedentaria, ya camino de la 3.0. De regalo, diré para qué, cómo y dónde creo que podría ser útil este dispositivo.

No voy a negar que, cuando me enteré de qué habían anunciado finalmente un iPod Touch con esteroides, me sentí algo desconcertado, desilusionado y decepcionado. Yo esperaba —y supongo que muchos también— que sería un tablet con el sistema operativo de los equipos de sobremesa, el Mac OS X, y en el que se podría meter cualquier cosa al modo y costumbre que se hace en los equipos que ya tengo en casa. Cierto que el problema, la culpa, no es achacable a Apple. La culpa la tenemos todos los que pusimos ciertas expectativas, nuestras propias fantasías futuristas y de ciencia ficción, en una empresa que, no lo olvidemos nunca, tiene como meta ganar dinero. Y su forma de querer ganar dinero puede distar mucho de lo que uno quiera que hagan. Únicamente el tiempo, y no nuestras dolidas expectativas, dirá si tienen o no razón. Pero como el daño ya estaba hecho, quedaba analizar si, después de todo, el dispositivo tendría cabida en mi hogar tecnológico. Tampoco lo negaré: me gusta por el simple hecho de ser un iPod Touch con esteroides. Así que a continuación vino el proceso de autoconvencimiento, de racionalización, de porqué podría necesitar tenerlo. Que, de forma tal vez siniestra hacen los que tanto lo critican aunque en sentido opuesto: buscan las razones, las proyectan con vehemencia, para decirse que no lo necesitan y negar la tentación. Hagan examen de conciencia y ya me cuentan. A más de uno de los que públicamente se ríen, gustaría llamar a uno de estos iPad «su tesoro» en privado.

Como usuario doméstico hay una serie de actividades que realizo en solitario con ordenadores y otros dispositivos. No voy a entrar en lo obvio, como pueden ser las tareas domésticas como cocinar. Tarea que, además, prefiero dejar a mi mujer, cocinera genial, para no poner en riesgo la salud de nadie con lo que yo pueda pergeñar en los fogones. Cada uno es bueno en lo que es bueno. Esas tareas se dan por sobreentendido. Hablo de las actividades lúdicas que uno decide, por voluntad propia y generalmente de índole solitaria, repito, anclar o centrar, cuando esto es posible, en el uso de ordenadores o dispositivos electrónicos. Haré un escueto repaso por las principales. Escuchar música lo hago con el iPod/iPhone y con el Mac Mini del salón conectado al amplificador. Mi vida musical gira en torno al iTunes desde hace algo más de tres años ya. Ver documentales o series de televisión lo hago también con el Mac Mini del salón o en el iMac de 24". Procesar los archivos RAW de las fotografías también en el iMac. Escribir, navegar y estudiar, cuando para ello requiero el ordenador, tanto en el iMac como en el MacBook Pro. Programar también en los dos últimos, pues a nivel doméstico no deja de ser una especialización del estudiar. En lo único de mi vida digital que no uso un equipo de Apple es para jugar o para ver películas en alta definición, para lo que uso la PlayStation 3. Excluyendo el sexo como actividad lúdica —que sin embargo es la mejor; no tanto si es en solitario— y algo de ejercicio físico presumiblemente inexistente, la otra actividad de ocio que ocupa la mayor parte de mi tiempo sería leer. Algo que sigo —y creo que seguiré— haciendo a la vieja usanza. Me gusta leer y que sea en papel. Nunca he descartado la compra de un e-reader, pues los allegados saben que «tengo» una enorme biblioteca de libros técnicos en formato electrónico. Y que leo mucho blog. Pero son demasiado caros y muy poco versátiles. Ya tuve una experiencia con uno y, pese a que se leía genial, no terminó de agradarme andar con él. Los análisis de otros productos no los ponen mejor. ¿Cabe entonces la posibilidad de que el iPad cubra ese hueco que aún no ha cubierto un lector electrónico basado en tinta electrónica? Viajar es una actividad tan residual en mi vida que no justifica, de por sí, la compra de un ordenador más ligero. Ya tengo el MacBook Pro (2,5 Kg) o un HP Mini (1,2 Kg) y no suelo encontrar inconvenientes en cargar con alguno de ellos. Una vez llego pasan todo el tiempo en el hotel.

Resumiendo, para lo que parece que tendría utilidad el iPad es para echarme en el sofá, o en la cama, y ponerme a leer blogs o libros electrónicos. Algo que ahora, con cualquiera de los portátiles, resulta incómodo. Todo ello asumiendo que la aparición de estos dispositivos no haga caer el precio de los lectores electrónicos basados en tinta electrónica, que a día de hoy siguen siendo insultantemente caros comparados con lo que ofrece el iPad. Pero para esta actividad sumamente sedentaria me atrae mucho más el Adam Tablet de Notion Ink. Dispone de un modo de funcionamiento similar a la tinta electrónica que, supuestamente, es mejor para no cansar la vista. Tienes un vídeo repasando las características durante una presentación del mismo.

¿Sería esto por tanto motivo suficiente para adquirir uno? No lo creo. De hecho dudo que sea un dispositivo útil para la inmensa mayoría de la gente. Su uso doméstico está, en mi corta visión del asunto, bastante limitado. La mayoría de la gente que se lo compre será por el efecto novelero y lo acabarán dejando de lado. Sospecho también que eBay se llenará de iPad de segunda mano durante los próximos meses. Cierto que esto no deja de ser futurología cutre y salchichera, pero cada cual es libre de creer lo que le de la gana.

Sin embargo, como programador, veo en estos dispositivos, los primeros de muchos que habrán de venir a partir de ahora, una herramienta atractiva en algunos sectores industriales. Dicho de forma más clara: donde tienen futuro estos dispositivos es en ámbitos empresariales y no para uso doméstico. Aquí Apple podría perder la partida si no asume algunos cambios en su enfoque de la gestión que realiza de las aplicaciones su dispositivo. Es un aparato muy goloso en muchos ámbitos. Viene a corregir el problema de las pantallas pequeñas de las PDA, ya en uso en muchas áreas; tiene un peso ideal para que no resulte molesto cargar con él durante largos períodos; y, si cumplen lo que prometen, tienen una autonomía más que ideal para soportar jornadas laborales de 8 horas. Y, no olvidemos otro dato importante, su precio es más que ajustado, por lo que las reposiciones no son un problema grave. Recuerdo trabajar hace cinco años en un proyecto en el que tuvimos que descartar el uso de tablets porque pesaban mucho, su autonomía apenas llegaba a las dos horas y eran excesivamente lentos para soportar un Windows XP. Con el proyecto queríamos que los apuntadores a pie de barco actualizaran en tiempo real la carga y descarga, que en argot portuario era estiba y desestiba, para la generación automatizada de los manifiestos de carga de los buques. Hoy, con dispositivos como el iPad o el Adam Tablet es algo que se podría hacer fácilmente. Y es sólo un ejemplo de muchos que pasan por mi cabeza. ¿Qué me dicen de hospitales y ambulancias? ¿De repartidores de productos? ¿De técnicos a domicilio? ¿Como menú electrónico en restaurantes en los que los clientes puedan elegir directamente los platos que desean sin necesidad de esperar al camarero? ¿O para la gestión domótica del hogar? ¿Y como herramienta de estudios en institutos y universidades? Como digo, como programador veo en estos dispositivos un gran futuro y, como profesional, veo la necesidad de empezar a familiarizarme con ellos. Sin embargo, ya adelantaba, Apple en este caso tendrá que hacer algunos ajustes a su enfoque. Estos ajustes los dejaré para un artículo posterior. Posiblemente mañana.

jueves, 1 de abril de 2010

'El juego de Ender'

La conversación telefónica fue más o menos así:

      —Hola mami.
      —Hola hijo. ¿Sabes dónde dejaste el libro El juego de Ender? Le había dicho a tu prima que se lo iba a dejar, que tú no tienes ningún problema en prestárselo. Pero he mirado varias veces y no lo encuentro por aquí. ¿Ya te lo llevaste?
      —No, mamá. Debe estar ahí. Recuerdo haberlo visto la última vez que estuve comiendo en tu casa.
      —¿Seguro? Llevo una hora mirando y no lo veo por ninguna parte.
      —En las estanterías d'arriba, mamá. El lomo es de color gris metálico. La edición del Círculo de Lectores.
      —Si ya lo sé, pero es que no lo veo. Y me estoy volviendo loca buscándolo por todas partes. ¿Seguro que no te lo has llevado?
      —Seguro, mamá. Pero no sé dónde estará si no está ahí. No recuerdo haberlo prestado, pero es posible que lo tenga alguien. Los libros se prestan y se les pierde el rastro, ya sabes. Una pena. Quería volver a leerlo en breve.

La última parte la dije más para mí que para mi madre, lamentándome por la noticia de la pérdida. Aunque, en realidad, siendo mi madre como es (y sé que leerá esto) la conversación se extendió un poco más, mucho más, repitiéndose algunas preguntas y algunas respuestas. Así es mi madre. Así soy yo.

Creo que fue en el año 1990 cuando el Círculo de Lectores, del que entonces éramos socios, sacó una edición de 'El juego de Ender' dentro de una colección dedicada a la ciencia ficción, género que me encantaba. Aunque no se puede decir que fuera un ávido lector en mi adolescencia, en sus últimos coletazos, y recién adquirida mayoría de edad. Fue un libro que empecé a leer al poco de recibirlo y que me enganchó. Recuerdo estar leyendo hasta las cuatro de la madrugada teniendo que ir a clase al día siguiente. Aluciné con la historia, el personaje de Ender, sus hermanos y la forma en que estaba contada. Con él caí en adoración hacia su autor, Orson Scott Card, que luego me decepcionó vilmente con su asquerosa e infumable saga del retorno.

Tenía claro que este año volvería a leer uno de los libros que más me han gustado. Desde su primera lectura, comenzando la última década —o terminando la penúltima— de decadencia del siglo XX, hasta la fecha de escribir esto, habré leído 'El juego de Ender' unas diez veces. He perdido la cuenta, claro está, pero me extrañaría que fueran menos. Decía que es uno de los libros que más me han gustado y, por más que lo leo, siempre lo encuentro un relato fascinante. Absoluto merecedor de los premios que le otorgaron.

Debió ser la sensación de pérdida inyectada por las preguntas de mi madre que me dejé llevar cuando lo vi en el dispensador de libros de Príncipe Pío y comencé a leerlo casi de forma inmediata. Sigue siendo un libro excepcional, que me hace pasar muy buenos ratos con la lectura y que volveré a leer de nuevo dentro de otros dos o tres años. Posiblemente la saga completa que, aunque va decayendo a medida que avanza en la publicación de libros, no deja de ser una saga que me gusta de forma considerable. Sí, también 'Ender el Xenocida' e 'Hijos de la mente'. Aunque suene extraño.

      —[...]Y todo se reduce a esto: en el momento en que entiendo verdaderamente a mi enemigo, en el momento en el que le entiendo lo suficientemente bien como para derrotarle, entonces, en ese preciso instante, también le quiero. Creo que es imposible entender realmente a alguien, saber lo que quiere, saber lo que cree, y no amarle como se ama a sí mismo. Y entonces, en ese preciso momento, cuando le quiero...
      —Le vences
      —No, no lo entiendes. Le destruyo. Hago que le resulte imposible volver a hacerme daño. Lo trituro más y más hasta que no existe.

No voy a comentar nada sobre el argumento porque es archiconocido. Y si no lo conoces puedes leer de qué va pulsando sobre el título que te lleva a la Wikipedia. Aunque si eres uno de los muchos desafortunados que no lo han leído, no cometas el error de dejar que te cuenten de qué va y sumérgete en su lectura lo antes posible. Sospecho que, aunque de género ficticio y científico, su lectura es asimilable y apreciable para cualquiera que no sea especialmente aficionado al susodicho género. Digo «muchos» porque las nuevas generaciones parecen desconocer su existencia. Entre los amigos que hice en Madrid, muchos de ellos aún rozando el cuarto de siglo de edad, cuando lo comentaba, ninguno parecía conocerlo. Y algunos de ellos eran aficionados a la ciencia ficción.

Al final la edición del Círculo de Lectores sí apareció. Claro que tuve que pasar por casa de mi madre para encontrarlo. En dos segundos. Seguía allí donde lo había visto hacía meses. Ahora tengo las dos ediciones. Supongo que «liberaré» una. Y supongo que será la que compré en Madrid, pues a la primera, aunque con las páginas ya amarillas de viejo que está, le tengo un cariño especial. Los primeros amores nunca se olvidan. Aunque también es cierto que el último que compré me gusta más. Es más robusto y tiene esa cosa que atrae tanto a los hombres maduros: juventud. ¿Pero de qué estoy hablando?

Un libro que cae por méritos propios, y de forma incuestionable, en los must read y que recomiendo que lea a todo el incauto que acaba bajando sus defensas y dejando que amiguee con él. Leerlo al menos una vez en la vida. Y a poder ser antes de que produzcan la película. Si es que al final llegan a hacerlo.