lunes, 27 de diciembre de 2010

De paseo por La Palma

En nuestra última salida juntos [Paseo con Luis, Sulaco y un holandés (supuestamente no errante)], Sulaco [Distorsiones], Luis y yo estimamos que tal vez la propia isla se nos estaba quedando pequeña para nuestras salidas fotográficas en coche. En ese mismo momento propusimos que podríamos cambiar de isla para la siguiente ocasión. La Palma parecía la mejor candidata.

Sulaco percibió en la posterior publicación de mi viaje de bodas en 2006 a esa misma isla [La Palma] una clara intencionalidad para recordarles que habíamos hablado de esa posibilidad. En realidad fue más bien a la inversa y la conversación que mantuvimos sobre esa isla me empujó a escribir sobre la experiencia de mis visitas. Sirvió, sin embargo, para cerrar con bastante antelación una visita fugaz para pasar un día en el siguiente encuentro con el canario-holandés. Ese día fue ayer mismo.

Teneguía

Extrapolamos el modelo de paseo que realizamos en Gran Canaria a nuestra visita de La Palma: apenas nos bajamos del coche. Pero las pocas veces que lo hicimos merecieron la pena. En compensación, recorrimos muchos kilómetros en poco tiempo y pudimos disfrutar de los grandes contrastes en sus paisajes que tiene La Palma. Estoy enamorado de esta isla desde la primera vez que fui. Creo que sigue siendo, con diferencia, la isla que tiene más encanto. O que tal vez encaje más con mi concepción de lo que debe ser un paraíso terrenal en equilibrio con el hombre. Desde la visita anterior apenas he percibido cambios significativos. Imagino que el cemento y el hormigón seguirán comiendo, poco a poco, terreno y que la corrupción seguirá filtrándose en los sentimientos de un pueblo con fonemas musicales y de cuerpos tranquilos, pero no es lo que hemos vivido en la isla de Gran Canaria. Está a varios órdenes de magnitud de distancia. Por suerte para los palmeros.

Un día da para muy poco. La Palma debe tener infinitos rincones que daría gusto visitar, pero para alguien que apenas la ha rozado en dos ocasiones, es demasiado pedir encontrarlos. Está claro que el modelo de paseo en coche nos aleja e impide acercarnos a muchos de ellos, por lo que espero volver otra vez en breve para caminar. A ver si de una vez por todas puedo hacer la caminata de Marcos y Corderos; o repetir la ruta de los volcanes tal como la hice con mi tío Rafa. En cualquier caso, venía en el avión de vuelta meditando que La Palma podría ser un destino fantástico para celebrar el quinto aniversario de bodas con mi mujer [Mis ratos en la cocina]. Sospecho que a ella le hará tanta ilusión como a mí.

Puesta de Sol desde el Roque de los muchachos

Últimamente no saco muchas fotografías. Aunque la salida sea supuestamente para eso. De hecho, en esta ocasión, la cosa se agravó un poco porque muchas de las imágenes que vimos yo ya las había fotografiado en viaje de bodas. Sin embargo, aunque pocas, he visto algunas imágenes que merecen la pena y que me gustaría terminar de revisar. Ahora bien, lo de sacar pocas fotografías no reduce considerablemente el problema de tener varios años de archivos aún por revisar. En una primera pasada he cogido las dos que acompañan a la entrada de hoy. Hay que tener en cuenta que esto lo he escrito con los ojos cerrándose por el cansancio lógico que supone andar todo un día fuera, madrugando para estar en el aeropuerto a las siete y media de la mañana y cruzando la puerta del hogar a las diez y media de la noche para soltar la mochila y disfrutar de una merecida y reconfortante ducha caliente. No sé cuánto tiempo tardaré en revisar más pausadamente las pocas imágenes que tomé. Pero sí sé que la satisfacción de haber visto un mar de nubes en el Roque de los muchachos cubriendo completamente La caldera de Taburiente, y de haber pasado tan cerca del observatorio, me va a durar unos cuantos días. Me alegro enormemente de haber protagonizado este fugaz paseo por la «isla bonita».

viernes, 24 de diciembre de 2010

Felices fiestas y próspero año nuevo

Hoy toca brevedad. A la mayoría —quizás los más afortunados, y yo me considero uno de ellos— se le presenta un día de visitas familiares: los abuelos, los tíos, los suegros, los padres, los hermanos, los sobrinos, etc., etc. Así que hoy dejaré tranquilo al Universo absteniéndome de verborreas y, simple, llana y sinceramente, deseo a todos y a todas unas muy felices fiestas. A poder ser con aquellos y aquellas con quienes prefieran estar.

Asimismo aprovecho ya la ocasión para desearles un año 2011 espléndido y que, pese a crisis y aprietos de cinturón, encuentren al cabo de estas fiestas, la recompensa regia tradicional del día 6 de enero acorde a los presupuestos y las conductas del año anterior. Recordando, eso sí, que el carbón será un recurso bastante demandado para la supervivencia en los próximos años. No lo menospreciemos. Dejémonos, sin embargo, de presagios agoreros y centrémonos en lo importante: a la postre disfrutar de los momentos de calidad y de calidez familiar que nos depararán los próximos días.



Me despido ya con la sugerencia de la moderación: No excederse con las comilonas y disfrutar de la vida evitando conducir si se empina el codo.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Para una civilización duradera

     —Pero la castidad entraña la pasión, la castidad entraña la neurastemia. Y la pasión y la neurastemia entrañan la inestabilidad. Y la inestabilidad, a su vez, el fin de la civilización. Una civilización no puede ser duradera sin gran cantidad de vicios agradables.

Un mundo feliz
Aldous Huxley

Por el bien de los trabajadores

     —La población óptima —dijo Mustafá Mond —es la que se parece a los icebergs: ocho novenas partes por debajo de la línea de flotación, y una novena parte por encima.
     —¿Y son felices los que se encuentran por debajo de la línea de flotación?
     —Más felices que los que se encuentran por encima de ella. Más felices que sus dos amigos, por ejemplo. Y señaló a Helmholtz y a Bernard.
     —¿A pesar de su horrible trabajo?
     —¿Horrible? A ellos no se lo parece. Al contrario, les gusta. Es ligero, sencillo, infantil. Siete horas y media de trabajo suave, que no agota, y después la ración de soma, los juegos, la copulación sin restricciones y el sensorama. ¿Qué más pueden pedir? Sí, ciertamente —agregó —, pueden pedir menos horas de trabajo. Y, desde luego, podríamos concedérselo. Técnicamente, sería muy fácil reducir la jornada de los trabajadores de castas inferiores a tres o cuatro horas. Pero ¿serían más felices así? No, no lo serían. El experimento se llevó a cabo hace más de siglo y medio. En toda Irlanda se implantó la jornada de cuatro horas. ¿Cuál fue el resultado? Inquietud y un gran aumento en el consumo de soma; nada más. Aquellas tres horas y media extras de ocio no resultaron, ni mucho menos, una fuente de felicidad; la gente se sentía inducida a tomarse vacaciones para librarse de ellas. La Oficina de Inventos está atestada de planes para implantar métodos de reducción y ahorro de trabajo. Miles de ellos. —Mustafá hizo un amplio ademán —. ¿Por qué no los ponemos en obra? Por el bien de los trabajadores; sería una crueldad atormentarles con más horas de asueto. Lo mismo ocurre con la agricultura. Si quisiéramos, podríamos producir sintéticamente todos los comestibles. Pero no queremos. Preferimos mantener a un tercio de la población a base de lo que producen los campos. Por su propio bien, porque ocupa más tiempo extraer productos comestibles del campo que de una fábrica. Además, debemos pensar en nuestra estabilidad. No deseamos cambios. Todo cambio constituye una amenaza para la estabilidad. Ésta es otra razón por la cual somos tan remisos en aplicar nuevos inventos. Todo descubrimiento de las ciencias puras es potencialmente subversivo; incluso hasta a la ciencia debemos tratar a veces como un enemigo. Sí, hasta a la ciencia.

Un mundo feliz
Aldous Huxley

La felicidad nunca tiene grandeza

     El Salvaje movió la cabeza.
     —A mí todo esto me parece horrendo.
     —Claro que lo es. La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintorequismo del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.

Un mundo feliz
Aldous Huxley

Las cosas antiguas no son útiles

     —Porque es antiguo; ésta es la razón principal. Aquí las cosas antiguas no nos son útiles.
     —¿Aunque sean bellas?
     —Especialmente cuando son bellas. La belleza ejerce una atracción, y nosotros no queremos que la gente se sienta atraída por cosas antiguas. Queremos que les gusten las nuevas.

Un mundo feliz
Aldous Huxley

La muerte como cualquier otro proceso fisiológico

El condicionamiento ante la muerte empieza a los dieciocho meses. Todo crío pasa dos mañanas cada semana en un Hospital de Moribundos. En estos hospitales encuentran los mejores juguetes, y se les obsequia con helado de chocolate los días que hay defunción. Así aprenden a aceptar la muerte como algo completamente corriente.
     —Como cualquier otro proceso fisiológico —exclamó la Maestra Jefa, profesionalmente.

Un mundo feliz
Aldous Huxley

Condicionar el consumo

     —¿Y no consumían transporte? —preguntó el estudiante.
     —Mucho —contestó el D.I.C.—. Pero sólo transporte.
     Las prímulas y los paisajes, explicó, tienen un grave defecto: son gratuitos. El amor a la Naturaleza no da quehacer a las fábricas. Se decidió abolir el amor a la Naturaleza, al menos entre las castas más bajas; abolir el amor a la Naturaleza, pero no la tendencia a consumir transporte. Porque, desde luego, era esencial, que siguieran deseando ir al campo, aunque lo odiaran. El problema residía en hallar una razón económica más poderosa para consumir transporte que la mera afición a las prímulas y los paisajes. Y lo encontraron.
     —Condicionamos a las masas de modo que odien el campo —concluyó el director—. Pero simultáneamente las condicionamos para que adoren los deportes campestres. Al mismo tiempo, velamos para que todos los deportes al aire libre entrañen el uso de aparatos complicados. Así, además, de transporte, consumen artículos manufacturados. De ahí estas descargas eléctricas.
     —Comprendo —dijo el estudiante.
     Y presa de admiración, guardó silencio.

Un mundo feliz
Aldous Huxley

La felicidad tenía su precio

     A la sazón, la gente ya estaba dispuesta hasta a que pusieran coto y regularan sus apetitos. Cualquier cosa con tal de tener paz. Y desde entonces no ha cesado el control. La verdad ha salido perjudicada, desde luego. Pero no la felicidad. Las cosas hay que pagarlas. La felicidad tenía su precio.

Un mundo feliz
Aldous Huxley

'Un mundo feliz'

Después de probar con un PDF ['La sanguijuela de mi niña'] quise ponerle el ojo encima a uno de esos tan afamados ePub [@ Wikipedia]. Hasta la fecha no tenía ni idea de la existencia de tantos formatos diferentes destinados al mundo de los lectores electrónicos de libros, pero parece que el ePub es el que está ganando la batalla. Ha sido el elegido por Apple para su librería virtual y es el que usa su aplicación iBooks [@ iTunes]. Para lo único que sirve, por cierto.

Dentro de la inmensa oferta de libros electrónicos, elegí estrenarme en el formato ePub con la obra de ficción 'Un mundo feliz', fascinante y en cierta medida visionaria novela escrita por Aldoux Huxley [@ Wikipedia] unas ocho décadas atrás. A la novela en cuestión le tenía ganas hace mucho tiempo —de hecho hay, o había o debería haber, una versión impresa de cuando los dinosaurios despejaban asteroides con la cabeza en algún rincón de casa de mi madre— pero siempre la iba dejando atrás. Hasta que el libro desapareció de mi vista y de la estantería donde se suponía estaba. Ahora, gracias a las redes mafiosas del peer to peer he podido hacerme con una copia de forma cómoda y la he podido leer en mi fantástico iPad. Copia que, por cierto, no acumula polvo.

La lectura de 'Un mundo feliz' es altamente recomendable. Diría más, es un must read. Me pasé el libro asombrado con la idea del mundo que nos ofrece y de cómo es tan parecida con la sociedad que tendemos. Siempre salvando las distancias, claro. Es al tiempo una crítica feroz al estilo de vida consumista y cómo éste crea, de forma sutil pero marcada, castas. Aunque la diferencia es que actualmente las castas inferiores presionan a las superiores en su ansia de ascenso. Lo que ha conseguido la sociedad modélica de la novela es condicionar a las castas inferiores biológica y psicológicamente con herramientas como la Hipnopedia [@ Wikipedia]. Mecanismos orquestados por el propio sistema, por el gobierno —que al tiempo es la propia industria y, como tal, rinden culto a un profeta convertido en dios de la industria—, para crear individuos dóciles. Los mecanismos modernos son más maquiavélicos, pero ahí está: El Miedo.

Hacía tiempo que no leía una novela de ciencia ficción en la que se emplearan tantos mecanismos científicamente plausibles y se usaran (tan bien) tantos argumentos lógicos y racionales para sustentar la idea de sociedad perfecta que se nos ofrece en la historia. Y todo ello sin llegar a ser pesado ni árido. La dosis justa. Huxley lo plantea claro: el éxito de la sociedad del bienestar es que la gente consuma; para que la gente consuma hay que fabricar constantemente cosas nuevas que dejen obsoletas las anteriores. Hay tantos paralelismos en estas ideas con la sociedad de consumo contemporánea… Incluso el hecho de que se trate de una distopía es cuestionable. Tal como pinta la situación presente y futura, estoy convencido que muchos estarían dispuestos a suscribir un plan maestro como el que articula la sociedad de esta magnífica obra. Para muchos es casi una utopía, me arriesgo a afirmar. Es el sueño húmedo de más de un mandatario. Esta última afirmación suscita una curiosidad: ¿Cuántos políticos se habrán metido en la profesión a causa de esta novela?

A la sazón, la gente ya estaba dispuesta a que pusieran coto y regularan sus apetitos. Cualquier cosa con tal de tener paz. Y desde entonces no ha cesado el control. La verdad ha salido perjudicada, desde luego. Pero no la felicidad. Las cosas hay que pagarlas. La felicidad tenía su precio.

En fin, y repitiendo lo de antes, 'Un mundo feliz' es un libro que todo el mundo debería leer. En especial la gente joven. Tengo una vaga idea de por qué no sería propuesto nunca como texto obligatorio en los institutos, pese a que considero que es un libro que los estudiantes de bachiller deberían leer y comentar lo antes posible. Es un texto que hace pensar seriamente en las sociedades y sus alternativas. Que introduce la semilla de la disconformidad. Que puede hacer sospechar que, aunque no de forma tan clara, nos manipulan constantemente y nos condicionan. Es un libro que tal vez despierte en los jóvenes ideas revolucionarias.

O, tal vez, simplemente sea un libro más en el que un viejo como yo quisiera ver semillas de crítica descarnada a las sociedades vacías basadas en el tener y no en el ser, tal como ha postulado Fromm ['¿Tener o Ser?'].

En fin, 'Un mundo feliz' es un must read por derecho propio.

martes, 21 de diciembre de 2010

Tesoros perdidos reencontrados (XXIII): Primer Curso Multimedia

Con esto de las obras y pintar el piso, para luego andar reordenando las pertenencias [El ABC de los tiempos perdidos], uno se enfrenta a cantidades diogenianas de cosas que se van acumulando en los cajones y que, ante el nuevo status quo de falta de espacio, obligan a un proceso de filtrado cuyo fin último es soltar lastre. Ello conlleva, claro está, poner especial cuidado para no tirar algo que aún tenga valor. De no ser por ese cuidado especial, seguramente el CD con la copia de los ejecutables de los proyectos del Primer Curso Multimedia que se impartió en 1994 en la Escuela Universitaria de Informática y en la Facultad de Informática de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, hubiese acabado nuevamente y de forma anónima en el fondo de un cajón o en el fondo del contenedor de basura.


Para situarnos adecuadamente, en 1994 muy pocos —tal vez los más afortunados o adinerados— tenían lector de CD en el ordenador de su casa. Se iba poniendo poco a poco de moda en las configuraciones base. Una grabadora de CD's de doble velocidad podía costar unas ciento cincuenta mil o doscientas mil pesetas (900 - 1200 €). Yo entonces tenía un PC equipado con un Intel 386 (no recuerdo los megahercios, creo que 16 MHz), 4 Mb de memoria RAM y creo que 80 Mb de disco duro. Multimedia [@ Wikipedia] era un término que se empezaba a usar mucho en las revistas y ocupaba bastantes portadas, artículos y anuncios. Era «el futuro» y a Internet, en especial a la WWW, aún le quedaban un par de años para empezar a usarse de forma más o menos tímida en los hogares. MS DOS [@ Wikipedia] seguía siendo la plataforma de destino para cualquier desarrollo de gestión, para lo que mayoritariamente se usaban derivados de DBASE, principalmente Clipper (ya mencionado en la entrada sobre INEMA [INEMA]). Eso significaba que Windows 3.11 apenas se usaba para editar documentos Word o WordPerfect y poco más.

Sí, La Multimedia era muy futurista y cuando la EUI y la FI anunciaron que se impartiría un Curso Multimedia no lo pensé mucho y me apunté. Coincidí con Toni, un buen amigo y compañero de charlas de pasillo, y formamos equipo para acometer juntos el proyecto que habríamos de entregar al finalizar el curso. Hicimos bastantes bocetos y pusimos sobre la mesa muchísimas ideas, pero la Maldita Realidad™ —y lo que nos costaba ir aprendiendo la herramienta y el lenguaje de programación que se usaba— nos lo puso bastante difícil.

La idea original fue la de hacer un juego en el que el personaje, un turista, tendría que recorrer las diferentes ubicaciones de importancia y edificios históricos de la zona de Vegueta y parte de Triana para encontrar las cosas de su mochila que se le habían extraviado. Iría preguntando a otros personajes que le darían pistas sobre los lugares con datos del tipo «fue construido en…» y el jugador tendría que estar familiarizado con la historia del sitio para saber a dónde ir. Lamentablemente tuvimos que asumir que no seríamos capaces de hacerlo como queríamos y finalmente quedó en que Pepillo fuese pasando por los diferentes puntos de interés y se le ofrecería información enciclopédica, en versión raquítica, del punto en concreto. Metimos algunas fotos antiguas para darle algo más de sustancia y poder entregarlo en el tiempo límite con el que contábamos. Aún así, nuestro proyecto fue elegido uno de los mejores. En concreto quedamos en segundo lugar.

Para desarrollar los proyectos Multimedia, en el curso te enseñaban a usar Macromedia Director (ahora de Adobe) [@ Wikipedia] y, en especial, para todas esas cosas que no fuesen animaciones siguiendo un cronograma, su lenguaje de programación Lingo [@ Wikipedia].

Como Flickr limita el número de segundos que puede tener un vídeo (y porque no tengo ganas de andar dándome de alta en YouTube) he subido la grabación/captura en dos partes. Si la memoria no me falla, no llegamos a incorporar audio.




Lo divertido ha sido conseguir ejecutar el proyecto. En casa ahora mismo tengo una máquina virtual con Windows 7 para cuestiones pre-profesionales. Ahí no había forma de que arrancara. Recordar una vez más que lo hicimos en 1994 con Windows 3.11 (al famoso Windows 95 le quedaba aún un año para salir a la venta). Ni corto ni perezoso me he puesto a buscar alternativas en Internet. Qué grande es Internet y qué magnífica es su verdadera puerta de entrada, el buscador Google. Creo firmemente que hemos avanzado lo que hemos avanzado en los últimos años, técnicamente hablando, gracias a Google. La mayoría de los informáticos nos comeríamos los mocos si no fuese por tan poderosa herramienta.

La cosa ha pasado por usar DOSBox [página principal] e instalar Windows 3.11 sobre él. La parte complicada ha estado en conseguir una imagen del Sistema Operativo en cuestión y de los controladores de la tarjeta gráfica S3. DOSBox funciona en modo compatible con S3 y se necesitan para poder configurar Windows en modo SVGA con 256 colores. Lo mínimo con lo que funciona 'Un paseo por Vegueta'. Ya está casi todo descubierto y en Internet se encuentra casi de todo. Yo me orienté con la guía publicada en VOGONS [Windows 3.1x on DOSBox Guide] y que básicamente se resume en:

  1. Mejor instalar la última versión de DOSBox (0.74 en el momento de escribir esto)
  2. Tras la primera ejecución de DOSBox modificar el archivo de preferencias (en ~/Library/Preferences/DOSBox[…]preferences) que se crea con los valores por defecto y añadir en la última parte que se monte como unidad C: un directorio dentro de los que tiene el usuario; por ejemplo ~/Documents/DOS. Lanzar de nuevo DOSBox.
  3. Montar en Mac alguna de las ISO's que se consiguen en Internet y luego montar como unidad A: desde DOSBox ese directorio (por ejemplo mount a /Volumes/Windows). Si no se tiene una ISO pero sí los discos, copiar el contenido de todos en una carpeta del disco duro de Mac y hacer lo mismo con la ruta que corresponda (montar como unidad A: en DOSBox).
  4. Instalar Windows desde A: (A:\setup.exe) y seguir los pasos. Dejar la tarjeta gráfica en VGA y pasar de la impresora y la red.
  5. Descargar los controladores de S3 [@ VOGONS] y montar el directorio de descomprimir el ZIP como unidad B: (mount b ~/Downloads/s3drivers)
  6. Instalar los controladores en Windows ya sea desde el propio Windows o desde línea de comando lanzando C:\WINDOWS\setup.exe. Si se hace desde la herramienta de configuración de Windows, reiniciar.

En este punto ya tenía lo necesario para ejecutar la aplicación y que se viese decentemente. Como no tenía audio (creo), no me preocupé de ese apartado. El que quiera algo más fino, acudir a la guía mencionada más arriba.

Si hace un año y medio o dos años, cuando tiré mis discos de tres y medio con la copia original que tenía de Windows 3.11, alguien me hubiese dicho que acabaría necesitándola, me hubiese reído en su cara. Pero hete aquí que ya no tenía dicha copia y sí la necesidad de usar Windows 3.11. Quedaba recurrir al plan b. El Sistema Operativo lo conseguí de forma rápida, relativamente hablando, sumergiéndome en las cloacas del contrabando mísero de las redes peer to peer, plagadas de vagos y maleantes.

Una pena que no nos diesen el código de los proyectos. En realidad se supone que nosotros lo teníamos y se lo habíamos dado a los profesores del curso para que compilaran el proyecto y nos diesen un CD con el resultado de todos. Obviamente el código sí que es, a estas alturas, un tesoro perdido requeteperdido.

lunes, 20 de diciembre de 2010

'La sanguijuela de mi niña'

Ya comenté —hace muchísimo tiempo— que el iPad lo compré principalmente para leer [iPad]. Después de todo este tiempo confirmo que es un gran dispositivo para navegar por el universo web y que, cuando las condiciones de luz no son extremas —en especial extremadamente luminosas— la lectura es cómoda y se puede prolongar durante horas. Sigo manteniendo que el principal contratiempo es que, para la postura de tumbado boca arriba, no termina de resultar muy ergonómico (es complicado mantenerlo con firmeza sin meterle los pulgares en la zona sensible). En cualquier caso había que hacer la prueba de fuego y para ello elegí literatura ligera de la mano de Christopher Moore [@ Wikipedia], del que ya comenté por aquí 'El ángel más tonto del mundo' [reseña] y 'Un trabajo muy sucio' [reseña]. Ambos libros, en especial el primero, resultaron muy entretenidos y son de lectura, cuando menos, recomendable.

Me hice con una copia de 'La sanguijuela de mi niña' en versión PDF, sumergiendo hasta el fango mi conciencia moral en las miasmas putrefactas de las mafias del peer to peer, para ver qué tal era leer un documento de este tipo en el iPad. Es bueno recordar que uno de los fundamentos para la elección del iPad en lugar de otro e-reader, además de lo obvio, estaba en que ya disponía de una gran colección de libros técnicos en formato PDF. Mi alma inmortal se pudrirá en el infierno por tanto saqueo a las arcas de la industria librera. Antes de continuar aclarar que no tuve ningún problema con la lectura. Con la aplicación adecuada se lee como un documento ePub de los que puedes conseguir en la tienda iTunes. Vamos, cómodamente.

'La sanguijuela de mi niña' fue publicado con anterioridad a los dos libros que ya había leído del autor, aunque con el éxito que está teniendo en nuestro país parece que se están actualizando las ediciones y traduciendo al castellano las novelas de hace algunos años que algún editor con poca visión y peor tino rechazaría en su momento.

En esta ocasión la cosa girará en torno a vampiros. No es que rompa con mi tradición de no contar nada del argumento y fastidiarlo de esta forma. Que va de vampiros se sabe desde la primera página. Eso si no somos lo suficientemente perspicaces como para discernirlo del dibujo de la portada. Cierto que es casi un jeroglífico de esos que ponen en la prensa: un vaso lleno de líquido rojo con una etiqueta de esas que ponen en las bolsitas de sangre de las extracciones con las letras «AB» y dos pajitas para chupar. A que es fácil, ¿eh? ¿No? ¡Vaya! Aunque realmente la gracia del asunto está en contarnos durante toda la novela lo complicado que puede resultar adaptarse a la vida —o no vida— de un vampiro para una recién conversa, la protagonista. Vaya, ahora sí que he fastidiado el argumento, si es que no has leído el resumen que te cascan en la contraportada, claro. Este proceso de adaptación será un verdadero caldo de cultivo para la prolífica imaginación del autor, que con buenas dósis de mala baba y mucho humor absurdo, hace pasar el rato, un buen rato, párrafo tras párrafo.

     El Emperador sacudió su cetro para desprender de él las últimas gotas, se estremeció y, subiéndose la cremallera, se volvió hacia los reales lebreles que aguardaban a sus pies.
     —La sirena de niebla suena especialmente triste esta noche, ¿no os parece?
     El más pequeño de los perros, un Boston terrier, bajó la cabeza y lamió sus chuletas.
     —Qué simple eres, Holgazán. Mi ciudad se pudre ante tus ojos. El aire está cargado de veneno, los niños se matan a tiros en las calles, y ahora esta plaga, esta horrible plaga que mata a mis súbditos por centenares, y tú solo piensas en comer.

Las aventuras y desventuras de los protagonistas de 'La sanguijuela de mi niña' se desarrollan en San Francisco, ciudad donde también se desarrolla la historia de 'Un trabajo muy sucio', y aparecen unos cuantos secundarios que asoman las narices en ambas novelas. Por supuesto el Emperador tiene su buena ración de párrafos. Así que hay cierta familiaridad cuando ya has leído algo anteriormente en lo que aparece uno de los personajes que se citan aquí. No sabría decir si eso es bueno o malo de forma general, pero en el caso de esta historia, a mí particularmente me ha gustado.

De las tres novelas que he leído hasta el momento de Christopher Moore, esta es la que menos me ha gustado. Pasas un buen rato, no lo voy a negar, pero me resulta bastante predecible casi desde el principio al final. Tal vez sea porque el mundo de los vampiros está bastante trillado. Cierto es que plantea algunas novedades sobre las respuestas fisiológicas y funcionales de un vampiro, pero no forman parte importante de la narración ni de la historia. En cualquier caso, si lo tienes a mano (o eres tan mezquino como yo para adquirirlo por los caminos de lo ilegítimo), es un libro que bien te puedes leer. La garantía de pasar un rato entretenido echándote alguna risa —en ocasiones rayando la risa tonta— con situaciones estrambóticamente surrealistas la tienes. Pero tampoco es un libro que te recomiende que busques desesperadamente. Aportar, lo que se dice aportar, a la existencia de uno mismo no creo que lo haga. Salvo que consigas que un vampiro te muerda y te convierta. Teniendo siglos de vida por delante, un libro como este te ayudará a pasar unas buenas horas de lectura. Cuando no te veas impelido a buscar sangre para saciar la sed.

domingo, 19 de diciembre de 2010

INEMA

Hoy domingo me he levantado particularmente inquieto y deseoso de retomar aquel vestigio de mis memorias laborales que empezó contando la anecdótica experiencia de montador de escenarios para conciertos [Los preliminares laborales]. Sin embargo, me he levantado más inquieto aún porque observo algunos problemas de memoria. Ahora mismo no estoy nada seguro de que la primera empresa para la que «trabajé» (luego explico el motivo del entrecomillado) por cuenta ajena se llamara INEMA. Me preocupa. Cierto que hace de esto algo más de quince años y que no llegó a tres semanas lo que estuve allí; pero igualmente me preocupa no recordar el nombre de la empresa en cuestión.

En fin, sea o no sea, pero dejémoslo en que sí, en INEMA entré de la mano de mi entonces amigo Rafa cuando estaba terminando el tercer y último curso de la Escuela Universitaria de Informática (ciclo de diplomado) y avalado por el éxito oficioso que estaba cosechando Super Kutre Invaders [Tesoros perdidos reencontrados (I)]. INEMA fue mi primera mala experiencia profesional.

Entonces yo era bastante gallito e iba muy crecido por la vida y por las conversaciones entre los colegas, creyéndome un programador de élite; algo que la sabiduría del tiempo ha querido poner en su lugar. Pero esa no fue la causa —al menos principal— de que la experiencia fuese mala. Fue mi primera mala experiencia profesional porque descubrí, así de sopetón y sin previo aviso, lo que entonces —estamos hablando de principios del año 95— empezaba a escucharse tímidamente en las aulas de la universidad: el mantenimiento de software hecho por terceros. En España en general, y parece que con excesiva particularidad en Canarias, las metodologías de desarrollo, la Ingeniería del Software en sí, es algo que no sirve para nada. Eso es ahora en un porcentaje alto de empresas; entonces lo era absolutamente en todas.

Durante mi vida profesional se me ha tachado y acusado muchas veces de idealista, o lo que es lo mismo, de no ser realista y excesivamente teórico. Cierto que la experiencia es un grado y un camino para suavizar el carácter, por lo que entonces, cuando estaba dando mis primeros pasos como mercenario del código, me tomé muy mal que tras las presentaciones me sentaran delante de un ordenador y me encargasen arreglar un programa con tres años de vida que la empresa había vendido a una clínica. El problema aparecía de forma intermitente y se desconocía qué lo causaba, pero el síntoma estaba en que no cuadraban los valores de unos recibos cuando le daba la gana al código. La mayoría de las veces, sin embargo, sí funcionaba. La aplicación estaba hecha en Clipper [@ Wikipedia], que entonces vivía el final de su época dorada, y con el que yo aún no estaba demasiado familiarizado. En la universidad te enseñaban lenguajes como C y Pascal y, otra vez me apoyo en el «entonces», había un salto importante entre lo que se estudiaba en las aulas y las bibliotecas y lo que se te exigía en el mercadillo de la programación. Sin embargo, lo que era más importante, te enseñaban a pensar y a Programar Bien, en mayúsculas, por lo que aplicando una máxima de mi vida que ha sido que si alguien puede aprender a hacerlo, yo puedo también aprender, ni corto ni perezoso pedí la documentación del proyecto. No hay, fue la respuesta. Pues quién lo programó, para preguntarle a él las dudas. No están, al menos los últimos; esto lo empezó Fulanito y lo siguió Menganito con Summer'87 y luego el grueso lo programó Zutanito en Clipper 5, aunque Renganito hizo otra parte, ninguno de los dos está ya aquí. ¿Manual de usuario? No hay. Resumiendo, estaba ante un código, hijo de mil leches, de cuyo sentido de ser nadie sabía nada de nada y cuya única forma de entender para qué servía era ejecutarlo e intentar dilucidar qué estaba haciendo con aquellas pantallas. Siquiera entendía el dominio del problema lo suficiente, menos aún me podía imaginar aplicando correcciones en el dominio de la solución.

Creo que en mi vida me he sentido tan perdido y asustado como con aquel código que no sabía por dónde pillar. Fueron cuatro días horribles mirando una pantalla deseando que las horas pasaran lo más rápido posible porque, sinceramente, aquello era un sufrimiento casi inhumano. Y esa fue mi primera experiencia como programador profesional en una empresa (no cuento algunos trabajillos que hice el año anterior como estudiante).

Para alguien a quien lo que le gusta es la programación, que lo destinen al servicio técnico a cacharrear con ordenadores no es la mejor de las opciones. Al menos para mí no lo era, que nunca me ha gustado andar con el hardware. Lo mío es todo intelectual. Pero esa fue la decisión que tomó la jefa, mujer del jefe y socia fundadora, tras cuatro días quejándome de que aquello era imposible —y que yo sepa aquel defecto llevaba meses sin corregirse—. Entre revisar sectores defectuosos de discos duros, montar ordenadores, instalar software y ayudar a instalar alguna red Novell en un cliente pasaron las dos semanas siguientes. No ponía demasiado entusiasmo en ello y Rafa me comentó un día que los jefes no estaban contentos conmigo. Al día siguiente presenté mi renuncia y cobré, por esos días, dieciocho mil pesetas. Mi primer sueldo «profesional», tras lo que decidí que me dedicaría a acabar la carrera antes de volver a lanzarme a una experiencia profesional. INEMA era un claro ejemplo de cómo no se deben hacer nunca las cosas y tenía clarísimo qué haría yo cuando retomase la vida profesional.

Toca aclarar el trabajé entre comillas. No llegaron a darme de alta en la Seguridad Social, por lo que a todas luces, yo era un ilegal. No hubo feeling desde el primer momento, en especial con la jefa, y doy por hecho que por ese motivo pospusieron el alta, hasta que tuvieran claro qué hacer conmigo. Yo me adelanté por el aviso de Rafa, aunque tengo claro que de haber aguantado unos días más, ellos hubieran tomado la decisión de prescindir de mí. C'est la vie. Tuve que apretar un poco para que me pagasen mi dinero. A fin de cuentas, no había registro en ninguna parte de que, efectivamente, hubiese hecho algo para ellos.

Durante años no volví a saber nada de INEMA. Un día, hablando con el jefe que tenía en otra empresa, me dijo que él había conocido a los dueños de INEMA. Por lo visto se separaron y él murió al tiempo de un infarto o de sobredosis, no estaba claro. Al parecer había indicios de ser consumidor de cocaína. Aunque bien podían ser habladurías. Lo más probable. Pero antes de eso ya habían cerrado la empresa. En cualquier caso, a esas alturas, a mí ya me importaba poco lo que fueron e hicieron. INEMA fue de esas experiencias de las que uno sale fortalecido. Pero que prefiere olvidar lo antes posible.

sábado, 18 de diciembre de 2010

'Microcosmos'

Creo que desde siempre me han fascinado los documentales de bichos. Desde que tengo memoria me han maravillado los insectos —y la fauna en su conjunto— pero como soy bastante tiquismiquis igualmente desde que tengo recuerdos he preferido mantenerlos a cierta distancia. Puede que ese deseo de distanciamiento sea la causa de que nunca me lance a la macrofotografía de insectos.

Mis padres me regalaron de pequeño una enciclopedia de seis tomos dedicados a los animales y me pasaba horas mirando las imágenes que acompañaban los distintos artículos. Recuerdo muy vívidamente —cerrando los ojos aún puedo distinguir muchos de los detalles— las fotografías de los ácaros de terciopelo [@ Wikipedia (en)] y de un escorpión acarreando a espaldas toda su prole. Y tiene mérito, porque podemos estar hablando de fotografías que estudié hace casi tres décadas. Sí, siempre me han gustado los documentales de animales en general y los de bichos en particular. Y sí, me lo pasaba genial con la enciclopedia de animales que me regalaron mis padres. (Aún está en casa de mi madre.) Aunque también tuve claro siempre que no me dedicaría a la biología.

Puestos a perder tiempo, ver documentales es una de las alternativas preferidas. De ahí que no escatime mucho si tengo la oportunidad de comprar alguno en Blu-Ray para disfrutar de la mejor calidad de imagen y sonido posibles. Y eso es lo que pasó con 'Microcosmos' [@ IMDb], que aprovechando un pedido de películas a Amazon UK acabó cayendo en el carrito de la compra a sabiendas de que era uno de esos que se vienen en denominar «película no verbal», a los que tan aficionado me he vuelto desde que vi 'Baraka' [reseña], y que el idioma no sería un contratiempo. Más o menos. Al final resulta que no era tan no verbal como creía y hay una voz en off de mujer (en la versión en inglés) que suelta un pequeño discurso al principio de la cinta, pero que resulta relativamente fácil de entender (no hay subtítulos, que conste).

'Microcosmos', como película básicamente no verbal, combina imágenes y sonidos como herramientas narrativas. Y lo consigue de forma fantástica. Las imágenes y secuencias, rodadas empleando distintas técnicas, son dignas de ver, mientras que el sonido acompaña perfectamente. En buena medida porque aprovechan los propios sonidos naturales para la ambientación; a veces un poco exagerados, eso sí. Como decía, la combinación resulta fantástica y sumamente entretenida. La hora y poco que dura el documental se pasa en un santiamén disfrutando, casi obnubilado, de las imágenes de los animales que se pueden encontrar en una pequeña extensión de campiña francesa a medida que va transcurriendo un día. El ciclo solar es la marca de tiempo empleada.

'Microcosmos' no es un documental al caso, pues al no contar apenas con explicaciones verbales, queda más como un ejercicio narrativo destinado a inflamar la imaginación del afortunado vidente. Sin embargo —o precisamente por ello— es una película recomendable para desconectar el mundo cotidiano y ordinario durante una hora y dejarse llevar por esos universos alternativos que nos rodean pero que, por ser aparentemente insignificantes, no solemos prestar atención. Insignificante en apariencia, sí, pero no en esencia. La Naturaleza no deja de sorprenderme con su fastuoso despliegue de formas y colores, en particular dentro del cosmos de los insectos. Y 'Microcosmos' es un fiel exponente de esa cantidad de maravillas que, día a día, nos perdemos por estar preocupados en cosas, aparentemente, más importantes. Película muy recomendable.

Si estás dispuesto a desperdiciar la oportunidad de disfrutarla en la mejor calidad posible, para lo que te recomiendo que recurras al soporte en alta definición por excelencia, tienes ocasión de verla en Google Videos [microkosmos.avi]. Al menos en el momento de escribir esta entrada ya llevaba tres años colgado.

viernes, 17 de diciembre de 2010

'El segador'

Las suscripciones a colecciones de libros conllevan la ventaja de que no te tienes que mover de casa para que lleguen los volúmenes a tus estanterías, amén de no tener siquiera que pensar ni que andar buscándolos. Uno de los contratiempos es que la constante visión de los libros colocados en esas mismas estanterías que llenan son un irrefutable recordatorio de que mi mujer [Mis ratos en la cocina] tiene razón cuando dice que compro más libros de los que necesito y muchos más de los que llegaré a leer. Cuando comencé la colección, vía suscripción a Altaya, de la saga Mundodisco [@ Wikipedia], tenía la convicción de que los leería de una sentada. No en vano sostenía que eran muy divertidos. Pero hasta lo divertido en exceso acaba cansando y llegó un momento en que mi cerebro pedía un descanso a gritos. Y ha pasado mucho tiempo desde que comenté el anterior que había leído, 'Imágenes en acción' [mi reseña].

Sea como fuere sé que ahí están y que de vez en cuando, cuando quiero algo ligero, puedo recurrir a la prosa de Terry Pratchett para echarme unas risas a costa de las vicisitudes de algún pobre desgraciado al que le toque ser protagonista de las situaciones, a veces rayando en lo subrrealista, a las que su creador decida someterlo. Y de paso para demostrar que sí que me los leo; aunque pasen mucho tiempo recogiendo polvo hasta que eso sucede. Terry Pratchett es genial caricaturizando las miserias de los individuos de la especie humana; así que, en cierta forma, es una oportunidad para reirse de uno mismo. Bueno, vale, un poco cogido por los pelos eso de reirse de uno mismo, pero sirve para rellenar y que este párrafo no quede más corto que la imagen de la carátula del libro que acompaña la entrada. Algo que me molesta soberanamente.

'El segador' es la undécima novela de una saga más larga que un día sin pan y, como ya viene siendo norma en todos los volúmenes de esta franquicia, le cuesta comenzar a que su lectura resulte interesante o, como mínimo, amena. Tal vez sea que ando ya un poco cansado del estilo. Sí, después de once libros, empiezo a notar que Pratchett se repite más que el ajo. Pero, como me pasa con tan suculento e ilustre bulbo de planta liliácea, me gusta. Únicamente es cuestión de empezar y sé que al cabo de un par de capítulos acabaré enganchado. Esta undécima novela no ha sido la excepción. Relativamente pronto —muy pronto, comparada con otras historias de este particular universo— le vas cogiendo el gustillo a eso de que La Muerte, protagonista de este segundo relato dedicado a ella dentro de toda la saga, vaya dando tumbos como un segador más contratado para la siega y que, por su naturaleza sobrenatural, hará a su manera. La decisión de que La Muerte dedique el tiempo a segar los campos es una cuestión que, como no puede ser de otra forma en las historias de este mundo plano, lo pone todo patas arriba. Sin embargo, como es costumbre, mi costumbre, no voy a contar nada de cómo ni porqué acaba como segador, ni de qué consecuencias podemos esperar de ello. Para joder las novelas ya hay cientos, si no miles, de sitios en Internet. Únicamente señalar que merece la pena para pasar un buen rato.

     —¿Se puede saber qué están haciendo? —preguntó con una voz débil.
     —¿A usted qué le parece? Vamos a enterrar a nuestro colega —replicó Ridcully.
     Los ojos de Colon se clavaron en un ataúd abierto, situado a un lado de la calle. Windle Poons le dirigió un saludo cortés.
     —Pero… si no está muerto… ¿verdad? —señaló, con el ceño fruncido por el esfuerzo de comprender la situación.
     —Las apariencias engañan —replicó el archicanciller.
     —¡Si me acaba de saludar! —insistió el sargento, titubeante.
     —¿Y qué?

Resumiendo, aunque dista mucho de ser un gran libro, siquiera la considero como una de las mejores novelas de Mundodisco leídas hasta el momento, sí es una historia bastante entretenida que sirve para lo que sirve, reirse un rato, y para poco más. Si lo que se busca es algo sencillo, distendido y de fácil lectura, pero cargado de una buena cantidad de humor ácido y fina e inteligente ironía, este es un libro apto para cubrir esa búsqueda. Si quieres algo más serio (y más denso) tienes 'Guerra y Paz', de Tolstói.

Hace tiempo actualicé una de las entradas de la serie para comentar que, con la suscripción, regalaban tres láminas con sendas portadas de los libros. Las portadas de los libros de Mundodisco suelen ser una concreción de lo que va el libro, y de hecho te vas dando cuenta a medida que lo vas leyendo. Identificas pasajes con algunos de los caracteres dibujados. Pero la que traía 'El segador' no me pegaba para nada con la historia. Me daba a mí la sensación que hubo algún error y que en la edición de Altaya intercambiaron las portadas. La que casaría con la historia la han puesto en la novela 'Soul Music', a la que aún queda bastante para que le llegue el turno. Una de las láminas que regalaron se corresponde con la del libro y aprovecho para dejarla aquí para terminar ya esta entrada de hoy, que se está haciendo más larga que la saga en sí. ¿Terminaré yo con las novelas de Mundodisco algún día?

lunes, 13 de diciembre de 2010

Fuerteventura (pasada por mocos)

Tal como finalizaba la última entrada [El ABC de los tiempos perdidos] aproveché que mi mujer [Mis ratos en la cocina] tenía el almuerzo de empresa en Fuerteventura este viernes pasado para pasar ahí el fin de semana y desconectar de tanta obra y tanto arreglo doméstico, pese a que ya iba mal de tiempo con algunas de las muchas otras cosas que quería hacer desde que me quedé en paro. Sin embargo, salí para allá el viernes a media tarde tocado. Había amanecido con dolor en el pecho y la cosa fue empeorando a medida que pasaba el fin de semana.

La producción de cemento verde que proyectaba desde mi interior me obligó a meditar. Inmerso en el proceso de febril reflexión concluí que para morirme tosiendo, mejor lo hacía en mi casa, preferiblemente en mi cama, así que adelantamos el vuelo del domingo y lo que iban a ser dos días dedicados a visitar la isla en coche se quedó en uno. Y a duras penas.

Cuervo

Los mosquitos que decidieron orquestar mi insomnio forzado y acompañar con sus zumbidos chupasangre los acordes de mis ataques de tos tampoco ayudaron a que me sintiera con ganas de otra jornada de coche el domingo por la mañana. En lo único en que pensaba era en llegar a casa, preferiblemente teletransportándome, tomarme una sopa caliente, preferiblemente hirviendo, y acostarme a dormir hasta el día siguiente, preferiblemente hasta la semana siguiente.

En Fuerteventura estuve hace unos trece años aproximadamente y, desde entonces, no había vuelto a poner un pie en esa isla. Aunque intención no ha faltado año tras año. En el 97 estuve con mi amigo Alejando, así que Fuerteventura es, era desde este fin de semana pasado, una de las dos islas que aún no había visitado con mi mujer. La otra, la que ahora mismo queda por visitar juntos, es la isla de El Hierro. Para el próximo año, supongo. Aunque en las fechas en que estamos, decir eso es casi lo mismo que decir «mañana».

Por un lado era lógico que Morro Jable, Jandía, Corralejo y otras zonas turísticas por excelencia hubiesen incrementado notablemente la presencia de cemento y hormigón como parte del paisaje árido y volcánico que predomina en esa isla. Aunque, sinceramente, me lo esperaba mucho peor. Es lo que tiene haber vivido en la sobrexplotada Gran Canaria, donde si no han edificado más hoteles a pie de playa es porque eso significaba tener que ganarle terreno al mar. De lo vivido aquí uno supone que en el resto de las islas de marcada proyección turística habrá sucedido lo mismo y me esperaba algo así en Fuerteventura, pero, al menos para lo que yo percibí, en la mayoría de los sitios la cosa está bastante contenida. Es lo que se desprende de un paseo rápido por ella. También es cierto que por todas partes hay restos de obras inacabadas, de esas que quedan cuando se termina el dinero y quiebra la promotora o cuando se descubre que están violando el límite de costa y un juez aún en el límite de la corrupción conviene en que lo pertinente es que se detengan las obras hasta que se decida qué hacer. Tampoco me sorprendió desagradablemente lo de Jandía. Aunque la playa tiene más hamacas y sombrillas de las que yo recuerdo de mi primera visita, que de hecho no recuerdo que hubiera ninguna entonces, la cosa parecía, en la distancia, bastante controlada.

El faro de Punta Jandía

En general, toda la isla en su conjunto conserva y transmite aún esa sensación de soledad la mayor parte del camino. No hay nadie en casi ninguna parte del interior, salvo otros turistas, y en los pueblos es raro tropezarte a una persona. La mayoría de los pueblos se componen de apenas unas pocas casas. Betancuria [@ Wikipedia], su villa que no el municipio, para haber sido la primera capital de las islas, tiene poco más de lo que da de si una curva de la carretera en cuanto a casas se refiere. Tan pronto entras por un lado, sales por el otro de la villa. Salvo que te pares a echarle un vistazo a la iglesia.

Fuerteventura apenas tiene vegetación. Al menos de altura. Y de la imagen romántica de las cabras paseando por todas partes que uno pudiera tener en la memoria, hoy es raro tropezarte con un rebaño. Lo que sí hay en abundancia es la ardilla moruna que a estas alturas se te acerca a comer al lado, de tan domesticada que está. También vi bastantes cuervos en algunos miradores de la isla y tuve la oportunidad de acercarme a uno aproximadamente a tres metros para sacarle una foto.

En fin, que aunque esperaba poder llegarme a más rincones, la isla se puede visitar en una primera aproximación y de extremo a extremo en un día. Como pasa siempre, habrá decenas, si no cientos, de rincones que merecen la pena ser vistos, y habrá lugares a los que sólo se podrá llegar caminando, pero tengo la intención de volver en un futuro no muy lejano. Esta vez pensando más en disfrutar de sus increíbles y casi infinitas playas. En esa ocasión aprovecharé para ver algo más de lo que pude visitar este fin de semana. Hasta entonces Fuerteventura no ha dado más de sí. Corrijo. El que no ha dado más de sí soy yo mismo que, tras escribir esto se vuelve a la cama a la espera de la hora de ir al médico y con la sanísima intención de, tan pronto vuelva de contarle mis penas y penurias a la doctora, acostarme a dormir hasta que o alguien grite eso de «¡Saulo, levántate y anda!» o a que el exceso de equipaje, que en forma de mucosidad más parecida a una pasta epoxica que flema humana, decida abandonarme definitivamente. Mal comienza la semana para todo lo que tenía que —al menos en mente— hacer.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El ABC de los tiempos perdidos

Cuando finalmente me comunicaron la decisión directiva de finalizar mi colaboración con la empresa [Futuros personales, intransferibles e inciertos], y tras superar las primeras experiencias de vértigo existencial, acabé proyectando un futuro a corto y medio plazo lleno de todas aquellas cosas que hasta la fecha, por hache o por be, no había acometido o realizado. Me convencí a mí mismo que esta era la oportunidad perfecta para hacer todo eso y, si cabía y podía, más. Soy un optimista irredento e incorregible, como la realidad se encarga de recordarme con cierta frecuencia cuando me cachetea con el guante de lo irrefutable. Hay algo con lo que no podemos luchar, por más que queramos y lo intentemos con todas nuestras fuerzas. Se trata del transcurrir insondable y perpetuo del tiempo y, por mucho que duela y moleste, los días, sus horas y los minutos que preñan a estas últimas, no dan para todo lo que a uno le gustaría meter en ellas. Cuando está con ánimo de hacerlo. Como resumen, con la cercanía de cumplirse los dos meses desde que vivo como otro desempleado más en este país, que un día se levanta con titulares escritos en tipografía optimista y al siguiente se acuesta rumiando los resoplidos políticos de la incertidumbre, apenas he conseguido hacer gran cosa de todo lo que había proyectado.

En parte la desviación de los planes está en que si bien uno fácilmente se ve cumpliendo —sobretodo si se visualiza con el ojo de la imaginación— aquello que quería o deseaba —incluso aquello que simplemente le conviene—, resulta ligeramente más difícil prever cómo será el camino que lleve a su cumplimiento; por muy ilustremente empedrado de espléndidas intenciones que esté. Así que, cuando a principios del mes de noviembre me propuse a mí mismo que era el momento idóneo de acometer algunas pequeñas reformas en casa y que, tras ello volver a pintar toda la vivienda, pues tras cuatro años y medio de convivencia el blanco de las paredes ya pasa por un gris claro, no podía imaginarme que todo el proceso, aún en la práctica algo inacabado, me llevaría todo un mes. En estas últimas semanas apenas he hecho otra cosa que pintar y restaurar, en algunos casos, las paredes que, en un edificio con crisis de los cuarenta y amargo regusto de desatención comunitaria henchida de disputas y rencores entre vecinos, se agrietan más de lo que a mí me gusta. Y eso que hace seis años se reformó completamente la vivienda; algo que me preocupa cada vez que veo aparecer otra minúscula grieta en una pared. Aunque lo mismo se podría aducir de la necesidad de las pequeñas obras cuando hacía tan relativamente poco que se había reformado y rehecho la totalidad. En este caso la justificación hay que buscarla en la terquedad de los apaños inadecuados. De haber hecho caso al instinto la primera vez los arreglos no se hubieran necesitado. Algo que, sin embargo, no se puede decir de la necesidad de repintar y restablecer el blanco de las paredes.

Sin embargo, sigo siendo fiel heredero y nieto de un optimista imposible que murió demasiado pronto con el corazón roto de tantas veces que la realidad quiso demostrarle que lo era sin razón. Así que aún tengo ganas de seguir adelante con todas esas cosas que, pese a que muchas eran con tiempo límite establecido, este mes de obras (menores) y repintado total ha retrasado y desplazado de mi atención. No soy supersticioso, pero seré cauto al no enumerarlas. No tanto porque no se vayan a cumplir si lo hago, sino porque siempre aparecerá aquel que me verá y, con sorna, dirá algo del tipo «¿Qué? ¿Aún no te has sacado el carné de piloto de aeronave tal como contaste que ibas a hacer en tu blog?». Así que, por eso de seguir el consejo de los que saben más que yo de automotivación, y para no darle oportunidad a más de uno si no lo hago/consigo, me permito dilapidar tiempo listando las intenciones con la letra de inicio del verbo o del sujeto de aquello que me gustaría hacer/conseguir en los próximos meses: A, C, F, G, I, J, J, J, L, M, M, N, T. No son muchas, aunque las haya repetidas, pero algunas de ellas pueden llevar años. Y creo que alguna me dejo en el tintero. Esperemos que esta bitácora sea testigo y testimonio escrito de su consecución y no de su abandono. Aunque, si hacemos caso estadístico al pasado, la realidad volverá a saltarme los mocos e hincharme las mejillas con su guante de cuero.

Esa misma realidad que no hace más que ponerme traspiés tentando mis debilidades. La última aparición diabólica para distraerme de mis metas ha tomado la forma y cuerpo de adaptación para la PS3 de una de mis sagas de juegos favoritos. Esa que en más de una ocasión he mencionado y que he lamentado ver desaparecida con la generación anterior. Sí, desde ahora ya puedo perder tiempo de forma miserable repitiendo las tres primeras partes de la saga de las arenas del tiempo en su versión remasterizada. Es lo malo que tiene parar en MediaMarkt después de comprar pintura y otras cosas necesarias para terminar con los trabajos domésticos en Leroy Merlin si es tu padre el que te acompaña y decide hacer la ruta «tradicional» de vuelta a casa. Supongo que habrá algún lector casual que de por hecho que pasé de comprármelo inmediatamente. Aquel que lo suponga será tan necio como yo al creer que podría resistir este tipo de tentaciones. Fue como en los documentales de la televisión: Nada más verlo lancé el brazo para cogerlo sin apenas llegar a entender todavía qué estaba cogiendo exactamente. Igual de rápido que lanza el camaleón su lengua para atrapar un insecto, yo había capturado la trilogía del Príncipe de Persia y me dirigía a la caja a pagar. Dios mío, ¿qué he hecho? ¡Socorro!

En fin, que a ver cómo consigo ponerme al día y no despistarme mucho con cosas como los juegos mencionados antes. Pero eso ya lo dejo para el lunes. Este fin de semana lo paso en Fuerteventura. Para reponerme de las reformas, de pintar y preparar chopocientos cables y de andar armando muebles para rellenar los nuevos huecos generados por la necesidad.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Halloween...

Seguramente pecaré de demagogo u oclócrata en las próximas palabras, pero aquí va mi (pseudo)razonamiento del día. Abstenerse de su lectura fachas, monárquicos, melindrosos y feministas.

No me gusta Halloween. Nada de nada. Me parece una absoluta estupidez la forma en que aceptamos las modas. Se nota que me hago viejo. Por lo cascarrabias con toques afrutados y aromas de intransigencia. Pese a ello, creo sinceramente que somos una panda de idiotas dispuestos a comprar cualquier fiesta. ¿Pero qué se puede esperar de un país donde el periódico de tirada diaria y de pago más leído es El Marca, y la revista semanal más leída el Pronto? (Ver el Resumen del Estudio General de Medios que hay en AIMC [Página Web]). Sigue resultándome descorazonador que El Marca lo lean diariamente casi tres millones persona. Casi un millón más de los que leen El País, el periódico generalista más leído en España. A diario casi un 50% más de personas prefieren leer lo que opina cualquier futbolista (posiblemente medio analfabeto de tanto fugarse de clase para ir a darle al balón).

Sin embargo, la entrada realmente viene motivada por lo que escuché el otro día en la radio. Tradicionalmente soy bastante tolerante y respetuoso con las creencias ajenas (allá cada cual con lo que hace), pero a veces escucho cosas que me encienden y reviento. Pasaba yo un momento por la cocina cuando estaba una tipa hablando en la radio sobre La Gran Tradición de Halloween en el Mundo. Lo pongo en mayúsculas porque, fue mi impresión tras escucharla unos pocos minutos, que lo que vivimos hoy es un proceso de reclamo de la herencia generacional, el deseo de recuperar una fiesta que la Iglesia había prohibido, pero que en Europa siempre había sido una celebración y que era lógico, incluso justo, que los españoles, tan europeos como el resto, volviésemos la mirada a nuestro pasado y recuperásemos tan ilustre tradición que se remonta a los celtas y que hasta los romanos, cuando sometieron a los primeros, adoptaron. O sea, que no somos imbéciles consumistas, sino que llevamos en nuestro interior, casi grabado a fuego en nuestros genes, la necesidad de disfrazarnos como gilipollas, gastarnos una pasta y celebrar el Día de los Muertos tal y como lo celebran en EE.UU. y Canadá, que con apenas dos siglos de historia sí que se ve que son los verdaderos valedores de la tradición milenaria. En resumen, y así me sonó su axiomática, que debemos sentirnos orgullosos de reclamar tan ilustre tradición que, por derecho, nos pertenece. Halloween no solo forma parte, es nuestra Memoria Histórica. Lo comercial es secundario.

No soy muy aficionado a la radiodifusión, así que las pocas veces que escucho algo en este medio es porque mi mujer la tiene encendida. Generalmente le gusta escucharla mientras cocina. Es por ello que, cuando mi cerebro ya dijo «¡basta!», salí del recinto sin pararme a averiguar de qué programa en concreto se trataba, ni de qué persona postulaba así. Mirado retrospectivamente, me quedé con las ganas, la verdad, porque hubiese enriquecido esta entrada y casi hubiese alcanzado cotas de periodismo de investigación. Pero en mis neuronas resonaba la ensordecedora disonancia del alegato a la tradición y a la herencia cultural como recursos justificados para retomar un fiesta. Ahí andaba rumiando yo que, si es justo y justificable, casi una obligación retomar los cultos antiguos, ya estábamos tardando en empezar a pegar nuevamente a las mujeres, tradición muy española —y por proyección conquistadora, latinoamericana— esa. O, por qué no, reinstaurar el Feudalismo y el derecho a la lus primae noctis. ¿Acaso no son estas también tradiciones que, por argumentación parecida, tienen derecho a reinventarse y existir nuevamente? ¿Y qué me dicen de la esclavitud? Que si Halloween es tan históricamente milenaria como cuentan, ¿qué me van a contar de esclavizar a otro ser humano? Tras la prostitución, que no hay forma de que legalicen aun alegando tradición, someter al prójimo será sin duda la segunda profesión más antigua del Mundo.

De todas las falacias lógicas, el recurso a la tradición es uno de los que me parecen más estúpidos. ¿Soy el único que ve incoherente que un tipo defienda la tradición de asesinar a un toro en un espectáculo dantesco al tiempo que arremete contra la tradición palestina de lapidar a sus mujeres infieles? Sé que suena muy demagógico, como decía al principio, pero me toca mucho los huevos que las argumentaciones se basen en la lógica de lo cotidiano, en especial de la cotidianeidad del hablante. El «es así porque siempre ha sido así» se merece la quema en la hoguera, bonita tradición también esa —¿cuándo la recuperamos?— para con los infieles y las brujas. Lo único que demuestra ese apego a lo añejo es nuestra incapacidad para evolucionar, para mejorar ni como personas ni como colectivo.

En fin, que por mucho que la buena señora argumentara que tiene sentido que esta generación, más distante del Halloween original que aquellos que reclaman sus muertos en la Guerra Civil, haya retomado la fantochada del disfraz fiestero con ilustre e ilustrado derecho a la proclama de la cultura del antepasado, yo sigo creyendo que la causa hay que buscarla más en la tontería y la estupidez de una generación con valores huecos, de existencia fútil y trayectoria más bien errática. Algo que explicaría también por qué seguimos rindiendo culto a una panda de personas que, tradicionalmente, no hacían otra cosa que fornicar entre hermanos, primos y sobrinos, hasta destilar lo mejor de lo Borbón.

Vamos, que más que tradición, lo de Halloween es una soberbia gilipollez.

domingo, 7 de noviembre de 2010

'Superfreakonomics'

Nunca he terminado de entender la fuerte atracción que siente el mundo latino por acoger sin mucha resistencia expresiones de uso popular dentro del mundo anglosajón. El fenómeno Web 2.0 únicamente ha amplificado dicho fenómeno, por lo que no es raro que las bitácoras, foros y otros submundos estén plagados de expresiones como LOL o WTF, por poner un par de ejemplos. ¿Dónde estará el tan castizo y sonoro «¡Pero qué coño!».

En fin, como la entrada de hoy no pretende hacer un análisis sesudo sobre lo permeables que somos a las modas lingüísticas, y por eso de seguir en mi papel de fashion victim, diré que el libro 'Superfreakonomics' está plagado de párrafos en los que exclamaremos algún que otro WTF o, cuando menos, algún LOL. Aunque yo, mientras lo leía, soltaba más «¡Vaya!», «¡Hay que joderse!» o, simplemente, algún «¡Joder!». El libro está repleto de datos e información, cuando menos, curiosa. Muchas veces sorprendente. Además, resulta muy divertido de leer, pasándose las páginas una tras otra a gusto. No aburre, no.

'Superfreakonomics' es, como no se le escapará a (casi) nadie, la continuación del libro 'Freakonomics' [mi reseña]. Más que una continuación, tal como se podría contemplar desde el punto de vista de un argumento o una historia, resulta un «más de lo mismo», pero con casos/estudios nuevos y siguiendo la dinámica del libro anterior. Ha mejorado, para mi gusto, en la forma de exponer las situaciones. Resulta más ameno que el primero.

Otra componente que me ha gustado particularmente del texto es que hace bastante hincapié en la forma en que debe realizarse un estudio. No es que la describan paso a paso, pero sí que se preocupan en explicar por qué y por qué no se pueden hacer ciertas suposiciones en función de cómo se han obtenido los datos. En este aspecto es un libro que, pese a su superficialidad —pero muy, muy, muy superficial— en este tema, sí que resulta instructivo en la forma en que se procede a estudiar el dominio del problema. Lo araña apenas, pero resulta interesante para alguien al que le guste el tema del análisis estadístico de datos.

    Un análisis similar de Claude Berrebi sobre terroristas suicidas palestinos reveló que solo el 16 por ciento procedían de familias pobres, frente a más del 30 por ciento de los varones palestinos en general. Por otra parte, más del 60 por ciento de los terroristas tenían estudios superiores, frente al 15 por ciento de la población en general.

De los cinco bloques en los que se divide el libro, el que quizás menos me gustó fue el último. Ese bloque hace de plataforma contra Al Gore y su visión del calentamiento global. No digo que necesariamente Al Gore esté en lo cierto porque sí, pero desde luego a mí, gustos políticos aparte, me resulta loable su preocupación por cómo se está destruyendo el Planeta. En ese aspecto, los últimos capítulos resultan una obstinada prosa por desacreditar al hombre (también Lovelock, otro talibán ecologista, recibe muchas críticas), para justificar la visión alternativa. Esos capítulos me dejaron un poco frío. Por no confesar que un poco irritado. Tal vez se deba a que yo soy algo radical con el asunto del calentamiento global, la contaminación desmedida y la exterminación indiscriminada y lucrativa de ecosistemas y especies animales y vegetales. Suerte que sí tengo contratado un seguro de vida. En caso contrario podría pasar por un terrorista.

En fin, 'Superfreakonomics' cumple lo que promete, ilustrar divirtiendo. Al menos en la mayor parte del texto. Por eso lo sugiero como experiencia recomendada. Algo que le importará a nadie, probablemente. Pero ahí queda.

¡Ah, sí! Una última cosa. A ver si para hiperfreakonomics, o como decidan llamar a la tercera parte, estudian y descubren la causa por la que somos tan tendenciosamente tontos como para acuñar tanta moda extranjera y dan respuesta a mi pregunta del WTF y el LOL. A lo mejor acabo exclamando un sorprendido «¡Hay que joderse!» cuando lo lea.

sábado, 23 de octubre de 2010

Futuros personales, intransferibles e inciertos

Finalmente ayer se concretó lo que ya se me había adelantado telefónicamente el día diez de mayo. Entonces fue un regalo de cumpleaños algo amargo e indigesto. Aunque totalmente comprensible.

Cuando la dirección me invitó a pasar unos días en Madrid a principios de este mes, raramente cabía otra posibilidad. Han sido cinco meses de incertidumbre. En realidad bastante más, pues era una consecuencia lógica que tarde o temprano tenía que llegar y que se podía percibir desde mucho antes. Antes incluso de mi traslado a Madrid por seis meses. Y pese a ya saber de antemano qué sucedería el lunes cuatro de octubre cuando llegué a la oficina principal, en un principio de mes que estaba resultando especialmente caluroso para ser esa ciudad, no dejó de ser una experiencia agridulce. Dulce porque en cierta forma me sentía libre gracias a que otro había tomado por mí una decisión que yo mismo habría tenido que tomar mucho tiempo antes. Agria porque era precisamente otra persona la que estaba decidiendo cuál sería mi futuro inmediato. La primera vez desde que en el año 95 me embarqué en la experiencia empresarial. Desde entonces y hasta hoy siempre había sido yo el que decidía cuándo, dónde, cómo, qué, quién y por qué.

El director, al que he llegado a apreciar y respetar en estos años a nivel personal y profesional, me repetía lo mismo que me había dicho en mayo pero, esta vez, cara a cara y con una carga de ineludible sentencia. El cierre de la oficina física y el enviar a todo el equipo de desarrollo a trabajar en sus casas (teletrabajo, que dicen) tenía como final inevitable que mi puesto de responsable pasara a carecer de sentido y utilidad. Y los múltiples intentos por reubicarme no han terminado de cuajar. Falta de proyectos, es el principal mal que aqueja en este momento. Pero salida por la puerta grande: «Todo lo que necesites. Cartas de recomendaciones. Recomendaciones verbales, que me llamen directamente. Si quieres mando un correo a conocidos». Se portó tan bien que, al final, casi me dio pena que tuviese que darme él la noticia. Me cae bien, muy bien. Un gran tipo el director. Igual que el resto de los grandes profesionales que en estos años he tenido el privilegio de conocer y de los que aprender.

Cruce de caminos

Como decía, finalmente ayer viernes llegó la carta de despido y yo paso a engrosar esas inmensas filas de parados que ponen en entredicho la sociedad del bienestar, en general, y la economía española, en particular. Me sumo y convierto en otra papa caliente que el Gobierno central tendrá que tragarse en los próximos meses a causa de una crisis que les llegó servida en bandeja de plata y que se están teniendo que tragar sí o sí. No, no le echo la culpa de esta crisis a este gobierno en concreto. Esto viene de mucho más atrás. Pero ese es otro tema.

No negaré que en las últimas semanas he tenido breves ataques de pánico. Casi cuarenta años. Un encrudecemiento de la crisis que sólo permite ver nubarrones negros en el horizonte. Compañeros de profesión que me repiten que «la cosa está muy chunga» para conseguir trabajo. Hipoteca, que aunque relativamente pequeña no deja de ser una hipoteca. Conocimientos algo (muy, realmente) obsoletos. Y muchas más pegas que uno mismo se pone cuando deja que el cerebro de reptil tome la iniciativa en las decisiones existenciales. Lo que se siente es parecido al vértigo. Sientes que en el siguiente paso el futuro se derrumba abriendo ante ti un abismo de enormes acantilados, fondo infinito y que, casi inevitablemente, ese paso te hará caer hasta las profundidades de lo desconocido, perdiéndolo todo en la caída.

¡Pamplinas! Lo primero que se aprende cuando se lee algo de ciencia —y mucho de ciencia ficción— es que en el espacio no hay arriba ni abajo, que todo son referencias personales. Así que en ese momento de vértigo, impido que el pánico me domine, simplemente cambio mi perspectiva de qué es arriba y abajo y lo que un paso antes eran el suelo y un abismo de caída interminable, pasan a ser una pared ascendente y un llano en el siguiente. Acabo de escalar el acantilado y ahora estoy mirando una inmensa estepa fértil. No hay barreras. No hay límites.

Lo único cierto es que ante mí se abre un universo infinito de posibilidades. Cada paso será un cruce de caminos y, como decía Machado, se hace camino al andar. Creo que va a ser, cuando menos, entretenido, gratificante y, espero, un camino para mejorar y hacer muchas de las cosas que nunca me había decidido a hacer o que había pospuesto día sí, día también. Se abre un futuro de opciones y oportunidades. Me equivocaré, pues equivocarse está en la naturaleza misma de la sabiduría, pero el mayor riesgo es no hacer nada. No tengo miedo a equivocarme. Ya no.

Desde mayo hasta hoy ya había tomado algunas decisiones menores. Cosas que quería hacer. En estos meses ya puse algunas cosas en marcha, aunque buena parte se quedaron pendientes de conocer la fecha definitiva. La dirección ha intentado no desprenderse de mí. Ahora que ya no hay más vuelta de hoja, seguiré con las que había iniciado y retomaré cosas. Me embarcaré en nuevos proyectos e intentaré aprovechar el tiempo, que al final de cuentas, el tiempo es precisamente de lo que se compone la vida. Por consiguiente, intentaré vivir. Ya veremos en qué formas y medidas se van concretando todas estas buenas intenciones, pero es bueno recordar, en estos momentos, ese poema que se ha hecho famoso a raíz de la película Invictus y que lleva, precisamente, ese mismo nombre:

Fuera de la noche que me cubre,
Negra como el abismo de polo a polo,
Agradezco a cualquier dios que pudiera existir
Por mi alma inconquistable.
En las feroces garras de las circunstancias
Ni me he lamentado ni he dado gritos.
Bajo los golpes del azar
Mi cabeza sangra, pero no se inclina.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
Es inminente el Horror de la sombra,
Y sin embargo la amenaza de los años
Me encuentra y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecha sea la puerta,
Cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.

Hoy es el primer día del resto de mi vida. Así que toca aprovecharlo.

lunes, 18 de octubre de 2010

'Necesario, pero no suficiente'

Hace ya algo más de un año comentaba por aquí la primera novela empresarial de Eliyahu M. Goldratt, 'La meta' [Hoy recomiendo 'La meta'], que resultó ser todo un descubrimiento. Ya iba siendo hora de que le tocara el turno al último de los libros que hay publicados del autor en español: 'Necesario, pero no suficiente'. Entre otros posibles motivos porque lo compré junto con el resto tan pronto acabé el primero y ha estado esperando todo este tiempo su pequeño momento de gloria.

Con la primera novela quedé automáticamente atrapado por la creencia ciega del potencial de la Teoría de las Limitaciones [@ Wikipedia]. Libro tras libro he intentado averiguar más sobre los mecanismos, las herramientas y las particularidades de esta teoría tan lógica pero que a mí, especialmente, me resulta algo esquiva en la lectura de los textos que prepara Goldratt para demostrarnos lo importantísima que es su aplicación con objeto de sobrevivir a las situaciones límite. En una ocasión más he leído otra novela de las que llaman empresariales buscando profundizar en la TOC, el acrónimo en inglés, quedándome casi como estaba al principio. Las novelas de Goldratt no buscan que aprendas en detalle, sino que te quedes con la esencia y que sirvan de enganche, de señuelo, para que muerdas el anzuelo y que tu deseo de saber más, la curiosidad, te impulse a seguir indagando. Y, supuestamente, pagar por ello. Por desgracia —para mí— la mayoría de las cosas que he encontrado en Internet y que parecen realmente interesantes están escritas en lenguas bárbaras como el inglés y que, siendo el vocabulario de la gestión de producción empresarial casi un subdialecto, es casi imposible de descifrar. Por suerte, pasado otro ciclo de espera, cada vez que le pido al amo de las redes sondear nuevamente en busca de contenido del tópico en cuestión van apareciendo más apuntes dignos de interés escritos en la lengua de Cervantes. Aunque muchos son parodias y refritos de otros.

Lo mismo que los libros del propio Goldratt. Cada uno viene a ser un refrito —en este caso en el buen sentido— del anterior, cambiando el escenario en el que se aplica la Teoría de las Limitaciones para salir victorioso. A fin de cuentas una de las premisas en las que se basa la TOC es su aplicabilidad universal. Sirve para todo. Se basa en que es pura y sencillamente un proceso intelectual deductivo circunscrito a cinco pasos que concluyen con una orden global, un mandamiento único, que hay que mantener y obedecer a toda cosa: evitar la inercia. Todo tiende a acomodarse y a dejarlo tal como está cuando se sale del bache. Ese es el gran enemigo de las empresas, el status quo adquirido y mantenido a toda costa mientras las cosas «van bien». Cuando viene un bache se ha perdido la práctica de superar la adversidad y las empresas se van al garete pero sin antes haber echado cuanto lastre podían echar. Expresión abstracta que se concreta en el despido, a veces masivo y a veces a cuenta gotas, de personal productivo. Es una especie de agonía en el que una empresa va perdiendo aquello que la hace mantenerse viva, aquello precisamente para lo que se montó. Alcanzado el punto de no retorno, la empresa pierde todo su sentido de ser y, simplemente, muere.

    Si quiere encontrar una solución potente pero simple, también tiene que ver las conexiones entre estos dos problemas.
    Scott se obliga a revisar la situación sistemáticamente. Lenny expresó el problema que tienen con el producto de manera muy concisa. Para satisfacer la demanda del mercado, tiene que seguir agregando más y más características, lo cual significa que tienen que seguir complicando el sistema. Pero para poder dar un servicio adecuado, deben simplificar el sistema. El dilema que tienen con el producto es claro, pero este dilema es el mismo, independientemente de que se estén orientando al mercado de las grandes empresas o al de las empresas medianas.

El esquema de esta novela es el mismo de las anteriores del autor: chico tiene gran responsabilidad, chico descubre que ha empezado la cuenta atrás antes de que la cosa estalle, chico se embarca en la búsqueda de una vía para salir adelante, chico descubre TOC —o alguna de las herramientas de la Teoría de las Limitaciones—, chico empieza a aplicar maravillado el esquema del Truput [@ Wikipedia], chico va aplicando reajustes a medida que va aprendiendo en el proceso, chico obtiene un beneficio total infinitamente superior al esperado, y chico pone sus barbas a remojar mientras la competencia se va a tomar por… En su primera novela, 'La meta', esto sucede en una fábrica y, por tanto, la TOC se aplicó para mejorar la productividad y los tiempos de respuesta de producción, reduciendo el inventario hasta cotas inimaginables. En la segunda, 'No es cuestión de suerte' [mi reseña], serán los mismos protagonistas de la entrega anterior los que tengan que maximizar el precio de unas empresas del grupo para lo que se embarcarán en el proceso de mejora de la logística y del marketing. Obviando el tercer libro, un ensayo algo espeso y obsoleto, 'El síndrome del pajar' [mi reseña], en su tercera novela empresarial, 'Cadena crítica' [mi reseña], se dedica a contarnos cuán beneficiosa sería la aplicación de las técnicas derivadas de TOC, en forma de un nuevo postulado denominado cadena crítica [@ Wikipedia], como el título de la obra, a la gestión de proyectos de cualquier tipo y finalidad. En esta ocasión, con su cuarta novela empresarial, la vicisitudes las pasará una empresa de software que, en el momento de escribirse el libro, finales de la década de los noventa del siglo pasado, resultaban muy atractivas al capital de inversión y que ya entonces se veía que era insostenible mantener el crecimiento tan desmesurado que estaban viviendo [Burbuja punto com @ Wikipedia].

Tengo claro que Goldratt no ganará nunca un Nobel por su prosa. Pero ya se sabe que si se quiere buena literatura mejor leer algo de García Marquez o del recién condecorado Vargas Llosa. No, Goldratt no pretende deleitarnos con buena literatura; lo que quiere es que te dejes convencer de cuán importante es la TOC. Algo que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte de tu empresa. Incluso de tu carrera profesional. En este aspecto la novela consigue mantener el interés en su Teoría de las limitaciones (o restricciones) y enseñar cómo sería la forma, in extremis y algo cargada de dramatismo de culebrón para mi gusto, de sobrevivir a la hecatombe cuando ya todo estaba sentenciado, aplicando un proceso puramente deductivo enmarcado en la TOC. En estos términos la novela resulta entretenida y, dicho a modo simplista y vulgar, mola.

Si te llama la atención el tema considero que forma parte de las novelas recomendables, aunque para mi gusto las dos primeras son las mejores. Esta apenas aporta mucho más a lo que ya se puede encontrar en aquellas, salvo por el hecho de estar representada en un escenario que a mí me es más cercano y familiar que las fábricas o las industrias de las primeras entregas. En este aspecto supone un refuerzo a lo que ya se hubiera podido vislumbrar en las anteriores y representa un empujoncito más de cara a seguir indagando y profundizando en la materia.

jueves, 14 de octubre de 2010

Pero antes fueron Madrid y Salamanca

Hace unos días contaba, así en plan «batallas del abuelo Cebolleta», el primer viaje que hicimos de casados [La Palma]. También contaba que por motivos económicos no habíamos podido viajar casi nada antes de la boda. La cual tuvimos que aplazar unos años, por si no había quedado indirectamente claro, porque no se terminaban las reformas del piso que compramos. El piso lo compramos a mediados de 2003 y nos casamos en julio de 2006. Resten y sabrán cuánto tardamos en tener el piso listo para convivir. Los amigos que no son amigos se burlaban diciendo que aquello parecía la obra del Escorial.

Si mi memoria no me falla (y yo no me fiaría mucho de ella, maldita), a mediados de 2002 llevábamos más de un año buscando nuestro nidito de amor y no conseguíamos ni un alquiler ni una hipoteca en la que sintiésemos que estábamos pagando un precio justo y adecuado por lo que íbamos a disfrutar. Uno, que siempre ha sido un idealista. Hartos de estar hartos, y de buscar y rebuscar algo que realmente nos hiciera creer en el libre mercado y en el quid pro quo entre seres humanos, decidimos despilfarrar parte de los ridículos ahorros —ridículos en parte porque siempre tendimos hacia la manirotura en lo tocante a la tesorería y en parte porque con sueldos miserables (yo fui menos que un mileurista) poco queda para ahorrar— y darnos el merecido lujo de viajar y visitar a nuestros amigos de Madrid que, por entonces, vivían entre Madrid y Ciudad Rodrigo. Ser ingeniero de caminos te ofrece la posibilidad de habitar en dos sitios a la vez, por lo que pude observar. Allí donde la obra te lleve, podría ser el título de una novela de aventuras. Ser ingeniero informático a lo más que te permite es a aspirar a ser un emigrante y encontrar un sitio donde te traten mejor. Pero no enturbiemos la entrada de hoy con penas y ni con miserias.

La plaza mayor

Hasta entonces no había estado nunca en Madrid, la capital de reino, y pude disfrutar por primera vez de calles y lugares que luego serían referentes en mis desplazamientos y visitas posteriores —incluso en los períodos de vivencia—. Hablo, claro, de la zona de Puerta del Sol y alrededores. De los nueve días que duró el viaje, cuatro los pasamos en Madrid aprovechando para visitar algún lugar cercano de índole histórico y cultural. Léase el Valle de los Caídos [@ Wikipedia], homenaje a la sinrazón de los ideales y a la expresión máxima del desprecio al que piensa distinto, que no tiene forma de concretarse más vil que en el asesinato sostenido e institucionalizado como forma de gobierno. Pero como forma parte de nuestra historia y hay que reconocer que es un pedazo de proyecto de ingeniería digno de la serie Magaconstrucciones, de la que soy adicto, hay que saber dejar de lado ese mismo sentir de desprecio idealista que llevó a que se pudiera construir, y visitarlo rindiendo tributo a quien se quiera rendir. En mi caso a los que realmente lo construyeron. Vale que lo idearan los victoriosos, pero fueron las manos de los perdedores, muriendo en el proceso de construcción, los que lo edificaron y excavaron. A ellos les corresponde el verdadero mérito. Casi parece una metáfora de la vida empresarial a día de hoy. ¿Quién si no saca verdaderamente adelante la empresa? ¿El que va a un almuerzo de empresa pagado por la empresa en un coche de ochenta mil euros pagado por la empresa? ¿O el que acepta los mil euros con la ilusión de que aprenderá lo suficiente como para ser el siguiente en tener coche de empresa?

¿No había dicho que nada de penas y tampoco nada de miserias?

Por cierto, y como colofón al párrafo dedicado a mencionar tan espinoso —y enquistado en nuestra historia y en las pasiones de vencedores y vencidos— lugar, me permití el placer de dar unos pasos de baile sobre la tumba de Franco mientras, a unos pocas decenas de metros, unos subvencionados empleados del clero preparaban algún homenaje sufragado por la Hacienda Pública a la memoria victoriosa del finado. Mientras me alejaba nervioso y excitado por la osadía y temeroso de que algún extremista presente e iracundo por la profanación allanase nocturnamente mi casa, me arrancase del calor de los brazos de mi novia y me llevase a algún lugar apartado para fusilarme sin juicio previo y para, acto seguido, abandonar mi aún caliente cadáver en alguna fosa común y anónima cavada en la curva de cualquier carretera secundaria, escuchaba la voz de una chica azuzando a su novio, marido o pareja con un casi imperceptible pero excitado «¡baila tú también!». Héroe por un minuto. No en vano —o tal vez para mi desgracia futura— soy descendiente sanguíneo de rojos e ideológicamente heredero de Humanistas que desprecia con vehemencia las venganzas sostenidas por décadas y sustentadas por simples creencias.

Hay una especie de prueba gráfica de mi osadía o insensatez. Prueba que, por carencias técnicas, dudo que llegue a publicar nunca. Forma parte del anecdotario personal y poco más.

Entre Salamanca y Extremadura

Los cinco días restantes los pasamos a unos trescientos kilómetros de la capital, en Ciudad Rodrigo [@ Wikipedia], donde tenían la «residencia de los días laborales» nuestros amigos. En esa ciudad pasamos más bien poco tiempo, pues se convirtió en el campo base para las incursiones de un día a otros lugares. Andando de aquí para allá visitamos La Alberca [@ Wikipedia], lugar realmente pintoresco digno de verse con los propios ojos, la propia y encantadora Salamanca y la no menos pintoresca Cáceres, Extremadura. El primer viaje que hicimos juntos mi mujer y yo, entonces como novios, tuvo mucho de Road Trip. De dramatizarlo como Road Movie se hubiese llamado 'Telma, Louise y el berraco', ya que mientras nuestro amigo Javier se deslomaba de sol a sol poniendo orden y sacando adelante una obra faraónica, su mujer Rocío intentando contener el genio de la criatura, su hija —la mentada criatura— de un año Sandra intentando gobernar el universo conocido a base de berrinches, mi entonces novia encargándose del volante y yo mismo, el que escribe este vertedero de sinrazón y disfrutando en el rol del berraco con el paisaje y las obras artísticas y monumentales que pueblan gran parte del territorio habitado de la Península, nos dedicábamos a quemar neumáticos kilómetro tras kilómetro. Fue un viaje fantástico del que guardo muy buenos recuerdos y buenas anécdotas. Como la de pasar de una visita temprana a La Alberca a unos 8 o 9 grados centígrados, a encontrarnos unas pocas horas más tarde en mitad de una Salamanca caldeada por el Sol con 22 grados y que a mí me supuso tener la garganta con molestias durante unos días.

Aunque lo exclame, realmente no resulta nada sorprendente lo bien que te lo puedes pasar en un viaje que vas improvisando sobre la marcha, como la gran mayoría de los que he hecho hasta la fecha, si puedes ejercer algo de control sobre lo que quieres ver y si todas las partes concursantes del evento se avienen a respetar el pacto ancestral de la buena convivencia, del cual uno de sus principales fundamentos es el deseo de disfrutar conjuntamente de la experiencia. Da gusto poder compartir experiencias novedosas, encontrar lugar nuevos, perderte «más o menos» por rincones desconocidos, y todo ello con buenos amigos. En Teoría de Juegos eso se llamaría simple y llanamente un gana-gana.

Casa de las conchas, en Salamanca

Desde el punto de vista fotográfico, este viaje supuso el salto al formato digital sin posibilidad de marcha atrás. Hasta poco antes del viaje seguía fiel a la cámara Nikon F-801 que mi padre me traspasó como herencia adelantada. Una fidelidad que le costaba a la tesorería común algo así como entre diez y once mil pesetas (aproximadamente 60 €) mensuales en negativos, revelados, ampliaciones, etc., etc. Decidimos que para eventos familiares y cosas similares de poca importancia era mejor usar una cámara digital por aquello del desechar las fotos directamente antes de incurrir en gastos de procesado químico. Nos presentamos en El Corte Inglés para llevarnos la Coolpix 950 que, en aquellos momentos, acababa de nacer al mercado isleño. Acabamos llevándonos la Coolpix 5700 que tenía reservada un anónimo que no había ido a buscarla en el tiempo que estipula el competitivo mercado de la oferta y la demanda, y pagando por ella el doble de lo que estábamos dispuestos a gastar: La nada despreciable cantidad de 1.500 € que, repartidos en las mensualidades del proletario, quedaba en porciones de 54 € que acabaron por sustituir en equidad todo lo que me quemaba en tratamientos químicos de mis instantáneas. A la vuelta del viaje se me ocurrió probar a ampliar unas fotos de cinco gediondos megapíxeles a tamaños de 50 x 40 y, simple y llanamente, aluciné en colorines. A finales de septiembre de 2002 tomé la decisión, basándome en los resultados, de no volver a sacar una fotografía analógica. No fue una decisión consciente, sino la desidia de la comodidad. Simplemente, evento tras evento, optaba siempre por la facilidad y los resultados garantizados de mi primera Nikon digital. Lo que iba a suponer una reducción en gastos de procesado químico acabó siendo una sustitución completa.

Sí, efectivamente, hay cosas que resultan fácilmente sustituibles. Como un sistema de capturar momentos por otro. Pero es difícil que unas vivencias sustituyan a otra. En especial, las de ese primer viaje que hicimos mi mujer y yo, serán difíciles de sustituir. Tal vez la memoria, en su deterioro constante segundo a segundo, acabe transformándolas en pausas del tiempo de grosor casi fantasmagórico y de significado casi irreal. Por suerte esta entrada y las imágenes que la acompañan perdurarán. En alguna medida que aún no llego a percibir completamente, lo digital también está sustituyendo a lo analógico para la persistencia de los recuerdos. Al igual que la Coolpix apareció para complementar a la veterana F-801, esta bitácora parece tener cada vez más la carga y responsabilidad de sustentar mi falible memoria. Esperemos que no llegue a sustituirla completamente.

Nota: Hay más imágenes de ese viaje en el álbum Flickr creado al efecto [Entre Madrid y Salamanca].