Cuando finalmente me comunicaron la decisión directiva de finalizar mi colaboración con la empresa [Futuros personales, intransferibles e inciertos], y tras superar las primeras experiencias de vértigo existencial, acabé proyectando un futuro a corto y medio plazo lleno de todas aquellas cosas que hasta la fecha, por hache o por be, no había acometido o realizado. Me convencí a mí mismo que esta era la oportunidad perfecta para hacer todo eso y, si cabía y podía, más. Soy un optimista irredento e incorregible, como la realidad se encarga de recordarme con cierta frecuencia cuando me cachetea con el guante de lo irrefutable. Hay algo con lo que no podemos luchar, por más que queramos y lo intentemos con todas nuestras fuerzas. Se trata del transcurrir insondable y perpetuo del tiempo y, por mucho que duela y moleste, los días, sus horas y los minutos que preñan a estas últimas, no dan para todo lo que a uno le gustaría meter en ellas. Cuando está con ánimo de hacerlo. Como resumen, con la cercanía de cumplirse los dos meses desde que vivo como otro desempleado más en este país, que un día se levanta con titulares escritos en tipografía optimista y al siguiente se acuesta rumiando los resoplidos políticos de la incertidumbre, apenas he conseguido hacer gran cosa de todo lo que había proyectado.
En parte la desviación de los planes está en que si bien uno fácilmente se ve cumpliendo —sobretodo si se visualiza con el ojo de la imaginación— aquello que quería o deseaba —incluso aquello que simplemente le conviene—, resulta ligeramente más difícil prever cómo será el camino que lleve a su cumplimiento; por muy ilustremente empedrado de espléndidas intenciones que esté. Así que, cuando a principios del mes de noviembre me propuse a mí mismo que era el momento idóneo de acometer algunas pequeñas reformas en casa y que, tras ello volver a pintar toda la vivienda, pues tras cuatro años y medio de convivencia el blanco de las paredes ya pasa por un gris claro, no podía imaginarme que todo el proceso, aún en la práctica algo inacabado, me llevaría todo un mes. En estas últimas semanas apenas he hecho otra cosa que pintar y restaurar, en algunos casos, las paredes que, en un edificio con crisis de los cuarenta y amargo regusto de desatención comunitaria henchida de disputas y rencores entre vecinos, se agrietan más de lo que a mí me gusta. Y eso que hace seis años se reformó completamente la vivienda; algo que me preocupa cada vez que veo aparecer otra minúscula grieta en una pared. Aunque lo mismo se podría aducir de la necesidad de las pequeñas obras cuando hacía tan relativamente poco que se había reformado y rehecho la totalidad. En este caso la justificación hay que buscarla en la terquedad de los apaños inadecuados. De haber hecho caso al instinto la primera vez los arreglos no se hubieran necesitado. Algo que, sin embargo, no se puede decir de la necesidad de repintar y restablecer el blanco de las paredes.
Sin embargo, sigo siendo fiel heredero y nieto de un optimista imposible que murió demasiado pronto con el corazón roto de tantas veces que la realidad quiso demostrarle que lo era sin razón. Así que aún tengo ganas de seguir adelante con todas esas cosas que, pese a que muchas eran con tiempo límite establecido, este mes de obras (menores) y repintado total ha retrasado y desplazado de mi atención. No soy supersticioso, pero seré cauto al no enumerarlas. No tanto porque no se vayan a cumplir si lo hago, sino porque siempre aparecerá aquel que me verá y, con sorna, dirá algo del tipo «¿Qué? ¿Aún no te has sacado el carné de piloto de aeronave tal como contaste que ibas a hacer en tu blog?». Así que, por eso de seguir el consejo de los que saben más que yo de automotivación, y para no darle oportunidad a más de uno si no lo hago/consigo, me permito dilapidar tiempo listando las intenciones con la letra de inicio del verbo o del sujeto de aquello que me gustaría hacer/conseguir en los próximos meses: A, C, F, G, I, J, J, J, L, M, M, N, T. No son muchas, aunque las haya repetidas, pero algunas de ellas pueden llevar años. Y creo que alguna me dejo en el tintero. Esperemos que esta bitácora sea testigo y testimonio escrito de su consecución y no de su abandono. Aunque, si hacemos caso estadístico al pasado, la realidad volverá a saltarme los mocos e hincharme las mejillas con su guante de cuero.
Esa misma realidad que no hace más que ponerme traspiés tentando mis debilidades. La última aparición diabólica para distraerme de mis metas ha tomado la forma y cuerpo de adaptación para la PS3 de una de mis sagas de juegos favoritos. Esa que en más de una ocasión he mencionado y que he lamentado ver desaparecida con la generación anterior. Sí, desde ahora ya puedo perder tiempo de forma miserable repitiendo las tres primeras partes de la saga de las arenas del tiempo en su versión remasterizada. Es lo malo que tiene parar en MediaMarkt después de comprar pintura y otras cosas necesarias para terminar con los trabajos domésticos en Leroy Merlin si es tu padre el que te acompaña y decide hacer la ruta «tradicional» de vuelta a casa. Supongo que habrá algún lector casual que de por hecho que pasé de comprármelo inmediatamente. Aquel que lo suponga será tan necio como yo al creer que podría resistir este tipo de tentaciones. Fue como en los documentales de la televisión: Nada más verlo lancé el brazo para cogerlo sin apenas llegar a entender todavía qué estaba cogiendo exactamente. Igual de rápido que lanza el camaleón su lengua para atrapar un insecto, yo había capturado la trilogía del Príncipe de Persia y me dirigía a la caja a pagar. Dios mío, ¿qué he hecho? ¡Socorro!
En fin, que a ver cómo consigo ponerme al día y no despistarme mucho con cosas como los juegos mencionados antes. Pero eso ya lo dejo para el lunes. Este fin de semana lo paso en Fuerteventura. Para reponerme de las reformas, de pintar y preparar chopocientos cables y de andar armando muebles para rellenar los nuevos huecos generados por la necesidad.
2 comentarios:
Por las fotos, eso parecen obras mayores, ¿tapiaste una puerta?.
¿el encalado también lo hiciste tu? no es que se vea muy bien, pero parece que quedó con acabado megaprofesional. Te voy a atener que contratar de albañil la próxima vez que haga obras ;-)
Sí, tapé la puerta de la entrada para quedarme indefinidamente dentro ;-)
No, no. Se trata de un intento de armario/trastero/cuadro de cableado de voz/datos/TV que ideé inicialmente. Al final resultó ser una cagada y llevo mogollón de tiempo esperando para poder quitarlo (romper) y volver a dejar la estructura de la pared original, un hueco que había para un armario empotrado, para poder terminar todo el cableado de voz/datos/tv de la casa.
Y no, para toda la parte de albañilería "dura" contraté a un pofesioná de verdad de la buena. Yo refilé con yeso la zona vista de la entrada, empaté tubos y realicé todo el tema de las conexiones finales. Además de pintar, limpiar, armar/desarmar muebles, etc., etc. Con ayuda de mi super mujer, claro.
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