Es obvio que la mayoría de los blogs y de los blogófilos de esto que se llama la web dos punto cero ya habrán comentado -o estarán a punto de comentar- algo sobre la Navidad. Y yo no voy a ser diferente. Así que aquí va el que, seguramente, no será el primero relacionado con el asunto (bueno, el anterior también tuvo algo de ello).
Como todo en esta vida, cada uno establece cuándo comienza su Navidad. En mi caso no es cuando encienden las luces de la ciudad, que reconozco que este año parecen haberse demorado en ello. Tampoco cuando voy a tomar una copa de anís a primera hora de la mañana del 24, a casa de mi abuela, como manda la tradición familiar. En mi caso la Navidad comienza, o entra en mi casa, cuando empiezan a aparecer los elementos ornamentales o accesorios de estas fechas. Y, este año, ha comenzado con la llegada de la postal que me envió sulaco desde Holanda.
Al llegar a casa, hace dos noches, me la encontré bien dispuesta delante de mi amado iMac. Cosas de mi mujer, que se sorprendió de que yo fuera uno de los destinatarios.
La foto no le hace justicia. El resultado me ha sorprendido gratamente y es bastante mejor de lo que se aprecia en la imagen. Ha quedado muy bien y le agradezco el gesto.
Por otro lado, la Navidad no es nada si no hay productos típicos con los que celebrarla, así que la empresa en la que trabajo, en la que cada vez me encuentro más a gusto, tras año y medio ya en ella, y que parece dispuesta a ir contra corriente de la 'moda' que siguen el resto de empresas, nos ha obsequiado con un lote de productos nada despreciable.
Cierto que cada vez traen menos turrones y polvorones y sí más botellas y cosas que poco o nada tienen que ver con las fechas navideñas. ¿Pero qué quieren que les diga? A caballo regalado...
El fin de semana haremos el árbol y, espero, terminaremos las compras de reyes. El primer año que no tendré que tropezar con hordas de orcos sedientos por ablandar el plástico de sus tarjetas de crédito.
¡Ah! ¡Y tengo un iPhone! El de 16 Gb. Y no, no he pagado ni un duro. Pero eso es otra historia que ya contaré en otro momento.
Creo que este año la Navidad va a ser cojonuda. Tranquila, como a mí me gusta. Ya veremos cómo se va desarrollando.
viernes, 19 de diciembre de 2008
miércoles, 17 de diciembre de 2008
Rompiendo el silencio, para un desahogo
Lo bueno de tener tu propia bitácora es que no tienes que dar explicaciones a nadie de cuándo escribes y cuándo dejas de hacerlo. En todo caso las darías de lo que escribes. Y eso, si quieres.
Dado el nivel de trabajo que he tenido durante las últimas semanas, no tenía intención de escribir, si volvía a hacerlo, hasta enero o así, pero lo cierto es que hoy he terminado un poco hasta los cojones de topar con una funcionaria, que debía tener un mal día, porque se lució conmigo, la muy...
Nos mudamos. Otra vez. Motivo que me ha tenido 'distraido' y ocupado. Y causa parcial de que no escriba. Organizar una mudanza no es sencillo. Más cuando dependes de un punto a punto de ONO y te vas a un edificio regentado o administrado por un organismo público, que para cualquier cosa tienes que echar una instancia a padre dios bendito y todo poderoso.
Por esas particularidades que tiene la zona portuaria, cada vez que quieres sacar mercancía de ella debes solicitar permiso por escrito a la autoridad competente, que en este caso es la aduana. Da igual si es tuya o si es para vender a los chinos, solicitud de permiso que te pego. Mucha gente no lo hace, claro, y luego les cascan una multa. Si les pillan. Es el juego de la ruleta rusa portuaria. Como en nuestro caso nos vamos para -supuestamente- no volver, he querido hacerlo completamente legal y, tras redactar la declaración jurada y buscar las facturas de todo nuestro mobiliario y equipos informáticos me he acercado a tramitar el permiso. Tal como me habían dicho dos días antes, fuera del horario de atención, debía llevar un pequeño documento explicando lo que iba a sacar, acercarme a registro y "hasta luego Lucas". Cosa de un par de minutos, me dijo el cachondo que me respondió por la tarde.
Con ese talente y esa intención, me he dado un salto hace un rato al edificio de Aduanas. Nada más acercarme al mostrador de registro de entrada, la tipa me miró de arriba a abajo (bueno, a medio pecho, porque soy bajito y el mostrador me queda a un poco más arriba del ombligo). Se quitó los auriculares que la tenían sumida en su más absoluta y miserable condición de ser, estar y padecer, y me dijo un "¿si?" cortante y seco, entre pregunta y exclamación, que bien podría haber sido un "¿a qué has venido a joderme mi partida al solitario, hijo de puta?" por el tono empleado. "Buenas, venía para solicitar permiso para una mudanza del mobiliario de...". No me dejó terminar. "¡Esto no es aquí!". "¿Cómo?". Sin darme palabra con la que explicar mis sanas intenciones, la señora creía que quería mandar a Madrid mis muebles. ¿A cuento de qué sacó esa conclusión, si ni siquiera había dicho nada de Madrid? Al final tuvo que recogerme el escrito y darle registro de entrada, aunque eso fue una hora después. Después de tenerme de un lado a otro, esperando a un fulano que me vació el poco seso que me queda y tener que volver a la oficina para imprimir una nueva versión de la solicitud con dos chorradas estúpidas que aportar. Y es que así es la burocracia, compañero. Lo 'gracioso' es que la tipa, cuando procedió a recogerme el escrito, seguía erre que erre convencida de que me dedicaba a exportar o importar mercancía, así que terminó con un "cada vez que vayas a sacar algo del muelle tienes que venir a que te emitamos un permiso". ¿Cómo que cada vez? Yo salgo una vez y no vuelvo. ¿Tanto le costaba entenderlo?
A todo esto, y claro que es imposible transmitir de forma escrita los tonos y los gestos, intentó hacerme sentir como un miserable gusano que tuviese que agradecerle a ella, madre diosa que ha parido el universo entero y cagado sus constelaciones, el simple hecho de que ese adefesio de mujer, más arrugada que una pasa fosilizada, interrumpiese su sesión de música y juegos solitarios, para dedicarme unos miserables momentos de su valiosísima existencia. Menos mal que a todas estas lo que me interesa es salir del muelle y paso de ese monstruo o engendro. Así que la mejor estrategia era olvidarse de ella y de sus entrañas. Mi máxima es que el tiempo coloca a cada uno en su sitio, y estoy convencido que este animal burocrático ya encontró el lugar donde tendrá que verse envejecer miserablemente (aún más) sin que nadie le haga ni puto caso, odiada y menospreciada a partes iguales por sus compañeros funcionarios.
Todo ello no evita, por cierto, que el viernes tenga que ir a recoger el permiso mencionado.
En fin, que como sugiere el amigo sulaco, este tipo de entradas siempre hay que acompañarlas de una imagen, aquí va la de ésta, que por cierto no tiene nada que ver con el tema en cuestión:
Tomada con el cutre móvil de empresa, que casi siempre llevo encima, desde la ventana del hotel. El día siguiente a la cena de Navidad de la empresa; o sea el pasado sábado día 13. En Madrid. A un grado bajo cero, decían que amanecimos. Me encanta pasear por las ciudades y Madrid tiene zonas que me fascinan. En particular la Gran Vía. Y da igual el frío que haga o hiciera. Me dediqué a pasear por allí y, eso sí, aproveché para sumergirme a hora temprana en la tremebunda cantidad de libros que hay en la 'Casa del Libro' de Gran Vía.
En fin, que vuelvo a mi reposo bloguero hasta que encuentre ánimo, ganas y tiempo de seguir con él. Así que, hasta nuevo aviso, les dejo con el regusto del vómito anti-funcionario. Buen día a todos y todas.
Dado el nivel de trabajo que he tenido durante las últimas semanas, no tenía intención de escribir, si volvía a hacerlo, hasta enero o así, pero lo cierto es que hoy he terminado un poco hasta los cojones de topar con una funcionaria, que debía tener un mal día, porque se lució conmigo, la muy...
Nos mudamos. Otra vez. Motivo que me ha tenido 'distraido' y ocupado. Y causa parcial de que no escriba. Organizar una mudanza no es sencillo. Más cuando dependes de un punto a punto de ONO y te vas a un edificio regentado o administrado por un organismo público, que para cualquier cosa tienes que echar una instancia a padre dios bendito y todo poderoso.
Por esas particularidades que tiene la zona portuaria, cada vez que quieres sacar mercancía de ella debes solicitar permiso por escrito a la autoridad competente, que en este caso es la aduana. Da igual si es tuya o si es para vender a los chinos, solicitud de permiso que te pego. Mucha gente no lo hace, claro, y luego les cascan una multa. Si les pillan. Es el juego de la ruleta rusa portuaria. Como en nuestro caso nos vamos para -supuestamente- no volver, he querido hacerlo completamente legal y, tras redactar la declaración jurada y buscar las facturas de todo nuestro mobiliario y equipos informáticos me he acercado a tramitar el permiso. Tal como me habían dicho dos días antes, fuera del horario de atención, debía llevar un pequeño documento explicando lo que iba a sacar, acercarme a registro y "hasta luego Lucas". Cosa de un par de minutos, me dijo el cachondo que me respondió por la tarde.
Con ese talente y esa intención, me he dado un salto hace un rato al edificio de Aduanas. Nada más acercarme al mostrador de registro de entrada, la tipa me miró de arriba a abajo (bueno, a medio pecho, porque soy bajito y el mostrador me queda a un poco más arriba del ombligo). Se quitó los auriculares que la tenían sumida en su más absoluta y miserable condición de ser, estar y padecer, y me dijo un "¿si?" cortante y seco, entre pregunta y exclamación, que bien podría haber sido un "¿a qué has venido a joderme mi partida al solitario, hijo de puta?" por el tono empleado. "Buenas, venía para solicitar permiso para una mudanza del mobiliario de...". No me dejó terminar. "¡Esto no es aquí!". "¿Cómo?". Sin darme palabra con la que explicar mis sanas intenciones, la señora creía que quería mandar a Madrid mis muebles. ¿A cuento de qué sacó esa conclusión, si ni siquiera había dicho nada de Madrid? Al final tuvo que recogerme el escrito y darle registro de entrada, aunque eso fue una hora después. Después de tenerme de un lado a otro, esperando a un fulano que me vació el poco seso que me queda y tener que volver a la oficina para imprimir una nueva versión de la solicitud con dos chorradas estúpidas que aportar. Y es que así es la burocracia, compañero. Lo 'gracioso' es que la tipa, cuando procedió a recogerme el escrito, seguía erre que erre convencida de que me dedicaba a exportar o importar mercancía, así que terminó con un "cada vez que vayas a sacar algo del muelle tienes que venir a que te emitamos un permiso". ¿Cómo que cada vez? Yo salgo una vez y no vuelvo. ¿Tanto le costaba entenderlo?
A todo esto, y claro que es imposible transmitir de forma escrita los tonos y los gestos, intentó hacerme sentir como un miserable gusano que tuviese que agradecerle a ella, madre diosa que ha parido el universo entero y cagado sus constelaciones, el simple hecho de que ese adefesio de mujer, más arrugada que una pasa fosilizada, interrumpiese su sesión de música y juegos solitarios, para dedicarme unos miserables momentos de su valiosísima existencia. Menos mal que a todas estas lo que me interesa es salir del muelle y paso de ese monstruo o engendro. Así que la mejor estrategia era olvidarse de ella y de sus entrañas. Mi máxima es que el tiempo coloca a cada uno en su sitio, y estoy convencido que este animal burocrático ya encontró el lugar donde tendrá que verse envejecer miserablemente (aún más) sin que nadie le haga ni puto caso, odiada y menospreciada a partes iguales por sus compañeros funcionarios.
Todo ello no evita, por cierto, que el viernes tenga que ir a recoger el permiso mencionado.
En fin, que como sugiere el amigo sulaco, este tipo de entradas siempre hay que acompañarlas de una imagen, aquí va la de ésta, que por cierto no tiene nada que ver con el tema en cuestión:
Tomada con el cutre móvil de empresa, que casi siempre llevo encima, desde la ventana del hotel. El día siguiente a la cena de Navidad de la empresa; o sea el pasado sábado día 13. En Madrid. A un grado bajo cero, decían que amanecimos. Me encanta pasear por las ciudades y Madrid tiene zonas que me fascinan. En particular la Gran Vía. Y da igual el frío que haga o hiciera. Me dediqué a pasear por allí y, eso sí, aproveché para sumergirme a hora temprana en la tremebunda cantidad de libros que hay en la 'Casa del Libro' de Gran Vía.
En fin, que vuelvo a mi reposo bloguero hasta que encuentre ánimo, ganas y tiempo de seguir con él. Así que, hasta nuevo aviso, les dejo con el regusto del vómito anti-funcionario. Buen día a todos y todas.
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