miércoles, 12 de junio de 2013

Adiós Ernesto

Esta noche ha fallecido nuestro compañero y amigo Ernesto Mateos, ha sido un fallo cardiaco repentino mientras estaba en su casa tranquilamente preparando la cena.

Estará en el Tanatorio de San Isidro a partir de las 7 de la tarde.

Vamos a enviar una corona de flores de parte de los equipos, si queréis participar pasar por mi mesa o por el sitio de María.


Un Saludo
Santiago

Ese era el correo electrónico de las 10:35. La forma oficial que señalaba el antes y el después de lo que ha sido este día.

Antes fue la chica que con asombro le decía a otra que no se lo podía creer. Sucedía justo entrando al pasillo central que divide, con divisores de apenas metro y poco, toda la zona diáfana donde se trabaja. Unos metros más adelante, al girar la cabeza a la derecha, otra chica llorando desconsolada, junto a unos grandes ventanales, y un grupo de personas que se iba congregando alrededor de ella. No alcanzaba a oír sus palabras, pero miraban y señalaban a la zona donde yo me siento, al fondo. A mi pregunta los compañeros de mesa se encogían de hombros. Tan atónitos como yo. La sorpresa era general. Algo de jefes, supusimos. Unos minutos más tarde se nos acercó Santi. ¿Os habéis enterado ya? No. Ernesto murió anoche. ¡Qué me dices! Siendo ateo únicamente se me ocurre explicar cómo me sentí aludiendo al alma. Se me había caído a los pies de golpe. Me sobrevino una sensación de pesadez, un estado de agotamiento y un desconcierto general inmensos.

María llegó un poco más tarde. Se lo anunciaron en mitad del pasillo, sin dejarla llegar hasta su mesa. Ese mismo pasillo que recorría yo extrañado por las lágrimas de aquella chica a primera hora. Allí mismo rompió a llorar María de forma desconsolada. Eran ya varios años trabajando juntos.

Ernesto tenía treinta y ocho años en el momento en que su corazón decidió dejarlo en la estacada. Tal vez treinta y nueve. No terminamos de ponernos de acuerdo entre nosotros. También tenía un marcapasos desde hacía dos años. Y una mujer de la que siempre hablaba bien. Sus palabra sobre ella estaban siempre cargadas de proyectos escritos en tiempo futuro y de planes de vejez juntos.

Coincidimos en todos los almuerzos cuando yo me quedaba a comer en la empresa. Desde mi punto de vista se cuidaba. Mucho. Más de una vez bromeaba diciendo estar harto de tanta acelga insípidamente guisada. La sal prohibida, y muy parco al llenar su plato. Comía relativamente poco, comparado conmigo. El precio que hay que pagar por un corazón ya tocado.

Su carácter era el de un hombre muy tranquilo. Cordial. De trato agradable y paciente. Siempre dispuesto a echar una mano. Una de esas personas que te caen bien desde el primer momento. Y a mí me cayó genial. Y ese «primer momento» fue responder a una pregunta que me cogió completamente desprevenido. Levanté la mirada del monitor para mirarlo con lo que imagino será cara de estúpido. Absorto como estaba en el código tuve que pedirle que repitiera la pregunta. ¿Te gustan los comics? Y me dejó el primer tomo de Bone. No sé cuándo lo podré leer, le advertí. Tranquilo, ya me lo devuelves cuando lo leas. Hacía ya unos meses que estaba en el cliente y no habíamos pasado de algún hola y algún adiós al cruzarnos. Esa pregunta y ese gesto sin venir a cuento me descolocaron. Luego ya empezamos a coincidir más. Y a compartir experiencias. A profetizar futuros negros y dar solución a todos los problemas del Mundo. Y a almorzar en grupo. Incluso a cooperar de pasada en los mismos proyectos.

La última vez que lo vi fue el viernes pasado. Almorzamos juntos. Con el resto de los compañeros. Y fue un día especialmente bueno. Pullas, bromas y muchas risas. Porque cuadró y el tema dio para reírnos a carcajadas un buen rato. Ernesto el que más. Yo, el protagonista, haciendo el payaso y diciendo cosas de payaso. Ser canario y tener este acento tan particular tiene ventajas. Poco después yo salía para el aeropuerto a pasar unos días en mi hogar, teletrabajando. No me podía imaginar que hoy ya no estaría para el café de primera hora. Café que se desarrolló en el más absoluto silencio. El resto mirábamos serios, taciturnos y cabizbajos nuestros respectivos vasos. Perdidos en nuestros pensamientos, temiendo de reojo a nuestros propios miedos.

No puedo decir que Ernesto fuera un amigo. Dicen que pasados los treinta ya no se hacen amigos de verdad. Muy poco tiempo juntos. Y más allá de un apellido común y una buena colección de almuerzos, pocas cosas más compartimos. Diría que tampoco lo conocía tanto. Y siempre en el contexto del cliente. Pero lo conocía lo suficiente para que me cayera muy bien y me sintiese cómodo en su compañía. A su carácter bonachón se sumaba el que ambos éramos desplazados. Contratados por terceros que desarrollábamos nuestro trabajo en tierra de otros. Mercenarios sin patria. Nuestro futuro estaba ligado a la necesidad que de nuestro quehacer tuviese el cliente. Y, pese a todo ello, sí reconocía en él las virtudes de un amigo potencial.

Su muerte me dejó completamente trastocado. Tardé dos horas en conseguir concentrarme lo suficiente como para hacer algo «productivo». Y el día lo he pasado mayormente serio, cabizbajo y pensativo. Debía vérseme lo suficientemente afectado que varios pensaron que tenía una relación más estrecha y me dieron el pésame. Se los agradecí igualmente. No era momento para hacer correcciones que no venían al caso.

No somos nadie, decía María en el almuerzo. Hoy no pude estar más de acuerdo con ella.

domingo, 12 de mayo de 2013

Artistas vs políticos

[…] solía decir que los artistas mienten para decir la verdad mientras que los políticos mienten para ocultarla.

Evey Hammond
V de Vendetta [@ IMDB]

Los gobernantes…

El pueblo no debería temer a sus gobernantes, los gobernantes deberían temer al pueblo.

V
V de Vendetta [@ IMDB]

jueves, 9 de mayo de 2013

Cuarenta y uno

Hoy toca cumplir años. Esta vez no tengo ganas de enrollarme tanto como en los años anteriores. Mi tío me felicitó llamándome «cuarentón» Pero cuarentón lo soy desde el año pasado. En fin, que hoy me quedo con unas palabras del Dr. Who:

De verdad, deja de llorar. Tienes un montón de cosas por delante, ¿sabes? Una vida humana normal en la Tierra. Los plazos de la hipoteca. El horario de nueve a cinco. Una molesta sensación persistente de vacío espiritual. Guarda las lágrimas para después, pequeño.

Doctor Who
Capítulo 12 - Hora de cerrar
Temporada 6 (2011)

lunes, 8 de abril de 2013

'TypeScript Revealed'

No lo había puesto en los despropósitos del año porque los orienté más hacia lo no-técnico, pero terminaba el año pasado con una espinita clavada en el corazón. Y este año quería poner remedio.

Sobre finales de junio un compañero me pidió que le echase una mano con un proyecto que tenía atascado. Era un proyecto personal suyo y ambos estábamos a tope de curro y debíamos «robar» horas para intentar sacarlo adelante. Por motivos que no vienen al caso la parte del servidor se había decidido hacer en Node.js. En cierta forma este compañero es como yo: Cada vez que se embarca en algo aprovecha para aprender en el proceso. En una ocasión normal hubiese agradecido la oportunidad de trabajar con algo tan nuevo como Node.js, pero no era una ocasión normal. Estaba pasando por una época realmente complicada. El cliente del proyecto en el que andaba inmerso estaba convencido de que le habíamos engañado —la empresa en la que trabajo— y nos estaba poniendo muchas, muchísimas, pegas en absolutamente todo. Y se había obstinado en creer que yo era parte del problema. Sobretodo porque yo estaba desplazado en cliente y me convertí, gracias a ello, en la cara visible. Todo el equipo hizo horas extra como burros para revertir esa situación. Ahora vamos a comer juntos y discutimos de lo humano, de lo divino y de lo mundano entre bromas y risas. El camino recorrido desde entonces hasta ahora ha sido complicado y, en él, tuve que dejar cosas atrás.

Como dije hace un momento, en una ocasión normal, hubiese agradecido la oportunidad de pelear con Node.js. Hasta la fecha no había pensado en JavaScript como un lenguaje relevante para nada serio. Más allá de hacer dos o tres cosillas en el navegador, todas adaptaciones de código encontrado en la red de redes, no me había planteado nada sustancialmente importante con él. Pero esa era la oportunidad de hacerme con el lenguaje; algo que a un programador supuestamente curtido como yo no le supondría mucho esfuerzo. Me equivoqué. No era lidiar solo con el lenguaje. Era también pelear con miles de línea de código ya escrito que sonaban a forma antigua y olvidada del Klingon. De repente retrocedí casi veinte años. Trazar el código a mano insertando escrituras en consola para descubrir en qué punto la aplicación podía estar fallando es de las cosas que menos disfruto a estas alturas. Debo haber envejecido mucho, pero trabajar con código ajeno, en un lenguaje que no termino de entender en profundidad, y sin las herramientas mínimas e indispensables para ello —entiéndase un depurador en condiciones— es de esas cosas que alimentan mi pereza hasta extremos insospechados. Me rendí rápidamente, huí cual comadreja del campo de batalla, dejando al compañero en la estacada, y me dediqué por entero a salvar la relación con el cliente. Terminaba el año pasado con buenas expectativas de colaboración para este último, pero sentía que un puñetero lenguaje de programación infernal me había vencido. A mí, que con quince años escribía opcodes de Z80 por pura diversión. En plan Escarlata O'hara levanté el puño y prometí que este año que venía aprendería —en el sentido de dominio— JavaScript y, de paso, algún lenguaje más.

El primer trimestre me centré en otras cosas, pero empezando ya el segundo, retomé el asunto. Sin embargo he aquí que, planeando el modo de aproximarme de la forma menos traumática, descubro un lenguaje llamado TypeScript [@ www.typescriptlang.org]. (Sí, lo sé, voy siempre con retraso; ¿y qué?) Es un superconjunto de JavaScript desarrollado por Microsoft con la colaboración de Anders Hejlsberg [@ Wikipedia] —el mismo que parió Delphi y C#—, un verdadero monstruo en esto del diseño de lenguajes de programación. Puedo levantar el puño y ponerme todo lo digno que quiera en un momento, pero a la hora de la verdad soy un veleta irredento. Así que volví a aparcar la intención de dominar JavaScript y me he puesto con TypeScript. Me lo tomo con un pequeño alto en el camino. Aunque tiene una cosa estupenda: TypeScript es también un traductor a JavaScript (lo que finalmente se ejecuta) y, en VisualStudio, ves cómo se forma el código JavaScript cada vez que guardas el archivo de TypeScript. Personalmente lo veo como una forma tangencial de aprender conceptos avanzados del lenguaje final. Eso sin contar que, siendo un defensor a ultranza del tipado fuerte, trabajar con orientación a objetos más en la línea de lenguajes como C# me ahorrará más de un quebradero de cabeza innecesario —de optar por ponerme con algo serio—.

Siempre que descubro algo nuevo en programación lo primero que hago es buscar algún libro sobre el tema. He tenido suerte y di con una pequeña introducción, 'TypeScript Revealed', que sobre la marcha adquirí y me puse a leer. Es un libro de apenas un centenar de páginas, publicado apenas hace dos meses, que va al grano y te explica exactamente lo que tienes que saber para empezar a disfrutar del nuevo lenguaje, suponiendo siempre unas nociones básicas del lenguaje que es superconjunto. Para mi gusto, cien páginas especialmente bien aprovechadas. Como lector de libros técnicos, especialmente de los dedicados a lenguajes de programación, estoy cansado de que continuamente dediquen cientos de páginas a explicarte una y otra vez lo mismo. Una forma de engordar los libros. Como si los vendieran al peso.

Mi encuentro e iniciación con TypeScript coincide con la presentación en sociedad de la versión 0.8.3.1 (hace apenas una semana) y, de lo visto y probado hasta ahora, tengo pocas críticas y muchas alabanzas. Cierto que aún he hecho poca cosa, pero me está resultado sumamente interesante. Y ya estoy deseando que publiquen la versión 0.9, que traerá una cuantas novedades interesantes.

Preveo un intenso y pasional romance con TypeScript. El que sea corto o largo es irrelevante. Lo importante es que será sincero en todo momento.

¡Ah, sí! Sobre el libro, merece mucho la pena. Se lee en un rato, cual novela. Por 9€ en Amazon (versión Kindle) ni merece la pena descargarlo de forma ilícita. Pero si aún así insisten en no pagar, seguro que lo encuentran fácilmente y resultará igualmente útil. Daño no les hará aprender algo nuevo, eso seguro. La única pega, por poner una, es que con una tecnología tan reciente y en evolución tan rápida, sospecho, se quedará obsoleto en apenas otros dos meses. Han liberado la versión 0.8.3.1 hace una semana, esperan liberar una versión alfa de la 0.9 este mes y el libro trabaja sobre la 0.8.1. Dicho lo cual, repetir que merece la pena igualmente.

miércoles, 27 de marzo de 2013

With Distinction (!!)

En los despropósitos para este año le daba una probabilidad de éxito de un 70%. Y estaba siendo excesivamente generoso conmigo mismo, porque me conozco y a) tengo poco tiempo para nada (mi autoengaño favorito) y b) soy muy perezoso como para autoimponerme cualquier hábito de estudios a estas alturas. Sin embargo era un tema que desde mucho me llamaba la atención, así que me puse a ello el 7 de enero. Pronto me di cuenta que, efectivamente, soy demasiado perezoso para nada, dejando casi todo para el último momento, y la cosa se me puso cuesta arriba inmediatamente. Pero oiga usted, también dicen que soy bastante testarudo. En realidad aseguran que soy la personificación de la testarudez. Así que insistí. Por una vez que algo juega en mi favor, no iba a ignorarlo.

Y pese al inglés, que no conseguía entender casi nada. Bastante frustrante. Gracias a los subtítulos (en inglés). Mi comprensión lectora del idioma de la The Old Commonwealth supera en varios órdenes de magnitud mi comprensión auditiva de esa lengua bárbara.

Y finalmente lo acabé. E hice el examen final, después de llevar al día —al límite, eso sí— los ejercicios o evaluaciones de control. Y aprobé todo. Y, encima, con buena nota. No tenía muy claro cómo harían el cálculo final de las pruebas parciales, y si llegaría al 70% mínimo para obtener la certificación, pero terminé el curso Game Theory [@ Coursera], que ofrecía la Universidad de Stanford en su plataforma abierta, con méritos («with distinction», que dicen ellos). Hablando en román paladín, obtuve una clasificación final de sobresaliente (91,4 sobre 100, para ser exactos).


Estoy que no quepo en mí.

Lo que sí tuve que hacer fue asumir que solo podría dedicarme a un curso a la vez (llegué a estar matriculado en tres al mismo tiempo). Me despejé el camino para no sobrecargarme demasiado y terminar deprimido y desesperado, sin haber conseguido nada al final. Lento pero seguro. También descarté el de Dan Ariely —uno de los que me empujaron a meterme en este tinglado— porque no terminó de convencerme el programa del curso cuando se abrió (ya he leído sus libros) y ya he programado el siguiente para dentro de tres semanas. Mientras, a descansar y a dedicarme a otros temas de mi inmensa lista de despropósitos. A ver si —y cómo— voy rellenando mi Course Records en Coursera este año. Por falta de cursos no será, que cada vez que miro ha aumentado en unos cuantos. Ya los hay en español (universidades latinoamericanas, principalmente), en francés y en chino. Mola.

sábado, 16 de marzo de 2013

Jaaarl!!! (del día)

Sé que no he sabido aprovecharlo ni completa ni satisfactoriamente. Y que mi relación con él ha sido bastante desigual, repleta de largas épocas de absoluto abandono seguidas de otras de un uso más moderado. Sin embargo, en los últimos meses se estaba convirtiendo en una rutina agradable repasar los titulares más importantes en algún ratillo a lo largo del día. Y debe ser que a mi edad empiezan a agradecerse las rutinas. Será por eso que me ha chocado la noticia.

¿De qué hablo? Pues de que después de estar todo el día fuera me he sentado cinco minutos delante del ordenador, he abierto Google Reader y me he tropezado con esto:



Ahora es cuando la casa de estilo oriental empieza a tambalearse mientras DiCaprio sale escopeteado porque la realidad de los últimos diez años, como rezaba Calederón, no ha sido más que un sueño. Y los sueños, sueños son.

sábado, 23 de febrero de 2013

El primer regalo

Cerró los ojos y apretó los puños. No demasiado fuerte, no buscaba hacerse daño. Le ayudaba a concentrarse mejor. Comenzó a ser consciente de cada centímetro cúbico de su pequeño ser. Esa energía que iba creciendo lentamente en sus entrañas y que asumía una dualidad extraña. Ella lo poseía a él, pero él también la poseía a ella. La controlaba y la utilizaba. Y ahí estaba, creciendo rápidamente. Era tremenda, fantástica, maravillosa. Sentía una sensación magnífica que lo embargaba y que le confería una confianza en sí mismo que, a sus poco más de once años de edad no era demasiado común. Una confianza cálida, diría tiempo después. Un calidez que era inusual en su tierra natal, bañada por vientos húmedos e inviernos duros.

Tiempo ha, aprendió a controlar la forma en que crecía esa energía y la importancia de que madurase lo suficiente antes de dejarla libre. Así tal, la estaba haciendo crecer pausadamente, para que adquiriese la consistencia necesaria. Cuando ya sentía que ocupaba la mayor parte de su pequeño volumen de niño elevó sus ojos cerrados hacia el techo del recinto. Sentía que si los abriese justo en ese momento podría ver a través del cemento húmedo que los cubría, de las nubes que vertían cientos de miles de gotas sobre ellos en ese momento, y de esa atmósfera que envolvía el planeta que lo había visto nacer. Estaba seguro que de abrir los ojos se enfrentaría a la mirada del creador. Apreciaría en su rostro la satisfacción de ser su elegido, su creación más hermosa. Hacía rato que no era consciente de la cháchara que se desarrollaba a su alrededor, y difícilmente sabría decir si los congregados en aquella celebración estarían prestando atención a sus gestos, a sus formas y a la profunda y mística expresión que dibujaba su rostro. Algo en su interior le decía que sí, que debían estar atentos a él. Al menos en lo más profundo del interior de cada una de las personas que allí estaban existía la creencia de que él, allí ocupando un espacio minúsculo en el centro de la sala, pero concentrando una energía difícilmente imaginable, era el motivo real por el que habían acudido allí aquel día especialmente frío. Ellos debían estar esperando ese momento. Debían llevar esperándolo desde siempre, aunque no lo supieran de forma consciente. Él era uno de los elegidos de forma inequívoca. Y eso le confería un gran poder y, al mismo tiempo, se le permitía exigir el correspondiente respeto. Sí, debían de estar midiendo cada movimiento que hacía en ese preciso momento anhelando aquello que les iría a regalar, porque todo lo que provenía de él era un regalo para todos ellos.

Ya casi estaba. Esta era la parte más delicada. Los últimos espacios de su volumen que aún no ocupaba aquella obra maestra que crecía en él debían rellenarse sin prisa. Hacerlo demasiado pronto, a destiempo, podría estropearlo todo. Necesitaba de toda su concentración. Retiró sus ojos cerrados, los que le permitían ver a su Padre, al Padre de todos. En esta última ojeada con el ojo de su prodigiosa mente volvió a verlo sonreír. Casi pareció que le guiñaba un ojo. Sabía que estaba orgulloso de él. Y se lo demostraba. Musitó un casi inaudible «gracias por este don» y bajó la cara para enfrentarse al suelo. Podía ver, a través de sus párpados, el centro del Mundo. El núcleo de la Tierra era tan trasparente como las inmensidades del horizonte cósmico desde el que se asomaba Dios y le sonreía.

Ahora sí, ya estaba casi a punto. Apretó contundente las manos. No prestó atención a que las uñas se le clavarían en la carne, su propia carne, de la palma de las manos y que sangraría. Otras veces había pensado que sangraba como Jesucristo, sangraría por las manos. Pero hoy no. Faltaba poco y notaba cómo su cuerpo, ya ridículamente pequeño para contener tanta fuerza y energía en él, empezaba a desprender un calor intenso. Sabía que si abriese los ojos justo ahora, notaría cómo su cuerpo se iba iluminando desde dentro; que si apagasen las luces del local él sería un faro inconfundible que iluminaría completamente el recinto. Sí, era eso, él era el faro para todos.

¡Debía ser ya! Volvió a levantar la cabeza hacia el frente, elevó los brazos para ponerlos en cruz y sentía cómo sus pies se iban despegando del suelo. Sentía que levitaba por la santidad pura de la obra a la que estaba llamado conseguir. Su meta, la elegida por Él para él, lo hacía santo y merecedor del milagro de flotar por la pureza de la creación que había desarrollado en su interior. Al resto parecería pequeño simplemente porque se elevaba en el cielo mientras ellos quedarían presos, sujetos, al suelo del que nunca podrían despegarse.

Abrió de golpe los ojos, se inclinó ligeramente hacia delante y lo soltó, liberó en un instante toda esa energía que llevaba cuajando en su interior en los últimos minutos. Y todo ello en una fracción de segundo.

La física del sonido hizo el resto. Moviéndose en el espectro de los bajos imperceptibles, la onda expansiva golpeó antes de que los asistentes llegaran a escuchar nada. Los más cercanos cayeron abatidos y dispersos de forma radial. Muchas pelucas salieron volando y algunas faldas se desprendieron y cayeron al suelo hechas jirones. Tres mujeres se cayeron de espalda en la silla, el borracho del fondo que apenas se mantenía en pie se orinó encima, las ratas quedaron petrificadas en las madrigueras horadadas en las paredes y un gato que dormitaba en una esquina saltó y creció tres veces de tamaño curvando el lomo.

Poco tiempo tuvieron los presentes para preguntarse qué los había golpeado de esa forma cuando una ola de pútrido y nauseabundo olor se los fue tragando. Una vieja sufrió un infarto, el pinchadiscos se desmayó sobre el tocadiscos y los niños pequeños empezaron a llorar inconsolables. Una embarazada se puso de parto con seis meses, el capellán que oficiaba el evento deseó arder en el infierno a permanecer allí y a dos mellizas con rinitis perenne y sin olfato desde los tres años, les lloraban los ojos. En general todos los asistentes perdieron las ganas de vivir y abrazaron abiertamente la idea de acabar en ese mismo momento con su existencia, convencidos de que Dios los había abandonado. El olor era insoportable, insufrible. Todo lo que tocaba lo quemaba y, tras unos momentos de exposición, los infelices sangraban por la nariz sin control y corrían de aquí para allá, tropezando entre ellos y con los muebles que caían desordenados por todas partes. El pánico generalizado se convirtió en norma y el aturdimiento era tan común que nadie atinaba a abrir las ventanas y las puertas para dejar libre aquel espanto que los atormentaba. Tan solo el tonto del pueblo, hasta ese momento ajeno a casi todo e insensible al sufrimiento propio, aplaudía aquel espectáculo dantesco que se le presentaba y ofrecía en exclusiva frente a él.

El pequeño elegido, padre del demonio que los atormentaba, permanecía en el centro de aquel caos que había generado. Lo contemplaba con orgullo y satisfacción. No era lo que había esperado. Aquellos seres inmundos estaban reaccionando de forma primaria a aquel regalo, pero era consciente de que no lo entendían, que no sabían apreciar su trabajo y su sacrificio. Entendió, justo en ese instante, que aquellos mortales, tan lejanos del Ser que lo había creado y elegido a él para esparcir su obra en el Mundo, tardarían en aprehender y apreciar la maravilla que se le había ofrecido. Y, lo más importante, quién se los había ofrecido. Tendría que trabajar duro, muy duro, para abrir los ojos y la mente de aquel pueblo de ingratos e insensibles. Pero lo conseguiría, sabía que lo conseguiría. Tarde o temprano. Y sería llamado y elegido por esos mismos que ahora no lo comprendían. Porque él sabía que sí que valía. Y lo aclamarían a viva voz, como a un príncipe entre los príncipes. Lo elegirían para alzarse al frente de la liberación. Ese sería su gran regalo. Cuando llegara el momento lo haría. Estaba listo a esperar y estaría preparado cuando llegase el momento. La Historia lo recordaría.

Mientras aquel pedo inmundo, gigante entre los pedos, titán entre los bufos, seguía moviéndose entre los supervivientes intentando cobrarse la poca cordura que quedara, el pequeño cabrón que lo engendró, que lo parió de forma tan criminal, apuntando ya a las formas que mantendría durante toda su vida, salió de allí sin ofrecer explicación alguna sobre lo que había sucedido y el porqué del tormento al que los había sometido tan caprichosamente. Los pocos que ya comenzaban a sobreponerse vieron cómo el niño salía por la puerta grande con un andar de gran hombre.

El hecho acabaría pasando de boca en boca, de pueblo en pueblo, y con el tiempo se convertiría en leyenda y luego en mito. Y como todos los mitos acabaría tergiversándose y, de criminal se transmutaría en héroe de los niños que, creciendo junto a él, lo admiraban por aquella maravillosa obra con la que atormentó a los adultos. Crecerían junto a él y lo alabarían, perdiendo en el tiempo y la memoria el motivo que los hizo abrazarlo como su líder cuando tenían doce años.

Un pequeño grupo de filólogos sostienen que ahí fue donde nació la acepción popular para la palabra «rajarse», usada vulgarmente para referirse al hecho de tirarse un pedo en público. En honor al apellido del protagonista de aquel primer pedo que regaló al mundo.


Capítulo quinto de 'Las memorias apócrifas de Rajoy'.

sábado, 2 de febrero de 2013

A lo cobaya

En mis años de instituto se puso de moda citar las tres cosas que debía hacer todo hombre en la vida: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. En mi caso todo un pleno, pero desde el otro punto de vista. No se puede considerar que esta bitácora sea equiparable a escribir un libro; decir «voy a plantar un pino» cuando vas al baño tampoco creo que sea aceptable para el segundo gran triunfo de la vida; y lo de tener un hijo… pues bueno, me parece que va a ser que no.

Pero siempre he creído que en realidad hay más cosas que uno debería hacer en la vida, además de esas que nos propone el islam. En mi caso siempre había querido participar en algún experimento, así en plan cobaya. Y esta vez me he lanzado: Call for Beta Participants. Hace unos días rellené la solicitud que proponían los de Xamarin, ayer me confirmaron mi participación y hoy tengo acceso al gran tesoro que guardan tan celosamente. La cosa promete, aunque no podré contar nada para cumplir con el compromiso de confidencialidad. Menos mal que no soy de morderme las uñas. Andaría ya por los metacarpianos.

Eso sí, tendré que compatibilizarlo con el plan maestro de cosas que quería hacer este año. Y mudarme de piso. La tercera mudanza ya en los casi dos años que llevo en Madrid. Ahí es nada.

jueves, 24 de enero de 2013

Donde vamos encontramos lo que llevamos

   […] Por eso me parece necesario y fundamental recordar que allá donde vamos encontramos lo que llevamos. «Todos los sitios son lo mismo, lo único que importa es quién está allí». Lo dijo el personaje de Miles en el relato "Babilonia" de Scott Fitzgerald. Y todos sabemos que es así.

Escribir
Pilar Alberdi

martes, 22 de enero de 2013

Papas con chorizo

No, no, tranquilos, que no les voy a regalar el sentido con otra receta a lo falsarius chef como la última de macarrones, perdón «cacarrones». A decir verdad, aún me quedan macarrones (exagerando un mucho) y estoy ahíto de la cocina.

Hoy he almorzado en el trabajo. Pagando una pasta inmensa por lo que suele ser un menú ridículo. En el menú del comedor de hoy disponían como opción A para primer plato de unas «patatas con chorizo». Para un canario, papas con chorizo. Inmediatamente mi cinismo cívico (¿cinivismo?) me hizo comprender que aquello era la metáfora culinaria perfecta de la realidad sociopolítca de España. En las Cortes hay mucho papa (relleno, para el que no lo pille) y mucho chorizo. Chapó por el cocinero (o el que diseñó el menú). Porque el resto eran también platos para pobres (los que nos quedamos con los restos). Que si menestra y pollo con papas. Y todo a precio a caviar, si nos ponemos. Vamos, este país reflejado en una suerte de tres platos más bien mundanos que se venden como de lujo y no dan opción a otra cosa. ¡Si había crema catalana de postre! Postre único, además.

Madre mía, entre lo de la nieve y lo del menú político de hoy, mi cerebro bulle de satisfacción autosatisfecha casi onanista.

Por cierto, yo aún más humilde, opté por la crema de nabo —si es que hasta esto deja claro la forma en que se puede ascender, comiendo y mamando mucho…— y verduras y un poco de pollo con papas fritas. De postre yogur natural. Que uno no tiene el cuerpo para tanto nacionalismo independentista ni tanto radical libre… digo, tanto hidrato de carbono.

¡Nieve!

Y no me estoy refiriendo a mi mujer comiéndome la ese final, práctica habitual en los canariones, no. Lo que quiero hacer notar es que está nevando y yo estoy aquí para verlo.


Ahora les voy a pedir que imaginen una escena, bastante común, por otra parte. Visualicen esa imagen del bebé regordete bañándose en su bañerita y chapoteando a gusto mientras se ríe. ¿La tienen? Así se siente el cerebro cuando se le suministra experiencias novedosas. Chapotea como un bebé en agua calentita. Para un hombre nacido y criado en el áfrica noroccidental, donde la temperatura media en costa rara vez baja de los diez o doce grados, y por muy de vuelta que esté de todo, ver nevar es de esas experiencias que siempre me alegran el día (salvo que me parta la crisma cuando pise hielo) y ponen juguetona la materia gris encerrada en mi respetable cráneo.

Curioso con qué tontería me he alegrado el día. Al menos compensa el mal humor con el que me levanté por haber dormido mal a causa del frío.

miércoles, 16 de enero de 2013

Cuadernillos de «economía de guerra»: «Cacarrones» con verdura (y algo de carne) a lo Fussion

Cuando aún era más pequeña, escuché un día a mi sobrina pedir a la abuela cacarrones con tomate. Como soy muy básico y me mola mucho el humor culo-caca-pedo-pis, en mis cisuras cerebrales se plantó la nueva palabra y ante cualquier situación en que salga el término «macarrones» mi mente lo sustituye por el nuevo vocablo entonces acuñado. Así de tonto me han parido, qué le vamos a hacer.


La foto la hice anoche, con una luz de mierda en la cocina, y con la cámara super cutre del iPad. Hay tanto grano que parece un festival de pubes super hormonados. Y visto así parece comida enfermiza. Aseguro que los colores eran mucho mejores (los macarrones se veían más blancos, no tan amarillo-verdoso-anaranjado). Y el sabor también es mejor de lo que puede parecer a simple vista.

Soy un negado en la cocina, y me da mucha pereza aprender a estas alturas. Aunque mi mujer sigue depositando una fe casi ciega en que eso cambiará algún día. Así que tiendo a ejecutar recetas (e improvisar) que requieran no demasiado tiempo y supongan un bajo riesgo de fallo. Los cacarrones rara vez fallan. Pero me apetecía algo más que los facilones «con tomate». Así que dediqué un ratito, cogí cuatro cosas, y me preparé una receta medio improvisada, medio basada en una que me dio mi mujer para hacerla con arroz. Eso sí, en mi caso tirando de lata y de productos baratitos, para ahorrar. Tiempo, principalmente.

Ingredientes:

  • Media cebolla de tamaño moderado (las he visto grandes como melones, de esas no).
  • Un calabacín pequeño o la mitad de uno grande
  • Dos hamburguesas de esas que venden en el Día en paquetes de seis por 2,5€. Yo las prefiero de ave (pavo-pollo).
  • Una lata de champiñones laminados.
  • Una lata de alcachofas troceadas.
  • Un tercio de un paquete de macarrones.
  • Un bote de tomate frito.

Preparación:

Ponemos la Fussion Cook a 15 minutos, que vaya calentando, y echamos un chorrito de aceite de oliva en la cubeta. Hasta cubrir el piso con una película fina. Echamos la cebolla cortada en rodajas unos minutos. Cuando empiece a sofreir (aceite ya caliente) echamos el calabacín troceado en cuadrados (del grosor de un dedo).

Cuando la combinación vaya cogiendo color, y los dados de calabacín empiecen a reblandecer un poco, echamos la carne de las hamburguesas cortadas a pellizcos. (Son curiosas las propiedades de esa masa que llamamos carne de hamburguesa que te venden en el Día ya empaquetada; es una especie de gelatina babosa al tacto difícil de trocear). Salamos un poco (a mí me gusta sal gruesa) y vamos removiendo periódicamente para que vaya haciéndose de forma homogénea.

Entretanto habremos lavado el contenido de la lata de champiñones y de alcachofas para eliminar un poco ese regusto a lata que deja tanto tiempo acumulado. (Consejo de mi mujer). Cuando la carne haya perdido el color a carne cruda, lo echamos y rehogamos conjuntamente unos minutos.

Apagamos la Fussion, enfriamos la mezcla con un vaso de agua, echamos los macarrones (el tercio del paquete, aprox.), sumamos el bote de tomate frito (uno pequeño basta) y terminamos de cubrir con agua. Mezclamos todo, echando otro pizco de sal gruesa, cerramos, programamos cinco minutos (menú pasta) y presión. Cuando el característico pitido de aviso de la maquina nos indique que la cocción ha concluido, despresurizamos manualmente, abrimos y, aún caldoso, lo servimos. En mi caso con un toque de albahaca, para reforzar la idea de que estamos comiendo pasta.

A lo tonto, en 20 minutos, hemos preparado macarrones con verdura y toque de carne para tres o cuatro personas. O para tres o cuatro días, según gusto del consumidor.

Personalmente diré que mientras se preparaba tenía poca fe. Por un lado por mis comedidos conocimientos culinarios. Por otro porque la alcachofa daba una peste horrible mientras se cocinaba y no sabía si sería capaz de meterme el resultante en la boca. Pero he de decir que, una vez completado el ciclo, estaba de muerte. Y espero que no por intoxicación botulínica. Vamos, que «de muerta» en plan rollo positivo.

En resumen:

  • Coste del plato: 4,5€ aproximados (teniendo en cuenta gasto eléctrico, que Soria nos tiene fritos).
  • Tiempo de preparación: 20 minutos más lo que te haya costado ir al super a comprar. El mío lo tengo a 2 minutos.
  • Número de comensales: 3 o 4. O días que tienes para repetir.

Hala. A lo tonto ya tengo mi primera entrada cocinillas en condiciones.

jueves, 3 de enero de 2013

Principio de Hanlon

Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez.

[@ Wikipedia]
Escuchado en el vídeo de Aleix Saló: Simiocracia [@ YouTube]

miércoles, 2 de enero de 2013

'Simiocracia'

En lo tocante a literatura, terminé el año comentando un cuento gráfico de Aleix Saló, 'Españistán' [reseña], y decido que la primera reseña del año corresponda a la última obra del mismo autor: 'Simiocracia', con el pretencioso subtítulo «Crónica de la Gran Resaca Económica».

Lo compré el mismo día que el anterior porque estaba a dos euros y medio. Vamos, que me llevé las dos obras del autor por menos de lo que te cobran en un pub por dos cañas. Aunque tras leer/ojear el primero no estaba demasiado animado a leer/ojear este segundo. Para el que no haya leído la entrada correspondiente, o lo haya olvidado ya (y mira que solo hace dos días de eso), no me convenció nada. Muy simplón, fue el regusto final que me dejó. Pero bueno, había que aumentar las estadísticas de lectura del año, y si mi amigo sulaco considera que escuchar libros es leer yo me autoconcedo que ojear un comic es también leer. Aunque, para ser sincero, en el caso de 'Simiocracia', hay mucho más texto que viñetas. En este caso, además, las viñetas no cuentan la historia, sino que están para acompañar las explicaciones textuales e incorporar alguna gracia, chiste visual o apunte cómico a las palabras del autor.

La tarea de este libro, tal como su subtítulo señala, no es moco de pavo. Hacer un análisis de los motivos de la actual crisis (o resaca económica, como la tilda el autor), no debe ser sencillo y se presta mucho al mensaje populista (¡ay! ¡la herencia, la culpable herencia!) y al prejuicio facilón. Vamos, que tras la experiencia del anterior, ya iba con la mosca detrás de la mosca ante tan pretenciosa intención. Y más en un cómic. Pero ya en la introducción el propio autor hace autocrítica y avisa de que lo que nos va a exponer peca de simplista, algo que agradecía y me permitió disfrutar de otra forma de lo que iba a consumir.


Y me ha encantado. Sí, simplista, que no simplón, pero muy acertado. Bastante neutral en sus tesis —aunque resulta imposible ocultar algún que otro prejuicio—, pero con un lenguaje cotidiano de calle o barra de bareto con los colegas. Un lenguaje muy latino, a fin de cuentas. Viene a ser como la explicación para dummies de porqué estamos donde estamos a estas alturas. Y repleto de ilustraciones divertidas. De hecho más de una vez me partí de la risa con la combinación. Realmente efectivas. Y con muy mala leche (alguna de ellas). Lo que hacen que me gusten más.

Desde que ha empezado esta crisis he escuchado, he participado y, a fin de cuentas, he discutido múltiples veces en ese infinito bucle que es la búsqueda del culpable último de la situación actual. Somos un pueblo propenso a practicar ciegamente aquello de la paja en el ojo ajeno y, autocondonándonos los peores de los pecados —sí, hijo sí, la envidia, la avaricia y la soberbia son pecados capitales—, nos prestamos a poner erecto el índice y señalar a los malos de la película con la rapidez que dan los prejuicios. En una variante perversa del lejano oriente estadounidense, aquí no sobrevive el que hace una reflexión más pausada y neutral, sino el que es capaz de autoexculparse más rápido empujando a otro a la hoguera. Forma también parte de nuestro carácter latino. Y si no es eso, nos lo pasamos teta jugando al pingpong de las acusaciones. «los bancos abusaron de la confianza», «nadie le puso una pistola en el pecho para que pidiera una hipoteca», «los políticos son todos unos corruptos», etcétera, etcétera, etcétera. ¿Quién es el verdadero culpable? con esa idea empecé a leer el libro. No porque yo crea que hay un «verdadero culpable» o una conspiración en la sombra, sino porque pensé que el autor nos lo colaría en algún momento. Y aunque señala algún posible, o mejor dicho deja algunos cabos sueltos, en realidad llega a la misma conclusión que llegué mucho tiempo ha, y que es difícil de aceptar: esto nos lo hemos sancochado nosotros solitos. Hemos sufrido una especie de histeria colectiva, esa misma que hace que los espectadores salten al campo de fútbol y se pongan a dar leña al del pito, pero en un ciclo de realimentación positivo y perverso parecido a una cinta de Moebius que se enrosca en sí misma. ¿Son culpables los bancos? Sí, de avaricia. ¿Y los especuladores? También, por lo mismo. ¿Y los hipotecados? De envidia (¿o es que tan difícil era aceptar que con mil euros no podías emular lo que hacía el vecino que estudió medicina y que tampoco era necesario estrenar una casa porque «tú sí que vales» y te lo mereces todo?). ¿Y los políticos? De soberbia. Extrema, además. Un cóctel jodido de consecuencias trágicas que nos toca vivir. Que dejará a muchos en el camino y, espero, la mayoría consiga sobrevivir. O, en palabras de nuestro actual presidente del gobierno y contextualizadas al día en curso, nos tocará vivir un año muy complicado.

En resumen, un… ¿libro? —si al otro me costó clasificarlo dentro de las novelas gráficas, este ya ni te cuento— o lo que sea, muy recomendable. Simple —pero sin caer en la argumentación simplona y manida— y al tiempo contundente. Algo que se lee en un rato y con el que te ríes. Que debería despertar nuestro sentir crítico y, ya para terminar, que sí hace honor al vídeo [@ YouTube] con el que promocionó su libro anterior. Este sí es heredero de aquel magnífico ejercicio crítico que fue el vídeo. Por cierto, que este también tiene su vídeo promocional [@ YouTube, también]. Y es rematadamente bueno.

¿He dicho ya que lo recomiendo? ¿Y que tienes que ver los dos vídeos también?

martes, 1 de enero de 2013

(Des)Propósitos para el 2013

Ya hemos entrado en el 2013 (y despedido del 2012). En este momento deberé estar con resaca alimenticia, y algo de resaca alcohólica como mal bebedor social que soy, después de tanto atracón natural por estas fechas. (Mañana a dieta desintoxicante a base de líquidos). Por la hora a la que se publica esta entrada debería estar desperezándome mientras pienso, medito y sufro con que la cosa aún no ha terminado. Todavía queda el almuerzo de Año Nuevo (hoy) y el del día de Reyes. Apunto recordatorio para invertir en las empresas de infusiones digestivas para el año que viene. En enero se deben forrar los de Pompadur y los de Hornimans. Por si las moscas, dejé programada —milagros de la técnica— esta entrada ayer, cuando aún no había sucumbido al dios Baco.

Signo de nuestra tontería supina es aprovechar el cambio de año, tal vez por la felicidad que provoca el contexto amigable y familiar, o por la sensiblería etílica, para hacer propósito de enmienda con nosotros mismos y darmos una nueva oportunidad para hacer todo lo que no hemos hecho ya. Tal vez la enésima vez sea la vencida, nos convencemos. Hinchamos pecho y sin despeinarnos ni ruborizarnos —ya se sabe que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver— hacemos la lista de todo lo que vamos (o pretendemos) hacer en el año que nos recibe con los brazos abiertos. Aunque al final —y tal como ha demostrado este 2012 pasado— lo que tiene abierta es la boca y no los brazos. De forma tal que el paso del año es lo mismo que el tránsito intestinal y, tras 365 o 366 días, acabamos comiendo las uvas celebrando que acabamos de salir por el ano del último año, o sea ser defecados, mayoritariamente intactos, y que tenemos oportunidad de repetir experiencia en la montaña rusa que será el que estrenamos.

Aunque talludito ya —que a mis cuarenta años y medio debería demostrar con mayor ahínco que tengo los pies en el suelo—, no puedo evitar mentirme otro año más y proponerme dedicar tiempo a infinitas cosas. Tal vez influya mi creencia desde la cabeza a los pies de que lo último que uno tiene que perder en la vida no es la fe sino la ilusión. Ya lo decía Einstein con su «La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión persistente». Pero no sé si en esta frase «ilusión» hace más referencia al deseo y la pasión por hacer y ser (valor positivo) o si en realidad da igual el tiempo verbale que siempre seremos unos ilusos (valor negativo). Hoy prefiero quedarme con la primera opción.

Así que, sin más dilación, aquí va la lista de lo que me gustaría hacer este año. La salvedad es que, tal vez por viejo ya, le he puesto una probabilidad de éxito. Iluso invencible, optimista irredento, pero no tan irresponsable como para afirmar tozudamente que lo haré.

  1. Sobrevivir al 2013. Probabilidad de éxito (pde) del 99,9% [1]
  2. Comprar un Raspberry Pi y conectarlo a la tele como Media Center. pde: 90%
  3. Convertirlo en algo más útil mediante programación. pde:30%
  4. Adquirir un Netduino. pde: 75%
  5. Hacer un robot programado con el anterior (o proyecto igualmente interesante). pde: 5%
  6. Acudir a clases de piano. pde: 10%
  7. o comprarme un teclado similar a un piano. pde: 20%
  8. y ponerme en plan autodidacta. pde: 5%
  9. Terminar "Abu Simbel Profanation Tribute" para iOS. pde: 30%
  10. Terminar Juego 1 (no doy normbres para mantener la sorpresa). pde: 20%
  11. Terminar Juego 2. pde: 10%
  12. Terminar la página Web de pinturas de mi padre. pde: 40%
  13. Terminar mi web personal. pde:15%
  14. Aprobar el curso de Coursera Game Theory. pde: 70%
  15. Aprobar el curso Pattern-Oriented Software Architectures for Concurrent and Networked Software. pde: 60%
  16. Aprobar el curso Linear and Discrete Optimization. pde: 50%
  17. Aprobar el curso… Tengo en plan unos 12 cursos en Coursera, de momento. Al cuarto le asigno un pde de 30%, al quinto un 10% y al resto un 1%
  18. Obtener el carné de conducir. pde: 30% [2]
  19. Retomar (y aprobar el primer cuatrimestre) del Grado de Matemáticas. pde: 20%
  20. Bajar 1-5 kilos de peso (pde: 75%), 6-10 kilos (pde: 55%), 11-15 kilos (pde: 20%) y bajar 18 kilos (ideal, pde: 1%)
  21. Apuntarme a clases de Tai Chi. pde: 10%
  22. Cuando consiga bajar 10 kilos (pde: 20%) aplicar y conseguir el plan c25k. pde: 5% [3]
  23. Recuperar los kilos que pierda, y algunos más. pde: 100% [4]
  24. Aprobar el First Certificate o equivalente de inglés. pde: 50%
  25. Retomar las clases de alemán (y llegar a nivel de preguntar por direcciones). pde: 25%
  26. Retomar las clases de japonés (y llegar, también, a nivel de preguntar por direcciones). pde: 10%
  27. Retomar las clases de esperanto [5]. pde: 1%
  28. Leer un libro no técnico [6] a la semana. pde: 1%
  29. o leer un libro no técnico cada dos semanas. pde: 25%
  30. o leer un libro no técnico cada tres semanas. pde: 80%
  31. de paso, aprovechar y terminar ya de una vez la colección de Terry Pratchet [7]. pde. 40%
  32. Ahorrar. pde: 1% (¿A quién pretendo engañar?)
  33. Para acabar, ser mejor persona. pde: 0%

Salvo porque las estadísticas dicen que tengo una probabilidad de casi el 100% sobrevivir otro año más, y de que da igual lo que adelgace que al final volveré a coger el peso que tenía de partida, sé que casi nada de lo que pongo en la lista anterior lo llegaré a conseguir/hacer/lograr. En fin, aunque de ilusiones no se vive, ahi quedan lanzadas las mías, un año más, al vacío sideral del ciberespacio. En general ajeno a todo lo que yo quiero hacer. Pero esto, en lugar de hacerme sentir peor, me empuja a seguir intentándolo.

Que tengan un muy buen comienzo de año y, reitero, no pierdan las ilusiones por hacer cosas. La vida es demasiado breve. Y lo peor es descubrir que ya no queda tiempo para hacer todo aquello que soñaron hacer algún día. Sueñen y, en la medida en que esto sea posible, sean mejores personas. En especial con ustedes mismos.


[1] Extrapolado toscamente del informe «Patrones de mortandad en España en 2009», disponible en http://www.mspsi.gob.es/estadEstudios/estadisticas/estadisticas/estMinisterio/mortalidad/docs/Patrones_de_Mortalidad_en_Espana_2009.pdf.
[2] No, no tengo carné de conducir. Es una historia vieja, pero la realidad es que nunca lo he echado de menos. Aunque claro, mi mujer me recuerda de forma repetida lo bien que vendría que yo también tuviese carné. Tal vez debería hacerle el gusto este año.
[3] No puedo empezar antes porque me reventaría las rodillas y los tobillos por el sobrepeso.
[4] No es que me haga gracia ni que sea realmente un proyecto, pero la realidad es que al finalizar cada año, más o menos cuando toca la revisión médica de empresa, he recuperado todo el peso que hubiera podido perder durante el año. A veces incluso ganados unos kilos.
[5] Hace mucho tiempo se me metió en la cabeza aprender esperanto (en lugar del klingon, que me parece demasiado friki) y me puse a ello. Algunas cosas aprendí a decir, pero ya las he olvidado completamente. Me gustaría retomar y ser capaz de escribir una entrada sencilla en el blog en esta lengua sintética.
[6] Entiendo por «técnica» todo lo que leo referente a mi profesión. Intento a día de hoy que el 50% del tiempo que dedico a leer sean libros que no tengan que ver directamente con mi trabajo. Aunque sean técnicos en el sentido propio, no lo son para mi profesión. ¿Qué, nadia se ha puesto a leer sobre mecánica de coches últimamente?
[7] Y así liberar una estantería. Para 2020 (si llego), me gustaría que todo lo que poseo esté en formato digital exclusivamente.

¡Feliz y próspero 2013!

Pues es lo que toca ahora, ¿no? Vayan en este apunte mis mejores deseos para el año que acaba de caernos encima. Buena suerte en todos los proyectos que acometan y con todos los buenos propósitos que se propongan hacer. Y que no falte felicidad, respeto, cariño y prosperidad para y entre los suyos. En resumen,

¡Muy Feliz y Próspero año 2013!

De todo corazón y para todos, lean o no esto.

Tradicionalmente este es el día en que cada uno reinicia ese contador que llevamos dentro, reflexiona sobre el año pasado y se propone qué quiere hacer de este, qué proyectos acometer y qué cosas realizar. En definitiva, qué propósitos tiene para los próximos 365 días. En un rato publicaré los míos.

Sin embargo, y mientras tanto, aprovecho para despedirme del 2012 a mi estilo:


Imagen elegida [1] porque refleja mi sentimiento (y sospecho que el de muchos) hacia este año que tantas ampollas ha levantado en la sociedad y, en especial, a los políticos de nuestro gobierno, a los mayas y a los que aprovecharon el miedo ajeno para forrarse y hacer lo que les vino en gana. A ver qué desastre nos venden este año.


[1] Encontrada en http://www.cosas-que-pasan.com/gorila-con-peineta/. En el original no se indica autor, así que no puedo incluirlo.