miércoles, 2 de enero de 2013

'Simiocracia'

En lo tocante a literatura, terminé el año comentando un cuento gráfico de Aleix Saló, 'Españistán' [reseña], y decido que la primera reseña del año corresponda a la última obra del mismo autor: 'Simiocracia', con el pretencioso subtítulo «Crónica de la Gran Resaca Económica».

Lo compré el mismo día que el anterior porque estaba a dos euros y medio. Vamos, que me llevé las dos obras del autor por menos de lo que te cobran en un pub por dos cañas. Aunque tras leer/ojear el primero no estaba demasiado animado a leer/ojear este segundo. Para el que no haya leído la entrada correspondiente, o lo haya olvidado ya (y mira que solo hace dos días de eso), no me convenció nada. Muy simplón, fue el regusto final que me dejó. Pero bueno, había que aumentar las estadísticas de lectura del año, y si mi amigo sulaco considera que escuchar libros es leer yo me autoconcedo que ojear un comic es también leer. Aunque, para ser sincero, en el caso de 'Simiocracia', hay mucho más texto que viñetas. En este caso, además, las viñetas no cuentan la historia, sino que están para acompañar las explicaciones textuales e incorporar alguna gracia, chiste visual o apunte cómico a las palabras del autor.

La tarea de este libro, tal como su subtítulo señala, no es moco de pavo. Hacer un análisis de los motivos de la actual crisis (o resaca económica, como la tilda el autor), no debe ser sencillo y se presta mucho al mensaje populista (¡ay! ¡la herencia, la culpable herencia!) y al prejuicio facilón. Vamos, que tras la experiencia del anterior, ya iba con la mosca detrás de la mosca ante tan pretenciosa intención. Y más en un cómic. Pero ya en la introducción el propio autor hace autocrítica y avisa de que lo que nos va a exponer peca de simplista, algo que agradecía y me permitió disfrutar de otra forma de lo que iba a consumir.


Y me ha encantado. Sí, simplista, que no simplón, pero muy acertado. Bastante neutral en sus tesis —aunque resulta imposible ocultar algún que otro prejuicio—, pero con un lenguaje cotidiano de calle o barra de bareto con los colegas. Un lenguaje muy latino, a fin de cuentas. Viene a ser como la explicación para dummies de porqué estamos donde estamos a estas alturas. Y repleto de ilustraciones divertidas. De hecho más de una vez me partí de la risa con la combinación. Realmente efectivas. Y con muy mala leche (alguna de ellas). Lo que hacen que me gusten más.

Desde que ha empezado esta crisis he escuchado, he participado y, a fin de cuentas, he discutido múltiples veces en ese infinito bucle que es la búsqueda del culpable último de la situación actual. Somos un pueblo propenso a practicar ciegamente aquello de la paja en el ojo ajeno y, autocondonándonos los peores de los pecados —sí, hijo sí, la envidia, la avaricia y la soberbia son pecados capitales—, nos prestamos a poner erecto el índice y señalar a los malos de la película con la rapidez que dan los prejuicios. En una variante perversa del lejano oriente estadounidense, aquí no sobrevive el que hace una reflexión más pausada y neutral, sino el que es capaz de autoexculparse más rápido empujando a otro a la hoguera. Forma también parte de nuestro carácter latino. Y si no es eso, nos lo pasamos teta jugando al pingpong de las acusaciones. «los bancos abusaron de la confianza», «nadie le puso una pistola en el pecho para que pidiera una hipoteca», «los políticos son todos unos corruptos», etcétera, etcétera, etcétera. ¿Quién es el verdadero culpable? con esa idea empecé a leer el libro. No porque yo crea que hay un «verdadero culpable» o una conspiración en la sombra, sino porque pensé que el autor nos lo colaría en algún momento. Y aunque señala algún posible, o mejor dicho deja algunos cabos sueltos, en realidad llega a la misma conclusión que llegué mucho tiempo ha, y que es difícil de aceptar: esto nos lo hemos sancochado nosotros solitos. Hemos sufrido una especie de histeria colectiva, esa misma que hace que los espectadores salten al campo de fútbol y se pongan a dar leña al del pito, pero en un ciclo de realimentación positivo y perverso parecido a una cinta de Moebius que se enrosca en sí misma. ¿Son culpables los bancos? Sí, de avaricia. ¿Y los especuladores? También, por lo mismo. ¿Y los hipotecados? De envidia (¿o es que tan difícil era aceptar que con mil euros no podías emular lo que hacía el vecino que estudió medicina y que tampoco era necesario estrenar una casa porque «tú sí que vales» y te lo mereces todo?). ¿Y los políticos? De soberbia. Extrema, además. Un cóctel jodido de consecuencias trágicas que nos toca vivir. Que dejará a muchos en el camino y, espero, la mayoría consiga sobrevivir. O, en palabras de nuestro actual presidente del gobierno y contextualizadas al día en curso, nos tocará vivir un año muy complicado.

En resumen, un… ¿libro? —si al otro me costó clasificarlo dentro de las novelas gráficas, este ya ni te cuento— o lo que sea, muy recomendable. Simple —pero sin caer en la argumentación simplona y manida— y al tiempo contundente. Algo que se lee en un rato y con el que te ríes. Que debería despertar nuestro sentir crítico y, ya para terminar, que sí hace honor al vídeo [@ YouTube] con el que promocionó su libro anterior. Este sí es heredero de aquel magnífico ejercicio crítico que fue el vídeo. Por cierto, que este también tiene su vídeo promocional [@ YouTube, también]. Y es rematadamente bueno.

¿He dicho ya que lo recomiendo? ¿Y que tienes que ver los dos vídeos también?

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