lunes, 8 de noviembre de 2010

Halloween...

Seguramente pecaré de demagogo u oclócrata en las próximas palabras, pero aquí va mi (pseudo)razonamiento del día. Abstenerse de su lectura fachas, monárquicos, melindrosos y feministas.

No me gusta Halloween. Nada de nada. Me parece una absoluta estupidez la forma en que aceptamos las modas. Se nota que me hago viejo. Por lo cascarrabias con toques afrutados y aromas de intransigencia. Pese a ello, creo sinceramente que somos una panda de idiotas dispuestos a comprar cualquier fiesta. ¿Pero qué se puede esperar de un país donde el periódico de tirada diaria y de pago más leído es El Marca, y la revista semanal más leída el Pronto? (Ver el Resumen del Estudio General de Medios que hay en AIMC [Página Web]). Sigue resultándome descorazonador que El Marca lo lean diariamente casi tres millones persona. Casi un millón más de los que leen El País, el periódico generalista más leído en España. A diario casi un 50% más de personas prefieren leer lo que opina cualquier futbolista (posiblemente medio analfabeto de tanto fugarse de clase para ir a darle al balón).

Sin embargo, la entrada realmente viene motivada por lo que escuché el otro día en la radio. Tradicionalmente soy bastante tolerante y respetuoso con las creencias ajenas (allá cada cual con lo que hace), pero a veces escucho cosas que me encienden y reviento. Pasaba yo un momento por la cocina cuando estaba una tipa hablando en la radio sobre La Gran Tradición de Halloween en el Mundo. Lo pongo en mayúsculas porque, fue mi impresión tras escucharla unos pocos minutos, que lo que vivimos hoy es un proceso de reclamo de la herencia generacional, el deseo de recuperar una fiesta que la Iglesia había prohibido, pero que en Europa siempre había sido una celebración y que era lógico, incluso justo, que los españoles, tan europeos como el resto, volviésemos la mirada a nuestro pasado y recuperásemos tan ilustre tradición que se remonta a los celtas y que hasta los romanos, cuando sometieron a los primeros, adoptaron. O sea, que no somos imbéciles consumistas, sino que llevamos en nuestro interior, casi grabado a fuego en nuestros genes, la necesidad de disfrazarnos como gilipollas, gastarnos una pasta y celebrar el Día de los Muertos tal y como lo celebran en EE.UU. y Canadá, que con apenas dos siglos de historia sí que se ve que son los verdaderos valedores de la tradición milenaria. En resumen, y así me sonó su axiomática, que debemos sentirnos orgullosos de reclamar tan ilustre tradición que, por derecho, nos pertenece. Halloween no solo forma parte, es nuestra Memoria Histórica. Lo comercial es secundario.

No soy muy aficionado a la radiodifusión, así que las pocas veces que escucho algo en este medio es porque mi mujer la tiene encendida. Generalmente le gusta escucharla mientras cocina. Es por ello que, cuando mi cerebro ya dijo «¡basta!», salí del recinto sin pararme a averiguar de qué programa en concreto se trataba, ni de qué persona postulaba así. Mirado retrospectivamente, me quedé con las ganas, la verdad, porque hubiese enriquecido esta entrada y casi hubiese alcanzado cotas de periodismo de investigación. Pero en mis neuronas resonaba la ensordecedora disonancia del alegato a la tradición y a la herencia cultural como recursos justificados para retomar un fiesta. Ahí andaba rumiando yo que, si es justo y justificable, casi una obligación retomar los cultos antiguos, ya estábamos tardando en empezar a pegar nuevamente a las mujeres, tradición muy española —y por proyección conquistadora, latinoamericana— esa. O, por qué no, reinstaurar el Feudalismo y el derecho a la lus primae noctis. ¿Acaso no son estas también tradiciones que, por argumentación parecida, tienen derecho a reinventarse y existir nuevamente? ¿Y qué me dicen de la esclavitud? Que si Halloween es tan históricamente milenaria como cuentan, ¿qué me van a contar de esclavizar a otro ser humano? Tras la prostitución, que no hay forma de que legalicen aun alegando tradición, someter al prójimo será sin duda la segunda profesión más antigua del Mundo.

De todas las falacias lógicas, el recurso a la tradición es uno de los que me parecen más estúpidos. ¿Soy el único que ve incoherente que un tipo defienda la tradición de asesinar a un toro en un espectáculo dantesco al tiempo que arremete contra la tradición palestina de lapidar a sus mujeres infieles? Sé que suena muy demagógico, como decía al principio, pero me toca mucho los huevos que las argumentaciones se basen en la lógica de lo cotidiano, en especial de la cotidianeidad del hablante. El «es así porque siempre ha sido así» se merece la quema en la hoguera, bonita tradición también esa —¿cuándo la recuperamos?— para con los infieles y las brujas. Lo único que demuestra ese apego a lo añejo es nuestra incapacidad para evolucionar, para mejorar ni como personas ni como colectivo.

En fin, que por mucho que la buena señora argumentara que tiene sentido que esta generación, más distante del Halloween original que aquellos que reclaman sus muertos en la Guerra Civil, haya retomado la fantochada del disfraz fiestero con ilustre e ilustrado derecho a la proclama de la cultura del antepasado, yo sigo creyendo que la causa hay que buscarla más en la tontería y la estupidez de una generación con valores huecos, de existencia fútil y trayectoria más bien errática. Algo que explicaría también por qué seguimos rindiendo culto a una panda de personas que, tradicionalmente, no hacían otra cosa que fornicar entre hermanos, primos y sobrinos, hasta destilar lo mejor de lo Borbón.

Vamos, que más que tradición, lo de Halloween es una soberbia gilipollez.

domingo, 7 de noviembre de 2010

'Superfreakonomics'

Nunca he terminado de entender la fuerte atracción que siente el mundo latino por acoger sin mucha resistencia expresiones de uso popular dentro del mundo anglosajón. El fenómeno Web 2.0 únicamente ha amplificado dicho fenómeno, por lo que no es raro que las bitácoras, foros y otros submundos estén plagados de expresiones como LOL o WTF, por poner un par de ejemplos. ¿Dónde estará el tan castizo y sonoro «¡Pero qué coño!».

En fin, como la entrada de hoy no pretende hacer un análisis sesudo sobre lo permeables que somos a las modas lingüísticas, y por eso de seguir en mi papel de fashion victim, diré que el libro 'Superfreakonomics' está plagado de párrafos en los que exclamaremos algún que otro WTF o, cuando menos, algún LOL. Aunque yo, mientras lo leía, soltaba más «¡Vaya!», «¡Hay que joderse!» o, simplemente, algún «¡Joder!». El libro está repleto de datos e información, cuando menos, curiosa. Muchas veces sorprendente. Además, resulta muy divertido de leer, pasándose las páginas una tras otra a gusto. No aburre, no.

'Superfreakonomics' es, como no se le escapará a (casi) nadie, la continuación del libro 'Freakonomics' [mi reseña]. Más que una continuación, tal como se podría contemplar desde el punto de vista de un argumento o una historia, resulta un «más de lo mismo», pero con casos/estudios nuevos y siguiendo la dinámica del libro anterior. Ha mejorado, para mi gusto, en la forma de exponer las situaciones. Resulta más ameno que el primero.

Otra componente que me ha gustado particularmente del texto es que hace bastante hincapié en la forma en que debe realizarse un estudio. No es que la describan paso a paso, pero sí que se preocupan en explicar por qué y por qué no se pueden hacer ciertas suposiciones en función de cómo se han obtenido los datos. En este aspecto es un libro que, pese a su superficialidad —pero muy, muy, muy superficial— en este tema, sí que resulta instructivo en la forma en que se procede a estudiar el dominio del problema. Lo araña apenas, pero resulta interesante para alguien al que le guste el tema del análisis estadístico de datos.

    Un análisis similar de Claude Berrebi sobre terroristas suicidas palestinos reveló que solo el 16 por ciento procedían de familias pobres, frente a más del 30 por ciento de los varones palestinos en general. Por otra parte, más del 60 por ciento de los terroristas tenían estudios superiores, frente al 15 por ciento de la población en general.

De los cinco bloques en los que se divide el libro, el que quizás menos me gustó fue el último. Ese bloque hace de plataforma contra Al Gore y su visión del calentamiento global. No digo que necesariamente Al Gore esté en lo cierto porque sí, pero desde luego a mí, gustos políticos aparte, me resulta loable su preocupación por cómo se está destruyendo el Planeta. En ese aspecto, los últimos capítulos resultan una obstinada prosa por desacreditar al hombre (también Lovelock, otro talibán ecologista, recibe muchas críticas), para justificar la visión alternativa. Esos capítulos me dejaron un poco frío. Por no confesar que un poco irritado. Tal vez se deba a que yo soy algo radical con el asunto del calentamiento global, la contaminación desmedida y la exterminación indiscriminada y lucrativa de ecosistemas y especies animales y vegetales. Suerte que sí tengo contratado un seguro de vida. En caso contrario podría pasar por un terrorista.

En fin, 'Superfreakonomics' cumple lo que promete, ilustrar divirtiendo. Al menos en la mayor parte del texto. Por eso lo sugiero como experiencia recomendada. Algo que le importará a nadie, probablemente. Pero ahí queda.

¡Ah, sí! Una última cosa. A ver si para hiperfreakonomics, o como decidan llamar a la tercera parte, estudian y descubren la causa por la que somos tan tendenciosamente tontos como para acuñar tanta moda extranjera y dan respuesta a mi pregunta del WTF y el LOL. A lo mejor acabo exclamando un sorprendido «¡Hay que joderse!» cuando lo lea.