Desde hace bastante tiempo -en años se mide- sigo, aunque de forma muy desigual e inconstante, una serie de líneas/modas de pensamiento/tecnológicas dentro de mi profesión que me atraen mucho, pero que por mi naturaleza de tendencia holgazana, constantemente las dejo de lado, o apenas leo algo sobre ellas de vez en cuando.
Uno de esos temas sobre los que de vez en cuando vuelvo a retomar durante unos días, y luego vuelvo a abandonar, como la novia en otro puerto a la que visito una vez cada muchos meses, es el de la inteligencia empresarial (o business intelligence, que dicen los angloparlantes). En particular siempre me llamó la atención, dentro de la BI, la minería de datos (data mining) usando técnicas de inteligencia artificial. Pero ya lo he dicho antes: soy muy ganso y me conformo con leer de vez en cuando sobre el tema, en lugar de practicar. Vamos, como el que le gusta leer sobre fútbol, o verlo en la tele, pero luego no lo practica. Espera, coño, que sí que hay varios millones de pobladores en el país que hacen precisamente eso...
He tenido suerte y en la empresa que trabajo me pidieron un prototipo en el que ofreciera una serie de gráficas (¿recuerdan la entrada en la que mencionaba el asunto de las gráficas?). En la primera ocasión, por cuestiones del directo y aprovechar inversiones previas, todo se hizo de forma programática. Pero esta vez lo quise enforcar por una línea distinta. No quería caer en la tentación de andar programando. ¿Les había dicho alguna vez que soy un buen programador, por mucho que le pese a los envidiosos y a mis enemigos? Lo soy porque mi código es de calidad. Tiene que ver con cómo sientes el código... Pero no es de eso de lo que quería hablar. Sigo. Teniendo en cuenta que quería resolverlo sin programar, me puse a buscar en el mundo open source, que para el español medio es sinónimo de gratis, herramientas ETL (extraer, transformar y cargar -load-). Programar es un placer, difícil de entender si no lo has hecho de verdad, pero incrementa el coste total de propiedad de los sistemas de información. No necesariamente programando se es menos productivo, no se confunda usted. Simplemente digo que usando este tipo de herramientas, en concreto las ETL, se reduce el coste de propiedad. Pero eso lo defenderé en otra ocasión.
Buscando y rebuscando di con Talend y Kettle. Como tenía que decantarme por uno para empezar a montar contrarreloj las pruebas, elegí la primera de las dos. Más adelante le meteré mano a la segunda. Fue una sorpresa, añadida, encontrar que se podía usar en Mac (y en Linux). Así que después de juguetear en la empresa durante unos días con la versión para Windows, decidí instalarla en casa para intentar profundizar algo más con ella. Independientemente de lo que ocurra a partir del prototipo montado, sí que me gustaría seguir mejorando mi conocimiento sobre ella.
Instalación en Mac
El primer sobresalto me lo llevé cuando, nada más copiado el directorio (en Mac la mayoría de las aplicaciones se instalan copiando el archivo o carpeta dentro de la carpeta de aplicaciones), comprobé que el doble clic sobre el icono de la aplicación provocaba un mensaje del tipo "no compatible con la versión actual". ¿Cómo? Comprobé varias veces más que había descargado la última (calentita, calentita) versión sobre la que están trabajando ahora: 3.1.0 M3 (beta).
Afortunadamente no me costó mucho dar con la respuesta en el foro de la comunidad de Talend y que se resume en:
a) activar el bit de ejecución (chmod +x ...) del ejecutable
b) mostrar el contenido del paquete (ofrecido en el menú contextual sobre el icono de la aplicación), y
c) editar el archivo info.plist para cambiar el nombre del ejecutable (que por defecto está como 'eclipse') por el de Talend.
Después de eso, doble clic (o Spotlight) y aparecerá la ventana de arranque normal, junto al insistente diálogo de registro.
Principio filosófico-funcional, o... ¿cómo va esto?
Talend Open Studio es otro proyecto más que se basa en el aceptadísimo IDE de código abierto Eclipse. Pero para empezar a usar el IDE debes crear un proyecto nuevo.
Tras rellenar los campos necesarios, y decidir si quieres que sea un proyecto Java o uno basado en Perl, genera código para los dos lenguajes, se abrirá el IDE, propiamente dicho, con la ventana de trabajo dividida en diferentes zonas o áreas.
Aunque es mucho más que un editor de procesos -esta entrada no intenta hacer un repaso exhaustivo de la herramienta- se dirá que, en modo muy -muchísimo- resumido, la esencia del proceso de construcción es usar el panel de edición de jobs a modo de pizarra donde se irán arrastrando y soltando los diferentes componentes que provee la herramienta, uniéndolos de forma que se cree un flujo de trabajo (workflow) entre ellos. Cada componente representará un estado y una tarea del proceso y, como si de una caja negra se tratara, se encargará de realizar una serie de transformaciones sobre los datos de entrada para generar unos datos de salida. Las estructuras de datos de entrada y salida vienen a denominarse esquemas.
En su versión actual, Talend Open Studio ofrece una surtida cantidad de componentes dedicados a recoger, almacenar y procesar los datos de formas diversas. Todos ellos están clasificados por áreas en la paleta de componentes que, de forma general y preestablecida, aparece a la derecha en el IDE. Aunque, por si los que ya vienen de serie pudieran ser pocos, se pueden obtener más acudiendo al ecosistema de Talend. O los puedes fabricar tú, si tienes dotes de programador.
Por último, y dado que el simple hecho de soltar un componente en el panel de edición no es suficiente (la inteligencia de la herramienta no llega hasta el punto de adivinar qué demonios quieres hacer exactamente), hay que configurar la etapa o tarea. Cada componente tendrá sus parámetros de configuración. En la siguiente imagen se muestra el caso del componente tFilterRow, que en el ejemplo que preparaba para este artículo, se encargaba de filtrar los artículos resultantes de una importación desde el canal RSS cogiendo únicamente los que tenían entre doscientas y cuatrocientas palabras.
Asegurándose que el primer paso es (o los primeros pasos son) elementos que leen datos de sus fuentes, y que los de finalización se corresponden con salidas, configurando adecuadamente los estados intermedios, se tiene el proceso o trabajo deseado.
Ya dije que iba a ser muy resumido. Hay mucho más. Cosas como los metadatos, los contextos, que el código generado puede ser invocado como un servicio web o como un proceso de sistema para incluirlo dentro de la programación del cron, etc., etc. Sin olvidarnos que, si lo que te gusta es programar, siempre podrás hacer uso de los componentes de programación (tJava, tJavaRow, etc., etc.) que te permitirán hacer cosas más allá de los límites de la imaginación.
Documentación y curva de aprendizaje
Reconozco que con el open source sufro de prejuicios -tal vez infundados- sobre la documentación disponible. Por lo general creo que la documentación es, como lo es al final en todos los proyectos, sean estos o no lo sean de código abierto, la gran maldita y descuidada. Ese sentimiento no desapareció cuando intenté dar mis primeros pasos usando únicamente la guía de usuario, algo pobre, y apoyándome en la guía de los componentes, algo incompleta. Mis primeras horas resultaron muy frustrantes. No terminaba de ver sentido a ciertas relaciones y las formas en que se usaban ciertas propiedades en las iteraciones, por ejemplo.
Ese sabor de mal documentado duró hasta adentrarme en la web de la comunidad, donde hay unos cuantos tutoriales que pueden ayudar mucho a reducir la curva de aprendizaje. Aunque no todos los componentes están tan bien documentados -al menos en lo que he tratado de buscar yo- como el tMap, el componente estrella de Talend, y para hacer algunas cosillas sudé tinta china buceando en las profundidades más abisales de Internet.
Pero lo cierto es que, con lo que encontré en Internet, en tres días, tenía montado un prototipo que ha estado funcionando durante una semana, con cinco tareas no demasiado complejas, hay que confesarlo. Ahora bien, sinceramente creo que para tener la soltura suficiente para considerarte un 'experto' en el entorno, hacen falta no menos de tres semanas. Tal vez más. Hay muchísimas cosas (y componentes) que no resultan triviales y que te obligan a buscar y rebuscar en el foro para intentar encontrar una solución, de encontrarla, o una explicación. Por ejemplo, estuve una hora intentando conseguir que una bifurcación de datos se pudiese volver a unir. Tuve que aceptar, tras leerlo en el foro, que eso, simplemente, no se podía hacer.
Apunte final
En el primer borrador de este post había preparado un ejemplo haciendo uso del componente tRSSInput enganchándolo al blog del amigo Adastra. De los diez artículos que devuelve el componente, la mitad, o sea cinco, tenían entre doscientas y cuatrocientas palabras. La idea era meterme un poco con su capacidad de generar texto: si lo conectases a un ordenador serviría para probar el ancho de banda de la red. Pero acabó siendo un proceso poco elaborado, resultando poco útil como ejemplo o para realizar un repaso de los detalles más destacables. Tampoco era posible usar uno de los procesos desarrollados para el prototipo de la empresa. La alternativa era desarrollar un ejemplo sintético desde cero. Como que no. En cualquier caso, aunque no haya explicado cómo hice el proceso, queda, sin embargo, para la posteridad en la captura.
sábado, 28 de marzo de 2009
viernes, 27 de marzo de 2009
Tardes de sofá: La divertida 'Boston Legal'
Vulgarmente, y según qué enemigo lo proclame, se puede llegar a aducir que me lo trago absolutamente todo. Aunque eso, creo haber demostrado con el tiempo, no sea del todo cierto. Si he de tragar, al menos quiero que haya sentimientos durante el acto. A mí también me gusta que me traten con cariño.
Sea como fuere, lo cierto es que no suelo hacerle ascos a casi ningún género. Me gustan las policiacas, las de abogados, las de ciencia ficción, las de fenómenos extraños, etc., etc., etc. Recalco el casi subrayado anterior porque detesto profundamente y a muerte (a poder ser el fallecimiento violento de sus guionistas) los culebrones: para dramones ya tengo la prensa seria, el proceso de Bolonia y la corrupción despiadada que reina en la casta política de este país. Lo único que pido es que la serie mantenga algo de coherencia en el tiempo y resulte entretenida. Eso suele ser suficiente para perder mi tiempo con ella.
Este es el caso de 'Boston Legal', serie de abogados que aborda la temática de los juzgados yakies (¿dónde iba a ser si no?) de forma atípicamente cómica, y que concluyó su emisión en los e-e-u-u en diciembre del año pasado -2008- tras cinco temporadas (o cuatro y media, si tenemos en cuenta que la última tuvo la mitad de capítulos).
Empezando a visionar la segunda temporada (se está emitiendo la cuarta en alguna cadena de las plataformas satélite), un elemento que me agrada profundamente es que no cae -al menos de momento- en intentar profundizar en exceso en las relaciones entre los personajes y derivando, con ello, en culebrones aburridos, lacrimógenos y lastimeros. El llevar más allá las relaciones entre los personajes, que tienden a acabar en cuestiones de cama (vulgarmente follando, se diría), suele ser uno de los mayores pecados que cometen casi todas las series. Pecado que acaba jodiendo la temática y siendo mortal para la serie. En este caso, de momento y como decía, mantiene una justa y agradable tensión cómica capítulo tras capítulo. Y hay más de un momento en el que no puedes evitar partirte la caja con un ataque de carcajadas.
Varios premios avalan las actuaciones, en general de todos los actores, pero entre las que hay que destacar, obviamente, las de James Spader y de William Shatner (otrora El Capitan Kirk -no ha habido otro después de él-, ahora como un magnífico y destartalado Denny Crane). Algunas de las situaciones en las que se mete esta atípica pareja, y las formas en que salen de ellas, merecen firmar exigiendo la canonización del guionista.
El apartado de los doblajes es igualmente estupendo. Es uno de esos casos en que agradeces que en España se tomen tan en serio el doblaje. Poco más que decir al respecto.
En conjunto una serie redonda y recomendable.
Sabiendo que eres una persona de moralidad dudosa, daré por hecho que no servirá de nada proponerte que vayas a comprarla y supongo que, si te van este tipo de series, acudirás a tu oscuro portal de acceso a las miserables redes de mafias del peer-to-peer para empezarar a descargarla de forma compulsiva (recuerda, ya hay casi cuatro temporadas disponibles). Pero aunque te recomiendo pagar por ella, que lo merece, haré la vista gorda. Merece aún más ser vista. No pierdas la oportunidad por tonterías del tipo "si eres legar, eres legar". ¿A qué estás esperando para poner la mula a funcionar?
Sea como fuere, lo cierto es que no suelo hacerle ascos a casi ningún género. Me gustan las policiacas, las de abogados, las de ciencia ficción, las de fenómenos extraños, etc., etc., etc. Recalco el casi subrayado anterior porque detesto profundamente y a muerte (a poder ser el fallecimiento violento de sus guionistas) los culebrones: para dramones ya tengo la prensa seria, el proceso de Bolonia y la corrupción despiadada que reina en la casta política de este país. Lo único que pido es que la serie mantenga algo de coherencia en el tiempo y resulte entretenida. Eso suele ser suficiente para perder mi tiempo con ella.
Este es el caso de 'Boston Legal', serie de abogados que aborda la temática de los juzgados yakies (¿dónde iba a ser si no?) de forma atípicamente cómica, y que concluyó su emisión en los e-e-u-u en diciembre del año pasado -2008- tras cinco temporadas (o cuatro y media, si tenemos en cuenta que la última tuvo la mitad de capítulos).
Empezando a visionar la segunda temporada (se está emitiendo la cuarta en alguna cadena de las plataformas satélite), un elemento que me agrada profundamente es que no cae -al menos de momento- en intentar profundizar en exceso en las relaciones entre los personajes y derivando, con ello, en culebrones aburridos, lacrimógenos y lastimeros. El llevar más allá las relaciones entre los personajes, que tienden a acabar en cuestiones de cama (vulgarmente follando, se diría), suele ser uno de los mayores pecados que cometen casi todas las series. Pecado que acaba jodiendo la temática y siendo mortal para la serie. En este caso, de momento y como decía, mantiene una justa y agradable tensión cómica capítulo tras capítulo. Y hay más de un momento en el que no puedes evitar partirte la caja con un ataque de carcajadas.
Varios premios avalan las actuaciones, en general de todos los actores, pero entre las que hay que destacar, obviamente, las de James Spader y de William Shatner (otrora El Capitan Kirk -no ha habido otro después de él-, ahora como un magnífico y destartalado Denny Crane). Algunas de las situaciones en las que se mete esta atípica pareja, y las formas en que salen de ellas, merecen firmar exigiendo la canonización del guionista.
El apartado de los doblajes es igualmente estupendo. Es uno de esos casos en que agradeces que en España se tomen tan en serio el doblaje. Poco más que decir al respecto.
En conjunto una serie redonda y recomendable.
Sabiendo que eres una persona de moralidad dudosa, daré por hecho que no servirá de nada proponerte que vayas a comprarla y supongo que, si te van este tipo de series, acudirás a tu oscuro portal de acceso a las miserables redes de mafias del peer-to-peer para empezarar a descargarla de forma compulsiva (recuerda, ya hay casi cuatro temporadas disponibles). Pero aunque te recomiendo pagar por ella, que lo merece, haré la vista gorda. Merece aún más ser vista. No pierdas la oportunidad por tonterías del tipo "si eres legar, eres legar". ¿A qué estás esperando para poner la mula a funcionar?
martes, 24 de marzo de 2009
Tesoros perdidos reencontrados (XVIII): 'La demoledora'
Hacía tiempo que no publicaba algo un martes, día dedicado, que no reservado en exclusiva, a esos pequeños tesoros que en su día perdí y en su día recuperé.
Hoy toca otro relato. Uno de los últimos, si no el último, que tengo redactado de forma completa.
Lo escribí en una época realmente oscura de mi vida. Tal vez el que llegué a considerar el peor año de mi existencia: 1997. Especialmente hiper sensibilizado con casi cualqueir cosa, me enteré de la suerte que estaba corriendo la sobrina de unos amigos de la familia. Dieciocho años, una operación complicadísima y pérdida parcial del habla y de la capacidad congnitiva. Aguantó tres meses más, nada más.
Intoxicado por esta amarga experiencia ajena y por mis propias penalidades, que nada tenían que ver con dolencias de carácter médico, aclaro, pero sí mucho con desamores, escribí este pequeño relato que, en esta ocasión, no llegó a publicarse en el fanzine de la escuela. Hacía ya bastante tiempo que no se publicaba el propio fanzine.
Un relato algo triste que no recomiendo leer. Especialmente si no te encuentras en uno de tus mejores momentos.
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La demoledora
Llevaba varias semanas acudiendo puntualmente a su cita con el destino, como a él le gustaba llamarla. Llegaba a las ocho y media de la mañana a la ladera, frontera de uno de los barrios periféricos de su ciudad natal, y se sentaba aproximadamente en el mismo sitio. Una vez allí, se quedaba mirando, estudiando absorto, a los trabajadores de la construcción y la maquinaria que estos manejaban. Estaban derribando unos edificios de viviendas, en precarias condiciones tras veinte años, para construir a continuación otros más grandes, más feos y, posiblemente, menos duraderos.
Todas las mañanas salía de su casa a eso de las seis y cuarto. Daba un beso a su madre, otro a su padre y se marchaba sin emitir ningún sonido. Veía las tristes caras de sus padres, comprensivos, evitando decir nada; pero expresando con su mirada el dolor y la pena que los embargaba. Una vez en la calle, caminaba y caminaba, sin rumbo fijo, durante casi una hora. Al cabo de ese tiempo tomaba rumbo a la obra.
Casi siempre salía con su libro favorito, "Crónica de una muerte anunciada", en el bolsillo. Cuando en la construcción descansaban, él aprovechaba para leer y releer algunos pasajes del libro, que ya amarilleaba del uso y cuyas puntas de las hojas estaban ya bastante estropeadas. A él le era indiferente, se sumergía en aquellas palabras, en aquellas frases y párrafos; era como si tuviera la oportunidad de leer el futuro de los acontecimientos en papel y al tiempo estar seguro de que, aún conociéndolo con exactitud, nada podría hacer para remediarlo. Eso era lo que le pasaba, se decía a sí mismo: "conozco mi destino, pero no puedo hacer nada por cambiarlo".
Al mediodía, recorría los ocho kilómetros a que distaba el hogar paterno y recogía unas pocas frutas de la nevera para, acto seguido, volver a salir. Por la tarde vagaba sin rumbo. "Es lo único que puedo hacer para combatir a mi destino preestablecido: imponerme una anarquía absoluta por las tardes", se repitió miles de veces. Generalmente acababa en un parque y se sentaba a leer su libro y a contemplar a las personas que paseaban arriba y abajo. Les miraba a los ojos buscando aquello que escondían en lo más profundo. Ese sufre un desamor, ese es muy feliz, ese es estúpido, ese es un ladrón...
Muchas veces se llegaba hasta el hospital en el que trabajaba su madre de enfermera y se quedaba escondido, vigilándola al salir. Mirándola desde la distancia a los enrojecidos ojos. Los primeros días era visible que había estado llorando, pero ahora simplemente tenía la mirada completamente ida, huida de su conciencia. Siempre se quedaba allí quince o veinte minutos, a la puerta del hospital, esperando a que el padre acudiera a recogerla. Él siempre le preguntaba si llevaba esperando mucho, pero ella le mentía: "Acabo de salir hace dos minutos". Respondía quedamente.
Luego, caminaba durante dos horas hasta su casa. Besaba en la frente a sus padres, cenaba algo y se acostaba en su habitación. No dormía. Por lo menos no durante las primeras horas. Pensaba y pensaba, siempre dándole vueltas a la misma idea: a la muerta. A Su Muerte. Cuando lograba dormir soñaba con su demoledora.
Hacía ya dos meses que le comunicaran la noticia. Pidió a sus padres estar presente. "¡O de lo contrario armo la de Dios!", amenazó. Era un chico tan responsable, que sus padres, al ser amenazados por primera y única vez, de aquella forma tan decidida, no supieron como reaccionar y le concedieron estar presente. El médico, neutral, distante y ajeno como exige la profesión, resumió el diagnóstico confirmado por años de experiencia: Tumor. Riesgos inadmisibles. Dañor cerebral. Inoperable. Sentencia de muerte.
- Lamentablemente no podemos hacer gran cosa- expresó, con la misma tonalidad neutra que empleaba con todos sus pacientes, mientras señalaba la placa del escáner –. La profundidad hace inviable una intervención quirúrgica. De todas formas, vamos a intentarlo todo. Las últimas técnicas en quimioterapia han conseguido mejorar y prolongar...
- No se preocupe. Me hago cargo – interrumpió. Tras unos segundos de parecer meditar algo, y sospechando que se esperaba alguna palabra de perdón a su verdugo dijo:– Muchas gracias por todo. Si me disculpa, yo espero fuera, hable con mis padres.
Sus padres salieron a los quince minutos, sin rastro de color en sus rostros. Ambos con muestras de haber llorado amargamente. El trayecto hasta casa se desarrolló en un silencio incómodo. Pero él lo agradeció. Lo menos que le apetecía ahora eran palabras de pesadumbre o de consuelo. Mañana tal vez, pero hoy no quiero hablar absolutamente de nada. Ya en su casa, se permitió el ducharse durante una hora, bajo agua caliente; esperando tal vez que el vapor que despedía su cuerpo lo purificase y que el agua arrastrase todos sus males. Entre los chorros de agua que caían desde su cara, iban mezcladas las lágrimas que había contenido desde que salió de la consulta. Esas que no quiso mostrar a sus padres. Luego se acostó sin cenar, cerrando la puerta de su habitación con llave. No pegó ojo. Podía escuchar el silencio de sus padres en la cocina. Ambos lloraban mudamente para no estorbar el sueño de su único hijo.
Los primeros días, sus padres intentaron convencerlo de que acudiera a las terapias, pero él se negó rotundamente. La única oportunidad que tendrían de que acudiera a las mismas, era que su madre le dejara acudir un día con ella al trabajo. Trabajaba como enfermera cuidando precisamente los casos terminales. Paliativos, llamaban en modo resumido la planta en la que trabajaba. Sus padres se negaron tajantemente, creyendo que sería contraproducente; pero no estaban acostumbrados a la determinación que demostraba ahora su hijo en las decisiones, por lo que esperanzados de que con aquello pudieran convencerlo de acudir a sus sesiones de quimioterapia, consintieron. Acompañó a su madre por el servicio, observando a todos los encamados. Mostraba especial interés en los pacientes de cáncer y, en particular, en aquellos que padecieran, como él, tumores cerebrales. Los contemplaba en su inconsciencia saturada de morfina, conectados a máquinas que trabajaban exclusivamente para ellos. Extremadamente delgados y amarillos con el brillo de la cera, despedían olores que no lograba identificar, pero que le resultaban de una nocividad antinatural; "se están pudriendo en vida", creyó escandalizado. En más de una ocasión realizó un supremo esfuerzo por no vomitar allí mimo. Se marchó, sin despedirse de su madre, caminando hasta su casa.
- Sólo lo voy a decir una vez – se encaró con fiereza a sus padres a la hora de la cena -. Luego no quiero volver a insistir más en el tema. Me voy a morir. Cualquier cosa que se haga para impedirlo, lo único que logrará será mantenerme en un estado de muerte en vida; como las personas que estaban en el hospital -. Miró a su madre, que bajó la cabeza consciente de la visión que pasaba en ese momento por la mente de su hijo -. No pienso acudir ni a quimio ni a radioterapia. A todos los efectos ya estoy muerto.
Sus progenitores no daban crédito a la última afirmación. Sin esperar respuesta, su hijo se había levantado de la mesa para ocultarse en su habitación, cerrándola con llave como venía haciendo desde la última vez que vieran al médico. Sabía que si no lo hacía, su madre entraría furtivamente por la noche para cuidarlo y vigilarlo; como hacía cuando él era pequeño y se ponía enfermo: su madre pasaba las noches en vela vigilando la fiebre y la recuperación de su valioso hijo. Eso era lo que menos necesitaba ahora, compasión. Si se descuidaba, lograrían que perdiera la poca fuerza que le quedaba. Si eso ocurría, no podría seguir adelante como él quería seguir.
Dejó de hablar. Con sus padres o con cualquier otra persona. Ya no acudía al instituto. Tampoco devolvía las llamadas que le hacían sus amigos cuando él estaba fuera. Ni contestaba cuando estaba en casa. No quería cruzarse ni hablar absolutamente con nadie. Simplemente quería pasar sus últimos días completamente sólo, pensando en sí mismo. No había tenido tiempo en su corta vida en dejar huella, no quería dejarla ahora, a pocos meses de irse. Una huella con sabor de tristeza y pena.
Cuando descubrió la obra, en uno de sus primeros vagabundeos, quedó atraído por la demoledora, como él llamaba a aquella máquina responsable de destruir toneladas de bloques y cemento con un solo golpe. Aquella máquina enorme, prolongada en una gigantesca bola sujeta a una fuerte cadena, que manejaba a su antojo y lanzaba a los grandes edificios para derribarlos, le fascinaba. Así se imaginaba el funcionamiento de su tumor, como una gran bola que se lanzaba contra las construcciones de su cerebro para destruirlo. La miraba volar por el cielo y, cuando la bola golpeaba contra un edificio, se imaginaba que su tumor infernal golpeaba al unísono, haciendo vibrar a su prematuramente pútrido cerebro. Desde aquel día, no dejó de acudir un solo día de trabajo. Los domingos y festivos, se iba a la playa y, descalzo, caminaba de un lado a otro por la fría arena en un invierno especialmente frío.
Uno de los días, contemplando fascinado y absorto a su demoledora trabajar afanosamente, unos chicos se le acercaron y se pusieron a incordiarlo. Vivían, con toda seguridad, en aquella zona marginal y eran indudablemente pobres por las muy deterioradas ropas que vestían y las claras manchas de suciedad agarradas a sus rostros y brazos. Contarían entre once y catorce años, pero eran cinco e iban armados con palos y piedras. Le preguntaban quién era y exigieron que les diera todo lo que tenía. Él no les contestaba, seguía mirando a la obra y a la máquina que lo atraía de manera tan singular. Ellos, enfadados por ser ignorados, fueron estrechando el cerco para intimidarlo.
- ¡Eh tú, jodio gafúo! – gritó el más grande al tiempo que le lanzó una piedra, sin mucha fuerza, que le dio en la rodilla. El dolor del impacto pareció sacarlo del limbo y, por primera vez se quedó mirando, embobado y con la boca abierta, a la amenaza que desde hacía unos minutos lo acosaba. Continuó hablando el gamberro -. ¿Quié coño ere? Dame too lo que...- Sin terminar la exigencia, lo miró a la cara y se sorprendió:- ¡Joe! ¿Po qué sangra po la narí esta marica? –. Hizo la pregunta, tal vez asustado, tal vez sorprendido que el chico empezara a sangrar sin haber sido aún agredido.
Para cuando los otros, la mayor parte vigilando la espalda para que no huyera en esa dirección, giraron para encararlo, empezó a agitarse convulsivamente y a vomitar sobre sí mismo. Cogidos por sorpresa, y temiendo que los acuaran de los síntomas -o includo se la muerte, porque parecía que se estaba muriendo- del chaval si se quedaban, los niños salieron corriendo.
Despertó desorientado y dolorido. Buscando referencias visuales de dónde se encontraba. Pensar era tanto o más doloroso que moverse. Habían pasado unas cuantas horas, quizá cinco o seis. No podía pensar con claridad. Cuando pudo erguirse mínimamente, se quedó sentado, con los hombros caídos y las manos extendidas a los lados, mirando al infinito. La realidad fue llegándole poco a poco a través de los abotargados sentidos. Para cuando comenzó a hilar pensamientos coherentes y mínimamente complejos, ya había oscurecido completamente. Le extrañó que nadie hubiera acudido a socorrerlo, pero en el fondo dio gracias a ello. Intentaba incorporarse una y otra vez, pero no lograba mantener el equilibrio. Cada vez que lo intentaba un dolor horrible, tan intenso que le cortaba la respiración, recorría su columna vertebral. Su brazo izquierdo no terminara de responderle, ignorando cualquier orden dirigida a él. Lo sentía como corcho colgando. Como si no fuera suyo. Con cada intento, el cerebro parecía que se le iba a salir por las órbitas de los ojos. Y, cuando desistía una vez más, el mundo parecía girar incansablemente en torno a él. Esperó otra hora más, completamente insensible al frío que hacía. Tal vez a causa del frío, los músculos empezaron a dolerle menos y consiguió ponerse en pie. El regreso a casa estuvo amenazado a cada paso de caer redondo por un traspiés. Iba haciendo eses, como un borracho. Recobrar la sensibilidad en el brazo y en en todo su cuerpo trajo consigo empezar a sentir el duro frío de la noche. Cada cierto tiempo se cobijaba unos minutos en algún portal, donde recuperar algo de fuerzas, tiritando y abrazándose para entrar en calor. Las primeras veces no le importaba, pero al cabo de un rato le preocupaba que lo descubriesen escondido. Apestaba. Tenía las ropas completamente manchada de vomitos, orines y su propia mierda. En el camino volvió a orinarse varias veces encima.
En su casa encontró a sus padres sentados en la cocina intranquilos, esperando la llegada de su hijo. Siguió de largo, sin hablar como era ya natural, hasta el cuarto de baño. Escuchó la débil súplica materna queriendo saber dónde había estado hasta esas horas. No contestó. Se encerró en el baño y se duchó durante media hora, dejándo que su cuerpo se quemara bajo el agua hirviendo. Parecía haber recuperado el calor, la sensibilidad y una completa consciencia. Esta vez se había asustado realmente. En el tiempo que llevaba sufriendo su degeneración, ya había sufrido unos cuantos vahídos menores. Pero ninguno como el sufrido ese día. Entre lágrimas silenciosas se aseguró que ya había comenzado la última fase. Esa que acabaría dejándolo postrado en una cama en de hospital. Pasando la mayor parte del tiempo en una inconsciencia inducida por fármacos mientras su cuerpo seguía pudriéndose y despidiendo olores desagradables para los familiares y amigos que se acercaran a ver sus últimas inspiraciones y espiraciones. La imagen de aquellas personas completamente deterioradas le vino a la memoria con tal fuerza que estuvo a punto de perder el equilibrio. Se sentó en el plato de la ducha y lloró. Esta vez de forma sonora. Ya no le importaba que sus padres le oyeran llorar.
Una vez seco y abrigado, seguro de que sus padres ya se habían acostado, salió y cenó algo. Apenas le quedaban unas horas antes de que el padre saliera a trabajar. Se metió en su cuarto, se vistió, saliendo nuevamente. No le extrañó que sus padres no se despertasen cuando se acercó a besarlos en la frente. Tal vez no querían asumir que su hijo se iba y el único cobijo que les quedaba eran sus sueños. Tal vez soñaban con otra vida, una en la que su hijo no tenía que morir. O una en la que había una cura milagrosa y todo salía bien. Su madre sonrió y siguió sumida en su sueño cálido. Su padre comenzó a gimotear cuando el hijo ya estaba en la puerta. A lo mejor su padre sí estaba despierto y sabía porqué se marchaba. Por un momento estuvo tentado de retroceder y darle un abrazo. Como el que le daba cuando lo esperaba en la puerta al llegar del trabajo. Cogió una manzana de la cocina y salió de la casa sin hacer ruido.
Consigo llevaba el libro que tanto quería y las cartas que le había escrito su primera y única novia. Los últimos días se había acordado mucho de ella. Recordaba el día, hacía dos años y medio, en que se despidieron en el aeropuerto. El padre de ella había conseguido un ascenso en la empresa y lo mandaban a otro lugar. Se juraron amor eterno y esperar el uno por el otro, porque algún día, dijo ella, volvería. Pero el tiempo fue debilitando el sentimiento y acrecentando el intervalo entre carta y carta, por ambas partes. Hasta que en la última, tras dos meses de silencio, le decía que había conocido a otro chico. "Desde luego, soy un tío sin puta suerte", se dijo.
En la calle había empezado a llover con abundancia. El clima le hizo recordar las Navidades y, espontáneamente, cayó en la cuenta de que al día siguiente comenzaban las vacaciones de Navidad para los alumnos del instituto. Estudiaba el último curso antes de ingresar en la universidad. Quería estudiar Matemáticas. Y Física. Adoraba las ciencias y muchas veces se imaginaba a sí mismo trabajando con los mejores grupos de investigación. Por un momento se dejó creer que aquello era un mal sueño y que en realidad todo esto acabaría tan pronto lograse despertar. "Qué pensamiento más estúpido", se criticó duramente.
Ya había tomado la decisión. Se dirigió sin rodeos y sin pausas, al solar de la construcción. Saltó la valla y se encaminó al edificio que había elegido el día anterior. En el camino la asaltó el perro del vigilante, quien a esas horas estaba durmiendo. Interpuso el antebrazo derecho y el pastor alemán, una bestia enorme, lo sujetó entre sus fuertes mandíbulas, haciendo bruscos movimientos con la cabeza buscando rasgar la carne y romper el hueso; pero la ropa que llevaba impidió que se le clavaran muy profundamente los colmillos. El impacto lo había derribado y el animal aún forcejeaba sobre él, pero al instante perdió interés. El perro estaba intrigado, porque no había detectado miedo o dolor en aquella persona; soltó la presa y gruñendo desconfiado se alejó unos metros. A él le había dado igual que el perro le atacara; de hecho no le importaba lo más mínimo que lo matara allí mismo. Instantes después el perro se sentó, ligeramente intrigado, mientras aquel chico permanecía tumbado boca arriba, mirando el frío y despejado cielo, cargado de estrellas. En otras circunstancias habría dicho que aquella era una noche hermosa como pocas.
Al cabo de unos minutos se incorporó quejumbrosamente y continuó su camino, de espaldas al perro, que lo miraba ladeando la cabeza. Entró en el viejo edificio como pudo y subió hasta el último piso. Llevaba una pequeña linterna y a su luz releyó todas las cartas que recibió de su lejana novia. También leyó algunos de sus pasajes predilectos del libro, que también llevaba en uno de sus bolsillos. Dobló cada una de las cartas con sumo cariño y las encajó dentro del libro. Se dijo que tenía que haberse despedido de ella. Haberla llamado al menos una última vez. Ya no servía de nada lamentarse, se dijo, y se tumbó en el frío suelo, sin ser consciente del olor a humedad y de las ratas que correteaban cerca, mirando el cielo que le permitía ver la ventana sin cristales. Nombrando las estrellas que aparecían en ese espacio se durmió. Mintaka, la hermana de Alnitak y Alnilam fue respirada, más que pronunciada, antes de caer en un profundo y absoluto sueño. El primero, tal vez, desde que volvió aquella maldita tarde del oncólogo.
El primer golpe lo despertó. Sentía temblar el edificio. La inyección de adrenalina lo incorporó de un salto. Apenas pudo gritar "¡No moriré estúpidamente en una cama!" cuando una sombra enorme apareció en la ventana. En una centésima de segundo se veía la luz a través de la ventana y en la centésima siguiente todo el hueco estaba ocupado por una enorme bola que se abalanzaba hacia él. En la siguiente centésima ya no quedaba nada. Había desaparecido todo. Sin dolor.
Algunas de las cartas y de las hojas más sueltas lograron escapar del derrumbe. Unico testimonio de que estuvo allí en aquel momento.
Desde el amanecer sus padres lloraban en la cocina. Su madre apoyaba su mano derecha en una carta abierta sobre la mesa; encontrada junto a las manzanas. El legado de su hijo. Palabras de amor, palabras de consuelo, de ánimos y esperanza para ellos. Y un adiós.
10/noviembre/1997
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Sirva también este pequeño e insípido texto como defensa del derecho de cada cual a elegir cómo terminar.
Hoy toca otro relato. Uno de los últimos, si no el último, que tengo redactado de forma completa.
Lo escribí en una época realmente oscura de mi vida. Tal vez el que llegué a considerar el peor año de mi existencia: 1997. Especialmente hiper sensibilizado con casi cualqueir cosa, me enteré de la suerte que estaba corriendo la sobrina de unos amigos de la familia. Dieciocho años, una operación complicadísima y pérdida parcial del habla y de la capacidad congnitiva. Aguantó tres meses más, nada más.
Intoxicado por esta amarga experiencia ajena y por mis propias penalidades, que nada tenían que ver con dolencias de carácter médico, aclaro, pero sí mucho con desamores, escribí este pequeño relato que, en esta ocasión, no llegó a publicarse en el fanzine de la escuela. Hacía ya bastante tiempo que no se publicaba el propio fanzine.
Un relato algo triste que no recomiendo leer. Especialmente si no te encuentras en uno de tus mejores momentos.
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La demoledora
Llevaba varias semanas acudiendo puntualmente a su cita con el destino, como a él le gustaba llamarla. Llegaba a las ocho y media de la mañana a la ladera, frontera de uno de los barrios periféricos de su ciudad natal, y se sentaba aproximadamente en el mismo sitio. Una vez allí, se quedaba mirando, estudiando absorto, a los trabajadores de la construcción y la maquinaria que estos manejaban. Estaban derribando unos edificios de viviendas, en precarias condiciones tras veinte años, para construir a continuación otros más grandes, más feos y, posiblemente, menos duraderos.
Todas las mañanas salía de su casa a eso de las seis y cuarto. Daba un beso a su madre, otro a su padre y se marchaba sin emitir ningún sonido. Veía las tristes caras de sus padres, comprensivos, evitando decir nada; pero expresando con su mirada el dolor y la pena que los embargaba. Una vez en la calle, caminaba y caminaba, sin rumbo fijo, durante casi una hora. Al cabo de ese tiempo tomaba rumbo a la obra.
Casi siempre salía con su libro favorito, "Crónica de una muerte anunciada", en el bolsillo. Cuando en la construcción descansaban, él aprovechaba para leer y releer algunos pasajes del libro, que ya amarilleaba del uso y cuyas puntas de las hojas estaban ya bastante estropeadas. A él le era indiferente, se sumergía en aquellas palabras, en aquellas frases y párrafos; era como si tuviera la oportunidad de leer el futuro de los acontecimientos en papel y al tiempo estar seguro de que, aún conociéndolo con exactitud, nada podría hacer para remediarlo. Eso era lo que le pasaba, se decía a sí mismo: "conozco mi destino, pero no puedo hacer nada por cambiarlo".
Al mediodía, recorría los ocho kilómetros a que distaba el hogar paterno y recogía unas pocas frutas de la nevera para, acto seguido, volver a salir. Por la tarde vagaba sin rumbo. "Es lo único que puedo hacer para combatir a mi destino preestablecido: imponerme una anarquía absoluta por las tardes", se repitió miles de veces. Generalmente acababa en un parque y se sentaba a leer su libro y a contemplar a las personas que paseaban arriba y abajo. Les miraba a los ojos buscando aquello que escondían en lo más profundo. Ese sufre un desamor, ese es muy feliz, ese es estúpido, ese es un ladrón...
Muchas veces se llegaba hasta el hospital en el que trabajaba su madre de enfermera y se quedaba escondido, vigilándola al salir. Mirándola desde la distancia a los enrojecidos ojos. Los primeros días era visible que había estado llorando, pero ahora simplemente tenía la mirada completamente ida, huida de su conciencia. Siempre se quedaba allí quince o veinte minutos, a la puerta del hospital, esperando a que el padre acudiera a recogerla. Él siempre le preguntaba si llevaba esperando mucho, pero ella le mentía: "Acabo de salir hace dos minutos". Respondía quedamente.
Luego, caminaba durante dos horas hasta su casa. Besaba en la frente a sus padres, cenaba algo y se acostaba en su habitación. No dormía. Por lo menos no durante las primeras horas. Pensaba y pensaba, siempre dándole vueltas a la misma idea: a la muerta. A Su Muerte. Cuando lograba dormir soñaba con su demoledora.
Hacía ya dos meses que le comunicaran la noticia. Pidió a sus padres estar presente. "¡O de lo contrario armo la de Dios!", amenazó. Era un chico tan responsable, que sus padres, al ser amenazados por primera y única vez, de aquella forma tan decidida, no supieron como reaccionar y le concedieron estar presente. El médico, neutral, distante y ajeno como exige la profesión, resumió el diagnóstico confirmado por años de experiencia: Tumor. Riesgos inadmisibles. Dañor cerebral. Inoperable. Sentencia de muerte.
- Lamentablemente no podemos hacer gran cosa- expresó, con la misma tonalidad neutra que empleaba con todos sus pacientes, mientras señalaba la placa del escáner –. La profundidad hace inviable una intervención quirúrgica. De todas formas, vamos a intentarlo todo. Las últimas técnicas en quimioterapia han conseguido mejorar y prolongar...
- No se preocupe. Me hago cargo – interrumpió. Tras unos segundos de parecer meditar algo, y sospechando que se esperaba alguna palabra de perdón a su verdugo dijo:– Muchas gracias por todo. Si me disculpa, yo espero fuera, hable con mis padres.
Sus padres salieron a los quince minutos, sin rastro de color en sus rostros. Ambos con muestras de haber llorado amargamente. El trayecto hasta casa se desarrolló en un silencio incómodo. Pero él lo agradeció. Lo menos que le apetecía ahora eran palabras de pesadumbre o de consuelo. Mañana tal vez, pero hoy no quiero hablar absolutamente de nada. Ya en su casa, se permitió el ducharse durante una hora, bajo agua caliente; esperando tal vez que el vapor que despedía su cuerpo lo purificase y que el agua arrastrase todos sus males. Entre los chorros de agua que caían desde su cara, iban mezcladas las lágrimas que había contenido desde que salió de la consulta. Esas que no quiso mostrar a sus padres. Luego se acostó sin cenar, cerrando la puerta de su habitación con llave. No pegó ojo. Podía escuchar el silencio de sus padres en la cocina. Ambos lloraban mudamente para no estorbar el sueño de su único hijo.
Los primeros días, sus padres intentaron convencerlo de que acudiera a las terapias, pero él se negó rotundamente. La única oportunidad que tendrían de que acudiera a las mismas, era que su madre le dejara acudir un día con ella al trabajo. Trabajaba como enfermera cuidando precisamente los casos terminales. Paliativos, llamaban en modo resumido la planta en la que trabajaba. Sus padres se negaron tajantemente, creyendo que sería contraproducente; pero no estaban acostumbrados a la determinación que demostraba ahora su hijo en las decisiones, por lo que esperanzados de que con aquello pudieran convencerlo de acudir a sus sesiones de quimioterapia, consintieron. Acompañó a su madre por el servicio, observando a todos los encamados. Mostraba especial interés en los pacientes de cáncer y, en particular, en aquellos que padecieran, como él, tumores cerebrales. Los contemplaba en su inconsciencia saturada de morfina, conectados a máquinas que trabajaban exclusivamente para ellos. Extremadamente delgados y amarillos con el brillo de la cera, despedían olores que no lograba identificar, pero que le resultaban de una nocividad antinatural; "se están pudriendo en vida", creyó escandalizado. En más de una ocasión realizó un supremo esfuerzo por no vomitar allí mimo. Se marchó, sin despedirse de su madre, caminando hasta su casa.
- Sólo lo voy a decir una vez – se encaró con fiereza a sus padres a la hora de la cena -. Luego no quiero volver a insistir más en el tema. Me voy a morir. Cualquier cosa que se haga para impedirlo, lo único que logrará será mantenerme en un estado de muerte en vida; como las personas que estaban en el hospital -. Miró a su madre, que bajó la cabeza consciente de la visión que pasaba en ese momento por la mente de su hijo -. No pienso acudir ni a quimio ni a radioterapia. A todos los efectos ya estoy muerto.
Sus progenitores no daban crédito a la última afirmación. Sin esperar respuesta, su hijo se había levantado de la mesa para ocultarse en su habitación, cerrándola con llave como venía haciendo desde la última vez que vieran al médico. Sabía que si no lo hacía, su madre entraría furtivamente por la noche para cuidarlo y vigilarlo; como hacía cuando él era pequeño y se ponía enfermo: su madre pasaba las noches en vela vigilando la fiebre y la recuperación de su valioso hijo. Eso era lo que menos necesitaba ahora, compasión. Si se descuidaba, lograrían que perdiera la poca fuerza que le quedaba. Si eso ocurría, no podría seguir adelante como él quería seguir.
Dejó de hablar. Con sus padres o con cualquier otra persona. Ya no acudía al instituto. Tampoco devolvía las llamadas que le hacían sus amigos cuando él estaba fuera. Ni contestaba cuando estaba en casa. No quería cruzarse ni hablar absolutamente con nadie. Simplemente quería pasar sus últimos días completamente sólo, pensando en sí mismo. No había tenido tiempo en su corta vida en dejar huella, no quería dejarla ahora, a pocos meses de irse. Una huella con sabor de tristeza y pena.
Cuando descubrió la obra, en uno de sus primeros vagabundeos, quedó atraído por la demoledora, como él llamaba a aquella máquina responsable de destruir toneladas de bloques y cemento con un solo golpe. Aquella máquina enorme, prolongada en una gigantesca bola sujeta a una fuerte cadena, que manejaba a su antojo y lanzaba a los grandes edificios para derribarlos, le fascinaba. Así se imaginaba el funcionamiento de su tumor, como una gran bola que se lanzaba contra las construcciones de su cerebro para destruirlo. La miraba volar por el cielo y, cuando la bola golpeaba contra un edificio, se imaginaba que su tumor infernal golpeaba al unísono, haciendo vibrar a su prematuramente pútrido cerebro. Desde aquel día, no dejó de acudir un solo día de trabajo. Los domingos y festivos, se iba a la playa y, descalzo, caminaba de un lado a otro por la fría arena en un invierno especialmente frío.
Uno de los días, contemplando fascinado y absorto a su demoledora trabajar afanosamente, unos chicos se le acercaron y se pusieron a incordiarlo. Vivían, con toda seguridad, en aquella zona marginal y eran indudablemente pobres por las muy deterioradas ropas que vestían y las claras manchas de suciedad agarradas a sus rostros y brazos. Contarían entre once y catorce años, pero eran cinco e iban armados con palos y piedras. Le preguntaban quién era y exigieron que les diera todo lo que tenía. Él no les contestaba, seguía mirando a la obra y a la máquina que lo atraía de manera tan singular. Ellos, enfadados por ser ignorados, fueron estrechando el cerco para intimidarlo.
- ¡Eh tú, jodio gafúo! – gritó el más grande al tiempo que le lanzó una piedra, sin mucha fuerza, que le dio en la rodilla. El dolor del impacto pareció sacarlo del limbo y, por primera vez se quedó mirando, embobado y con la boca abierta, a la amenaza que desde hacía unos minutos lo acosaba. Continuó hablando el gamberro -. ¿Quié coño ere? Dame too lo que...- Sin terminar la exigencia, lo miró a la cara y se sorprendió:- ¡Joe! ¿Po qué sangra po la narí esta marica? –. Hizo la pregunta, tal vez asustado, tal vez sorprendido que el chico empezara a sangrar sin haber sido aún agredido.
Para cuando los otros, la mayor parte vigilando la espalda para que no huyera en esa dirección, giraron para encararlo, empezó a agitarse convulsivamente y a vomitar sobre sí mismo. Cogidos por sorpresa, y temiendo que los acuaran de los síntomas -o includo se la muerte, porque parecía que se estaba muriendo- del chaval si se quedaban, los niños salieron corriendo.
Despertó desorientado y dolorido. Buscando referencias visuales de dónde se encontraba. Pensar era tanto o más doloroso que moverse. Habían pasado unas cuantas horas, quizá cinco o seis. No podía pensar con claridad. Cuando pudo erguirse mínimamente, se quedó sentado, con los hombros caídos y las manos extendidas a los lados, mirando al infinito. La realidad fue llegándole poco a poco a través de los abotargados sentidos. Para cuando comenzó a hilar pensamientos coherentes y mínimamente complejos, ya había oscurecido completamente. Le extrañó que nadie hubiera acudido a socorrerlo, pero en el fondo dio gracias a ello. Intentaba incorporarse una y otra vez, pero no lograba mantener el equilibrio. Cada vez que lo intentaba un dolor horrible, tan intenso que le cortaba la respiración, recorría su columna vertebral. Su brazo izquierdo no terminara de responderle, ignorando cualquier orden dirigida a él. Lo sentía como corcho colgando. Como si no fuera suyo. Con cada intento, el cerebro parecía que se le iba a salir por las órbitas de los ojos. Y, cuando desistía una vez más, el mundo parecía girar incansablemente en torno a él. Esperó otra hora más, completamente insensible al frío que hacía. Tal vez a causa del frío, los músculos empezaron a dolerle menos y consiguió ponerse en pie. El regreso a casa estuvo amenazado a cada paso de caer redondo por un traspiés. Iba haciendo eses, como un borracho. Recobrar la sensibilidad en el brazo y en en todo su cuerpo trajo consigo empezar a sentir el duro frío de la noche. Cada cierto tiempo se cobijaba unos minutos en algún portal, donde recuperar algo de fuerzas, tiritando y abrazándose para entrar en calor. Las primeras veces no le importaba, pero al cabo de un rato le preocupaba que lo descubriesen escondido. Apestaba. Tenía las ropas completamente manchada de vomitos, orines y su propia mierda. En el camino volvió a orinarse varias veces encima.
En su casa encontró a sus padres sentados en la cocina intranquilos, esperando la llegada de su hijo. Siguió de largo, sin hablar como era ya natural, hasta el cuarto de baño. Escuchó la débil súplica materna queriendo saber dónde había estado hasta esas horas. No contestó. Se encerró en el baño y se duchó durante media hora, dejándo que su cuerpo se quemara bajo el agua hirviendo. Parecía haber recuperado el calor, la sensibilidad y una completa consciencia. Esta vez se había asustado realmente. En el tiempo que llevaba sufriendo su degeneración, ya había sufrido unos cuantos vahídos menores. Pero ninguno como el sufrido ese día. Entre lágrimas silenciosas se aseguró que ya había comenzado la última fase. Esa que acabaría dejándolo postrado en una cama en de hospital. Pasando la mayor parte del tiempo en una inconsciencia inducida por fármacos mientras su cuerpo seguía pudriéndose y despidiendo olores desagradables para los familiares y amigos que se acercaran a ver sus últimas inspiraciones y espiraciones. La imagen de aquellas personas completamente deterioradas le vino a la memoria con tal fuerza que estuvo a punto de perder el equilibrio. Se sentó en el plato de la ducha y lloró. Esta vez de forma sonora. Ya no le importaba que sus padres le oyeran llorar.
Una vez seco y abrigado, seguro de que sus padres ya se habían acostado, salió y cenó algo. Apenas le quedaban unas horas antes de que el padre saliera a trabajar. Se metió en su cuarto, se vistió, saliendo nuevamente. No le extrañó que sus padres no se despertasen cuando se acercó a besarlos en la frente. Tal vez no querían asumir que su hijo se iba y el único cobijo que les quedaba eran sus sueños. Tal vez soñaban con otra vida, una en la que su hijo no tenía que morir. O una en la que había una cura milagrosa y todo salía bien. Su madre sonrió y siguió sumida en su sueño cálido. Su padre comenzó a gimotear cuando el hijo ya estaba en la puerta. A lo mejor su padre sí estaba despierto y sabía porqué se marchaba. Por un momento estuvo tentado de retroceder y darle un abrazo. Como el que le daba cuando lo esperaba en la puerta al llegar del trabajo. Cogió una manzana de la cocina y salió de la casa sin hacer ruido.
Consigo llevaba el libro que tanto quería y las cartas que le había escrito su primera y única novia. Los últimos días se había acordado mucho de ella. Recordaba el día, hacía dos años y medio, en que se despidieron en el aeropuerto. El padre de ella había conseguido un ascenso en la empresa y lo mandaban a otro lugar. Se juraron amor eterno y esperar el uno por el otro, porque algún día, dijo ella, volvería. Pero el tiempo fue debilitando el sentimiento y acrecentando el intervalo entre carta y carta, por ambas partes. Hasta que en la última, tras dos meses de silencio, le decía que había conocido a otro chico. "Desde luego, soy un tío sin puta suerte", se dijo.
En la calle había empezado a llover con abundancia. El clima le hizo recordar las Navidades y, espontáneamente, cayó en la cuenta de que al día siguiente comenzaban las vacaciones de Navidad para los alumnos del instituto. Estudiaba el último curso antes de ingresar en la universidad. Quería estudiar Matemáticas. Y Física. Adoraba las ciencias y muchas veces se imaginaba a sí mismo trabajando con los mejores grupos de investigación. Por un momento se dejó creer que aquello era un mal sueño y que en realidad todo esto acabaría tan pronto lograse despertar. "Qué pensamiento más estúpido", se criticó duramente.
Ya había tomado la decisión. Se dirigió sin rodeos y sin pausas, al solar de la construcción. Saltó la valla y se encaminó al edificio que había elegido el día anterior. En el camino la asaltó el perro del vigilante, quien a esas horas estaba durmiendo. Interpuso el antebrazo derecho y el pastor alemán, una bestia enorme, lo sujetó entre sus fuertes mandíbulas, haciendo bruscos movimientos con la cabeza buscando rasgar la carne y romper el hueso; pero la ropa que llevaba impidió que se le clavaran muy profundamente los colmillos. El impacto lo había derribado y el animal aún forcejeaba sobre él, pero al instante perdió interés. El perro estaba intrigado, porque no había detectado miedo o dolor en aquella persona; soltó la presa y gruñendo desconfiado se alejó unos metros. A él le había dado igual que el perro le atacara; de hecho no le importaba lo más mínimo que lo matara allí mismo. Instantes después el perro se sentó, ligeramente intrigado, mientras aquel chico permanecía tumbado boca arriba, mirando el frío y despejado cielo, cargado de estrellas. En otras circunstancias habría dicho que aquella era una noche hermosa como pocas.
Al cabo de unos minutos se incorporó quejumbrosamente y continuó su camino, de espaldas al perro, que lo miraba ladeando la cabeza. Entró en el viejo edificio como pudo y subió hasta el último piso. Llevaba una pequeña linterna y a su luz releyó todas las cartas que recibió de su lejana novia. También leyó algunos de sus pasajes predilectos del libro, que también llevaba en uno de sus bolsillos. Dobló cada una de las cartas con sumo cariño y las encajó dentro del libro. Se dijo que tenía que haberse despedido de ella. Haberla llamado al menos una última vez. Ya no servía de nada lamentarse, se dijo, y se tumbó en el frío suelo, sin ser consciente del olor a humedad y de las ratas que correteaban cerca, mirando el cielo que le permitía ver la ventana sin cristales. Nombrando las estrellas que aparecían en ese espacio se durmió. Mintaka, la hermana de Alnitak y Alnilam fue respirada, más que pronunciada, antes de caer en un profundo y absoluto sueño. El primero, tal vez, desde que volvió aquella maldita tarde del oncólogo.
El primer golpe lo despertó. Sentía temblar el edificio. La inyección de adrenalina lo incorporó de un salto. Apenas pudo gritar "¡No moriré estúpidamente en una cama!" cuando una sombra enorme apareció en la ventana. En una centésima de segundo se veía la luz a través de la ventana y en la centésima siguiente todo el hueco estaba ocupado por una enorme bola que se abalanzaba hacia él. En la siguiente centésima ya no quedaba nada. Había desaparecido todo. Sin dolor.
Algunas de las cartas y de las hojas más sueltas lograron escapar del derrumbe. Unico testimonio de que estuvo allí en aquel momento.
Desde el amanecer sus padres lloraban en la cocina. Su madre apoyaba su mano derecha en una carta abierta sobre la mesa; encontrada junto a las manzanas. El legado de su hijo. Palabras de amor, palabras de consuelo, de ánimos y esperanza para ellos. Y un adiós.
10/noviembre/1997
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Sirva también este pequeño e insípido texto como defensa del derecho de cada cual a elegir cómo terminar.
miércoles, 11 de marzo de 2009
Un día en Palmitos Park, Pozo Izquierdo y Arinaga, acompañado por Sulaco
La semana pasada me reincorporé al trabajo después de una estupenda semana de vacaciones. Rara vez las semanas laborales tienen algo destacable, más allá del placer que pueda ocasionarme el trabajo, que reconozco que me gusta y disfruto. Así que poco puedo decir más allá del "lo habitual" que acompaña a este tipo de vivencias y, con ello, quedaría resumido todo. Bueno sí, esta semana nadie "ha finalizado su colaboración" con la empresa. Lo que siempre anima en tiempos de crisis.
Desde el lunes de la semana pasada estaba a la espera de concretar con Sulaco el día que iríamos a Palmitos Park, algo que tenía muchas ganas de hacer y que habíamos planteado desde que fuimos a las Dunas de Maspalomas para fotografiar el amanecer. O intentarlo. En mi caso, digo.
Al final, revisando y comprobando día sí, día también, las previsiones contradictorias del clima, acabamos yendo el domingo. A las nueve me recogió y, tras parada obligatoria para tomar un cortado, llegamos sobre las diez al lugar. Después de recorrer un tiempo que parecía infinito una carretera de cabras hasta llegar a la puerta de entrada. Ya echa para atrás visitar Palmitos Park el tener que adentrarse por esas carreteras tan mal señalizadas y en tal mal estado.
En las casi cuatro horas que estuvimos por allí, nos llovió (más bien chispó) encima unas cuatro o cinco veces. Una de ellas sin poder escondernos porque en el espectáculo de rapaces (no, no de banqueros, sino de aves), te prohibían expresamente levantarte del asiento. Supongo que para que el bicho no te confundiera con un suculento suricato y te arrancase los ojos. Resumiendo: una mierda de clima para visitar el parque.
El día estaba demasiado oscuro para aprovechar mi limitado equipo fotográfico, compuesto por mi adorada D200, mi mediocre 18-200 VR y el genial 10-20. El último no lo usé en todo el tiempo que estuve en Palmitos Park, por lo que la calidad de mis fotografías quedó limitada a las escasas capacidades que ofrece el 18-200 con ISO's de 400 para arriba de la D200. Y es por todos sabidos que la Gen 1 de Nikon digitales dejan mucho que desear en cuanto al ruido con las ISO's altas. Y 320 es ya una ISO alta en la D200. Mientras, el cabrito de Sulaco, con su Canon 50D, su Sigma 70-200 2.8 y su monopod, disparando todo el rato a ISO 100. Estaba acomplejado por el 'tamaño de su equipo'; para que luego digan que el 'tamaño no importa'. Si hay justicia divina, lo pagará muy caro... Habla la envidia, por supuesto.
Intentando objetivizar la visita, lo que significa olvidar el inconveniente del clima, mi opinión es que la visita resulta cara. 18 € para los indígenas y 23 € para los guiris no me parece un precio adecuado ni atrayente. Y no compensan los espectáculos que se ofrecen. Tanto el de las aves rapaces como el de las aves exóticas me dejaron bastante frío. Sí, sí, sé que hacía frío, pero no me pareció tampoco algo espectacular y maravilloso, digno de estar recordando durante horas. El de los papagayos es el clásico y no paramos a verlo. Tampoco me resultaron interesantes el orquidiario ni la casa de las mariposas, que por cierto, y en el caso de ésta última, al entrar sientes que lo estás haciendo en una sauna. Con el cambio de temperatura y la humedad que había dentro, se empañaron los objetivos, y en mi caso, las gafas. Veremos cuánto cobran cuando terminen con las ampliaciones (habrá un delfinario y también nutrias). No había vuelto a visitar Palmitos Park desde el año 96. Y no sé si pasarán otros 12 años hasta que vuelva a entrar allí. ¿Tendré que pagar 200 € entonces? Claro que ahora me parece una cantidad exagerada, pero dentro de una década podría ser lo que te cuesta, santa crisis mediante, un paquete de chicles.
A destacar que echamos en falta la presencia de aves paseando libremente por el parque, como sí que había en mi última visita. Debe ser que la gente sólo llevaba el pan para pasar el día en el parque. La carne fresca con la que rellenar el bocadillo correteaba libremente por allí mismo. Y a base de robar a los pobres bichos, acabaron extinguiéndose. Es una suposición, claro. O eso o se estaban poniendo como cochinos con los resto que les daba todo cristo que pasaba por allí.
Cuando dejábamos el parque empezó a despejarse el cielo y a brillar, tímidamente, el astro rey. Dichosos microclimas. Con las tarjetas de memoria casi llenas y con el estómago quejándose por su vacío, la cosa pintaba en que no volvería para atras a repetir tomas. Mala suerte. Dentro de 10 años vuelvo. Y espero que haga mejor tiempo.
No me considero de los que sistemáticamente creen que 'el cesped del vecino siempre es más verde', pero no dejo de tener una actitud crítica sobre las cosas que vivo y me rodean (por ejemplo), que al cabo es lo que conozco de primera mano. También soy consciente de que no hay ningún sistema perfecto, pero es cierto que Holanda parece llevarnos la delantera en muchas cosas. Es por eso que me gusta escuchar lo que me cuenta Sulaco sobre cómo se organiza el sistema financiero hipotecario allí. Con eso, y otras muchas curiosidades relativas al país que lo ha adoptado, pasamos el almuerzo.
Con el estómago lleno e hiperdimensionado por una pizza del tamaño de un continente a la deriva, terminamos la ronda fotográfica acercándonos a Pozo Izquierdo, donde a falta de windsurfistas nos conformamos con los molinos. Tras lo cual, terminamos con una breve visita a Arinaga y un diluvio a la altura de El Goro, que nos obligó a concluir el recorrido cerca de las cinco y media de la tarde.
Para mí fue un buen día. Habrá que esperar a la valoración del compañero de andanzas. A ver dónde vamos en su próxima visita a la isla.
Es mi intención acercarme a devolverle la visita este año. Estaba barajando hacerlo en los primeros días de Semana Santa, aprovechando que mi mujer no coge vacaciones. En particular desde el viernes 3 al miércoles 8 de abril. Pero de los 350 € que cuesta el pasaje Gran Canaria - Amsterdam, 170 € se cargan en concepto de tasas de aeropuerto. Brutal. Esta semana espero volver a hablar con Sulaco y ver qué disponibilidad tendría esos días, aunque la crísis... digo, el horno, no está para bollos.
Desde el lunes de la semana pasada estaba a la espera de concretar con Sulaco el día que iríamos a Palmitos Park, algo que tenía muchas ganas de hacer y que habíamos planteado desde que fuimos a las Dunas de Maspalomas para fotografiar el amanecer. O intentarlo. En mi caso, digo.
Al final, revisando y comprobando día sí, día también, las previsiones contradictorias del clima, acabamos yendo el domingo. A las nueve me recogió y, tras parada obligatoria para tomar un cortado, llegamos sobre las diez al lugar. Después de recorrer un tiempo que parecía infinito una carretera de cabras hasta llegar a la puerta de entrada. Ya echa para atrás visitar Palmitos Park el tener que adentrarse por esas carreteras tan mal señalizadas y en tal mal estado.
En las casi cuatro horas que estuvimos por allí, nos llovió (más bien chispó) encima unas cuatro o cinco veces. Una de ellas sin poder escondernos porque en el espectáculo de rapaces (no, no de banqueros, sino de aves), te prohibían expresamente levantarte del asiento. Supongo que para que el bicho no te confundiera con un suculento suricato y te arrancase los ojos. Resumiendo: una mierda de clima para visitar el parque.
El día estaba demasiado oscuro para aprovechar mi limitado equipo fotográfico, compuesto por mi adorada D200, mi mediocre 18-200 VR y el genial 10-20. El último no lo usé en todo el tiempo que estuve en Palmitos Park, por lo que la calidad de mis fotografías quedó limitada a las escasas capacidades que ofrece el 18-200 con ISO's de 400 para arriba de la D200. Y es por todos sabidos que la Gen 1 de Nikon digitales dejan mucho que desear en cuanto al ruido con las ISO's altas. Y 320 es ya una ISO alta en la D200. Mientras, el cabrito de Sulaco, con su Canon 50D, su Sigma 70-200 2.8 y su monopod, disparando todo el rato a ISO 100. Estaba acomplejado por el 'tamaño de su equipo'; para que luego digan que el 'tamaño no importa'. Si hay justicia divina, lo pagará muy caro... Habla la envidia, por supuesto.
Intentando objetivizar la visita, lo que significa olvidar el inconveniente del clima, mi opinión es que la visita resulta cara. 18 € para los indígenas y 23 € para los guiris no me parece un precio adecuado ni atrayente. Y no compensan los espectáculos que se ofrecen. Tanto el de las aves rapaces como el de las aves exóticas me dejaron bastante frío. Sí, sí, sé que hacía frío, pero no me pareció tampoco algo espectacular y maravilloso, digno de estar recordando durante horas. El de los papagayos es el clásico y no paramos a verlo. Tampoco me resultaron interesantes el orquidiario ni la casa de las mariposas, que por cierto, y en el caso de ésta última, al entrar sientes que lo estás haciendo en una sauna. Con el cambio de temperatura y la humedad que había dentro, se empañaron los objetivos, y en mi caso, las gafas. Veremos cuánto cobran cuando terminen con las ampliaciones (habrá un delfinario y también nutrias). No había vuelto a visitar Palmitos Park desde el año 96. Y no sé si pasarán otros 12 años hasta que vuelva a entrar allí. ¿Tendré que pagar 200 € entonces? Claro que ahora me parece una cantidad exagerada, pero dentro de una década podría ser lo que te cuesta, santa crisis mediante, un paquete de chicles.
A destacar que echamos en falta la presencia de aves paseando libremente por el parque, como sí que había en mi última visita. Debe ser que la gente sólo llevaba el pan para pasar el día en el parque. La carne fresca con la que rellenar el bocadillo correteaba libremente por allí mismo. Y a base de robar a los pobres bichos, acabaron extinguiéndose. Es una suposición, claro. O eso o se estaban poniendo como cochinos con los resto que les daba todo cristo que pasaba por allí.
Cuando dejábamos el parque empezó a despejarse el cielo y a brillar, tímidamente, el astro rey. Dichosos microclimas. Con las tarjetas de memoria casi llenas y con el estómago quejándose por su vacío, la cosa pintaba en que no volvería para atras a repetir tomas. Mala suerte. Dentro de 10 años vuelvo. Y espero que haga mejor tiempo.
No me considero de los que sistemáticamente creen que 'el cesped del vecino siempre es más verde', pero no dejo de tener una actitud crítica sobre las cosas que vivo y me rodean (por ejemplo), que al cabo es lo que conozco de primera mano. También soy consciente de que no hay ningún sistema perfecto, pero es cierto que Holanda parece llevarnos la delantera en muchas cosas. Es por eso que me gusta escuchar lo que me cuenta Sulaco sobre cómo se organiza el sistema financiero hipotecario allí. Con eso, y otras muchas curiosidades relativas al país que lo ha adoptado, pasamos el almuerzo.
Con el estómago lleno e hiperdimensionado por una pizza del tamaño de un continente a la deriva, terminamos la ronda fotográfica acercándonos a Pozo Izquierdo, donde a falta de windsurfistas nos conformamos con los molinos. Tras lo cual, terminamos con una breve visita a Arinaga y un diluvio a la altura de El Goro, que nos obligó a concluir el recorrido cerca de las cinco y media de la tarde.
Para mí fue un buen día. Habrá que esperar a la valoración del compañero de andanzas. A ver dónde vamos en su próxima visita a la isla.
Es mi intención acercarme a devolverle la visita este año. Estaba barajando hacerlo en los primeros días de Semana Santa, aprovechando que mi mujer no coge vacaciones. En particular desde el viernes 3 al miércoles 8 de abril. Pero de los 350 € que cuesta el pasaje Gran Canaria - Amsterdam, 170 € se cargan en concepto de tasas de aeropuerto. Brutal. Esta semana espero volver a hablar con Sulaco y ver qué disponibilidad tendría esos días, aunque la crísis... digo, el horno, no está para bollos.
lunes, 9 de marzo de 2009
Mi experiencia con el calendario de Fotoprix
Hace bastante tiempo ya, comentaba lo contento que estaba con el Fotolibro de Fotoprix. Mi experiencia, hasta la fecha, y con varios libros acumulados, era muy positiva. También decía entonces que andaba buscando alternativas para Mac. Sin embargo, por aquello del "más vale malo conocido que bueno por conocer", he optado por seguir explotando durante un tiempo el software de Fotoprix, pero usando el VMWare, que tan buenos resultados me ha dado estos meses atrás para cosillas puntuales. Por si esta declaración creara dudas sobre mi paso al Universo Apple, que se tranquilice, estoy encantadísimo con Mac y con Leopard. Pero no soy idiota (creo). Si algo me funciona no voy a volverme loco buscando una alternativa para cambiarlo. Al menos de la noche a la mañana.
Pero esta entrada no es para hablar de los fotolibros, de Mac o de Windows. Es para comentar mi opinión sobre otro producto que ofrece -y se puede elaborar con el software de- Fotoprix. Hablo de los calendarios.
La oferta que tienen en cuanto a calendarios es variada; variando principalmente en el tamaño. Lo que, de paso, conlleva variación en el número de páginas y la distribución de las imágenes. Todo lógico, por supuesto. Como yo quería -mejor dicho, necesitaba- uno para el escritorio del trabajo, opté por el más pequeño. Huelga decir que, aún trabajando con un ordenador todo el día, disponer de un calendario de sobremesa es una gran ayuda. Y como la crisis parece haber empujado a que este año ningún proveedor/cliente nos haya enviado el suyo, opté por solicitar uno con mis propias fotografías. Y de paso otro para mi mujer, que tampoco había recibido ninguno. Como decía, opté por el más pequeño, de unos 14 x 12 cm. Del tamaño de la caja de un CD, para que te hagas una idea.
Como iba a regalar unos cuantos -aprovechando que solicitaba dos, solicité diez- quise elegir fotos que ya estuvieran publicadas en Flickr y que, además, hubiesen sido sacadas en el mes para el que eran elegidas. En todos los casos pude hacerlo, salvo para diciembre, que no encontraba ninguna -ya publicada- que me llamase la atención. La selección fue (pinchar sobre el mes para acceder a la foto): enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre. Todas ellas públicas en mi cuenta Flickr, como decía.
Al revisar el pedido tuve sentimientos encontrados. Por un lado, el resultado general es bueno. Me esperaba peor la parte de las imágenes, para ser franco. Sin embargo hubo dos de los calendarios que llegaron dañados en alguas de las páginas. Algo de lo que me di cuenta cuando ya estaba en casa separando cada uno para su destinatario. Nada tampoco para rasgarse las vestiduras, pero te jode -a mí me jode mucho- hacer un regalo y descubrir que no está todo lo cuidado que esperabas.
Volviendo al apartado de la calidad de las reproducciones, repito que yo me esperaba, sinceramente, algo mucho peor. En general la calidad, aunque con los tonos ligeramente apagados, reproduce bastante bien los colores originales (al menos los que originalmente veo en mi monitor).
Las hojas del calendario, impresas por ambas caras, se sienten sólidas, pero no acartonadas. Correctas en este apartado para lo que se puede esperar de un producto de este tipo.
En cuanto al calendario, las fechas, desgraciadamente, al ser una empresa nacional, tiene el inconveniente de no presentar los específicos de la comunidad, lo que puede ser un inconveniente. Un gran inconveniente si, como es mi caso, trabajas para una empresa de Madrid y, con calendario en una mano y el teléfono en otra, te pones a discutir sobre fechas de entrega y te olvidas que la siguiente semana tienes el festival de la legumbre marchosa que sólo se celebra en tu pueblo. Tu familia nunca te perdonará que los dejaras tirados para acabar un vulgar trabajo. Un rotulador rojo y marcar los festivos locales con un puntito o circulito puede ayudar. Es una chapuza, lo sé, pero es lo que hay.
El otro apartado negativo es el precio. Si bien estoy muy contento con el resultado general, sí que me parece un poquitín caro. 9 € por un calendario de 6 páginas (no trae portada, como sí tienen sus hermanos mayores), me parece algo excesivo. Al pedir 10, la unidad se rebajó hasta los 8 €, lo que sigue siendo caro aunque, como pude hacer, disfrutase de un bono descuento del 15%. Aunque, como regalo o complemento de un regalo mayor, es un muy buen detalle, y bien se puede estirar uno un poco para pagar esos 9 €. La gente alucina cuando lo recibe.
La anécdota la pusieron los elegidos. Salvo mi mujer, que ya sabía de quién eran las fotos, todos, casi todos ellos familiares, repetían lo mismo: "¿Por qué no pusiste tu nombre en las fotos?". El del año que viene tendrá mi nombre, seguro.
Lo dicho, y para concluir, si te has visto que este año la crisis ha impedido que te regalen uno, siempre puedes hacértelo tú mismo por lo que estás dispuesto a gastarte en 2 cervezas, cuando sales a intentar ligar. Pero en este caso te dura todo un año. Menos te va a durar si no te das prisa en pedirlo ya.
En fin, es un producto recomendable.
Pero esta entrada no es para hablar de los fotolibros, de Mac o de Windows. Es para comentar mi opinión sobre otro producto que ofrece -y se puede elaborar con el software de- Fotoprix. Hablo de los calendarios.
La oferta que tienen en cuanto a calendarios es variada; variando principalmente en el tamaño. Lo que, de paso, conlleva variación en el número de páginas y la distribución de las imágenes. Todo lógico, por supuesto. Como yo quería -mejor dicho, necesitaba- uno para el escritorio del trabajo, opté por el más pequeño. Huelga decir que, aún trabajando con un ordenador todo el día, disponer de un calendario de sobremesa es una gran ayuda. Y como la crisis parece haber empujado a que este año ningún proveedor/cliente nos haya enviado el suyo, opté por solicitar uno con mis propias fotografías. Y de paso otro para mi mujer, que tampoco había recibido ninguno. Como decía, opté por el más pequeño, de unos 14 x 12 cm. Del tamaño de la caja de un CD, para que te hagas una idea.
Como iba a regalar unos cuantos -aprovechando que solicitaba dos, solicité diez- quise elegir fotos que ya estuvieran publicadas en Flickr y que, además, hubiesen sido sacadas en el mes para el que eran elegidas. En todos los casos pude hacerlo, salvo para diciembre, que no encontraba ninguna -ya publicada- que me llamase la atención. La selección fue (pinchar sobre el mes para acceder a la foto): enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre. Todas ellas públicas en mi cuenta Flickr, como decía.
Al revisar el pedido tuve sentimientos encontrados. Por un lado, el resultado general es bueno. Me esperaba peor la parte de las imágenes, para ser franco. Sin embargo hubo dos de los calendarios que llegaron dañados en alguas de las páginas. Algo de lo que me di cuenta cuando ya estaba en casa separando cada uno para su destinatario. Nada tampoco para rasgarse las vestiduras, pero te jode -a mí me jode mucho- hacer un regalo y descubrir que no está todo lo cuidado que esperabas.
Volviendo al apartado de la calidad de las reproducciones, repito que yo me esperaba, sinceramente, algo mucho peor. En general la calidad, aunque con los tonos ligeramente apagados, reproduce bastante bien los colores originales (al menos los que originalmente veo en mi monitor).
Las hojas del calendario, impresas por ambas caras, se sienten sólidas, pero no acartonadas. Correctas en este apartado para lo que se puede esperar de un producto de este tipo.
En cuanto al calendario, las fechas, desgraciadamente, al ser una empresa nacional, tiene el inconveniente de no presentar los específicos de la comunidad, lo que puede ser un inconveniente. Un gran inconveniente si, como es mi caso, trabajas para una empresa de Madrid y, con calendario en una mano y el teléfono en otra, te pones a discutir sobre fechas de entrega y te olvidas que la siguiente semana tienes el festival de la legumbre marchosa que sólo se celebra en tu pueblo. Tu familia nunca te perdonará que los dejaras tirados para acabar un vulgar trabajo. Un rotulador rojo y marcar los festivos locales con un puntito o circulito puede ayudar. Es una chapuza, lo sé, pero es lo que hay.
El otro apartado negativo es el precio. Si bien estoy muy contento con el resultado general, sí que me parece un poquitín caro. 9 € por un calendario de 6 páginas (no trae portada, como sí tienen sus hermanos mayores), me parece algo excesivo. Al pedir 10, la unidad se rebajó hasta los 8 €, lo que sigue siendo caro aunque, como pude hacer, disfrutase de un bono descuento del 15%. Aunque, como regalo o complemento de un regalo mayor, es un muy buen detalle, y bien se puede estirar uno un poco para pagar esos 9 €. La gente alucina cuando lo recibe.
La anécdota la pusieron los elegidos. Salvo mi mujer, que ya sabía de quién eran las fotos, todos, casi todos ellos familiares, repetían lo mismo: "¿Por qué no pusiste tu nombre en las fotos?". El del año que viene tendrá mi nombre, seguro.
Lo dicho, y para concluir, si te has visto que este año la crisis ha impedido que te regalen uno, siempre puedes hacértelo tú mismo por lo que estás dispuesto a gastarte en 2 cervezas, cuando sales a intentar ligar. Pero en este caso te dura todo un año. Menos te va a durar si no te das prisa en pedirlo ya.
En fin, es un producto recomendable.
domingo, 8 de marzo de 2009
'Metal Gear Solid 4'. ¡Compra! ¡Compra!
Desde que tengo la Playstation 3, no había encontrado ningún juego del que pudiese decir, sin discusión posible, "es una jodida obra de arte". Al menos en todos los aspectos que abarca un título para la nueva generación de consolas. Eso ha sido hasta tropezar con el 'Metal Gear Solid 4: Guns of the Patriots'.
Con la venta de 'Príncipe de Persia' y de 'El poder de la fuerza', saqué dinero, en forma de vale, que invertí, aunque no muy convencido al principio, en la cuarta entrega de la franquicia MGS. Y no me arrepiento lo más mínimo. El juego es una jodida obra de arte. Ahora sí que puedo decirlo.
Erróneamente creía que el juego era del tipo FPS, forma de jugar que no me gusta nada. No conocía las entregas anteriores y soy de los que prefieren ver siempre el machanguito correteando, saltando, golpeando, etc., etc., de un lado a otro. Creyendo que era del tipo FPS no estaba nada convencido de cambiar el vale por el juego, de segunda mano. Lo hice porque mi sobrino insistía en que había sido considerado uno de los mejores juegos del 2008. Y ahora entiendo porqué de tal consideración.
Existe la posibilidad de jugarlo como un FPS, si es el deseo del jugador, pero como más se disfruta es jugándolo en modo tercera persona, pasando a modo primera persona cuando tienes que apuntar con el arma. En especial cuando el arma en cuestión se trata de un rifle de francotirador. Y poco más.
No es el típico mata mata. Hay fases que te puedes pasar sin haber disparado apenas, porque de lo que se trata es de aprovechar el traje de última generación, talla exclusiva, para pasar completamente desapercibido camuflándote con el entorno. Yo quiero uno igual para las próximas navidades. Si te pasas con el gatillo, el personaje sufre en sus carnes los cargos de conciencia.
A mí me llevó unas veintipico horas terminarlo. Claro que yo me tragué absolutamente todos, que son muchos y muy largos, los vídeos que acompañan al juego y que te van contando la historia de los personajes y del contexto social en el que se encuentran. Es una película de animación. Aún así, el juego, la parte en que tú participas, es lo suficientemente largo y variado como para no aburrirte lo más mínimo. Como anécdota, porque el juego te lo va indicando entre acto y acto, de todo ese tiempo pasé unas tres horas desplazándome agachado; otras tres horas arrastrándome, lo que permite alcanzar índices de camuflaje o invisibilidad de hasta un 95%, y mucho tiempo pegado, cual lagartija, a una pared para no ser visto. Es una gozada ver cómo el traje adquiere la textura del entorno cuando te detienes un momento para que se recalibre.
Decía que el juego tiene muchas animaciones. Y es que tiene un enfoque de pelícua que llama muchísimo la atención desde el principio. Sorprende que los dos primeros minutos y medios te los pases haciendo zapping de programas de televisión, muy raros, aunque al final resulta hasta curioso (un estilo a lo que encontrabas viendo la película 'Robocop'). Puede cansar que, a veces, entre acción y acción, te puedas tirar media hora viendo vídeos de la historia. Aunque no es obligatorio tragarselos, si lo tuyo es actuar y no pensar. Otro apartado a destacar es su banda sonora, que es simple y llanamente acojonante. Si hubiese Oscars de los videojuegos (y justicia divina), este juego se debería llevar el premio, al menos, a su banda sonora.
Podría seguir soltando parrafadas sobre la cantidad de detalles que tiene el juego, como lo del iPod que puedes llevar encima o lo de las Playboys que vas encontrando durante el juego, pero creo que será mejor que lo averigües por ti mismo. Si tienes una PS3, y aún no lo tienes en tu poder, has de saber que esta semana ha salido a la venta en edición Platinum. Es el momento de hacerte con tu copia. No te arrepentirás. ¡Cómpralo! ¡Ya! Y si aún no estás convencido, aquí tienes un trailer que merece la pena ver. Por si el vídeo que ya enlacé antes aún no te ha convencido. Para mí ha pasado a formar parte de los mejores juegos de la historia. De lo único que me arrepiento es de no haberlo conseguido antes. Es que lo he disfrutado como un marrano en un charco.
Y si no tienes una PS3, además de por las películas en Blu-Ray, este juego puede ser la excusa perfecta para hacerte con una. Tampoco te arrepentirás.
Con la venta de 'Príncipe de Persia' y de 'El poder de la fuerza', saqué dinero, en forma de vale, que invertí, aunque no muy convencido al principio, en la cuarta entrega de la franquicia MGS. Y no me arrepiento lo más mínimo. El juego es una jodida obra de arte. Ahora sí que puedo decirlo.
Erróneamente creía que el juego era del tipo FPS, forma de jugar que no me gusta nada. No conocía las entregas anteriores y soy de los que prefieren ver siempre el machanguito correteando, saltando, golpeando, etc., etc., de un lado a otro. Creyendo que era del tipo FPS no estaba nada convencido de cambiar el vale por el juego, de segunda mano. Lo hice porque mi sobrino insistía en que había sido considerado uno de los mejores juegos del 2008. Y ahora entiendo porqué de tal consideración.
Existe la posibilidad de jugarlo como un FPS, si es el deseo del jugador, pero como más se disfruta es jugándolo en modo tercera persona, pasando a modo primera persona cuando tienes que apuntar con el arma. En especial cuando el arma en cuestión se trata de un rifle de francotirador. Y poco más.
No es el típico mata mata. Hay fases que te puedes pasar sin haber disparado apenas, porque de lo que se trata es de aprovechar el traje de última generación, talla exclusiva, para pasar completamente desapercibido camuflándote con el entorno. Yo quiero uno igual para las próximas navidades. Si te pasas con el gatillo, el personaje sufre en sus carnes los cargos de conciencia.
A mí me llevó unas veintipico horas terminarlo. Claro que yo me tragué absolutamente todos, que son muchos y muy largos, los vídeos que acompañan al juego y que te van contando la historia de los personajes y del contexto social en el que se encuentran. Es una película de animación. Aún así, el juego, la parte en que tú participas, es lo suficientemente largo y variado como para no aburrirte lo más mínimo. Como anécdota, porque el juego te lo va indicando entre acto y acto, de todo ese tiempo pasé unas tres horas desplazándome agachado; otras tres horas arrastrándome, lo que permite alcanzar índices de camuflaje o invisibilidad de hasta un 95%, y mucho tiempo pegado, cual lagartija, a una pared para no ser visto. Es una gozada ver cómo el traje adquiere la textura del entorno cuando te detienes un momento para que se recalibre.
Decía que el juego tiene muchas animaciones. Y es que tiene un enfoque de pelícua que llama muchísimo la atención desde el principio. Sorprende que los dos primeros minutos y medios te los pases haciendo zapping de programas de televisión, muy raros, aunque al final resulta hasta curioso (un estilo a lo que encontrabas viendo la película 'Robocop'). Puede cansar que, a veces, entre acción y acción, te puedas tirar media hora viendo vídeos de la historia. Aunque no es obligatorio tragarselos, si lo tuyo es actuar y no pensar. Otro apartado a destacar es su banda sonora, que es simple y llanamente acojonante. Si hubiese Oscars de los videojuegos (y justicia divina), este juego se debería llevar el premio, al menos, a su banda sonora.
Podría seguir soltando parrafadas sobre la cantidad de detalles que tiene el juego, como lo del iPod que puedes llevar encima o lo de las Playboys que vas encontrando durante el juego, pero creo que será mejor que lo averigües por ti mismo. Si tienes una PS3, y aún no lo tienes en tu poder, has de saber que esta semana ha salido a la venta en edición Platinum. Es el momento de hacerte con tu copia. No te arrepentirás. ¡Cómpralo! ¡Ya! Y si aún no estás convencido, aquí tienes un trailer que merece la pena ver. Por si el vídeo que ya enlacé antes aún no te ha convencido. Para mí ha pasado a formar parte de los mejores juegos de la historia. De lo único que me arrepiento es de no haberlo conseguido antes. Es que lo he disfrutado como un marrano en un charco.
Y si no tienes una PS3, además de por las películas en Blu-Ray, este juego puede ser la excusa perfecta para hacerte con una. Tampoco te arrepentirás.
miércoles, 4 de marzo de 2009
Resumen de la semana pasada, semana de vacaciones
Los miércoles suele ser el día reservado para el anecdotario personal; aunque también caben las cosas -¿cómo no?- que me de la gana contar. Así que hoy he decidido aburrir con un resumen breve (cuando la brevedad nos es una de mis virtudes), sobre las boberías que hice durante la última semana de febrero, que cogí de vacaciones a cuenta de días que aún me quedaban de 2008. Y me siguen quedando otros dos que, crisis mediante y si llego contratado, tomaré en Semana Santa.
Como todas las semanas de vacaciones que se toman completas, no empiezan en lunes, ni en el domingo anglosajón, empiezan el viernes justo de la semana anterior. Siempre y cuando no tenga que trabajar en fin de semana, que no es mi caso. Debo decir que mis vacaciones, o sea el viernes, empezaron ligeramente mal. Estando ya en casa preparándome para una buen masaje, me entero que en la central habían despedido, crisis maldita, a una persona a la que tengo en alta estima. Una verdadera lástima, pero sospecho que no tendrá difícil, con su alta cualificación, encontrar otro buen trabajo.
Ya contando los días de vacaciones, que en la empresa para la que tengo el placer de trabajar se cuentan únicamente los laborales, el lunes acompañé al amigo Luis a sacar fotos en el Jardín Canario. Cada cierto tiempo me gusta visitarlo, el jardín que no al amigo; aunque la vegetación suele tener la mala costumbre de no cambiar demasiado con los años. Al menos de forma marcadamente brutal. De esa manera que te hacen exclamar, "¡coño! ¡qué gordo estás!".
Allí, además de subir tantas escaleras que pensaba que perdería el conocimiento de un momento a otro, y a saber lo que habría hecho el degenerado de mi amigo encontrándome inerme tumbado, tenté nuevamente la suerte con la técnica macro, haciendo uso del Nikkor 105 f/2.8 que heredé de mi padre, quien ha tomado la sabia decisión de no esperar a diñarla para hacerme entrega de él. Lo que, además, le permite disfrutar de las fotos que hago en vida.
Para esta entrada elegí un par de intentos:
Con la primera tuve el acierto de usar el trípode, con una rótula un tanto exasperante que tiene mecanismos independientes para mover en cada uno de los tres ejes. Lo que, como digo, puede llegar a ser algo exasperante. En cuanto a la segunda fue un intento, otra vez infructuoso, de hacer una fotografía macro a pulso de dos arañas que, a simple vista, no existían; pero que parecían estar dándose el lote. En realidad la que parecía darse el lote era la del culo gordo. Sospecho que la otra ya estaba más tiesa que el trozo de carne que sueles olvidar al fondo del cajón del congelador durante tres meses. De vez en cuando se la veía mover una patilla en un fútil intento de oponerse a que sus jugos viales fueran traspasados, por dedicada y decidida absorción, a su prima.
Saliéndome ligeramente del tema, nada más incorporarme esta semana al trabajo, me he llevado la grata sorpresa de recibir un flickrcorreo pidiéndome permiso para usar la primera foto en la revista Jardinería Profesional. Mentarán mi autoría y me remitirán un ejemplar por correo. Si es que al final la usan. Pero la usen o no, no deja de ser un motivo para hincharme el ego a lo Nacho Vidal.
El martes, festivo en Las Palmas, resacado por acostarme bastante tarde (¿las tres de la madrugada puede considerarse tarde o temprano?), opté por quedarme en casa trabajando en el fotolibro de París, que a este ritmo terminaré dentro de otros dos años. Ya no te digo el de La Gomera, que aún no he terminado de posprocesar las imágenes en formato NEF. Paciencia, querida esposa, paciencia.
El miércoles arriesgué mi propia vida yendo en transporte público hasta Arinaga, que tiene un paseo marítimo espléndido para pasear, preferiblemente en un día soleado como el que tuve suerte de vivir, y que tiene sitios donde se podría obtener alguna imagen interesante. Pero aunque esta semana podría calificarse de semana temática de la fotografía, no llevé la cámara conmigo. Iba a recibir, y recibí, un magistral masaje de manos de Jenny. Dos horas recolocándome músculos y huesos de cuya existencia mi parte consciente se negaba a reconocer. Principalmente porque si les presto asunto me doy cuenta que no están donde deberían y, lo quieras o no, duele. Mucho.
Jueves y viernes repetí la misma rutina, aproximadamente. Me levanté a la misma hora en que me levanto cuando voy a trabajar. Desayuné con mi preciosa mujer, tal como desayuno cada dia. Me vestí y cogí la guagua que suelo coger, con ella, para ir a trabajar. Una vez en el Teatro ella se dirigió a su trabajo y yo me dediqué a pasear por Triana, primero, y luego a recorrer toda la avenida hasta Las Alcaravaneras. Y volver hasta el Teatro. Según el googlimapímetro eso son unos 10 km. No es raro que el viernes tuviese una ampolla en el talón izquierdo que me dolía una barbaridad.
Salvo el trípode (a ver el gracioso que hace un chiste con "trípode" y "ampolla"), iba con todo el equipo fotográfico cargado a la espalda. Ya he dicho antes que esa semana iba a ser la semana temática de la fotografía; y salvo por un par de días, lo cumplí.
Una verdadera lástima que fuesen un par de días con calima, lo que dificultaba obtener fotografías nítidas de los barcos que desde hace bastante tiempo tienen por hábito fondear en la costa, frente a la Avenida Marítima.
Si nada se tuerce, este próximo domingo iré con el amigo Sulaco a echar unas fotos a Palmitos Park y, en apenas unas cinco semanas más, volveré a tener vacaciones. En Semana Santa espero volver a perderme por la ciudad, incluso más lejos, a seguir exprimiendo el obturador de mi adorada D200. ¿Alguien que quiera apuntarse?
En el apartado consumista extremo, ese que me caracteriza y que demuestra que soy hijo de quien soy hijo, me arrojé a Media Markt a comprar un disco duro externo de un terabyte que ya tengo casi completamente lleno, principalmente con la copia de seguridad de fotos y tropecientos documentales que mi padre me envía, grabados del satélite, y también malgasté en algún que otro electrodoméstico dedicado al ocio que no merece la pena ser mentado, de momento.
A lo único que lamento no haber podido dedicar más tiempo es a visitar a amigos que hace tiempo que no veo. Bueno, en Semana Santa, habrá más.
Como todas las semanas de vacaciones que se toman completas, no empiezan en lunes, ni en el domingo anglosajón, empiezan el viernes justo de la semana anterior. Siempre y cuando no tenga que trabajar en fin de semana, que no es mi caso. Debo decir que mis vacaciones, o sea el viernes, empezaron ligeramente mal. Estando ya en casa preparándome para una buen masaje, me entero que en la central habían despedido, crisis maldita, a una persona a la que tengo en alta estima. Una verdadera lástima, pero sospecho que no tendrá difícil, con su alta cualificación, encontrar otro buen trabajo.
Ya contando los días de vacaciones, que en la empresa para la que tengo el placer de trabajar se cuentan únicamente los laborales, el lunes acompañé al amigo Luis a sacar fotos en el Jardín Canario. Cada cierto tiempo me gusta visitarlo, el jardín que no al amigo; aunque la vegetación suele tener la mala costumbre de no cambiar demasiado con los años. Al menos de forma marcadamente brutal. De esa manera que te hacen exclamar, "¡coño! ¡qué gordo estás!".
Allí, además de subir tantas escaleras que pensaba que perdería el conocimiento de un momento a otro, y a saber lo que habría hecho el degenerado de mi amigo encontrándome inerme tumbado, tenté nuevamente la suerte con la técnica macro, haciendo uso del Nikkor 105 f/2.8 que heredé de mi padre, quien ha tomado la sabia decisión de no esperar a diñarla para hacerme entrega de él. Lo que, además, le permite disfrutar de las fotos que hago en vida.
Para esta entrada elegí un par de intentos:
Con la primera tuve el acierto de usar el trípode, con una rótula un tanto exasperante que tiene mecanismos independientes para mover en cada uno de los tres ejes. Lo que, como digo, puede llegar a ser algo exasperante. En cuanto a la segunda fue un intento, otra vez infructuoso, de hacer una fotografía macro a pulso de dos arañas que, a simple vista, no existían; pero que parecían estar dándose el lote. En realidad la que parecía darse el lote era la del culo gordo. Sospecho que la otra ya estaba más tiesa que el trozo de carne que sueles olvidar al fondo del cajón del congelador durante tres meses. De vez en cuando se la veía mover una patilla en un fútil intento de oponerse a que sus jugos viales fueran traspasados, por dedicada y decidida absorción, a su prima.
Saliéndome ligeramente del tema, nada más incorporarme esta semana al trabajo, me he llevado la grata sorpresa de recibir un flickrcorreo pidiéndome permiso para usar la primera foto en la revista Jardinería Profesional. Mentarán mi autoría y me remitirán un ejemplar por correo. Si es que al final la usan. Pero la usen o no, no deja de ser un motivo para hincharme el ego a lo Nacho Vidal.
El martes, festivo en Las Palmas, resacado por acostarme bastante tarde (¿las tres de la madrugada puede considerarse tarde o temprano?), opté por quedarme en casa trabajando en el fotolibro de París, que a este ritmo terminaré dentro de otros dos años. Ya no te digo el de La Gomera, que aún no he terminado de posprocesar las imágenes en formato NEF. Paciencia, querida esposa, paciencia.
El miércoles arriesgué mi propia vida yendo en transporte público hasta Arinaga, que tiene un paseo marítimo espléndido para pasear, preferiblemente en un día soleado como el que tuve suerte de vivir, y que tiene sitios donde se podría obtener alguna imagen interesante. Pero aunque esta semana podría calificarse de semana temática de la fotografía, no llevé la cámara conmigo. Iba a recibir, y recibí, un magistral masaje de manos de Jenny. Dos horas recolocándome músculos y huesos de cuya existencia mi parte consciente se negaba a reconocer. Principalmente porque si les presto asunto me doy cuenta que no están donde deberían y, lo quieras o no, duele. Mucho.
Jueves y viernes repetí la misma rutina, aproximadamente. Me levanté a la misma hora en que me levanto cuando voy a trabajar. Desayuné con mi preciosa mujer, tal como desayuno cada dia. Me vestí y cogí la guagua que suelo coger, con ella, para ir a trabajar. Una vez en el Teatro ella se dirigió a su trabajo y yo me dediqué a pasear por Triana, primero, y luego a recorrer toda la avenida hasta Las Alcaravaneras. Y volver hasta el Teatro. Según el googlimapímetro eso son unos 10 km. No es raro que el viernes tuviese una ampolla en el talón izquierdo que me dolía una barbaridad.
Salvo el trípode (a ver el gracioso que hace un chiste con "trípode" y "ampolla"), iba con todo el equipo fotográfico cargado a la espalda. Ya he dicho antes que esa semana iba a ser la semana temática de la fotografía; y salvo por un par de días, lo cumplí.
Una verdadera lástima que fuesen un par de días con calima, lo que dificultaba obtener fotografías nítidas de los barcos que desde hace bastante tiempo tienen por hábito fondear en la costa, frente a la Avenida Marítima.
Si nada se tuerce, este próximo domingo iré con el amigo Sulaco a echar unas fotos a Palmitos Park y, en apenas unas cinco semanas más, volveré a tener vacaciones. En Semana Santa espero volver a perderme por la ciudad, incluso más lejos, a seguir exprimiendo el obturador de mi adorada D200. ¿Alguien que quiera apuntarse?
En el apartado consumista extremo, ese que me caracteriza y que demuestra que soy hijo de quien soy hijo, me arrojé a Media Markt a comprar un disco duro externo de un terabyte que ya tengo casi completamente lleno, principalmente con la copia de seguridad de fotos y tropecientos documentales que mi padre me envía, grabados del satélite, y también malgasté en algún que otro electrodoméstico dedicado al ocio que no merece la pena ser mentado, de momento.
A lo único que lamento no haber podido dedicar más tiempo es a visitar a amigos que hace tiempo que no veo. Bueno, en Semana Santa, habrá más.
lunes, 2 de marzo de 2009
Mi experiencia con la Nikon D200
He estado repasando los artículos publicados hasta la fecha y no he visto que haya hablado, ningún lunes pasado, día que suelo emplear para estas cosas, aburriéndoles con mi experiencia personal con la Nikon D200. Anotar que como primer recurso he enlazo el análisis de Quésabesde, en lugar de lo habitual, que sería enlazar al artículo de la Wikipedia, porque creo que me lo leí como diez veces antes de decidirme. Ése y también el artículo del admirable Frikosal, más el artículo del 'chuck norris' de Ken Rockwell, que empezaba con "My D200 is the best digital camera I've ever owned". Leí y releí hasta la saciedad para autoconvencerme de que debía comprarme la D200 y dejar de sufrir, con la indecisión, por las noches.
Así que, tras hablarlo con mi querida esposa, con la que intento consensuar todos los gastos domésticos de cierta importancia, y que generalmente se corresponden con caprichos asociados al capítulo de mis gastos, compré la cámara en Barcelona. La víspera del vuelo a Egipto. En Barcelona porque unos días antes, en Las Palmas, habían vendido la última que les quedaba. Eso me dijo la chica que me atendió: "¡Vaya! Esta semana hemos vendido las que teníamos y hace dos días vendimos la última". Eso fue después de un mes viéndolas en el estante de El Corte Inglés y que nadie se las llevaba. Pagué por ella 100 € más de los que hubiera pagado de haberla comprado cerca de mi casa. Pero hasta la fecha no me he arrepentido. Ni lo más mínimo. Por cierto, en Barcelona era la última que les quedaba.
Durante el vuelo de ida hasta Asuán fui leyendo el manual, enorme, para intentar comprender las tropecientas mil funciones que ofrecía la cámara y poder hacer uso de ella nada más aterrizar. Abrumado por tanta información y por las ganas de usarla desesperadamente, básicamente la usé en modo automático. A día de hoy aún no he conseguido aprender a usarla al completo. Tiene tantas funciones y opciones que he optado por tomármelo con calma. Tanta calma que hace poco me las vi y deseé para hacer unas fotos usando la opción de bracketing. Sin tener el manual cerca. Dominar y conocer en profundidad esta cámara requeriría mucho tiempo y mucha dedicación. Y no dejo de ser un aficionado con pretensiones, por lo que, como decía hace un momento, opté por tomármelo con mucha calma. Ya iré y seguiré aprendiendo. Pero el balance de blancos es una espinita que tengo clavada en lo más profundo...
Soy consciente que la falta de un conocimiento más profundo de la máquina y una general ausencia de lentes de alta calidad, hacen que infrautilice la cámara, no sacándole todo el provecho posible a la misma. No pienso cambiar de cámara pronto, pero sí ir comprando mejores objetivos de los que dispongo a día de hoy, así que tiempo al tiempo. La D200 es una inversión a medio/largo plazo. Espero que me aguante unos dos, tres o cuatro años más, antes de dar el salto a otra cámara Nikon (por eso de seguir aprovechando las lentes que haya comprado hasta la fecha). De hecho ya he colocado alguna en la C.R.M., que desde hace unos meses acompaña a la derecha mi bitácora personal. Se acerca mi cumpleaños, han de saber. Los objetivos que estoy deseando, a día de hoy, están pensadas para mi probable futuro salto, cuando toque, a los sensores de tamaño completo, como el de la Nikon D700. Aunque para entonces imagino que andaremos, crisis mediante, por la D900.
Hoy es un día especialmente bueno para hablar de mi Nikon D200, porque hoy hace, precisamente, dos años justos que la compré y pasó a formar parte de mi familia de gadgets. La sensación de solidez que transmite al cogerla sigue siendo la misma. Es, la cojas por donde la cojas, y la mires por donde la mires, un material que transmite robustez. Tengo la firme convicción que si se la tiras a alguien a la cabeza, recuperarás la cámara en perfecto estado y habrás conseguido detener al que intentaba robártela. Aunque la robustez se paga. Caro. Es una cámara que pesa lo suyo. Más si le sumas un objetivo mínimamente bueno y el MB-D200, que llevo siempre con ella. La suma de todo puede llegar a los 2 Kg. Lo que es mucho para llevarla siempre con uno. Lo que, sin embargo, intento hacer en la medida de lo posible: muchísimas veces salgo con ella metida en la cartera en la que llevo los tupers para el almuerzo y el libro que me acompaña en el transporte público. Para alguien que se mueve mayoritariamente en guagua es una hazaña cargar todo el santo día con 2 Kg de más.
En el apartado de imagen, los resultados, en general, son siempre muy bueno y satisfactorios, y su respuesta en diferentes condiciones de luz es estupenda. Únicamente no contar con mejores objetivos, y un conocimiento mucho más amplio en técnica fotográfica, minan lo que se podría obtener de esta estupenda y magnífica cámara y de su sensor de 10 megapíxeles. ¿Quién necesita mas de esa cantidad?
Eso sí, el flash que incorpora es un pelín caca. Resuelve bien las situaciones de poca luz, pero es tan corto que con muchos objetivos no se puede usar. Crea sombras horribles. Para evitar recurrir a él casi siempre llevo conmigo, aunque sea a plena luz del día, el SB-800. Incluso como flash de relleno.
Aunque ya aparece descatalogada en muchos sitios, aún se puede conseguir por unos 800 o 900 €, lo que resulta bastante atractivo si no quieres invertir en la D300, por unos 500 o 600 € más. Ese dinero se puede invertir en una buena lente y saldrás ganando. Dicho de otra forma, por el precio que puede costar la D300 más un objetivo de uso genérico, como el 18-200 mm, perfectamente te puedes pillar la D200 y un buen zoom de rango intermedio. Aunque, para serte completamente franco, si puedes permitirte la D300 y el zoom de rango intermedio, lánzate. Las prestaciones adicionales que tiene la D300 valen esos 500 € de más. Y, si prefieres invertir ese dinero en un viaje, siempre puedes ir a Andorra y pillarla allí, que por 1000 € la puedes encontrar. No es mal plan, ¿no? Fin de semana en Barcelona, paseo hasta Andorra con coche alquilado, y cámara cojonuda, por el mismo precio que te vendría costando en Las Palmas (siempre que esperes a alguna oferta en vuelos, claro).
Así que, tras hablarlo con mi querida esposa, con la que intento consensuar todos los gastos domésticos de cierta importancia, y que generalmente se corresponden con caprichos asociados al capítulo de mis gastos, compré la cámara en Barcelona. La víspera del vuelo a Egipto. En Barcelona porque unos días antes, en Las Palmas, habían vendido la última que les quedaba. Eso me dijo la chica que me atendió: "¡Vaya! Esta semana hemos vendido las que teníamos y hace dos días vendimos la última". Eso fue después de un mes viéndolas en el estante de El Corte Inglés y que nadie se las llevaba. Pagué por ella 100 € más de los que hubiera pagado de haberla comprado cerca de mi casa. Pero hasta la fecha no me he arrepentido. Ni lo más mínimo. Por cierto, en Barcelona era la última que les quedaba.
Durante el vuelo de ida hasta Asuán fui leyendo el manual, enorme, para intentar comprender las tropecientas mil funciones que ofrecía la cámara y poder hacer uso de ella nada más aterrizar. Abrumado por tanta información y por las ganas de usarla desesperadamente, básicamente la usé en modo automático. A día de hoy aún no he conseguido aprender a usarla al completo. Tiene tantas funciones y opciones que he optado por tomármelo con calma. Tanta calma que hace poco me las vi y deseé para hacer unas fotos usando la opción de bracketing. Sin tener el manual cerca. Dominar y conocer en profundidad esta cámara requeriría mucho tiempo y mucha dedicación. Y no dejo de ser un aficionado con pretensiones, por lo que, como decía hace un momento, opté por tomármelo con mucha calma. Ya iré y seguiré aprendiendo. Pero el balance de blancos es una espinita que tengo clavada en lo más profundo...
Soy consciente que la falta de un conocimiento más profundo de la máquina y una general ausencia de lentes de alta calidad, hacen que infrautilice la cámara, no sacándole todo el provecho posible a la misma. No pienso cambiar de cámara pronto, pero sí ir comprando mejores objetivos de los que dispongo a día de hoy, así que tiempo al tiempo. La D200 es una inversión a medio/largo plazo. Espero que me aguante unos dos, tres o cuatro años más, antes de dar el salto a otra cámara Nikon (por eso de seguir aprovechando las lentes que haya comprado hasta la fecha). De hecho ya he colocado alguna en la C.R.M., que desde hace unos meses acompaña a la derecha mi bitácora personal. Se acerca mi cumpleaños, han de saber. Los objetivos que estoy deseando, a día de hoy, están pensadas para mi probable futuro salto, cuando toque, a los sensores de tamaño completo, como el de la Nikon D700. Aunque para entonces imagino que andaremos, crisis mediante, por la D900.
Hoy es un día especialmente bueno para hablar de mi Nikon D200, porque hoy hace, precisamente, dos años justos que la compré y pasó a formar parte de mi familia de gadgets. La sensación de solidez que transmite al cogerla sigue siendo la misma. Es, la cojas por donde la cojas, y la mires por donde la mires, un material que transmite robustez. Tengo la firme convicción que si se la tiras a alguien a la cabeza, recuperarás la cámara en perfecto estado y habrás conseguido detener al que intentaba robártela. Aunque la robustez se paga. Caro. Es una cámara que pesa lo suyo. Más si le sumas un objetivo mínimamente bueno y el MB-D200, que llevo siempre con ella. La suma de todo puede llegar a los 2 Kg. Lo que es mucho para llevarla siempre con uno. Lo que, sin embargo, intento hacer en la medida de lo posible: muchísimas veces salgo con ella metida en la cartera en la que llevo los tupers para el almuerzo y el libro que me acompaña en el transporte público. Para alguien que se mueve mayoritariamente en guagua es una hazaña cargar todo el santo día con 2 Kg de más.
En el apartado de imagen, los resultados, en general, son siempre muy bueno y satisfactorios, y su respuesta en diferentes condiciones de luz es estupenda. Únicamente no contar con mejores objetivos, y un conocimiento mucho más amplio en técnica fotográfica, minan lo que se podría obtener de esta estupenda y magnífica cámara y de su sensor de 10 megapíxeles. ¿Quién necesita mas de esa cantidad?
Eso sí, el flash que incorpora es un pelín caca. Resuelve bien las situaciones de poca luz, pero es tan corto que con muchos objetivos no se puede usar. Crea sombras horribles. Para evitar recurrir a él casi siempre llevo conmigo, aunque sea a plena luz del día, el SB-800. Incluso como flash de relleno.
Aunque ya aparece descatalogada en muchos sitios, aún se puede conseguir por unos 800 o 900 €, lo que resulta bastante atractivo si no quieres invertir en la D300, por unos 500 o 600 € más. Ese dinero se puede invertir en una buena lente y saldrás ganando. Dicho de otra forma, por el precio que puede costar la D300 más un objetivo de uso genérico, como el 18-200 mm, perfectamente te puedes pillar la D200 y un buen zoom de rango intermedio. Aunque, para serte completamente franco, si puedes permitirte la D300 y el zoom de rango intermedio, lánzate. Las prestaciones adicionales que tiene la D300 valen esos 500 € de más. Y, si prefieres invertir ese dinero en un viaje, siempre puedes ir a Andorra y pillarla allí, que por 1000 € la puedes encontrar. No es mal plan, ¿no? Fin de semana en Barcelona, paseo hasta Andorra con coche alquilado, y cámara cojonuda, por el mismo precio que te vendría costando en Las Palmas (siempre que esperes a alguna oferta en vuelos, claro).
domingo, 1 de marzo de 2009
'Príncipe de Persia'. Alquilar, no comprar.
Lamentablemente no puedo decir que no me haya decepcionado, un poco, el nuevo capítulo de la saga 'Príncipe de Persia'. Tenía grandes expectativas puestas en él. Nueva generación de consolas. Mejores motores gráficos. Estilo de juego preciosista. Buenos argumentos. Herencia de una de las mejores sagas de juegos, para mi gusto. Tener de referente a 'Las arenas del tiempo', uno de los mejores juegos de la generación de consolas anteriores, nuevamente para mi gusto. Muchos indicadores de que podría esperar un buen juego. De esos que marcan la diferencia.
Aunque en los últimos meses haya cometido en un par de ocasiones el mismo error, no suelo adquirir los títulos hasta pasado ya mucho tiempo, cuando el precio haya bajado significativamente. No ha sido así con el nuevo príncipe, de cuyo estilo gráfico me enamoré en cuanto vi el primer trailer. Lo pedí, y puse bastante alto, en mi C.R.M. (que estuvo mucho tiempo en el lateral derecho, para aquellos que prestaron algo de atención). Y el día de reyes lo conté entre los trofeos adquiridos por ser tan buena persona.
Desde mi punto de vista, el juego en cuestión redefine el concepto de arte en los videojuegos. Es, en una sola palabra, hermoso. Disfruté como un enano de los paisajes y la riqueza visual de todos los personajes. La banda sonora está muy bien, también. La historia está bien diseñada y es redonda, preparando la llegada de la segunda parte de esta nueva trilogía. En todos estos apartados el trabajo es digno de admiración, pudiendo decir poco más que se debe -e invito- experimentar por uno mismo.
Y hasta aquí lo bueno (que no es poco). Por desgracia, el juego es realmente monótono, que es al final lo importante. Da igual si el juego es una obra de arte pictórica que, si no es jugable o no consigue enganchar, da igual todo lo demás. Leí por alguna parte que lo calificaban de abierto. No estoy de acuerdo con ello. Para mí, abierto sería algo como GTA IV. En el príncipe tienes la posibilidad de desbloquear cuatro poderes de Elika, el personaje que te acompaña. Según el que elijas desbloquear cuando hayas recolectado la cantidad suficiente de semillas de luz, tendrás que liberar antes o después los diferentes terrenos fértiles, concepto con el que definen los puntos del universo del juego hasta los que tendrás que llegar para luchar contra el bicho chungo de final de fase y que, permitirá restablecer el equilibro orgánico-cósmico de esa zona. Y punto. Ahí acaba la libertad de elección en este juego.
Se han centrado mucho en las capacidades acrobáticas de los personajes, que dan saltitos y caminan por paredes y techos hasta dar la impresión que la gravedad no les afecta como al resto. Así que, para pasar de un desnivel a otro (no deja de ser un juego de plataformas) tienes que ir pulsando una serie de botones según en la situación en que te encuentres. Pero esa combinación es siempre la misma. Da igual las veces que pases por el mismo sitio, que para llegar al otro extremo de, pongamos por ejemplo, un pasillo, deberás pulsar siempre equis, equis, círculo, equis, círculo, círculo, triángulo, círculo, equis, equis... Siempre igual para el mismo par de puntos. Y mientras, ves al machango, muy bonito, eso sí, hacer sus acrobacias imposibles, agarrarse de anillas que no se sabe muy bien cómo acabaron ahí, o brincar, gracia a los poderes de la chica-compañía, igual de acróbata, de un lado a otro de un acantilado por arte de una magia mística muy chula, colorista y, en resumen, vistosa. Y se acabó.
El componente beat'em up o de lucha que había en títulos anteriores de la saga es casi nulo. De vez en cuando te tropiezas con un monstruito con muy mala baba que no cuesta demasiado vencer, nuevamente con efectos visuales espectaculares, eso sí, y a seguir con combinaciones de botones para alcanzar otra plataforma o superficie horizontal. A veces ni siquiera tienes que luchar. Basta con llegar a la plataforma antes de que se haya terminado de generar el ser maligno, salido de una suerte de agujero de gusano conectado con el infierno, para con, un simple certero golpe, hacerlo desvanecer completamente. Estos bichos únicamente aparecen en las fronteras entre dos zonas fértiles. Siempre que no la hayas regenerado ya. Así que, si no cuentas estos enemigos, que la mayoría de las veces eliminas antes de terminar de aparecer, las únicas peleas dignas de mención son con los antes mencionados enemigos finales de fase. Hay cuatro, uno por cada una de las cuatro zonas en las que se divide el mundo del juego.
En el apartado de los puzzles, salvo uno, que me tuvo un ratito pensando, el resto son de risa. Y en cuanto al problema de intentar averiguar por dónde ir, que en títulos anteriores podía ser un reto, resulta imposible perderse. Ahora le pides ayuda a Elika (pulsando triángulo) y ella te enseña, otra vez con efectos visuales preciosos, por dónde tienes que ir. Fácil. Eso sin contar que ya no puedes morir, por muy burro que quieras ser. Ella estará siempre ahí para recogerte y llevarte a la última plataforma horizontal sobre la que hubieras puesto el pie anteriormente.
En cuanto a duración, no llevé muy bien el control de tiempo, pero creo que no llegó a las diez horas acabarlo. Realmente poco. Poquísimo. Más aún para un juego que podía haber dado muchísimo más de sí. Una verdadera pena, porque el juego es toda una experiencia visual de principio a fin. Es un lujo disfrutar de los paisajes, aunque sepas que son totalmente sintéticos. Subir a los puntos más altos y asomarte y ver la cantidad de color y movimiento. Pero entre lo poco que dura y lo aburrido que resulta, acaba dejándote un regusto amargo.
Se ve que se han dado cuenta de tanta crítica en estos aspectos que han sacado un 'Epílogo' que podrás descargar en tu consola. Pasando por caja primero. Yo vendí mi copia nada más terminarlo (por unos asquerosos 26 €; aunque menos es nada). Sabía que no volvería a jugar. Tal vez, si el 'Epílogo' recibe buena crítica, y no se les va la olla con el precio, lo alquile por un fin de semana, compre y juegue ese extra. En cualquier caso ya se verá cuando llegue el momento.
En resumen: aburrido. Y, para no aburrirte más, comentarte que no merece la pena comprarlo -salvo que esté por debajo de 10 € cuando leas esto-, pero que, si tienes ganas de disfrutar de su apartado visual, lo que sí que recomiendo, siempre podrás alquilarlo.
El regusto amargo es doble, porque no puedo dejar de compararlo con 'Las arenas del tiempo'. Ese sí fue un grandísimo juego de la franquicia. Lamenté mucho deshacerme de él cuando vendí la PS2. Por cierto, leyendo un post relacionado con el origen de la saga, del amigo Adastra, y luego repasando el artículo de la Wikipedia que enlazo al principio, me entero y confirmo que habrá una película basada en dicho juego. Prevista, causa de demoras, para mediados del año que viene. Miedo me dan estas adaptaciones, pero habrá que ver cómo han adaptado a la gran pantalla la historia de esta maravilla de juego. Aunque viendo el trailer que hay en YouTube me parece que esperaré a que la saquen en el videoclub. No sea que entre la decepción de éste juego y la película, acabe odiando profundamente la existencia de toda forma de Príncipe de Persia.
Aunque en los últimos meses haya cometido en un par de ocasiones el mismo error, no suelo adquirir los títulos hasta pasado ya mucho tiempo, cuando el precio haya bajado significativamente. No ha sido así con el nuevo príncipe, de cuyo estilo gráfico me enamoré en cuanto vi el primer trailer. Lo pedí, y puse bastante alto, en mi C.R.M. (que estuvo mucho tiempo en el lateral derecho, para aquellos que prestaron algo de atención). Y el día de reyes lo conté entre los trofeos adquiridos por ser tan buena persona.
Desde mi punto de vista, el juego en cuestión redefine el concepto de arte en los videojuegos. Es, en una sola palabra, hermoso. Disfruté como un enano de los paisajes y la riqueza visual de todos los personajes. La banda sonora está muy bien, también. La historia está bien diseñada y es redonda, preparando la llegada de la segunda parte de esta nueva trilogía. En todos estos apartados el trabajo es digno de admiración, pudiendo decir poco más que se debe -e invito- experimentar por uno mismo.
Y hasta aquí lo bueno (que no es poco). Por desgracia, el juego es realmente monótono, que es al final lo importante. Da igual si el juego es una obra de arte pictórica que, si no es jugable o no consigue enganchar, da igual todo lo demás. Leí por alguna parte que lo calificaban de abierto. No estoy de acuerdo con ello. Para mí, abierto sería algo como GTA IV. En el príncipe tienes la posibilidad de desbloquear cuatro poderes de Elika, el personaje que te acompaña. Según el que elijas desbloquear cuando hayas recolectado la cantidad suficiente de semillas de luz, tendrás que liberar antes o después los diferentes terrenos fértiles, concepto con el que definen los puntos del universo del juego hasta los que tendrás que llegar para luchar contra el bicho chungo de final de fase y que, permitirá restablecer el equilibro orgánico-cósmico de esa zona. Y punto. Ahí acaba la libertad de elección en este juego.
Se han centrado mucho en las capacidades acrobáticas de los personajes, que dan saltitos y caminan por paredes y techos hasta dar la impresión que la gravedad no les afecta como al resto. Así que, para pasar de un desnivel a otro (no deja de ser un juego de plataformas) tienes que ir pulsando una serie de botones según en la situación en que te encuentres. Pero esa combinación es siempre la misma. Da igual las veces que pases por el mismo sitio, que para llegar al otro extremo de, pongamos por ejemplo, un pasillo, deberás pulsar siempre equis, equis, círculo, equis, círculo, círculo, triángulo, círculo, equis, equis... Siempre igual para el mismo par de puntos. Y mientras, ves al machango, muy bonito, eso sí, hacer sus acrobacias imposibles, agarrarse de anillas que no se sabe muy bien cómo acabaron ahí, o brincar, gracia a los poderes de la chica-compañía, igual de acróbata, de un lado a otro de un acantilado por arte de una magia mística muy chula, colorista y, en resumen, vistosa. Y se acabó.
El componente beat'em up o de lucha que había en títulos anteriores de la saga es casi nulo. De vez en cuando te tropiezas con un monstruito con muy mala baba que no cuesta demasiado vencer, nuevamente con efectos visuales espectaculares, eso sí, y a seguir con combinaciones de botones para alcanzar otra plataforma o superficie horizontal. A veces ni siquiera tienes que luchar. Basta con llegar a la plataforma antes de que se haya terminado de generar el ser maligno, salido de una suerte de agujero de gusano conectado con el infierno, para con, un simple certero golpe, hacerlo desvanecer completamente. Estos bichos únicamente aparecen en las fronteras entre dos zonas fértiles. Siempre que no la hayas regenerado ya. Así que, si no cuentas estos enemigos, que la mayoría de las veces eliminas antes de terminar de aparecer, las únicas peleas dignas de mención son con los antes mencionados enemigos finales de fase. Hay cuatro, uno por cada una de las cuatro zonas en las que se divide el mundo del juego.
En el apartado de los puzzles, salvo uno, que me tuvo un ratito pensando, el resto son de risa. Y en cuanto al problema de intentar averiguar por dónde ir, que en títulos anteriores podía ser un reto, resulta imposible perderse. Ahora le pides ayuda a Elika (pulsando triángulo) y ella te enseña, otra vez con efectos visuales preciosos, por dónde tienes que ir. Fácil. Eso sin contar que ya no puedes morir, por muy burro que quieras ser. Ella estará siempre ahí para recogerte y llevarte a la última plataforma horizontal sobre la que hubieras puesto el pie anteriormente.
En cuanto a duración, no llevé muy bien el control de tiempo, pero creo que no llegó a las diez horas acabarlo. Realmente poco. Poquísimo. Más aún para un juego que podía haber dado muchísimo más de sí. Una verdadera pena, porque el juego es toda una experiencia visual de principio a fin. Es un lujo disfrutar de los paisajes, aunque sepas que son totalmente sintéticos. Subir a los puntos más altos y asomarte y ver la cantidad de color y movimiento. Pero entre lo poco que dura y lo aburrido que resulta, acaba dejándote un regusto amargo.
Se ve que se han dado cuenta de tanta crítica en estos aspectos que han sacado un 'Epílogo' que podrás descargar en tu consola. Pasando por caja primero. Yo vendí mi copia nada más terminarlo (por unos asquerosos 26 €; aunque menos es nada). Sabía que no volvería a jugar. Tal vez, si el 'Epílogo' recibe buena crítica, y no se les va la olla con el precio, lo alquile por un fin de semana, compre y juegue ese extra. En cualquier caso ya se verá cuando llegue el momento.
En resumen: aburrido. Y, para no aburrirte más, comentarte que no merece la pena comprarlo -salvo que esté por debajo de 10 € cuando leas esto-, pero que, si tienes ganas de disfrutar de su apartado visual, lo que sí que recomiendo, siempre podrás alquilarlo.
El regusto amargo es doble, porque no puedo dejar de compararlo con 'Las arenas del tiempo'. Ese sí fue un grandísimo juego de la franquicia. Lamenté mucho deshacerme de él cuando vendí la PS2. Por cierto, leyendo un post relacionado con el origen de la saga, del amigo Adastra, y luego repasando el artículo de la Wikipedia que enlazo al principio, me entero y confirmo que habrá una película basada en dicho juego. Prevista, causa de demoras, para mediados del año que viene. Miedo me dan estas adaptaciones, pero habrá que ver cómo han adaptado a la gran pantalla la historia de esta maravilla de juego. Aunque viendo el trailer que hay en YouTube me parece que esperaré a que la saquen en el videoclub. No sea que entre la decepción de éste juego y la película, acabe odiando profundamente la existencia de toda forma de Príncipe de Persia.
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