De forma general, no somos muy conscientes de las consecuencias de un acto simple y sencillo. Pese a nuestra inconsciencia, muchas veces las acciones originales siguen proyectando su sombra en el transcurrir del tiempo e, incluso, inducen a otras acciones. Sin embargo, también hay ocasiones en que la cadena de sucesos tiene un claro origen y resulta fácil determinar la causalidad de lo acontecido. Ayer, sin ir más lejos, me dejé imponer por mi mujer y llamé a Movistar para liberar mi iPhone, como primer paso para buscar una tarifa más económica (algo que ya adelanté
aquí). Lo había ido posponiendo, pero lo de Movistar resulta sangrante, así que a la cosa había que ponerle remedio.
Tras la «liberación» el paso imprescindible es restaurar el terminal desde iTunes. Esto lo hacía en Las Palmas y —qué pronto se acostumbra uno a lo bueno— había olvidado que allí tengo «tan sólo» un megabit de velocidad en mi ADSL. La restauración tardó dos horas. Decidí empezar con esto tres horas antes de coger el vuelo de vuelta, así que la restauración se quedó a medias y ya tuve que esperar a llegar a Parla a recuperar la última copia de seguridad desde iCloud —suerte que hacía unas semanas había activado esta funcionalidad—, en lugar de hacerlo directamente desde iTunes. Esto dejó exhausta la batería durante la noche. Esta mañana salí del piso con la batería completamente descargada, con prisas, pero con la esperanza de que hubiese terminado. En la estación de RENFE me entero, por machacona megafonía, que hay problemas graves con los trenes y, lo que a diario es un paseo de una hora en tren directo desde Parla a Tres Cantos, se debía transformar en varios transbordos en estaciones al aire libre donde había que esperar veinte minutos al siguiente tren exhalando humo como un dragón. Sin móvil no he podido avisar que llegaría tarde. Tanto como tres horas y media más tarde de lo que esperaba llegar. Y ya había dejado trabajo «pendiente» el viernes antes de marcharme. Así que ha sido llegar y ponerme al tajo con ahínco desmedido. Algo que siempre se lleva mejor escuchando alguno de los cientos de discos, o miles de canciones, que tengo en mi biblioteca iTunes. De hecho, casi me resulta imposible «trabajar bien» sin mis cascos para aislarme del mundo y concentrarme en la tarea. Soy «adicto» a esos momentos, y «dependiente» de este mecanismo de abstracción.
Además del problema derivado de la liberación del terminal, el sábado me lancé a suscribir el servicio iTunes Match, por el que llevaba esperando muchísimo tiempo. Y no se me ocurrió otra cosa que, antes de terminar la restauración de la copia de seguridad de iCloud, indicar que a partir de ahora mi terminal se bajase la música directamente. He llegado a la oficina, he puesto a recargar el iPhone, lo he encendido cuando ha considerado él mismo que ya puede estar operativo, y he descubierto que aún no había terminado la restauración. Estaba intentando restaurar todas las aplicaciones usando la conexión 3G. Y he descubierto que, además, no tenía ninguna cochina canción precargada porque, al elegir la opción de iTunes Match en el iPhone, la biblioteca de canciones se elimina y espera que vayas eligiendo lo que quieres sincronizar desde la nube. Algo que no hice anoche porque, obviamente, estaba en plena restauración. Recuperar una copia de seguridad y descargar canciones usando 3G es algo que no está definido como posible en el universo conocido. Es de esos fenómenos que pueden producir bosones de Higgs que llevarían a una singularidad y a la destrucción de toda forma de vida conocida. Ante la imposibilidad de hacer algo útil al final he optado por apagar el móvil y esperar a volver al piso, bajo el amparo de la wifi, para terminar el proceso.
Pero aún hay más. Cuando el terminal resucitó tras la restauración, le dije a mi mujer que salía corriendo ya para el aeropuerto. Justísimo de tiempo, llegué a tiempo aún para el embarque. No pude disfrutar de nada de música en el vuelo, algo que me jodió mucho. Ni en el tren hasta Parla, algo que me jodió también. Pero lo realmente jodido fue dejarme atrás los retenedores de los dientes. Con las prisas, los olvidé sobre el lavamanos. Y hace apenas dos meses y medio que me quitaron la ortodoncia y la sustituyeron por unos retenedores de plástico que debo llevar, al menos durante los tres primeros meses, todo el santo día. Es algo pesado, pero te acabas acostumbrado y resulta imprescindible para que los dientes, después de dos años forzándolos a llegar a un lugar, no retrocedan hacia el punto de origen. Hasta el viernes no voy a recuperar los retenedores.
Así que, resumiendo, veamos qué ha pasado. Contrato iTunes Match y solicito a Movistar que me libere el teléfono móvil. Ello implica que casi pierdo el avión y que el teléfono se quedó a mitad de la restauración. Pero también que me dejé los retenedores atrás por las prisas. La recuperación de la copia de seguridad dejó frita la batería del móvil, así que esta mañana estaba desamparado sin posibilidad de comunicar a nadie que estaba bien, pero que llegaría tarde, ni de poder relajarme durante las sucesivas esperas escuchando buena música. Peor aún, cuando llego descubro que no hay posibilidades de escuchar nada de música y que el terminal aún no está operativo, por lo que sigo totalmente desconectado. Pero tengo que recuperar las tres horas y media de retraso y me pongo a trabajar frenéticamente, algo que sin música me resulta imposible y comienzo con el síndrome de abstinencia, que me lleva a apretar los dientes más de lo recomendable. Sin retenedores, que me dejé atrás porque se me hizo tarde porque estaba estresado por la restauración del iPhone contrarreloj, apretar los dientes más de lo recomendable puede derivar, de hecho, en que los dientes retrocedan a un estado previo a ponerme la ortodoncia. Esto significaría que, habría tirado por la borda tres mil euros de tratamiento.
Resumiendo lo resumido, por ahorrarme pasta con Movistar, igual al final voy a tener que gastarla en recuperar la posición en los dientes.
Si lo llego a saber, me quedo en Madrid este fin de semana.