No, no, tranquilos, que no les voy a regalar el sentido con otra receta a lo falsarius chef como la última de macarrones, perdón «cacarrones». A decir verdad, aún me quedan macarrones (exagerando un mucho) y estoy ahíto de la cocina.
Hoy he almorzado en el trabajo. Pagando una pasta inmensa por lo que suele ser un menú ridículo. En el menú del comedor de hoy disponían como opción A para primer plato de unas «patatas con chorizo». Para un canario, papas con chorizo. Inmediatamente mi cinismo cívico (¿cinivismo?) me hizo comprender que aquello era la metáfora culinaria perfecta de la realidad sociopolítca de España. En las Cortes hay mucho papa (relleno, para el que no lo pille) y mucho chorizo. Chapó por el cocinero (o el que diseñó el menú). Porque el resto eran también platos para pobres (los que nos quedamos con los restos). Que si menestra y pollo con papas. Y todo a precio a caviar, si nos ponemos. Vamos, este país reflejado en una suerte de tres platos más bien mundanos que se venden como de lujo y no dan opción a otra cosa. ¡Si había crema catalana de postre! Postre único, además.
Madre mía, entre lo de la nieve y lo del menú político de hoy, mi cerebro bulle de satisfacción autosatisfecha casi onanista.
Por cierto, yo aún más humilde, opté por la crema de nabo —si es que hasta esto deja claro la forma en que se puede ascender, comiendo y mamando mucho…— y verduras y un poco de pollo con papas fritas. De postre yogur natural. Que uno no tiene el cuerpo para tanto nacionalismo independentista ni tanto radical libre… digo, tanto hidrato de carbono.
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