De los casi tres billones de parques de atracciones —abuso de la confianza del lector con mi tendencia a exagerar, obvio— que hay en Orlando, descartamos todos los acuáticos. Lo que nos dejaba una cantidad bastante más limitada, pero que sumando todos los alternativos, por llamarlos de alguna forma, aún se hacían muchos para el tiempo que habíamos decidido dedicar a este menester. Así que hicimos lo que hace todo el mundo: Ir a los parques de atracciones oficiales o más conocidos, tanto de la factoría Disney como de los estudios Universal. En total, seis parques de atracciones. Cuatro de Disney y dos de Universal. Y, salvando alguna más que honrosa experiencia «que sí que vale que me lo pasé bien» puntual y que francamente no merece ni la pena tener en cuenta por lo fortuito y extraño del fenómeno, mi sensación residual es que fueron seis días tirados por el retrete. Completamente. El dictamen final es que desperdiciar esos seis días no solo no me enriquecieron sino que, a la larga, me empobrecieron como ser humano. Horrible.
De lo que comentaba en la entrada del mes pasado sobre esa sensación de que todo resultaba artificial, fue en los parques donde más me embadurnó esa forma de ver lo que estaba viviendo. Por ejemplo, en el Animal Kingdom, pese a los animales de verdad y ser en buena parte un zoológico, me inundaba, casi me ahogaba, esa sensación de que era un espacio para el conformismo o para la cobardía. Conformismo de aquel que no puede ir a un entorno de verdad, tal vez Kenia, y recurre a este zoológico con toxinas de parque de atracciones para hacerse la ilusión de vivir la experiencia de un safari. O que es demasiado cobarde para ir a Kenia y apenas se asoma al bordillo del acantilado. Era todo tan falso, que no podía sentir más que pena por aquellos que parecían estar pasándoselo bien. ¿Tal vez se estaban negando a sí mismos experiencias más reales, más vívidas? Animal Kingdom fue, con diferencia, el peor de los parques de atracciones que vimos en ese tiempo. El Epcot Center fue, tal vez, el mejor, hasta que te adentras en el World Showcase o como le llamen. Una suerte de Expo desvirtuada y ridícula donde, supuestamente, tocaba visitar los pabellones de los países participantes y donde, con suerte, podías farfullar una especie de «oh, vaya» enarcando una ceja e intentando que no se notara mucho que estabas fingiendo sorpresa. Uno detrás de otro todos fueron por un estilo. Casi patético.
Tal vez resulte tajante, pero es mi vida y es lo que cuenta. Visitar Orlando por sus parques de atracciones fue una experiencia absurda que no me aportó nada de nada. Salvo la visita de Cabo Cañaveral. Pero eso lo contaré más adelante. Cada una de las visitas servía únicamente para reforzar esa sensación de hastío que me producía tanta vivencia sintética. Y, sin embargo, parecía que había gente que sí que se divertía. ¿No será entonces que soy yo el raro? Séalo o no, está claro que la integridad física de aquel que me mencione la idea de viajar a un parque de atracciones puede correr serio peligro. O, lo que es peor, lo puede correr su integridad psíquica. Se arriesga a que le detalle, una por una, las peores vivencias que he tenido en el viaje a Florida. A menos que seas masoquista, o un lector concienzudo de esta entrada, en particular, y del blog en general, es algo que no te recomendaría.
Orlando es para padres con niños. Padres que no tengan miedo al hastío profundo y que sean capaces de ilusionarse con la ilusión vivida por sus hijos. Y niños lo suficientemente pequeños como para no desarrollar un criterio propio, amén de ser lo suficientemente grandes como para aún tragarse e identificar el sentimiento abstracto de ver a sus personajes favoritos. También sería apto para adultos sin capacidad crítica. De esos, lástima, los hay muchos. Para los demás, creo que es muchísimo más apasionante apuntarse a una ONG. O a un torneo de dardos. Seguro que menos artificial resultará todo.
5 comentarios:
Yo visité con 16 años Disneyland en California y lo odié. Me pareció una experiencia aburridísima y de hecho, sigo sin ir a ese tipo de parques. Pegarte una semana en ellos es algo que podría conmigo. Necesitaría vacaciones para recuperarme de las vacaciones.
Imagino que la gente con niños igual se lo pasa bien, aunque hacer colas interminables para 120 segundos de acción no me compensa en absoluto.
Pues a mi si que me gustaron. Pero como todo es cuestión de gustos, aunque hay que reconocer que si vas con niños pequeños disfrutas de un modo distinto, mucho más entrañable.
Yo los he visitado de las dos maneras, solo y con niños, y me gustaron las dos.
sulaco, yo creo que 12 o 13 es la edad tope para disfrutar de este tipo de sitios. De hecho, diría que la franja óptima está entre los 8 y loas 12. De todas formas, una para saber.
Luis, como dices, es cuestión de gustos e inquietudes, pero a mí no me aportó nada de nada la experiencia. O tal vez es que yo no supe aprovecharla. O, incluso, que no fui con la compañía adecuada.
Yo odio los parques temáticos, del tipo que sean, con toda mi alma. Odio que enlaten un aspecto de la realidad (el que sea), y me lo ofrezcan trituradito. Y si hablamos de los parques temáticos por antonomasia, tipo Disney y similares, el odio se multiplica por 1000, porque ahí no hay realidad enlatada. Solo hay lata.
Claro que lo más seguro es que lleve a la niña a alguno de esos parques en algún momento, porque como apunta Luis, ahí disfrutas de otra forma, porque lo que disfrutas en realidad es la cara de alucine que se le queda a la pequeñaja (en mi caso) :)
En realidad yo no lo percibo tanto como enlatar. Bueno, sí, el de Animal Kingdom tal vez. Pero en general era más una sensación de hastío. Un poco de chocolate puede estar bien. Meterte dos tabletas seguidas puede hacer vomitar a cualquiera. Un poco de pato Donald puede estar bien. Hacer el gilipollas con un tipo disfrazado de pato Donald, más la musiquilla machacona, más tropecientos millones de tarados haciendo cola, más otra vuelta de tuerca en lo que a montañas rusa se refiere, y te dan ganas de aniquilar a la especie :-)
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