—¿Qué tienes ahí?
—Nada
—El que nada no se ahoga. El que se ahoga es un bruto. Bruto mató a César. Cesar fue emperador de Roma. Roma está en Italia. Italia está en Europa. Europa está en el Mundo y el Mundo es una pelota. ¿A que sí, papi?
—Claro, claro
Extracto de una conversación mantenida por dos niñas, tal vez de 11 y 9 años, y su agotado padre, mientras esperábamos a que la cinta empezara a escupir nuestras maletas este miércoles pasado, cuando volvía a Madrid desde Las Palmas. El viaje fue largo y movidito. El avión nos dejó en la terminal cuatro satélite, a tomar por... de la terminal cuatro, donde recogimos las maletas. La espera por las maletas fue eterna. Pero esas niñas, contentas por ser el Día de Reyes —en realidad apenas quedaba media hora para acabar el día—, alegraban la espera con sus conversaciones dicharacheras. En especial al escuchar esa parte.
Hace unas semanas, después de más de un cuarto de siglo, recordé ese dicho, respuesta o burla, al contestar, casi por inercia, a mi propia mujer cuando me respondió «nada» a una pregunta. Entonces le conté que mi tío, cuando tenía unos 8, 9 o 10 años —tal vez durante todos ellos—, él con 15, 16 o 17, se burlaba de mí exactamente así. «El que se ahoga es un bruto...». Todo dicho rapidísimo para que no pudiese recordarlo y usarlo en su contra la próxima vez. Casi tres décadas después, sin haberlo vuelto a escuchar, me vino repentinamente a la memoria y se lo comenté a mi mujer. ¿No resulta curioso que poco después se lo escuchase a una niña que, probablemente, tuviera la misma edad que tenía yo cuando mi tío se burlaba de mí?
No es la primera vez que me pasa. Supongo que a muchísima gente le suceden cosas similares. No son pocas las veces que, sin venir a cuento, recuerdas algo o a alguien y, a los pocos días, te lo encuentras, sucede o pasa aquello en lo que habías pensado. Hace unas semanas, exactamente el día 9 de diciembre, me acordé de mi amiga Noelia. Ahora vive en Granada y, por cosas de mis constantes cambios de teléfono —de terminal, se entiende—, había perdido su número. Ella nació un día 9, pero de marzo. Seguramente fue eso el detonante. A los tres días me llamaba para ver qué tal me iba porque leyó en Facebook que estaba por Madrid. Ya vuelvo a tener su teléfono y fue una casualidad.
Apenas veo la programación normal de la televisión, por no decir que no la veo nada. De hecho ya he perdido la cuenta de las cadenas que hay. Sin embargo, muchas veces recuerdo una película, una escena concreta. Situaciones inconexas o en las que no veo relación entre el entorno y la ocurrencia, pero ahí está. Varios días después, pasando por delante de alguna televisión, veo que están echando esa película precisamente en ese instante. ¿Casualidad? Supongo que sí, pero no deja de ser curioso que, con la cantidad de canales que debe haber ya, sea justo en el que está sintonizado en ese instante en el que proyectan la película que había recordado varios días antes. Siempre doy por hecho que se trata de algo que se me ocurre de manera espontánea. Aunque tal vez se trate de que pasé justo delante de una televisión cuando anunciaban que darían tal o cual película y luego, cuando mi cerebro lo procesó, tal vez horas después, asumí que había sido ocurrencia propia.
La mayoría de las veces me lo tomo a guasa. No dejamos de ser procesos aleatorios y, hasta en la aleatoriedad encontramos fenómenos que parecen sospechosamente causales o deterministas. Otras veces me da por pensar que aún estoy en coma y todo lo que sucede es, en realidad, parte de un gran sueño del que no consigo despertar. Como en la película de Alejandro Amenábar de la que luego hicieron un remake con Tom Cruise. No quiero decir el título para no joderle el final a nadie que no la haya visto. Si es así, que todo lo que acontece a mi alrededor no deja de ser producto de mi imaginación, tampoco importa demasiado. Me gusta la vida que tengo —o que sueño—. Citando a Calderón, «La vida es sueño y los sueños, sueños son». ¿Y alguien notaría la diferencia, ya puestos a pensar en ello? A lo mejor es que estamos en la matriz y esto no son más que deja vu ocasionados por un cerebro enchufado a un mundo que no existe realmente. Gran película, por cierto, la de Amenábar. ¿No irán a echarla en alguna cadena en los próximos días?
También cabe, sin embargo, otra explicación. Esta me preocuparía más. Tal vez nunca se me ha ocurrido nada de nada. Pero mi cerebro, cuando tiene la experiencia de ver una película al pasar delante de la televisión, da por hecho que hacía días que la había recordado. Tal vez estaría creando falsos recuerdos en ese instante. ¿Debería consultarlo con un especialista? Según Ockham es mucho más plausible que mi cerebro esté deteriorado a que sea capaz de predecir el futuro, sea esta predicción en la forma que sea.
En fin. Me ha hecho gracia descubrir que una burla tan tonta haya sobrevivido tanto tiempo. Tal vez el padre de las niñas, posiblemente de la edad de mi tío, quisiera transmitírselo como parte de su propia riqueza cultural. O tal vez sea casualidad. En cualquier caso ha servido para inspirar esta entrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario