La producción de cemento verde que proyectaba desde mi interior me obligó a meditar. Inmerso en el proceso de febril reflexión concluí que para morirme tosiendo, mejor lo hacía en mi casa, preferiblemente en mi cama, así que adelantamos el vuelo del domingo y lo que iban a ser dos días dedicados a visitar la isla en coche se quedó en uno. Y a duras penas.
Los mosquitos que decidieron orquestar mi insomnio forzado y acompañar con sus zumbidos chupasangre los acordes de mis ataques de tos tampoco ayudaron a que me sintiera con ganas de otra jornada de coche el domingo por la mañana. En lo único en que pensaba era en llegar a casa, preferiblemente teletransportándome, tomarme una sopa caliente, preferiblemente hirviendo, y acostarme a dormir hasta el día siguiente, preferiblemente hasta la semana siguiente.
En Fuerteventura estuve hace unos trece años aproximadamente y, desde entonces, no había vuelto a poner un pie en esa isla. Aunque intención no ha faltado año tras año. En el 97 estuve con mi amigo Alejando, así que Fuerteventura es, era desde este fin de semana pasado, una de las dos islas que aún no había visitado con mi mujer. La otra, la que ahora mismo queda por visitar juntos, es la isla de El Hierro. Para el próximo año, supongo. Aunque en las fechas en que estamos, decir eso es casi lo mismo que decir «mañana».
Por un lado era lógico que Morro Jable, Jandía, Corralejo y otras zonas turísticas por excelencia hubiesen incrementado notablemente la presencia de cemento y hormigón como parte del paisaje árido y volcánico que predomina en esa isla. Aunque, sinceramente, me lo esperaba mucho peor. Es lo que tiene haber vivido en la sobrexplotada Gran Canaria, donde si no han edificado más hoteles a pie de playa es porque eso significaba tener que ganarle terreno al mar. De lo vivido aquí uno supone que en el resto de las islas de marcada proyección turística habrá sucedido lo mismo y me esperaba algo así en Fuerteventura, pero, al menos para lo que yo percibí, en la mayoría de los sitios la cosa está bastante contenida. Es lo que se desprende de un paseo rápido por ella. También es cierto que por todas partes hay restos de obras inacabadas, de esas que quedan cuando se termina el dinero y quiebra la promotora o cuando se descubre que están violando el límite de costa y un juez aún en el límite de la corrupción conviene en que lo pertinente es que se detengan las obras hasta que se decida qué hacer. Tampoco me sorprendió desagradablemente lo de Jandía. Aunque la playa tiene más hamacas y sombrillas de las que yo recuerdo de mi primera visita, que de hecho no recuerdo que hubiera ninguna entonces, la cosa parecía, en la distancia, bastante controlada.
En general, toda la isla en su conjunto conserva y transmite aún esa sensación de soledad la mayor parte del camino. No hay nadie en casi ninguna parte del interior, salvo otros turistas, y en los pueblos es raro tropezarte a una persona. La mayoría de los pueblos se componen de apenas unas pocas casas. Betancuria [@ Wikipedia], su villa que no el municipio, para haber sido la primera capital de las islas, tiene poco más de lo que da de si una curva de la carretera en cuanto a casas se refiere. Tan pronto entras por un lado, sales por el otro de la villa. Salvo que te pares a echarle un vistazo a la iglesia.
Fuerteventura apenas tiene vegetación. Al menos de altura. Y de la imagen romántica de las cabras paseando por todas partes que uno pudiera tener en la memoria, hoy es raro tropezarte con un rebaño. Lo que sí hay en abundancia es la ardilla moruna que a estas alturas se te acerca a comer al lado, de tan domesticada que está. También vi bastantes cuervos en algunos miradores de la isla y tuve la oportunidad de acercarme a uno aproximadamente a tres metros para sacarle una foto.
En fin, que aunque esperaba poder llegarme a más rincones, la isla se puede visitar en una primera aproximación y de extremo a extremo en un día. Como pasa siempre, habrá decenas, si no cientos, de rincones que merecen la pena ser vistos, y habrá lugares a los que sólo se podrá llegar caminando, pero tengo la intención de volver en un futuro no muy lejano. Esta vez pensando más en disfrutar de sus increíbles y casi infinitas playas. En esa ocasión aprovecharé para ver algo más de lo que pude visitar este fin de semana. Hasta entonces Fuerteventura no ha dado más de sí. Corrijo. El que no ha dado más de sí soy yo mismo que, tras escribir esto se vuelve a la cama a la espera de la hora de ir al médico y con la sanísima intención de, tan pronto vuelva de contarle mis penas y penurias a la doctora, acostarme a dormir hasta que o alguien grite eso de «¡Saulo, levántate y anda!» o a que el exceso de equipaje, que en forma de mucosidad más parecida a una pasta epoxica que flema humana, decida abandonarme definitivamente. Mal comienza la semana para todo lo que tenía que —al menos en mente— hacer.
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