Al igual que la novela comentada hace unos días, 'Un trabajo muy sucio' ganó el Quill Award del año siguiente, 2006. Suceso que, como repito innumerables veces, no dice gran cosa de una novela (al menos para mí) que no sea aquello de que es comercial. Y léase con toda la malicia posible con la que se le pueda cargar a ese «comercial». Pero, me digo a mí mismo, no necesariamente es el caso del libro en cuestión, que una vez más viene cargado de situaciones hilarantes y momentos en los que bien merece la pena —me corrijo: sería exigible— levantarse y ponerse a aplaudir al autor. A veces los premios también son justos. Je, je y je.
Sin embargo, no todo el libro es así. El texto comienza de una forma fantástica. El arranque resulta magistral y brillante. Me paso las primeras páginas riéndome con las tonterías que le pasan al —y dice el— protagonista. Pero casi como una señal cuadrada o binaria, que cae de golpe de 1 a 0, el tono pierde y la historia se convierte en algo pesada. Suerte que es un efecto pasajero acaecido al comienzo y la historia consigue ir rescatando, poco a poco, la atención del lector —en este caso yo, que soy quien importa— hasta conseguir que vuelva a tener ganas de terminar el libro. Confieso que hubo algún momento entre la página cuarenta y la página cien que estuve tentado de abandonar su lectura. Algo por lo que opto rarísimas veces. Creo que la culpa de eso podría buscarse en lo bien que me lo pasé con el libro anterior, en el que el autor consigue plasmar como creíble un universo muchísimo más absurdo, hilarante y tronchante del que se persigue en este volumen, de corte e intención narrativa más seria. Es lo malo de leer dos libros seguidos del mismo autor, que no se perdonan los cambios de ritmo ni humor y, en general, que uno anda siempre buscando en subsiguientes lecturas lo que ha encontrado en el primer amor.
—¿Conviene siquiera que sepa qué coño era eso? —preguntó Riviera.
—Seguramente no —dijo Charlie.
—Átese la chaqueta a la cintura —dijo el policía.
Charlie bajó la mirada y vio que tenía la parte delantera de los pantalones hecha jirones, como cortada a navajazos.
—Gracios —dijo.
—¿Sabe? —dijo Riviera—, todo esto podría haberse evitado si hubiera aceptado el final feliz, como todo el mundo.
A pesar de este bache —casi de la profundidad de la Fosa de las Marianas— el libro va retomando poco a poco un estilo interesante y entretenido y, en el algo más del último tercio de la novela resulta francamente divertida y original, incluso apasionante. Lo que no consigue el primer tercio, repitiendo tanto lo del «macho beta», se logra en el resto del libro: simpatizar con el torpe protagonista y con sus experiencias, sus meteduras de pata y, a fin de cuenta, con las situaciones en las que se ve inmerso y que no dejan de resultar en alguna carcajada pasajera, bien buscada, intencionada y acertada por la prosa del autor. Incluso cuando lo pasa mal uno llega a desvelarse y seguir leyendo deseando que el signo de su fortuna vuelva a cambiar. El autor consigue, aunque suene melindroso, cursi y blandengue, que te hagas amigo del protagonista y te pongas en su piel.
Aunque no me arriesgaría a incluir este libro dentro de mis must read, sí que diría que es altamente recomendado. Como todo, depende de gustos e intereses, pero a mí consiguió hacerme pasar, en su conjunto y de forma general, muy buenos ratos. Y alguno malo, en este caso en el buen sentido, que es el que implica alcanzar a identificarte con Charlie, el protagonista, hasta perder el aliento cuando las pasa putas. ¿Se puede pedir algo más de un libro?
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