jueves, 5 de enero de 2012

'La sorprendente verdad sobre qué nos motiva'

Voy acumulando libros leídos y ya va siendo hora de intentar poner esto al día. Tan pronto lo escribo me doy cuenta que no lo haré, pero de alguna forma tendré que motivarme; aunque sea mintiéndome, de forma piadosa, a mí mismo. Construcción semántica esta última que da lugar a pensar que tengo que buscar una forma externa, un incentivo, para hacer algo que, de motu proprio no me apetecería hacer. Y éste párrafo, en esencia, explica una de esas tantas cuestiones que me pregunto de tanto en tanto: ¿por qué hacemos lo que hacemos? ¿Y por qué lo hacemos de la manera en que lo hacemos?

¿Y por qué parece que necesito autoincentivarme para escribir y mantener mi propio blog?

La «motivación» es una de esas cosas tan misteriosas que siempre han cautivado e intrigado mi intelecto. Lo poco que tuve y queda, claro. Es de esos temas de los que me gusta leer, de cuando en cuando, alguna colección de artículos, escuchar alguna ponencia [1] e, incluso, leer algún que otro libro. No en vano la vida, ese sinsentido fortuito que es la carrera por la supervivencia, y su contraparte filosófica, la existencia, deben colmarse de algún fin que lo haga, cuando no más significativo, sí al menos más ameno. De ahí que me intrigue y fascine tanto lo que nos empuja a hacer las cosas que hacemos. O, planteado de otra forma, ¿por qué hay cosas que no estaríamos dispuestos a hacer ni aunque nos paguen montañas de dinero mientras que hay otras que haríamos casi gratis?

Tropecé por casualidad, un día que perfectamente se podía confundir con cualquier otro de aquella época —ahora particular y aparentemente lejana—, con el libro 'La sorprendente verdad sobre qué nos motiva'. Fue leyendo alguna entrada de algún blog de esos en los que atracas en mitad de un naufragio en Internet, forma recargada esta de decir que andaba procrastinando de forma exagerada ese día, en un tiempo en que la desmotivación parecía el pan nuestro de cada día. Tal vez por eso mismo me llamó muchísimo la atención lo poco que leí sobre él e, inmediatamente, lo apunté en mi lista de «compras inmediatas» y me lancé a conseguirlo. Lo leí de un tirón, entre fascinado por lo que leía y complacido por descubrir «que siempre había tenido razón» [2] al creer que la forma en que la dirección de las empresas se aproximaba al problema de los empleados no era el más adecuado [3]. Es más, casi doy saltos de alegría cuando leí la parte en que se demostraba, aunque de forma un poco indirecta, que a cuanto más se pagaba, menos interesada estaba la persona en hacer bien su trabajo. (¿Otra aproximación, tal vez oblicua, al Principio de Peter [4]?).

    Estas aportaciones fueron tan controvertidas —al fin y al cabo, ponían en duda una práctica habitual de la mayoría de las escuelas y empresas— que en 1999 Deci y dos colegas volvieron a analizar casi tres décadas de estudios sobre el tema para confirmar sus hallazgos. «La consideración detallada de los efectos de las recompensas analizadas en 128 experimentos llevan a la conclusión de que las recompensas tangibles tienden a provocar un efecto significativamente negativo sobre la motivación intrínseca», determinaron. «Cuando las instituciones —familias, colegios, empresas o equipos deportivos, por ejemplo— se centran en el corto plazo y optan por controlar la conducta de las personas» provocan un daño considerable a largo plazo.

El texto, bastante bien escrito, lo que siempre ayuda, se divide en tres partes, de las cuales la tercera, «La caja de herramientas del Tipo I», orientada a inculcar los principios introducidos en la primera parte, «Un nuevo sistema operativo», y elaborados en detalle en la segunda, «Los tres elementos», es quizá la que menos me ha gustado. Aunque, como en todos los consejos dados con fundamento, siempre hay algo —y en este caso, además, mucho— que se puede aprovechar. Sin embargo, a mí, de corte siempre más teórico, me bastaría con las dos primeras.

Traicionando mi credo particular, aquel que predica que no hay que reventar las lecturas y facilitar su descubrimiento a todo nuevo lector, aclarar que son la autonomía, el dominio y la finalidad los secretos para conseguir la motivación intrínseca de los empleados, cuando se desarrolla en una corporación, o de uno mismo, cuando ha de enfrentarse al trabajo del freelance. Verdaderamente sencillo, pero de esas cosas que parecen inconcebibles para el directivo medio. Al menos para aquellos con los que tuve que lidiar durante años. Lo triste es que en lugar de ser minoría, en mi desigual trayectoria profesional, han sido masa crítica. Ojalá que el tiempo, proyectado en estadísticos personales, me lleve la contraria. Aunque todo el articulado empresarial va siempre en el sentido contrario. No se explica de otra forma la diferencia cada vez más acentuada en salarios entre el alto ejecutivo y el obrero de fábrica.

Volviendo al libro, creo sinceramente que este es uno de esos textos que deben convertirse en imprescindible para todo aquel que, seriamente, considere la cooperación de las personas en lugar de la imposición y el «soborno», en forma de bonificaciones e incrementos salariales orientados, en muchas ocasiones, a que otros «produzcan» más. Un must read por derecho propio.


[1] Me viene ahora mismo a la memoria el magnífico (aunque a la vez histriónico, a tiempos inconexo y de gradiente caótico) monólogo que dio Emilio Duró en el VI Congreso de Comercio Gallego. Vídeo en YouTube: http://youtu.be/zK4sB_rWhF8
[2] Bueno, eso de siempre, siempre, no es del todo así. Algún día confesaré sobre aquella época, breve diré en mi defensa, cuando tonteé con el talante reaccionario y fastizoide de la Alta Gerencia. Todos tenemos que andar antes de aprender a volar, libre de prejuicios y tóxicas creencias taylorianas de los «empleados tipo buey».
[3] Dichoso sesgo de confirmación (@ Wikipedia) que hasta a mí me subyuga.
[4] http://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_Peter

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