viernes, 19 de agosto de 2011

'Un economista de letras'

Completando la cesta de la compra en una librería de Internet para que el envío me saliese gratis, en una de esas tantas ocasiones en las que acabo considerando la VISA el mejor y el peor invento de la Humanidad, me dejé seducir por el título de un libro que me resultó interesante y acabé pasando por caja con él, sin apenas conocer del susodicho libro poco más que el título que habían elegido para sacarlo al mercado, como en tantas otras ocasiones he hecho en el pasado. Dejar esta forma de elección, por lo general poco práctica, es más fácil de decir que de hacer. Aunque reconozco que no pocas sorpresas gratas me ha deparado. Según sople el viento me da por creer que compensan —o no— las muchas desagradables que conlleva el riesgo.

A estas alturas, si uno ha leído con anterioridad algo en esta bitácora, habrá pillado inmediatamente lo qué me atrajo del título. Efectivamente, tenía «economista» en el título, y sí, últimamente —bueno, ya hace bastante, que el tiempo no tiene misericordia— me siento atraído por la lectura de libros relacionados con temas económicos. Principalmente porque me gustaría entender esa abstracción que todos creemos que mueve el Mundo con ferviente y ciega fe, pero que parece más bien moverse por apetitos que por la lógica y que ha sumido al a ese mismo Mundo que parece mover en una Crisis, con mayúsculas, de aúpa que nos está asfixiando y que ahora todos sabemos explicar a toro pasado, aunque ni el ateo más recalcitrante hubiese llegado a creer posible entonces.

Hay que ver lo que me cuesta ir al grano…

El libro, la historia, arranca impresionantemente bien. Cuenta, en primera persona, las vivencias y desilusiones existenciales del protagonista. El tono íntimo y las frases cortas enganchan rápido. Hacen que te sientas cercano a la narración. Sin embargo, tras el subidón de las primeras treinta páginas la cosa se estanca hasta el final. En realidad decae, pero muy lentamente; tan lentamente que se sobrelleva relativamente bien. Tampoco es un libro especialmente largo. Pero tras leerlo te quedas casi igual a como estabas al principio. En todo caso con la vista un poco más desgastada. Una de esas tantas lecturas que pasan sin pena ni gloria, que entretienen lo justo, sin pretensiones, y que se olvidan a las pocas semanas de haberse leído. Vamos, un revolcón de una noche seguido de un «ya te llamo yo» [1].

Poco tiempo después descubriría que, en la práctica, los economistas desarrollamos nuestra tarea con las cuatro reglas esenciales. Quienes precisan complejos modelos matemáticos son muy pocos, y, en la mayoría de las ocasiones, se equivocan. Los economistas siempre se están equivocando en sus predicciones. Si debes predecir, predice mucho. No, no es de mi cosecha, lo decía Paul Samuelson, el autor del clásico Economía, libro de texto con el que aprendimos millones de economistas.

En cuanto al asunto que me atrajo del título, no es más que un gancho. La cantidad de Economía en el texto no es más que incidental. Espúria, casi. Tan sólo se usa porque es la profesión del protagonista de la obra, pero en realidad parece más la historia de un cinéfilo y un aficionado a la lectura que de un economista. Cierto que recurre a conceptos de economía con cierta frecuencia, más al principio, para explicar o justificar algunas de las experiencias narradas. Por lo demás, y salvo por el título de unos cuantos capítulos, la cosa va más bien de películas y libros y desengaños existenciales que compara con escenas de películas y pasajes de libros y que, casualmente, pueden servir para explicar algún concepto de Economía. Vamos, que se podría haber llamado perfectamente «batallas de un currito contable aficionado al cine y a la literatura».

Ya para cerrar toca concluir con lo de siempre, ¿merece la pena leerlo? Pues ni sí, ni no. A gente se lo he recomendado y a otros ni se lo he mencionado. ¿A quién se lo he recomendado? Pues a aquellos que leen a una velocidad de vértigo, que leen cantidades infinitas de libros o que tienen tiempo de sobra que perder. A todo ellos no les hará mal su lectura. Para el resto, o sea aquellos que apenas leen, que leen muy despacio o que están demasiado ocupados para invertir tiempo en chuparse el dedo y pasar una página o dos antes de quedarse dormidos, ni se los menciono. Hay cosas mucho mejores que leer y una vida muy corta que vivir. Sí reconozco, tal vez en su defensa, que hay un puñado de párrafos en el libro que me gustaron especialmente y que tengo apuntados con la intención de paladear nuevamente en el futuro. Pasajes con los que me sentí especialmente identificado. Esto me pasa con casi todos los libros.



[1] No sé si calificar de esta forma a un libro es lo peor que se puede decir de él. Que es tan, tanto tantísimo, mediocre que ni para bien ni para mal, imagino que es algo jodido de digerir. Pero es lo que hay, y como dicen por aquí, «son lentejas…».