La estancia en Madrid está resultando muy provechosa en cuanto a anécdotas laborales. Contra todo pronóstico —al menos el de los que me trajeron a Madrid— he tropezado con un grupo de gente fantástica con la que he hecho muy buenas migas. Todas las semanas salimos alguno de los días —a veces más de uno— a tomarnos unas cervezas y acabo llegando a las tantas al piso. Cierto que digo que estoy a un tiro de piedra en tren del centro de Madrid, pero siempre que tenga en cuenta que el último tren pasa por Príncipe Pío a las once y media de la noche. En caso contrario toca coger taxi. La semana pasada salí tres noches con los amigos y a mi hígado le está costando asimilar el ritmo al que le exijo metabolizar el alcohol. «Suerte que esto ya va tocando a su fin», pensaría, si dispusiera de su propio cerebro.
Sabes que congenias perfectamente con la gente cuando puedes ser tú mismo sin riesgo de herir sensibilidades ni temor a tener que marcar tu propio territorio, dejando que el resto sea exactamente como es. Sin complejos ni complicaciones. Así da gusto y uno tampoco tiene que andar midiendo, al menos de forma general, los términos en los que se expresa. Yo, de siempre, he sido el «enterao». Con lo que me gusta hablar, no es extraño que siempre acabe explicando algo que he ido aprendiendo a lo largo de mis lecturas o que mi curiosidad insanamente insaciable anduviera indagando por la red en algún momento. Así no es extraño que un día, hablando sobre las incoherencia de las decisiones superiores, remate el argumento explicando la «coherencia arbitraria». Soy un pedante, lo sé, pero no me importa serlo porque con esta gente puedo ser como soy: un enterado.
Como en el transcurso de una misma conversación podemos saltar de los métodos de diseño dentro de la programación declarativa a la crisis del petróleo, pasando por la importancia de la flota holandesa en la independencia de las colonias españolas y francesas, comentando el efecto nocivo del estrés biológico por la sobreestimulación de los receptores de los mineralocorticoides del hipocampo, en apenas seis o siste frases, e intercalando una buena cantidad de risas y carcajadas, me han apodado como «El libro gordo de Petete». Lo que es del todo injusto porque yo soy un verdadero inculto comparado con Martín y Kiko, aquellos con los que suelo tener este tipo de conversaciones-galimatías. Pero han querido bautizarme a mí con el sobrenombre porque soy yo el que, generalmente, propone el tema sobre el que acabaremos discutiendo y por la forma tan petulante con la que apunto ciertos comportamientos haciendo referencia a los términos eruditos ya mencionados antes.
Los «jóvenes» alucinan con mis explicaciones, porque será cierto aquello de que cada generación que ha de venir olvida un poco más lo que las anteriores hicieron por cultivar el conocimiento y, lástima, no dejan de ser expertos funcionales sin más inquietud que aquello que ya conocen. Lástima por ellos. Así que Kiko, hábil con el Photoshop, quiso regalarme una imagen que refleja mi tendencia pedante a remarcar las cosas. Imagen que acompaña este artículo. Me ha encantado y me ha emocionado, porque comparativamente, pese a que soy un inculto que apenas araña la cáscara del conocimiento, es reflejo de mi intención de saber más cada día. «No te acostarás sin saber algo nuevo cada día», me decía mi abuelo, y eso intento. Aunque a veces, lo que aprendo, no merezca demasiado la pena.
Todo esto me recuerda una época, hace algo más de una década aproximadamente, en la que en cada asadero al que acudía, y cuando el nivel de alcohol en sangre me hacía decir tonterías, hacía un alegato sobre la universalidad del conocimiento y gritaba «¡quiero ser un intelectural!». En fin, intención que se ha quedado en vago recuerdo por mi tendencia a gansear más de la cuenta, y que, además y por no alargar más esta ya de por sí absurda e inútil entrada, es otra historia.
6 comentarios:
Creo que has estudiado demasiado para ser un intelectual. En España los grandes son Belén Esteban, Willy toledo y fauna similar que cada vez que abren la boca, la cagan. Eso sí, gracias a ellos hay una potente industria televisiva ...
Terminaste no pasando por holanda
sulaco, desagradable verdad esa. Hoy paseaba por Gran Vía y vi que había una aglomeración de gente en la puerta del cine Capitol. Obviamente, el foco de atracción de aquel conglomerado de carne no era otro que alguno de esos famosetes que salen en la telebasura de cada día. Al pasar escuché a una periodista (jo jo) preguntarle a uno de los afamados algo así como «que opinas de...». No escuché con exactitud lo que preguntaba, pero creo que era alguna soberana estupidez en relación a otro famosete del tres al cuarto. Me dieron ganas de girarme y preguntarles a ambos «¿qué opinas de que aún haya gente que se deja la vida anónimamente para encontrar una cura al cáncer, so gilipollas?». En fin, que nadie será profeta en su Tierra.
Pues no, tío. Lo de Holanda parece un cuento infinito o de nunca acabar. Y lo de ir en la primera quincena de mayo a Amsterdam con mi mujer parece que se ha cancelado. Así que...
Yo siempre digo que tenemos lo que nos merecemos, sino mírense los índices de audiencia, lo que prima es la "vida de mierda y cotilleos de unos cuantos mal educados zafios y soeces".
Incluso a veces me llego a preguntar si no seremos nosotros los equivocados, en esos pocos momentos me viene a la mente ese famoso dicho que dice "La mayoría no por ser mayoría tiene siempre la razón" y me reafirmo en mis convicciones.
Luis, nosotros no podemos ser los que estamos equivocados y si no, que se lo digan a mi tele, que está tirada en el jardín porque aún no he llamado al ayuntamiento para que vengan a recoger ese trasto. Si no fuera porque mis padres me visitan, no tendría tele en mi casa. Con mi iPad voy sobradísimo y eso que no tendrá ni puertos USB ni podrá ejecutar dos aplicaciones compradas en la Application Store al mismo tiempo je je je
Yo creo que no estamos equivocados.
Pero yo tengo por costumbre después de una discusión, pensar un poco en si no sería yo el equivocado, al fin de cuentas no soy infalible, soy casi infalible ;-). Sobre todo en estos casos, en los que somos raros por goleada, la mayoría (con grandiiiisima diferencia) de la gente está en el "otro lado", ves cosas que son de sentido común y la gente no se da cuenta y hace o piensa lo contrario. Pero por muchas veces que lo piense, y más vueltas que le de, sigo pensando que son ellos los equivocados.
De todas maneras una de las pocas cosas buenas que tuvo ir a la mili, fue relacionarme con la sociedad real. Yo fui de mayor a la mili, por eso de las prorrogas de estudio, y estaba con un corte amplio y total de la población, allí me di realmente cuenta de cuan distintos somos, y del porcentaje que ocupábamos, desalentador.
Para muestra un botón, en los primeros días hacen una serie de pruebas para "seleccionar", una mañana me llevan a una clase con unos 50 ó 60 más, un capitán pregunta, ¿quien no sabe leer y escribir? (eso era en el 90, la mayoría de la gente nacida en los 70, enseñanza obligatoria), yo pensé que evidentemente no habría ninguno, pero el tío insiste, al final uno levanta la mano y dice que no muy bien, el capitán comenta que tranquilo que no pasa nada y lo separan, sigue insistiendo y salen varios más, yo alucinado. Luego pregunta quien ha terminado como mínimo a COU, levantamos la mano y nos separan, aluciné, eramos casi los mismos que no sabían leer, el resto, la gran mayoría debería pasar una pruebas de "conocimiento" que al final corrigieron algunos de los que habían estudiado, más alucine.
Vaya. Casi me pierdo una buena discusión. Pero lo primero es lo primero: sulaco, se rumorea -casi que es seguro ya- que con el próximo firmware -y próximo iPhone- ya se permitirá multitarea con las aplicaciones compradas en la App Store (¡Zas, en toda la boca!). Pero ya sabes que mi "rechazo" al iPad no es por no tener multitarea. Es que no encaja en mi esquema de cachibaches, salvo que lo dedique casi íntegramente a lector de libros electrónicos. Nunca se sabe. Pero eso es otra discusión.
Luis, Sulaco, esto no es una discusión sobre quien tiene o no razón. En realidad no se puede decir que haya un grado de veracidad. Es más bien una cuestión de creencias. Yo creo que sí, que tenemos lo que nos merecemos. Es en un sentido abstracto, está claro, porque ¿quiénes somos los que tenemos los que nos merecemos? ¿Eso implica un sufrimiento? ¿O es, en realidad, que efectivamente la norma o el pueblo obtiene lo que prefiere? Yo creo que estamos más en ese último caso. Tenga la suficiente certeza que las cadenas no emiten lo que la gente no quiere, así que si emiten tanta telebasura es porque la mayoría de la población disfruta sabiendo qué le pasa al hijo de la pantoja o babeando delante de una discusión entre dos mindundis cuya mayor aportación a la humanidad es haberle dado por culo a una tipa que se hizo famosa en un reality. En fin, todo muy profundo y existencial, como se puede esperar. Pero eso es lo que demanda la gente. Las cadenas no lo emitirían si no ganasen dinero con ello. Así que, en un sentido -llamémosle- estricto de la oración, sí que tenemos lo que nos merecemos (o lo que nos buscamos). Y, en este sentido, sería positivo.
¿Pero qué pasa con la minoría? ¿Para aquellos que el sentido es negativo o de pérdida? Aquí la pregunta que haría es otra bien distinta: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a llegar para combatir esto? Yo apenas veo televisión. Veo películas. Y la mayoría las compro o las alquilo para verlas en alta definición. Salvo el programa de Punset y alguno otro, que además suelo ver en Internet, no me interesa nada de lo que emitan en las cadenas de televisión generalistas. Hasta los documentales me los veo en Internet. ¿Es esto suficiente para "combatir" esta sin razón en la que se ha convertido el medio televisivo? Está claro que por más que uno grite se está enfrentando al gusto de la mayoría, así que... ¿qué habría que hacer? Emigrar no parece tan descabellado, después de todo :-)
Por cierto, que creo que para conocer el estado intelectual de una población no hace falta más que ver qué se programa en las cadenas en los diferentes horarios. Y ver qué tipo de anuncios se emiten. Como digo, es una forma infalible de ver el calado intelectual promedio del espectador. Otra cosa es que encuentre a alguien tan enajenado como para ponerse a ver la programación. Yo, de momento, paso.
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