miércoles, 17 de marzo de 2010

'Planilandia'

Creo que la serie Cosmos ha sido una de las más influyentes en mi vida. Lástima que siempre haya sido tan gandul, pero aún así ha sido una de las series documentales que más han marcado todo aquello que me hubiera gustado ser y hacer. Así que, venciendo de vez en cuando mi marcado talante de vago irredento y perenne, recurro a lo que se puede encontrar en las palabras del inigualable Carl Sagan buscando algo en lo que invertir mi tiempo de lectura, que últimamente es bastante.

La primera vez que oí hablar de la historia de Edwin A. Abbott fue en boca de Carl Sagan explicando la cuarta dimensión, el tiempo, y la limitación del pensamiento. Obviamente en la serie documental Cosmos. Una explicación muy buena sobre lo que sería la incursión de una forma tridimensional, existente en el espacio, que se acerca e intercepta con el plano en el que viven los habitantes de 'Planilandia' que, como su título adelanta, es un mundo plano o, lo que es lo habitual en estos casos, de dos dimensiones.

Uno podría pensar que, pese a su edad, algo así como un siglo y cuarto, esta sátira con vocación pedagógica no tendría validez. Nada más lejos de la realidad, pues en su crítica a los estamentos sociales, y cómo los de más arriba prefieren la ignorancia de las escalas inferiores, hay mucha de actual. Es algo que, a día de hoy, sigue siendo completamente válido. En realidad es una constante en toda la historia de la humanidad. Ya lo rezaba aquel primer cura de la historia gritando a su grey aquello de «¡quien aumenta su saber, aumenta su pesar!». Forma casi poética de decirle a los de bajo estrato social no pienses, que para eso ya estoy yo y, si insistes, te voy a hacer pupita.

      —Así es —dijo el rey—, en lo que se refiere al número y a los sexos, aunque no sé lo que queréis decir con «derecha» e «izquierda». Pero niego que vieseis esas cosas. Pues, ¿cómo podríais ver la línea, es decir el interior, de un hombre? Debéis de haber oído, sin embargo, esas cosas y soñado después que las veíais. Y permitidme que os pregunte qué queréis decir con esas palabras de «izquierda» y «derecha». Supongo que es vuestro modo de decir «hacia el norte» y «hacia el sur».

El relato, con tintes misóginos si se descontextualizara de su entorno decimonónico, resulta bastante ameno. A veces peca de excesos descriptivos, tal vez visto por alguien del siglo XXI, pero en general resulta asequible, llano, sencillo y entretenido. Es de los libros que se leen casi de un tirón. Y, lo que resulta importante, también sirve de ejercicio de autocrítica de cuán fácilmente rechazamos todo aquello que no logramos comprender y, lo que es peor, cuán fácil es juzgar y ajusticiar a aquel que se comporta de forma distinta, que defiende posturas a priori imposibles. Claro que, este último alegato, también puede ser utilizado con malicia por aquellos charlatanes que se van ya al cuarto milenio vendiendo falacias y misterios de pandereta. ¿Dónde estará, pues, el equilibrio?

Resumiendo, que todos tenemos prisa, un libro entretenido y de lectura amena, pero que no voy a recomendar pues, aunque seguro que el lector se lo pasaría relativamente bien con su lectura, no aporta mucho más de lo que ya había adelantado Carl Sagan en el vídeo que apuntaba unos párrafos antes o que se puede encontrar de forma resumida en la entrada a razón del libro que hay en la Wikipedia. Y a nivel de estilo literario tampoco es como para tirar cohetes.

Por cierto, que si aún así prefieres dedicarle un rato a su lectura, algo que si has decidido hacer te animo a completar, siempre puedes recurrir a la copia del proyecto Gutemberg, en inglés, o a una versión en español y en PDF que se puede obtener aquí. Ya se sabe cómo es esto de Internet e igual, para cuando pinches en el anterior enlace, ya no lo encuentras. Pero si eres de los afortunados que sí, no está de más hacerse con la copia si dispones de e-reader o has optado por hacerte con un iPad.

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