El buen gobernante es aquel que sustituye el apego al poder por la obsesión para resolver.
Gobernar es saber anticiparse a los problemas, y jamás y bajo ningún concepto negarlos, diluirlos o, lo que es más grave, crearlos.
Gobernar no es ir esquivando los problemas heredados con sonrisita de "yo no he sido", sino con la entereza del "eso yo lo voy a arreglar".
El buen gobernante jamás puede prometer lo que desconoce si se podrá hacer. Tiene que sustituir la efímera grandilocuencia por el sensato realismo, porque quien gobierna jamás puede engañarse ni engañar.
El buen gobernante debe tener una clarísima conciencia de que, para repartir, antes hay que crear; por eso, sus anhelos para construir una sociedad más justa deben ser simétricamente paralelos a los de promover una sociedad más rica.
El buen gobernante no va regalando a otros los recursos de sus ciudadanos, sino que los utiliza como semillas para crecer, resolver y enseñar a pescar en su propio país.
El buen gobernante entiende el inmenso valor de una buena relación con otros líderes y es capaz de despertar en ellos una admiración hacia su persona, no solo hacia el cargo que ejerce.
El buen gobernante es aquel que sabe rodearse de gente tanto o más potente y sabia que él, porque entiende que su gran fuerza empieza por la de su propio equipo.
El gran gobernante es un gran soñador que siempre está muy despierto.
El buen gobernante
Ángela Becerra
Columna "The End"
Periódico ADN
Miércoles 17 de febrero de 2010
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