En general tengo un apetito inmenso por vivir nuevas experiencias (abstenerse los calenturientos mentales, que no me refiero a las de ese tipo, no). Eso se concreta, mayoritariamente, en buscar cosas nuevas que aprender —de ahí que ande siempre saltando de una cosa a otra (reflejado en mi C.R.M.)— y, en la práctica, por escuchar música nueva, nuevos sonidos. Y, cuando el cambio de divisa lo permite o he asumido el rol de hormiguita en detrimento del rol de cigarra, viajar.
La banda sonora de la película-documento-denuncia Home —¿pero aún no la has visto?— fue todo un descubrimiento. La música de Armand Amar, al menos la de esa película, no deja impasible. Tiene la capacidad, el don, de removerte por dentro cuando la escuchas. Es algo más que música de fondo. Lo mío con este compositor se podría calificar de amor al primer acorde.
Como suelo escuchar mucho esa banda sonora, es normal que la barra de Genius, ese nuevo invento de Apple para recomendarte música afín a la que estás escuchando en iTunes, bombardee con otros discos del compositor. Sé que podría desactivar la funcionalidad, pero me gusta ver qué otras cosas me ofrece el mundo de la música según los de Apple. En uno de los fines de semana que estuve por mi casa durante mi temporada en Madrid, saltó el disco 'Songs From a World Apart'. Puede que lo hubiera ofrecido en otras ocasiones, pero no siempre presto atención. Enseguida me atrajo la idea: Música de (o inspirada en) Armenia y de Armand Amar. Así que, siendo afín a mi intención de descapitalizar la economía doméstica (coherencia arbitraria, que le dicen, o nuevamente el rol de la cigarra), no dudé dos segundos en pasar por caja y comenzar la descarga de las canciones. Quería llevármelo en mi iPhone y escucharlo con calma en la oficina.
Se trata de un disco del sello Long Distance en el que el verdadero artista es Lévon Minassian. Puntualizo y corrijo, pues sospecho que el trabajo de Armand Amar también es importantísimo —si no es más importante— en este disco. El centro orgánico y punto de referencia de —y durante— toda la música del disco es el increíble sonido del duduk tocado magistralmente por Lévon Minassian. Leí que el duduk, un instrumento que yo ni sabía que existía pero que parece sonar mucho en muchas películas, es el único instrumento capaz de transmitir el dolor y la pena. No sé si se puede llegar a decir tanto, al menos en este disco, pero desde luego sí que consigue evocar imágenes de otros lugares, de otros mundos, en una composición magnífica. Cerrando los ojos resulta casi posible atisbar los paisajes, los lugares, las gentes que se dibujan en los sonidos de cada uno de los temas de este trabajo conjunto. Un disco para soñar despierto y para disfrutar en soledad. Música intimista con toques melancólicos. Hace sentir morriña por una tierra que ni siquiera es la tuya. Muy recomendado.
Por supuesto hay que poseer cierta inquietud humana y cierto talante estético, por no decir directamente una gran sensibilidad, para apreciar esta obra, pues se aleja mucho de lo que se parte y reparte en el seno de las gestoras de derechos de autor y de los medios de masas. Si crees que podría interesarte o no estás seguro de que sea de tu altura musical, y antes de recurrir a las redes de vagos y maleantes que infestan la red de redes, puedes escuchar aquí el primer tema del disco, Hovern' Engan. Mientras siga disponible, claro. Para mi gusto no es, precisamente, el mejor de los temas. Los hay mucho mejores. No habría de perderse la oportunidad de averiguarlo por uno mismo.
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