¿Qué nos atrae, por tanto, de unos libros que luego otros no tienen y no consiguen atrapar nuestra atención? Me lo pregunto muchas veces, aunque en la mayoría de los casos a mí lo que me engancha es el título. Algo que he repetido varias veces. O el autor, si ya he tenido ocasión de disfrutar con alguno de sus libros. 'El mundo' no tiene un título para mí atractivo y, tal vez por eso, siempre lo he dejado de lado. Tampoco era un autor del que conociera nada, por lo que no estaba por la labor de arriesgarme. Ha sido una suerte que mi padre tuviese otros valores, se lo comprase, se lo leyese y me lo regalase una vez leído, recomendándome su lectura varias veces.
Al final tuve que hacerle caso y empecé a leerlo. Y me enganchó. Y me lo pasé muy bien con la infancia del autor, contada en un libro autobiográfico, no sin carga de fantasía como ejercicio de desfiguración de la realidad, en el que la calle donde vive es su propio mundo, su universo, donde se encuentran los límites de lo conocido y por conocer. Es una historia íntima en la que el autor te deja ojear, no sintiéndote por ello un voyeur, en su propia vida. En los cimientos de su vida. En aquellos sucesos que hicieron de fundamentos del resto de su propia existencia, teniendo la calle de su infancia como punto de fuga de todo el conjunto.
Y bien, Dios estaba ahí todo el tiempo para lo bueno y para lo malo, generalmente para lo malo, porque se trataba de un Dios colérico, violento, castigador, fanático. Dios era un fanático de sí porque vivía entregado a su causa de un modo desmedido, como si en lo más íntimo desconfiara de la legitimidad de sus planes o de sus posibilidades de éxito. Podríamos decir que era un nacionalista de sí mismo. Tenía otras caras, pero ésta dominaba sobre las demás. Lo raro para un pensamiento ingenuo como el nuestro era que lograba estar sin estar, pues se manifestaba a través de su ausencia, que lo llenaba todo.
La primera parte del libro es magnífica y se lee de un tirón. Sin embargo, en el universo causal del libro, donde el efecto vendría a ser el adulto en el que lo transforman las vivencias infantiles en su calle, la historia decae, para mi gusto obviamente, justo cuando comienza a contarnos la resonancia de los ecos de su pasado. Convierte el libro en una herramienta de exorcismo, un mecanismo para ajustar cuentas con sus demonios pasados. En especial con niñas que le dieron calabazas en su infancia. Aprovecha que cayeron en desgracia en tiempos presentes para ensañarse con ellas. De forma puntual, ciertamente, pero no deja de ser ensañamiento. Algo que no me gustó especialmente. Quitando este particular detalle, la segunda parte, sin ser aburrida, pierde algo de fuerza. Pierde el encanto, con sabor a inocencia de infancia que todo lo magnifica y lo dramatiza, y que traía de la primera parte.
Es un libro que me ha gustado. Bastante. No tanto como para convertirlo en uno de mis must read, pero sí para convertirlo en un serio candidato. Tal vez debería tener una categoría para los cuasi must read. O empezar a puntuar, cosa que no me gusta demasiado. Un libro que te recomiendo leer si tienes la oportunidad y que te hará pasar un buen rato durante la mayor parte de la narración. Un libro que se lee y se deja leer de forma rápida.
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