lunes, 9 de mayo de 2011
39
Hoy toca cumplir años. Se alcanza la curiosa cifra de 39. A las puertas de ese universo desconocido y temido que son los cuarenta. Recordatorio de que ya la cosa va irreversiblemente cuesta abajo y sin frenos. Tal vez, también, el ecuador de mi propia existencia, que en la Gran Historia del Universo no será más que un bufo de microbio, pero que te da por pensar que tal vez deberías tener ya respuestas a las Grandes Preguntas [1]: ¿Cuál es el Sentido de La Vida? ¿Cuál es el Sentido de Mi Vida? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y todas esas con las que deseamos atormentarnos día sí, día también. Pero para ser absolutamente franco, aún no tengo respuestas; y, a estas alturas, dudo mucho de que ya las consiga. Así que me conformo con creer que estoy en el ecuador y que ahora me queda explorar lo que me deparará la otra mitad. Aunque más que mitad yo creo que será un tercio lo que me resta por respirar. Treinta y nueve años apostando por la vida sedentaria y por el descuido en la dieta, rica siempre ella en gratas saturadas, no pueden ser nunca recompensados con una existencia longeva. Así que a ver qué sorpresas me deparan los próximos veinte, tal vez con suerte treinta, y ya con mucha cuarenta, años. En cualquier caso, espero que sean en compañía de mi mujer, quien de momento está llevando estoicamente la separación que exige tener que «ganarse la vida» para comer. Ya sea en Madrid, en Canarias o en la Patagonia, pero que sea junto con ella. Lo bueno —a veces también lo malo— que tiene el futuro es que nunca está escrito, que cada uno se lo forja. Así que permítanme que no me extienda más —para alivio de todas las partes— que me voy a otear el horizonte, a ver cuál es el camino que resulta más atractivo en el próximo cruce. Hasta la vista, «¡y gracias por el pescado!»
Por cierto, le agradezco muchísimo a mi mujer el detallazo de la tarta, en particular, y de toda la comida, en general. Vaya curro se metió para sorprendernos a todos. Como caía en lunes pasé el fin de semana en Las Palmas y lo celebré con ella y la familia materna la víspera del cumpleaños. La tarta estaba, permítanme ser (aún) más malhablado que de costumbre, de cojones.
martes, 3 de mayo de 2011
Madrid reloaded
La cosa fue más o menos así:
Eso era a principios de abril. Al par de días le mandaba el CV y unos días después llamaban para hacerme una entrevista técnica, luego el responsable financiero y al cabo de tres días aceptan mis exigencias dinerarias. Por caer la Semana Santa en mitad del período de gracia que solicito para preparar la mudanza, se establece mi incorporación al nuevo trabajo el lunes día 25 de abril. Y ahí me presenté el lunes pasado.
Aún es pronto para decir tajantemente nada, pero de momento las perspectivas son muy buenas. El trabajo está resultando interesante y parece que habrá para mucho tiempo. Tanto que desde el primer momento el contrato es con carácter indefinido. Con tres meses de período de prueba, eso sí. La primera semana la he pasado enterándome de todo lo que hay hecho y de los cientos de miles de dependencias entre módulos. Es una verdadera jungla. Las horas se pasan volando mientras investigo y me hundo entre cientos de documentos y miles de líneas de código. ¡Mola!
Me angustiaba el tema del alojamiento. Tan pronto me dieron el «sí, queremos» me puse a buscar como loco dónde quedarme. Eso fue el mismo día que viajaba a Santiago de Compostela. Mientras esperaba que llegase la hora de salir para el aeropuerto, buscaba y rebuscaba en Internet mirando precios y pisos de alquiler. Pedían cosas como avales bancarios de seis meses, tres últimas nóminas y contratos de trabajo, tres meses por adelantado en concepto de fianza y muchas otras cosas. Y todo eso cuando no pedían, directamente, compromiso de al menos un año. Salí para Santiago con la convicción de que no podría alquilar nada por mi cuenta y empecé el lunes a buscar pisos para compartir, avisando a conocidos de Madrid por si conocían a alguien que estuviese dispuesto a convivir conmigo unos dos o tres meses hasta que encontrase algo en condiciones dignas. Y parece que la suerte ha vuelto a jugar a mi favor. A uno de los amigos que preguntaba me contaba en respuesta que justo había almorzado el día anterior con unas tías. Acababan de terminar de reformar un piso cuquísimo a doscientos metros del punto kilométrico cero del territorio. Vamos, en pleno centro, centro, de Madrid. Y estaban buscando alguien «de confianza» a quien alquilarlo. Ridículamente pequeño, de 25 metros cuadrados, al lado de la Puerta del Sol, a treinta minutos en RENFE del trabajo en línea directa, puerta a puerta, y sin compromisos de permanencia ni fianzas, sin tener que vender mi alma al diablo para conseguir un techo bajo el que dormir, a un precio ligeramente inferior al de la zona por un piso completamente amueblado y que me permite estar tranquilo el tiempo suficiente para encontrar algo más grande en unas condiciones aceptables.
En fin, aunque es aún muy pronto para decir que la cosa va bien (no olvidemos que estoy en período de prueba durante tres meses), lo cierto es que no me puedo quejar del comienzo. El trabajo es interesante y he conseguido dónde quedarme en condiciones cojonudas. Estoy contento con todo ello, no es para menos. El único pero, porque siempre hay un «pero», es que he tenido que dejar a mi mujer, la persona que más me importa, en Las Palmas hasta que la cosa se aclare. Esperemos que no tarde en llegar ese momento y, sea aquí, o de vuelta en Gran Canaria, volvamos a convivir. Es lo que más echo de menos. Habrá que aguantarse con los fines de semana. Aprovecharemos, eso sí, para seguir conociendo Madrid y alrededores cuando sea ella quien venga a la capital del reino.
Yo: ¡Hombre, hacía tiempo que no te veía por aquí! Mira en lo que estoy perdiendo el tiempo miserablemente: http://youtu.be/NzUZsaIIfCc
L: ¡Mola! ¿Estás haciendo cosas para el iPhone?
Yo: Bueno, no exactamente. Estoy haciendo pruebas.
L: Pues yo ya he publicado un par de programas chorra; de esos que haces en una tarde. Por cierto, ¿cómo va la búsqueda de curro?
Yo: Pues mira, más o menos, aquí sigo, perdiendo el tiempo con estas cosas.
L: ¿No has encontrado nada aún?
Yo: Pues no.
L: En mi empresa estamos buscando gente con tu perfil. ¿Te apetece venirte a Madrid?
Yo: La verdad que es algo que no he descartado en ningún momento.
L: Pues pásame el CV y yo lo muevo.
Eso era a principios de abril. Al par de días le mandaba el CV y unos días después llamaban para hacerme una entrevista técnica, luego el responsable financiero y al cabo de tres días aceptan mis exigencias dinerarias. Por caer la Semana Santa en mitad del período de gracia que solicito para preparar la mudanza, se establece mi incorporación al nuevo trabajo el lunes día 25 de abril. Y ahí me presenté el lunes pasado.
Aún es pronto para decir tajantemente nada, pero de momento las perspectivas son muy buenas. El trabajo está resultando interesante y parece que habrá para mucho tiempo. Tanto que desde el primer momento el contrato es con carácter indefinido. Con tres meses de período de prueba, eso sí. La primera semana la he pasado enterándome de todo lo que hay hecho y de los cientos de miles de dependencias entre módulos. Es una verdadera jungla. Las horas se pasan volando mientras investigo y me hundo entre cientos de documentos y miles de líneas de código. ¡Mola!
Me angustiaba el tema del alojamiento. Tan pronto me dieron el «sí, queremos» me puse a buscar como loco dónde quedarme. Eso fue el mismo día que viajaba a Santiago de Compostela. Mientras esperaba que llegase la hora de salir para el aeropuerto, buscaba y rebuscaba en Internet mirando precios y pisos de alquiler. Pedían cosas como avales bancarios de seis meses, tres últimas nóminas y contratos de trabajo, tres meses por adelantado en concepto de fianza y muchas otras cosas. Y todo eso cuando no pedían, directamente, compromiso de al menos un año. Salí para Santiago con la convicción de que no podría alquilar nada por mi cuenta y empecé el lunes a buscar pisos para compartir, avisando a conocidos de Madrid por si conocían a alguien que estuviese dispuesto a convivir conmigo unos dos o tres meses hasta que encontrase algo en condiciones dignas. Y parece que la suerte ha vuelto a jugar a mi favor. A uno de los amigos que preguntaba me contaba en respuesta que justo había almorzado el día anterior con unas tías. Acababan de terminar de reformar un piso cuquísimo a doscientos metros del punto kilométrico cero del territorio. Vamos, en pleno centro, centro, de Madrid. Y estaban buscando alguien «de confianza» a quien alquilarlo. Ridículamente pequeño, de 25 metros cuadrados, al lado de la Puerta del Sol, a treinta minutos en RENFE del trabajo en línea directa, puerta a puerta, y sin compromisos de permanencia ni fianzas, sin tener que vender mi alma al diablo para conseguir un techo bajo el que dormir, a un precio ligeramente inferior al de la zona por un piso completamente amueblado y que me permite estar tranquilo el tiempo suficiente para encontrar algo más grande en unas condiciones aceptables.
En fin, aunque es aún muy pronto para decir que la cosa va bien (no olvidemos que estoy en período de prueba durante tres meses), lo cierto es que no me puedo quejar del comienzo. El trabajo es interesante y he conseguido dónde quedarme en condiciones cojonudas. Estoy contento con todo ello, no es para menos. El único pero, porque siempre hay un «pero», es que he tenido que dejar a mi mujer, la persona que más me importa, en Las Palmas hasta que la cosa se aclare. Esperemos que no tarde en llegar ese momento y, sea aquí, o de vuelta en Gran Canaria, volvamos a convivir. Es lo que más echo de menos. Habrá que aguantarse con los fines de semana. Aprovecharemos, eso sí, para seguir conociendo Madrid y alrededores cuando sea ella quien venga a la capital del reino.
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