martes, 8 de mayo de 2012

'Las uvas de la ira'

Creo no errar si afirmo que me sobran dedos de una mano —y la otra entera— para contar las conversaciones que mantuve con mi tío Andrés, hermano mayor de mi padre, durante mi edad adulta —al menos la que corresponde desde el momento en que uno tiene libertad para votar y la actual—. Tampoco creo caer en el equívoco si digo que esas pocas conversaciones fueron realmente interesantes. Entrañablemente rojete él, en una de esas conversaciones me recomendó 'Las uvas de la ira', como ejemplo de aquello en lo que el capitalismo más recalcitrante y el neoliberalismo indolente pueden acabar. Acto seguido lo buscó en su biblioteca y me prestó su ejemplar, con la intención de que lo leyese pronto e intercambiáramos comentarios. Unos meses después me pedía que se lo devolviese, dado que era patente que no me lo había leído y que, menos aún, tenía intención de leerlo en breve. Y entre que sí, que ahora voy, y que mañana estoy muy liado, ya iré pasado, mi tío falleció por un un infarto a los 71 años. Esto sucedía en 2004, poco tiempo después de haber comprado mi propio ejemplar del libro y de haber empezado las reformas de mi propia casa, pero sin haber devuelto a mi tío el suyo. Luego una cosa, luego la otra, y, finalmente, el libro se quedó olvidado en las estanterías de la que fuera el hogar donde crecí, el piso de mis padres, hasta que me mudé al mío propio. En una visita a mi madre lo encontré (curiosamente mi ejemplar no aparece por ninguna parte). Inmediatamente sentí que le debía a mi tío, al menos a la memoria que mantengo de él, leerlo. Y a eso me puse hace poco.

Y me arrepiento de no haberlo hecho antes. Es un libro magnífico. Inmenso. Un «must read» que todo, todo el mundo debería leer. Sí o sí. Un libro que nos haría mejores personas. O, dicho de otra forma, si más gente se diese a su lectura, la concepción de la realidad y del mundo sería distinta y conduciría a un mundo mejor, donde las personas fuesen buenas por naturaleza con sus congéneres. Al menos eso me gustaría creer. Soy un ingenuo, lo sé.

Pero no. La realidad es terca y siempre nos demostrará, de una forma u otra, generalmente en los momentos en que sería más necesario actuar como un verdadero colectivo y cooperar, aquello de «Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit». Un ejemplo de ello es esta obra de John Steinbeck, que se transforma en una magistral crónica de lo que es capaz de hacerse el Hombre a sí mismo, para el que cualquier excusa es válida para justificar el horror al que es capaz de someter a sus semejantes. Tal como demostrara empíricamente el experimento de Milgram [@ Wikipedia] varias décadas después.

     —¿No has pensado cómo será cuando lleguemos allí? ¿No tienes miedo de que no sea tan hermoso como hemos imaginado?
     —No —dijo ella rápidamente—. No, no tengo miedo. No puedes tener miedo, y yo tampoco. Es demasiado…, como vivir muchas vidas. Allí hay mil vidas que podremos vivir, pero cuando llegue el momento, sólo viviremos una. Si me las imagino sería demasiado. Tú tienes que vivir de antemano porque eres muy joven, pero… para mí sólo se trata de vivir este momento. Y de saber cuándo les darán deseos de comer esos huesos de cerdo que traemos.

El autor estructura la narración en dos flujos totalmente relacionados, pero bien diferenciados. Por una parte nos va contando las miserias de una familia que se ve arrojada a la carretera cuando el banco, ese monstruo que supera a los hombres que lo componen y trabajan para él aunque ellos mismos estén en contra de lo que hace esa abstracción en la que se convierte la entidad financiera, les quita las tierras donde generaciones de padres e hijos nacieron y crecieron y comieron de ella. En estos capítulos, personajes concretos con nombres y apellidos, a los que el lector va conociendo en detalle, con deseos propios y específicos, y que golpe tras golpe van descubriendo un presente y un futuro, un entorno y personas empecinados en machacar cualquier ilusión y cualquier sueño con el que se embarcaron en ese viaje forzoso. Milla tras milla, mientras la familia cruza el país, la historia transforma al lector en espectador impotente dejándole la única esperanza de que en el siguiente cruce por fin consigan un respiro. Con embargo, cada giro, sea a derecha o izquierda, vuelve a golpearles. Aunque ficción, no deja de sorprender la fortaleza de las personas, o de los personajes, todo vale, para seguir adelante, luchando por los suyos. Un detalle conmovedor fue descubrir en la narración la documentación de un hecho que suele ser cierto —o que creemos como cierto porque tal vez esa es la esperanza que nos queda— que cuando menos tienen las personas, más ayudan a sus semejantes. Es algo que recuerdo vagamente de mi infancia, de haber crecido en un entorno humilde y obrero donde todos colaboraban para sacar el barrio adelante.

Entre capítulos que hilvanan las desgracias de la familia Joad, que podría ser cualquier familia humilde en los años posteriores al Crac del 29, el narrador nos intercala la visión de la realidad paralela en forma de arquetipos, de actores secundarios de la tragedia, muchas veces los que se aprovechan de ella, en el formato de denominadores comunes. El contraste de pasar de lo específico, el desgraciado, a lo general, el abusador como la otra cara de la misma moneda, y de nuevo a lo específico resulta en una narración dinámica que explica cada uno de los rincones de la miseria humana. La mezquindad del que explota y el infortunio del explotado.

Cuando uno se tropieza con un libro como 'Las uvas de la ira' aprehende el concepto de literatura clásica y lo que ello significa. Aunque en este caso, además, parece casi atemporal, dado que es inevitable encontrar puntos comunes con los acontecimientos de hace un siglo y con las experiencias que vivimos en estos días. Y, como insinué antes, puede que sea simplemente ficción, pero terriblemente próxima y realista. Un libro que debería leerse al menos una vez. Y que debería volverse a leer de vez en cuando para no olvidarnos accidentalmente de los demonios que siempre acechan: Nosotros mismos.

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