lunes, 12 de abril de 2010

Impresiones imprecisas de Orlando

Parece mentira, y por más que uno no haga otra cosa que repetírselo en infinitas ocasiones, el tiempo pasa con una celeridad pasmosa. Tengo la sensación de que fue ayer cuando volvía de Orlando con un cabreo considerable convencido de que había sido el peor viaje de mi vida. Aclaro que en mi vida no he alcanzado a viajar mucho, pero ya hacen falta dedos de ambas manos para contarlos, por lo que me considero capacitado —creo— para construir con ellos una escala cualitativa; sin esconder que a veces también con intenciones cuantitativas. Dicho lo cual, sitúo el viaje a Orlando como el peor hasta el momento. Lo relativamente bueno de tener un «peor viaje» es que a partir de ahí, los siguientes los podrás comparar con éste. Tengo la esperanza de seguir viajando en el futuro y la confianza de que ninguno sea peor, ni comparable, con el viaje a Orlando. Parte de mis quejas ya se pudieron intuir en la entrada que publiqué nada más llegar, Jet Lag prorrateado, por lo que no voy a profundizar más en el asunto ni seguir metiendo el dedo en la llaga; aunque los recuerdos de las vivencias me empujan a desear meterle el brazo por el ano a más de uno.

Empezaba diciendo que parecía mentira, pero hace ya medio año que volví de pasar dos semanas en Florida. Y, repito, tengo la sensación de que sucedió ayer. Pero lo cierto es que la memoria es engañosa y las vivencias y sensaciones se van desdibujando, emborronando. Tal vez gracias a eso, las asperezas se van limando con el tiempo, y lo que te pareció tan terrible entonces ahora no deja de ser una anécdota más del viaje. Pero con lo bueno también pasa lo mismo. Así que, antes de que degenere completamente mi cerebro, quería trasladar algunas de las cosas que me sorprendieron del viaje en su conjunto, de Orlando en particular, y de Florida en general. Buenas y malas. E intentaré hacerlo en orden cualitativo en función de cuánto me llamó la atención.

La primera cosa que me llamó mucho la atención, con diferencia, fue la cantidad de gente mayor que trabajaba. Cuando digo mayor no me refiero a gente de cuarenta y cinco años hasta la edad de jubilación. Hablo de gente vieja, muy vieja. Gente que, normalmente, deberías y esperarías ver sentada en su mecedora esperando la visita de sus nietos. Abuelos y abuelas, vamos. «Tragicómico» es una palabra poderosa que, sin embargo, se tiende a asociar más la parte cómica que con la trágica. Así que, para evitar despistes en este punto, diré que si al principio era curioso, casi cómico, ver a los abuelos servirte en los restaurantes o recoger las papeleras, me resultó terrible, trágico, dramático incluso, ver a un vieja de ochenta y tantos años, completamente encorvada y sin apenas poder subir los brazos —¿problemas en los manguitos de los rotadores?— sirviéndote la ensalada. A mí, al menos, que me considero hasta cierto punto empático, se me rompía el alma viendo a aquella mujer. ¿Qué empuja a estas personas a necesitar trabajar a estas edades? ¿Qué sistema inhumano permite que se produzca? ¿De que sirve que un país se enriquezca aumentando su PIB constantemente si no es capaz de garantizar una vejez digna y despreocupada a los veteranos de esa sociedad? ¿Será este el futuro que nos espere cuando lleguemos a esas edades? ¿O, por el contrario, es una forma de hacer que se sienta útiles? Dudo esto último. Terrible.

También los peces mueren allí donde los sueños se hacen realidad - Orlando - Florida


Todo se mide en otra escala. Todo es grande. Incluso inmenso. Los coches, las casas, las garrafas de té (el té verde también se vendía en garrafas de un galón y pico —aproximadamente cinco litros—), los paquetes de carne o embutidos, las distancias, el número de carriles en la calzada. De todo lo había en tamaño gigantesco y/o descomunal. Recuerdo ver solamente una vez, en el día que pasé en Miami, un coche pequeño, tipo el Toyota Yaris, porque hasta el Yaris en versión norteamericana es monstruosamente grande. Hasta los bichos venían en tamaño extra grande.

Aunque claro está anduve por una zona netamente turística —el parque de atracciones de EEUU, le dicen—, la gente por lo general te respondía siempre de forma agradable. Claro que de ello dependía las propinas. La única pega eran los conversos. Esos son los peores que hay. En todas la épocas, sociedades o religiones, lo pero será siempre topar con un converso. Aunque te viesen con dificultades para expresarte en inglés, y ellos supiesen español, no te ayudaban hablándote en tu lengua. Eso pasó en una gasolinera y en una tienda. Sin embargo era muy gracioso ver cómo gente nativa, con un dominio escaso de la lengua de Cervantes, intentaban explicarte las cosas y ayudarte. O molestarse en ir a la cocina y traerte alguien que sí hablase español.

Las propinas se usan para todo y para todos. En cualquier sitio es habitual que te agradezcan una propina. Incluso los hay que ya lo adelantan con algún cartelillo gracioso en el que se pueda leer algo del estilo «las propinas serán bien recibidas». Y en cualquier restaurante, cuando ya no te lo han cobrado previamente, te dejan que decidas tú la cantidad que vas a dejar de propina. Rara vez aceptan menos de un 10 o 15%. Salvo que tengas claro que no vas a volver al sitio y te de igual que te escupan en el plato o claven alfileres en algún muñeco vudú con tu cara.

El guía currándose la propina


Empleando el razonamiento inductivo, si éste negro de dos por dos es un agente del sheriff y si éste negro de dos por dos es un agente del sheriff, entonces todos los agentes del sheriff son negros de dos por dos. Vi unos cuantos agentes y había una constante. Todos era negros, altos y con unos brazos como jamones. Por deducción, si eras negro y alto, eras agente del sheriff. Imponían. Te quitaban las ganas de pensar, siquiera, en cosas sucias. La primera noche, buscando un 7-Eleven nos metimos en una gasolinera y había tres coches del sheriff. Los agentes estaban fuera hablando. La imagen era de estampa y estuve tentado de sacarles una foto. A lo que el resto me interpeló con algo así como «¡tú estás loco!». Así que seguimos nuestro camino agachando la cabeza y con sensación de culpabilidad por algún delito que tuviste que haber cometido en nuestra infancia. Tanto imponen. Te miran, enarcan una ceja y tú, inmediatamente te dices de forma atropellada «¡lo sabe! ¡le robé a mi madre cinco pesetas para bolas de chicles cuando tenía ocho años!».

Por las distancias tan grandes (dicho hace un par de párrafos), sin coche no eres nadie y buena parte de la vida se hará dentro de él. Sabiendo esto, y habiendo vivido en Las Palmas toda mi vida, y en Madrid durante unos meses, me sorprendió que la gente fuese bastante educada en la carretera. Rara vez vi a alguien ir más rápido de lo estipulado por ley, hacer alguna maniobra brusca que te perjudicara y, en general, todo el mundo mantenía la distancia mínima con el coche siguiente. Claro que, de no hacerlo, te veías al coche del sheriff deteniéndolo y a un negro enorme (leer párrafo anterior), con la mano apoyada en la culata de la pistola, acercarse al coche. De estar en esa situación, ese hubiera sido el momento adecuado en el que cagar hasta la primera leche materna.

La cantidad de anuncios que ponen en las cadenas de televisión es irritante. Apenas vi televisión, pero cuando veías algo, era completamente normal que se interrumpiese cada diez minutos para meterte veinte de publicidad. Y los canales de habla hispana eran para darle de comer aparte. Había una serie de anuncios machacones y risibles contándote que según las leyes de La Florida si sufrías un accidente de tráfico tenías derecho a una indemnización de hasta diez mil dólares. Esos anuncios y la cantidad de abogados hispanohablantes ofreciendo sus servicios eran la tónica. Sin embargo la televisión era un medio perfecto para saber que en un mismo lugar coexistían dos culturas completamente distintas. Por lo que ponían sabías diferenciarlos. En los pocos canales hispanos abundaban programas tipo reality en las que dos tipas se peleaban por un macho gritándose palabras tan raras como «piqui», o de corte religioso que, junto a los anuncios ya mencionados, daban cuenta de la escala intelectual de los telespectadores que optaban por ellos.

Hay más. Muchas más anécdotas que, sin embargo, creo que ya ni merecen la pena ser mencionadas y, aún menos, recordadas. Quitando la de los parques de atracciones, que esas las dejaré para otro momento. Sin ser estas últimas, creo que he elegido un grupo aceptable con el que aburrir al casual lector y que me servirán a mí, tal vez dentro de uno, dos, diez años, si sobrevivo al transcurrir de tanto tiempo, como recordatorio general de lo que viví y experimenté. Pero aún me queda una más que sí quería contar.

Limusina para las madonnas


Había dicho que las iba a colocar en cierto orden desde lo que más me llamó la atención a lo que menos. Sin embargo he reservado para el final, siendo tal vez la más importante y parcial motivo de que mi valoración del viaje fuese tan mala, una sensación de la que no fui consciente hasta haber vivido allí unos cuantos días. De un modo extraño se te iba introduciendo lentamente, calándote poco a poco. Algo que no se podría explicar con ejemplos concretos —alguno sí hubo—, ni señalar con el dedo, pero que estaba en todas partes; que lo impregnaba todo. Esa sensación era, más allá de la que puede producir estar fuera de tu casa, en un lugar que no conoces y eres un extraño, que todo, absolutamente todo, rezumaba falsedad. Esa falsedad que te da lo sintético, el plástico. Hasta el tiempo allí parecía artificial. Volví de Florida con la sensación de no haber vivido ninguna experiencia genuina, sino una forma refinada de existencia, marcada por y cargada de espectáculo, en la que nada era cierto y en la que predominaba el temor a mirar detrás del telón para no descubrir los espejos con los que se consigue la ilusión y perder con ello el encanto. Tal vez por ese miedo, todo el mundo caminaba como de puntillas en esa realidad virtual, queriendo no despertar al consciente que nos gritaría inmediatamente que todo aquello era falso. Que todo era cartón piedra, plástico y gomaespuma.

Siempre creí que mi primera visita a EEUU sería entrando por la ciudad de Nueva York. No fue así. Y la sensación que me quedó de esta primera visita a ese país ha sido bastante mala. Sé que no todo EEUU es así y que hay sitios que sí merece la pena visitar. Además de Nueva York, una de mis ilusiones es pasear por los parajes naturales de ese país: Yellowstone, El cañón del Colorado… Pero desde luego Orlando, tal vez por extensión Florida, es uno de los que no creo que vuelva a ver en mi vida.

8 comentarios:

Unknown dijo...

Los pobres ancianitos han de trabajar hasta prácticamente la muerte porque es la única manera de tener un seguro medico. Si ves la película Sicko, de Michael Moore, lo explican perfectamente.

Uno+Cero dijo...

Me apunto esa película. Las que he visto de Michael Moore me han gustado mucho.

En cuanto a lo de los ancianos y el seguro médico... Habrá que ir mentalizándose a que eso es lo que nos espera.

Luis dijo...

Lo de los ancianos es raro, yo no vi tantos, o no me fijé.

De todas maneras, allí también te pagan la jubilación, que incluye seguro médico, puede que no sea un "Full covert", creo que no, pero pagando un poco más si que te lo cubre todo, o si has trabajado en una empresa grande, que incluya seguro médico hasta después de jubilado. No sé que porcentaje lo hace, pero creo que son unas cuantas.

Mi tío, que siempre trabajó en una empresa grande lo tiene todo cubierto, mi tía, que tenía su propio negocio, y lo vendió al jubilarse, no. Ahora tiene que pagar un poco, pero dice que no es mucho.

Uno+Cero dijo...

A lo mejor me chocó tanto que le di mayor importancia de la que debiera y, por eso mismo, vi más viejos de los que realmente había. Aunque no creo que alucine, claro.

De todas formas, por lo que cuentas, parece casi idílico. No entiendo entonces la manía de las películas de vendernos que las familias se arruinan por costosísimos tratamientos médicos. Si es que al final trabajar por puro vicio, estos viejos chochos.

Unknown dijo...

Supongo que como dice Luis, dependerá de en que empresa y que prestaciones entraban en el contrato.
Seguro que hay las que protegen bien al trabajador hasta después de jubilado y las de gente más normal que trampea con los trabajos que llega a jubilado sin ningún seguro médico.

Luis dijo...

Alucinar seguro que no alucinaste, yo no me di cuenta de eso, además tu opinión es más válida que la mia, al fin y al cabo yo en Florida estube poco tiempo, mucho más en otros estados, y como todos sabemos, Florida es el estado de los viejos, todos los que pueden se van del norte a Florida a pasar sus últimos años al calorcito.

Lo de los seguros médicos y familias que se arruinan por los costes seguro que pasa, pero imagino que es como todo. El cine muestra los casos más dramáticos, y de hecho es un problema real si no lease la reforma de Obama. De todas maneras es algo muy difícil de entender desde aquí, nos faltan muchos datos.

Pero lo dicho, el cine lo pinta todo "un poco distinto", un ejemplo es conducir por EEUU. Si nos fiamos del cine, veremos tiroteos y tendremos una alta posibilidad de que nos rapte un maniaco brutal, o que un poli corrupto nos enchirone de por vida, pero la realidad es muy distinta.

De todas maneras, si me acuerdo le preguntaré a mi Family de Florida.

Luis dijo...

Actualizo mis datos de EEUU. Uno+Cero, eres mucho más observador que yo. Si que hay muchos "viejos" trabajando, aunque me dicen que no lo suelen hacer a jornada completa, sino por horas, algo que se usa mucho allí y no por aquí.

Me comentan que por dos razones principales, unos por mantenerse activos y no aburrirse y los otros por los costes médicos. Pero me han añadido un dato que al menos yo no había tenido en cuenta, el coste de las medicinas, allí no están subvencionadas, por lo que si tienes un tratamiento caro, te dejas una fortuna en pastillitas.

Uno+Cero dijo...

luis, un dato importante, sí, eso de no tener medicinas subvencionadas. De ahí que ese mercado sea tan apetitoso para las farmacéuticas. Dado que el gobierno no paga nada, no se queja de nada. Seguro que si tuviera que apoquinar con parte exigiría precios más moderados. Ni yo me creo lo que acabo de decir :-)

También supongo que en la actual situación, donde los planes de pensiones están sujetos a la variación del mercado, necesitarán sacarse unas pelas para sobrevivir. Aunque esto lo digo sin tener ni el más mínimo conocimiento de causa. Pero quedo como todo un entendido en la materia ;-)