Por suerte de las malignas mafias del P2P, cuyos hijos engendrados en esos nichos de podredumbre espiritual debieran ir directamente al infierno a pagar eternamente el pecado de sus progenitores, cayó en mis manos, vía su variante de descarga directa -lo que resulta más obsceno y pecaminoso, si cabe- una serie que, por su nombre, en principio no me atrajo demasiado. Si en los gigabytes de mis discos duros se acumulasen polvo y telarañas, la primera tanda de capítulos de la serie 'The Big Bang Theory' habrían acumulado varios dedos de materia y pulularían arañas del tamaño de los melones de la Sabrina.
En un día de absoluta levedad existencial, en el que ni los arquetipos de sistemas dinámicos sigmoidales ni los patrones de diseño software estimulaban mi hipófisis me puse a registrar en el baúl de miseria existencial en que se ha convertido mi disco duro externo buscando algo con lo que dar por culo a esa sensación de agonía intelectual que se apodera de mi psique cuando se me ocurre exponerla a la basura que proyectan las cadenas generalistas de nuestra patria. Quiso padrediosbendito que tropezara con los capítulos escondidos en un olvidado rincón de mi carpeta de descargas y que no estuviesen tan deteriorados que no pudiese verlos. Y experimenté lo que dicen que experimentas con las papas de bote mierdosas esas: Cuando haces 'pop' ya no hay stop. Que lo experimentas con esas papas y cuando te comes cuatro platos seguidos de potaje bien cargaditos de lentejas. Pero en el último caso el 'pop' es en el baño, claro.
Volvamos al tópico de hoy.
Después de unos dos primeros capítulos algo tímidos, la serie mejora considerablemente. Hay capítulos y momentos especialmente memorables y de un ingenio tan exquisito cuyo entendimiento y comprensión quedan a años luz de la capacidad congnitiva de los devoradores de programas rosa amarillistas de los sábados por la noche. Momentos simple y llanamente geniales que provocan, a poco que tengas un par de neuronas, carcajadas de puro gozo intelectual. Es una serie con la que, por el simple hecho de verla, entenderla y entretenerte, ya sabes que estás más cerca de pertenecer a la raza humana (la misma que ve 'Cosmos' cada cierto tiempo).
Los personajes de la serie, una panda de montruos de la ciencia con serios problemas de inmadurez, están perfectamente interpretados (el hindú es el que peor lo hace, una pena), y resultan completamente convincentes. El mejor de todos ellos, el que se debería llevar un premio, es el cabrón que hace de genio sociópata al que se la pela absolutamente cualquier signo de vida intelectualmente inferior (que deben ser los 6.500.000.000 habitantes restantes del Planeta). La que no es muy buena actriz y no lo hace tan bien es la rubia tonta que tiene un apellido que más bien parece el nombre de un bicho de 'Barrio Sésamo'. Se podían haber buscado otra 'buscona' con más carisma.
Acabo de terminar de disfrutar la primera temporada y ya estoy contactando con las mafias de la mezquindad del P2P para que me suministren la siguiente dosis, en forma de los primeros capítulos de la segunda temporada. Esta vez en versión original. No puedo esperar a la versión doblada. Como yonki cualquiera me he quedado con ganas de más tan pronto terminó el último capítulo de la primera temporada.
En fin, que si estás más próximo al intelecto de un simio que al de Einstein, dudo que ésta sea una serie que aprecies completamente. No estarás a la altura de las circunstancias. Ahora bien, si siempre has tenido inquietud por lo científico (y no hablo de lo que hace Iker Jiménez, que eso no es ciencia) y quieres ver a los arquetipos burlescos de esos personajillos que son los científicos, entonces es una serie que querrás ver. Y me agradecerás que te lo haya dicho. Buenísima. De verdad. Corre a hacerte con tu copia. ¡Ya!
viernes, 31 de octubre de 2008
jueves, 30 de octubre de 2008
Dia completo, día agotador
Anoche tenía a medio escribir la gran aportación para hoy. Deberá esperar a mejor momento. Porque ni uno he tenido yo para completarla. Momento, digo. Un día completo. En el que no he tenido apenas tiempo para sentarme en el ordenador y terminar los dos o tres párrafos que quedaban. Como digo, para mejor momento. Pero me alegro. Algo cambia en el trabajo y de lo que antes me quejaba ya no es más que la sombra de la sombra de un recuerdo. Bien. Por el momento.
Eso sí. He llegado a casa -llevo quince horas fuera- y me he sentado a escribir esto, para que nadie me acuse de que falté un día a, cuando menos, dejar unas palabras por aquí.
Ojalá todos los días fueran tan completos. Me alegro por mí.
Eso sí. He llegado a casa -llevo quince horas fuera- y me he sentado a escribir esto, para que nadie me acuse de que falté un día a, cuando menos, dejar unas palabras por aquí.
Ojalá todos los días fueran tan completos. Me alegro por mí.
miércoles, 29 de octubre de 2008
"¡Agárrate a la liana!"
Como todos los niños, en particular los que tienen pito, entrando en fase adolescente, empecé a interesarme por ese extraño, al tiempo que atrayente, universo del sexo. Con esa edad, unos 13 o 14 años, la curiosidad es compartida con el resto del grupo y escuchas las historias que cuentan los otros proyectos de macho que tienen hermanos mayores de los que aprender. Aprendiendo tú a su vez de lo que oyes. Y de las revistas de contenido para adultos que los amigos de tu edad cogían 'prestadas' a sus hermanos mayores.
En cierta ocasión, uno de aquellos préstamos consistió en una cinta VHS que, una vez sustraída del escondite por uno de los compañeros con un hermano especialmente promiscuo, llevamos una tarde a casa de otro cuando los padres estaban fuera. Seríamos siete u ocho niños -la memoria ya no me aporta información tan confiable como antes- sentados, como podíamos, en una sala de estar más bien pequeña, mientras mirábamos alucinados la pantalla de televisión que proyectaba el contenido del vídeo. Se trataba de una recopilación de cortos de un festival porno.
Creo recordar que al poco de empezar a ver escenas de contenido sexual explícito ya estábamos aburridos. Acabas descubriendo muy pronto en qué consiste el cine de adultos: "Hola. Hola. ¿Follamos? Vale. Ah. Oh. Sí. Sí. Sigue. ¡Sigue! ¡Toma! Ooohhhhh. ¡Trágatelo todo!". Todo ello con primeros planos de genitales llenos de pelo (en aquella época no se estilaba el pubis afeitado). En unos 10 minutos ya estábamos abusando del avance rápido del mando y pensando, algunos, en irnos a jugar al fútbol. Al menos hasta llegar a uno de los cortos que impactó las ya nada inocentes mentes adolescentes.
La secuencia de escenas era más o menos así: Un greñúo y bigotúo, look años setenta, se acerca a una negra imponente con minifalta y pelo estilo micrófono rizado. Lo de 'imponente' no es porque estuviese buenísima. Es porque le sacaba dos cabezas al macho buscador de jembras. Era enorme. Y más bien fea, la jodía. Después de un intercambio rápido de gestos, palabras y un cigarrillo, los protagonistas se 'teletransportan' a una habitación pequeña y cutre con una especie de cómoda, un espejo y una silla. Como se trata de un corto hay que recortar metraje, así que el macho ya estaba entretenido chupando las 'tetonas', las que abandonó al tercer lamentón para seguir camino abajo. Al par de segundos le levanta la minifalda y le baja las bragas. En ese justo instante un chorizo de cuatro dedos de grosor y de color betún se desenrolla y cae por efecto de la gravedad ante la cara de asombro -mal actor- del bigotúo. En el mismo momento en que la tercera tercera pata hace acto de presencia se escucha una voz en off, con dicción y acento cubano, rezando un "¡agárrate a la liana, tarzán!". El asombro no le duró mucho al de las greñas, que acto seguido se puso a saborear el miembro viril del/de la negro/a. En menos de cinco segundo en lo que duró todo aquello, los asombrados pasamos a ser nosotros observando aquella escena de perversión absoluta.
"¿Qué es lo que ha dicho?", escuchamos decir a uno de nosotros. Todo había sucedido tan rápido y la escena era tan chocante que nuestros blandos cerebros aún no habían conseguido procesar la voz en off. Al menos la gran mayoría. El más espabilado sí que se había dado cuenta y quería volver a escucharlo. Rebobinamos. Volvimos a ver la escena de la trompa de elefante desenrollándose al tiempo que la voz caribeña repetía su aportación al gran universo de la dramatización.
"¿Agárrate a la liana, Tarzán?". "¿Agárrate a la liana?". "¡Agárrate a la liana!". Tuvimos risas y fiesta y rebobinados durante unos minutos. A la media hora ya estábamos en la calle jugando al fútbol y rumiando lo aprendido. Pero lo mejor es que aumentamos nuestro repertorio de expresiones con una expresión perfecta para acabar las discusiones de gallito. La usamos durante meses.
En cierta ocasión, uno de aquellos préstamos consistió en una cinta VHS que, una vez sustraída del escondite por uno de los compañeros con un hermano especialmente promiscuo, llevamos una tarde a casa de otro cuando los padres estaban fuera. Seríamos siete u ocho niños -la memoria ya no me aporta información tan confiable como antes- sentados, como podíamos, en una sala de estar más bien pequeña, mientras mirábamos alucinados la pantalla de televisión que proyectaba el contenido del vídeo. Se trataba de una recopilación de cortos de un festival porno.
Creo recordar que al poco de empezar a ver escenas de contenido sexual explícito ya estábamos aburridos. Acabas descubriendo muy pronto en qué consiste el cine de adultos: "Hola. Hola. ¿Follamos? Vale. Ah. Oh. Sí. Sí. Sigue. ¡Sigue! ¡Toma! Ooohhhhh. ¡Trágatelo todo!". Todo ello con primeros planos de genitales llenos de pelo (en aquella época no se estilaba el pubis afeitado). En unos 10 minutos ya estábamos abusando del avance rápido del mando y pensando, algunos, en irnos a jugar al fútbol. Al menos hasta llegar a uno de los cortos que impactó las ya nada inocentes mentes adolescentes.
La secuencia de escenas era más o menos así: Un greñúo y bigotúo, look años setenta, se acerca a una negra imponente con minifalta y pelo estilo micrófono rizado. Lo de 'imponente' no es porque estuviese buenísima. Es porque le sacaba dos cabezas al macho buscador de jembras. Era enorme. Y más bien fea, la jodía. Después de un intercambio rápido de gestos, palabras y un cigarrillo, los protagonistas se 'teletransportan' a una habitación pequeña y cutre con una especie de cómoda, un espejo y una silla. Como se trata de un corto hay que recortar metraje, así que el macho ya estaba entretenido chupando las 'tetonas', las que abandonó al tercer lamentón para seguir camino abajo. Al par de segundos le levanta la minifalda y le baja las bragas. En ese justo instante un chorizo de cuatro dedos de grosor y de color betún se desenrolla y cae por efecto de la gravedad ante la cara de asombro -mal actor- del bigotúo. En el mismo momento en que la tercera tercera pata hace acto de presencia se escucha una voz en off, con dicción y acento cubano, rezando un "¡agárrate a la liana, tarzán!". El asombro no le duró mucho al de las greñas, que acto seguido se puso a saborear el miembro viril del/de la negro/a. En menos de cinco segundo en lo que duró todo aquello, los asombrados pasamos a ser nosotros observando aquella escena de perversión absoluta.
"¿Qué es lo que ha dicho?", escuchamos decir a uno de nosotros. Todo había sucedido tan rápido y la escena era tan chocante que nuestros blandos cerebros aún no habían conseguido procesar la voz en off. Al menos la gran mayoría. El más espabilado sí que se había dado cuenta y quería volver a escucharlo. Rebobinamos. Volvimos a ver la escena de la trompa de elefante desenrollándose al tiempo que la voz caribeña repetía su aportación al gran universo de la dramatización.
"¿Agárrate a la liana, Tarzán?". "¿Agárrate a la liana?". "¡Agárrate a la liana!". Tuvimos risas y fiesta y rebobinados durante unos minutos. A la media hora ya estábamos en la calle jugando al fútbol y rumiando lo aprendido. Pero lo mejor es que aumentamos nuestro repertorio de expresiones con una expresión perfecta para acabar las discusiones de gallito. La usamos durante meses.
martes, 28 de octubre de 2008
770
Aquí estoy, peleando con un nokia 770... Desde luego, editar un blog con él puede ser tarea ardua.
Tesoros perdidos reencontrados (XV): 'Dragón', otro relato cutre
'Dragón' fue uno de los últimos relatos que escribí. Una vez más, releyéndo los primeros párrafos entiendo por qué dejé de hacerlo. Escribir, quiero decir. Si creyese que por publicar aquí mis cosas podría perder mi trabajo no lo publicaría, pero esto sirve de recordatorio de las cosas que no debo volver a intentar nunca más. En fin....
Éste no fue publicado en el fanzine de la escuela, pues para cuando lo escribí yo apenas pasaba por la facultad de informática y estaba muy desconectado de todo el ambiente 'in-cultural' del movimiento que había detrás de su publicación. Es más, sospecho que la mayoría de la gente que levantó y movilizó las conciencias durante los años 92-95, que fue en los de mayor participación de todos, ya había desaparecido de aquellos lares, dejando huérfana la revista y sin una mente con intención clara.
Pues nada, a mortificar otro rato a los accidentales lectores que pasen por aquí. A mamarla.
------- 8< --------------------------------------------
– Pobre hombre –se escuchó un ligero susurro dentro del ascensor–. Tanto tiempo trabajando para la empresa y ahora le dan la patada. La compañera miraba la espalda de aquel hombre al que hacían referencia las palabras de su amiga. Por su constitución y por el leve recuerdo de su cara al cruzarse en la entrada del ascensor, creía que debía rondar los sesenta o, de lo contrario, había envejecido prematuramente.
El ascensor desaceleró bruscamente segundos antes de pararse completamente en el bajo. Las puertas se abrieron y el individuo nombrado fue el único que abandonó el elevador; el resto se dirigía a los aparcamientos de los sótanos. Mientras las puertas permanecieron abiertas, lo contemplaron alejarse hacia la puerta principal del edificio. Llevaba los hombros caídos, símbolo de una derrota interior; de una batalla perdida hacía mucho tiempo ya.
Al atravesar las dobles puertas de cristal sintió el golpe del crudo invierno que estaba azotando la ciudad. No se inmutó, tan solo metió las manos en la vieja gabardina abierta. Se giró y echó una mirada al lo alto del gran edificio; volvió a mirar al suelo y comenzó a andar.
Aún no tenía muy claro hacia dónde iba a dirigirse ahora que acababan de despedirlo.
El primer whisky le supo a rayos. Para una persona que no probaba el alcohol nunca, un vaso repleto de whisky sin ningún diluyente auxiliar era pura gasolina. Pero al cabo de unos pocos dejó de percibir ningún gusto.
Lentamente recorrió el antro con la mirada. El efecto del alcohol y la penumbra reinante le impedían reconocer rápidamente los pocos elementos decorativos. Al fondo, en una esquina, se encontraba una muda y maltrecha caja de música, cuyos discos probablemente hacía mucho tiempo habían dejado de ser tocados por la aguja. Un poco más acá, unas mesas de maderas diferentes rodeadas de sillas dispares completamente vacías y sucias. Unos pocos cuadros comprados de ocasión ocultaban sendas manchas en las amarillentas y descascarilladas paredes.
Observó al borracho que se encontraba al fondo, al otro extremo de la barra. Se había derrumbado, desparramando sus brazos sobre la tabla, de forma grotesca. Babeaba entre ronquidos lastimeros.
Aparte del camarero, era el único ser humano consciente dentro de aquel antro de mala muerte al que había ido a parar. No le importaba lo más mínimo. Pero el camarero no pareció darle tan poca importancia. Tras llenarle por quinta vez el vaso no se alejó buscando algo que limpiar con su rancio trapo, sino que se quedó mirándolo intentando entablar una conversación. Posiblemente intentaba huir de lo monótona que debía ser su existencia durante aquellas lúgubres horas en las que no parecía entrar ni una mosca en el local.
– ¿Qué le trae por este lugar... buen... hombre?– Por un momento pareció dudar que el calificativo buen diera el sentido de cortesía que él quería darle. Desde luego no debían pasar muchos buenos hombres por aquel lugar.
Cerró los ojos un momento, concentrándose en encontrar el equilibrio que se acababa de esconder en algún recoveco de su consciencia. Parecía que iba a caerse sobre la barra como había hecho el borracho del fondo. Volvió a abrir los ojos y le costó enfocar la fea y curtida cara del camarero. Sonrió beodamente, levantó el vaso y diciendo a trompicones “me han despedido” se bebió el resto del contenido de un golpe. Se incorporó con torpeza y depositó un billete grande sobre el mostrador. El camarero miró aquel billete con deseo, hacía mucho tiempo que no veía tanto dinero impreso contenido en un solo trozo de papel.
– Quédese con la vuelta... buen... hombre... – sonrió nuevamente y puso rumbo a la salida. A punto estuvo de caerse en varias ocasiones, pero logró alcanzar el exterior.
El gris y frío mediodía pareció despejarlo un poco cuando penetró por los poros de la piel de su cara. Cada pocos pasos debía pararse y apoyarse en la pared para recuperar el equilibrio que intentaba arrebatarle el efecto del alcohol. Tan sólo se cayó una vez. Una gastada anciana que paseaba por aquel gastado barrio se alejó cuanto pudo del borracho a la velocidad que sus raídas piernas le permitían.
Logró localizar una entrada de metro y se aventuró hacia el interior del subsuelo. Compró un billete hacia su casa y se sentó en espera del metropolitano que debía pasar en veinte minutos.
El alcohol y el cansancio permitieron que durmiera antes que enfrentarse con lo que había estado esquivando toda la mañana. Con el hecho irrefutable de que había sido despedido y de que ya no tenía adónde ir. Evitaron que tuviera que enfrentarse consigo mismo.
Cuando despertó le dolía ferozmente la cabeza. Desconocía las horas que llevaba allí durmiendo. Cuando se dio cuenta, estaba tendido lejos del banco donde creía haberse dormido. Le habían robado los zapatos, la gabardina y todos los objetos de valor que tenía junto con el dinero que le quedaba de su finiquito.
Queriendo arrancarse el sopor, se restregó los ojos con los puños. Notó su cara pegajosa y percibió un olor rancio que provenía del lateral de su cabeza. Había dormido sobre sus propios vómitos.
Se incorporó a duras penas y buscó un reloj en la pared más cercana. Las nueve y media de la noche. El último metro ordinario estaba a punto de pasar; tendría que esperar hasta las once para coger el primero de los nocturnos.
Subió y buscó el primer asiento libre alejado del resto de los pasajeros. Los viajeros lo miraban al pasar con una mezcla entre repulsión y pena. Al sentarse contempló el reflejo de un rostro sobre el cristal. Se reconoció en aquel deteriorado rostro que lo hacía parecer un vagabundo. Pero a fin de cuentas, eso era lo que ese mismo día había pasado a ser: un inestable errante, un viejo desguace inservible. Por primera vez en el transcurso del día, una lágrima se le escapó al observar su devastado e inevitable futuro y se cubrió la cara con las manos para intentar conservar algo de la honra que hoy le habían arrebatado y evitar humillarse aún más ante todos esos compañeros de trayectos que no eran más que caras desconocidas adheridas a cuerpos extraños.
Todos aquellos desconocidos, compañeros fortuitos de vagón, se fueron bajando poco a poco. Tan sólo quedaban una anciana y una pareja cuando se subieron tres jóvenes con el talante y colores de gallos de pelea. Los otros pasajeros bajaron la mirada, como si proceder así pudiera evitar que se fijaran en ellos; la táctica del avestruz. Pero en breve se cebaron con todos; sus burlas se dejaban oír sin ningún tipo de vergüenza: agresivas, provocativas, desafiantes. Eran pollos vestidos con la misma indumentaria que llevaban todos los valentones que se creen ajenos a la sociedad en la que viven y lo quieren demostrar con vestimentas propias de su tribu. Allí estaban, con sus ropajes de colores bélicos y disonantes que los identificaban desde lejos y lanzaban la disuasoria advertencia, como si cascabel de serpiente se tratara, al osado que les dirigiese la mirada.
Al verlos, comenzó a recordar. Su mente buscó en los surcos de la memoria que años atrás abandonó a la vorágine del olvido. Y al velo de unos ojos alcoholizados, fueron apareciendo con nitidez inimaginable. Se remontó muchos años atrás, cuando aún no había alcanzado la quincena.
Allí estaba su hermano mayor, desangrándose por un navajazo de los tarántulas. Él lloraba arrodillado viendo cómo la vida de su hermano se le escapaba pegajosa, rojiza, entre los dedos que intentaban tapar sin conseguirlo aquella herida producto de una emboscada. Respiraba con mucha dificultad. Cada inhalación se distanciaba más de la otra; cada exhalación era menos profunda. En un último esfuerzo, le pidió a su hermano pequeño, que escuchaba tras una cortina de lágrimas de dolor y odio, que cuidara de los viejos. Ahora era todo cuanto les quedaba. Le hizo prometer, con visible esfuerzo, que no haría como él, que realmente cuidaría de sus padres. Las palabras “te lo prometo” alcanzaron unos ojos velados y unos oídos sordos por la muerte.
Pero las palabras pronunciadas con dolor no podían apagar otra escrita con el fuego del odio en su corazón: venganza. Y una promesa hecha a un muerto no salvaría a los causantes de su muerte. Sí, cuidaría de los viejos, pero antes debía cobrar una deuda.
Dos semanas más tarde, tenía ante sus ojos a quien asestó la mortal puñalada. Temblaba por el miedo y por los golpes, sujeto por ambos brazos, derrumbado de rodillas, por los componentes de la banda de su hermano asesinado. Su cara llena de magulladuras y moretones no le ablandó. Le sujetó por el mentón y le levantó la cabeza hasta enfrentar sus ojos. Los suyos, ahítos de rabia, los del otro, cargados de dolor. Lo estudió detenidamente durante breves segundos. Le escupió a la cara y sin pestañear le rajó la garganta. Así fue como a los catorce años y poco mató sin compasión a una persona que para él ya no era persona; era uno de los cerdos que acorralaron y mataron a su hermano. Y la sensación le agradó.
Aquella muerte no logró calmar su rabia, pero lo inició como el miembro más joven de los dragones y así lo acreditaba el tatuaje que llevaba en su pecho a la altura de su corazón, ganado con la sangre de una tarántula.
Había acabado con el verdugo, pero no con los compinches que lo acorralaron y lo apalearon para ponérselo en bandeja; igual que habían hecho ellos posteriormente con el mismo verdugo. Quedaban los demás y no descansaría hasta verlos a todos muertos. Así fue cómo empezó su cruzada personal. Para cuando cumplió los quince ya llevaba doce cicatrices, dos de ellas en la cara, y había provocado treintenas a sus enemigos. Era el que con más arrojo se lanzaba a la batalla, el que más enemigos reducía con sus golpes, el que más sangre rival esparcía. Con tanto coraje luchaba que pronto sus propios compañeros de batallas lo elogiaron. Hasta tal punto se convirtió en punta de lanza, siendo el que siempre corría primero contra los otros, que dejaron de llamarlo por su nombre y lo rebautizaron como Dragón. Aun siendo el menor de todos ellos, esperaban hasta que él lanzaba, con su voz inmadura de niño prematuramente crecido, el grito de guerra: “¡Dragones, muerte a los tarántulas!”.
Se ganó una merecida reputación con sudor y sangre, suyos y ajenos. Y tras sobrevivir, peleando ferozmente con músculos precozmente forjados de acero, a varias emboscadas de sus enemigos, comenzaron a rehuirle. Sin pretenderlo, todos hablaban de él. Muchas chicas lo miraban con la adoración que se le brinda al héroe victorioso y se le entregaban gratuitamente. Otras lo odiaban: eran las hermanas y novias de aquellos tarántulas caídos, tullidos y minusválidos que había ido dejando en su carrera a un éxito construido sobre una montaña de sufrimiento ajeno.
Era un luchador, un guerrero. Era alguien. Alguien admirado y temido.
Pero sus padres no lo querían así. Aquellos a los que había prometido, ante la muerte, proteger y cuidar, lo rechazaban abiertamente. Y los odiaba por ello. Y se odiaba a sí mismo por odiarlos. Porque antaño, no hacía tanto tiempo, los había querido y amado, cuando se mantenía al margen de aquellas guerras, sin sentido ni motivo decía su padre, que se desarrollaban abajo en las calles de su empobrecido barrio. Sin embargo, ahora, tras lo que le parecían siglos, él participaba de aquellas incongruentes luchas; y ante los ojos de niño educados por su padre, no dejaba de verse como un hombre fracasado forzando su propia muerte. Los rehuía porque le recordaban una promesa por la que no estaba dispuesto a renunciar a un universo de violencia que lo habían convertido en un ídolo.
Pocas veces volvía ya a su casa, huyendo de la insostenible mirada de sus padres. Dormía fugazmente en la cama de alguna niña que se le entregaba con veneración o en la calle, como un perro, siempre alerta a un posible ataque. Cuando regresaba, una vez cada diez o quince días a lo sumo, lo hacía porque ya no soportaba tanta adrenalina, tensión y sobresalto en sus momentos de descanso a la intemperie, y se entregaba a dormir descargando la vigilia sobre los hombros de sus padres. Allí podía recuperarse de esas horas de insomnio forzado, sabiéndose a salvo ante la triste mirada de sus progenitores. Regresaba cuando estaban dormidos, de madrugada, y dormía todo el día hasta la noche siguiente, momento en el que comprobando que volvían a dormir, abandonaba su cuarto y se adentraba nuevamente en sus territorios.
La noche en que todo comenzó a cambiar empezó esquivando el vengativo cuchillo que una falsa adoradora entregada lanzó contra su pecho cuando lo recogió en su cama. Era el arma lanzado por una chiquilla, no mucho mayor que él, novia de algún tarántula que había caído bajo su propia navaja. Cuchillo que no le costó arrebatar con un rápido golpe fruto del hábito. Luego la humilló poseyéndola ferozmente en su lecho, arrebatándole a la fuerza su virginidad. Aquello le dejó mal sabor de boca, por lo que a media noche salió a cazar ratas, encontrando a dos que machacó a golpes hasta la inconsciencia, hasta calmar su amarga conciencia.
Cansado, decidió aliviarse en la tranquilidad de su dormitorio. Cuando llegó encontró a sus padres aún levantados. Estaban sentados juntos en la mesa de la cocina. Su padre, sin camisa, tenía un vendaje casero alrededor del torso, con una ligera mancha rojiza en el lado izquierdo, que su madre terminaba de ajustar. Preguntó. Su padre había evitado que un pobre e infeliz borracho fuera apaleado y robado por unos dragones. A cambio, los amigos de su hijo le habían rajado un costado. Su madre lloraba porque si no podía trabajar por aquel corte, le despedirían y los echarían de su casa, sin dinero para vivir. Resultaba que aquel infeliz, que le había costado un navajazo a su padre, un disgusto a su madre y que ahora dormía su borrachera en la cama de su desaparecido hermano, llevaba en la cartera mucho más dinero del que el honrado sueldo de trabajador en la fábrica de su padre les permitiría reunir durante todo un año. Su padre lo había traído a su casa, desconociendo la cantidad de dinero que portaba consigo, porque desangrándose no podría llevarlo a un hospital. Les dijo que se quedaran con el dinero, que vivirían holgadamente durante mucho tiempo mientras su padre se recuperaba; en cuanto al borracho, lo bajaría ahora mismo a la calle, para que la durmiera en el asfalto; dudando que a la mañana siguiente se acordara siquiera de cómo había ido a para allí, ni de que había estado bajo su techo. Su padre le gritó que él no había criado a una rata insensible, que no era mejor que los tarántulas a los que tanto odiaba y que de seguir pensando así era mejor que abandonara su techo donde siempre había recibido y vivido gente honrada y trabajadora que no habían hecho jamás mal a nadie. Sin mediar más palabras, dio media vuelta y se marchó por donde había entrado.
Pasó más de un mes antes de que volviera a refugiarse nuevamente bajo el techo familiar. Esta vez porque sus hazañas estaban comenzando a molestar al cuerpo de policía, que normalmente no prestaba mucha atención ni ayuda a los habitantes de aquella zona, pero que en su búsqueda de nuevos territorios por conquistar estaba alcanzando a otros barrios, enfrentándose a bandas diferentes y sembrando algo de su reino de terror en otros lugares, de gentes socialmente diferentes a las de su localidad.
Sin embargo, aquella mañana, su padre no respetó su sueño de vampiro y lo despertó. Apunto estuvo de costarle la vida el sobresalto que le causó ser arrancado de su tranquilo sueño, encontrándose soñando con la tranquilidad de su cama cuando aún era inconsciente del mundo al que se había lanzado para saciar su sed de venganza. Le preguntó a su padre por qué no estaba trabajando esa mañana como todas las otras mañanas que él recordaba. Pero luego se fijó en que ocultaba la mano dentro del bolsillo de su raída chaqueta y le preguntó el motivo. “El dolor”, contestó sosegadamente, y le mostró una mano de dedos crispados, hasta el punto que clavaban las uñas en la palma. “¿Qué pasa, viejo?”. “Simple. Me estoy muriendo, hijo”. Esta última afirmación lo cogió desprevenido, por sorpresa, y fue incapaz de articular respuesta alguna.
Ante el silencio, el padre comenzó a contarle su historia. El hombre al que había salvado la vida aquella noche, resultó ser una persona importante, propietario de una empresa, que se perdió, habiendo bebido más de la cuenta, por las calles del barrio y cuyo coche se averió cerca de donde lo atacaron. Como agradecimiento le ofreció pagarle los gastos médicos y compensarle con una retribución económica. Era un buen hombre, padre de familia como él mismo había sido una vez. Su padre aceptó el médico pero por otro motivo. Hacía ya tiempo que sentía bruscos y repentinos mareos que le sobrevenían a cualquier momento. Aprovechando la ocasión consultó a un especialista que de otra forma no habría podido pagar. Lo que sospechaba se ratificó: algo se le había jodido en la azotea; cáncer, un tumor se lo estaba comiendo vivo por dentro. Entonces aquel hombre se ofreció a dejarle una suma a su mujer para cuando él muriese. Pero él prefirió pedirle otro favor. Le habló de un hijo descarriado al que siempre había querido; le confesó su creencia de que tarde o temprano volvería al buen camino y que si lo colocaba en algún puesto de su empresa, podría ayudar a su madre hasta el final de los días de ésta. El hombre aceptó y lo esperaba para cuando quisiera incorporarse. “Hijo, debes cuidar de tu madre”, concluyó.
Esas últimas palabras de su padre despertaron el eco de otras que había oído en labios de su moribundo hermano y que él, por odio y sed vengativa de sangre, había relegado al olvido. Había renunciado a pensar que sus padres pudieran necesitar de su ayuda y, ahora, la voz fantasmal de su hermano le reventaba los tímpanos mientras sus ojos le mostraban con desmedida crudeza la realidad de un padre moribundo. “Cuida de los viejos”, se repitió para sí en voz baja y se odió por todo cuanto había hecho para no cumplir su promesa; por lo egoísta que había sido. Había matado y maltratado por sí mismo y por su hermano muerto, pero nunca había hecho nada por sus propios padres y, contemplando los ojos sin esperanza de su padre, volvió a ver los de su hermano muriéndose y rompió a llorar. Pero esta vez ya no eran lágrimas de amargo odio, eran las lágrimas de un niño que llora de tristeza y que se abraza a su padre buscando un consuelo que no encontró nunca en la venganza.
A los pocos días se presentó en la oficina y al lunes siguiente comenzó a trabajar de mozo en uno de los almacenes.
En dos meses su padre murió y su madre lo siguió tres años después. Pero él ya había cambiado. Desterró al admirado y temido Dragón y se entregó a su nueva vida cargada de monotonía. Exudaba soledad por los poros y continuó siempre solo, sin desear ni soportar a nadie a su lado. Iba de casa al trabajo y de éste de regreso a casa para dormir hasta el día siguiente. Huraño y poco hablador con los compañeros del trabajo y con cualquier persona que intentara introducirse en su vida.
Tras la muerte de su madre, con todo su escaso sueldo para sí mismo, decidió mudarse a otra vivienda, en otro lugar lejos de aquel barrio lleno de dolor, odio y rencor. Si no hubiera dejado aquella vida, reflexionó, era cuestión de tiempo que hubieran acabado con él.
Durante casi cuarenta años, realizó su trabajo impecablemente. Le ofrecieron el puesto de jefe de almacén en varias ocasiones y él lo rechazó siempre porque no quería volver a sentirse importante. Tan sólo quería seguir adelante, sin más. En otras ocasiones, las caídas del mercado obligaban a realizar recortes de personal, pero a él nunca se le despidió. Sus compañeros de trabajo lo odiaban por su independencia y porque estaba protegido por el mandamás. Sus jefes lo odiaban porque no podían, en su caso, tomar decisiones sin verse humillados por contraórdenes del mandamás. Nadie lo quería por su condición de protegido; todos lo odiaban porque ellos eran vulnerables, mientras que a él nunca se le podría echar. Ni tan siquiera les dejaba el placer de ser ellos quienes le dieran la espalda; él había pasado de ellos desde el principio.
Hasta aquel día en que recibió la noticia de que el dueño había fallecido junto con el requerimiento de presentarse en las oficinas centrales al siguiente lunes. Así lo hizo, llevaba su mejor traje, chaqueta y zapatos. Tan sólo los había usado una vez antes, en el entierro de su madre. La gabardina también estaba poco usada. Acudió, nervioso, para que le explicaran “que la nueva directiva había decidido cambiar varias cosas en su afán por romper con viejas concepciones y políticas desfasadas, defendidas fervientemente por el anterior presidente y dueño, que estancaban a la empresa dentro de un mercado cada vez más competitivo y daban una imagen de debilidad ante los accionistas frente a la competencia. Que para lograr sus nuevas metas y abordar el nuevo rumbo fijado, habían decidido colocar a personal altamente cualificado y eficiente en cada uno de los puestos de la renovada empresa, desde el más importante hasta el más insignificante. Que si era tan amable de pasar por contabilidad –planta quinta–, podría recoger el sueldo hasta la fecha y su finiquito y que, atendiendo a la consideración especial que le había dirigido el anterior presidente y dueño de la empresa le darían una considerable gratificación”. Sin más lo despidieron.
Con la considerable gratificación cargada en sus bolsillos abandonó el edificio, sede central de la empresa para la que había estado trabajando durante cuarenta años, adentrándose en la fría mañana de invierno.
Poco a poco fue regresando al presente. Un presente que le mostraba a escasos metros tres niños insolentes que lo miraban burlescamente y se mofaban de él. Uno de ellos hizo el gesto de sacarse un moco y de lanzárselo, lo que despertó al instante carcajadas en los otros dos. Se reían de todos sin importarles nada.
Y el dragón que creía muerto ya, y que simplemente estaba dormido, comenzó a despertar. La sangre comenzó a hervirle, sus músculos empezaron a tensarse y su cabeza se inclinó ligeramente hacia delante, para contemplarlos con la mirada de un cazador; de un león dispuesto a saltar sobre ellos. Se levantó lentamente. Tenía la mano derecha sobre el pecho bajo la camisa semiabierta, posada sobre el deslucido y desgastado tatuaje de un dragón. Lo embargó el placentero recuerdo de la victoria y del miedo y la admiración que causaba.
Aquellos que tenía allí no eran diferentes a los tarántulas que tantas veces pateó. Eran escoria. Y no era imposible que fueran también tarántulas con otros hábitos. Debían morir para que él recuperase su propia estima. Y lo iba a realizar con sus manos desnudas, como hiciera antes con otras cucarachas.
El ruido del metro quedó escondido bajo un ensordecedor alarido que sobresaltó a todos.
– Teniente, los chicos mantienen su versión de que el viejo los atacó enloquecido. Que ellos tan sólo se estaban riendo de él por haberse vomitado encima; pero que en ningún momento lo provocaron –. El policía revisaba unas notas–. Sin embargo, la vieja, la señora... como se llame... dice que era un valiente; que esos niñatos estaban molestando a todos y que él fue el único hombre con cojones -literalmente lo dijo así- para enfrentarse a ellos.
– ¿Qué dicen los otros?
– ¿La pareja? Parecen ratificar lo que cuentan los críos. Dicen que el hombre se levantó y se abalanzó sobre ellos gritando algo así como “dragón”. Aunque desconocen si hubo provocación, porque miraban hacia otra parte.
– ¿Dragón? Qué raro. ¿Se sabe algo de la identidad de ese hombre? ¿Podría ser un demente escapado del psiquiátrico?
– Negativo a lo primero. Iba indocumentado, pero sinceramente creo que le robaron, porque la camisa y el pantalón no parecen los de un vagabundo normal; y tampoco creo que un demente escapado vistiera así. De todas formas lo encontramos inconsciente y está de camino al hospital. Los de la ambulancia dijeron que tiene un derrame en el ojo izquierdo y que no descartan una posible hemorragia encefo... ¡Como coño se diga! Bueno, si logra despertar ya nos lo contará él mismo.
El detective chupó profundamente el cigarro y mantuvo, pensativo, el humo durante un largo período para exhalarlo por las fosas nasales al terminar. Tras un minuto, el policía impaciente preguntó:
– ¿Qué hacemos con los testigos? ¿Y con los chicos?
– Nada. Deje irse a esas personas a sus casas, pero antes tome sus datos. En cuanto a los chicos... Creo que algo de culpa tienen en todo este drama. Vamos a darles una pequeña lección. Llévelos a comisaría y déjelos esta noche entre rejas. Mañana ya se encargarán sus padres de darles unas cuantas tollinas. Ande, vayámonos. Ya no hay nada más que ver aquí.
Poco a poco los sentidos le fueron comunicando dónde se encontraba. Estaba sujeto sobre una mesa o, como posteriormente descubrió, una camilla. El techo, blanco, estaba a muy corta distancia. Sentía movimientos bruscos a izquierda y derecha; así como acelerones y frenadas. Escuchaba una sirena a una distancia fija, muy próxima a él; ni se alejaba ni se acercaba. Sin lugar a dudas se encontraba en el interior de una ambulancia que lo transportaba a él. Le dolía mucho la cabeza y no podía abrir el ojo izquierdo; pero con el derecho hizo un barrido moviendo ligeramente la cabeza; única parte de su cuerpo que no estaba inmovilizada por agarres. Encontró a un hombre vestido con un uniforme de camisa azul celeste y pantalones negros que manipulaba unos tubitos que tenía conectados al antebrazo. No había lugar a dudas, estaba en el interior de una ambulancia que lo llevaba a alguna parte.
¿Pero cómo había ido a parar allí? Intentó recordar los últimos acontecimientos. Lentamente fueron apareciendo imágenes y se vio a sí mismo lanzándose hacia unos chiquillos. Cómo uno de estos, el más cercano, lo esquivaba y le daba un golpe en la espalda y, como resultado de un tropiezo, era lanzado contra una ventana que se rompía. Entonces todo era negrura hasta que había despertado hacía unos minutos dentro de la ambulancia.
Una sensación de vacío infinito se apoderó de él. Se sentía nada; como si fuera un viejo que ya no importaba a nadie. Tampoco tenía a nadie a quien pudiera importarle. Y comenzó a llorar. Era nadie que se desplazaba en una ambulancia hacia lo desconocido; nadie para el que ya no había un hueco en este Mundo. Era un ser inútil sin futuro que se arrastraría como una sombra de lo que antaño fue; hasta que la muerte simplemente formalizara el trámite.
El Dragón había muerto.
Las Palmas de Gran Canaria
3/febrero - 26/abril/1998
------- 8< --------------------------------------------
Éste no fue publicado en el fanzine de la escuela, pues para cuando lo escribí yo apenas pasaba por la facultad de informática y estaba muy desconectado de todo el ambiente 'in-cultural' del movimiento que había detrás de su publicación. Es más, sospecho que la mayoría de la gente que levantó y movilizó las conciencias durante los años 92-95, que fue en los de mayor participación de todos, ya había desaparecido de aquellos lares, dejando huérfana la revista y sin una mente con intención clara.
Pues nada, a mortificar otro rato a los accidentales lectores que pasen por aquí. A mamarla.
------- 8< --------------------------------------------
Dragón
– Pobre hombre –se escuchó un ligero susurro dentro del ascensor–. Tanto tiempo trabajando para la empresa y ahora le dan la patada. La compañera miraba la espalda de aquel hombre al que hacían referencia las palabras de su amiga. Por su constitución y por el leve recuerdo de su cara al cruzarse en la entrada del ascensor, creía que debía rondar los sesenta o, de lo contrario, había envejecido prematuramente.
El ascensor desaceleró bruscamente segundos antes de pararse completamente en el bajo. Las puertas se abrieron y el individuo nombrado fue el único que abandonó el elevador; el resto se dirigía a los aparcamientos de los sótanos. Mientras las puertas permanecieron abiertas, lo contemplaron alejarse hacia la puerta principal del edificio. Llevaba los hombros caídos, símbolo de una derrota interior; de una batalla perdida hacía mucho tiempo ya.
Al atravesar las dobles puertas de cristal sintió el golpe del crudo invierno que estaba azotando la ciudad. No se inmutó, tan solo metió las manos en la vieja gabardina abierta. Se giró y echó una mirada al lo alto del gran edificio; volvió a mirar al suelo y comenzó a andar.
Aún no tenía muy claro hacia dónde iba a dirigirse ahora que acababan de despedirlo.
El primer whisky le supo a rayos. Para una persona que no probaba el alcohol nunca, un vaso repleto de whisky sin ningún diluyente auxiliar era pura gasolina. Pero al cabo de unos pocos dejó de percibir ningún gusto.
Lentamente recorrió el antro con la mirada. El efecto del alcohol y la penumbra reinante le impedían reconocer rápidamente los pocos elementos decorativos. Al fondo, en una esquina, se encontraba una muda y maltrecha caja de música, cuyos discos probablemente hacía mucho tiempo habían dejado de ser tocados por la aguja. Un poco más acá, unas mesas de maderas diferentes rodeadas de sillas dispares completamente vacías y sucias. Unos pocos cuadros comprados de ocasión ocultaban sendas manchas en las amarillentas y descascarilladas paredes.
Observó al borracho que se encontraba al fondo, al otro extremo de la barra. Se había derrumbado, desparramando sus brazos sobre la tabla, de forma grotesca. Babeaba entre ronquidos lastimeros.
Aparte del camarero, era el único ser humano consciente dentro de aquel antro de mala muerte al que había ido a parar. No le importaba lo más mínimo. Pero el camarero no pareció darle tan poca importancia. Tras llenarle por quinta vez el vaso no se alejó buscando algo que limpiar con su rancio trapo, sino que se quedó mirándolo intentando entablar una conversación. Posiblemente intentaba huir de lo monótona que debía ser su existencia durante aquellas lúgubres horas en las que no parecía entrar ni una mosca en el local.
– ¿Qué le trae por este lugar... buen... hombre?– Por un momento pareció dudar que el calificativo buen diera el sentido de cortesía que él quería darle. Desde luego no debían pasar muchos buenos hombres por aquel lugar.
Cerró los ojos un momento, concentrándose en encontrar el equilibrio que se acababa de esconder en algún recoveco de su consciencia. Parecía que iba a caerse sobre la barra como había hecho el borracho del fondo. Volvió a abrir los ojos y le costó enfocar la fea y curtida cara del camarero. Sonrió beodamente, levantó el vaso y diciendo a trompicones “me han despedido” se bebió el resto del contenido de un golpe. Se incorporó con torpeza y depositó un billete grande sobre el mostrador. El camarero miró aquel billete con deseo, hacía mucho tiempo que no veía tanto dinero impreso contenido en un solo trozo de papel.
– Quédese con la vuelta... buen... hombre... – sonrió nuevamente y puso rumbo a la salida. A punto estuvo de caerse en varias ocasiones, pero logró alcanzar el exterior.
El gris y frío mediodía pareció despejarlo un poco cuando penetró por los poros de la piel de su cara. Cada pocos pasos debía pararse y apoyarse en la pared para recuperar el equilibrio que intentaba arrebatarle el efecto del alcohol. Tan sólo se cayó una vez. Una gastada anciana que paseaba por aquel gastado barrio se alejó cuanto pudo del borracho a la velocidad que sus raídas piernas le permitían.
Logró localizar una entrada de metro y se aventuró hacia el interior del subsuelo. Compró un billete hacia su casa y se sentó en espera del metropolitano que debía pasar en veinte minutos.
El alcohol y el cansancio permitieron que durmiera antes que enfrentarse con lo que había estado esquivando toda la mañana. Con el hecho irrefutable de que había sido despedido y de que ya no tenía adónde ir. Evitaron que tuviera que enfrentarse consigo mismo.
Cuando despertó le dolía ferozmente la cabeza. Desconocía las horas que llevaba allí durmiendo. Cuando se dio cuenta, estaba tendido lejos del banco donde creía haberse dormido. Le habían robado los zapatos, la gabardina y todos los objetos de valor que tenía junto con el dinero que le quedaba de su finiquito.
Queriendo arrancarse el sopor, se restregó los ojos con los puños. Notó su cara pegajosa y percibió un olor rancio que provenía del lateral de su cabeza. Había dormido sobre sus propios vómitos.
Se incorporó a duras penas y buscó un reloj en la pared más cercana. Las nueve y media de la noche. El último metro ordinario estaba a punto de pasar; tendría que esperar hasta las once para coger el primero de los nocturnos.
Subió y buscó el primer asiento libre alejado del resto de los pasajeros. Los viajeros lo miraban al pasar con una mezcla entre repulsión y pena. Al sentarse contempló el reflejo de un rostro sobre el cristal. Se reconoció en aquel deteriorado rostro que lo hacía parecer un vagabundo. Pero a fin de cuentas, eso era lo que ese mismo día había pasado a ser: un inestable errante, un viejo desguace inservible. Por primera vez en el transcurso del día, una lágrima se le escapó al observar su devastado e inevitable futuro y se cubrió la cara con las manos para intentar conservar algo de la honra que hoy le habían arrebatado y evitar humillarse aún más ante todos esos compañeros de trayectos que no eran más que caras desconocidas adheridas a cuerpos extraños.
Todos aquellos desconocidos, compañeros fortuitos de vagón, se fueron bajando poco a poco. Tan sólo quedaban una anciana y una pareja cuando se subieron tres jóvenes con el talante y colores de gallos de pelea. Los otros pasajeros bajaron la mirada, como si proceder así pudiera evitar que se fijaran en ellos; la táctica del avestruz. Pero en breve se cebaron con todos; sus burlas se dejaban oír sin ningún tipo de vergüenza: agresivas, provocativas, desafiantes. Eran pollos vestidos con la misma indumentaria que llevaban todos los valentones que se creen ajenos a la sociedad en la que viven y lo quieren demostrar con vestimentas propias de su tribu. Allí estaban, con sus ropajes de colores bélicos y disonantes que los identificaban desde lejos y lanzaban la disuasoria advertencia, como si cascabel de serpiente se tratara, al osado que les dirigiese la mirada.
Al verlos, comenzó a recordar. Su mente buscó en los surcos de la memoria que años atrás abandonó a la vorágine del olvido. Y al velo de unos ojos alcoholizados, fueron apareciendo con nitidez inimaginable. Se remontó muchos años atrás, cuando aún no había alcanzado la quincena.
Allí estaba su hermano mayor, desangrándose por un navajazo de los tarántulas. Él lloraba arrodillado viendo cómo la vida de su hermano se le escapaba pegajosa, rojiza, entre los dedos que intentaban tapar sin conseguirlo aquella herida producto de una emboscada. Respiraba con mucha dificultad. Cada inhalación se distanciaba más de la otra; cada exhalación era menos profunda. En un último esfuerzo, le pidió a su hermano pequeño, que escuchaba tras una cortina de lágrimas de dolor y odio, que cuidara de los viejos. Ahora era todo cuanto les quedaba. Le hizo prometer, con visible esfuerzo, que no haría como él, que realmente cuidaría de sus padres. Las palabras “te lo prometo” alcanzaron unos ojos velados y unos oídos sordos por la muerte.
Pero las palabras pronunciadas con dolor no podían apagar otra escrita con el fuego del odio en su corazón: venganza. Y una promesa hecha a un muerto no salvaría a los causantes de su muerte. Sí, cuidaría de los viejos, pero antes debía cobrar una deuda.
Dos semanas más tarde, tenía ante sus ojos a quien asestó la mortal puñalada. Temblaba por el miedo y por los golpes, sujeto por ambos brazos, derrumbado de rodillas, por los componentes de la banda de su hermano asesinado. Su cara llena de magulladuras y moretones no le ablandó. Le sujetó por el mentón y le levantó la cabeza hasta enfrentar sus ojos. Los suyos, ahítos de rabia, los del otro, cargados de dolor. Lo estudió detenidamente durante breves segundos. Le escupió a la cara y sin pestañear le rajó la garganta. Así fue como a los catorce años y poco mató sin compasión a una persona que para él ya no era persona; era uno de los cerdos que acorralaron y mataron a su hermano. Y la sensación le agradó.
Aquella muerte no logró calmar su rabia, pero lo inició como el miembro más joven de los dragones y así lo acreditaba el tatuaje que llevaba en su pecho a la altura de su corazón, ganado con la sangre de una tarántula.
Había acabado con el verdugo, pero no con los compinches que lo acorralaron y lo apalearon para ponérselo en bandeja; igual que habían hecho ellos posteriormente con el mismo verdugo. Quedaban los demás y no descansaría hasta verlos a todos muertos. Así fue cómo empezó su cruzada personal. Para cuando cumplió los quince ya llevaba doce cicatrices, dos de ellas en la cara, y había provocado treintenas a sus enemigos. Era el que con más arrojo se lanzaba a la batalla, el que más enemigos reducía con sus golpes, el que más sangre rival esparcía. Con tanto coraje luchaba que pronto sus propios compañeros de batallas lo elogiaron. Hasta tal punto se convirtió en punta de lanza, siendo el que siempre corría primero contra los otros, que dejaron de llamarlo por su nombre y lo rebautizaron como Dragón. Aun siendo el menor de todos ellos, esperaban hasta que él lanzaba, con su voz inmadura de niño prematuramente crecido, el grito de guerra: “¡Dragones, muerte a los tarántulas!”.
Se ganó una merecida reputación con sudor y sangre, suyos y ajenos. Y tras sobrevivir, peleando ferozmente con músculos precozmente forjados de acero, a varias emboscadas de sus enemigos, comenzaron a rehuirle. Sin pretenderlo, todos hablaban de él. Muchas chicas lo miraban con la adoración que se le brinda al héroe victorioso y se le entregaban gratuitamente. Otras lo odiaban: eran las hermanas y novias de aquellos tarántulas caídos, tullidos y minusválidos que había ido dejando en su carrera a un éxito construido sobre una montaña de sufrimiento ajeno.
Era un luchador, un guerrero. Era alguien. Alguien admirado y temido.
Pero sus padres no lo querían así. Aquellos a los que había prometido, ante la muerte, proteger y cuidar, lo rechazaban abiertamente. Y los odiaba por ello. Y se odiaba a sí mismo por odiarlos. Porque antaño, no hacía tanto tiempo, los había querido y amado, cuando se mantenía al margen de aquellas guerras, sin sentido ni motivo decía su padre, que se desarrollaban abajo en las calles de su empobrecido barrio. Sin embargo, ahora, tras lo que le parecían siglos, él participaba de aquellas incongruentes luchas; y ante los ojos de niño educados por su padre, no dejaba de verse como un hombre fracasado forzando su propia muerte. Los rehuía porque le recordaban una promesa por la que no estaba dispuesto a renunciar a un universo de violencia que lo habían convertido en un ídolo.
Pocas veces volvía ya a su casa, huyendo de la insostenible mirada de sus padres. Dormía fugazmente en la cama de alguna niña que se le entregaba con veneración o en la calle, como un perro, siempre alerta a un posible ataque. Cuando regresaba, una vez cada diez o quince días a lo sumo, lo hacía porque ya no soportaba tanta adrenalina, tensión y sobresalto en sus momentos de descanso a la intemperie, y se entregaba a dormir descargando la vigilia sobre los hombros de sus padres. Allí podía recuperarse de esas horas de insomnio forzado, sabiéndose a salvo ante la triste mirada de sus progenitores. Regresaba cuando estaban dormidos, de madrugada, y dormía todo el día hasta la noche siguiente, momento en el que comprobando que volvían a dormir, abandonaba su cuarto y se adentraba nuevamente en sus territorios.
La noche en que todo comenzó a cambiar empezó esquivando el vengativo cuchillo que una falsa adoradora entregada lanzó contra su pecho cuando lo recogió en su cama. Era el arma lanzado por una chiquilla, no mucho mayor que él, novia de algún tarántula que había caído bajo su propia navaja. Cuchillo que no le costó arrebatar con un rápido golpe fruto del hábito. Luego la humilló poseyéndola ferozmente en su lecho, arrebatándole a la fuerza su virginidad. Aquello le dejó mal sabor de boca, por lo que a media noche salió a cazar ratas, encontrando a dos que machacó a golpes hasta la inconsciencia, hasta calmar su amarga conciencia.
Cansado, decidió aliviarse en la tranquilidad de su dormitorio. Cuando llegó encontró a sus padres aún levantados. Estaban sentados juntos en la mesa de la cocina. Su padre, sin camisa, tenía un vendaje casero alrededor del torso, con una ligera mancha rojiza en el lado izquierdo, que su madre terminaba de ajustar. Preguntó. Su padre había evitado que un pobre e infeliz borracho fuera apaleado y robado por unos dragones. A cambio, los amigos de su hijo le habían rajado un costado. Su madre lloraba porque si no podía trabajar por aquel corte, le despedirían y los echarían de su casa, sin dinero para vivir. Resultaba que aquel infeliz, que le había costado un navajazo a su padre, un disgusto a su madre y que ahora dormía su borrachera en la cama de su desaparecido hermano, llevaba en la cartera mucho más dinero del que el honrado sueldo de trabajador en la fábrica de su padre les permitiría reunir durante todo un año. Su padre lo había traído a su casa, desconociendo la cantidad de dinero que portaba consigo, porque desangrándose no podría llevarlo a un hospital. Les dijo que se quedaran con el dinero, que vivirían holgadamente durante mucho tiempo mientras su padre se recuperaba; en cuanto al borracho, lo bajaría ahora mismo a la calle, para que la durmiera en el asfalto; dudando que a la mañana siguiente se acordara siquiera de cómo había ido a para allí, ni de que había estado bajo su techo. Su padre le gritó que él no había criado a una rata insensible, que no era mejor que los tarántulas a los que tanto odiaba y que de seguir pensando así era mejor que abandonara su techo donde siempre había recibido y vivido gente honrada y trabajadora que no habían hecho jamás mal a nadie. Sin mediar más palabras, dio media vuelta y se marchó por donde había entrado.
Pasó más de un mes antes de que volviera a refugiarse nuevamente bajo el techo familiar. Esta vez porque sus hazañas estaban comenzando a molestar al cuerpo de policía, que normalmente no prestaba mucha atención ni ayuda a los habitantes de aquella zona, pero que en su búsqueda de nuevos territorios por conquistar estaba alcanzando a otros barrios, enfrentándose a bandas diferentes y sembrando algo de su reino de terror en otros lugares, de gentes socialmente diferentes a las de su localidad.
Sin embargo, aquella mañana, su padre no respetó su sueño de vampiro y lo despertó. Apunto estuvo de costarle la vida el sobresalto que le causó ser arrancado de su tranquilo sueño, encontrándose soñando con la tranquilidad de su cama cuando aún era inconsciente del mundo al que se había lanzado para saciar su sed de venganza. Le preguntó a su padre por qué no estaba trabajando esa mañana como todas las otras mañanas que él recordaba. Pero luego se fijó en que ocultaba la mano dentro del bolsillo de su raída chaqueta y le preguntó el motivo. “El dolor”, contestó sosegadamente, y le mostró una mano de dedos crispados, hasta el punto que clavaban las uñas en la palma. “¿Qué pasa, viejo?”. “Simple. Me estoy muriendo, hijo”. Esta última afirmación lo cogió desprevenido, por sorpresa, y fue incapaz de articular respuesta alguna.
Ante el silencio, el padre comenzó a contarle su historia. El hombre al que había salvado la vida aquella noche, resultó ser una persona importante, propietario de una empresa, que se perdió, habiendo bebido más de la cuenta, por las calles del barrio y cuyo coche se averió cerca de donde lo atacaron. Como agradecimiento le ofreció pagarle los gastos médicos y compensarle con una retribución económica. Era un buen hombre, padre de familia como él mismo había sido una vez. Su padre aceptó el médico pero por otro motivo. Hacía ya tiempo que sentía bruscos y repentinos mareos que le sobrevenían a cualquier momento. Aprovechando la ocasión consultó a un especialista que de otra forma no habría podido pagar. Lo que sospechaba se ratificó: algo se le había jodido en la azotea; cáncer, un tumor se lo estaba comiendo vivo por dentro. Entonces aquel hombre se ofreció a dejarle una suma a su mujer para cuando él muriese. Pero él prefirió pedirle otro favor. Le habló de un hijo descarriado al que siempre había querido; le confesó su creencia de que tarde o temprano volvería al buen camino y que si lo colocaba en algún puesto de su empresa, podría ayudar a su madre hasta el final de los días de ésta. El hombre aceptó y lo esperaba para cuando quisiera incorporarse. “Hijo, debes cuidar de tu madre”, concluyó.
Esas últimas palabras de su padre despertaron el eco de otras que había oído en labios de su moribundo hermano y que él, por odio y sed vengativa de sangre, había relegado al olvido. Había renunciado a pensar que sus padres pudieran necesitar de su ayuda y, ahora, la voz fantasmal de su hermano le reventaba los tímpanos mientras sus ojos le mostraban con desmedida crudeza la realidad de un padre moribundo. “Cuida de los viejos”, se repitió para sí en voz baja y se odió por todo cuanto había hecho para no cumplir su promesa; por lo egoísta que había sido. Había matado y maltratado por sí mismo y por su hermano muerto, pero nunca había hecho nada por sus propios padres y, contemplando los ojos sin esperanza de su padre, volvió a ver los de su hermano muriéndose y rompió a llorar. Pero esta vez ya no eran lágrimas de amargo odio, eran las lágrimas de un niño que llora de tristeza y que se abraza a su padre buscando un consuelo que no encontró nunca en la venganza.
A los pocos días se presentó en la oficina y al lunes siguiente comenzó a trabajar de mozo en uno de los almacenes.
En dos meses su padre murió y su madre lo siguió tres años después. Pero él ya había cambiado. Desterró al admirado y temido Dragón y se entregó a su nueva vida cargada de monotonía. Exudaba soledad por los poros y continuó siempre solo, sin desear ni soportar a nadie a su lado. Iba de casa al trabajo y de éste de regreso a casa para dormir hasta el día siguiente. Huraño y poco hablador con los compañeros del trabajo y con cualquier persona que intentara introducirse en su vida.
Tras la muerte de su madre, con todo su escaso sueldo para sí mismo, decidió mudarse a otra vivienda, en otro lugar lejos de aquel barrio lleno de dolor, odio y rencor. Si no hubiera dejado aquella vida, reflexionó, era cuestión de tiempo que hubieran acabado con él.
Durante casi cuarenta años, realizó su trabajo impecablemente. Le ofrecieron el puesto de jefe de almacén en varias ocasiones y él lo rechazó siempre porque no quería volver a sentirse importante. Tan sólo quería seguir adelante, sin más. En otras ocasiones, las caídas del mercado obligaban a realizar recortes de personal, pero a él nunca se le despidió. Sus compañeros de trabajo lo odiaban por su independencia y porque estaba protegido por el mandamás. Sus jefes lo odiaban porque no podían, en su caso, tomar decisiones sin verse humillados por contraórdenes del mandamás. Nadie lo quería por su condición de protegido; todos lo odiaban porque ellos eran vulnerables, mientras que a él nunca se le podría echar. Ni tan siquiera les dejaba el placer de ser ellos quienes le dieran la espalda; él había pasado de ellos desde el principio.
Hasta aquel día en que recibió la noticia de que el dueño había fallecido junto con el requerimiento de presentarse en las oficinas centrales al siguiente lunes. Así lo hizo, llevaba su mejor traje, chaqueta y zapatos. Tan sólo los había usado una vez antes, en el entierro de su madre. La gabardina también estaba poco usada. Acudió, nervioso, para que le explicaran “que la nueva directiva había decidido cambiar varias cosas en su afán por romper con viejas concepciones y políticas desfasadas, defendidas fervientemente por el anterior presidente y dueño, que estancaban a la empresa dentro de un mercado cada vez más competitivo y daban una imagen de debilidad ante los accionistas frente a la competencia. Que para lograr sus nuevas metas y abordar el nuevo rumbo fijado, habían decidido colocar a personal altamente cualificado y eficiente en cada uno de los puestos de la renovada empresa, desde el más importante hasta el más insignificante. Que si era tan amable de pasar por contabilidad –planta quinta–, podría recoger el sueldo hasta la fecha y su finiquito y que, atendiendo a la consideración especial que le había dirigido el anterior presidente y dueño de la empresa le darían una considerable gratificación”. Sin más lo despidieron.
Con la considerable gratificación cargada en sus bolsillos abandonó el edificio, sede central de la empresa para la que había estado trabajando durante cuarenta años, adentrándose en la fría mañana de invierno.
Poco a poco fue regresando al presente. Un presente que le mostraba a escasos metros tres niños insolentes que lo miraban burlescamente y se mofaban de él. Uno de ellos hizo el gesto de sacarse un moco y de lanzárselo, lo que despertó al instante carcajadas en los otros dos. Se reían de todos sin importarles nada.
Y el dragón que creía muerto ya, y que simplemente estaba dormido, comenzó a despertar. La sangre comenzó a hervirle, sus músculos empezaron a tensarse y su cabeza se inclinó ligeramente hacia delante, para contemplarlos con la mirada de un cazador; de un león dispuesto a saltar sobre ellos. Se levantó lentamente. Tenía la mano derecha sobre el pecho bajo la camisa semiabierta, posada sobre el deslucido y desgastado tatuaje de un dragón. Lo embargó el placentero recuerdo de la victoria y del miedo y la admiración que causaba.
Aquellos que tenía allí no eran diferentes a los tarántulas que tantas veces pateó. Eran escoria. Y no era imposible que fueran también tarántulas con otros hábitos. Debían morir para que él recuperase su propia estima. Y lo iba a realizar con sus manos desnudas, como hiciera antes con otras cucarachas.
El ruido del metro quedó escondido bajo un ensordecedor alarido que sobresaltó a todos.
– Teniente, los chicos mantienen su versión de que el viejo los atacó enloquecido. Que ellos tan sólo se estaban riendo de él por haberse vomitado encima; pero que en ningún momento lo provocaron –. El policía revisaba unas notas–. Sin embargo, la vieja, la señora... como se llame... dice que era un valiente; que esos niñatos estaban molestando a todos y que él fue el único hombre con cojones -literalmente lo dijo así- para enfrentarse a ellos.
– ¿Qué dicen los otros?
– ¿La pareja? Parecen ratificar lo que cuentan los críos. Dicen que el hombre se levantó y se abalanzó sobre ellos gritando algo así como “dragón”. Aunque desconocen si hubo provocación, porque miraban hacia otra parte.
– ¿Dragón? Qué raro. ¿Se sabe algo de la identidad de ese hombre? ¿Podría ser un demente escapado del psiquiátrico?
– Negativo a lo primero. Iba indocumentado, pero sinceramente creo que le robaron, porque la camisa y el pantalón no parecen los de un vagabundo normal; y tampoco creo que un demente escapado vistiera así. De todas formas lo encontramos inconsciente y está de camino al hospital. Los de la ambulancia dijeron que tiene un derrame en el ojo izquierdo y que no descartan una posible hemorragia encefo... ¡Como coño se diga! Bueno, si logra despertar ya nos lo contará él mismo.
El detective chupó profundamente el cigarro y mantuvo, pensativo, el humo durante un largo período para exhalarlo por las fosas nasales al terminar. Tras un minuto, el policía impaciente preguntó:
– ¿Qué hacemos con los testigos? ¿Y con los chicos?
– Nada. Deje irse a esas personas a sus casas, pero antes tome sus datos. En cuanto a los chicos... Creo que algo de culpa tienen en todo este drama. Vamos a darles una pequeña lección. Llévelos a comisaría y déjelos esta noche entre rejas. Mañana ya se encargarán sus padres de darles unas cuantas tollinas. Ande, vayámonos. Ya no hay nada más que ver aquí.
Poco a poco los sentidos le fueron comunicando dónde se encontraba. Estaba sujeto sobre una mesa o, como posteriormente descubrió, una camilla. El techo, blanco, estaba a muy corta distancia. Sentía movimientos bruscos a izquierda y derecha; así como acelerones y frenadas. Escuchaba una sirena a una distancia fija, muy próxima a él; ni se alejaba ni se acercaba. Sin lugar a dudas se encontraba en el interior de una ambulancia que lo transportaba a él. Le dolía mucho la cabeza y no podía abrir el ojo izquierdo; pero con el derecho hizo un barrido moviendo ligeramente la cabeza; única parte de su cuerpo que no estaba inmovilizada por agarres. Encontró a un hombre vestido con un uniforme de camisa azul celeste y pantalones negros que manipulaba unos tubitos que tenía conectados al antebrazo. No había lugar a dudas, estaba en el interior de una ambulancia que lo llevaba a alguna parte.
¿Pero cómo había ido a parar allí? Intentó recordar los últimos acontecimientos. Lentamente fueron apareciendo imágenes y se vio a sí mismo lanzándose hacia unos chiquillos. Cómo uno de estos, el más cercano, lo esquivaba y le daba un golpe en la espalda y, como resultado de un tropiezo, era lanzado contra una ventana que se rompía. Entonces todo era negrura hasta que había despertado hacía unos minutos dentro de la ambulancia.
Una sensación de vacío infinito se apoderó de él. Se sentía nada; como si fuera un viejo que ya no importaba a nadie. Tampoco tenía a nadie a quien pudiera importarle. Y comenzó a llorar. Era nadie que se desplazaba en una ambulancia hacia lo desconocido; nadie para el que ya no había un hueco en este Mundo. Era un ser inútil sin futuro que se arrastraría como una sombra de lo que antaño fue; hasta que la muerte simplemente formalizara el trámite.
El Dragón había muerto.
Las Palmas de Gran Canaria
3/febrero - 26/abril/1998
------- 8< --------------------------------------------
lunes, 27 de octubre de 2008
Tardes de sofá: Terry Pratchett en la caja tonta
¿Qué tal el fin de semana? ¿Escaqueándote de limpiar el cemento después de la obra de reforma? ¿Ignorando los comentarios relativos a pintar de nuevo porque las paredes están echas un asco? ¿Pasando, en general, de lo que son tus obligaciones domésticas y para con tu pareja? Bueno, si es así, eres un mal tipo. Pero como sea que mi finalidad es conseguir un puesto de rango alto en el infierno tentando a los débiles de espíritu, hoy seguimos debilitando la de ya por sí raquitica fuerza de voluntad que te queda.
Para que vayas preparando las excusas del próximo fin de semana, que se avecina complicado en cuanto a elasticidad de la tolerancia que muestra tu pareja sobre tu ataque crónico de vago, te recomendaría que meditases la opción de hacerte con tu copia legal, por alguna de las vías que aún se contemplan en la ley para conseguir una copia de uso privado sin ánimo de lucro, de la mini serie de dos capítulos 'El color de la magia', adaptación para la pequeña -en mi caso ya no tan pequeña- pantalla de los dos primeros libros de la serie 'Mundodisco' del prolífico Terry Pratchett. Libros que te recomendaba hace unas semanas, por cierto.
Gracias al abaratamiento del precio de los efectos especiales por ordenador, ya no hay producción para la televisión que se precie que no los use, lo que permite, a veces para nuestra desgracia, la producción masiva de productos cutres y salchicheros. La mini serie de la que hablo hoy, sin ser un referente de los efectos digitales, tampoco se puede decir que sean tan rematadamente malos que te hagan desear arrancarte los ojos de las órbitas. No pasa lo mismo con los subtítulos en español que puedes conseguir, claro, porque de momento la serie tan solo la he encontrado en su versión original. Hubo momentos que sentí que me sangraban. ¿Pero de qué me voy a quejar yo, que soy de ciencias y no de letras?
Como es lógico (porque dicen por ahí que debe serlo), en las adaptaciones de libros se deben sacrificar momentos y/o personajes, llegando a reestructuras, en ciertos casos, el flujo de acontecimientos. Esta no va a ser una excepción, y se han comido algunos buenos momentos de los dos libros, aunque han respetado la esencia de la historia. Lástima que se hayan comido muchos de los momentos geniales del 'equipaje'. Esto y otras cosas por el estilo, según yo lo veo, para disfrutar esta adaptación -o resumen- en particular debieras haber leído los libros -hay demasiados elementos que solo los entiendes si lo has hecho- y, como seguramente los habrás leído (con tal de no hacer nada en casa eres capaz de hacerme caso), echarás en falta muchas cosas al tiempo que 'los buenos momentos' ya te los conocerás, por lo que no pasará de ser una adaptación simpática de lo que ya conoces. Salvo que haga mucho tiempo que los has leído, por lo que te puede servir de refresco y volver a disfrutar plenamente de la historia.
En cualquier caso ahí está, al alcance de unos pocos clics de ratón, y sumergida hasta el gaznate en el pútrido fango del universo de las mafias p2p, tu copia legal -que no legítima- de este producto que conseguirá, al menos, hacerte pasar un rato entretenido (nada menos que tres horas). ¿Necesitas otra excusa para seguir acumulando calzoncillos -o bragas- sucios en el rincón de tu habitación un fin de semana más? ¡Celebra que es el primer fin de semana de noviembre! Ya pondrás la lavadora el siguiente, muchacho/a, que no le van a salir patas y huir en busca de un propietario que le de mejor uso... salvo que esté hecha de peral sabio, claro, como 'el equipaje' de Dosflores. Que la disfrutes.
Para que vayas preparando las excusas del próximo fin de semana, que se avecina complicado en cuanto a elasticidad de la tolerancia que muestra tu pareja sobre tu ataque crónico de vago, te recomendaría que meditases la opción de hacerte con tu copia legal, por alguna de las vías que aún se contemplan en la ley para conseguir una copia de uso privado sin ánimo de lucro, de la mini serie de dos capítulos 'El color de la magia', adaptación para la pequeña -en mi caso ya no tan pequeña- pantalla de los dos primeros libros de la serie 'Mundodisco' del prolífico Terry Pratchett. Libros que te recomendaba hace unas semanas, por cierto.
Gracias al abaratamiento del precio de los efectos especiales por ordenador, ya no hay producción para la televisión que se precie que no los use, lo que permite, a veces para nuestra desgracia, la producción masiva de productos cutres y salchicheros. La mini serie de la que hablo hoy, sin ser un referente de los efectos digitales, tampoco se puede decir que sean tan rematadamente malos que te hagan desear arrancarte los ojos de las órbitas. No pasa lo mismo con los subtítulos en español que puedes conseguir, claro, porque de momento la serie tan solo la he encontrado en su versión original. Hubo momentos que sentí que me sangraban. ¿Pero de qué me voy a quejar yo, que soy de ciencias y no de letras?
Como es lógico (porque dicen por ahí que debe serlo), en las adaptaciones de libros se deben sacrificar momentos y/o personajes, llegando a reestructuras, en ciertos casos, el flujo de acontecimientos. Esta no va a ser una excepción, y se han comido algunos buenos momentos de los dos libros, aunque han respetado la esencia de la historia. Lástima que se hayan comido muchos de los momentos geniales del 'equipaje'. Esto y otras cosas por el estilo, según yo lo veo, para disfrutar esta adaptación -o resumen- en particular debieras haber leído los libros -hay demasiados elementos que solo los entiendes si lo has hecho- y, como seguramente los habrás leído (con tal de no hacer nada en casa eres capaz de hacerme caso), echarás en falta muchas cosas al tiempo que 'los buenos momentos' ya te los conocerás, por lo que no pasará de ser una adaptación simpática de lo que ya conoces. Salvo que haga mucho tiempo que los has leído, por lo que te puede servir de refresco y volver a disfrutar plenamente de la historia.
En cualquier caso ahí está, al alcance de unos pocos clics de ratón, y sumergida hasta el gaznate en el pútrido fango del universo de las mafias p2p, tu copia legal -que no legítima- de este producto que conseguirá, al menos, hacerte pasar un rato entretenido (nada menos que tres horas). ¿Necesitas otra excusa para seguir acumulando calzoncillos -o bragas- sucios en el rincón de tu habitación un fin de semana más? ¡Celebra que es el primer fin de semana de noviembre! Ya pondrás la lavadora el siguiente, muchacho/a, que no le van a salir patas y huir en busca de un propietario que le de mejor uso... salvo que esté hecha de peral sabio, claro, como 'el equipaje' de Dosflores. Que la disfrutes.
viernes, 24 de octubre de 2008
Tardes de sofá: John Doe, tal vez sí, tal vez no
La serie de televisión John Doe cayó en mis manos hace bastante tiempo (¿un par de años, tal vez?) y me enganchó desde el primer capítulo. Hoy te invito a que te plantees seriamente, de cara a un fin de semana más, a olvidarte de pasar la mopa por tu casa y dedicarte al hedonismo más puro y absoluto. Tus arterias te odiarán un poco más por cargar con tanta obstrucción por grasas saturadas.
Con unos años ya de antigüedad, y una única temporada producida y emitida, como todas las series, tiene altibajos más o menos pronunciados, ofreciendo capítulos interesantísimos junto con algunos que preferirías olvidar haber visto.
Con un personaje que lo sabe todo de todo (al menos lo cognoscible), pero que de fumar tanta maría ha dejado de ver las cosas en colores y ha olvidado hasta las juergas con los colegas en el bar, la serie discurre entre el existencialismo patatero y la investigación de casos de homicidio, mayoritariamente, sin demasiada conexión aparente entre ellos. Todo ello dibujando de fondo conspiraciones y contra-conspiraciones de perversos grupos de interés (seguramente patrocinados por banqueros) que no terminas de entender muy bien para qué están y que te podrían hacer pensar que es mejor dedicar tu tiempo a otra cosa. Pero la combinación consigue su finalidad: entretener. Que es de lo que se trata siempre. ¿O no?
En cuanto a los actores, pues como siempre. Los hay que consiguen hacer creíble sus papeles y otros que te hacen llorar, como cuando pelas cebolla, de lo malos que son. Estos últimos suelen morir en cualquier momento de la serie. Preferiblemente enterrados vivos. Lástima que sea una ficción, que se merecen eso y más por ser tan malos.
Una lástima que no llegasen a cerrar la historia y se cancelase después de emitir la primera temporada. En Internet podrás encontrar, sin embargo, la explicación para los superpoderes del daltónico héroe protagonista. Otra cosa es que quieras creértelo.
En fin, que si te van las historias policiacas, en este caso aderezadas con un enterao de los cojones, y con una trama de fondo tipo expedediente X existencialista ('¿de dónde venimos?', '¿a dónde vamos?', '¿por qué no puedo dejar de ver porno?', '¿por qué envidias al amigo por la novia tan buena que tiene?', y cosas semejantes), y le das un poco de cancha a los momentos 'culebrón' que nos meten en todas las series, entonces ésta será una serie que te hará pasar un buen rato. Al menos conseguirás olvidarte de lo mal que lo vas a pasar cuando no puedas pagar la hipoteca.
Con unos años ya de antigüedad, y una única temporada producida y emitida, como todas las series, tiene altibajos más o menos pronunciados, ofreciendo capítulos interesantísimos junto con algunos que preferirías olvidar haber visto.
Con un personaje que lo sabe todo de todo (al menos lo cognoscible), pero que de fumar tanta maría ha dejado de ver las cosas en colores y ha olvidado hasta las juergas con los colegas en el bar, la serie discurre entre el existencialismo patatero y la investigación de casos de homicidio, mayoritariamente, sin demasiada conexión aparente entre ellos. Todo ello dibujando de fondo conspiraciones y contra-conspiraciones de perversos grupos de interés (seguramente patrocinados por banqueros) que no terminas de entender muy bien para qué están y que te podrían hacer pensar que es mejor dedicar tu tiempo a otra cosa. Pero la combinación consigue su finalidad: entretener. Que es de lo que se trata siempre. ¿O no?
En cuanto a los actores, pues como siempre. Los hay que consiguen hacer creíble sus papeles y otros que te hacen llorar, como cuando pelas cebolla, de lo malos que son. Estos últimos suelen morir en cualquier momento de la serie. Preferiblemente enterrados vivos. Lástima que sea una ficción, que se merecen eso y más por ser tan malos.
Una lástima que no llegasen a cerrar la historia y se cancelase después de emitir la primera temporada. En Internet podrás encontrar, sin embargo, la explicación para los superpoderes del daltónico héroe protagonista. Otra cosa es que quieras creértelo.
En fin, que si te van las historias policiacas, en este caso aderezadas con un enterao de los cojones, y con una trama de fondo tipo expedediente X existencialista ('¿de dónde venimos?', '¿a dónde vamos?', '¿por qué no puedo dejar de ver porno?', '¿por qué envidias al amigo por la novia tan buena que tiene?', y cosas semejantes), y le das un poco de cancha a los momentos 'culebrón' que nos meten en todas las series, entonces ésta será una serie que te hará pasar un buen rato. Al menos conseguirás olvidarte de lo mal que lo vas a pasar cuando no puedas pagar la hipoteca.
jueves, 23 de octubre de 2008
Un documental que sí deberías ver: 'Secretos del universo', por Stephen Hawking
Si hace dos semanas recomendaba todo un clásico de la divulgación científica como es la serie 'Cosmos', hoy toca recomendarte otra que te hará, una vez más, mejor ser humano (entiendo que ya has adquirido la condición de humano porque me habrás hecho caso y la habrás visto). Se trata de la magistral y estupenda serie documental de casi seis horas de duración que protagonizó Stephen Hawking y que lleva el nombre de 'Los secretos del universo' o comunmente conocida como 'El universo de/según Stephen Hawking'. ¿Cómo no?
La serie documental es de las que, si eres una persona de bien y se interesa por estas cosas, sabrá disfrutar y querrá repetir en un futuro no demasiado lejano. Siempre se aprenden cosas nuevas. Te lo digo yo y te debería bastar. Lo que sí que no va a suceder es que se te pegue algo -al menos algo bueno- del genio Hawking por el simple hecho de verlo. Tal vez podemos encargar una silla de ruedas similiar a ver qué tal te sienta, pero me parece que lo tu 'limitación' es intelectual y no motriz.
Recalco lo que comentaba al principio del párrafo anterior: 'si eres una persona de bien'. Estoy absolutamente convencido que solo las verdaderas personas de bien, las que llevan el cambio a mejor en sus mentes, se interesan por estas cosas. El resto no es más que una masa poseída y controlada por el gen egoísta y que no dejará una huella profunda en el devenir del Tiempo. Eres y serás carne de gusano. Asúmelo.
El trabajo de Hawking debería ser, junto con el de Sagan, de obligado estudio en las escuelas y promovido por los padres. Propondría que a aquellos padres que no obligasen a sus hijos a ver la serie documental sean apaleados en plaza la plaza mayor para escarnio público.
Sobre el documental, que ya tiene más de una década, poco puedo decir que no vayas a descubrir tú solito viéndolo. Si es que el nombre ya no te es suficiente para hacerte una idea, claro. Te aviso: No busques extraterrestres, que esto va de cosas más interesantes. Si lo que te van son los 'hombrecitos verdes' espera a los próximos carnavales o dedícate a Íker Jiménez.
Como tengo la absoluta certeza que no vas a hacer el menor esfuerzo económico para comprate la serie (y conste que yo soy uno de los afortunados poseedores), y más interesado en que aprendas cosas importantes sobre el universo que te rodea antes que defender a las mafi... a los grupos que protegen los derechos de autor y atacan, con su dudoso deseo nada lucrativo, a las verdaderas mafias que promueven el intercambio lícito y verdaderamente sin ánimo de lucro usando las redes P2P, te paso tres enlaces que puso un chaval de generoso corazón para que te tragues las seis horas en tres partes (y a poder sin respirar): parte 1, parte 2 y parte 3. Ahí te quedas. Si sobrevives al esfuerzo intelectual hablamos.
La serie documental es de las que, si eres una persona de bien y se interesa por estas cosas, sabrá disfrutar y querrá repetir en un futuro no demasiado lejano. Siempre se aprenden cosas nuevas. Te lo digo yo y te debería bastar. Lo que sí que no va a suceder es que se te pegue algo -al menos algo bueno- del genio Hawking por el simple hecho de verlo. Tal vez podemos encargar una silla de ruedas similiar a ver qué tal te sienta, pero me parece que lo tu 'limitación' es intelectual y no motriz.
Recalco lo que comentaba al principio del párrafo anterior: 'si eres una persona de bien'. Estoy absolutamente convencido que solo las verdaderas personas de bien, las que llevan el cambio a mejor en sus mentes, se interesan por estas cosas. El resto no es más que una masa poseída y controlada por el gen egoísta y que no dejará una huella profunda en el devenir del Tiempo. Eres y serás carne de gusano. Asúmelo.
El trabajo de Hawking debería ser, junto con el de Sagan, de obligado estudio en las escuelas y promovido por los padres. Propondría que a aquellos padres que no obligasen a sus hijos a ver la serie documental sean apaleados en plaza la plaza mayor para escarnio público.
Sobre el documental, que ya tiene más de una década, poco puedo decir que no vayas a descubrir tú solito viéndolo. Si es que el nombre ya no te es suficiente para hacerte una idea, claro. Te aviso: No busques extraterrestres, que esto va de cosas más interesantes. Si lo que te van son los 'hombrecitos verdes' espera a los próximos carnavales o dedícate a Íker Jiménez.
Como tengo la absoluta certeza que no vas a hacer el menor esfuerzo económico para comprate la serie (y conste que yo soy uno de los afortunados poseedores), y más interesado en que aprendas cosas importantes sobre el universo que te rodea antes que defender a las mafi... a los grupos que protegen los derechos de autor y atacan, con su dudoso deseo nada lucrativo, a las verdaderas mafias que promueven el intercambio lícito y verdaderamente sin ánimo de lucro usando las redes P2P, te paso tres enlaces que puso un chaval de generoso corazón para que te tragues las seis horas en tres partes (y a poder sin respirar): parte 1, parte 2 y parte 3. Ahí te quedas. Si sobrevives al esfuerzo intelectual hablamos.
martes, 21 de octubre de 2008
No consigo concentrarme
Llevo unos cuantos días que me resulta imposible concentrarme en el trabajo. Creo que sufro de transtorno por déficit de atención y que he tardado demasiado tiempo en darme cuenta...
Tesoros perdidos reencontrados (XIV): Algunos diseños
Al poco de llegar el primer PC a casa, por el año 90, mi padre, deseoso de incorporar las nuevas tecnologías a su repertorio técnico, me obligó a conseguirle, contra viento y marea, e incluso jugándome el plato de lentejas si no lo traía pronto, un programa del que le habían hablado maravillas y que se llamaba -y llama- Corel Draw. Al final se llevó un pequeño chasco, porque aunque lo usaba con frecuencia, no era la herramienta que esperaba. El eterno problema de la gestión de expectativas. De las películas que nos montamos nosotros mismos, claro. La gestión de clientes es otra cosa.
Al final, el que le acabó cogiendo el gusto al Corel Draw fui yo. Aunque no le alcanzo la suela del zapato a mi padre en cuanto a capacidad pictórica y artística, siempre me ha llamado mucho la atención el diseño gráfico. Me gusta y, de no haber sido siempre tan dejado y abandonado (mi madre sugiere el término 'ganso' para decir lo mismo), le hubiese dedicado más tiempo a intentar aprender más sobre la materia. No le he dedicado mucho tiempo al asunto, pero sí que me gustaba 'hacer mis pinitos' con el programa de diseño. Al menos lo básico.
Sin tener puñetera idea de tipografías, de gamas cromáticas y Pantone, de equilibrios en composición, ni de las mil polladas elitistas que manejas los diseñadores de renombre, sí aprendí lo justo y necesario para resolver mis cosas con cierto toque artístico, si se le puede llamar de alguna forma a lo que me salía. Así no era extraño que me montase cada mes una hoja con el calendario para ir apuntando las cosas que tenía que entregar (y que no entregaba, claro).
O que de vez en cuando le echase una mano a un conocido preparándole un pequeño cartel en el que publicitar su actuación...
Incluso que hiciese algún diseño para papelería corporativa de una empresa. En particular el siguiente diseño es el que hice, a mediados del 98, cuando, aún trabajando como autónomo, estuve a punto de montar mi segunda 'gran' empresa con un compañero. Tan ambiciosos éramos que ya lo llamábamos 'grupo' desde el principio. En realidad no éramos más que dos muertos de hambre con pretensiones empresariales que seguíamos dependiendo de nuestros progenitores para tener el dinero suficiente con el que coger la guagua.
Hice otros diseños, la mayoría bastante malos (valga para confirmarlo la muestra que dejo), pero el tiempo y el descuido hacen que encontrarlos y recuperarlos resulte en una práctica cercana a la ciencia ficción. Tal vez cuando siga removiendo los cientos de megas que recopilé la última vez que estuve buscando entre los cd's viejos, vaya apareciendo algún otro dibujo que merezca la pena presentar.
Por cierto, como hace tanto tiempo de esto, las fuentes de texto que empleé originalmente ya no están disponibles en el nuevo ordenador, así que se han sustituido automáticamente por las que el programa consideró mejores candidatas. La verdad es que tampoco importa mucho.
Al final, el que le acabó cogiendo el gusto al Corel Draw fui yo. Aunque no le alcanzo la suela del zapato a mi padre en cuanto a capacidad pictórica y artística, siempre me ha llamado mucho la atención el diseño gráfico. Me gusta y, de no haber sido siempre tan dejado y abandonado (mi madre sugiere el término 'ganso' para decir lo mismo), le hubiese dedicado más tiempo a intentar aprender más sobre la materia. No le he dedicado mucho tiempo al asunto, pero sí que me gustaba 'hacer mis pinitos' con el programa de diseño. Al menos lo básico.
Sin tener puñetera idea de tipografías, de gamas cromáticas y Pantone, de equilibrios en composición, ni de las mil polladas elitistas que manejas los diseñadores de renombre, sí aprendí lo justo y necesario para resolver mis cosas con cierto toque artístico, si se le puede llamar de alguna forma a lo que me salía. Así no era extraño que me montase cada mes una hoja con el calendario para ir apuntando las cosas que tenía que entregar (y que no entregaba, claro).
O que de vez en cuando le echase una mano a un conocido preparándole un pequeño cartel en el que publicitar su actuación...
Incluso que hiciese algún diseño para papelería corporativa de una empresa. En particular el siguiente diseño es el que hice, a mediados del 98, cuando, aún trabajando como autónomo, estuve a punto de montar mi segunda 'gran' empresa con un compañero. Tan ambiciosos éramos que ya lo llamábamos 'grupo' desde el principio. En realidad no éramos más que dos muertos de hambre con pretensiones empresariales que seguíamos dependiendo de nuestros progenitores para tener el dinero suficiente con el que coger la guagua.
Hice otros diseños, la mayoría bastante malos (valga para confirmarlo la muestra que dejo), pero el tiempo y el descuido hacen que encontrarlos y recuperarlos resulte en una práctica cercana a la ciencia ficción. Tal vez cuando siga removiendo los cientos de megas que recopilé la última vez que estuve buscando entre los cd's viejos, vaya apareciendo algún otro dibujo que merezca la pena presentar.
Por cierto, como hace tanto tiempo de esto, las fuentes de texto que empleé originalmente ya no están disponibles en el nuevo ordenador, así que se han sustituido automáticamente por las que el programa consideró mejores candidatas. La verdad es que tampoco importa mucho.
lunes, 20 de octubre de 2008
Estoy pensando en cambiar de cámara
Estoy pensando en vender todo mi equipo fotográfico Nikon (D50, D200, 10-20, etc., etc.) y pillarme esta. Para el uso habitual que yo le doy a la cámara, sospecho que una 'prosumer' me dará iguales resultados. Y es más barata.
La peña se te sube a las barbas
Hay que ver cómo es la gente. Si no les pones límite se aprovechan de ti. No sirve el buen rollito y el suponerles que son responsables y honrados. En cuanto pueden te la meten doblada. Si les llamas la atención se mosquean.
Sólo entre semanas
Bueno, he decidido que publicaré una entrada al día en el blog 'oficial' sólo de lunes a viernes. Los fines de semana me resulta harto complicado dedicarle un rato (y no tengo ganas). Para esas pequeñas cosas, tengo éste.
El sábado estuve de bajón y he dedicado el fin de semana, en la medida de mis posibilidades, a sobar lo que pude. Hubiese querido dormir muchas más horas, pero no pudo ser. Alguna vez me planteo ir a algún centro de esos que te dejan durmiendo durante todo un mes hasta que recuperas tus ciclos normales y el equilibrio de serotonina en el cerebro.
En fin, que el tratamiento para este fin de semana ha sido meterme un atracón de series:
El sábado estuve de bajón y he dedicado el fin de semana, en la medida de mis posibilidades, a sobar lo que pude. Hubiese querido dormir muchas más horas, pero no pudo ser. Alguna vez me planteo ir a algún centro de esos que te dejan durmiendo durante todo un mes hasta que recuperas tus ciclos normales y el equilibrio de serotonina en el cerebro.
En fin, que el tratamiento para este fin de semana ha sido meterme un atracón de series:
- Varios capítulos de 'The big bang theory' (buenísima)
- Otro de la serie 'Chuck' (creo que la voy a dejar)
- El primero de 'Galáctica', el remake (me gusta y estoy esperando que se descargue el resto)
- Los cinco primeros de la segunda temporada de 'Las crónicas de Sarah Connors' (casi vomito con el dedicado a los sentimientos del ciborg, el resto entretenidos)
- Cuatro más de la segunda temporada de 'Torchwood' (cutre, pero me encanta por la candidez)
Y algo de lectura, también.
Otro fin de semana así y me corto las venas.
Otro juego que no debes comprar: Devil May Cry 4
Ya he comentado que los juegos de tipo mata-mata-mata, preferiblemente con espada, de acción en tercera persona, son los que más me relajan. Devil May Cry 4 es de ese tipo. Siendo la cuarta entrega de esta franquicia, es el primero que veo de la saga. Hasta tropezar con él no sabía ni que existía. Lo conocí jugando la demo en casa de un amigo, antes de yo tener la PS3 y me encantó. Tanto que, cuando al final decidí ser propietario de mi propia consola de última generación, fui al videoclub y lo alquilé.
Un fin de semana largo, con un puente, lo saqué por poco menos de 4€ y, ya puestos, lo acabé. En total creo que dediqué unas 11 o 12 horas, como mucho (ofreciendo un coste de hora de ocio de 0,36 €, lo que es bastante poco para como está el mercado y la situación económica).
El juego tiende a aburrir y ser repetitivo hasta la saciedad. Los monstruos de final de fase son relativamente sencillos de pasar, lo que siempre se agradece. Me toca mucho el escroto llegar al final de la fase y pasar dos horas intentando acabar con el malo malísimo de la muerte. Es desproporcionado. Tengo la absoluta certeza que la violencia de los juegos no es lo pernicioso para la mente infantil. Lo pernicioso es la frustración que genera en las pequeñas mentes el no poder progresar y acabar un juego. Es la frustración el origen de los peores actos bélicos y violentos. Los que organizan tanto ruido por la violencia de los juegos deberían organizar una plataforma exigiendo juegos que puedan ser completados por cualquiera, en lugar de hacerse tanta paja ideológica.
Ya estoy derivando...
El juego es uno de tantos en el que te lo pasarás pipa matando matando y matando a todo bicho que se te ponga por delante, y permitiendo con ello desahogar esas pulsiones de muerte que te poseen de lunes a viernes cuando conduces el coche camino del trabajo (si eres de los afortunados que tiene los fines de semana para descansar). Con una componente casi nula de plataforma (y lo que se podría calificar de puzzle en tres dimensiones), y como decía antes, se acaba convirtiendo en bastante aburrido. Vas mejorando destrezas a medida que matas y con esas nuevos combos vas aniquilando a enemigos cada vez más duros de pelar. Pero, como pasa con todos los juegos, al rato ya conoces la dinámica y queda disfrutar de los escenarios y los gráficos, que pese a que son buenos, tampoco quitan el sentío.
En fin, que te recomiendo que, si realmente lo deseas, esperes a que lo bajen bastante de precio. En caso contrario, si simplemente lo que quieres es pasar un rato, alquílalo y termínalo. Así en plan pañuelo de papel: usar y tirar. Ya que no puedes hacerlo con el sexo opuesto (o el que te atraiga), hazlo con los videojuegos.
Un fin de semana largo, con un puente, lo saqué por poco menos de 4€ y, ya puestos, lo acabé. En total creo que dediqué unas 11 o 12 horas, como mucho (ofreciendo un coste de hora de ocio de 0,36 €, lo que es bastante poco para como está el mercado y la situación económica).
El juego tiende a aburrir y ser repetitivo hasta la saciedad. Los monstruos de final de fase son relativamente sencillos de pasar, lo que siempre se agradece. Me toca mucho el escroto llegar al final de la fase y pasar dos horas intentando acabar con el malo malísimo de la muerte. Es desproporcionado. Tengo la absoluta certeza que la violencia de los juegos no es lo pernicioso para la mente infantil. Lo pernicioso es la frustración que genera en las pequeñas mentes el no poder progresar y acabar un juego. Es la frustración el origen de los peores actos bélicos y violentos. Los que organizan tanto ruido por la violencia de los juegos deberían organizar una plataforma exigiendo juegos que puedan ser completados por cualquiera, en lugar de hacerse tanta paja ideológica.
Ya estoy derivando...
El juego es uno de tantos en el que te lo pasarás pipa matando matando y matando a todo bicho que se te ponga por delante, y permitiendo con ello desahogar esas pulsiones de muerte que te poseen de lunes a viernes cuando conduces el coche camino del trabajo (si eres de los afortunados que tiene los fines de semana para descansar). Con una componente casi nula de plataforma (y lo que se podría calificar de puzzle en tres dimensiones), y como decía antes, se acaba convirtiendo en bastante aburrido. Vas mejorando destrezas a medida que matas y con esas nuevos combos vas aniquilando a enemigos cada vez más duros de pelar. Pero, como pasa con todos los juegos, al rato ya conoces la dinámica y queda disfrutar de los escenarios y los gráficos, que pese a que son buenos, tampoco quitan el sentío.
En fin, que te recomiendo que, si realmente lo deseas, esperes a que lo bajen bastante de precio. En caso contrario, si simplemente lo que quieres es pasar un rato, alquílalo y termínalo. Así en plan pañuelo de papel: usar y tirar. Ya que no puedes hacerlo con el sexo opuesto (o el que te atraiga), hazlo con los videojuegos.
viernes, 17 de octubre de 2008
¿Qué sientes?
Y ahora confiesa. ¿Te lo has pasado bien viendo a los pobres pollos de un lado para otro? Eres un cafre, que lo sepas.
¿Quién dijo que íbamos a pasar hambre con la crisis?
¡Con la cantidad de 'comida' que visita nuestras cocinas mientras dormimos!
Si eres una persona de gustos refinados y que eliges muy bien lo que comes, no veas el siguiente vídeo.
Te avisé.
Si eres una persona de gustos refinados y que eliges muy bien lo que comes, no veas el siguiente vídeo.
Te avisé.
Si dios levantara la cabeza
Menos mal que Nietzche asegura que 'dios está muerto', porque yo temblaría si se entera que siguen insistiendo en demandarlo. Las veces que en el pasado le hemos tocado mucho las barbas nos reventó con plagas, diluvios y vete a saber cuántas desgracias más de su cosecha. Igual hasta desvía un meteorito para acabar con el planeta de una vez por todas.
Si es que en el fondo somos unos desagradecidos...
Si es que en el fondo somos unos desagradecidos...
Más proyectos
Pues en dos días ya me han adelantado en qué invertiré las próximas semanas de mi existencia en esta empresa. Más gráficas y algo de encuestas. Me gusta y voy a estar bastante entretenido.
VMWare para mí, VMWare para ti, VMWare para él...
Hace una semana corrí el riesgo de poner mi cordura en tela de juicio al instalar VMWare en mi Mac. Sin embargo, más allá de 'perder dos dados de veinte de cordura' en el proceso, me está permitiendo retomar algunas cosas -proyectos personales básicamente- que tenía total y absolutamente aparcados. Al menos me permite retomarlos mientras, y aseguro que ese es mi firme propósito, voy rehabilitando mis hábitos -valga la redundancia- y costumbres a los entornos de trabajo de Mac. Mientras tanto, y aunque eso signifique retrasar esa meta, voy a seguir llevando a cabo prospecciones de conocimiento en algunos tópicos que me interesan. Por supuesto hablo de Programación, en mayúsculas.
Si ya sabes qué es esto de la virtualización y lo has experimentado en primera persona, entonces no hay mucho que contarte al respecto y tal vez te pueda interesas (o no) mi experiencia. Si no sabes qué es, entonces tampoco es esta tu entrada, porque no te lo voy a explicar. Hay documentación de sobra en Internet que te lo explicará mejor de lo que pueda hacerlo yo. Yo voy a hablar de mi experiencia y de lo que infiero de ella. Si es que infiero algo, claro.
Como tengo un monitor de 24", y apoyado en Spaces, puedo dejar VMWare en una ventana conteniendo (en el amplio sentido de la palabra) el Windows XP. Gracias a los 1900 puntos de ancho aún tengo espacio para muchas cosas dentro del propio Windows. Y gracias a spaces puedo tener un escritorio virtual solito para él. Incluso asignar que automáticamente vaya a ese espacio cuando arranque VMWare. Nada nuevo para los que hemos trabajado con escritorios Linux.
Algo que me ha llamado la atención positivamente es que en el Core 2 Duo de 3,06 GHz que tiene el iMac, aún con la máquina virtual en marcha y realizando algunas cosillas 'normales', el uso de CPU no pasa de un 15%, quedando por debajo en muchos casos. Y estoy contando en ese tanto por cierto de ocupación también el resto de aplicaciones Mac que tuviera abiertas y desperdigadas por los diferentes escritorios. Pero no es oro todo lo que reluce y el arranque del sistema operativo Windows dentro de la máquina virtual es un proceso que casi congela el resto de tareas que tenga en Leopard. Al menos durante veinte o treinta segundos. Y eso sin contar que alguna vez VMWare me ha dado un poquito por saco, dejando algunas aplicaciones con funcionamiento 'rarito' tras hacer algo especialmente pesado. La más curiosa fue con el Firefox, versión Mac, que tras entrar y salir del Unify de VMWare repintaba las páginas como le salía del pepino. Hasta que no forcé la salida de la aplicación no hubo forma de conseguir que las pestañas cuadrasen.
Debo decir que es una soberana tontería ponerse a trabajar 'en serio' con VMWare y Windows con solo 2 GB de memoria RAM, que es lo que trae mi iMac de serie. Estoy esperando a ampliar en cualquier momento, pero por ahora le tengo asignados 512 Mb a la máquina virtual. Y es muy poco (pero realmente muy poco) para los entornos de programación como el Visual Studio 2008. El SharpDevelop se desenvuelve mejor, pero no mucho mejor.
Una funcionalidad que me ha encantado de VMWare es la posibilidad de mantener las ventanas de las aplicaciones Windows integradas en el propio entorno de Mac. VMWare llama a esto Unify, lo que en Parallels llaman Coherence. En la siguiente captura se puede apreciar, tras un gran ejercicio de imaginación, una ventana de una aplicación Mac entre dos ventanas de aplicaciones Windows. Como curiosidad reseñar que en el modo Unify, las aplicaciones iniciadas dentro del Windows muestran un icono en el Dock como las nativas.
La gestión de 'instantáneas' es una herramienta muy cojonuda. El poder retroceder el estado de la máquina a un instante anterior es algo que se agradece mucho. En la configuración de VMWare puedes indicar si quieres que el propio sistema haga una instantánea cada cierto tiempo. Es algo muy recomendable, como digo. Especialmente si tienes en mente hacer alguna instalación que pudiera resultar en el sufrimiento y extinción de una raza en algún punto de la galaxia.
Una cosa que me desagrada y con la que a veces hay que tener especial cuidado es con la conexión de dispositivos USB, que entre el Mac y el Windows empiezan a pelearse por ver quién se hace con el control del mismo. Como conecte el iPod teniendo la máquina virtual en marcha, ya no puedo sincronzar la biblioteca de canciones de iTunes.
Por último reseñar que la integración a nivel de compartición de carpetas es la esperada de este tipo de productos. Puedes acceder a las carpetas que indiques entre un sistema y otro y te permite, en una vuelta de tuerca más bien mercantil, montar unidades VMWare que no estén en ejecución para urgarles las entrañas en busca de vete tú a saber qué.
Por cierto, antes de hacerlo con VMWare intenté montármelo -sí, sé que suena fatal- con Parallels. Pero la demo de 30 días que ofrecen en la Web me provocó el único 'Kernel Panic' que he visto hasta la fecha en mi precioso iMac. Acojonaíto me quedé.
Aunque para lo único que de momento tengo previsto usar VMWare y Windows es para Programar (sí, sí, en mayúsculas), pero leyendo las características del producto me pasa por la cabeza poner a prueba ese 3D acelerado que anuncian a los cuatro vientos y echarme una partidita al 'Age of Empire II', como hacía en los viejos tiempos.
Anímate y pruébalo. No tengas miedo a tus amigos maqueros que te mirarán mal si se enteran. Ellos, en el fondo, también lo hacen a escondidas, cuando van al baño y se ponen a juguetear con estas cositas.
Si ya sabes qué es esto de la virtualización y lo has experimentado en primera persona, entonces no hay mucho que contarte al respecto y tal vez te pueda interesas (o no) mi experiencia. Si no sabes qué es, entonces tampoco es esta tu entrada, porque no te lo voy a explicar. Hay documentación de sobra en Internet que te lo explicará mejor de lo que pueda hacerlo yo. Yo voy a hablar de mi experiencia y de lo que infiero de ella. Si es que infiero algo, claro.
Como tengo un monitor de 24", y apoyado en Spaces, puedo dejar VMWare en una ventana conteniendo (en el amplio sentido de la palabra) el Windows XP. Gracias a los 1900 puntos de ancho aún tengo espacio para muchas cosas dentro del propio Windows. Y gracias a spaces puedo tener un escritorio virtual solito para él. Incluso asignar que automáticamente vaya a ese espacio cuando arranque VMWare. Nada nuevo para los que hemos trabajado con escritorios Linux.
Algo que me ha llamado la atención positivamente es que en el Core 2 Duo de 3,06 GHz que tiene el iMac, aún con la máquina virtual en marcha y realizando algunas cosillas 'normales', el uso de CPU no pasa de un 15%, quedando por debajo en muchos casos. Y estoy contando en ese tanto por cierto de ocupación también el resto de aplicaciones Mac que tuviera abiertas y desperdigadas por los diferentes escritorios. Pero no es oro todo lo que reluce y el arranque del sistema operativo Windows dentro de la máquina virtual es un proceso que casi congela el resto de tareas que tenga en Leopard. Al menos durante veinte o treinta segundos. Y eso sin contar que alguna vez VMWare me ha dado un poquito por saco, dejando algunas aplicaciones con funcionamiento 'rarito' tras hacer algo especialmente pesado. La más curiosa fue con el Firefox, versión Mac, que tras entrar y salir del Unify de VMWare repintaba las páginas como le salía del pepino. Hasta que no forcé la salida de la aplicación no hubo forma de conseguir que las pestañas cuadrasen.
Debo decir que es una soberana tontería ponerse a trabajar 'en serio' con VMWare y Windows con solo 2 GB de memoria RAM, que es lo que trae mi iMac de serie. Estoy esperando a ampliar en cualquier momento, pero por ahora le tengo asignados 512 Mb a la máquina virtual. Y es muy poco (pero realmente muy poco) para los entornos de programación como el Visual Studio 2008. El SharpDevelop se desenvuelve mejor, pero no mucho mejor.
Una funcionalidad que me ha encantado de VMWare es la posibilidad de mantener las ventanas de las aplicaciones Windows integradas en el propio entorno de Mac. VMWare llama a esto Unify, lo que en Parallels llaman Coherence. En la siguiente captura se puede apreciar, tras un gran ejercicio de imaginación, una ventana de una aplicación Mac entre dos ventanas de aplicaciones Windows. Como curiosidad reseñar que en el modo Unify, las aplicaciones iniciadas dentro del Windows muestran un icono en el Dock como las nativas.
La gestión de 'instantáneas' es una herramienta muy cojonuda. El poder retroceder el estado de la máquina a un instante anterior es algo que se agradece mucho. En la configuración de VMWare puedes indicar si quieres que el propio sistema haga una instantánea cada cierto tiempo. Es algo muy recomendable, como digo. Especialmente si tienes en mente hacer alguna instalación que pudiera resultar en el sufrimiento y extinción de una raza en algún punto de la galaxia.
Una cosa que me desagrada y con la que a veces hay que tener especial cuidado es con la conexión de dispositivos USB, que entre el Mac y el Windows empiezan a pelearse por ver quién se hace con el control del mismo. Como conecte el iPod teniendo la máquina virtual en marcha, ya no puedo sincronzar la biblioteca de canciones de iTunes.
Por último reseñar que la integración a nivel de compartición de carpetas es la esperada de este tipo de productos. Puedes acceder a las carpetas que indiques entre un sistema y otro y te permite, en una vuelta de tuerca más bien mercantil, montar unidades VMWare que no estén en ejecución para urgarles las entrañas en busca de vete tú a saber qué.
Por cierto, antes de hacerlo con VMWare intenté montármelo -sí, sé que suena fatal- con Parallels. Pero la demo de 30 días que ofrecen en la Web me provocó el único 'Kernel Panic' que he visto hasta la fecha en mi precioso iMac. Acojonaíto me quedé.
Aunque para lo único que de momento tengo previsto usar VMWare y Windows es para Programar (sí, sí, en mayúsculas), pero leyendo las características del producto me pasa por la cabeza poner a prueba ese 3D acelerado que anuncian a los cuatro vientos y echarme una partidita al 'Age of Empire II', como hacía en los viejos tiempos.
Anímate y pruébalo. No tengas miedo a tus amigos maqueros que te mirarán mal si se enteran. Ellos, en el fondo, también lo hacen a escondidas, cuando van al baño y se ponen a juguetear con estas cositas.
jueves, 16 de octubre de 2008
Le estoy echando un ojo a la 'luz plateada'
Por fin Silverlight es multi-plataforma y multi-navegador. ¿O ya lo era antes? Bueno, da igual, el caso es que eso abre un universo de posibilidades para mí. Posibilidades que, por mi pereza estructural y orgánica, no aprovecharé, claro. Pero eso ya es otra historia.
Un buen punto de partida: aquí.
Un buen punto de partida: aquí.
Un documental que deberías ver: El universo elegante
Brian Greene escribió hace ya casi una década un libro llamado 'El universo elegante'. Es un libro que tengo pendiente leer. Pero antes tengo pendiente comprarlo. Aunque no sé si llegaré a hacer alguna de las dos porque ya vi el documental. Hace tiempo. Bastante. Pero es uno de esos documentales que mantengo guardados durante tiempo y más tiempo porque los repito y repetiré más de una vez.
Seguramente si te digo que el documental, dividido en tres partes de aproximadamente una hora cada una, va sobre la teoría de cuerdas lo primero que se vendrá a tu mente es algún artefacto o invento para los pequeños juegos eróticos de pareja, o solitarios, al estilo de ésto. Pues no, no es eso. Se trata de un modelo matemático de la física fundamental y que forma parte del intento universal por explicar o conseguir, mejor dicho, la Teoría del Todo (o unificada, que casi es lo mismo).
¿A que te has quedado igual?
Bueno, no te preocupes. Haz como yo. Te empapas el documental y, aunque no entiendas ni papa y sigas así después de las tres horas, podrás 'echártela' delante de la chica que te gusta (o del chico, si eres de la que portan ovarios o le van los que tienen testículos). Eso siempre y cuando a la otra persona no le vaya 'Gran Hermano' o programa similar, porque entonces da igual lo que veas o te tragues. Vas a quedar como un pedante gilipollas y, encima, sin enteder ni un pijo de lo que hablaba el documental. No malgastes tu tiempo.
El documental es muy dinámico, recurriendo a una nutrida variedad de escenificaciones y situaciones para intentar explicar los principios que subyacen en la teoría de cuerdas y, en general, en el universo de la mecánica cuántica. Por supuesto tiene partes en las que preferirías que unos nazis te arrancasen las uñas para sacarte una confesión, pero son pocos y dispersos, así que por lo general lo pasarás bien, aunque no te enteres de nada. Pero siempre cabe la posibilidad de que, después de pasar el tiempo delante de la pantalla, consigas retener y aprender algo. Misteriosos son los senderos del señor.
Si eres de los que están acojonados por la crisis económica planetaria, y no sabes si va a mereder la pena adquirirlo para tenerlo como elemento decorativo, puedes recurrir a los proveedores de vídeos en línea. Para ver la primera parte, aquí. La segunda está tras este enlace. En tanto que para ver la tercera parte, mejor sigue éste. Por suerte para ti y tu difusa conciencia delictiva, podrás ver los tres capítulos sin recurrir a las mafias del P2P. Sin embargo, la calidad de imagen es tan mala que te recomiendo que te hagas con el documental por alguna vía legal (en el momento de escribir esto, y pese a quien pese, la copia privada sin ánimo de lucro sigue estando contemplada dentro de las alternativas legales para conseguirlo).
Seguramente si te digo que el documental, dividido en tres partes de aproximadamente una hora cada una, va sobre la teoría de cuerdas lo primero que se vendrá a tu mente es algún artefacto o invento para los pequeños juegos eróticos de pareja, o solitarios, al estilo de ésto. Pues no, no es eso. Se trata de un modelo matemático de la física fundamental y que forma parte del intento universal por explicar o conseguir, mejor dicho, la Teoría del Todo (o unificada, que casi es lo mismo).
¿A que te has quedado igual?
Bueno, no te preocupes. Haz como yo. Te empapas el documental y, aunque no entiendas ni papa y sigas así después de las tres horas, podrás 'echártela' delante de la chica que te gusta (o del chico, si eres de la que portan ovarios o le van los que tienen testículos). Eso siempre y cuando a la otra persona no le vaya 'Gran Hermano' o programa similar, porque entonces da igual lo que veas o te tragues. Vas a quedar como un pedante gilipollas y, encima, sin enteder ni un pijo de lo que hablaba el documental. No malgastes tu tiempo.
El documental es muy dinámico, recurriendo a una nutrida variedad de escenificaciones y situaciones para intentar explicar los principios que subyacen en la teoría de cuerdas y, en general, en el universo de la mecánica cuántica. Por supuesto tiene partes en las que preferirías que unos nazis te arrancasen las uñas para sacarte una confesión, pero son pocos y dispersos, así que por lo general lo pasarás bien, aunque no te enteres de nada. Pero siempre cabe la posibilidad de que, después de pasar el tiempo delante de la pantalla, consigas retener y aprender algo. Misteriosos son los senderos del señor.
Si eres de los que están acojonados por la crisis económica planetaria, y no sabes si va a mereder la pena adquirirlo para tenerlo como elemento decorativo, puedes recurrir a los proveedores de vídeos en línea. Para ver la primera parte, aquí. La segunda está tras este enlace. En tanto que para ver la tercera parte, mejor sigue éste. Por suerte para ti y tu difusa conciencia delictiva, podrás ver los tres capítulos sin recurrir a las mafias del P2P. Sin embargo, la calidad de imagen es tan mala que te recomiendo que te hagas con el documental por alguna vía legal (en el momento de escribir esto, y pese a quien pese, la copia privada sin ánimo de lucro sigue estando contemplada dentro de las alternativas legales para conseguirlo).
miércoles, 15 de octubre de 2008
No hay fin de semana en Tenerife
Se cancela la visita a la isla vecina y tendré que anular mi solicitud de dos días de vacaciones para reponerme. En el fondo lo agradezco, porque no tenía ganas de ir.
Y encima mi mujer se mosquea conmigo. ¿Qué habré hecho mal esta vez?
Y encima mi mujer se mosquea conmigo. ¿Qué habré hecho mal esta vez?
El fin del Mundo se acerca
Si un simple roedor cae en este estado de pánico y confusión, lo que nos espera es poco halagüeño.
¡El fin del mundo se acerca! Asómate a la ventana y grítalo. Que todos se enteren.
¡El fin del mundo se acerca! Asómate a la ventana y grítalo. Que todos se enteren.
Estoy LINQ-ando
Pues la verdad es que me ha encantado el LINQ. Lo tengo sobrevalorado, lo sé. Pero me da igual. Me hubiese encantado ser el padre de esta criatura, pero estoy igualmente encantado con que hayan sido otros los que la pergeñaron para mí. Estoy tan encantado que pienso seriamente en comprarme la taza:
Si alguien quiere regalármela, puede seguir éste enlace y dar el número de su tarjeta VISA. Tendra mi gratitud por un tiempo. El justo y suficiente hasta que encuentre otro producto de mi interés.
Rácanos...
Si alguien quiere regalármela, puede seguir éste enlace y dar el número de su tarjeta VISA. Tendra mi gratitud por un tiempo. El justo y suficiente hasta que encuentre otro producto de mi interés.
Rácanos...
martes, 14 de octubre de 2008
Tenerife en un fin de semana
Pues me han concedido el lunes y martes de la próxima semana para irme a Tenerife a descansar. Descansar en carretera. Espero que haga buen tiempo para aprovechar la cámara. ¿Llevaré el trípode? Bueno, ya veremos.
Eso sí, a aprovechar las ofertas que tienen en Naviera Armas.
Eso sí, a aprovechar las ofertas que tienen en Naviera Armas.
Pero no sirve para que crezca el pito
Y es que hay que ver la cantidad de usos que tiene el árbol del té. Pero conseguir el centímetro que me falta para los 25 cms no va a ser posible con esta milagrosa solución para todo lo demás.
Me encantaría viajar durante años
Haciendo trabajos aquí y allí. Las posesiones y el dinero no te dan la felicidad. Tengo de ambas y lo confirmo.
Éste vídeo hace que me emocione. Me hace sentir mejor conmigo mismo.
El giliñanga que sale en el vídeo tiene web oficial.
Éste vídeo hace que me emocione. Me hace sentir mejor conmigo mismo.
El giliñanga que sale en el vídeo tiene web oficial.
Hasta los huevos...
... de los rumores sobre Apple y de los gilipollas que se pasan su existencia inyectando tonterías y falacias en Internet para darse importancia.
¡Hasta los huevos!
¡Hasta los huevos!
Con chaqueta y corbata...
... me voy a ver a un cliente. A ver si conseguimos venderle la moto. Bueno, la moto no, pero una buena solución -demostrada de sobra su eficacia- sí.
Sería el primer cliente en la zona. A ver si hay suerte.
Sería el primer cliente en la zona. A ver si hay suerte.
Tesoros perdidos reencontrados (XIII): Eddy
Animado por la publicación en el fanzine de la escuela de varias cosas anteriores a mi entrada en la escuela de informática, escribí algunas cosas completamente nuevas y específicas para él. Una de ellas fue el relato corto 'Eddy', que escribí teniendo en mente a un compañero de la carrera, Eddy Josafat.
Ya no tengo el fanzine original en el que se publicó, ni tampoco encuentro el archivo con el texto original, así que he recurrido al archivador donde guardo una copia impresa de casi todo y lo he escaneado. Como ya he mencionado en otras ocasiones, tenía el hábito de hacer una copia impresa de todo lo que escribía, justo después de pasarlo a limpio, porque casi siempre lo que hacía era escribir las cosas a mano antes de escribir en el ordenador.
No tengo muy claro cuándo lo escribí, pero tuvo que ser entre el 92 y el 93, casi seguro que en el 93, que fue el período en el que participé activamente con el fanzine. Y sí, ésta es una de esas participaciones en las que no firmé con mi nombre, usando un seudónimo algo estúpido.
Sospecho que no es la última versión del texto, pero es lo que conservo. Si en algún momento encontrase, con muchísima suerte, el archivo de ordenador, ya lo publicaría en un formato más cómodo para leer. Pero mientras tanto, y por si no llega, aquí tienes éste.
Éste era lo que concebí como el primero de una serie de tres mini relatos -al menos- basados en este personaje. Los otros dos -al menos- nunca los llegué a escribir. Como muchas otras cosas.
Ya no tengo el fanzine original en el que se publicó, ni tampoco encuentro el archivo con el texto original, así que he recurrido al archivador donde guardo una copia impresa de casi todo y lo he escaneado. Como ya he mencionado en otras ocasiones, tenía el hábito de hacer una copia impresa de todo lo que escribía, justo después de pasarlo a limpio, porque casi siempre lo que hacía era escribir las cosas a mano antes de escribir en el ordenador.
No tengo muy claro cuándo lo escribí, pero tuvo que ser entre el 92 y el 93, casi seguro que en el 93, que fue el período en el que participé activamente con el fanzine. Y sí, ésta es una de esas participaciones en las que no firmé con mi nombre, usando un seudónimo algo estúpido.
Sospecho que no es la última versión del texto, pero es lo que conservo. Si en algún momento encontrase, con muchísima suerte, el archivo de ordenador, ya lo publicaría en un formato más cómodo para leer. Pero mientras tanto, y por si no llega, aquí tienes éste.
Éste era lo que concebí como el primero de una serie de tres mini relatos -al menos- basados en este personaje. Los otros dos -al menos- nunca los llegué a escribir. Como muchas otras cosas.
lunes, 13 de octubre de 2008
No estoy solo...
En mi admiración por Sagan. Leyendo esto casi se me saltan las lágrimas.
Anoche pregunté, empujado por el alcohol, a mi familia que cuántos habían visto la serie Cosmos. Solo mi madre, claro, como se espera de una persona inteligente. El resto no sabían de quién les hablaba. Casi se me saltan las lágrimas de impotencia.
Apretarse el cinturón
¡Dios! Acabo de revisar el estado de las cuentas y creo que voy directo a la banca rota... Me esperan unos meses en los que tendré que controlar al máximo para reducir los gastos al mínimo.
La paga de diciembre está a la vuelta de la esquina. Es el único consuelo.
La paga de diciembre está a la vuelta de la esquina. Es el único consuelo.
Vengo de rechazar una oferta
Vengo -bueno hace ya un buen rato- de rechazar una buena oferta de una buena empresa. El que me llamó quería que me fuese con él, pero las circunstancias han querido que decida quedarme donde estoy. Y, sin embargo, tengo la sospecha que no voy a durar mucho en esta empresa. Pero si me despiden tendrán que indemnizarme.
Si me hubiesen hecho la oferta cerrada hace tres semanas...
Si me hubiesen hecho la oferta cerrada hace tres semanas...
Sueño con lagartos...
Sueño que hago lo imposible por salvar la vida de un pobre lagarto y como recompensa me dicen que soy un descerebrado con instintos básicos malísimos y que debo cambiar mi forma de pensar. La próxima vez dejo que el puto lagarto se las apañe solo.
Un sueño raro de cojones
Anoche estaba medio borracho y preferí dejar a medias la entrada programada para hoy, con la esperanza de no levantarme resacado y poder terminarla antes de salir para el trabajo. Sin embargo he pasado mala noche y he tenido que hacer filigranas para llegar a tiempo a mi puesto de trabajo.
No, no tengo resaca -aunque sí un poco de acidez de estómago- pero media botella de vino seguida de una botella entera de sidra me han tenido sumido en un sueño intranquilo toda la noche. Soñaba que era el único que se preocupaba por una especie de lagartija a la que la prima segunda y su madre, prima hermana de mi mujer, habían alimentado durante días sólo con lechuga. Como resultado el pobre bicho estaba inconsciente y le costaba respirar. La prima segunda lloraba por su lagartija. El animal tenía cerrados los ojos y se notaba que a cada instante que pasaba se le iba la vida. Era un sueño horrible, porque parecía que, en presencia del animal, todos estábamos ansiosos por ayudar y conseguir que se recuperase. Pero tan pronto cogíamos el coche o salíamos corriendo para buscar ayuda, el resto se olvidaba y se dedicaba a comprar cosas que no necesitaban. Y yo les decía, "que se muere el animal" y entraban en razón solo por un momento, pero al segundo seguían pensando en ir a divertirse comprando. En alguna ocasión les duraba un poco más, hasta tropezar con el siguiente escaparate, que parecía hipnotizarlos.
Angustiado por el reptil, y tirando del resto que olvidaban la gravedad del asunto, vi aparecer en mi sueño gente de la que ya ni me acordaba. Acabé tocando en casa de un amigo de la infancia del barrio de Pedro Hidalgo, esperando que nos dejase llamar a un veterinario de urgencia. El amigo tenía el mismo pelo largo que llevaba cuando quedábamos en su casa para jugar al Spectrum, pero fumaba como un carretero y tenía el estómago de cervecero, desaliñado y sudoroso con una camisilla blanca de cocinero. La misma cara pero con arrugas de un anciano. Como esas que ponen para exagerar en las películas. Su madre era un espectro vestida de negro luto sentada en un rincón oscuro. Luto que no era por su marido y padre del amigo, que seguía acumulando cachivaches que nunca arreglaría mientras intentaba componer algo de música en un viejo Atari ST.
No me supieron responder en urgencias y seguía angustiado. Aunque no la tenía cerca, visualizaba a la lagartija mentalmente todo el tiempo. Como si mi conciencia estuviese unida al animal todo el tiempo. Notando cómo a cada minuto que pasaba el corazón del animalito se iba deteniendo y sus fuerzas iban desapareciendo completamente. Y entonces se me ocurrió que lo que le pasaba era que no había comido proteínas en muchos días y que lo que necesitaba era algún tipo de pienso especial rico en insectos, de esos que dan a tortugas e iguanas. Antes de alcanzaar una tienda de animales y tener el producto en mis manos ya me imaginaba machacando el alimento y dándoselo como papilla a través de una jeringuilla, con la esperanza de que abriese los ojos.
Pero estábamos muy lejos de una tienda de animales y no teníamos coche. Apareció mi tío y su furgoneta para recogernos, y en cuanto todos subimos, lo único que deseaba hacer el resto era irse de compras a un centro comercial. Y yo les preguntaba si no tenían conocimiento de por qué estábamos allí. Ni caso me hacían, así que salté de la furgoneta en marcha y me eché a correr Pedro Hidalgo abajo. Llegué a un punto de encrucijada en el que tuve que detenerme en seco. Si daba el rodeo que deseaba dar, el lagarto moriría. No llegaría a tiempo y yo me sentiría fatal. En el sueño la lagartija era como un yo mismo en apuros, tal vez. Sin embargo, si cruzaba la calle de abajo, pasaría por delante de la casa de una exnovia que tuve por allí. De la misma forma en que sabía que el se estaba muriendo, era consciente que si pasaba por delante de aquella puerta la madre de mi exnovia, acumulando un odio podrido por años, saldría y me perseguiría para hacerme daño con un cuchillo, pero tal vez podría salvar a la lagartija. Aún a pesar de que yo sufriría algún tipo de daño irreversible. Tal vez, incluso, podría morir. ¿Qué hacer? No me atrevía a dar un paso en ninguna dirección porque ese paso sería el que decidiría el futuro de ambos y el desenlace del sueño o pesadilla.
Ahí, en ese preciso momento, sintiendo el latido de los dos y viendo abrirse las alternativas de futuro delante de mí, en lo alto de una bifurcación, me desperté. Me desperté agotado de pasar la noche angustiado por una puta lagartija a la que veía sacar la lengua en sus últimos momentos de agonía.
¿Y ahora, quién le pone interpretación a este sueño?
Una forma diferente de comenzar la semana, en un lunes en el que se prevé un día bastante soleado que disfrutaré desde la ventana de la oficina.
No, no tengo resaca -aunque sí un poco de acidez de estómago- pero media botella de vino seguida de una botella entera de sidra me han tenido sumido en un sueño intranquilo toda la noche. Soñaba que era el único que se preocupaba por una especie de lagartija a la que la prima segunda y su madre, prima hermana de mi mujer, habían alimentado durante días sólo con lechuga. Como resultado el pobre bicho estaba inconsciente y le costaba respirar. La prima segunda lloraba por su lagartija. El animal tenía cerrados los ojos y se notaba que a cada instante que pasaba se le iba la vida. Era un sueño horrible, porque parecía que, en presencia del animal, todos estábamos ansiosos por ayudar y conseguir que se recuperase. Pero tan pronto cogíamos el coche o salíamos corriendo para buscar ayuda, el resto se olvidaba y se dedicaba a comprar cosas que no necesitaban. Y yo les decía, "que se muere el animal" y entraban en razón solo por un momento, pero al segundo seguían pensando en ir a divertirse comprando. En alguna ocasión les duraba un poco más, hasta tropezar con el siguiente escaparate, que parecía hipnotizarlos.
Angustiado por el reptil, y tirando del resto que olvidaban la gravedad del asunto, vi aparecer en mi sueño gente de la que ya ni me acordaba. Acabé tocando en casa de un amigo de la infancia del barrio de Pedro Hidalgo, esperando que nos dejase llamar a un veterinario de urgencia. El amigo tenía el mismo pelo largo que llevaba cuando quedábamos en su casa para jugar al Spectrum, pero fumaba como un carretero y tenía el estómago de cervecero, desaliñado y sudoroso con una camisilla blanca de cocinero. La misma cara pero con arrugas de un anciano. Como esas que ponen para exagerar en las películas. Su madre era un espectro vestida de negro luto sentada en un rincón oscuro. Luto que no era por su marido y padre del amigo, que seguía acumulando cachivaches que nunca arreglaría mientras intentaba componer algo de música en un viejo Atari ST.
No me supieron responder en urgencias y seguía angustiado. Aunque no la tenía cerca, visualizaba a la lagartija mentalmente todo el tiempo. Como si mi conciencia estuviese unida al animal todo el tiempo. Notando cómo a cada minuto que pasaba el corazón del animalito se iba deteniendo y sus fuerzas iban desapareciendo completamente. Y entonces se me ocurrió que lo que le pasaba era que no había comido proteínas en muchos días y que lo que necesitaba era algún tipo de pienso especial rico en insectos, de esos que dan a tortugas e iguanas. Antes de alcanzaar una tienda de animales y tener el producto en mis manos ya me imaginaba machacando el alimento y dándoselo como papilla a través de una jeringuilla, con la esperanza de que abriese los ojos.
Pero estábamos muy lejos de una tienda de animales y no teníamos coche. Apareció mi tío y su furgoneta para recogernos, y en cuanto todos subimos, lo único que deseaba hacer el resto era irse de compras a un centro comercial. Y yo les preguntaba si no tenían conocimiento de por qué estábamos allí. Ni caso me hacían, así que salté de la furgoneta en marcha y me eché a correr Pedro Hidalgo abajo. Llegué a un punto de encrucijada en el que tuve que detenerme en seco. Si daba el rodeo que deseaba dar, el lagarto moriría. No llegaría a tiempo y yo me sentiría fatal. En el sueño la lagartija era como un yo mismo en apuros, tal vez. Sin embargo, si cruzaba la calle de abajo, pasaría por delante de la casa de una exnovia que tuve por allí. De la misma forma en que sabía que el se estaba muriendo, era consciente que si pasaba por delante de aquella puerta la madre de mi exnovia, acumulando un odio podrido por años, saldría y me perseguiría para hacerme daño con un cuchillo, pero tal vez podría salvar a la lagartija. Aún a pesar de que yo sufriría algún tipo de daño irreversible. Tal vez, incluso, podría morir. ¿Qué hacer? No me atrevía a dar un paso en ninguna dirección porque ese paso sería el que decidiría el futuro de ambos y el desenlace del sueño o pesadilla.
Ahí, en ese preciso momento, sintiendo el latido de los dos y viendo abrirse las alternativas de futuro delante de mí, en lo alto de una bifurcación, me desperté. Me desperté agotado de pasar la noche angustiado por una puta lagartija a la que veía sacar la lengua en sus últimos momentos de agonía.
¿Y ahora, quién le pone interpretación a este sueño?
Una forma diferente de comenzar la semana, en un lunes en el que se prevé un día bastante soleado que disfrutaré desde la ventana de la oficina.
domingo, 12 de octubre de 2008
Podrán decir que no sé programar, pero no podrán decir nunca que no programé
Leyendo esto acabo de tener un momento de orgullo personal. Tesón, tesón, tesón y puede que no llegue a ser el mejor, pero no podrán decir que no lo intenté.
El Príncipe vuelve
Si el príncipe de España fuese como éste, sería monárquico. Pero como es un Borbón, seguiré siendo republicano.
El trailer y la música me encantan. Sospecho que caeré una vez más en mi debilidad consumista que me lleva a la perdición cada mes.
Un juego que no merece la pena: El poder de la fuerza
Con la llegada de la PS2 a mi vida retomé el jugar a grandes producciones de los videojuegos, aunque no con demasiado interés. Cuando llegó la consola, llevaba años sin jugar a videojuegos (una lástima, porque estimula el córtex cerebral), y estuvo bastante tiempo en la caja sin ser usada. La maquinita la usaba y la he usado de Pascua a Ramos y no me acordaba de ella salvo cuando caía un juego interesante en mis manos, cosa no demsiado común. El universo de videojuegos está plagado de juegos de acción en primera persona, un estilo que a mí no me gusta nada. Me mareo con ellos. Además de los juegos de estrategia en tiempo real, lo mío son los de acción en tercera persona con una fuerte componente de plataformas, viendo al monigote machacando a todo cristo viviente con la espada y haciendo combos brutales. Como el juego 'Las arenas del tiempo'. Junto con la saga 'God of War', la del Príncipe de Persia es una de las que mejores ratos me ha hecho pasar con un mando en las manos (y no me refiero a mi 'cosita', so guarro). Son de ese tipo de juegos que me enganchan y que deseo -y consigo en muchos casos- terminar completamente. Cuando era niño no llegué a acabar ningún juego. A estas alturas, sin ser un jugón viciado, ya me he acabado unos cuantos. Cosas de la edad.
La PS3 llegó sin mucho convencimiento por mi parte. Sin embargo solo por las películas merece la pena. No estaba muy convencido porque no estoy muy por la labor de estar comprando juegos. Al menos no muy convencido al principio, porque la verdad es que al final uno cae siempre en las mismas prácticas ludópatas. Una de esas prácticas ha sido la de pillarme las demos que hay en la PlayStation Network, lo que me llevó a jugar el previo de 'El poder de la fuerza'. Y en mala hora, chico, porque la demo es una gozada. '¡Este es el tipo de juegos que me gustan!', me dije. Lo que me llevó a hacer algo que no hice ni con el 'God Of War 2', comprarlo recién salido al mercado por la friolera cantidad de 59€. El 'God Of War' es infinitamente mejor y esperé a que costase 20€ para comprarlo.
El juego me ha durado unas nueve horas, lo que en mi especial forma de medir el coste del ocio, viene suponiendo que he invertido 6,66 €/hora (el número de la bestia). Para hacerse una idea de lo excesivo que supone esa cantidad, al compararlo con el 'Gof of War', que tiene un índice de 0,9 €/h, vemos que es más de seis veces más caro. Y el juego es considerablemente peor, para mi gusto.
No digo que sea malo porque no lo es, pero desde luego me llevé un chasco. Repetitivo y demasiado lineal, te plantea lo que sucede entre 'La venganza de los Sith' y 'Una nueva esperanza', en esta megafranquicia en la que se ha convertido el universo Star Wars, y se les va bastante la olla con lo que es capaz de hacer empleando la fuerza el aprendiz de Darth Vader. ¿Un destructor imperial? ¡Anda ya! Cuando juegas al juego te pasa lo mismo que cuando vas a ver una película porque el trailer está cojonudo: sales del cine con la lección aprendida de que el trailer era todo lo que te podía ofrecer la película. Con el juego pasa lo mismo: la demo es todo lo que te puede ofrecer el juego, y ya está. El juego acaba aburriendo y lo único que te mantiene pegado es el saber cómo acaba el culebrón de los primeros momentos de la alianza rebelde y saber cómo se lo monta la princesa Leia con Chewaca.
En fin, que te recomiendo que no te lo compres y que o lo alquiles y te lo acabes en un par de fines de semanas (aprox. 8 € en total), o que esperes a que te lo preste alguien que haya 'picado' con la demo -no, no te lo voy a prestar-, o que esperes a que lo bajen lo suficiente de precio como para comprarlo por debajo de 20€ (índice de gasto en ocio de aproximadamente 2€/h).
Me ofrecen por él 30€ de segunda mano y si no lo vendo es porque mi sobrino me está dando la brasa para acabárselo antes de que lo venda. Ya veré, pero sospecho que no voy a volver a caer en la misma estupidez otra vez... Pero... ¿Cuándo dicen que sale el nuevo de la saga del príncipe? ¿Y la nueva entrega de Kratos? Los trailers de la página web oficial del príncie son acojonantes. Ufff... No sé si seré capaz de esperar a que lleguen a un precio interesante. Soy fuerte, soy fuerte, soy fuerte y no caeré en la tentación, soy fuerte, soy fuerte...
La PS3 llegó sin mucho convencimiento por mi parte. Sin embargo solo por las películas merece la pena. No estaba muy convencido porque no estoy muy por la labor de estar comprando juegos. Al menos no muy convencido al principio, porque la verdad es que al final uno cae siempre en las mismas prácticas ludópatas. Una de esas prácticas ha sido la de pillarme las demos que hay en la PlayStation Network, lo que me llevó a jugar el previo de 'El poder de la fuerza'. Y en mala hora, chico, porque la demo es una gozada. '¡Este es el tipo de juegos que me gustan!', me dije. Lo que me llevó a hacer algo que no hice ni con el 'God Of War 2', comprarlo recién salido al mercado por la friolera cantidad de 59€. El 'God Of War' es infinitamente mejor y esperé a que costase 20€ para comprarlo.
El juego me ha durado unas nueve horas, lo que en mi especial forma de medir el coste del ocio, viene suponiendo que he invertido 6,66 €/hora (el número de la bestia). Para hacerse una idea de lo excesivo que supone esa cantidad, al compararlo con el 'Gof of War', que tiene un índice de 0,9 €/h, vemos que es más de seis veces más caro. Y el juego es considerablemente peor, para mi gusto.
No digo que sea malo porque no lo es, pero desde luego me llevé un chasco. Repetitivo y demasiado lineal, te plantea lo que sucede entre 'La venganza de los Sith' y 'Una nueva esperanza', en esta megafranquicia en la que se ha convertido el universo Star Wars, y se les va bastante la olla con lo que es capaz de hacer empleando la fuerza el aprendiz de Darth Vader. ¿Un destructor imperial? ¡Anda ya! Cuando juegas al juego te pasa lo mismo que cuando vas a ver una película porque el trailer está cojonudo: sales del cine con la lección aprendida de que el trailer era todo lo que te podía ofrecer la película. Con el juego pasa lo mismo: la demo es todo lo que te puede ofrecer el juego, y ya está. El juego acaba aburriendo y lo único que te mantiene pegado es el saber cómo acaba el culebrón de los primeros momentos de la alianza rebelde y saber cómo se lo monta la princesa Leia con Chewaca.
En fin, que te recomiendo que no te lo compres y que o lo alquiles y te lo acabes en un par de fines de semanas (aprox. 8 € en total), o que esperes a que te lo preste alguien que haya 'picado' con la demo -no, no te lo voy a prestar-, o que esperes a que lo bajen lo suficiente de precio como para comprarlo por debajo de 20€ (índice de gasto en ocio de aproximadamente 2€/h).
Me ofrecen por él 30€ de segunda mano y si no lo vendo es porque mi sobrino me está dando la brasa para acabárselo antes de que lo venda. Ya veré, pero sospecho que no voy a volver a caer en la misma estupidez otra vez... Pero... ¿Cuándo dicen que sale el nuevo de la saga del príncipe? ¿Y la nueva entrega de Kratos? Los trailers de la página web oficial del príncie son acojonantes. Ufff... No sé si seré capaz de esperar a que lleguen a un precio interesante. Soy fuerte, soy fuerte, soy fuerte y no caeré en la tentación, soy fuerte, soy fuerte...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)