Como todos los niños, en particular los que tienen pito, entrando en fase adolescente, empecé a interesarme por ese extraño, al tiempo que atrayente, universo del sexo. Con esa edad, unos 13 o 14 años, la curiosidad es compartida con el resto del grupo y escuchas las historias que cuentan los otros proyectos de macho que tienen hermanos mayores de los que aprender. Aprendiendo tú a su vez de lo que oyes. Y de las revistas de contenido para adultos que los amigos de tu edad cogían 'prestadas' a sus hermanos mayores.
En cierta ocasión, uno de aquellos préstamos consistió en una cinta VHS que, una vez sustraída del escondite por uno de los compañeros con un hermano especialmente promiscuo, llevamos una tarde a casa de otro cuando los padres estaban fuera. Seríamos siete u ocho niños -la memoria ya no me aporta información tan confiable como antes- sentados, como podíamos, en una sala de estar más bien pequeña, mientras mirábamos alucinados la pantalla de televisión que proyectaba el contenido del vídeo. Se trataba de una recopilación de cortos de un festival porno.
Creo recordar que al poco de empezar a ver escenas de contenido sexual explícito ya estábamos aburridos. Acabas descubriendo muy pronto en qué consiste el cine de adultos: "Hola. Hola. ¿Follamos? Vale. Ah. Oh. Sí. Sí. Sigue. ¡Sigue! ¡Toma! Ooohhhhh. ¡Trágatelo todo!". Todo ello con primeros planos de genitales llenos de pelo (en aquella época no se estilaba el pubis afeitado). En unos 10 minutos ya estábamos abusando del avance rápido del mando y pensando, algunos, en irnos a jugar al fútbol. Al menos hasta llegar a uno de los cortos que impactó las ya nada inocentes mentes adolescentes.
La secuencia de escenas era más o menos así: Un greñúo y bigotúo, look años setenta, se acerca a una negra imponente con minifalta y pelo estilo micrófono rizado. Lo de 'imponente' no es porque estuviese buenísima. Es porque le sacaba dos cabezas al macho buscador de jembras. Era enorme. Y más bien fea, la jodía. Después de un intercambio rápido de gestos, palabras y un cigarrillo, los protagonistas se 'teletransportan' a una habitación pequeña y cutre con una especie de cómoda, un espejo y una silla. Como se trata de un corto hay que recortar metraje, así que el macho ya estaba entretenido chupando las 'tetonas', las que abandonó al tercer lamentón para seguir camino abajo. Al par de segundos le levanta la minifalda y le baja las bragas. En ese justo instante un chorizo de cuatro dedos de grosor y de color betún se desenrolla y cae por efecto de la gravedad ante la cara de asombro -mal actor- del bigotúo. En el mismo momento en que la tercera tercera pata hace acto de presencia se escucha una voz en off, con dicción y acento cubano, rezando un "¡agárrate a la liana, tarzán!". El asombro no le duró mucho al de las greñas, que acto seguido se puso a saborear el miembro viril del/de la negro/a. En menos de cinco segundo en lo que duró todo aquello, los asombrados pasamos a ser nosotros observando aquella escena de perversión absoluta.
"¿Qué es lo que ha dicho?", escuchamos decir a uno de nosotros. Todo había sucedido tan rápido y la escena era tan chocante que nuestros blandos cerebros aún no habían conseguido procesar la voz en off. Al menos la gran mayoría. El más espabilado sí que se había dado cuenta y quería volver a escucharlo. Rebobinamos. Volvimos a ver la escena de la trompa de elefante desenrollándose al tiempo que la voz caribeña repetía su aportación al gran universo de la dramatización.
"¿Agárrate a la liana, Tarzán?". "¿Agárrate a la liana?". "¡Agárrate a la liana!". Tuvimos risas y fiesta y rebobinados durante unos minutos. A la media hora ya estábamos en la calle jugando al fútbol y rumiando lo aprendido. Pero lo mejor es que aumentamos nuestro repertorio de expresiones con una expresión perfecta para acabar las discusiones de gallito. La usamos durante meses.
2 comentarios:
Por Dios. No me extraña que después te decidieras a estudiar informática. Eso te tuvo que traumatizar
También he creído siempre que hay una fuerte relación de causalidad entre ambos sucesos...
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