jueves, 9 de septiembre de 2010

Distópico

Hoy toca compartir una reflexión tonta.

Creo que al ser humano, en este caso como individuo y no especie, le encanta la ficción distópica. Esa de la que tanto abunda en la narración ficticia y en el cine catastrofista. Ejemplos de ello podrían ser '1984', 'Mad Max' y la reciente 'La Carretera' [mi reseña]. Me arriesgo a llegar aún un poco más lejos: la necesita. Necesita ver materializada la posibilidad de que haya futuros alternativos en los que la sociedad se va a tomar por donde amargan los pepinos. Sí, los individuos necesitan las distopías.

Sustento mi tesis en que eso se debe, en gran medida, a esa pequeña cabróna que roe nuestro seso y que no es otra que la aversión a la pérdida (o al riesgo). Uno más dentro de ese extenso catálogo de prejuicios cognitivos [@ Wikipedia] que tan bien nos caracteriza como especie. Al salir del cine, o al terminar de leer la novela, nos queda esa satisfacción de saber que nuestro mundo es mejor y, calmando al bicho de la aversión, nuestra conciencia queda tranquila con un «mejor no arriesgarse a cambiar las cosas porque, visto lo visto, la cosa siempre puede ir peor». Así que, por esa magia de la autoconvicción, la desidia, el discurso malintencionado y el abandono tácito y activo de la dejadez, convertimos ésta, nuestra realidad, como «la mejor de las realidades posibles». Ya sabemos la respuesta a la pregunta del por qué, lo acabo de decir: «siempre podría ir peor».

En la escuela, una de mis asignaturas favoritas era la de Matemáticas. En el instituto no varió mucho. Lo que más me gustaba dentro de las matemáticas caía dentro del Álgebra. Los vectores eran, además de divertidos, fáciles de visualizar. Disfrutaba con los ejercicios de vectores. Allí, entonces, se nos hablaba de cosas como la dirección, el módulo y sus componentes, por poner ejemplos. Y cómo dos vectores, teniendo igual dirección, incluso módulo, eran diferente a nivel de sus componentes. El juego de los vectores se aprovecha luego en Física, otra de mis asignaturas favoritas, con los cambios del punto de referencia y del observador. Así, para dos observadores distintos, situados en puntos de referencias diferentes, un mismo fenómenos se puede interpretar de maneras opuestas. Relatividad, que le dicen.

Algo parecido pasa con las realidades alternativas. Un observador que, por ejemplo, esté sobreviviendo dentro una realidad en la que los zombies se están zampando a todo cacho de carne que se tropiecen, creerá que nuestra realidad es una de las mejores realidades posibles que se pueden dar. En esta, al menos, los únicos que te pueden comer son los bancos o los empresarios inmorales; pero el riesgo de contagiarse es, a lo sumo, bajo o inexistente. Salvo que te hayas creído que con un MBA te vas a comer el mundo —que no al mundo—. Y lo peor que te puede pasar es que tengas que hacerte la vasectomía, con el fin de evitar que tus —ahora imposibles— hijos hereden las deudas, y tener que vivir hasta la jubilación con tus padres. Eso es, precisamente, lo que nos encanta, como observadores del «otro lado», de las ficciones distópicas. Sabiéndonos «envidiables», nuestra realidad, después de todo, «no es tan mala» y nos crecemos/conformamos.

Por contraposición y antagonismo de términos, estando en esta realidad, observamos como distópicas las que nos presenta la ficción, por lo que podríamos creer que la nuestra, entonces, es una utopía. ¿A que es bonito vivir en una utopía? Pero, hete aquí una cuestión curiosa, que si sólo cambiamos el vector de observación, girándolo 180º, resulta que, lo nuestro ya no es una utopía, sino una distopía menos mala. Algo que no suele pasarse por el pensamiento general porque, lo queramos o no, detestamos trabajar con matices de grises. Para la mayoría las cosas son blancas o negras. Así que, zombies malo, ser moroso, no tener trabajo y un futuro totalmente incierto, bueno.

Repito, nos guste o no, esto, esta realidad en la que vivimos, no deja de ser un tono de gris más.

Las ficciones utópicas no suelen tener buena acogida. No me imagino una película con éxito de taquilla, o un libro que sea un best seller, en la/el que nos cuenten lo bien que va todo en un mundo sin problemas. O con no más problemas que la indigestión del niño por comerse dos galletas de más. Creo no errar mucho al afirmar que sería un absoluto coñazo ver/leer esa ficción perfecta. Reconozcámoslo, el éxito comercial —y a fin de cuentas del libre mercado— reside en ver cómo otros las pasan putas para nosotros sentirnos superiores (sentir el éxito). ¿A que al final vamos a ser unos cabrones? Recalco la última afirmación: El éxito del libre mercado es que alguien, al final, las pase realmente putas [Un documental que deberías ver: 'Money as Debt'].

Sin embargo, por muy poco comercial que llegara a ser, que una ficción, una realidad alternativa, sea un coñazo inaguantable no apta para un guión de cine, no significa que sea menos factible imaginarla. Y, tal como decía aquel, si se puede imaginar, se puede hacer. Por tanto, debemos suponer que un observador situado en esa realidad alternativa algo más utópica, tal vez en un cine de su universo, contemplaría esta nuestra maravillosa realidad como una distopía nada agradable. Ahora va a resultar que, en el fondo, estamos jodidos y que, después de todo, pese a todas esas realidades alternativas (o ficciones, no vayamos a ponernos malos por tanto uso del vocablo «realidad»), lo nuestro también es una distopía. Yo exclamaría, casi seguro, «¡vaya mierda!».

Aquí es cuando, los más puritanos, dirán que estoy confundido y que no es lo mismo la velocidad que el tocino, y que no puedo compara la realidad, la nuestra tangible y cotidiana, con las ficciones. Cierto, cierto, diré yo. Pero permítanme apuntar que, apenas hace unos años, había un grupo de presión con mucho prestigio, un lobby que le dicen, que enunciaba, exclamaba y defendía a ultranza que el ladrillo no dejaría de crecer nunca, que los precios de las viviendas crecerían infinitamente y que, a fin de cuentas, la mejor inversión que podría hacer uno en su vida era especular con la compra y venta de pisos. Para esas personas, y todos los políticos que fomentaron esa utopía fantástica, esta realidad que vivimos hoy en día —entonces ficción—, no era más que eso, ficción del subgénero distópico. Ahora todos, o casi todos, anhelamos en secreto aquella realidad, que ahora sería ficción, utópica de un crecimiento sin límite. ¿A que al final no va a resultar tan complicado imaginar una realidad alternativa mejor que la actual? Que levanten la mano todos los que se negarían a volver a los tiempos del ladrillo si el paro bajara al 4%. Me parece que nadie ha levantado la mano. Ah, sí, veo un brazo levantado allí al fondo. Debe ser el verde-rojiprogre que nunca se entera de nada.

En fin, que para no aburrir más y concluir ya, no se me ocurre una distopía peor en la que vivir porque es, precisamente, la que me toca vivir. Así que la próxima vez que vea una película catastrofista de un mundo posnuclear con un puñado de humanos viéndoselas canutas para sobrevivir —¿Terminator 6?—, imaginaré una diálogo con el protagonista en el que concluiré con «quita, quita, al menos tu realidad la hemos podido comercializar en la nuestra y se ha hecho un éxito de taquilla; la nuestra es que no la quieren comprar ni para hacer bolsas recicladas con las que recoger caca de perro». ¿Se puede sufrir una distopía peor que esa en la que, encima, tienes que aguantar y aceptar que no es, siquiera, comercializable? ¿Hay algo peor que ser puta y ni siquiera tener el desahogo de la queja de ser mal pagada porque no hay forma de vender tus servicios?

Pero dejémoslo ya, porque tengo la sensación que alguno me saldrá con eso del «bueno, bueno, la cosa podría ser aún peor».

4 comentarios:

Luis dijo...

Como tú bien dices, todo depende de nuestro sistema de referencia, según donde estés las diferentes realidades que veas serán mejor o peor que la tuya. Lo malo es que se complica le si sumamos que podemos medir con diferentes unidades.

¿que realidad es mejor, la nuestra o la de un aborigen del amazonas de un pueblo aún no visitado por el "mundo civilizado"?

Si medimos con nuestros parámetros de sociedad burguesa y bien pensante, la nuestra; ellos tienen mucha mortalidad infantil carecen de un montón de bienes materiales indispensables para nosotros, pero igual ellos tienen otros parámetros y no vivirían como nosotros, ¿cuales son más válidos?.

Sería interesante que hubiera una maquinita que te la aplicaras al coco y diera un número objetivo del grado de felicidad que tiene esa persona. Más de una sorpresa nos llevaríamos.

Uno+Cero dijo...

Efectivamente, todo depende de nuestro sistema de referencia. Pero fíjate que no sólo uso la comparación con otras realidades diferentes. También con nuestra propia realidad. Me río yo de aquellos que hace tres años decían que no había burbuja inmobiliaria. Y me río de aquellos que ahora dicen que se podría tener un mundo mejor dado que el capitalismo ha demostrado ser inútil y llevarnos a estos quebrantos. Por mucho ladrillo que no nos gustara, estoy seguro que la mayoría preferiría volver a ese modelo especulativo y hacer la vista gorda si pudiese.

Uno+Cero dijo...

Por cierto, como dices, estaría genial que se pudiese medir el grado de felicidad que tiene cada persona, pero existen indicadores diseñados para medr esa "felicidad" a nivel de una sociedad. Por ejemplo, en el Bhután tienen el FIB (Felicidad Interior Bruta) [@ Wikipedia], que se critica porque no es cuantitativa. Pero hay otros indicadores que sí intentan ser cuantitativos: El Índice de Bienestar Económico Sostenible (IBES) [@ Wikipedia] y el Índice de Progreso Genuino (IPG) [@ Wikipedia]. A ver si encuentro la variación de esos indicadores para la economía española. Aunque no sé si merecerá la pena. Sospecho (prejuicio) que será una curva horrenda que cae en picado.

Luis dijo...

Para mi todos estos índices que miden cosas en función de "nuestra realidad y prejuicios" no tienen mucho valor, además de estar más trucados que el IPC.