En cualquier caso, me vaya pronto o me quede aún unas semanas más, lo cierto es que de Madrid me ha sorprendido el color de su cielo. Huyendo de la tentación de malograr una ciudad por la mala educación de buena parte de sus ciudadanos, los amaneceres eternos y los atardeceres que duran hasta las tantas, con esos degradados de azules impresionantes, es algo que sí que me llevaré conmigo.
Ya adelanté alguna imagen en el post publicado un mes más tarde al comienzo de mi destierro. Desde entonces he podido gozar de algunos amaneceres realmente espectaculares, con rosados y anaranjados que cubrían todo el horizonte, y de atardeceres con tonalidades de azul difíciles —mucho— de describir.
Durante estos cuatro meses he podido experimentar cómo los días se iban acortando cada vez más hasta llegar un momento en que entraba al trabajo completamente de noche y salía, más aún durante esa temporada en la que regalé horas a la empresa, de noche otra vez. Suerte que las oficinas cuentan con amplios ventanales en los que ver el avance del día. Luego he apreciado cómo volvía a prolongarse el tiempo de Sol día tras día. Ahora puedo gozar, la mayoría de los días, de amaneceres que quitan el aliento y dedicarme a la contemplación del cielo muchos atardeceres. Gozo como un niño pequeño con juguete nuevo. Por desgracia parece que soy de los pocos que lo hacen, pues a los que viven aquí no parece impresionarles mucho. Una lástima. Para ellos, claro.
Me he dicho muchas veces que tendría que salir un día con la cámara «grande» para intentar obtener mejores fotos. Las que consigo con el iPhone, por muy contento que esté con mi iPhone, dejan muchísimo que desear y, por desgracia, no llega a apreciarse en todo su esplendor la gama de colores y tonalidades que tienen los amaneceres, en particular. Pero no tengo el trípode, no lo traje, y a estas alturas, con un pié más fuera que dentro de la organización, no voy a estar cargando con él. Tal vez, si en un futuro vengo por otros motivos, más lúdico-festivos que laborales, cargue con él y me dedique a obtener las instantáneas que tantas veces he imaginado conseguir. De momento, a conformarse con las conseguidas con mi juguete favorito.
En fin. Digan lo que digan, el cielo de Madrid sí es diferente. Casi me tienta decir que sólo por los amaneceres ha merecido la pena estar aquí.
2 comentarios:
A mí también me sorprendieron las puestas de sol en Holanda, son lentísimas, sobre todo en verano en donde duran casi una hora en la que puedes ver una gama infinita de colores. Las otoñales, con el sol rozando las copas de los árboles que están perdiendo las hojas son aún más increíbles.
Tras mi etapa madrileña habrá que ir pensando en cómo hacerme una etapa holandesa...
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