Uno de esos temas que despiertan mi curiosidad es la motivación. En todas las empresas en las que he trabajado siempre he visto que la gente está quemada o se va quemando durante el proceso. Yo mismo he sido uno de esos quemados que se levantaba cada día con dolor de cabeza y de estómago porque odiaba el simple hecho de pensar que el día sería otro día igual que el anterior y que el anterior al anterior y que mi existencia se iría por el retrete en paquetes de ocho, nueve o diez horas de golpe. Entraba al trabajo con rencor por obligarme a ir y salía de él odiándome por no saber encontrar la salida a aquella espiral de miseria existencial. Era más joven, claro. Mucho más joven. Hace mucho tiempo que eso no me pasa. Al menos no en intensidad igual a la descrita. Días malos los tenemos todos. Y días en los que te dan ganas de practicar el sadismo con compañeros/jefes también los hay. Esos días se llenan de vívidas secuencias de colores súper saturados entre las que predominan las teñidas de rojo sangre y de temática gore. Pocos, pero negarlo no me harán ni mejor persona ni que desaparezcan. Ahí están y he aceptado que, muy de vez en cuando, toca contener a lo más salvaje que llevo dentro.
Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, me arriesgaría a decir que en el 95% de ellas, suelo ir de buen humor al trabajo. El secreto es saber que uno tiene el poder de elegir la forma en que acude a un sitio. Sea este el trabajo, la playa o el gimnasio. Al final es un ejercicio de autoestima, también. Y me sorprende que la gente no se quiera lo suficiente como para entender que el mal rollo que vives en tu entorno de trabajo también lo pones tú. Y he ahí, en parte, el motivo por el que siento curiosidad por la motivación: ¿Por qué a la gente le resulta tan fácil caer en la espiral de autocastración en el entorno laboral y tan difícil salir de ella? Echarle siempre la culpa a otros, al jefe, al lameculos que ascienden en tu lugar, a la hipoteca, a la pareja, a la madre y al padre por no darte una educación mejor, en definitiva, a cualquier persona distinta de ti mismo, es la parte fácil de la búsqueda de responsabilidades. ¿Pero qué hay de nosotros mismos? ¿De verdad creemos que el universo es tan determinista y que no podemos hacer nada para cambiar las cosas? ¡Paparruchas!
«¿Es un pescado lo que acabo de ver volando?» No sabía si le engañaba la vista; entonces, volvió a suceder. Uno de los trabajadores, inconfundible con su delantal blanco y unas botas negras de goma, cogió un pescado grande y lo lanzó hacia un mostrador a seis metros de distancia, gritando: «Salmón volando rumbo a Minnesota».
Entiendo que no resulte sencillo para muchos romper la dinámica malsana en la que se cae con tanta facilidad. Hasta la mecánica clásica nos demuestra que es fácil que un cuerpo caiga, pero que es complicado que suba sin un gran aporte externo de energía. Y que una vez dentro del sótano emocional, sea más sencillo aguantar y acomodarse en la autocompasión que arrancarse las uñas escalando la pared para salir del pozo. Por eso me interesa saber cómo se les puede animar a encontrar ese momento, ese gesto, esa causa, que hacen que merezca la pena ir a trabajar un día más. Y por eso me lanzo a la lectura del género que se ha puesto tan de moda en los libros de «gestión empresarial», que en realidad decaen en una especie de subgénero del libro de «autoayuda existencialista». Lectura fácil, eso sí, que ya digo que soy muy ganso para andar pensando mucho al respecto. A mí, que me lo den bien mascadito.
En ese aspecto 'Fish!' sería un perfecto exponente del género mencionado y de literatura de nula complejidad que se puede adquirir por un precio relativamente bajo en casi cualquier librería y, últimamente, en muchos quioscos. Es un texto simple que anima a, y realimenta el ánimo con, su lectura. Es una fábula simplista y un ejercicio de búsqueda de la felicidad allí donde no se encuentra fácilmente y en las situaciones en las que muchos han desistido y tirado la toalla. Es simple, pero esconde una lección esencial, a mi modo de ver: el 90% del camino lo haces tú y es tu decisión. Sí, sí, de perogrullo, pero hay que ver la cantidad de gente que no lo sabe o se olvida de ello. Está bien, de vez en cuando, refrescar las ganas y la creencia. Recargar el depósito de las buenas intenciones para con uno mismo. En definitiva, encontrar que hay camino o quien cree que hay camino y escribe un libro contando un cuento para que otros también crean. Y de paso hacerse rico con ello. Vaya, me ha salido el ramalazo cínico. Perdón.
El texto es tan, tan, tan llano y lineal que se lee de una sentada gracias a que apenas llena ciento veinte páginas con una letra tan grande que sería la abusona del colegio si se lo permitiesen. Pero que sea llano y lineal no lo hace un mal libro. Todo lo contrario. En su género, por lo que cuenta y por la forma que lo cuenta, no me extraña que sea uno de los libros de referencia en esto de la motivación colectiva. Resulta muy entretenido de leer —a mi se me antojó muy divertido— y, para ser sincero pese a que peque de blandengue, hasta emocionante y emotivo. Es un libro recomendable. Ya sea para hacernos creer por un microsegundo que es posible o para reforzar la creencia de que se puede y que hay formas de pasarlo bien en el trabajo y, lo que es más importante, conseguir que otros también se lo pasen bien.
El lector habitual de este mi rincón sabrá que no es mi práctica reventar el argumento de un libro -por muy simplón que sea- porque odio que a mí me lo hagan y, además, en Internet hay cientos de personas que ya se encargan de ello con mucho gusto, así que una búsqueda en el padre de todos los buscadores, San Google, dará respuesta al necesitado de saber de qué va. Pero creo que es más que suficiente con decir que el libro usa a modo de marco y excusa argumental un comercio que se ha hecho famoso por el espectáculo circense que ofrecen a la clientela al tiempo que sirven pescado (de ahí lo de fish) como referente de lo que se puede llegar a hacer si la motivación es la correcta. Lo normal es que en mis entradas ponga referencias a la Wikipedia, pero no he encontrado ninguna al respecto, así que creo que será la primera entrada en la que no uso el hipervínculo como recurso para marear al lector. Siempre hay una primera vez.
Otra de mis prácticas habituales es la de empezar mis reseñas de los libros contando cómo me hice con ellos o qué me llevo a comprarlos. Hoy, por eso de variar, lo he dejado para el final. Aunque creo que en esta ocasión es más bien simple y no tiene demasiado encanto: Lo recomendaban en 'Alta diversión' [reseña]. (Vaya, al final sí que he usado un hipervínculo; el del onanismo bloguero). Y eso fue suficiente para comprarlo y seguir profundizando en el tema de las técnicas de motivación. O de la motivación sin técnicas, que de eso no se va a encontrar mucho en este libro.
En fin, que si te interesa el tema de los entornos laborales y de su salud anímica, este es un libro que te puede interesar. Si estás en uno de esos entornos en los que todo el mundo se detesta mutuamente y que parece que no hay forma de salir de ese hoyo profundo en el que se encuentra, es un libro que tal vez te pueda ayudar. Si te da absolutamente igual tu prójimo, en particular esos con los que tienes que convivir forzosamente ocho horas al día, cuando no más tiempo, desde luego este libro no para es ti. Aunque también puedes usarlo para nivelar la pata coja de la mesa donde sufrirás el resto de tu existencia profesional mientras sigues detestando a tus compañeros de oficina, local, almacén, planta o allí donde sea que has decidido malgastar tu vida creyendo que la culpa es siempre de otros.
2 comentarios:
Yo ayer terminé de escuchar Tribes de Seth Godin que habla sobre como las empresas han de crear tribus en su interior si quieren tener éxito y como esas tribus disparan la motivación entre los empleados hasta el infinito.
Interesante. Me lo apunto.
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