Conocí (o más bien, descubrí) la obra 'Españistán' porque alguien —hace ya tanto tiempo que no recuerdo ni quién— publicó en alguna red social —hace ya tanto tiempo que no recuerdo ni dónde— o envió un correo electrónico a alguno de los foros en los que participo pasivamente —hace ya tanto tiempo que no recuerdo ni cómo— conteniendo la URL de un video que, en su momento, como imagino que a millones de otros conciudadanos, me pareció una explicación y crítica magníficas al modelo de crecimiento español de la última década. Hablo del vídeo 'Españistán, de la burbuja inmobiliaria a la crísis' [@ YouTube], de Aleix Saló [1]. El vídeo, que servía de preámbulo e introducción para la historia que se nos cuenta en el comic, me pareció de una claridad pasmosa, de un ingenio aplastante y de una simpleza apabullante. Casi una epifanía de verdades como puños.
Lo que sí recuerdo exactamente es la época o el cuándo —de exactitud aproximada, claro— vi por primera vez el vídeo. Fue al poco de empezar a trabajar en Madrid, cuando dormía en un micropiso de la calle Mayor y tenía todo a un tiro de piedra porque estaba en el maldito centro de la capital. También sé que coincidió con una visita de mi madre a la ciudad para ella consultar fondos de la Biblioteca Nacional en busca de textos antiguos que la ayudaran en la elaboración de su tesis. Por el día cada uno trabajaba en lo suyo, por la tarde noche nos reuníamos para tomarnos algo y charlar un rato aprovechando las tardes infinitas del verano. Nada más ver el vídeo salí disparado a comprar el comic. Pregunté en un par de sitios y en ninguno la tenían. Incluso en una librería me dijeron que no sabían que obra tal existía. Desistí y, pronto, teniendo miles de millones de cosas en la cabeza, lo olvidé. Como me pasa con muchos otros cientos de cosas al día.
Recientemente, en una de esas veces que abro el iBooks en el iPad para leer, pero teniendo el cerebro tan chamuscado que en realidad no tengo ni idea de lo que realmente quiero y acabo navegando por la biblioteca de la iTunes Store de Apple a la caza de algún libro que me resultara interesante, descubrí que estaba esta pequeña obra disponible por apenas unos dos euros y poco. Me faltó tiempo para darle al botón comprar y, excitado por la novedad, me puse a leerla inmediatamente.
Se lee y visualiza en un plis plás. Con una sencillez agradable en los trazos de los dibujos, de esa sencillez que invita a disfrutar de la austeridad en pos de la historia, a la que no quiere restar protagonismo, y por ello ayuda. Sin embargo la historia en sí decepciona. A mí me ha decepcionado. Son todo arquetipos y prejuicios. Cierto que es una simplificación de la realidad. Pero a mí se me antojó vulgar y simplona. No me convenció, lamentablemente. Y mira que el vídeo de promoción/introducción me pareció brutalmente magnífico. De hecho lo he vuelto a ver buscando el enlace para escribir esta entrada y me sigue pareciendo magistral. Pero la novela gráfica es aburrida. Una pena, porque el ingenio del autor es punzante y afilado. Principalmente en el vídeo.
Tampoco creo que sirva como retrato fiel de lo que somos como país, aunque sí que nos debería forzar a reflexionar sobre ello, sobre qué queremos ser. Como decía al principio de esta entrada, es precisamente para lo que debería servir. No es fiel, pero es uno de los muchos retratos que ofrecemos como sociedad. Hay en la historia pinceladas de aquello que buscábamos hace poco y en qué quisimos convertirnos, y cómo morimos de éxito. El reto es reconocer nuestros fallos, sin recurrir a la externalización de las culpas, algo que es demasiado habitual en aquellos que nos dirigen y deberían predicar con el ejemplo, y sacar las fuerzas para cambiarlo. Cada vez hay más gente que sale a la calle queriendo hacerlo. Pero sigue siendo insuficiente. Sin embargo, si hay moraleja en la historia, yo me la perdí por el camino. Bastante plana. Y si uno, yo, recomiendo la reflexión, no es porque la historia me haya sensibilizado especialmente y descubierto una realidad que desconociera hasta este momento; sino porque veo en ella el riesgo de eliminar poco a poco los matices y quedarnos con la imagen burda y tosca que aquí se refleja. Miedo a que de tanto repetirlo finalmente acabemos siendo eso mismo y perdamos el resto de rasgos de nuestra identidad. O miedo a no querer reconocer conscientemente que en realidad siempre hemos sido así. Sea como fuere, sería bueno acabar el año reflexionando sobre qué fuimos, qué somos y qué queremos ser.
Termina hoy, por tanto, el año 2012, que por bisiesto nos ha obligado a sufrir un poco más —aún infinitesimalmente, no deja de ser sufrimiento adicional— como españistaníes. Pero oiga usted, no merece la pena fustigarnos de esta forma constantemente. Y menos en un día como hoy. Aunque resulta muy necesaria la reflexión, en especial para empezar el año que viene con las ideas claras, también deberíamos hacer todo lo posible para acabar el año actual con una sonrisa. Y, a poder ser, emocionados. Mejor aún si es con los nuestros y las personas que queremos. Para eso el vídeo de la última campaña de Campofrío [@ YouTube] puede ayudar mucho. A veces necesitamos que nos recuerden lo buenos que fuimos, lo buenos que somos y, principalmente, lo bueno que podríamos llegar a ser… [2]
[1] Si aún no lo has visto merece muchísimo la pena hacerlo. Altamente recomedable.
[2] Aunque, la verdad, estoy por pensar más en la línea negativa del artículo 'La España de Campofrío nos hundirá en la miseria', publicado en Zona Crítica de El Diario el 20/12/2012. Los éxitos pasados no se venden eternamente y de eso no se come.
[2] Aunque, la verdad, estoy por pensar más en la línea negativa del artículo 'La España de Campofrío nos hundirá en la miseria', publicado en Zona Crítica de El Diario el 20/12/2012. Los éxitos pasados no se venden eternamente y de eso no se come.