jueves, 24 de febrero de 2011

De hamburguesas, externalidades, urgencias médicas y aprendices de periodismo

Sigo El blog salmón desde hace bastante tiempo. De forma general, me gustan los apuntes y artículos que aparecen en él. Para un absoluto lego en Economía, lo que escriben los redactores del blog me resulta inteligible. Lo que ya es todo un logro hacerme entender a mí este tipo de cosas. Como en todas las publicaciones en las que escriben varias personas, los hay mejores narrando y explicando y los que no son tan buenos. Incluso los hay que, a veces, cometen pecados capitales en la forma de dar la noticia. Entiendo que hay una distancia abismal, casi cósmica, entre El blog salmón y el que yo escribo. Éste mío, no deja de ser una forma de distensión personal que a veces se convierte en desahogo y, precisamente por no aspirar a nada más, salgo en mi propia defensa y exclamo que yo me permito equivocarme. Empero, hasta la fecha he visto al blog salmón como una publicación de divulgación económica de calado más bien superficial (en el sentido de nada de conceptos abstrusos y de difícil comprensión) y con un espíritu más bien periodístico de corte divulgativo. Por eso creo que resulta imperdonable tropezar con un titular del estilo 'Papá Estado no quiere que comamos hamburguesas'. El titular en sí ya busca la burla y mofa, al desprestigiar el Estado como valedor de los derechos y como vigilante de los deberes de todos los ciudadanos presentándolo como la caricatura arquetípica de papá sabelotodo. De hecho este es el tono del propio artículo, aduciendo que el Estado, al pecar de exceso de celo, no deja desarrollarnos como personas capaces y responsables. Pero nunca debemos olvidar que esa es precisamente la función del Estado: velar por el bienestar de la mayoría sin discriminar a las minorías. Flaco favor le hace un titular, del que ya se espera poca objetividad, a una publicación divulgativa como El blog salmón.

En sí, la misma idea de que se nos debe dejar solitos porque somos altamente responsables daría para escribir varios cientos de libros, y es lamentable comprobar que las evidencias demuestran justo lo contrario (a la necesidad de tanta legislación y prohibición me remito; y al contexto de una crisis monumental me acojo). Pero tranquilos, no pretendo eso. De hecho no soy periodista y tengo serias dudas de que pudiera escribir siquiera un artículo siguiendo las pautas adecuadas para exponer mi punto de vista de forma contundente. Sin embargo me centraré en algunas de las ideas que saco de la lectura del artículo sobre Papá Estado y expresaré mis propias opiniones al respecto. Pero lo más importante, contaré una anécdota que me hizo recordar este asunto y las implicaciones sanitarias de la ingesta masiva de carnes, carbohidratos y grasas saturadas.

No termino de entender la discriminación que hace el autor entre externalidades de unos productos de consumo como el tabaco y el alcohol frente a las hamburguesas. Que yo sepa una externalidad [1] es una consecuencia, esperada o no, que afecta a una persona/entidad distinta a la que realiza la operación económicamente ponderable. El caso típico en estos últimos tiempos es el del tabaco, cuyo humo afecta negativamente también a los que no fuman. Y esa es mi primera sorpresa al respecto. Que yo sepa las hamburguesas, y el consumo generalizado de comida basura, tiene bastantes externalidades. Sin embargo, como las del tabaco, valorar objetivamente, si cabe, la externalidad negativa pasa primero por establecer una escala cuantitativa que permita medir el impacto del consumo de hamburguesas (como arquetipo de comida basura). No olvidemos que para comprender hay que medir, y que en el caso de este tipo de productos, donde las externalidades más visibles se identifican como síntomas de empeoramiento de la salud, hay que pasar primero por los gastos sanitarios [2] para poder saber qué significa una conducta perniciosa en euros para el bolsillo de todos los contribuyentes. Siguiendo este mismo esquema, parece que los costes sanitarios derivados de la obesidad ascienden a casi el 7% del presupuesto sanitario español [3] —que me permito recordar una vez más que sale del bolsillo de todos—. Tan solo la mitad del que supone el tabaco (en los artículos referidos a pie de artículo se estima en un 15%). Vamos, que por mucho que sugiera el autor que no hay externalidad, al menos en costes económicos, yo no lo veo así.

Y eso que sólo estamos atendiendo a las externalidades como el coste sanitario conjunto derivado. También podríamos aducir la cantidad de metano que expulsa el ganado en forma de peos y que, se sabe, es uno de los gases de efecto invernadero. Sin contar la deforestación del Amazonas para crear zonas de pasto o de cultivo que alimente a las vacas [4]. La próxima vez que te comas una hamburguesa, piensa en todo el mal que te estás haciendo a ti mismo y que estás haciendo al Planeta.

Sin embargo, parece que siempre enfatizamos en este tipo de cosas el aspecto económico directo —o no tan directo, dado que hay que pasar por los gastos públicos en salud—. Pero hay otros muchos que se dejan en el tintero y que no podemos incluir de forma clara. Creo que no hay que demostrar que un exceso de consumo de hamburguesas (y resto de familiares de las comidas rápidas) contribuyen a la obesidad y que, ésta, es uno de los factores de riesgo de enfermedades coronarias. Y aquí es dónde se dispararon mis recuerdos leyendo el artículo que se queja del exceso de vigilancia del Estado. Mi madre lleva trabajando para el Servicio Canario de Salud una barbaridad de años. Yo diría que se aproxima a las tres décadas. Como persona inquieta [5] voluntariamente ha cambiado de servicio cada cierto tiempo. Ha trabajado varias veces en los servicios de urgencia hospitalarios y siempre llegaba a casa agotada por la mañana después de una noche especialmente complicada. A veces, también, reflejaba tristeza. En una de estas me contó que en esa noche habían tenido que dejar morir a un chico que había tenido un accidente de tráfico. Probablemente hubiese sobrevivido si se le hubiese atendido cuando llegó, pero el personal de urgencias estaba dimensionado para atender dos casos de reanimación al mismo tiempo. Antes de que llegara el chico lo había hecho el culpable del accidente de tráfico (y que a ese no se podía salvar) y un hombre de setenta y pico, posiblemente ochenta, que había sufrido una parada cardiaca. Así que mi madre, y supongo que el resto de personal sanitario que había allí, sabían que no podrían hacer nada por aquel chico de veintipocos años que se moría en una camilla, mientras se salvaba la vida una vez más a un viejo que ya había sufrido varios infartos y se hacía lo imposible por reanimar al borracho que se pasó al carril contrario. Todo porque impera una ley objetiva y que evita tomar decisiones morales: el primero que llega es el primero en ser atendido. Hablo de casos de vida o muerte, por supuesto. Este tipo de situaciones no eran comunes, tal vez mi madre habrá presenciado unas pocas decenas a lo largo de su vida profesional en los servicios de urgencia, pero evidencian lo que la palabra Economía significa: la gestión de recursos escasos. Es impensable disponer de infinitos recursos para atender casos de urgencia. Tampoco tiene sentido exigir que tendría que haber tres equipos de reanimación en lugar de dos, porque resultado similar se produciría si llegan cuatro afectados al mismo tiempo. Siempre habrá alguno que dejar atrás. Amén de que no tendría sentido mantener equipos que no se aprovechan la mayor parte del tiempo… De eso va la Economía, sí.

La obesidad es una epidemia reciente. Aún no es probable que estas situaciones extremas se presenten en breve. Pero me imagino cómo sería si el afectado por el infarto hubiese sido un consumidor constante de comida rápida. Haciendo un ejercicio de proyección imaginativa, me veo a mí mismo en el pasillo del servicio de urgencias, moribundo, esperando mi turno. Tal vez al igual que el chico de la anécdota de mi madre, un accidentado inocente. Como en los cuentos fantásticos tipo 'La dimensión desconocida', en los momentos de angustia previos a la muerte se me presenta la oportunidad de salir de mi cuerpo y pasearme por los pasillos para ver lo que allí acontece. Una experiencia extracorpórea para contemplar por última vez a los amigos y familiares que esperan desolados o que van llegando preguntándose por qué ahora y por qué a mí. Me meto en los quirófanos y ahí veo a equipos de profesionales consagrados en intentar salvar la vida a otras dos personas. Me acerco y veo que ambos son también jóvenes, pero bastante obesos. No sé cómo, pero sin conocerlos sé quiénes son. Uno es abogado y el otro es profesor de Literatura en un instituto. Más o menos tienen mi edad, tal vez unos años más; pero son relativamente jóvenes. Ambos sufren ataques de corazón y han tenido vidas sedentarias hartas de comida grasa que les han tupido completamente las arterias. Sobrevivirán y, hasta ahí llegan mis poderes de videncia recién concedidos, volverán a comer hamburguesas pasados unos meses. La comida rápida es adictiva, siempre han dicho. Uno de ellos morirá en dos años de otro infarto de miocardio. El profesor sufrirá un infarto cerebral en cinco años y necesitará asistencia el resto de su vida. En esa parte de su existencia su dieta será controlada por el asistente personal y bajará treinta kilos. Vivirá otros quince años en silla de ruedas. El ser humano no es racional, por mucho que se grite a los cuatro vientos, me digo. Se acaba el tiempo, y soy consciente de que una de esas mesas, y uno de esos equipos de profesionales, podrían estar ocupados por mí y conmigo si apenas hubiese llegado unos minutos antes. Es la lotería de la vida. Y la de la muerte.

Tras esta pequeña licencia novelesca, me pregunto si las externalidades están tan claras. ¿Sería lícito que el equipo médico dejase a un viejo (o a un obeso) morir en favor de otro más joven que tuviera más probabilidades de vida y, lo que es más importante, mayor esperanza de vida? ¿Se debería penalizar al que no ha sido racional? ¿Cómo le explicarías a la familia del joven que no ha podido ser atendido porque ya se atendía a dos personas que han demostrado toda su vida poco apego por su salud y que los recursos asistenciales de urgencia son limitados? ¿No tendría más sentido hacer todo lo posible para evitar llegar a esta situación, tal vez improbable aunque no imposible? Desconozco si poner impuestos a la actividad de venta de hamburguesas sería una solución práctica. A la sazón, siento que los incentivos externos (positivos o negativos) no suelen ofrecer los resultados óptimos. O tal vez no habría que penalizar exclusivamente a los comerciantes. Tal vez habría que atacar a los racionales consumidores. Siempre he escuchado que la medicina preventiva es mucho mejor que la terapéutica. ¿Qué tal un sobre impuesto a las personas que no cuiden su salud? A fin de cuentas, una operación de corazón y el tratamiento médico posterior, puede suponer más de lo que cotiza una persona durante toda su vida a la Seguridad Social. Lo que falta para mantener en marcha el sistema y la vida de esa persona lo ponemos del bolsillo del resto de las personas. Tal vez no estaría de más prevenir y hacer que las personas que menos se cuidan paguen un poco más que el resto. Ya se sabe que no hay nada que nos haga más racionales que aquello que nos cuesta dinero. Al menos esa es la base de la Economía actual neoliberal: la absoluta base racional de todas nuestras decisiones económicas. Aunque los impuestos al tabaco demuestran todo lo contrario. Nunca se consiguió desinsentivar su consumo.

En fin, que de todos los defectos del artículo de el blog salmón, y de su joven redactor —porque le supongo la vehemencia y la inocencia de la juventud—, el recurso defensivo en base a la capacidad racional del ser humano es el peor de todos. Ya nos lo demostró Dan Ariely: Somos básicamente irracionales [6].



[1] Se puede consultar el significado tanto en la Wikipedia, http://es.wikipedia.org/wiki/Externalidad, como en el repaso de conceptos de Economía del propio blog salmón, ¿Qué son las externalidades?
[2] Rebuscando en la Red hay muchísimos artículos sobre el coste sanitario del tabaco. Por ejemplo:
[3] ¿Cuál es el precio de la obesidad?, artículo algo viejo que aparece en MedicinaTV, pero que parece confirmar uno más actual, El gasto sanitario por obesidad supone en España casi 5.000 millones de euros, aparecido en El Confidencial el 14 de noviembre de 2010.
[4] En el artículo Las vacas se parecen a los coches más de lo que se cree, del 1 de abril de 2007, la FAO estima que la industria cárnica es responsable de un 18% del total de emisiones de gases invernaderos al año. Casi igual que las emisiones en Europa para el transporte (21%).
[5] Sospecho que mi propia (y desesperante) inquietud es heredada al 50% de mi madre y el otro 50% de mi padre.
[6] El libro 'Las trampas del deseo', mi reseña, cuyo título original es 'Predictably Irrational', nos enseña que somos, menos racionales, todo lo que se nos pueda ocurrir. Pero sí predecibles dentro de esa irracionalidad.

12 comentarios:

Luis dijo...

Yo sobre eso tengo mi opiniones muuu particulares.

Los gordos no creo que produzcan una carga mayor al estado, se suelen morir pronto, por lo que no cobran Jubilación y además la carga mayor a la SS se produce a edades altas a las cuales los gordos no suelen llegar.

Aunque para ser justos y "educar" a la gente, tendríamos que cambiar la política sanitaria, (al estilo Inglés creo). Que resumiendo el estado te cubre la primera vez, si luego te dice "Tienes que adelgazar y/o dejar de fumar ..... y el paciente no lo hace, deja de estar cubierto por la asistencia médica gratuita, y pasa a tener que pagarla. Cosa que me parece muy lógica y justa. Si tu como persona-paciente no te quieres cuidar, pues nosotros tampoco te cuidaremos.

sulaco dijo...

Yo estoy totalmente a favor de dejar morir a los fumadores sin tratamiento y como soy una persona infinitamente generosa, creo que cuando ya se sabe que se van pa'l foso, les das un bono con cartones ilimitados de cigarrillos Kruger, los metes en un cuarto y de ahí no salen hasta que se estén quietos en el ataúd. Seguro que se ahorra un montón en el sistema médico. También estoy a favor de subir los impuestos del tabaco un 1000 por ciento y usar ese dinero para comprar regalitos a los que no fumamos pero hemos estado toda la vida oliendo el humo de esas malas personas.

Uno+Cero dijo...

Luis, discrepo. Por suerte -o por desgracia- los gordos no se mueren sin más. La cosa suele tirar para largo. Mírate la tabla de costes directos e indirectos de obesidad y sus enfermedades que aparece en uno de los artículos que refiero a pié de artículo: ¿Cuál es el precio de la obesidad?. Sí, mueren antes, pero no sin haber dado bastante guerra -evaluado como gastos- en el camino.

En cualquier caso, lo que cuentas sobre la política sanitaria no me parece muy descabellado. Entiendo que hay sustancias que crean adicción, pero si ni siquiera empiezas un programa de desintoxicación no veo que la Sanidad Pública tenga que costear enfermedades derivadas de tus vicios. Pero claro, aquí empezamos a intentar valorar si los síntomas/enfermedades que tienes son realmente propios o derivados de una vida insana o si se debe a otros factores. ¿Y que pasa si estás casado con una persona fumadora aunque tú no fumes? No dejas de convertirte en una persona de riesgo. ¿Debes divorciarte para que no te cobren por los servicios sanitarios? Es, cuando menos, un tema complicado, sí.

Sulaco, eres todo amor, nadie podrá nunca discutírtelo X-D

Luis dijo...

Yo sigo en mis trece, de acuerdo que gastan mucho pero durante menos tiempo, y que se compensa con los sanotes como nosotros que llegaremos a los 90 como mínimo, cobrando pensión, y con visitas y tratamientos médicos más o menos caros durante muuuuucho tiempo, me gustaría ver alguna vez un estudio comparativo serio.

Anónimo dijo...

Entro en esta interesante discusión sobre el coste económico de mantener a los viciosos con varias dudas y planteamientos rondándome en la cabeza.

Contestándole a Luis diría que su propuesta de "pago por aviso" -o más popularmente- "mira que te lo tengo dicho" es interesante aunque difícilmente aplicable ¿cómo harías un seguimiento fiable del paciente? ¿y en caso de que sufra una recaída aunque haya respetado tus indicaciones? Además de que tenemos el problema de los ingresos personales.

Porque hemos de contar que la sanidad pública es para todos pero la usan principalmente las personas de rentas y recursos más modestos. Pero es que precisamente estas personas de menos recursos también tienen menos acceso a productos de mayor calidad. De esta forma su dieta aunque sana en las formas no lo será tanto en el fondo ¿es entonces aplicable el mismo rasero que a personas que se puedan permitir alimentos de mayor calidad?

Y eso sólo tratando el aspecto económico y sin entrar a valorar el coste social y moral. Social en cuánto intentamos buscar una sociedad más justa y en la que todos tengamos las mismas oportunidades ¿o por la misma medida expulsaremos al arroyo a los malos estudiantes? El coste social de estas políticas puede ser muy alto tal y como vemos en las revueltas que se están produciendo en todo el mundo árabe. El coste moral es todavía más duro ¿qué potestad tenemos para determinar quién debe vivir o no? ¿Usaremos la misma medida cuándo sea alguien muy cercano a nosotros?

Todo esto es hablar por hablar porque el tema es excesivamente complejo. Claramente huele a que este aumento del coste de las hamburguesas tiene un sentido puramente recaudatorio ya que, como bien apunta el artículo, el aumento del coste tiene poco efecto en la reducción del consumo.

No obstante muy interesante toda esta divagación, daría para una auténtica mesa de debate, aunque no sé si las posturas de sulaco se podrían considerar ¿inhumanas?

Luis dijo...

Las recaidas, si has seguido el tratamiento están cubiertas y son gratis.

En cuanto a lo de alimentos de mejor o peor calidad es un tema que da para mucho, pero aunque no seas pudiente y solo puedas comer espagueti, coño no comas tres platos, y menos si los haces con mucho aceite y mantequilla. Ed una cuestión de moderación, y comer bien, o razonablemente bien no debería ser muy caro.

Yo me fijo mucho en el super y lo que lleva la gente en su carro, y a mayor peso, más comida basura, que alguna no es precisamente barata, como la bollería.

Además las grandes cadenas explotan eso. EL otro día me fijé en Al Campo de un dato curioso, la caja de Donuts, hay de 4 y de 6 unidades, lo lógico es que la de 6 cueste un 50% más que la de 4, o incluso menos por comprar volumen, pues no, costaba como el doble, vamos que saben que los gordos compran el paquete grande y los explotan.

Uno+Cero dijo...

Por orden de participación.

Luis: Perdona por hacerme viejo, hombre. Envejecer es inevitable, de momento al menos y según mi creencia. La esperanza de vida sigue en aumento, así que supongo que seguirán ampliando la edad de jubilación para que todos los que suframos incontinencia nos paguemos los pañales a los 75 años con nuestro propio sueldo. Ahora bien, si envejecer es inevitable, no lo es tanto ponerse hasta las cienes de grasas saturadas y carnes enriquecidas con salsas variadas y acompañadas de dosis masivas de hidratos fritos en aceites llevados al extremo de su capacidad de cocción. El problema es que la gordura presenta distintos grados. Efectivamente, sin datos estadísticos, también creo que aquellos que sufren obesidad mórbida de grado II o superior (Índice de masa corporal) tienden a vivir bastante menos cuanto mayor es el índice de masa corporal. Pero no tanto los que se mueven en los límites de la obesidad. Uno de los principales problemas derivados de la obesidad es la diabetes. Conozco gente obesa, con diabetes y que ya superan los 70 años. Todos conocemos casos. Yo los que conozco llevan años acudiendo al médico por estas enfermedades. Amén de que la diabetes no es una enfermedad que desee a nadie, más allá de la esclavitud a la inyección de insulina, está la necrotización tardía de los tejidos de extremidades (y la necesidad de amputación) y la pérdida inmisericorde vista.

Cierto que se requieren estudios, pero no veo que sea exigible un comparativo. Y tampoco estoy de acuerdo en el argumento "pero tú más". La obesidad, los malos hábitos alimenticios, la vida occidental cuyo máximo exponente es el estrés y unos comportamientos sedentarios son un problema real. Y esos problemas, cuando afecta a un porcentaje bastante alto de la sociedad, no dejan de ser un problema de todos.

Uno+Cero dijo...

ladrona: Ahora contigo, primo. Primero agradecerte el comentario y la participación. Por otro lado, discrepo en algunos aspectos de la misma. Para empezar, quiero aclarar que mi postura es que un problema —al menos este en concreto de la comida basura/rápida, en su aspecto particular, y el de la Seguridad Social o Sanidad Pública, en su vertiente más general—, pese a ser de difícil resolución, no debe invitar a abandonar su discusión. La propuesta de Luis sobre el pago por aviso, pese a presentar bastantes implicaciones y repercusiones negativas, tampoco es tan descabellado de platear cuando lo que se desea es incentivar a que la gente tenga planteamientos más saludables de vida. Tampoco digo que se tenga que hacer de una forma u otra, pero sí es cierto que estamos actualmente estancados en un modelo que se presta a múltiples abusos. Hay un libro que siempre recomiendo: 'Las trampas del deseo', de Dan Ariely. En él hay un capítulo dedicado a cómo nos comportamos ante lo que es "gratis". Los servicios de urgencia de nuestra Sanidad Pública son un claro ejemplo de aquello que se considera un abuso de buen criterio o de la buena fe. Como se tarda "mucho" en el médico de cabecera, la gente va por urgencias para "ganar tiempo", aunque lo que tenga sea una vulgar gripe. Esto, lejos de aligerar el problema de espera lo agrava considerablemente. ¿Por qué sucede esto? Puede haber varias explicaciones. Una de ellas es que somos ciudadanos bastante egoístas y nos la trae floja el resto o el propio sistema si, en nuestra picaresca, salimos ganando. La otra es que el servicio es gratis y, ante dos situaciones, una que me implica esperar dos días y otra que supone ser atendido en el día, como no hay diferencia económica apreciable, opto por la que más me beneficia. La gente que no se cuida de forma deliberada presenta el mismo problema: el egoísmo. Recurriendo a una simplificación, que como todas las simplificaciones cae en la pérdida de visión de conjunto, se podría decir: "cuando ya me ponga malo por hartarme de comer, iré al médico para que me recete algo para adelgazar".

Otro de los puntos con los que no estoy de acuerdo es con la afirmación de que los menos favorecidos comen peor por, precisamente, tener menos recursos. Te remito a uno de tantos artículos de expertos en dietética y alimentación que hay en Internet en que se afirma que comer sano es incluso más económico: "Comer sano casi siempre es más barato". Como todos, yo también tengo mis ejemplos que secunden mis creencias. No voy a negar que yo también me permito licencias y como de vez en cuando en el McDonald. Un MacMenú, que se compone de hamburguesa, papas y un refresco cuesta unos 7€, aproximadamente. Generalmente vas acompañado y sueles "enriquecerlo" con un helado de postre. Pongamos que una pareja se gasta unos 18 € aproximadamente si van a comer al McDonald. Si es una familia típica formada por padre, madre y dos vástagos, la cosa puede rondar perfectamente 30 €. Telepizza no saldría por menos. Con 30 € puedes hacer un potaje de verduras que te dure perfectamente dos o tres días y acompañarlo con queso y pan. Sinceramente, creo que comer bien (en el sentido de sano) no es más caro.

(continuará...)

Uno+Cero dijo...

(segunda parte de la respuesta a ladrona de calcetines)

Tocas temas importantes que toda sociedad debe tener siempre presente en sus decisiones y hacia dónde quiere andar como tal: la justicia y la moral. Sin embargo, y en mi humilde opinión haces un mal uso del ejemplo de las revueltas recientes en Egipto y Libia. No son ni mucho menos comparables las revueltas contra dictaduras con las sociedades que velan por un bienestar común superior. Efectivamente, la justicia social es un aspecto espinoso. Principalmente cuando el concepto "justicia" en sí mismo es tan maleable y sujeto a interpretaciones, tanto o más incluso que la moral, a la que está solidariamente ligada y que, por tanto, en estas discusiones pasan casi por la misma cosa. El de la educación es un asunto que daría para discutir mucho y tengo previsto tratarlo en algún post futuro, así que me mantengo exclusivamente en el asunto que nos trae en este momento: la elección personal de una vida poco sana. El problema con las elecciones justas es que en contextos de abundancia es fácil: todo para todos. Pero en situaciones menos favorables es cuando las decisiones difíciles son las que más daño pueden hacer. Tengo un conocido que trabaja para farmacéuticas y que me dijo el otro día que la Seguridad Social ya ha comunicado a los laboratorios que a partir de julio, tal vez antes, tal vez después, no podrá hacer frente al pago de los medicamentos subvencionados. O sea, habrá una verdadera escasez y aquí se plantea la pregunta que lanzaba en el artículo principal: ¿a quién le darías la medicación? ¿Al que se ha pasado toda la vida comiendo en el McDonald porque le daba la gana? ¿O al que sufre una enfermedad derivada de ganarse los garbanzos en un taller trabajando diez horas al día? Cierto que son casos extremistas, pero creo que el planteamiento es claro y no valen ejercicios malabares de dialéctica: ¿A quién salvarías? Yo lo tengo claro, al menos. Pero hay un camino alternativo a la elección extrema: desincentivar el consumo de comidas perjudiciales para que desaparezca el tener que elegir. En este hipotético, y tal vez utópico, caso no hay perdedores y, por tanto, ganamos todos. Ese es el ejercicio correcto de gobierno, al menos a mi entender.

Y aquí enlazo con el penúltimo párrafo. Lo de sulaco lo dejamos para otro momento porque él es como es y le gusta, por su naturaleza, distorsionarlo y exagerarlo todo. Efectivamente soy de la creencia que el aumento del coste, salvo que sea de forma realmente exagerada, no influirá en demasía en el consumo. De hecho hay cientos de casos, algunos incluso recientes, que demuestran lo contrario. Hay un concepto de economía que lo expresa bastante bien: la elasticidad en la demanda-precio. Sin embargo, dado que sería aún más descabellado instaurar un cuerpo policial que multase a los que comen más hamburguesas de las debidas, y ya me parecería kafkiano prohibir su consumo, los gestores del país cuentan con pocas herramientas de aplicación cortoplacista. Aclarando, eso sí, que la única medida eficaz a largo plazo para cualquier sociedad libre es una educación adecuada (tema algo espinoso que dejaremos de lado de momento). Entre ellas la más destacable es la incorporación de impuestos a aquellas actividades que suponen un riesgo para la comunidad o que presentan una externalidad (creo que este aspecto ya quedó demostrado en mi exposición inicial) para que a) aquellos más sensibles a la variación del precio (menor elasticidad) se deriven al consumo de bienes/servicios sustitutivos -tal vez verduras en lugar de carne- y b) con el incremento de los ingresos por impuestos pagar las externalidades que supone. En este caso los servicios sanitarios "gratuitos" que exigen las personas con obesidad y enfermedades derivadas.

Uno+Cero dijo...

Luis (en tu respuesta a ladrona de calcetines): Pues creo que no tengo mucho más que decir que no haya dicho ya salvo recalcar lo que le dije en una respuesta anterior: "comer sano no es necesariamente más caro". Por ejemplo, la OCU sacó su propio menú económico para una familia de cuatro miembros: http://www.ocu.org/nutricion-y-alimentacion-especial/comer-sano-no-es-caro-s469334.htm

Luis dijo...

Que yo tampoco creo que comer sano sea más caro que comer mal. Bueno no del todo, es más barato un potaje que comer en el Mcdonal, pero es más caro un potaje que pasta con salsa de tomate. El problema es que la gente que está al límite, o no tiene buenos hábitos solo come pasta, croquetas y carne cuando puede.

Pero por ejemplo comer pescado azul, que es muy sano, es barato sobre todo si lo compras en su época y lo congelas.

Vamos que como bien dices es muuu complicado, y la solución no es cortoplacista, sino educacional, por lo tanto a largo plazo, y si es en canarias el plazo es larguiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo.

Anónimo dijo...

Me has dejado sin palabras para replicarte tras leer tu extensa argumentación e impecable argumentación. No obstante intentaré explicarme mejor.

Al referirme a productos de mayor calidad no me refiero a que no puedan comprar lechugas, me refiero a que podrán comprar lechugas pero seguramente serán congeladas y traídas desde mucha distancia en contraste con una cultivada y fresca. Y que además han sido cultivadas con fertilizantes e insecticidas frente a cultivos ecológicos. De una manera un poco burda es como comparar elBulli y un restaurante de mi barrio. Mi premisa parte de que en economía al aumentar los ingresos también aumentan los gastos debido no al mayor consumo sino a la mejora de la calidad -normalmente a mayor precio- de lo que se compra.

Coincido contigo en los abusos que se producen con el todo gratis, es verdad que mucha gente acude a urgencias para acelerar su atención y evitar la espera del médico de cabecera. O muchas personas mayores que acuden al médico por dolencias inexistentes saturando a su vez los servicios de atención primaria. De todo hay y de todo tiene que haber.

También estoy de acuerdo contigo en que la solución del problema pasa por la educación alimentaria de la gente, es lo único que realmente conseguirá que la gente lleve una dieta adecuada a su ritmo de vida.

Finalmente en la comparación que haces a la hora de salvar vidas y elegir entre el que no se ha cuidado y el que realmente merece ser salvado sigue existiendo el mismo problema: nosotros no debemos decidir quién vive o muere. Lo podríamos hacer estadísticamente y determinar según las posibilidades quién merece ser salvado.

En todo caso la sociedad que hemos creado debería ponernos por encima de la elección natural, de salvar al más fuerte. Entiendo que todos los pasos que hemos dado desde que salimos de las cuevas hasta hoy se dirigen a buscar lo mejor para todos, sin distinciones, convertirnos en esos seres civilizados que presumimos ser y no limitarnos únicamente a valorar todo -incluida la magia que es la vida- asignándole un coste. Es quizás el problema que debemos superar, dejar de monetizarlo absolutamente todo y pensar en términos más humanísticos.