Cuando recuperé, rebuscando entre bolsas de CD viejos, la cantidad de archivos que había dado por perdidos, también recuperé buena parte de las prácticas que hice durante los años de la carrera. Sin embargo decidí no publicarlas dentro de este marco de artículos porque me parecían más bien parte de anécdotas que productos por sí mismas. Aunque es cierto que tesoros anteriores se han solapado con el universo del anecdotario personal y no dejan de ser, de alguna forma, producto de las mismas.
En cualquier caso, y como decía, pese a no tener más fundamento que mi propio apetito y criterio, las prácticas habían quedado desestimadas completamente como parte de esta serie. ¿Y por qué nos das la brasa entonces con una, preguntarán? Pues porque la práctica de Ingeniería del Conocimiento me la he tropezado en Internet.
Tengo el raro hábito de buscarme a mi mismo en Google de vez en cuando. No es algo que tenga programado ni de lo que tenga una necesidad perentoria por realizar. Simplemente, en un momento cualquiera y de repente, me voy a la entrada de búsqueda en la esquina superior derecha del navegador, escribo mi nombre y apellidos, y compruebo qué aparece. En general es casi siempre lo mismo: La orden de caza y captura para devolver el dinero de una subvención, algunas fotos que han usado otros, una consulta que hice hace eones en un foro, algún comentario hecho en algún blog, etc., etc. Pero esta vez me he tropezado con un documento Word escrito a principios de 2000, conteniendo la susodicha práctica. Y me ha resultado curioso. Curioso porque es una de las prácticas que sí estuve a punto de poner en esta serie y saltarme con ello la decisión inicial.
No se puede decir que fuera un estudiante modelo. Lo de apoyar codos no era precisamente lo mío. Yo siempre fui de los que con asistir a una de cada tres clases y con estudiar la tarde anterior, aprobaba. A veces con notas generosas. Eso era en cuanto a la teoría, porque para las prácticas era otro gesta diferente que cantar. Les dedicaba horas, horas y horas sin importarme lo más mínimo. Siempre fui bastante perfeccionista para los detalles y las prácticas de Ingeniería del Conocimiento fueron de las que más me curré. Aunque no las que más. Gracias a eso, nuestro grupo de prácticas obtuvo matrícula de honor.
Y ahí está la parte de anecdotario de esta entrada. Ingeniería del Conocimiento fue una de las últimas asignaturas que cursé en la carrera. Después de algunos años trabajando había decidido retomar y finalizar la Facultad de Informática, antes de que se transformase definitivamente en ingeniería, por lo que me alié con Roberto para repartirnos las prácticas de las asignaturas. Él se curraba a fondo las suyas y yo las mías. Divide y vencerás. Mientras nos íbamos contando los detalles importantes de cara a las defensas. Eso fue algo que no entendió Daniel, el tercero en discordia. Nos vimos forzado a aceptarlo porque a) Roberto era demasiado buen tipo para negarse y b) los grupos tenían que ser de tres, mínimo. Daniel resultó ser un tocacojones de cuidado. No entendía que yo hubiese acordado eso con Roberto. Sólo participaba con nosotros en esta asignatura, así que mi trato con Roberto era algo fuera de su area de interés. En sencia se quejaba de que no hacía nada y no traía preparado nada para las reuniones de grupo. De hecho Daniel tampoco hacía gran cosa y, las aportaciones que hacía no eran demasiado adecuadas para mi enfoque del trabajo. Le repetía una y otra vez que dejase el asunto de Roberto y que confiase en lo que estaba haciendo, que no se arrepentiría. Pero no lo dejó estar y se quejó al profesor, contando que a) que no le dejábamos participar y b) que Roberto no hacía nada. Tras explicarle al profesor por activa y por pasiva que no era exactamente así, la cosa se resolvió y todos tuvimos un diez en la asignatura. Después de publicadas las actas con las notas, no tuvo ni un gesto de agradecimiento. Como dicen por ahí, hay gente pa'tó.
La práctica trataba del diseño de un sistema experto para la concesión de préstamos y créditos por parte de una entidad financiera. En aquella época yo trabajaba en una empresa que daba servicios para una caja de ahorros, de forma que tuve acceso a gente que me explicó, por encima, cómo funcionaba el asunto. El resto, los huecos que no pude consultar, simplemente me los inventé. Así funcionan las cosas.
Si has llegado hasta aquí en la lectura de la entrada del día, aprovecho para comentar que las ilustraciones con las que he ido decorando el artículo fueron todas realizadas con Corel Draw, del que ya he hablado en varias ocasiones. Aunque ahora, revisándola con un poco más de detalle, me da que más bien usé Visio. Eso también lo solía hacer: usar Visio para los diagramas de clases y luego pasarlo todo a Corel Draw para finiquitarlo. Da igual.
En fin, que si tienes ganas de meterte entre pecho y espalda un poco de mi prosa dedicada a las prácticas de Informática, ahí cuentas con la posibilidad de hacerlo con la genial práctica de Ingeniería del Conocimiento. El profesor era un buen tipo y se enrolló con la nota final. Nos la merecíamos (sé que las comparaciones son odiosas, pero el resto de grupos no hizo una práctica tan buena ni de lejos), pero no dejó de ser generoso con la nota final. Más si tenemos en cuenta el numerito del amigo.
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