Como nos sucede a todos con cada una de las diferentes actividades lúdicas que experimentamos y repetimos a lo largo de nuestra vida, la Noche de San Juan, en particular, acarrea un compendio de diferentes emociones y sensaciones que han ido sedimentando durante mi existencia. Para mí la Noche de San Juan, además de otras experiencias, está muy ligada a mi abuelo. Para él, ésta noche era especial. Una ocasión más para reunir a su familia alrededor del fuego y contar cuentos o adivinar el futuro a través de las formas del plomo derretido. Mi abuelo fue una persona muy importante en mi vida y su muerte tuvo un fuerte y marcado impacto en mí. Experimentar su muerte supuso un antes y un después en mi existencia. Un choque del que hablaré, tal vez, en otro momento.
Mi abuelo no es la única persona importante que ha desaparecido, de forma irreversible, de mi vida. Desconozco si a mi edad estaré dentro de la campana de Gauss y entro dentro del grupo normal de aquellos que les faltan dedos en las dos manos para contar las pérdidas, pero con 37 años ya he experimentado la pérdida de unos cuantos amigos y compañeros próximos a -o de- mi edad. El último en sumarse a esta -ya demasiado larga- lista ha sido Ulises Santos.
Conocí a Ulises en el Instituto Tomás Morales. Entonces ya era un personaje singular. Acabamos COU el mismo año. Recuerdo que ganó el premio del concurso de matemáticas del instituto porque yo le resolví el ejercicio de los tablones para cruzar un foso. A él y a diez más. Al final el premio se convirtió en una lotería y le tocó a él. Con el dinero que le dieron, si no recuerdo mal, cruzó a la acera de enfrente del instituto, que no un foso, y se pilló unas playeras nuevas en una pequeña tienda de calzado deportivo.
Al salir del instituto él se matriculó en la Escuela Universitaria de Informática mientras yo dedicaba dos años a negar con todas mis fuerzas la evidente evidencia de que mi vocación eran las ciencias de la información. Volvimos a vernos en el año 92, cuando inauguraron el edificio de Informática en Tafira y me uní, sin pensarlo demasiado, a él y a un grupo de alienados, sea dicho con todo mi cariño, que habían montado -y mantenían- el 'Aula de Kurtura' como base de operaciones desde la que eyectar el fanzine 'Eyaculación Digital'. Resultó toda una experiencia tratar con ellos. Como también lo fue compartir prácticas de ICT (Informática aplicada a la Ciencia y la Tecnología), donde flipaba con los nombres de variable que usaba Ulises en sus programas. Pocas veces habré visto código en el que la variable de iteración de un bucle se denomina 'pepe' y te encuentras un if con algo parecido a, "si pepe multiplicado por tres es distinto de luis, entonces paco es igual a paco más dos". Eso por no decir la cantidad de variables identificadas por secuencias de cás, cuando la inspiración para poner nombres se le acababa. Entonces empezabas a ver, desperdigadas por el código, variables con nombres como 'k', 'kk', 'kkk', 'kkkk'... Un tipo singular, este Ulises.
Poco más puedo decir sobre su vida, salvo los ecos que me llegaban de la misma por el ciberespacio. No viví de primera mano cómo disfrutó de su edad madura. Nuestros caminos se separaron en el 95 y, desde entonces, hemos coincidido en contadas ocasiones. En cada uno de estos encuentros, algunos un poco más largos que otros, podía constatar en cada ocasión que seguía estando como una cabra jarta cartones. Parecía decir con cada gesto que la vida hay que vivirla. Comportamiento que siempre resultaba refrescante.
El día que me enteré de su muerte apenas di pie con bola la mayor parte del resto de la jornada. Me sorprendió a mí mismo experimentar esa sensación de pérdida por alguien a quien apenas había visto en los últimos 15 años. Pero la mejor explicación es que Ulises era una de esas personas que, de forma imperceptible, pero con carácter duradero, dejan su pequeña marca en tu vida.
Si hay vida después de la vida, o si hay cielo, espero que estés montando tu pequeña 'Aula de Kurtura' y consigas editar el 'Eyaculación Celestial'. ¡Nos vemos!
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