sábado, 24 de diciembre de 2011

Feliz Navidad y Próspero 2012

Tal día como hoy, ahora hace ocho meses justos, llegaba a Madrid para comenzar a trabajar en una nueva empresa. Habían sido unos meses inciertos buscando trabajo «cerca de casa» que no habían terminado en nada. Tuvo que ser la oferta de un amigo la que me arrancara del calor de mi hogar para venirme a una ciudad grande como Madrid. Dejé la incertidumbre de la búsqueda infructuosa de trabajo en Las Palmas por la incertidumbre del día a día en Madrid. No han sido ocho meses fáciles. No sabría si habría un 2012 en Madrid o si acabaría mi trabajo cerca de estas fecha y tendría que volverme. Finalmente ha sido lo contrario. Todo apunta a que estaré al menos otro año más en la empresa y, si los mayas no erraron, el fin del mundo me pillará en la capital del reino.

Pero no es momento de pensar en finales violentos. Quedémonos con el hecho de que estamos en fechas propicias a pasarlas con aquellos con los que más nos apetezca pasar. Porque ahí está el verdadero secreto de la felicidad general y, en particular, de pasar una felices fiestas. Huyan de las cenas con aquellos familiares a los que no soportan o a los que ven de higos a brevas. No dejan de ser situaciones tóxicas que no merece la pena aguantar y que, tengo la experiencia acumulada de muchos conocidos, tan solo se sobrepasan a base de alcoholizarse. En mi caso pasaré la Noche Buena y el día de Navidad en Madrid. Estaremos solos mi mujer —venida para la ocasión— y yo, acurrucados del frío y disfrutando de la mutua compañía. Y aunque me gustaría poder tener a mi hermana y mis padres aquí, difícilmente se me ocurre compañía y combinación mejor para esta noche. Tranquilidad, frío navideño, cena de lujo preparada por una buena cocinera y compañía de una de las personas más importantes de mi vida.


En fin, muchas gracias a todos los que en algún momento han leído este blog, y les deseo a todos, indistintamente me lean o no,


¡¡ FELIZ NAVIDAD

Y

PRÓSPERO AÑO 2012 !!

lunes, 19 de diciembre de 2011

Cadena de consecuencias claras y probables tras malas decisiones

De forma general, no somos muy conscientes de las consecuencias de un acto simple y sencillo. Pese a nuestra inconsciencia, muchas veces las acciones originales siguen proyectando su sombra en el transcurrir del tiempo e, incluso, inducen a otras acciones. Sin embargo, también hay ocasiones en que la cadena de sucesos tiene un claro origen y resulta fácil determinar la causalidad de lo acontecido. Ayer, sin ir más lejos, me dejé imponer por mi mujer y llamé a Movistar para liberar mi iPhone, como primer paso para buscar una tarifa más económica (algo que ya adelanté aquí). Lo había ido posponiendo, pero lo de Movistar resulta sangrante, así que a la cosa había que ponerle remedio.

Tras la «liberación» el paso imprescindible es restaurar el terminal desde iTunes. Esto lo hacía en Las Palmas y —qué pronto se acostumbra uno a lo bueno— había olvidado que allí tengo «tan sólo» un megabit de velocidad en mi ADSL. La restauración tardó dos horas. Decidí empezar con esto tres horas antes de coger el vuelo de vuelta, así que la restauración se quedó a medias y ya tuve que esperar a llegar a Parla a recuperar la última copia de seguridad desde iCloud —suerte que hacía unas semanas había activado esta funcionalidad—, en lugar de hacerlo directamente desde iTunes. Esto dejó exhausta la batería durante la noche. Esta mañana salí del piso con la batería completamente descargada, con prisas, pero con la esperanza de que hubiese terminado. En la estación de RENFE me entero, por machacona megafonía, que hay problemas graves con los trenes y, lo que a diario es un paseo de una hora en tren directo desde Parla a Tres Cantos, se debía transformar en varios transbordos en estaciones al aire libre donde había que esperar veinte minutos al siguiente tren exhalando humo como un dragón. Sin móvil no he podido avisar que llegaría tarde. Tanto como tres horas y media más tarde de lo que esperaba llegar. Y ya había dejado trabajo «pendiente» el viernes antes de marcharme. Así que ha sido llegar y ponerme al tajo con ahínco desmedido. Algo que siempre se lleva mejor escuchando alguno de los cientos de discos, o miles de canciones, que tengo en mi biblioteca iTunes. De hecho, casi me resulta imposible «trabajar bien» sin mis cascos para aislarme del mundo y concentrarme en la tarea. Soy «adicto» a esos momentos, y «dependiente» de este mecanismo de abstracción.

Además del problema derivado de la liberación del terminal, el sábado me lancé a suscribir el servicio iTunes Match, por el que llevaba esperando muchísimo tiempo. Y no se me ocurrió otra cosa que, antes de terminar la restauración de la copia de seguridad de iCloud, indicar que a partir de ahora mi terminal se bajase la música directamente. He llegado a la oficina, he puesto a recargar el iPhone, lo he encendido cuando ha considerado él mismo que ya puede estar operativo, y he descubierto que aún no había terminado la restauración. Estaba intentando restaurar todas las aplicaciones usando la conexión 3G. Y he descubierto que, además, no tenía ninguna cochina canción precargada porque, al elegir la opción de iTunes Match en el iPhone, la biblioteca de canciones se elimina y espera que vayas eligiendo lo que quieres sincronizar desde la nube. Algo que no hice anoche porque, obviamente, estaba en plena restauración. Recuperar una copia de seguridad y descargar canciones usando 3G es algo que no está definido como posible en el universo conocido. Es de esos fenómenos que pueden producir bosones de Higgs que llevarían a una singularidad y a la destrucción de toda forma de vida conocida. Ante la imposibilidad de hacer algo útil al final he optado por apagar el móvil y esperar a volver al piso, bajo el amparo de la wifi, para terminar el proceso.

Pero aún hay más. Cuando el terminal resucitó tras la restauración, le dije a mi mujer que salía corriendo ya para el aeropuerto. Justísimo de tiempo, llegué a tiempo aún para el embarque. No pude disfrutar de nada de música en el vuelo, algo que me jodió mucho. Ni en el tren hasta Parla, algo que me jodió también. Pero lo realmente jodido fue dejarme atrás los retenedores de los dientes. Con las prisas, los olvidé sobre el lavamanos. Y hace apenas dos meses y medio que me quitaron la ortodoncia y la sustituyeron por unos retenedores de plástico que debo llevar, al menos durante los tres primeros meses, todo el santo día. Es algo pesado, pero te acabas acostumbrado y resulta imprescindible para que los dientes, después de dos años forzándolos a llegar a un lugar, no retrocedan hacia el punto de origen. Hasta el viernes no voy a recuperar los retenedores.

Así que, resumiendo, veamos qué ha pasado. Contrato iTunes Match y solicito a Movistar que me libere el teléfono móvil. Ello implica que casi pierdo el avión y que el teléfono se quedó a mitad de la restauración. Pero también que me dejé los retenedores atrás por las prisas. La recuperación de la copia de seguridad dejó frita la batería del móvil, así que esta mañana estaba desamparado sin posibilidad de comunicar a nadie que estaba bien, pero que llegaría tarde, ni de poder relajarme durante las sucesivas esperas escuchando buena música. Peor aún, cuando llego descubro que no hay posibilidades de escuchar nada de música y que el terminal aún no está operativo, por lo que sigo totalmente desconectado. Pero tengo que recuperar las tres horas y media de retraso y me pongo a trabajar frenéticamente, algo que sin música me resulta imposible y comienzo con el síndrome de abstinencia, que me lleva a apretar los dientes más de lo recomendable. Sin retenedores, que me dejé atrás porque se me hizo tarde porque estaba estresado por la restauración del iPhone contrarreloj, apretar los dientes más de lo recomendable puede derivar, de hecho, en que los dientes retrocedan a un estado previo a ponerme la ortodoncia. Esto significaría que, habría tirado por la borda tres mil euros de tratamiento.

Resumiendo lo resumido, por ahorrarme pasta con Movistar, igual al final voy a tener que gastarla en recuperar la posición en los dientes.

Si lo llego a saber, me quedo en Madrid este fin de semana.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Mejoras por accidente

Como decía en la entrada anterior, me he pasado el fin de semana «tocado». Sin muchas ganas de salir, he repartido el tiempo entre dormir, ver películas y probar cosas. La limpieza general de la casa, por otro lado altamente necesaria a día de hoy, me parece que lo dejaré para el martes o el jueves, festivos nacionales (qué grande es España por sus festivos, por mucho que le joda a la Merkel). Entre las cosas que quería probar estaba instalar el CMS Umbraco en el hosting que tengo contratado. Como resultado, desastroso por cierto, machaqué el directorio donde tenía la prueba de concepto de SilverSprite. Para colmo no tenía en el portátil (que reinstalé hace poco porque el Lion sobre el Snow Leopard iba realmente de pena). Así que, visto lo visto, y dado que cada vez le paso a más gente el enlace en cuestión, opté por mejorar el aspecto y, de paso, probar algunas cosillas en JavaScript (básico).



El resultado no me ha quedado demasiado mal. Tengo que corregir algunos problemillas (por ejemplo, el arrastrar el iPhone no termina de funcionar bien). Tampoco lo he probado en todos los navegadores, solamente en Chrome. Sin embargo, es bastante mejor a lo que tenía antes.

Al que le pueda interesar, el fondo elegido se corresponde con el artículo sobre el juego aparecido en aquella legendaria revista de nombre MicroHobby.

Alquilando películas en la red

Como he estado todo el fin de semana un pelín «tocado», decidí, que si al final no me llamaban para salir, me quedaba en casa descansando. Es lo que he hecho. Eso y ver películas. Tengo por aquí unos cuantos Blu-Ray que ver, pero tenía ganas de ver algo ligeramente «más moderno». Aprovechando que tenía aún montón de saldo en la PlayStation Store de cuando compré 'The Last Guy', me lancé a revisar la oferta para alquiler. Más bien una mierda es lo que tienen, pero bueno, decidí alquilar 'Soy el número cuatro'. Floja, bastante floja. Pero revisando lo que había tropecé con 'Sneakers', la de Robert Redford. Es una de esas películas por las que siento una especial debilidad.



En fin, que al final disfruté más de una película de 1999 que de una película de 2011. Por cierto, entre los comentarios sobre 'Soy el número cuatro' que hay en FilmAffinity, me quedo con

Tuneo para consumidores masculinos onda geek del neorromance teen acuñado por Stephenie Meyer: un 'Crepúsculo' para quienes llegaron tarde a 'Expediente X' (...) el clímax final tiene, por lo menos, nervio y energía

y con

Una película muy idiota

En cuanto al servicio de Play Station, pues no ofrece mucho donde elegir. Encima, para mi gusto, bastante caro. Oscilan los precios, pero te piden una pasta por algo que tan sólo puedes reproducir durante 48 horas desde el momento en que comiences a verlo. Al principio la descarga iba de vértigo —lógico con 30 Mb—, pero se detuvo durante un rato y, al final, es mejor esperar hasta que se haya descargado por lo menos el 40-45% antes de empezar a disfrutarla, no te vayas a quedar a medias en una escena de acción, como me pasó a mí.

Aún me queda dinero, así que supongo que ya alquilaré algo cuando mejoren el catálogo un poco.

Manual para el frío

El proceso es siempre el mismo. Empieza doliéndome la garganta. Sequedad intensa. Beber agua es sentir papel de lija bajándote por la garganta y la tráquea. Luego, dificultad para respirar. Mocos. Obstrucción nasal. Respirar por la boca, y más sequedad. Al par de días noto que baja a los pulmones. Tos. Más tos. Dolor punzante y ocasional. Dolor de cabeza. Mucho. Dificultad para dormir. Amanezco como un walking dead más. Y así durante unos días. A veces un par de semanas.

A raíz de la suspensión del servicio de Tranvía en Parla me las tuve que ingeniar para volver al piso, sito en Parla Este. En mi ilusión, creía que se tardaba menos —y es harto probable que se tarde menos, sí— pero sin conocer bien las calles, opté por seguir la línea del tranvía fantasma, que culebrean en exceso. Cuarenta minutos caminando, con una temperatura de entre cinco y siete grados, con un viento gélido que me perforaba el oído (manía de darme de lado, leñe) y, lo que tiene más delito, con una chaqueta que es más de entre tiempo que de invierno y a pecho descubierto únicamente protegido por una camiseta de Decathlon de algodón, cómoda y calentita, pero para el interior de casa, consiguieron despedazar mis defensas.

A los canarios nos deberían dar un manual de instrucciones cuando nos sueltan en el inverno madrileño. A seguir tosiendo hasta que se me pase.

martes, 29 de noviembre de 2011

Periodismo sincero

Hace bastante tiempo que no cojo la prensa gratuita que una suerte de repartidores intenta colocarte a la entrada o salida de las estaciones de Cercanías. Si leo algo relativo a las novedades que acontecen en el mundo —y no me refiero al periódico de Pedro J.— lo hago en el iPhone o en el iPad. Ayer no iba a ser el caso (aún peleaba con las legañas), pero me llamó la atención el gran titular del ADN que leía el que tenía sentado en frente. Así que entré en la versión en línea y leí el artículo 'Cuando el insulto se convierte en norma'. Breve, publicista y, al final, claramente escorado hacia la derecha (algo que el periódico en general abandera). Me quedo con el siguiente párrafo:

El presidente de Gobierno saliente y el entrante son dos de los grandes insultados. Cruz recomienda no olvidar ahora los insultos a Rajoy de cierta prensa. Tampoco a Zapatero, "aunque él estimulara a veces el insulto", a quien hubo que 'proteger' de la algarada en la pasada fiesta de la Hispanidad, el 12 de octubre.

Me he permitido subrayar lo que arrancó una sonrisa. Efectivamente, «hijo de puta», «bujarra de mierda» y «negro comemierda» son insultos directos, impactantes y, por desgracia, de uso más generalizado, a veces por generaciones de edad más reducida, del que quisiéramos. Pero si bien está todo el mundo de acuerdo en que la violencia de género no se expresa únicamente con la agresión física —para el que no lo pille rápido, son casi más desastrosos los malos tratos psicológicos—, el insulto no se demuestra únicamente en la palabra, sino también en el gesto, en el talante y, a veces, en algún que otro ripio. Así que para un ilustre ponente, que habla del abuso del insulto en la sociedad moderna, expresiones tales como «cierta prensa» y «aunque él estimulara a veces el insulto» dicen mucho de lo que se puede esperar. ¿O es tal vez un vicio adquirido, la contaminación inevitable, en la búsqueda de la verdad insultante?

Por cierto, no deja de resultarme curioso que, justo ahora, que se avecina lo que no está escrito, empiecen las voces afines a la bandera azul con una gaviota como blasón a enumerar los vicios de una sociedad que ellos mismos se han pasado dos décadas fomentando. Si es que, en el fondo, y para todo, somos dignos herederos (pronto desahuciados) del PP. Para habernos matado, oiga usted.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Agravios comparativos

Hace un rato que he llegado de pasar el fin de semana en casa, Las Palmas. Allí salí en camiseta de manga corta. Aquí tuve que calarme la chaqueta y exhalaba humo por la boca.


Pues sí que hay diferencia, sí.

viernes, 25 de noviembre de 2011

¿Mala compra?

Desde principios de año me picaban las ganas. Aprovechando el viernes negro en Xamarin me lancé a hacerlo. 230€ —al cambio— menos y tengo la licencia de desarrollador de MonoTouch.



La economía doméstica no está pasando su mejor racha, pero tenía ganas de hacer «algo». Ahora queda que, efectivamente, lo haga. ¿Ideas?

Sea como fuera, ya tengo mi regalo de reyes.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Malas vibraciones

Me despertaba esta mañana a las 5:20, como casi todas las mañanas. Hoy, con la tranquilidad de haberlo dejado todo dispuesto la noche anterior —incluso la higiene íntima— decidí remolonear en la cama. Me acompaña siempre mi iPad, como libro de mesa de noche. Abrí la aplicación de El País y me puse a leer los titulares destacados. Una entrevista a Rajoy se llevó la mayor parte de los diez o quince minutos que demoré levantarme.

Que gane el PP no es algo que me preocupe en exceso. Era algo previsible y, siendo como son, ya sabemos lo que recibiremos (por mucho que escatimen en dar respuestas sobre sus planes concretos). De hecho, puedo decir que Mariano Rajoy me resulta simpático. Tiene ese punto de tonto honroso, de esos que harán lo posible por cumplir sus promesas, que hasta lo hace simpático y, me arriesgo a sugerir, hasta entrañable. Lo malo del PP no es Rajoy, es la cohorte de buitres, por un lado, y fundamentalista, por el otro, que sustentan y ansían el poder a toda costa. Esos, la mayoría, que están en la sombra y, como parte visible del iceberg, lo tenemos en esos políticos de ultraderecha que se llaman de centro y que van dejando esa herencia difícil de soportar.

Pese a todo ello, y como decía, Rajoy no me cae mal. Pero me preocupa. Lo veo demasiado contento y alegre. Entrevista que leo, comentario que escucho, parece encantado con ser elegido presidente en unos días. Tal como yo lo veo, a todos nos gusta recibir en premio una herencia de un tío abuelo del que no conocíamos su existencia. Nos hace ilusión. Lo que no nos la hace tanto es cuando llegamos a ver la casa victoriana recién heredada esperando deleitarnos con la visión de una magnífica mansión y encontrarnos un cenagal de mierda como cimentación y una casa sin techo comida por las termitas. Sin embargo a Rajoy parece encantarle esa idea. Y, meditando en ello esta mañana, mientras buscaba el escondite que tiene mi pito contra el frío para la primera micción matutina, fue que recordé las palabras del fantástico libro 'Un mundo feliz' y que ya cité aquí:

     El Salvaje movió la cabeza.
     —A mí todo esto me parece horrendo.
     —Claro que lo es. La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintorequismo del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.

Me da mal rollo que este hombre esté tan contento con lo que se le viene encima. Me da a mí que lo que le alegra es la posibilidad de grandeza que conlleva las grandes penurias a las que nos vamos a ver sometidos. La idea de convertirse en héroe salvador de la patria que, con el sacrificio, logró rescatarnos del pozo de mierda en el que ellos mismos (no vayamos a ser tan estúpidos de creernos, a estas alturas, que los azules no participaron también en la fiesta del despilfarro y la hipocresía financiera). Me preocupa, porque en realidad, lo que viene no es motivo de alegría. Sus próximos y predecibles recortes son mucho más que «apretarse el cinturón». Significan que gente, tal vez mucha, lo pasará realmente mal. Sí, posiblemente al final de la experiencia, llegue la sensación de haber superado los obstáculos; de habernos crecido contra la tormenta. La sensación de satisfacción personal que puede dar el superar la prueba de caminar sobre brasas ardiendo. Las preguntas, sin embargo, son: ¿Cuántos habrá que dejar atrás como sacrificio? ¿Y, lo que me da malas vibraciones, en realidad debe haber alegría en afrontar esta ejecución lenta? A ver si va a resultar que en realidad cree en esa educación de jesuíta sobre aquello de que las vicisitudes y las penurias de este mundo lo hacen a uno grande y digno de merecer entrar en el cielo. Si eso es lo que busca, entonces que no siga, que yo le pago la dominatriz que le ponga el culo morado y que, por favor, dejen al cargo a alguien que se preocupe menos por el sacrificio y más por resolver el problema de la forma menos dolorosa posible para la nación.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

A estos no

Acabo de regresar de Correos. Supuestamente hoy era el último día para enviar el voto por correo, que solicité el lunes de la semana pasada y cuya notificación de entrega recogí esta mañana cuando salía para el trabajo. Así que me presenté en la oficina para recoger el sobre y, de paso, votar. Supuestamente hoy era el último día, pero finalmente lo han ampliado hasta mañana.

Pensé que iba a tardar más, pero en una hora volvía a estar en la calle. Había muchísima gente en la oficina de Correos para lo mismo. El resto eran negros que enviaban o recogían paquetes. (Juro que era estrictamente así y que no es ninguna salida en plan racista). Estaba doblemente sorprendido. Seríamos unos treinta los que estábamos allí por el asunto del voto por correo —incluso hubo una chica que fue simplemente para informarse, ya fuera de plazo, sobre el proceso para pedir el susodicho— y, entre todas esas sardinas humanas, pude contar unos siete u ocho negros —u hombres de color, como se prefiera y suene menos racista— para otros menesteres. Con tanta gente votando a última hora, no me extraña que hayan ampliado un día.

Hay que ver la cantidad de papel que se desperdicia. Hay una papeleta blanca por cada partido. Y tan sólo puedes usar una. Iba a tirarlas a la basura cuando me di cuenta que estaría bien dejar claro a quién no pensaba votar ni de broma (si las tengo en casa es, obviamente, porque no la metí en el sobre).


Parafraseando al señor Pons, en ejpagña —bueno, lo de «ejpagña» es cosa mía— no queda nadie tan idiota como para votar al PSOE. La pregunta (puramente retórica, que ya sabemos —o intuímos— lo que pasará el próximo domingo) es si hay alguien lo suficientemente tonto como para votar al PP y, casi peor aún, a Coalición Canaria. El fin del mundo comenzó con el 20N. Queda dicho.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Verdades sobre la globalización

Ayer se fastidió el plan de tarde de cine que teníamos previsto mi amigo David y yo. Para pasar el rato —y desquitarnos— nos acercamos al Media Markt a ver qué películas tenían por menos de 10€. Me tropecé en BluRay con 'El indomable Will Hunting' y no me lo pensé dos veces. Junto con la segunda parte de 'El padrino' —a 9€— ese fue mi botín de guerra.

'El indomable Will Hunting' es una película que me encanta. Aunque hace muchísimo que no la visionaba. Hoy, festivo en Madrid, decidí que después de pasar la mañana como marujo limpia que te limpia, bien valía la pena acurrucarse en el sofá para esconderse del creciente frío mientras disfrutaba de la película en la calidad de vértigo que da la alta definición. Muchos de los diálogos los había olvidado (revivir buenos diálogos de las películas es lo bueno de hacerse senil), y muchos son cojonudos. Pero la diarrea verbal argumentando el motivo para no trabajar para la NSA, es especialmente bueno.



Una forma interesante de explicar el fenómeno de la globalización.

martes, 8 de noviembre de 2011

Al gimnasio pero ya

…dado que ya empezaba con mal pie y justo de tiempo el día, tampoco quería llegar muy tarde al trabajo. Correr a seis grados para coger el tranvía y sufrir la ceguera de las gafas empañadas cuando entro en el vagón por tanto calor humano reconcentrado, no tiene (des)precio. El fenómeno de las gafas es de esas experiencias que no apreciaba lo más mínimo —más bien despreciaba— cuando estuve en Madrid a finales del 2009. Y esto no ha hecho más que empezar. A medida que avance la llegada del invierno, y bajen las temperaturas, la cosa será más grave. Uno parece un tonto sin saber dónde agarrarse porque los cristales parecen hechos de leche (casi una referencia al magnífico libro 'Ensayo sobre la ceguera'). Quitarse las gafas, para un miope inmenso como yo, no es mejor solución.

Pero lo peor es que, después de correr doscientos metros, estuve jadeando cinco minutos. A este paso no llego a los cincuenta como no empiece a cuidarme. Decidido, sí que sí, que esta semana me paso por el gimnasio a preguntar.

hitchconiano perdido

…mientras trajinaba pa'lante y pa'trás en la cocina, pude ver un fugaz reflejo de mi perfil en la ventana de la cocina —es lo que tiene cocinar de madrugada, que la oscuridad exterior convierte en espejos de feria los vidrios de las ventanas— y tuve la sincera sensación de parecerme cada vez más al grande Hitchcock. De ahí se derivaron dos hilos de pensamientos paralelos —para ello cuento con dos hemisferios cerebrales—. El primero que tengo que poner pronto remedio a la panza incipiente de un precuarentón. Esta misma noche me paso por donde el gimnasio a preguntar por algún plan de ejercicios ligeros. Segundo, que me han entrado unas ganas irrefrenables de volver a ver La soga.

Y…

Tiembla Arguiñano, ¡Tiembla! (2)

Esta mañana abrí los ojos como platos tomando dura y plena conciencia de que no había sacado la comida del congelador el día anterior y que, por inducción deductiva, no tendría qué almorzar hoy en el trabajo. Soy pobre, como el banco insiste en recordarme, así que eso de comer fuera lo dejo para los jueves, salvo que la imperiosa necesidad se imponga, ya que el jueves viene a ser el día madrileño del colegueo restaurantil. El menú cuesta ocho euros. No es mucho, la verdad, y es algo más bien raro en Madrid, donde lo mínimo son diez, pero con eso puedo comer hasta tres días, según lo sibarita que me ponga.

Así que ni corto ni perezo, casi sin restregarme las legañas de los ojos, me metí en la cocina e improvisé unos macarrones con tomate. Mientras se guisaban los macarrones en la fussion —sí, sí, soy un fussionita más—, sofreía unos pocos trocitos de cebolla dulce en una sartén, que una vez ligeramente dorados —alguno salió aún peor parado que eso—, fueron acompañados por unos champiñones en laminas de lata y que, todo ello junto, una vez caliente, fue acompañado de un tetrabrick de tomate frito, ligeramente azucarado para restarle la acidez del fabricante, y que concluyó, una vez caliente todo, con un poco de atún de lata. Todo ello echado sobre los macarrones guisados seis minutos y enfriados bajo agua para que se quedaran al dente y ligeramente espolvoreado con albahaca. La operación no llevó más de diez minutos. Lo que ya no tengo tan claro es si ese mejunje improvisado será comestible o si, al final, tendré que acercarme al restaurante a por el menú de ocho euros.

Lo que me queda claro es que, a este paso, monto mi propia cadena de restaurantes en un par de años. A Arguiñano ya lo tengo superado. Ahora voy a por el Jaime Oliver ese. Se va a cagar.

Y…

Actualización de las 15:55: Después de almorzar puedo confirmar, y confirmo, que el mejunje no quedó tan malo, después de todo. La pasta, de esa económica, por no decir directamente que «barata», del Carrefour, le restó impacto gustativo al experimento estreso-mañanero. Repetiré, seguro. Esta vez espero que con más tranquilidad.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Dragonheart, again

Una vez al mes, coincidiendo con la primera visita que hago a mi casa, a ver a la mujer y, si da tiempo, a la familia, me enchufo a la iTunes Store y me compro algún disco. Es una práctica que llevo haciendo, en realidad, desde antes de irme a Madrid: Todos los meses cae algún disco. A veces, muchas veces, que es lo malo, más de uno.

En general lo que hago es pasear por las diferentes secciones y elijo alguno que me atraiga la atención. Es rara la ocasión en la que vaya a tiro hecho a por uno en concreto, pero hoy he ido a buscar el que me interesaba: la banda sonora de Dragonheart, compuesta por Randy Edelman. Supongo que tiene mucho que ver que disfrutase de la película justo hace unos días como un niño pequeño, tal como lo hiciera ahora hace una cantidad amoral de tiempo. Randy Edelman no es uno de los compositores que tenga en especial estima, pero esta banda sonora es hermosa y acompaña muy bien en los largos, e invernales, paseos en tren. A disfrutarla toca(rá).

martes, 1 de noviembre de 2011

Dragonheart

No me esperaba hoy ver Dragonheart. La han puesto en TNT esta tarde. Tenía encendida la tele como compañía para no sentirme como un autista y empezó después de un capítulo de Big Bang Theory. Me quedé electrizado viéndola. O mejor dicho, volviendo a verla. Hacía muchísimos años que la vi por primera vez y me pareció una historia fascinante. Un cuento realmente hermoso. Hoy la he disfrutado igual que la primera vez.


Es una de esas películas que hay que ver con la mente de un niño. Es de esas películas que le hacen sentir a uno un poco mejor.

domingo, 30 de octubre de 2011

Me cago en Doña Manolita

Hace una semana pasaba por Doña Manolita a pillar unos décimos como encargo. Detesto las aglomeraciones y las esperas basadas en superticiones —hay que ser bastante tonto para creer que comprando un décimo ahí aumentarán las probabilidades de que te toque el gordo, o cualquiera de los premios—. El único que realmente gana, cuando se difunde la creencia de que ahí toca a menudo, es el propio establecimiento. Por supuesto, si todo el mundo compra en un único local, la probabilidad de que toquen premios a los décimos comprados en ese establecimiento aumentará. Lo que, en lo que se conoce como retroalimentación positiva (para tontos del bote), hace que más gente compre ahí. Lo que, a su vez, implica colas más largas y más probable que los premios vuelvan a tocar, año tras año, a los vendido en el lugar en cuestión. No, desde luego que no hubiese hecho cola nunca de no tratarse de un favor. Para mi fortuna, soy ajeno a las supersticiones baratas.

Hoy he vuelto a esperar mi turno. Hubo un equívoco en la comunicación de la organización de los apostantes y encargaron un décimo menos de los que correspondía. Así que me presenté, otra vez como favor, para preguntar si era posible conseguir otro décimo de la misma serie. Tras esperar un rato, la conversación se desarrolló más o menos así:

     —Buenas tardes, venía porque hace una semana compré varios décimos del mismo número y quería saber si hay posibilidad de conseguir…
     —¡No nos queda! —respondió de forma bastante brusca y sin dejarme terminar de hablar
     —Pero cómo que no les queda, si aún no…
     —¡No! ¡No! Es que aquí se vende todo de un día para otro y le aseguro que no lo tenemos
     —Ya, pero es que el número tampoco era muy atractivo —decía yo con cierta expresión de desagrado por el trato —así que igual…
     —Le he dicho que no nos queda —volvió a responder, un poco más suave esta vez, viendo mi expresión de enfado —. No es que no quiera mirar, es que sé que no lo tenemos porque aquí se vende todo de un día para otro, imagínese si hace ya una semana que lo compró.
     —Aja. Bueno, pues gracias —dije ya girándome como despedida
     —Buena suerte —que sonó a mis espaldas casi como una burla

Hoy volvía a salir de este establecimiento cutre con la sensación de ser ganado. No entiendo cómo la gente es tan tonta de dejarse tratar así simplemente por la absurda creencia de que aumenta sus posibilidades de que les toque si hacen penitencia hasta Doña Manolita. Y no es que no crea que le faltara razón a la dependienta sobre qua ya estaba vendido. Me desagradó profundamente la forma en que desprecian al cliente. Estoy seguro que la tipa podía haber hecho un pequeño esfuerzo en ser más comedida y expresarlo de otra forma, tampoco pedía que hiciera el teatro de buscarlo, simplemente expresarlo de forma menos pueril; pero no, a la señorita le salió de donde le salió tratar con desprecio al menda y a la señora que atendió justo antes, que abandonó la ventanilla con expresión compungida. Desde luego, si hay una relación entre el trato demostrado y el tamaño del higo de la chacha tras el cristal, la niña debía tener la raja como el carril bici de la Estrella de la muerte, ese mismo por el que Luke coló su X-Wing para zumbarles la banana a los magnates del sistema y en defensa de los indignados del siglo treinta mil.

En fin, que última vez que voy a ese antro de mierda. Seguiré comprando al vendedor de turno que me tropiece por ahí. Seguro que, lo compre donde lo compre, seguiré teniendo el mismo 0,001% de probabilidad de que me toque el gordo —es más probable que te caiga un rayo a lo largo de tu vida—, pero al menos echo una mano a un vendedor que se gana la vida honradamente y no a una pelandusca que vive gracias a un pueblo de tontos que anda más dispuesta a creer en raticulín que en la Ley de los grandes números. Pero es lo que tiene las matemáticas, no entienden de supersticiones, creencias ni supercherías. Y, por fortuna, ni de gilipolleces.

La App Store la carga el diablo…

La madre que parió a la App Store y a los fanáticos que rememoran grandísimos juegos, tanto como para reversionarlos (incluso mejorarlos gráficamente) para los dispositivos móviles. Otra mañana de domingo tirada por el retrete.



Si no eres capaz de reconocer estos dos juegos, o eres demasiado joven, o estuviste muerto de cintura para arriba en la década de los ochenta y principios de los noventa. Son obras de arte que no requieren presentación.

lunes, 24 de octubre de 2011

Tiembla, Arguiñano. ¡Tiembla!

Soy un absoluto negado en la cocina. Y en muchas otras cosas. Pero ser un negado en muchas otras cosas no pone en peligro mi vida, ya que ser un negado en la cocina, viviendo sólo como vivo ahora, supone poder morir de hambre o alimentarme exclusivamente de pizzas, macarrones, hamburguesas y reventarme el corazón con trescientos kilos de grasa en las arterias. Mi mujer, una santa en muchos aspectos, y genial cocinera, no me ha dado por perdido e insiste en animarme a que me lance a comer mejor, que no más. Así que para acompañar la crema de calabazas (riquísima) que tengo lista para mañana, me animó a prepararme un rehogado de setas y champiñones y unos filetes rusos. Y, tras consultarle casi cada paso por teléfono, el resultado ha sido cojonudo.


Estoy muy orgulloso. A este paso pronto podré montar mi propio programa de cocina: «yo me lo guiso, yo me lo como, y tú te jodes mirando sin probar bocado». Tiembla, Arguiñado, tiembla.

Nullable<Me>

Pensé que no tocaría hacerlo, pero finalmente ha sucedido. Se mantienen dos ramas de código, del mismo código —mejor dicho, de código parecido— para que compile en Framework 1.1 (año 2003) y Framework 3.5 (año 2007) de .NET. Tanto a nivel sintáctico como semántico, la versión 3.5 es muchísimo mejor. Y no entiendo la obstinación por mantener las dos ramas, cuando la destinada al código 1.1 N-O S-E U-S-A y estamos a las puertas de que aparezca la versión 4.5 o la 5, directamente, y que traerá cosas tan chulas como el mecanismo async para definir métodos (algo que ya está en F#). Pero ha tocado y llevo todo el día peleándome con esto. He tenido que adaptar toda la semántica de tipos nulos, incorporada a partir de la versión 2.0 del Framework y de la que he hecho uso intensivo en el proyecto, posible y de uso grácil con el aporte de los genéricos y que permite escribir cosas tan sencillas como las del siguiente código (las dos formas son aceptables y significan lo mismo), sin recurrir al boxing y al unboxing:

 
Nullable<int> enteroConNulo = null;
int? enteroConNulo2 = null;
 

Para ello he tirado de la biblioteca NullableTypes. Descubrí esta biblioteca a finales del año 2002 o a principios del 2003, no recuerdo, y se convirtió en eje fundacional de la base de datos orientada a objetos que estábamos montando en la empresa como parte del proyecto en el que estábamos trabajando entonces. Hace tanto tiempo de eso que no terminaba de recordar el nombre y he tenido que andar rebuscando aquí y allá, hasta que di con ella. Lo que me sorprende es que aún exista la página, que no se toca desde 2004. Increíble esto de Internet, sí señor.

Aquí queda anotado por si dentro de otros ocho años me piden que adapte el código desarrollado para el Framework MIL a la versión 1.1. Visto lo visto, son capaces de mantenerlo para entonces.

domingo, 23 de octubre de 2011

¿Tocará?

Hoy domingo, que abre todo en Madrid, he pasado —aprovechando que además está mi mujer por aquí este fin de semana y nos dábamos un paseo— por Puerta del Sol para comprar en Doña Manolita, administración de Lotería conocidísima en todo el territorio, para ejecutar un recado que me encomendaron. Obviamente algo pillé para mí. Y más obviamente aún, no voy a poner el número para que nadie lo conozca. No es de extrañar que siempre toque algo ahí, si la mitad de España compra en ese establecimiento, de aspecto bastante cutre, y la otra mitad en Las brujas de oro, con demostraciones de ostentación excesivas para mi gusto (visitamos esa administración en las vacaciones por Pirineos del año pasado).


Anotar que el trato no fue de nuestro agrado. Después de esperar, menos de lo que temíamos, eso sí, nos trataron poco menos que como a ganado y en plan «son lentejas, si te gustan bien, y si no, las dejas». Vamos, que no pude elegir el número, sino aceptar «el primero que encontré».

Pese al trato, como nos toque, saldrán amigos hasta por el desagüe del fregadero. Cochina crisis. Cochino dinero.

I'm your man

Justo hace unos días saltaba de forma aleatoria en mi iPhone esta canción del magnífico Leonard Cohen, un cantante, un poeta, ahora reconocido por la Fundación Príncipe de Asturias con un premio. Un gigante de la música, sí señor. Un gigante.

sábado, 22 de octubre de 2011

¿Feliz Navidad? ¡Cómo que Feliz Navidad!

¡Si estamos a veintidós de octubre y aún faltan dos meses!

Visto en el Carrefour que hay al lado del piso donde vivo.

Parece que no, pero dos meses significan el 16% de un año (una sexta parte). A mí me parece demasiado tiempo dedicados a recordarnos que se nos echa encima otra Navidad. Cuando, además, dura apenas dos semanas.

Que estrés, por dios.

viernes, 21 de octubre de 2011

La imagen de la semana

Creo que esta va a ser la imagen de la semana, al menos de mi semana:


Al final me he decidido y, aprovechando que tengo una velocidad de descarga de vértigo, acabo de instalar el león. A ver cómo ruge el nuevo cachorrito.

¿iPhone 4S?

Acabo de caer en la cuenta que hace algo más de una semana que mi iPhone 3GS cumplió dos años. Además de haberse convertido en herramienta imprescindible de mi día a día, hasta el punto de meditar la posibilidad de injertármelo quirúrgicamente para no perderlo nunca de vista —lo que plantea el problema de por dónde lo cargaría, a posteriori—, significa que acabó la obligatoria permanencia de dos años con vomistar Movistar. Lo que, a su vez, significa que podría irme con otra compañía que me deje el plan de datos más económico y/o plantearme la posibilidad de dar el salto al nuevo modelo que acaban de sacar. ¿Alguna operadora que quiera ofrecerme el 4S a un precio razonable? Aunque la pregunta obvia es si merece la pena. De momento me parece que no voy a preocuparme del asunto. Al menos hasta febrero o marzo del año que viene. Seguiré unos cuantos meses con mi apreciado iPhone 3GS. Al 4S no creo que le sacase provecho ahora mismo.

Un plan de datos más económico sí que voy a empezar a buscar en las próximas semanas, aunque me parece a mí que no será con Yoigo. Permanezcan atentos.

jueves, 20 de octubre de 2011

¡Coño! ¡Qué frío!

Eso es lo que pensé esta mañana de camino al tren en Parla, soportando unos ocho grados, y nuevamente al bajarme en Tres Cantos, con apenas uno o dos grados más. Como dicen por aquí, hacía una rasca de cuidado. En una semana han bajado las máximas unos diez grados y las mínimas entre cinco y seis grados. Y la próxima semana prevén que empezará a llover. Hemos sufrido un verdadero descalabro de las temperaturas en tan solo una semana. Más acelerado que el sufrido por la economía mundial. De seguir así, en un mes sufriremos una glaciación.

Y pensar que hace una semana estábamos deseando que llegase el frío. Qué volubles son la voluntad y el deseo humanos.

martes, 18 de octubre de 2011

Tal día como hoy…

Hace trece años. La que ahora es mi mujer y yo empezamos nuestro noviazgo. Y aún sigo pensando que es lo mejor que me ha pasado en la vida :-)

viernes, 14 de octubre de 2011

Ya he terminado con Falling Skies

Bueno, ya he terminado de ver la primera temporada de Falling Skies. Después de ver el primero estuve tentado de no seguir. Demasiado ñoño y pusilánime. Pero mejora considerablemente a partir del cuarto. Aunque, cierto también es, que no es como para tirar cohetes. Que bien podemos sacrificar a una buena parte de la Humanidad sin montar tanta parafernalia. ¿Alguna raza alienígena interesada en una buena cantidad de carne? Sobramos seis mil millones. Esos son unos treinta millones de toneladas de carne roja de la mejor calidad.

¿Ha sonado un poco hitleriano? ¡No era mi intención! Vaya como disculpa el trailer.

Michael

Es que cada vez que lo veo, me gusta más:



Visto originalmente en el blog de adastra.

¿50 gigas? ¡50 gigas!

Amanecía hoy leyendo un correo que me envió el amigo sulaco. Hacía referencia a que Box.net regalaba 50 Gb a los usuarios de dispositivos iPhone o iPad. He corrido como las marujas el primer día de rebajas para hacerme con mi cuenta.

¿Y ahora qué hago yo con tanto espacio?

Es una pregunta retórica. Tengo clarísimo en qué voy a usar todos esos gigas. Los 4 Gb de Dropbox, de los que estaba tan ufano, me van a parecer una mierdita ahora.

jueves, 13 de octubre de 2011

Otro que se va

Abro el Facebook y lo primero que me encuentro es que otro de los grandes de la Informática, en este caso Dennis Ritchie, ha muerto recientemente. Lo triste es que la muerte de Steve Jobs eclipsó la noticia, porque hace ya unos cuantos días que falleció.

Descanse en paz.

Mierda de Facebook. Sólo sirve para enterarme de las malas noticias...

¡Niña! ¡Eso no se dice!

Hoy amanecíamos en el trabajo con un misterio. Una compañera me enseñó lo que le había pasado con su móvil, con un sentimiento entre angustiada e indignación. Un SMS que confirmaba, a su vez, que se había enviado «puta» a un teléfono que, casualidad, resultaba el de la madre. «¡Pero si yo no he mandado nada!». Investigando un poco descubrimos que es algo parecido al DictaSMS de Vodafone, pero de Movistar. En algunos foros se quejan que Movistar ha activado la transcripción de mensajes del buzón de voz del destinatario, cobrando lo que no está escrito, peeeeeeeero sin siquiera decírselo al que llama y sin señal acústica de comienzo de grabación. Cuidadín, cuidadín, con lo que se dice mientras se espera a que el llamado responda, que si no responde a saber lo que va a recibir. Ya se sabe, las palabras las carga el diablo. Y niña, por favor, no le digas eso a tu madre.

Eso sí, todo vale para sanear las cuentas de Movistar y que sus accionistas puedan repartirse dividendos a final de año. Los pobres lo deben estar pasando fatal. A este paso te acabarán cobrando hasta por establecer conexión cuando enciendes el teléfono. Vaya, ya les he dado una idea.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Calor innatural

He llegado de vuelta a Madrid, en particular a Parla, tras pasar cinco días en Las Palmas con mi mujer, a la que sigo echando de menos. He llegado para encontrarme casi 30 grados de temperatura a las nueve de la noche en otoño. No soy oriundo de esta provincia, pero a mí máximas de treinta y poco en mitad de octubre no me parece algo natural. A este paso va a ser cierto que el Mundo se acaba en 2012. En fin, parece que la próxima semana empiezan a bajar las temperaturas y que apenas sobrepasarán los veinte grados de máxima. Caída abrupta, me temo. Gripes y gripones a la vista.

Con Yoigo a la puta mier…

Que me lo expliquen. ¿Para qué coño necesitan que presente la domiciliación de dos recibos junto con el documento original enviado por la compañía para contratar un puto plan de datos para el iPad que cuesta 8 €  al mes? Madre mía la de viajes tontos que he dado para que finalmente me dijeran que les salta como persona de "riesgo" y que tienen que hacerme un estudio de viabilidad. ¿Para un puto plan de datos de 8 € al mes? Niña, si tú supieses cómo son mis finanzas, me parece que te ibas a dejar de tantas gilipolleces. Nada. Contratado el plan de datos de 1 Gb con Simyo por Internet, que no te piden nada más que la cuenta en la que te cargarán el recibo. Eso sí, no necesitaba tanto y me corría un poco de prisa. Desde luego, así Yoigo se dejará querer mucho. Por mi parte se pueden ir a tomar mucho por el culo.

martes, 11 de octubre de 2011

La vida hay que ganársela, ¡menuda perversión!

     Voy directo al grano. La frase en cuestión es corta, sólo tiene cinco palabras y es: «Hay que ganarse la vida».
     ¿Qué, cómo lo ves? ¿Alguna reacción a bote pronto?
     ¿Te dice algo? ¿Se activa alguna alerta en tu mente?
     Lo cierto es que a mí no me decía nada hasta que hace un par de semanas, en una reunión con unos clientes, se la oí decir resignadamente a uno de ellos. Entonces, de pronto, me vino a la cabeza el siguiente pensamiento:

DECIR QUE NOS TENEMOS QUE GANAR LA VIDA IMPLICA PARTIR DE LA PREMISA DE QUE LA VIDA ESTÁ PERDIDA.


     Has leído bien, sí, ¡perdida! ¡Y esto es fuerte, muy fuerte! Y, sin embargo, todos o casi todos lo tenemos asumido como normal, como lo que toca, como lo que es, como lo que hay.
     Y si asumimos la perversión de esta frase tan socialmente aceptada y muy escasamente pensada, lo mejor que podemos esperar de nuestra existencia, el mejor de los futuros imaginables, es recuperar algo que, en realidad, nos es consustancial. Para no vivir como muertos, nos pasaremos la vida intentando «ganárnosla». Con resignación y, según el carácter de cada uno, con un poso de mala leche en el fondo.

La brújula interior
Álex Rovira Celma

'La brújula interior'

Cuando estuve en Madrid la época anterior (octubre 2009 a marzo 2010), cada vez que venía a Las Palmas, paraba en uno de esos kioskos de venta de prensa, chucherías y mil artículos más, que hay en cada uno de los aeropuertos del territorio, a veces con varias réplicas de sí mismo repartidos por las terminales. En el que se encuentra justo a la entrada a la zona correspondiente a las puertas E y F de la Terminal 2 del aeropuerto de Barajas, hay un estante en la puerta repleto de libros de esos que han venido en agrupar en la colección Empresa activa [sitio web] y que se supone que representan las ideas punteras sobre gestión empresarial de comienzos del siglo XXI, pero que en la práctica no dejan de ser libros de autoayuda disfrazados por la idea grandilocuente del «desarrollo personal para la gestión empresarial». Cada vez que cogía un vuelo para Las Palmas paraba allí y, por arte y gracia de mi ansia consumista, acababa comprando uno, dos, incluso cuatro, libros cuyos títulos me inspirasen confianza. Así tengo la estantería llena de estos libros que, de momento, y salvo porque en algunas ocasiones resultan en historias curiosas y entretenidas, carecen de una aplicación práctica que merezca la pena reseñar. Aunque eso sí, en varias ocasiones, al menos, consiguen que te pares a pensar y meditar las cosas.

Y, precisamente, dentro de ese reducido grupo de libros que te obligan a pararte a pensar las cosas cae 'La brújula interior', de Álex Rovira Celma [sitio web], autor que aparece en portada de varios de los libros de esta colección. El texto está estructurado como una serie de cartas que envía el autor, cansado de su existencia y quemado con su trabajo, a un hipotético jefe que no resulta ser otra cosa que él mismo (su yo inconsciente, supongo). El éxito del mismo se basa en que cada carta suelta una carga de profundidad que remueve los cimientos de tu consciencia y que han de suponer un revulsivo que te haga reaccionar. Al menos eso en teoría. En la práctica los primeros capítulos —o cartas— resultan de una contundencia tal que te hace boquear, pero después, a partir de la cuarta o quinta carta es una reiteración de las mismas ideas, básicamente. Aunque, sinceramente, no me parece mal que lo recalque, porque nuestros cerebros no dejan de ser en su esencia de lagarto abrigados en gelatina de mono. Y necesitamos que nos repitan una y mil veces la misma idea para que cale.

DECIR QUE NOS TENEMOS QUE GANAR LA VIDA IMPLICA PARTIR DE LA PREMISA DE QUE LA VIDA ESTÁ PERDIDA.

'La brújula interior' es un texto que recomiendo. Básicamente porque se lee casi de un tirón —precisamente gracias a lo cual llega a la categoría de recomendado, caso contrario dudo que lo hubiese incluído— y porque, al menos para muchos, parece que es necesario que nos recuerden con frecuencia algunas de las ideas sumamente importantes que acompañan a cada carta. Desde luego mal no te hará leerlo, y es posible que bastante bien consiga hacerte si te paras a reflexionar en lo que expone y en las ideas que ofrece.

lunes, 10 de octubre de 2011

Batman 2, ¡qué ganas!

En un par de semanas saldrá a la venta. Aunque yo esperaré hasta que baje de precio. Pero reconozco que tengo muchas ganas de ponerle las manos encima.



Aunque resulte increíble, aún no he usado la PS3 para jugar en lo que va de año 2011. Bueno sí, repetí el God of War III en marzo. Nada más.

Star Wars: Acabé con la segunda primera trilogía

Dudaba entre empezar a verlas según la grabación original o según la cronología de la historia. Opté por verlas según la historia, gozando sufriendo primero las más modernas, antes de ver las clásicas. Hacía tanto tiempo que las vi en el cine —tras lo que no volví a verlas nunca— que no recordaba lo tontas que son.

Lo mejor, sin duda, la pelea entre Yoda y Dooku. Hace gracia ver al enano verde dando esos brincos y peleando con tanta vehemencia.

Cuenten que viví en los tiempos de Steve Jobs

Si alguna vez cantaran mi historia, cuenten que caminé entre gigantes. Los hombres brotan y se marchitan como el trigo invernal. Pero estos nombres nunca morirán. Cuenten que viví en los tiempos de Bill Gates, domador de ordenadores. Cuenten que viví en los tiempos de Steve Jobs.

Inspirado en la secuencia final de Troya:



Sea pues mi tributo personal a un gigante que nos ha dejado.

Cuenten que caminé entre gigantes

Si alguna vez cantaran mi historia, cuenten que caminé entre gigantes. Los hombres brotan y se marchitan como el trigo invernal. Pero estos nombres nunca morirán. Cuenten que viví en los tiempos de Héctor, domador de caballos. Cuenten que viví en los tiempos de Aquiles.

Troya (película)

Steve Jobs y mis propios recuerdos

Me levanto muy temprano. No mucho más de lo que me obligaba a levantarme el insomnio producido por estrés laboral hace más de un año, pero sí lo suficientemente temprano como para que se note en el cuerpo a lo largo de la semana. El jueves fue una proeza levantarme a las cinco y veinte, cuando sonó el despertador. Mayor proeza supuso desayunar, refrescarme con una ducha rápida y salir a la calle con quince grados para coger el tranvía, luego el tren y, tras hora y media de paseo en total, sentarme en mi puesto de trabajo a las ocho para comenzar una jornada de nueve horas y media. En algún momento de ese proceso curioseé en Facebook y vi que alguno de mis contactos publicaba el famoso vídeo de Steve Jobs acompañado de unas pocas palabras del estilo «pues parece que esto es lo que toca ahora». Nada más. Lo suficiente como para sospechar que algo había pasado. Sospechas que se confirmaron cuando llegué a la oficina y repasé las noticias. Y esto es harto raro en mi modus operandi, porque nunca leo las noticias en el trabajo y lo primero que hago es leer y responder el correo de empresa.

Si me hubiesen preguntado el día antes cómo me sentiría ante la muerte de Steve Jobs hubiese contestado algo del estilo a que en realidad me daba igual. A todas luces no dejaba de ser uno más de tantos. Un hombre con una visión muy agudizada, un visionario, vamos, pero un hombre más entre tantos grandes hombres que ha habido en el mundo, a fin de cuentas. Sin embargo, al leer en negrita, y con un tamaño de fuente de titular, que había fallecido, algo se revolvió dentro. Y no, no se confundan. En realidad me importa poco la muerte del hombre, que incluso llegó a engañar a su propio amigo por unos míseros dólares. El ánimo de lucro se le supuso siempre. No, lo que se revolvió fue algo más interior y difícil de explicar. Algo que tiene que ver, supongo, con el haber vivido la evolución de la informática doméstica desde sus comienzos, o el haber suspirado durante años por tener un Macintosh. Ni yo mismo lo tengo claro, pero ahí lleva esa emoción enganchada dentro desde el jueves pasado.

Los sentimientos son difíciles de explicar; al menos para mí, que nunca se me ha dado especialmente bien la palabra escrita ni contar emociones. También decía hace un instante que ni yo mismo me aclaro, y menos como para poner orden en una exposición, por lo que quizás deba contarlo acudiendo a mi propia historia personal.

Tengo casi cuarenta años y, dada la altura de mi vida en la que estoy, es muy posible que ya no tenga descendencia a la que contar mis aficiones, mi vida, mis pocos logros y a la que animar a que siga su propio camino. Sin embargo tuve suerte de crecer con varios referentes importantes y de los que, en cierta forma, tomé ejemplo. Mi padre es uno de ellos. Un gran pintor, que ama lo que hace, y que ha dedicado buena parte de su vida a leer todo cuanto caía en sus manos sobre pintores, épocas y estilos. Es, en cuanto a pintura se refiere, una eminencia. Mi madre también está ahí. Historiadora de vocación y estudios, en especial de la arqueología y aún más particularmente sobre egiptología, leía todo artículo acerca de esos temas sobre el que ponía las manos. Es toda una suerte contar con una enciclopedia humana cuando a uno la geografía y la historia se le atascan en el instituto. Sí, me crié en un entorno en el que se profundizaba en aquello que te gustaba. En el que se te animaba a seguir investigando. Si era tu vocación, el tiempo se hacía poco y el conocimiento previo no existía. Todo se cogía siempre con hambre de saber más. [1]

En mi pubertad, incluso en mi adolescencia, no sabía que la Informática sería mi vocación. Era difícil saberlo a principios de los ochenta. Pero el primer ordenador [2] entró en casa en el año 1984, cuando yo contaba con doce años recién cumplidos. Como niño que era, enseguida le encontré el punto lúdico a ese pequeño cacharro con teclas de goma que se llamaba ZX Spectrum y no había ningún indicio que hiciera pensar que acabaría dedicando mi vida a ello. Pero, poco a poco, entre cinta y cinta, empecé a leer lo que se podía hacer con él. Ayudó que aparecieron publicaciones en español sobre el ordenador en cuestión, como Michohobby, de la que copiaba con presteza buena parte de los listados. Así fue cómo con trece años programaba bastante bien en BASIC y a los catorce ya conocía el lenguaje ensamblador del Zilog Z-80, lo suficientemente bien como para recitar de memoria la mayor parte de su juego de instrucciones.

Después del Spectrum pasaron por mi casa el Atari 800XL, el Commodore 128, el Commodore Amiga 500 y, por fin, el primer PC, un clónico que en mi caso iba con un 386, y que costó la friolera de 415.000 pesetas (unos 2.400 €). Para cuando entré en la universidad ya sabía programar en lenguaje C y conocía el ensamblador del MOS 6510 (Atari y Commodore) y el del Motorola 68000; además de los mencionados antes para el Spectrum. Todo ello conocimiento verdaderamente inútil a estas alturas, pero que me enorgullecía especialmente dominar en aquellos años. Casi me sentía como todos esos pioneros que habían hecho posible que yo disfrutara aprendiendo a programar y de los que leía cada artículo que aparecía. Si entre todos estos héroes hay uno que ocupa un hueco especial en mi corazón, ese es Sir Clive Sinclair. Aunque sea de mal gusto aclararlo en una entrada dedicada a Steve Jobs.

Mientras yo iba aprendiendo cosas inútiles que rara vez ponía en práctica, la informática doméstica se iba definiendo año a año. Hace treinta años era sumamente extraordinario ver un ordenador en la casa de nadie; yo era casi un privilegiado. Unos pocos años después, buena parte de los compañeros de clase en el instituto tenían uno. Hoy en día es raro el hogar de clase media que no tenga uno, incluso dos. Se ha convertido en algo normal ver a cualquiera en la calle, en un restaurante, en el tren o en la playa, respondiendo un correo electrónico con su smartphone. Hasta los televisores de hoy vienen con un ordenador en el que puedes descargar aplicaciones desde Internet y reproducir películas MKV directamente enchufando un disco duro externo.

Son muchos los nombres que han conseguido que la informática y la tecnología llegase a donde ha llegado. Hay, también, muchos individuos anónimos, que han invertido su tiempo en mejorar herramientas para la detección de enfermedades, y muchos que hicieron pequeñas pero sumamente importantes aportaciones, pequeños empujones, para que la cosa siguiese funcionando y mejorando. Sin contar a todos aquellos que, trabajando en grupo, han hecho posible saltos tecnológicos cualitativos. Sin embargo, si hay un nombre que resuena siempre, una especie de constante universal durante estas tres décadas que han pasado, es el de Steve Jobs. Desde que tuve el Amiga quise pasarme al Mac (a fin de cuentas eran máquinas basadas en el 68000 de Motorola, procesador que admiraba profundamente). Pero eran ordenadores muy caros y no fue hasta finales de 2007 que inicié mi viaje por el universo Mac. Ya decía entonces que hay una constante con Mac: la calidad y la facilidad de uso. Son productos muy bien pensados y meditados, que hacen la vida fácil al usuario. Se nota que hay un duro trabajo detrás de cada idea para que el usuario, yo, me sienta a gusto pensando exclusivamente en lo que quiero y no en el cómo hacerlo. Y esto no lo había conseguido nadie antes. La elegancia, la facilidad de uso, el acabado exquisito y las formas novedosas, son constantes de una marca que ha conseguido que usemos adjetivos como «bonito» para designar cosas que, tal vez por su naturaleza inerte, no se nos hubiese ocurrido calificar como tal.

Una obra puede ser bien interpretada. Para ello requiere una buena orquesta, compuesta por buenos músicos, cada uno de ellos conociendo a la perfección el instrumento que han elegido tocar. Pero para que la obra sea genial no basta con que sean simplemente buenos, se necesita un gran director, alguien que vigile y exija la perfección hasta en los más mínimos detalles. Sólo de esta forma, bajo la exigente mirada de un gran director, algo bueno puede transformarse en algo genial. Steve Jobs, ha sido ese exigente director, y que como nombre, ha estado ahí siempre, asociado a la calidad y como un referente de cosas bien hechas. Steve Jobs, y Apple, han conseguido que todos los que tenemos la informática como vocación, tengamos una referencia de calidad, de productos bien hechos, de máquinas que piensan para el hombre y no de hombres que deban pensar para máquinas. Y, con envida sana, que muchos quieran dar más de sí mismos para conseguir emular esos logros.

Pero más allá de todo ello, la muerte de Steve Jobs me recuerda que todo tiene que morir, que todos los que consiguieron, de una forma u otra, que me gustase la Informática, que admirase los logros tecnológicos, tras los que había hombres, y que, por un momento, mi vida rozase un sentido de ser, irán desapareciendo y que, después de tanto tiempo, la Informática ya no tiene ese sabor de aventura personal que tenía entonces, cuando encerrarse en el cuarto o en el garaje tenía mucho de juego y poco de negocios deshumanizadores. Con la muerte de Steve Jobs tengo la sensación de que comienza a morir la Informática casi espiritual, la del reto intelectual que con poco se hacía mucho, y, pese al legado de calidad y trabajo bien hecho tan inmenso que deja, muere uno de sus principales artífices y promotores. La muerte de Steve Jobs deja el regusto amargo de una premonición. La de que las próximas generaciones, nacidas ya entre abundancia de complejas soluciones y al abrigo de tecnologías cada vez más completas y abstrusas, serán individuos que se aproximarán a la Informática de forma meramente funcional, sin aquel apego orgánico de sus pioneros, que conseguían humanizar cada nueva aportación a la corta, pero intensa, historia de los ordenadores personales. Para ellos, los nuevos, ya no quedará nada, ni siquiera el haber vivido en el tiempo de grandes hombres que marcaron el rumbo. Hombres, que mejores o peores, con motivaciones mejores o peores, conseguían que todo fuese una aventura emocionante y que yo, en particular, andara siempre asombrándome con cada nuevo paso que se daba y con las nuevas noticias que llegaban, y que todo ello siempre tuviese un nombre, una persona, detrás. Hace ya tiempo que no me asombro demasiado con casi nada y, sospecho, mis sobrinos ya no llegarán a admirar a personas. Temo que para ellos quedará, únicamente, la admiración a la máquina. Una verdadera pena.



[1] Para desconsuelo de mis padres, yo nunca logré pasar de la teoría. Soy muy perezoso para embarcarme en grandes empresas personales. Aunque el hambre por aprender siempre cosas nuevas no la he perdido ni aún a mis treinta y nueve años.
[2] Aunque el uso de la palabra «ordenador» está enmendada por la Real Academia de la Lengua, que recomienda ahora el uso de computador o computador electrónico, son muchos años usándola.

sábado, 8 de octubre de 2011

Unos días en familia

Pues eso, que he venido a Las Palmas a pasar unos días con mi mujer y mi familia. El día 9 es festivo en Madrid y solicité lunes y martes como días de vacaciones. Total, si finalmente acaba la cosa en diciembre, pues por lo menos poder ir disfrutando los días que me corresponden. En octubre esta será mi única visita.

En estos días previos he descubierto que Ryanair comienza a operar en noviembre los viernes por la tarde. Hasta ahora el único vuelo de ellos salía a las 7 de la mañana y, aunque uno tiene una buena surtida cuenta de superpoderes, el don de la ubicuidad no se cuenta entre ellos. Es difícil estar despegando a las 7 camino de Las Palmas y resolviendo asuntos en la oficina de Tres Cantos al mismo tiempo. Ahora puedo venir el viernes al salir del curro. Entendiendo siempre que me refiero a un precio razonable. He tenido suerte y he conseguido vuelos a muy buen precio —a precios que nunca más creí que conseguiría— para casi todos los fines de semana del mes de noviembre. Vamos, que con lo que hasta ahora me venía un fin de semana (entre 130 € y 160 €) en otras aerolíneas, con Ryanair vengo dos fines de semana y medio. Personalmente creo que es una gran diferencia.

De paso he traído la saga de Star Wars (el último pecadillo cometido hasta el momento). En Madrid tengo televisión LCD y reproductor BluRay (la PS3), pero estas películas hay que disfrutarlas en mi tele grande con mi home cinema de sonido envolvente a todo volumen. Los vecinos me apreciarán mucho estos días.

jueves, 6 de octubre de 2011

martes, 4 de octubre de 2011

Mala noche, mala leche, mala sangre, segunda parte

Por cuitas culinarias —tan sólo a mí se me ocurre tener el antojo de verdura al vapor cuando mi mujer me dejó el congelador repleto de exquisita comida, suficiente como para alimentarme varias semanas—, anoche no logré acostarme hasta hora y media más tarde de la hora límite que me había fijado para meterme en el sobre; que ya de por sí es tarde. Caí inconsciente en segundos pensando que, al menos cuatro horas y media de sueño serían suficientes para afrontar los retos del día siguiente. A las tres de la madrugada me despertó un dolor intenso en la mano. Daba la sensación que me habían arrancado un trozo de carne de un mordisco. No me lo podía creer, otra vez me había picado un puto mosquito. Me levanté hecho un basilisco, arremetí contra él —dado el tamaño medio de los ejemplares que habitan en Parla no es difícil localizarlos incluso con miopía y sin gafas— y le solté un tremendo guantazo, importándome un rábano el ruido y los vecinos. No me esperaba el espectáculo de vísceras y sangre. Está claro que andaba aún bien hinchadito de —con mi— sangre que, a diferencia del otro, en lugar de necesitar varios golpes para acabar con él, a la primera caricia explotó. Madre mía, vaya sangría. Y qué rojo tan intenso.

Varios efectos se derivan del acontecimiento nocturno:

  • Que los vecinos acabarán presentando un escrito para echarme del edificio por los ruidos nocturnos
  • Que he puesto en serio riesgo la integridad estructural del edificio por la tremenda piña que le solté a la columna (amortiguada levemente por el cuerpo del mosquito)
  • Que otra vez he dormido una mierda (por la excitación de la pelea me desvelé durante una hora aproximadamente), que me he levantado hecho una piltrafa —más de lo normal—, y que voy a requerir dosis masivas de café para soportar las horas que se presentan por delante
  • Que he perdido un litro de sangre y sufriré anemia perniciosa durante las próximas semanas
  • Y que voy a tener que pintarle las paredes a la dueña del piso antes de dejarlo para ocultar mi crimen

¿A que va a resultar que la noche de los lunes es «la noche temática de los mosquitos» en Parla y yo no me he enterado?

No tengo muy claro si la hinchazón de la mano se debe a la picadura o al puñetazo. Yo apuesto más por lo primero, que lo segundo no fue para tanto.

domingo, 2 de octubre de 2011

¡Tú! ¡Pedazo de Neandertal!

Ahora mismo estoy viendo el programa de Redes 2.0, en el que se confirma que Homo Sapiens y Neandertales hicieron triqui triqui y tuvieron descendencia viable. Desde luego, revisando la imagen que he cogido para ilustrar esta entrada no me cabe ninguna duda que el hijo de puta que andaba tocándome los huevos todo el santo día en la anterior empresa, ascendió por ser —y comportarse como— un verdadero Neandertal. Físicamente se parecía un huevo a la imagen. Aunque en mis recuerdos nunca lo vi tan pacífico, ni pensativo. Creo que aquella vez que me tiró el iPhone con desprecio le tenía que haber arrancado la cabeza.

Sudoku-ku-ru-ku-ku

De verdad, de verdad de la buena, mami. Una partida más y apago la luz. La última. Si solamente llevo veintinueve horas de juego acumuladas.

Es la última vez que reinstalo el Sudoku en mi iPhone.

Las moscas

A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron,
que por golosas murieron
presas de patas en él.
Otra dentro de un pastel
enterró su golosina.
Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.

Hoy me levanté recordando esta fábula de Samaniego, que mi abuelo me leía (o recitaba de memoria) de vez en cuando. Muchas veces, en respuesta a mi insistente petición.

sábado, 1 de octubre de 2011

Odiosas comparaciones

Lo primero que dije, al levantarme esta mañana, fue «a ver si este fin de semana puedo probar el último XCode» (yo me quedé en el 3). Tras iniciar sesión en el centro de desarrolladores lo puse a descargar. Ha tardado 22 minutos. 4,3 Gb. ¡Ve-in-ti-dos mi-nu-tos!. Igualito, igualito, que cuando lo he descargado en Las Palmas, que me supone más de 12 horas y, algunas veces, se jode a mitad de descarga. Lo sé, las comparaciones son odiosas, pero lo de Telefónica, que no hay forma de que mejoren la infraestructura y sigan con los mismos pares de cobre que pusieron hace 40 años, es como para hacerle una sesión triple de fistfucking anal a todo el consejo de dirección de esta magna corporación.

Ahora estoy entre seguir el tutorial Tutorial: Develop An Angry Birds Like Game With Cocos2D And Box2D Step-By-Step, leer un rato (y hacer alguna prueba) del libro 'Making Isometric Social Real-Time Games with HTML5, CSS3, and Javascript', hacer un prototipo de una CMDB para demostrar que la que usamos en el trabajo no-es-buena, disfrutar del pecado cometido hace una semana o, directamente, nada de lo anterior.

jueves, 29 de septiembre de 2011

¿Crisis? ¿Qué crisis?

Leía esta mañana en la portada del ADN el siguiente titular: «El Rey augura más sacrificios» (aquí el artículo en la web del periódico). Y me pregunto yo si no podríamos empezar sacrificando algún Borbón, que bien gorditos, creciditos y rollizos se los ve a todos. Buena cantidad de euros que nos cuesta a los contribuyentes.

Nadie dijo que los pobres no pudiésemos soñar, ¿no?

A veces me dan unos prontos republicanos que no me soporto ni yo mismo.

PD: También podemos conformarnos quemando a algunos políticos, que ya quisiera yo el sueldo neto mensual de Esperanza Aguirre.

Desinhibición matutina

Con esto de andar todo el día escuchando música con los auriculares, tengo la sensación que estoy perdiendo demasiada capacidad auditiva. Teniendo ya un olfato (y el gusto, por estar estrechamente relacionados) y una miopía que podrían considerarse en grado de minusvalía, no resulta apetecible quedarme también sordo. Así que hoy opté por viajar en tren escuchando el ruido ambiente —e innatural—. ¿Por qué la gente es tan desinhibida que cuenta sus intimidades en voz alta? Nunca me había planteado la ginecología como profesión, pero ahora mismo tengo un vívido recuerdo de los problemas vaginales, y los bultos que le extirparon en consecuencia, de la chica que viajaba al lado, y que le impedían quedarse embarazada, aunque tenía constantes retrasos. Su narración, que contaba a su compañera de trabajo —o lo que fuera—, de los sucesos era tan sincera e intensa y cargada de detalles, que a uno —a mí— le costaba concentrarse en la disertación biológica que ando leyendo estos días. Por cierto, su segunda hija es un primor.

Creo que mañana volveré a enchufarme los auriculares, así pierda los tímpanos y se me salten los ojos por la vibración sonora intracraneal.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Empanada de Vengadores: me lo tengo que mirar

Hoy he llegado especialmente empanado a casa. Con lo del mosquito y que ya arranqué la semana durmiendo mal, he llegado al ecuador casi agotado. Así que me he sentado delante de la tele y, estrujándome el cerebro para escribir las dos entradas anteriores, he encendido la tele y el cacharro que me pusieron los de ONO al contratar la línea. En el tiempo que llevo con fibra la habré encendido dos veces. Después de buscar y rebuscar en la oferta gratuita de la sección Videoclub acabé optando por una de dibujos: Ultimate Avengers 2. Es un truño impresionante, insufrible y apestoso, pero aquí estoy atontao esperando que acabe para saber qué pasa al final con la invasión alienígena.



Madre mía, esto me lo tengo que mirar urgentemente. ¿Tendrá cura?

Canción con olor

Dicen que hay olores que disparan recuerdos. Hoy comprobé que también hay sonidos que disparan olores (ya puestos a hablar del olfato). En la sorpresa en tren del día de hoy, sonó este clasicazo:



Esta canción huele a verano en el campo con mis abuelos. A un mes en El valle de Agaete. A amistad sincera de los niños que acaban de conocerse y saben que tienen poco tiempo para divertirse juntos. También a romance adolescente (o de pubertad tardía) e inocente. Huele a Noelia y sus trece años. Tonta pero rematadamente guapa. Y, sobretodo, huele a mis quince años y la rebeldía de no saber cuál es mi sitio en el Mundo.

Pero también me recuerda al final de la magnífica película Escuela de genios:



En mi próxima visita a Las Palmas rebuscaré en el cajón de los DVD, que debo tenerla aún.

Olor a otoño

Mi olfato no es, precisamente, digno de mención. Es más, sospecho que mi capacidad olfativa es inexistente. Pero esta mañana los mocos me dieron un respiro —nunca mejor dicho— y alcancé a percibir alguna cosilla cuando llegué a la estación de Tres Cantos. En cinco meses que llevo acudiendo a ese pueblo, nunca había notado nada especial. Hoy olía a aire fresco, a campo, a asfalto húmedo y a otoño. Olía a cambios.

martes, 27 de septiembre de 2011

Cinco meses. Un mes. ¿Dos meses de trabajo? ¿Qué significa «céntrico»? Treinta megas. Largos paseos en tren y cielos de Madrid. Facebook, Google+, entonces breves. Dos semanas acompañado, después soledad

Hace ya cinco meses —vaya como pasa el tiempo— que estoy en Madrid. Llegué a finales de abril, con unos días cuya temperatura se podía considerar aún fresquita y agradable, que duraron más bien poco antes de empezar a subir el termómetro. Después de un verano especialmente caluroso —hay quien afirma que no ha sido para tanto—, esta última semana ha empezado a refrescar; principalmente de madrugada. El lunes pasado amaneció con 11° y me pilló por sorpresa al salir en camiseta de manga corta, como llevo haciendo todo el verano, para el trabajo. Estuve la mayor parte de la semana pasada moqueando y me ha tirado al pecho, así que a un imprevisible ataque de tos le sobrevive un escupitajo de flema. Sorprendente lo que puede producir el cuerpo humano. Aún dura, aunque parece que ya he recuperado parte de mi capacidad de raciocinio; que tampoco es mucha.

El piso en Sol, en el que aterricé gracias a un amigo que me puso en contacto con su tía, la propietaria, de veintidós metros cuadrados, y siendo último piso, era un horno en el que me sentía como un preso en una pequeña celda, cocinándome en mi propio jugo. Céntrico, eso sí, según los cánones establecidos por los madrileños, y recién reformado de forma que estaba muy coqueto y excelentemente bien aprovechado, pero una celda que no bajaba de cuarenta y pocos grados en los peores días del verano, sin un rincón en el que esconderme y sin un espacio en el que poner el ordenador, cuya mesa de apoyo era la misma en la que desayunaba, almorzaba y cenaba, cuando era ocasión de hacerlo. Las vistas tampoco ayudaban. Las ventanas daban a un patio interior y lo único que alcanzaba a ver eran las tejas del edificio adyacente. Pero por las noches, si había suerte y corría un poco de aire, abriendo las claraboyas del techo y dejando las ventanas del patio abiertas, se podía dormir algo más fresco; además de poder gozar del cielo nocturno de Madrid, cuya contaminación lumínica impide contar las estrellas con algo más que los dedos de una mano. Temiendo a los mosquitos, esas noches, pese al calor, uno podía dormir en pleno centro de Madrid. Las restantes, el sueño era incómodo y difícil.

Templo de DebodDespués de unos meses, aquel deseo de vivir en el centro de un gran ciudad, esa experiencia deseada, pasó a convertirse en casi un infierno. Detesto las aglomeraciones de gente, y el concepto centro no deja de ser algo ambiguo. ¿Qué significa «centro»? ¿Tener todo cerca? ¿Y qué significa «todo»? Yo no termino de tenerlo claro. Mi experiencia anterior con el centro de Madrid resultó mucho más gratificante. Cuando quería quedar con los amigos bajaba desde Aravaca. Cuando quería comprarme un libro me acercaba hasta Puerta del Sol y me tiraba una hora o dos en la FNAC o en La casa del libro rebuscando. De hecho ese ritual tenía carácter semanal. Al salir del trabajo seguía hasta Madrid, una parada más, y paseaba durante un buen rato, me gastaba entre veinte y treinta euros en libros que acabaría amontonando y luego volvía a Aravaca. Esa era mi relación con la zona centro, que entonces me agradaba, porque durante un rato yo era parte de la muchedumbre; sabiendo que al rato volvería a la tranquilidad del piso en una zona en la que raro era el día en que se escuchase un ruido después de las once de la noche. Ahora estaba empezando a detestar toda la zona y, de hecho, en todo el tiempo que estuve a cincuenta metros de La casa del libro y a cien de la FNAC, entré dos veces; y encima porque acompañaba a algún amigo.

Cierto que hay crisis, pero la cosa está especialmente complicada para conseguir un piso en Madrid. Al ya inherentemente difícil proceso de búsqueda de un piso en el que no te pidan como anticipo el alma y un aval bancario de treinta años, al poco de llegar empezó a hacerse patente cierto malestar en los gerentes del proyecto. Fue inesperado, como en la mayoría de estas ocasiones y cuando el cliente es uno grande y caprichoso, pero a las pocas semanas de mi incorporación como jefe de proyecto en esa cuenta, el cliente anunció un gran ERE y, con ello, empezaron a cancelarse proyectos, a cambiar los interlocutores y a crecer la incertidumbre. A pregunta directa, mis jefes me garantizaron trabajo sólo hasta final de año, así que tampoco me apetecía meterme en un compromiso de un año en un alquiler si después las cosas se iban a complicar. No era plan de pedir aval, dejar fianza y arriesgarse para nada.

Quería salir del piso de Sol, pero no quería hipotecarme a un año. En este momento de tensión e incertidumbre, fue donde apareció el altruismo de una amiga que conocí en la empresa anterior. En realidad habíamos hablado más bien poco y vinimos a conocernos mejor en mi anterior estancia en la capital, pero sin pensarlo mucho me dejó su piso, aunque con algún sentimiento de angustia por lo bien arreglado que lo tiene y el temor a que se lo destrozara. Tres meses fue lo que acordamos en principio, tiempo durante el que yo le pagaría todos los gastos (hipoteca incluida), hasta noviembre, a la espera de que la cosa se aclare. Para bien o para mal, pero que se aclare. Así que desde hace un mes estoy viviendo en Parla y cambié el piso centenario, que pese a la reforma el edificio era viejo, la vista de las tejas de enfrente y el bullicioso y opresivo centro, por un piso de casi setenta metros cuadrados en una zona residencial en la que no se escucha un ruido a partir de las diez y media, con piscina (ya cerrada por comienzo del otoño), garaje, trastero, centro de deportes a dos minutos, Carrefour a tres y Mercadona a un paseo, y —lo mejor— unas vistas acojonantes siendo un octavo. La ventana del salón da para el oeste y las puestas de Sol son increíbles. No recuerdo haber disfrutado en Las Palmas con tanta frecuencia de los degradados de colores rojizos y anaranjados que veo desde aquí.

Puesta de Sol desde el salónY aquí es donde el «todo cerca» toma sentido. O, mejor dicho, deja de ser tan importante. Internet ha cambiado la forma en que uno necesita hacer las cosas. Puedo hacer la compra en Mercadona desde mi casa y me la traen el sábado. Casi todo lo que necesito lo puedo comprar en Internet. Tengo una farmacia a dos minutos que abre todo el día, todos los días de la semana. Una parada de tranvía que en diez minutos me deja en la estación de RENFE y, desde ahí, tardo treinta minutos hasta la zona de Sol —que ahora vuelvo a disfrutar como antaño—, saliendo un tren cada diez minutos. También hay dos parques muy agradables por los que pasear a última hora de la tarde, y carriles bici por casi todas las calles principales, entrándome ganas de pillar una y dedicarme a recorrer la zona. Eso si no tuviese que irme a finales de noviembre, sea para volverme a Las Palmas o para mudarme a otra vivienda para seguir trabajando en Madrid.

Llegados a este punto de esta larga entrada, y en resumen, llevo cinco meses trabajando más o menos al mismo ritmo —hay quien cree erróneamente que soy un workaholic—, de los cuales el último lo he pasado en Parla a mis anchas en un piso con dos habitaciones, un salón enorme y un televisor LCD donde disfrutar de la calidad Blu Ray, que es la única tele que yo veo; pero sigo sin saber lo que será, laboralmente hablando, de aquí a dos meses. Mi jefe directo me confesó hace unas semanas, cuando le volví a preguntar por mi futuro inmediato, «eres un diamante, un currante nato, y no queremos perderte», pero no me pudo garantizar nada de nada. Ya veremos.

Otra de las cosas que ha traído el mudarme a Parla ha sido la velocidad de Internet. En Sol ya tenía 6 Mb, cinco más de los que nunca llegaré a tener en la zona de Las Palmas donde vivo. Pero cuando pedí el traslado de la línea, y por cambiar de ciudad, no pudiendo mantenerme el número, me ofrecieron, por un poco más, 30 Mb de fibra, que es lo que tienen todas las zonas residenciales de construcción reciente. Y aquí estoy, disfrutando de unas velocidades que ni en mi más febril locura hubiese podido imaginar. Es una gozada y, ahora sí, puedo decir que tengo «banda ancha» y que me muevo por las «autopistas de la información». Y aunque dure sólo tres meses, esta experiencia ya no me la quita nadie.

Un cielo espléndidoPor otro lado, y como parte negativa, he alargado los viajes en tren. He pasado de unos treinta o cuarenta minutos, a viajes de hora y veinte que, si las combinaciones fallan, pueden convertirse en viajes de casi dos horas. Hablo de tiempo invertido en cada sentido. Ahora me veo obligado a hacer trasbordo, y eso implica esperar al siguiente tren o tranvía si se me escapa uno. Un día realmente malo, puedo llegar a emplear cuatro horas en transporte. Aunque en el tiempo que llevo aquí eso ha pasado sólo una vez. Por lo general, conociendo las horas a las que salen y pasan los trenes, no empleo nunca más de hora y media. Y siendo, como soy, un optimista nato para estas cosas, aprovecho estos largos paseos en tren para escuchar música y para leer. Pero, principalmente, para disfrutar del paisaje y del amanecer. Pronto no me quedará otra cosa que leer y escuchar música. Ya empieza a notarse la disminución de las horas diurnas y llego a la estación de Tres Cantos sin haber aclarado del todo. En un mes, cuando además haya cambiado la hora, sospecho que ya entraré a trabajar siendo aún de noche.

Debo puntualizar, además, que el incremento en tiempo de traslado ha supuesto salir antes del piso. Lo que en una cadena hacia atrás de causa y efecto, significa levantarse un poco antes. Suerte que siempre he sido de dormir poco y que no me cuesta despertarme a las cinco y media de la mañana, que es la hora a la que debo ponerme en pie si quiero desayunar tranquilo y prepara las cosas con calma, mucha calma, antes de salir.

En todo este tiempo, en el que he estado más bien centrado exclusivamente en el trabajo —¿he comentado ya que hay alguno por ahí que cree erróneamente que soy un workaholic?—, al llegar al piso, sentía mucha pereza como para ponerme a escribir en el blog. Sin embargo, y en parte porque alguno me preguntaba de vez en cuándo cómo me iba todo, siempre tenía ganas de comentar cualquier cosa, alguna chorrada sobre cómo había ido el día, o la semana, o sobre cualquier estupidez que hubiese hecho o mirado en Internet, simplemente para que no se perdiese ese canal casi místico, y muchas veces anónimo, que hay entre el que escribe y el que se asoma, curioso, a leer lo que se ha escrito. Pero, pese a saber que este rincón no deja de ser una sarta de tonterías, le tengo demasiado aprecio como para convertirlo —ya he visto cómo acaba degradándose un espacio similar en otros casos— en un copia y pega de aquí y de allá sin más esfuerzo ni originalidad que el meter contenido hecho por otros. No, para esta bitácora deseo seguir reservando esa hora del día en que sale publicado, cuando sale, y artículos, cuando no interesantes, al menos sí algo más elaborados. Pero la picazón de «publicar» aunque sean tonterías no se me quitaba. En este aspecto he de confesar que la plataforma Facebook, y el concepto del muro, es algo cojonudo. Es una idea sencilla —y robada, dicen— que funciona. Durante dos semanas retomé el publicar cosillas sueltas en mi cuenta, a ver qué tal era; pero Facebook es un coto cerrado, es un espacio en el que lo que prima no es la originalidad —como ya ha dicho mucha otra gente antes— sino el mecanismo, casi endogámico, del «me gusta» reproducido hasta la saciedad. Amén de que parte de mi red social, tal vez con la que tengo más afinidad, siquiera tiene cuenta en Facebook y, por tanto, perdía sentido y objeto. Luego evalué Google+, aún sabiendo que sería más de lo mismo, pero con la esperanza de que pudiese quedar a modo público, al menos parte, y poder engancharlo en el lateral del blog a modo de «breves». Me cansé pronto de buscar la forma, así que he optado por rescatar y reciclar un experimento, distracción y mecanismo o válvula de escape, que monté en los peores momentos laborales (allá por 2008) y convertirlo en mi muro particular, donde —ahí sí— publicaré todas las pepinadas que se me ocurran, sin respetar nada, sin escrúpulos y con menos vergüenza, y que aparece a la derecha de este blog con el sugerente título de «Pepinadas breves». No me hago responsable de lo que te suceda si te pones a leerlo, pero sospecho que es más probable que sepas cosas de mí en los próximos meses por esa vía que esperando a que escriba otra entrada aquí, que, como mucho, será de algún libro de esos que ahora leo en el tren (o de los veinte que ya he leído antes y que aún no he comentado). Por tanto, y pese a la pobreza de espíritu que entraña, y que ya lleva unos cuantos días ubicado en esa posición, queda presentado oficialmente mi «canal de breves»; montado, eso sí, como otro blog en la plataforma Blogger. Tampoco era plan de complicarse mucho más.

Valverde de los arroyosYa que está siendo una entrada larga, aprovecho para comentar un último punto; que no por último menos importante. Las dos últimas semanas ha estado mi mujer acompañándome aquí en Madrid. Ha sido agradable volver a convivir con ella. Y es, quizás, lo único que echo de menos de Las Palmas. Dada la inseguridad de mi permanencia en esta empresa, no podemos tomar una decisión dramática para que ella deje la seguridad —siempre relativa— de su trabajo y se venga a buscar algo a Madrid. La separación no está resultando fácil. Para ninguno. Y las pocas veces al mes que podemos permitirnos —los viajes se han encarecido casi un 200% comparándolos con la etapa anterior en Madrid, lo que impide que viaje más fines de semana— que yo viaje a Las Palmas, saben a poco. Así que se pidió dos semanas de vacaciones y ha estado aquí, aunque yo estuviese trabajando. Resulta indescriptiblemente agradable llegar a casa y escuchar el ruido de la actividad de mi mujer, ya fuese ver la tele o estar cocinando la cena. Y el calor humano que ello conlleva. Han sido dos semanas increíbles, mejor que cualquier viaje a cualquier lugar. Es algo que se acaba aprendiendo con los años, al final el universo es tal y como uno quiere percibirlo y que no hace falta salir de la casa para ser feliz. ¿Dónde está, por tanto, el «centro»? En uno mismo, sin lugar a dudas.

Sin embargo, aunque he dicho que uno puede ser feliz sin salir, tampoco es plan de desaprovechar las oportunidades que se presentan. Así que alquilamos un coche y pasamos un fin de semana visitando Guadalajara. En especial nos decantamos por la ruta de la arquitectura negra o de los «pueblos negros», que dicen, y finalizando en Sigüenza. Disfrutamos enormemente de los paisajes y las carreteras secundarias de Castilla-La Mancha, esperando encontrar, tras cada curva, los famosos molinos con los que se enfrentó Don Quijote. Una vida también puede enriquecerse con escapadas de fin de semana.

Una pena que, de momento, esto no podamos repetirlo más a menudo. Esperemos que a principios del año que viene la cosa se aclare. Mientras sí tengo claro que, después de estas dos semanas en que hemos vivido y vuelto a compartir muchos momentos juntos, la soledad se acentúa más. Resulta bastante duro el cambio y volver al piso para ser recibido por el mismo silencio que te despidió al salir a primera hora de la mañana. Habrá que volver a acostumbrarse hasta que consigamos otras dos semanas de vacaciones.