En cuanto me enteré que Dan Ariely publicaba en lengua de Cervantes una continuación, que no sé si esperada o no, y que para mí fue casi tan sorpresivo su descubrimiento en las estanterías de una librería cuando andaba husmeando otras cosas como fue descubrir la existencia de la primera a través de un buen amigo, no dudé ni un momento en hacerme con ella. «Aquí tiene mi tarjeta» sonreí a la dependienta —con una de esas estúpidas sonrisas que sufre aquel que acaba de descubrir un gran tesoro y lo embarga un sentimiento de posesión que él sólo es capaz de entender— tras pasar las etiquetas del nuevo montón de libros que decidía cargar ese día a casa. Sonreía de sincera felicidad. Qué jodida es la estabilidad hedónica, qué jodida.
Tan contento estaba de comenzar a leerlo que hice gala de ello en la recientemente extinta cuenta de Facebook, contándolo a todos mis amigos y forzando el proselitismo hacia el autor. Que se sepa que había un nuevo libro de Dan Ariely, que yo ya lo tenía y estaba encantado de leerlo. El título de tonto ya lo tengo, así que habrá que aprovecharlo de vez en cuando haciendo tonterías. Por mucho que me arrepienta pasado el tiempo.
Puesto que no conseguimos prever el alcance de nuestra adaptación hedónica, como consumidores solemos necesitar adquirir siempre nuevas cosas, con la esperanza de que un nuevo cacharro nos haga más felices. Es más, un nuevo coche nos sienta de maravilla, pero ese sentimiento dura sólo unos pocos meses. Cuando nos acostumbramos a usar el coche el entusiasmo se desvanece. Así que buscamos alguna otra cosa que nos haga felices: pueden ser unas gafas de sol nuevas, un nuevo ordenador u otro coche nuevo. Este ciclo, que es el que nos lleva a querer tener más que el vecino, también se conoce como estabilidad hedónica.
En esta ocasión Dan Ariely nos embarca en otra serie de experimentos y estudios usando su propia vida como hilo conductor. En estos términos podría resultar una obra un poco más íntima, pues en algunos momentos nos cuenta lo mal que lo pasó tras quemarse y la poca autoestima que le quedó durante un tiempo, o la amplia tolerancia al dolor como secuela de su paso por el hospital y las curas eternas e infernales a las que estuvo sometido; excusa esta o aquella otra para embarcarse en algún experimento particular. Para mi gusto, esta mezcla de introspección personal y experimentos en busca del carácter general de la irracionalidad, no terminó de encajarme bien. No digo con ello que estuviera mal, pero introduce mucha paja y resta efectismo a la verdadera sustancia. Es como esas grandes cajas que uno recibe y que tras abrirlas descubre que hay mucho hueco dedicado a amortiguar el golpe y poco objeto que proteger. Pues algo así me pasó durante la lectura de este libro: había demasiado del autor, quizá únicamente con sentido para sí mismo, que en lugar de conseguir encauzarte adecuadamente ansiando el resultado de los experimentos, más bien aturdía y entremezclaba y ya no terminabas de saber muy bien qué esperar, si otro capítulo de su vida o el resultado de otro experimento. Tal vez sea poco empático, pero para mi gusto la mayor parte de 'Las ventajas del deseo' es relleno innecesario. A ojo de cubero, bueno o malo, le sobra la mitad, diría yo. En realidad es una exageración, pero hubo algunos capítulos en los que sí que me sentía un poco reacio a seguir a causa de tanto dato personal. Y sí, sé que yo hago lo mismo cuando escribo sobre cualquier cosa, pero creo no estar pecando del mal de la paja en el ojo ajeno, ya que yo escribo más bien para mí y unos pocos, la mayoría de ellos sabiendo quien soy y conociendo mis innumerables, irracionales e incorregibles defectos, mientras que este hombre pretende hacer descubrir su ciencia a la gran masa pensante que hay más allá de los mares.
Sin embargo, y pese a ese escorar hacia lo personal, los temas tratados y los resultados de los estudios, las conclusiones a las que se llega, demuestran una vez más que somos todo lo contrario a lo que nos creemos y que, por segunda vez, la irracionalidad, o esos comportamientos que no nos gusta reconocer como propios, siempre está ahí para dar su toque personal a todo cuanto hacemos. En cuanto a esto, reconozco que me ha encantado.
El libro se divide en dos partes y once capítulos, más un pequeña introducción tratando la procrastinación y sus efectos médicos. La primera parte se orienta a la lógica del trabajo, mientras que la segunda la orienta más a la lógica, el desafío que se le hace, en el hogar. Se tratan temas como lo contraproducente de las primas, principalmente cuanto más altas son, la importancia de dar sentido al trabajo o el gran valor que le damos a nuestros propios esfuerzos, independientemente del resultado, mientras cuán poco le damos al esfuerzo ajeno, dedicando un última capítulo al sentimiento de venganza. Esto para la primera perte, la dedicada a cómo afectan y podemos aprovechar los sentimientos irracionales en el entorno empresarial. Ya en la segunda parte, la dedicada al hogar, se nos cuenta cómo somos capaces de acostumbrarnos a casi todo, sobre la adaptación y ligar en Internet, ejemplo de fallo del mercado, por qué somos capaces de ayudar a algunos y condenar a la miseria a otros y, quizá uno que me gustó especialmente, cómo afectan nuestras explosiones emocionales en el largo plazo aunque sea una respuesta para algo concreto en el corto plazo. Mucho cuidado con esto último.
Resumiendo, y ya para finalizar, 'Las ventajas del deseo' es un libro que gustará a todo aquel que, como yo, ande siempre buscando la verdad absurdamente irracional que se esconde tras todos nuestros actos; o buena parte de ellos. Es, como decía al principio, uno de esos libros que gustan si aprecias que desnuden tus miserias y que te demuestren que no eres más que una máquina de emociones y conductas poco racionales y que, por mucho que te empeñes en llevar la contraria, no eres ese dechado de objetividad que siempre te ha gustado creer que eres. Para aquellos que no gusten de ser desnudados de esta forma, y crean en su propia superioridad intelectual, este libro puede ser contraproducente, claro está. Quitando los párrafos que el autor dedica a hablar de sí mismo, como ejemplo particular de aquello que quiere generalizar, y como vehículo de remolque para tirar del resto del contenido, el libro sería un gran libro. Aún así es un texto que recomiendo leer. Aunque el primero estuvo bastante mejor.
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