Puede que mi madre no haya sido la mejor madre del mundo, aunque para mí sí que lo es. Cierto que, como persona, ha cometido errores. La gran mayoría diluidos en el olvido y/o perdonados, cuando me tocaba a mí
directamente, porque a una madre, si es como la mía, se le debe perdonar absolutamente todo. O casi todo. Porque hay una de esas cosas que hizo que aún no he conseguido perdonarle: que me llevara a ver '
Tiburón 3' cuando apenas tenía... ¿cuánto? ¿Nueve años? Junto con '
No profanar el sueño de los muertos', película que me produjo más de una pesadilla, 'Tiburón 3' supuso mi completa ruptura, a edad tan temprana, con el medio marino y, desde aquella tierna infancia, me ha provocado no pocas pesadillas con tiburones blancos de dientes enormes e insaciable sed de sangre. Sed de mi sangre. Incluso, durante años, no me atrevía a meterme en una piscina por la noche no fuese a encontrarme con uno de esos bichos escondido en alguna esquina. Eso aún no se lo he perdonado a mi madre. Porque, además, era una película
argumentalmente mala
malísima, y de calidad de filmado pésima. Todavía recuerdo el tragicómico recurso visual de hacer aparecer el cabezón de escualo detrás del aterrado hombre, que había caído en el agua segundos antes y que con ojos como platos miraba a la cámara, para ocultarse, unos instantes después, justo para no ser visto antes de que se diese la vuelta el susodicho tropezón de carne. Vamos, como en los espectáculos de
marionetas, esos en los que los niños gritaban «¡Que lo tienes detrás! ¡Detrás! ¡Pero mira detrás, imbécil!».
Por aquello que dicen y predican de «la única forma de vencer tus miedo es enfrentándote a ellos», creo que he desarrollado un gusto enfermizo por los
documentales sobre el mundo marino y, en particular, por aquellos que tratan sobre los tiburones. Durante un tiempo parecía que las películas que se producían de este género daban la razón a la visión ficticia de
Spielberg sobre el tema, recreándose en los atroces ataques de los escualos contra inocentes personas,
surfistas, bañistas, y cualquier tentempié de carne humana que se cruzara con estos temibles peces o que osara adentrarse en el reino de estos insaciables devoradores de hombres. Vamos, películas que no hacían otra cosa que reafirmar mi convicción de no volver a meterme en el agua de la playa durante el resto de mi existencia.
Sin embargo, esa tendencia documental ha cambiado en los últimos años.
Documentales más rigurosos y mejor planteados, que buscan más la comprensión que el espectáculo, demuestran que si bien es necesario «conocer para amar», es
trágicamente común en el carácter humano «odiar a causa de la ignorancia o la
desinformación». Los nuevos
documentales que acercan estos animales a los espectadores, luchan contra los prejuicios que otros productos de la industria han inculcado durante años y años en las mentes de las personas. Un trabajo admirable y, hay que decirlo, complicado, dado todo lo que tienen en contra al defender a estos bichos. No se me ocurriría imaginar a un bañista, así con la forma de
piolín,
cantando «me parece haber visto un lindo
pececito». Y es que, por muy
racionalizado que tengamos el que los ataques de tiburón tan solo matan cinco personas al año, lo que deja a la gripe común como una verdadera
pandemia segadora de vidas humanas, el ver una aleta sobresaliendo del agua haría que hasta el más entero deje un reguero de puré de caca flotando mientras nada a velocidad impensable hacia la playa.
'
Tiburón - En las garras del hombre', producción canadiense de nombre original '
Sharkwater', se suma a ese intento por conseguir que la gente se preocupe por lo que estamos haciendo a estas criaturas que llevan muchos miles de años más sobre la faz de la Tierra -o, mejor dicho, surcando sus océanos- que el
homo sapiens. Es una película que apunta el gran problema que nos encontraríamos si seguimos eliminando, sin control, éste gran depredador cuya función es, precisamente, ejercer un control sobre las poblaciones de otras especies en los océanos. Digo «apunta» porque en realidad no consigue explicar en detalle los motivos de ello, pero lo que se dibuja no plantea un futuro halagüeño de seguir así. Y si bien no consigue documentar
exhaustivamente nuestra dependencia de los voraces peces, sí es cierto que las imágenes de las atrocidades que hacemos los hombres con estos animales no dejan -o no deberían dejar- impasible a nadie que las viese. Imágenes terribles de lo que se llega a hacer, del dolor que se llega a causar, por unas míseras monedas. Un nuevo capítulo de la reiterada historia de la humanidad. La sopa de aleta de tiburón, desgraciadamente, mueve mucho dinero y hay mafias en torno a ella. Al menos eso es lo que plantean en las experiencias que vive y documenta el protagonista, también escritor y director,
Rob Stewart (no, no es el cantante, de nombre
Rod), en esta su película.
'
Sharkwater', prefiero su nombre en inglés para referirme a ella, por brevedad, es una película muy bien hecha, con imágenes magníficas, bien montada, con un tono de narración adecuado y que consigue, al menos conmigo lo hizo, que le perdamos un poco de miedo a los tiburones, haciéndonos sentir cierto aprecio por ellos y un gran desprecio por los que, sin contemplaciones, los están aniquilando hasta el punto de estar
considerados en la actualidad en peligro de extinción. Una vez más, la especie humana, demuestra lo que vale
reflejándose en sus actos. Por muy aterrador que nos parezca un ser, una especie, no deberíamos permitir que se los
caze y mate de este modo. Permitiéndolo no nos
diferenciamos de lo que hiciera el
Tercer Reich con otros pueblos.
Seamos mejores.
Intentémoslo. No permitamos esta masacre y que desaparezcan los tiburones. Lo
lamentaremos, si llegamos a permitirlo. Los ecosistemas marinos están entrelazados de formas que apenas comenzamos a entender. Si te preocupa un poco lo que está pasando, puedes visitar
Oceana para leer sobre otras atrocidades cometidas en los océanos.
Como siempre, la película se podrá conseguir en los canales comerciales o, como es de esperar para el 99% de la población, por las vías poco éticas del P2P, sustentadas por una panda de
vagos y maleantes. Pero como ya he comentado en otras ocasiones, aparca tus sentimientos de culpa, que lo importante es que aprecies este trabajo y el esfuerzo que hacen porque lleguemos a valorar y comprender la existencia de los tiburones y cómo nos afecta. Y nos afectaría su desaparición.