Hace ya unos meses hablaba de lo genial que estaba el complejo de bungalows Dunas Maspalomas y, salvo por tener que soportar las visitas de familiares, era un sitio que merecía la pena porque, al final, el saldo siempre salía positivo. Para mí es un lugar donde recargar las pilas, donde ponerme al día con la lectura y donde broncear ligeramente mi blanquecina piel. Así no es raro que, teniendo el puente de La Virgen del Pino por delante, para lo que pedí el lunes como día de vacaciones, me refugiase nuevamente en ese paraíso terrenal.
Toca decir, sin embargo, que el complejo en sí es bastante amplio, con muchos bungalows, y, en todas las veces que hemos ido a pasar un fin de semana, en general el estado de mantenimiento del que nos tocaba en cada ocasión era más que aceptable. Y si había algún desperfecto que mereciera nuestra queja, se compensaba con creces con el trato excelente que recibíamos del personal del complejo y la premura que demostraban por poner solución. En ese aspecto, nunca tuvimos una queja, donde cabe más la alabanza y la mención honorífica, que trabajar para el público no debe ser tarea sencilla y el personal del Dunas Maspalomas te hace sentir siempre respetado.
Ha querido el destino, sin embargo, que en la lotería de los bungalows, esta ocasión, estando ocupado en su máxima capacidad, como era de esperar en estas fechas, nos tocase uno algo más apartado que los recibidos en ocasiones anteriores y que, además, se encontrase algo menos limpio y peor mantenido que en ocasiones anteriores. «Bueno, tampoco es para tanto», nos consolamos y decidimos que bien merecía la pena hacer de tripas corazón con tal de disfrutar de un fin de semana largo descansando y tomando el Sol. Yo cargué con cinco libros que tenía en mente leer en estos días. En realidad cuatro, porque uno lo estaba casi acabando. Además que dos de ellos apenas llegaban a las cien páginas. Así que «uno por día» era mi pretensión. Y casi lo he conseguido.
Una de nuestras mayores preocupaciones, dado el vergel que rodea cada bugalows, es la aparición de algún que otro blatodeo descarriado que acaba, como acaban todos los aventureros que se adentran en territorio en los que no son apreciados, escachado bajo una zapatilla. Conscientes de tales incursiones ocasionales, solemos acompañarnos ya de un insecticida específico de nuestra confianza que mi mujer, la que más sufre con estas visitas indeseadas, tiene a bien repartir de forma inteligente, para atrincherarnos tras un muro químico e invisible. No es infrecuente que, en nuestras cortas visitas a este complejo, igual que las noticias de amigos y conocidos que hacen lo propio en otros complejos, al amanecer aparezca algún que otro caído, patas arriba, de una incursión nocturna. Cierto que la sabiduría convencional sostiene que «por una que tropiezas, sesenta que no ves», pero más cierto es aquello que se cuenta de «ojos que no ven, corazón que no siente» y la visita casual de un especímen durante un fin de semana entra dentro de lo que consideramos tolerable.
Pero en esta ocasión ha sido distinto. Como si el hecho de aparecer la Luna nueva en el cielo cada noche fuese la señal para iniciar otra oleada de ataques en un asedio del que nosotros debíamos ser los inconscientes atacados, al día siguiente recogíamos entre cinco y seis cuerpos que habían perecido tras sufrir una muerte que se me antoja angustiosa, pues es sabido por todos la resistencia de estos insectos y que el veneno que respiraban al traspasar el mortal muro químico, aunque relativamente rápido, no era fulminante, como pudimos comprobar en algún soldado que aún se debatía entre la vida y la muerte al clarear el cielo. Sin embargo la cosa no fue, digámoslo así, homogénea. Las oleadas fueron creciendo cada noche en virulencia, llegando en la tercera a tener que «luchar» por primera vez, cuerpo a cuerpo, contra dos verdaderos monstruos dentro del mundo de las cucarachas, especie en la que también se dan notables casos de gigantismo.
Visto el panorama grotesco que nos recibía cada nuevo amanecer, decidimos acortar nuestra estancia y nos volvimos a la tranquilidad del hogar, donde hace mucho tiempo que no tenemos visitas no deseadas.
¿Resta esto puntos al complejo y modifica mi visión y mi opinión del mismo? ¿Cabe alguna duda de ello? Yo tengo mucha tolerancia a este tipo de fenómenos naturales. Para lo que no tengo ninguna tolerancia es para ver a mi mujer sufriendo por un espectáculo que no le apetece ver ni por una experiencia que no desea tener. A mí me aterran los tiburones y a ella le asquean profundamente las cucarachas. ¿Qué le vamos a hacer? Nadie es perfecto.
2 comentarios:
En Puerto Rico, Playa del Inglés, Maspalomas y demás zonas turísticas del sur de la isla, las cucarachas son parte del entorno. En un año y medio que vivimos en Puerto Rico creo que matamos más de mil cucarachas, a dos o tres por día. Todavía me preocupa las consecuencias para mis pulmones de la inhalación de Zoom regularmente.
Ciertamente la zona sur de la isla es famosa por contar con una población de cucarachas tanto o más grande que de guiris, pero cuando di mi primera opinión sobre el complejo de bungalows, tras haber pasado ya unos cuantos fines de semana visitándolo, lo hice teniendo en cuenta que los avistamientos hasta ese momento habían sido más bien pocos.
Una pena, porque es un sitio que me gustaba mucho.
Publicar un comentario