Verence frunció el ceño. Parecía que, para ser un fantasma, hacía falta un esfuerzo mental muy superior al requerido para estar vivo. Se las había apañado muy bien durante cuarenta años sin tener que pensar más de una o dos veces al día, y ahora se veía obligado a hacerlo constantemente.
En alguna ocasión -y sospecho que repetiré hasta la extenuación- he comentado que lo de Pratchett no es disfrutar de su prosa. Para leer a Pratchett hay que tener ganas de reír a costa de situaciones cotidianas exageradas de tal forma que resultan cómicas. El autor de la saga se inspira aquí y allí para escribir sus novelas. Siempre buscando la situación cómica, aunque, más dependiendo del tema y la novela, acompañada del regusto de alguna crítica inteligente y velada. Para 'Brujerías' se apoya en Shakespeare y ahí donde debería encontrarse un drama, un dramón de angustias vitales, corres el riesgo de proyectar migas de pan a la cara de tu pareja si cometes el error de leer el libro mientras desayunas y tienes el infortunio de entender el humor ácido de un párrafo particular. Al igual que los grimorios encadenados de la biblioteca de la Universidad Invisible, la mayoría de los libros de Pratchett deberían ser acompañados de instrucciones con redacción de precauciones y leídos en situaciones que conlleven un compromiso justo de la integridad de la persona. ¿A quién no le ha pasado empezar a toser, casi asfixiarse, con tal de no reírse a mandíbula batiente en el transporte público y parecer un demente o un ido de olla de cara al resto del pasaje? Hacer de uno aquello de mejor muerto que parecer idiota.
En fin, otro libro más, el sexto, de un universo que, por extraordinario, por extremo, acaba siendo mundano y común. Un espejo de circo en el que se reconoce, aun deforme, el espíritu y las personas de nuestro propio mundo. Para leer si te gusta el autor. Para leer si te gusta la fantasía traviesa y, en especial, para leer si te gusta el humor inteligible e inteligente.
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