Hace ya bastante tiempo hablaba sobre una serie de ocho discos recopilatorios de música que creé, 'Enjoy the Sound', buscando la forma de recuperar el interés de una chica con la que estuve saliendo y que me dio la patada. Aunque de forma figurada, el sentimiento fue parecido al sufrido si me la hubiese dado de forma literal en la entrepierna. Aunque mirado de forma retrospectiva el que me dejase es algo que le agradeceré eternamente. Sí, hablo de la chida de la prohibición.
Al principio lo importante era el disco en sí. La música que contenía. Pasaba horas buscando los temas y recortando el principio y el final para que encajasen y diesen sensación de continuidad. En la mayoría de las ocasiones conseguía que al terminar una encajase bien el comienzo de la siguiente. Sin saltos. Elegía los temas por lo que contaban las canciones o por sus títulos. El mensaje era lo esencial. Quería ablandar su duro corazón.
Pero el ímpetu inicial, el empuje causado por la patada, fue perdiendo fuerza y los discos eran cada vez más para mí que estar pensados para ella. Eso sucedió cuando montaba el cuarto, pero la inercia me hizo seguir por el mismo camino hasta el séptimo, el último que le hice llegar. Una vez pasado el empuje inicial, mientras montaba el noveno de los discos, que nunca llegué a terminar, comencé a preocuparme para que disfrutar del disco fuese una experiencia completa. Por aquella época a mí me encantaba sentarme a escuchar música los sábado o domingos por la mañana. Cogía un CD, lo ponía en el aparato de música y me sentaba a leer el libreto escuchando lo que hubiese elegido. Para mí eso significaba una experiencia completa con el disco: hojear el libreto del disco mientras lo escuchabas en el reproductor. Por supuesto eran los tiempos en que no usaba el ordenador para escuchar música ni tenía un iPod. De hecho tenía un discman con unos auriculares que parecían un casco espartano de lo grande que eran.
Tomando como referencia los discos de Pink Floyd, que cuidaban muchísimo el tema de los libretos que acompañaban los discos, principalmente por sus fotografías, me puse a buscar fotos con las que acompañar las letras. A mediados de los 90 no estaba Flickr y en Internet apenas se conseguían fotos interesantes. Salvo las relacionadas con la pornografía, claro. Así que aproveché que tenía una colección de libros de grandes fotógrafos en casa y escaneé unas cuantas. Luego cogí mi copia del Corel Draw y me puse a pegarlo todo, intentando prestar especial atención a los detalles.
No recuerdo el tiempo que me llevó hacer la mitad del primer libreto. Lo que sí sé es que acabé agotado. El ordenador personal que tenía por aquel entonces no daba para mucho, desde luego no estaba pensado para diseño gráfico, así que a medida que creía el documento Corel Draw con las imágenes, los textos y los diseños, aquello iba cada vez muchísimo más lento. Hacer cualquier modificación, cuando llevaba cuatro hojas, podía suponer tres o cuatro minutos mirando el reloj de arena en la pantalla hasta que se redibujaba todo. Agotador. En realidad tampoco sabía usar muy bien el Corel, lo que doy por hecho que era un agravante a mi sufrimiento.
Así que, cansado de darle al ratón y al cuadrante creativo de mi cerebro, bastante pequeño por cierto, apagué y me dije "ya seguiré mañana". Pero a "mañana" le siguió "pasado" y a "pasado" "el próximo fin de semana", y después de "fin de semana" vino "cuando termine el proyecto". Un gran ejemplo de procrastinación. El resumen último de mi vida.
Sé que nunca llegaré a ser un gran diseñador gráfico. Tampoco lo he pretendido. Pero de lo que hice en aquella ocasión, lo que se perfilaba y que se quedó en apenas un bosquejo presentado en las imágenes que acompañan la publicación de hoy, promesa de lo que no fue, llegué a estar ligeramente orgulloso. Gasté muchísima tinta para imprimir algunas pruebas y, sobre un papel de calidad, quedaba bastante bien. Y es que, aún mirándolo de forma retrospectiva, con la emoción del empuje totalmente disuelta en la marea del tiempo, me sigue pareciendo un diseño elegante.
martes, 30 de junio de 2009
viernes, 26 de junio de 2009
'Life', empezó bien pero acabó cansando
Reconozco que me atrajo el anuncio que ponían en telecinco sobre la serie 'Life'. Pero como hace mucho que me niego a ver series cuando las emiten en las cadenas, opté por dirigirme, una vez más y luchando contra mi conciencia, a las mafias de los P2P, plagadas de vagos y maleantes, y en general de gente inmoral y de mal vivir, para hacerme con las copias legales pero ilícitas de los capítulos de la serie. Algo que hago de forma habitual porque es de las series que llevo más o menos al día.
Al ver por primera vez la jeta del protagonista pensé en que habían elegido a alguien que tuviese un cierto parecido con el Dr. House para atraer al público. ¿Soy el único que piensa que se da un aire con el médico más famoso de la televisión? De hecho me esperaba a un tipo impertinente, soberbio, manipulador y respondón pero que en lugar de jugar a los médicos jugaba a los policías y los ladrones. Pero no. Resulta que el personaje tiene otro enfoque y, con el toque pirado que trae, que parece estar siempre bajo los efectos de alguna sustancia psicotrópica, resulta interesante y original a su propia manera. Consigue que te caiga bien, al fin y al cabo. Es distinto y juega en una liga diferente.
Soy aficionado a las películas y series policíacas en las que hay que descubrir al culpable de un crimen. En esta, con la venganza como hilo conductor y de unión de toda la serie, en cada capítulo los detectives protagonistas tendrán que resolver un nuevo caso. Mientras, el plan mayor de los guionistas, va tomando forma con la intervención y aparición de personajes recurrentes que van facilitando pistas, a veces falsas, al protagonista para que descubra quién se la jugó. Nada que no se haya visto a estas alturas, pero que en esta serie se lleva bastante bien.
Pero, porque siempre hay un pero, la serie empieza a resultarme demasiado larga. La trama central, la idea de la venganza, va perdiendo fuerza, alargada y estirada hasta la saciedad, y se va quedando en una serie de casos policiales, unas veces más grotescos que otras, a resolver por el dúo protagonista. Pese a que siempre es un placer ver a la teniente Dani Reese en la pantalla, lo cierto es que pasado el ecuador de la segunda temporada la cosa empieza a aburrir un poco. Espero que mejore o éste que escribe abandonará el barco de 'Life' en breve. Vamos a darle un par de capítulos de gracia.
Por suerte este fin de semana no necesitaré ninguna serie para excusarme de mis deberes domésticos, pero aquí lo dejo para que aquel que no la haya visto pueda aprovechar y disfrutar de un par de tardes de sofá con ella. En mi caso sigo aprovechando los fines de semana en el Dunas Maspalomas ya que los precios siguen siendo aceptables. Aún no ha empezado la temporada alta y por apenas poco más de lo que cuesta una cena fuera de casa pasamos la noche en un lugar tranquilo. Lejos de las obligaciones de la casa.
Al ver por primera vez la jeta del protagonista pensé en que habían elegido a alguien que tuviese un cierto parecido con el Dr. House para atraer al público. ¿Soy el único que piensa que se da un aire con el médico más famoso de la televisión? De hecho me esperaba a un tipo impertinente, soberbio, manipulador y respondón pero que en lugar de jugar a los médicos jugaba a los policías y los ladrones. Pero no. Resulta que el personaje tiene otro enfoque y, con el toque pirado que trae, que parece estar siempre bajo los efectos de alguna sustancia psicotrópica, resulta interesante y original a su propia manera. Consigue que te caiga bien, al fin y al cabo. Es distinto y juega en una liga diferente.
Soy aficionado a las películas y series policíacas en las que hay que descubrir al culpable de un crimen. En esta, con la venganza como hilo conductor y de unión de toda la serie, en cada capítulo los detectives protagonistas tendrán que resolver un nuevo caso. Mientras, el plan mayor de los guionistas, va tomando forma con la intervención y aparición de personajes recurrentes que van facilitando pistas, a veces falsas, al protagonista para que descubra quién se la jugó. Nada que no se haya visto a estas alturas, pero que en esta serie se lleva bastante bien.
Pero, porque siempre hay un pero, la serie empieza a resultarme demasiado larga. La trama central, la idea de la venganza, va perdiendo fuerza, alargada y estirada hasta la saciedad, y se va quedando en una serie de casos policiales, unas veces más grotescos que otras, a resolver por el dúo protagonista. Pese a que siempre es un placer ver a la teniente Dani Reese en la pantalla, lo cierto es que pasado el ecuador de la segunda temporada la cosa empieza a aburrir un poco. Espero que mejore o éste que escribe abandonará el barco de 'Life' en breve. Vamos a darle un par de capítulos de gracia.
Por suerte este fin de semana no necesitaré ninguna serie para excusarme de mis deberes domésticos, pero aquí lo dejo para que aquel que no la haya visto pueda aprovechar y disfrutar de un par de tardes de sofá con ella. En mi caso sigo aprovechando los fines de semana en el Dunas Maspalomas ya que los precios siguen siendo aceptables. Aún no ha empezado la temporada alta y por apenas poco más de lo que cuesta una cena fuera de casa pasamos la noche en un lugar tranquilo. Lejos de las obligaciones de la casa.
jueves, 25 de junio de 2009
'Las trampas del deseo'
Me hice con el libro 'Las trampas del deseo' a partir de la recomendación que dejó el amigo Esteban en un comentario -su único comentario en esta bitácora, por cierto- en la reseña que hice sobre el libro 'Freakonomics'. Lo que leí en su reseña, más bien lo que entendí, porque mi inglés deja mucho que desear, más lo que encontré en una rápida búsqueda por Internet, me atrajo. Así que me presenté en la librería y, tras unos veinte minutos esperando a que encontrasen el único ejemplar que tenían, me hice con mi copia. Antes de que sigas leyendo, te advierto que su reseña del libro está mejor.
Tradicionalmente el cine se ha llevado siempre la palma en cuanto a la incoherencia y estupidez de los nombres que les ponen a las películas cuando las doblan en España. Si no fuese por recomendación, en mi vida me hubiese acercado a un libro cuyo título es 'Las trampas del deseo' y que en su portada te regala el cerebro con la frase 'Cómo controlar los impulsos irracionales que nos llevan al error'. El primero parece sacado de una novela de tórridas pasiones de Corín Tellado, mientras que el segundo parece el mantra típico de libro de autoayuda. Reconozco que mi reacción a este tipo de títulos y frases es previsiblemente irracional, tal vez un paradigma equivocado. Y de eso va el libro, de lo previsiblemente irracionales que somos los humanos. Está claro que el título en inglés es más acertado y ahuyenta menos: 'Predictably Irrational'.
La economía tradicional postula que nuestras acciones están guiadas de forma racional para obtener siempre el máximo beneficio (maximizar la utilidad, que dicen en la Teoría de Juegos), pero Dan Ariely repasa, a lo largo de 13 capítulos, distintos aspectos del comportamiento humano y de cómo, la mayoría de las veces, hacemos las cosas influidos por aspectos a los que, de forma habitual, no damos la mayor relevancia y que nos hacen ser poco racionales, no obteniendo el máximo beneficio. Lo curioso del caso es que, una vez hacemos algo irracional en relación a algún aspecto, repetiremos la decisión irracionalidad una y otra vez. Irracionales pero predecibles. En todos los capítulos el autor relata los resultados de diferentes experimentos ideados para evaluar algún aspecto en concreto del comportamiento y demostrar lo irracionales que somos tomando decisiones. Llegando en algunos casos a resultados a la par reveladores y asombrosos. A toda esta forma de contemplar la reducida capacidad del ser humano para tomar las mejores decisiones racionales, se la ha venido a denominar economía conductual.
El libro está escrito con un lenguaje sencillo y resulta entretenido la mayor parte del tiempo. En algunos momentos, y para mi gusto, el autor se enrolla demasiado sobre las implicaciones sociales de tal o cual experimento. O de cómo debería enfrentarse, a la luz de la experiencia, mejorar la calidad moral de nuestra existencia. Peca de excesivamente moralista en -pocas, eso sí- ocasiones. En resumen, el libro se puede leer de principio a fin de forma relajada y amena. Un libro ilustrativamente entretenido.
Por cada capítulo podría comentar el fenómeno social o experiencia personal que me trajo a la cabeza su lectura. Sospecho que a todo el que lo lea le pasará algo parecido. Es inevitable. Ya sea una experiencia propia, por ser el quien la perpetra, o algo que haya vivido, pero aunque el argumento es demostrar la irracionalidad de las personas, y nos gustaría que otros fueran los irracionales, no podemos evitar vernos reflejados a nosotros mismos en los resultados de cada experimento. Podría comentar, como digo, cada capítulo con mis propias experiencias, o con lo que veo en el entorno socio político, pero creo que vamos a no estropear mucho más la reseña del libro y lo dejaremos aquí: Libro muy recomendado.
Tradicionalmente el cine se ha llevado siempre la palma en cuanto a la incoherencia y estupidez de los nombres que les ponen a las películas cuando las doblan en España. Si no fuese por recomendación, en mi vida me hubiese acercado a un libro cuyo título es 'Las trampas del deseo' y que en su portada te regala el cerebro con la frase 'Cómo controlar los impulsos irracionales que nos llevan al error'. El primero parece sacado de una novela de tórridas pasiones de Corín Tellado, mientras que el segundo parece el mantra típico de libro de autoayuda. Reconozco que mi reacción a este tipo de títulos y frases es previsiblemente irracional, tal vez un paradigma equivocado. Y de eso va el libro, de lo previsiblemente irracionales que somos los humanos. Está claro que el título en inglés es más acertado y ahuyenta menos: 'Predictably Irrational'.
La economía tradicional postula que nuestras acciones están guiadas de forma racional para obtener siempre el máximo beneficio (maximizar la utilidad, que dicen en la Teoría de Juegos), pero Dan Ariely repasa, a lo largo de 13 capítulos, distintos aspectos del comportamiento humano y de cómo, la mayoría de las veces, hacemos las cosas influidos por aspectos a los que, de forma habitual, no damos la mayor relevancia y que nos hacen ser poco racionales, no obteniendo el máximo beneficio. Lo curioso del caso es que, una vez hacemos algo irracional en relación a algún aspecto, repetiremos la decisión irracionalidad una y otra vez. Irracionales pero predecibles. En todos los capítulos el autor relata los resultados de diferentes experimentos ideados para evaluar algún aspecto en concreto del comportamiento y demostrar lo irracionales que somos tomando decisiones. Llegando en algunos casos a resultados a la par reveladores y asombrosos. A toda esta forma de contemplar la reducida capacidad del ser humano para tomar las mejores decisiones racionales, se la ha venido a denominar economía conductual.
El libro está escrito con un lenguaje sencillo y resulta entretenido la mayor parte del tiempo. En algunos momentos, y para mi gusto, el autor se enrolla demasiado sobre las implicaciones sociales de tal o cual experimento. O de cómo debería enfrentarse, a la luz de la experiencia, mejorar la calidad moral de nuestra existencia. Peca de excesivamente moralista en -pocas, eso sí- ocasiones. En resumen, el libro se puede leer de principio a fin de forma relajada y amena. Un libro ilustrativamente entretenido.
Por cada capítulo podría comentar el fenómeno social o experiencia personal que me trajo a la cabeza su lectura. Sospecho que a todo el que lo lea le pasará algo parecido. Es inevitable. Ya sea una experiencia propia, por ser el quien la perpetra, o algo que haya vivido, pero aunque el argumento es demostrar la irracionalidad de las personas, y nos gustaría que otros fueran los irracionales, no podemos evitar vernos reflejados a nosotros mismos en los resultados de cada experimento. Podría comentar, como digo, cada capítulo con mis propias experiencias, o con lo que veo en el entorno socio político, pero creo que vamos a no estropear mucho más la reseña del libro y lo dejaremos aquí: Libro muy recomendado.
miércoles, 24 de junio de 2009
Ulises Santos
Como nos sucede a todos con cada una de las diferentes actividades lúdicas que experimentamos y repetimos a lo largo de nuestra vida, la Noche de San Juan, en particular, acarrea un compendio de diferentes emociones y sensaciones que han ido sedimentando durante mi existencia. Para mí la Noche de San Juan, además de otras experiencias, está muy ligada a mi abuelo. Para él, ésta noche era especial. Una ocasión más para reunir a su familia alrededor del fuego y contar cuentos o adivinar el futuro a través de las formas del plomo derretido. Mi abuelo fue una persona muy importante en mi vida y su muerte tuvo un fuerte y marcado impacto en mí. Experimentar su muerte supuso un antes y un después en mi existencia. Un choque del que hablaré, tal vez, en otro momento.
Mi abuelo no es la única persona importante que ha desaparecido, de forma irreversible, de mi vida. Desconozco si a mi edad estaré dentro de la campana de Gauss y entro dentro del grupo normal de aquellos que les faltan dedos en las dos manos para contar las pérdidas, pero con 37 años ya he experimentado la pérdida de unos cuantos amigos y compañeros próximos a -o de- mi edad. El último en sumarse a esta -ya demasiado larga- lista ha sido Ulises Santos.
Conocí a Ulises en el Instituto Tomás Morales. Entonces ya era un personaje singular. Acabamos COU el mismo año. Recuerdo que ganó el premio del concurso de matemáticas del instituto porque yo le resolví el ejercicio de los tablones para cruzar un foso. A él y a diez más. Al final el premio se convirtió en una lotería y le tocó a él. Con el dinero que le dieron, si no recuerdo mal, cruzó a la acera de enfrente del instituto, que no un foso, y se pilló unas playeras nuevas en una pequeña tienda de calzado deportivo.
Al salir del instituto él se matriculó en la Escuela Universitaria de Informática mientras yo dedicaba dos años a negar con todas mis fuerzas la evidente evidencia de que mi vocación eran las ciencias de la información. Volvimos a vernos en el año 92, cuando inauguraron el edificio de Informática en Tafira y me uní, sin pensarlo demasiado, a él y a un grupo de alienados, sea dicho con todo mi cariño, que habían montado -y mantenían- el 'Aula de Kurtura' como base de operaciones desde la que eyectar el fanzine 'Eyaculación Digital'. Resultó toda una experiencia tratar con ellos. Como también lo fue compartir prácticas de ICT (Informática aplicada a la Ciencia y la Tecnología), donde flipaba con los nombres de variable que usaba Ulises en sus programas. Pocas veces habré visto código en el que la variable de iteración de un bucle se denomina 'pepe' y te encuentras un if con algo parecido a, "si pepe multiplicado por tres es distinto de luis, entonces paco es igual a paco más dos". Eso por no decir la cantidad de variables identificadas por secuencias de cás, cuando la inspiración para poner nombres se le acababa. Entonces empezabas a ver, desperdigadas por el código, variables con nombres como 'k', 'kk', 'kkk', 'kkkk'... Un tipo singular, este Ulises.
Poco más puedo decir sobre su vida, salvo los ecos que me llegaban de la misma por el ciberespacio. No viví de primera mano cómo disfrutó de su edad madura. Nuestros caminos se separaron en el 95 y, desde entonces, hemos coincidido en contadas ocasiones. En cada uno de estos encuentros, algunos un poco más largos que otros, podía constatar en cada ocasión que seguía estando como una cabra jarta cartones. Parecía decir con cada gesto que la vida hay que vivirla. Comportamiento que siempre resultaba refrescante.
El día que me enteré de su muerte apenas di pie con bola la mayor parte del resto de la jornada. Me sorprendió a mí mismo experimentar esa sensación de pérdida por alguien a quien apenas había visto en los últimos 15 años. Pero la mejor explicación es que Ulises era una de esas personas que, de forma imperceptible, pero con carácter duradero, dejan su pequeña marca en tu vida.
Si hay vida después de la vida, o si hay cielo, espero que estés montando tu pequeña 'Aula de Kurtura' y consigas editar el 'Eyaculación Celestial'. ¡Nos vemos!
Mi abuelo no es la única persona importante que ha desaparecido, de forma irreversible, de mi vida. Desconozco si a mi edad estaré dentro de la campana de Gauss y entro dentro del grupo normal de aquellos que les faltan dedos en las dos manos para contar las pérdidas, pero con 37 años ya he experimentado la pérdida de unos cuantos amigos y compañeros próximos a -o de- mi edad. El último en sumarse a esta -ya demasiado larga- lista ha sido Ulises Santos.
Conocí a Ulises en el Instituto Tomás Morales. Entonces ya era un personaje singular. Acabamos COU el mismo año. Recuerdo que ganó el premio del concurso de matemáticas del instituto porque yo le resolví el ejercicio de los tablones para cruzar un foso. A él y a diez más. Al final el premio se convirtió en una lotería y le tocó a él. Con el dinero que le dieron, si no recuerdo mal, cruzó a la acera de enfrente del instituto, que no un foso, y se pilló unas playeras nuevas en una pequeña tienda de calzado deportivo.
Al salir del instituto él se matriculó en la Escuela Universitaria de Informática mientras yo dedicaba dos años a negar con todas mis fuerzas la evidente evidencia de que mi vocación eran las ciencias de la información. Volvimos a vernos en el año 92, cuando inauguraron el edificio de Informática en Tafira y me uní, sin pensarlo demasiado, a él y a un grupo de alienados, sea dicho con todo mi cariño, que habían montado -y mantenían- el 'Aula de Kurtura' como base de operaciones desde la que eyectar el fanzine 'Eyaculación Digital'. Resultó toda una experiencia tratar con ellos. Como también lo fue compartir prácticas de ICT (Informática aplicada a la Ciencia y la Tecnología), donde flipaba con los nombres de variable que usaba Ulises en sus programas. Pocas veces habré visto código en el que la variable de iteración de un bucle se denomina 'pepe' y te encuentras un if con algo parecido a, "si pepe multiplicado por tres es distinto de luis, entonces paco es igual a paco más dos". Eso por no decir la cantidad de variables identificadas por secuencias de cás, cuando la inspiración para poner nombres se le acababa. Entonces empezabas a ver, desperdigadas por el código, variables con nombres como 'k', 'kk', 'kkk', 'kkkk'... Un tipo singular, este Ulises.
Poco más puedo decir sobre su vida, salvo los ecos que me llegaban de la misma por el ciberespacio. No viví de primera mano cómo disfrutó de su edad madura. Nuestros caminos se separaron en el 95 y, desde entonces, hemos coincidido en contadas ocasiones. En cada uno de estos encuentros, algunos un poco más largos que otros, podía constatar en cada ocasión que seguía estando como una cabra jarta cartones. Parecía decir con cada gesto que la vida hay que vivirla. Comportamiento que siempre resultaba refrescante.
El día que me enteré de su muerte apenas di pie con bola la mayor parte del resto de la jornada. Me sorprendió a mí mismo experimentar esa sensación de pérdida por alguien a quien apenas había visto en los últimos 15 años. Pero la mejor explicación es que Ulises era una de esas personas que, de forma imperceptible, pero con carácter duradero, dejan su pequeña marca en tu vida.
Si hay vida después de la vida, o si hay cielo, espero que estés montando tu pequeña 'Aula de Kurtura' y consigas editar el 'Eyaculación Celestial'. ¡Nos vemos!
martes, 23 de junio de 2009
Sevilla. Dormir y comer.
Hace unas pocas semanas comentaba que había pasado unos días por Sevilla. En ese mismo post comentaba que se me estaba pasando por la cabeza hacer algún resumen del viaje e iniciar con ello otro arco argumental de entradas cutres. En principio he elegido los martes para ello. De momento, y hasta que se me acaben, cosa que sucederá muy pronto, para los martes sólo tengo los 'tesoros perdidos'. Así que puedo ir complementando con datos y anécdotas de viajes hasta que encuentre algo con más sustancia. O no.
Está muy bien eso de viajar y ver cosas. Esto nos llena de satisfacción y autorrealización, lo que forma parte de los niveles altos de la jerarquía de necesidades en la pirámide de Maslow. Y eso está, como digo, muy bien. Pero si nos fijamos en esa misma pirámide, podremos ver que en la base tenemos la alimentación y el descanso como necesidades fisiológicas. Básicas y primarias, vamos. Así que, digan lo que digan, lo más importante en cualquier viaje es tener un sitio cómodo donde dormir y poder disfrutar de buena comida. Al menos sana.
En nuestro caso para descansar y ducharnos elegimos el hotel Puerta de Triana, de la cadena Confortel. El precio normal resulta excesivo, pero conseguimos una oferta para cinco noches, desayuno bufé incluido para los dos, por algo menos de 350 euros. Sin estar tirado de precio sí que ofrece, a ese precio, una gran relación calidad-precio. A cinco o diez minutos caminando de casi todo lo interesante, aire acondicionado, reposición gratis a diario de botellitas de agua en el frigorífico, conexión wifi gratuita, limpieza diaria y una atención personal magnífica bien merecen pagar un poco más. He leído por ahí que la gente se queja de un bufé algo escaso para el desayuno. También he podido percatarme que la gente, cuando se les ofrece la posibilidad de comer todo lo que les entre por el buche por una cantidad fija, se vuelven locos y se lanzan a comer como perros que no hubiesen probado comida durante un mes. Para una persona normal lo que hay para elegir es suficiente. Se trata de desayunar bien para las largas y duras horas de pateo que te esperan antes de almorzar. Y, para eso, sí que había variedad. ¿O quién tiene en su casa -y desayuna de forma habitual- tantos productos distintos como te sirven en los bufetes de los hoteles? Claro que quejarse también es gratis.
Si bien tuvimos mucha suerte con el hotel, no fue así con la comida. Los primeros días nos arriesgamos a comer por la zona turística, aprovechando que estábamos visitando la zona de Santa Cruz. Todo carísimo y con una calidad pésima. ¿A quién se le ocurre cobrar 8 euros por una taza de gazpacho Don Simón? Así que a partir del tercer día decidimos alejarnos un poco a la hora de comer y la cosa mejoró bastante. A destacar las tapas que tomamos en el bar Blanco Cerrillo, en la calle Jose de Velilla. Asimismo, y cerca del hotel, aunque en calles menos atractivas, turísticamente hablando, tropezamos con algunos sitios aptos para bolsillos menos solventes y con calidad suficiente para satisfacer paladares de exigencia media. Anecdóticamente tropezamos con un camarero, emigrante canarión -de Cruz de Piedra-, que llevaba nueve años en Sevilla y que nos reconoció como compatriotas porque pedimos agua con gas. Pero el sitio donde comimos el mejor pescaíto frito con un rebujito, servido en jarras de medio litro por persona, estaba fuera de la ciudad. Fue en Santiponce, frente justo de la entrada al complejo arqueológico de Itálica. Pese a su aspecto de bareto de pueblo, pusieron cantidades industriales, de gusto exquisito y a un precio baratísimo. La experiencia gastronómica bien mereció el paseo y los calores que sufrimos en la visita a las ruinas romanas.
La gran decepción nos la llevamos el último día. Ya que no habíamos parado un solo día y habíamos visto la mayoría de los sitios que teníamos ganas de visitar, además de ir muy bien de tiempo para coger el vuelo de vuelta, decidimos darnos un homenaje y comer en el Kiosko de las flores, lugar que nos comentaron que estaba muy bien. Recomendación de un recomendado que no había ido aún, debo aclarar. Situado en el barrio de Triana y con el atractivo de comer en una terraza con vistas al Guadalquivir, decían decir que el pescado frito era muy bueno; de lo mejor de esa orilla del río. Y allí nos presentamos. Sin embargo ya entramos algo mosqueados porque no veíamos los precios en la puerta. Mucho lujo al cruzar el umbral de entrada, pero nada más pasar a la terraza había un fulano que gritaba a todo el mundo instruyendo dónde colocarse. No fuese que las parejas, nuestro caso, ocupasen las mesas para más comensales y perdiesen clientela por ello. Nos tocó en una zona alejada, por lo que lo más que disfrutamos del Guadalquivir fue la vista de la orilla de enfrente. El río ya podía haberse secado o estar a punto de desbordarse que nosotros sólo alcanzábamos a ver los coches de la otra orilla. Cuando nos dieron la carta casi se nos revientan los ojos. Precios desorbitados. Una pareja, que había entrado al mismo tiempo que nosotros, tras un rápido repaso dijo que no querían comer, que solo querían tomarse algo de beber. En nuestro caso, como de lo que se trataba era de darnos un merecido homenaje, no nos amedrentamos y pedimos. Ensalada y, cómo no, un variado de pescaíto frito -el último- junto con una gran jarra de sangría fresquita. Nada mejor para combatir el calor y preparar la mente para el vuelo de regreso. La ensalada bastante mediocre, pero comparada con el pescado era una delicatessen. Fuerte basura de pescado nos pusieron. Del almuerzo lo único pasable fue la sangría. Y a todo esto el puñetero camarero pegando gritos y ofreciendo a los guiris paellas -"¡tuo fish, uan chiquen!, ye, ¿uan fish only?"- que venían con un aspecto lastimoso recién sacado de congelador. Si alguna vez vuelvo por Sevilla haré todo lo posible por contenerme y no quemarles el chiringuito.
¡Ah! ¡Casi me olvido! Si tienes ocasión de pasar por Sevilla, y acabas perdido en la calle Zaragoza, no pierdas la oportunidad de pedir un helado -de los sabores más peculiares y variados- que hay en la heladería artesana La Fiorentina. La teníamos justo al lado del hotel y vinimos a descubrirla el último día. Espectacular. Lástima no haberla descubierto el primer día.
Está muy bien eso de viajar y ver cosas. Esto nos llena de satisfacción y autorrealización, lo que forma parte de los niveles altos de la jerarquía de necesidades en la pirámide de Maslow. Y eso está, como digo, muy bien. Pero si nos fijamos en esa misma pirámide, podremos ver que en la base tenemos la alimentación y el descanso como necesidades fisiológicas. Básicas y primarias, vamos. Así que, digan lo que digan, lo más importante en cualquier viaje es tener un sitio cómodo donde dormir y poder disfrutar de buena comida. Al menos sana.
En nuestro caso para descansar y ducharnos elegimos el hotel Puerta de Triana, de la cadena Confortel. El precio normal resulta excesivo, pero conseguimos una oferta para cinco noches, desayuno bufé incluido para los dos, por algo menos de 350 euros. Sin estar tirado de precio sí que ofrece, a ese precio, una gran relación calidad-precio. A cinco o diez minutos caminando de casi todo lo interesante, aire acondicionado, reposición gratis a diario de botellitas de agua en el frigorífico, conexión wifi gratuita, limpieza diaria y una atención personal magnífica bien merecen pagar un poco más. He leído por ahí que la gente se queja de un bufé algo escaso para el desayuno. También he podido percatarme que la gente, cuando se les ofrece la posibilidad de comer todo lo que les entre por el buche por una cantidad fija, se vuelven locos y se lanzan a comer como perros que no hubiesen probado comida durante un mes. Para una persona normal lo que hay para elegir es suficiente. Se trata de desayunar bien para las largas y duras horas de pateo que te esperan antes de almorzar. Y, para eso, sí que había variedad. ¿O quién tiene en su casa -y desayuna de forma habitual- tantos productos distintos como te sirven en los bufetes de los hoteles? Claro que quejarse también es gratis.
Si bien tuvimos mucha suerte con el hotel, no fue así con la comida. Los primeros días nos arriesgamos a comer por la zona turística, aprovechando que estábamos visitando la zona de Santa Cruz. Todo carísimo y con una calidad pésima. ¿A quién se le ocurre cobrar 8 euros por una taza de gazpacho Don Simón? Así que a partir del tercer día decidimos alejarnos un poco a la hora de comer y la cosa mejoró bastante. A destacar las tapas que tomamos en el bar Blanco Cerrillo, en la calle Jose de Velilla. Asimismo, y cerca del hotel, aunque en calles menos atractivas, turísticamente hablando, tropezamos con algunos sitios aptos para bolsillos menos solventes y con calidad suficiente para satisfacer paladares de exigencia media. Anecdóticamente tropezamos con un camarero, emigrante canarión -de Cruz de Piedra-, que llevaba nueve años en Sevilla y que nos reconoció como compatriotas porque pedimos agua con gas. Pero el sitio donde comimos el mejor pescaíto frito con un rebujito, servido en jarras de medio litro por persona, estaba fuera de la ciudad. Fue en Santiponce, frente justo de la entrada al complejo arqueológico de Itálica. Pese a su aspecto de bareto de pueblo, pusieron cantidades industriales, de gusto exquisito y a un precio baratísimo. La experiencia gastronómica bien mereció el paseo y los calores que sufrimos en la visita a las ruinas romanas.
La gran decepción nos la llevamos el último día. Ya que no habíamos parado un solo día y habíamos visto la mayoría de los sitios que teníamos ganas de visitar, además de ir muy bien de tiempo para coger el vuelo de vuelta, decidimos darnos un homenaje y comer en el Kiosko de las flores, lugar que nos comentaron que estaba muy bien. Recomendación de un recomendado que no había ido aún, debo aclarar. Situado en el barrio de Triana y con el atractivo de comer en una terraza con vistas al Guadalquivir, decían decir que el pescado frito era muy bueno; de lo mejor de esa orilla del río. Y allí nos presentamos. Sin embargo ya entramos algo mosqueados porque no veíamos los precios en la puerta. Mucho lujo al cruzar el umbral de entrada, pero nada más pasar a la terraza había un fulano que gritaba a todo el mundo instruyendo dónde colocarse. No fuese que las parejas, nuestro caso, ocupasen las mesas para más comensales y perdiesen clientela por ello. Nos tocó en una zona alejada, por lo que lo más que disfrutamos del Guadalquivir fue la vista de la orilla de enfrente. El río ya podía haberse secado o estar a punto de desbordarse que nosotros sólo alcanzábamos a ver los coches de la otra orilla. Cuando nos dieron la carta casi se nos revientan los ojos. Precios desorbitados. Una pareja, que había entrado al mismo tiempo que nosotros, tras un rápido repaso dijo que no querían comer, que solo querían tomarse algo de beber. En nuestro caso, como de lo que se trataba era de darnos un merecido homenaje, no nos amedrentamos y pedimos. Ensalada y, cómo no, un variado de pescaíto frito -el último- junto con una gran jarra de sangría fresquita. Nada mejor para combatir el calor y preparar la mente para el vuelo de regreso. La ensalada bastante mediocre, pero comparada con el pescado era una delicatessen. Fuerte basura de pescado nos pusieron. Del almuerzo lo único pasable fue la sangría. Y a todo esto el puñetero camarero pegando gritos y ofreciendo a los guiris paellas -"¡tuo fish, uan chiquen!, ye, ¿uan fish only?"- que venían con un aspecto lastimoso recién sacado de congelador. Si alguna vez vuelvo por Sevilla haré todo lo posible por contenerme y no quemarles el chiringuito.
¡Ah! ¡Casi me olvido! Si tienes ocasión de pasar por Sevilla, y acabas perdido en la calle Zaragoza, no pierdas la oportunidad de pedir un helado -de los sabores más peculiares y variados- que hay en la heladería artesana La Fiorentina. La teníamos justo al lado del hotel y vinimos a descubrirla el último día. Espectacular. Lástima no haberla descubierto el primer día.
viernes, 19 de junio de 2009
'Mort', comienzo de las andaduras de La Muerte
Como hago cada cierto tiempo, en lugar de proponer alguna serie con la que excusarnos de las obligaciones domésticas y tener otro fin de semana de tardes de sofá, la oferta de hoy será literaria. Hace una eternidad que comentaba por aquí 'Ritos iguales', tercera novela de ese universo particular y desencajado que admite como absolutamente normal un mundo plano y circular, anclado sobre los lomos de cuatro elefantes que permanecen impasibles, a su vez, sobre el caparazón de una gran tortuga y al que el autor ha dado en llamar Mundodisco.
'Mort' es la cuarta entrega de la serie y la primera de las novelas que tienen a La Muerte como arco argumental, aunque no es la protagonista principal. En este caso las desgracias las ocasionará un desorientado aprendiz de La Muerte, que cansada de repetir su trabajo desde el origen de los tiempos desea tomarse unas vacaciones para filosofar sobre el sentido de la vida -je je- y decide dejar la empresa de recolección puntual de almas en manos de un joven inexperto, cuyo mayor talento es andar siempre metiendo la pata.
Tras esa falsa prosa infantiloide que presenta toda la serie, y como sucede con la gran mayoría de los libros de Terry Pratchet, se esconden multitud de guiños a los más estúpidos comportamientos y las más absurdas creencias humanas relacionadas con La Muerte y el más allá.
No voy a decir que sea el mejor libro de la serie, que no lo es. Tampoco es un libro del que se diga que ha de formar parte de los imprescindibles que hay que leer antes de morir (y nunca mejor dicho dado el personaje que da pie y luego arregla el entuerto de su aprendiz). Sin embargo sí tiene ese toque justito para hacerla lo suficientemente entretenida como para leer la novela de un tirón, con momentos que provocan algo más que una sonrisa y personajes de conductas exageradas, pero con su toque entrañable. Si se es aficionado a la serie, éste no defraudará. La Muerte genial, como siempre.
En mi caso no puedo aprovecharlo para repatingarme a gusto en el sofá, pues ya lo he leído. En caso contrario no lo estaría comentando. O tal vez sí. En cualquier caso puede que a otro le sirva como excusa para exigir no ser perturbado durante esas exquisitas tardes de sofá que todos nos merecemos más de lo que creemos.
'Mort' es la cuarta entrega de la serie y la primera de las novelas que tienen a La Muerte como arco argumental, aunque no es la protagonista principal. En este caso las desgracias las ocasionará un desorientado aprendiz de La Muerte, que cansada de repetir su trabajo desde el origen de los tiempos desea tomarse unas vacaciones para filosofar sobre el sentido de la vida -je je- y decide dejar la empresa de recolección puntual de almas en manos de un joven inexperto, cuyo mayor talento es andar siempre metiendo la pata.
Tras esa falsa prosa infantiloide que presenta toda la serie, y como sucede con la gran mayoría de los libros de Terry Pratchet, se esconden multitud de guiños a los más estúpidos comportamientos y las más absurdas creencias humanas relacionadas con La Muerte y el más allá.
No voy a decir que sea el mejor libro de la serie, que no lo es. Tampoco es un libro del que se diga que ha de formar parte de los imprescindibles que hay que leer antes de morir (y nunca mejor dicho dado el personaje que da pie y luego arregla el entuerto de su aprendiz). Sin embargo sí tiene ese toque justito para hacerla lo suficientemente entretenida como para leer la novela de un tirón, con momentos que provocan algo más que una sonrisa y personajes de conductas exageradas, pero con su toque entrañable. Si se es aficionado a la serie, éste no defraudará. La Muerte genial, como siempre.
En mi caso no puedo aprovecharlo para repatingarme a gusto en el sofá, pues ya lo he leído. En caso contrario no lo estaría comentando. O tal vez sí. En cualquier caso puede que a otro le sirva como excusa para exigir no ser perturbado durante esas exquisitas tardes de sofá que todos nos merecemos más de lo que creemos.
jueves, 18 de junio de 2009
'La meta'
Llegué al libro de Eliyahu M. Goldratt en uno de esos días en los que me dedico a recorrer enlaces de un lado para otro a partir de una búsqueda inicial y que, en muchos casos, me lleva a destinos que no tienen nada que ver con lo que originalmente estaba buscando. Pero lo cierto es que al leer sobre la Teoría de las limitaciones o de las restricciones (TOC, del inglés) me sentí atraído por el concepto o la idea que había tras ella. Y así fue como me decidí -más bien me lancé- a comprar un libro que ya tiene algo más de dos décadas (aunque su tercera edición en español es de 2005).
El libro, escrito a modo de novela de espíritu socrático, engancha a las pocas páginas y resulta muy ameno de principio a fin. Decae un poco en los últimos capítulos, como novela digo, pero en general mantiene un ritmo adecuado en el que se va adentrando en los problemas de una fábrica que tiene los días contados por su pésima gestión, basada en principios erróneos, mantenidos por la inercia intelectual. Al responder a un pregunta (resolver un problema) aparecen otras preguntas que deben ser respondidas. Una visión del sistema como algo más que la suma de sus partes. Holístico en su pretensión, se podría decir.
Es de suponer que en el momento en que se escribió tuvo que ser rompedor con el pensamiento reinante, aunque supongo que los principios y motivos del libro ya están superados por el sentido común, el menos común de los sentidos, en los días que nos toca vivir.
Aunque el método nace pensando en la industria y, especialmente en la producción de bienes tangibles, lo cierto es que hay momentos en que no puedo evitar encontrar paralelismos con lo que ocurre en algunas empresas de software. Al menos en algunas de las que he trabajado, donde los pedidos -proyectos-, todos con retrasos importantes, son atendidos según los gritos del cliente y las imposiciones del mandamás. Y es que, como bien se señala al final del libro, TOC ha sido habilmente adaptado a diferentes sectores de bienes intangibles y servicios.
El libro concluye con una entrevista al autor y creador de la teoría, intercalando entrevistas a otras personas y la forma en que vivieron, proyectaron y concluyeron la incorporación del paradigma la mejora contínua y sus herramientas. Sin embargo el libro no detalla ni da pistas de ninguna de estas herramientas auxiliares, dando por sentado que la herramienta más importante es la propia capacidad deductiva, de lo que sí que parece andar resuelto el protagonista. Hubiese deseado un poco más información sobre la forma en que se analizan y representan los problemas (arboles de realidad actual y futura, evaporación de nubes, etc., etc.)
En Internet hay bastante información sobre TOC, pero creo que voy a tentar a la suerte y esperaré a ver si aún es posible conseguir la continuación, en la que el protagonista, Alex Rogo, se las sigue viendo con el método socrático para elaborar una serie de herramientas y mecanismos que le permitan gestionar la división. Digo lo de tentar a la suerte porque llevo varias semanas esperando respuesta. ¿Quedará aún algún ejemplar disponible en el distribuidor? Espero que sí.
En definitiva, un libro recomendable, que no hace ningún mal leer. Sobretodo si se siente cierta inquietud sobre cómo se pueden mejorar las cosas y qué límites puede haber en un sistema, aunque sea únicamente por cambiar el chip durante un rato. O, simplemente, para aquel que quiera leer una novela de ficción industrial.
El libro, escrito a modo de novela de espíritu socrático, engancha a las pocas páginas y resulta muy ameno de principio a fin. Decae un poco en los últimos capítulos, como novela digo, pero en general mantiene un ritmo adecuado en el que se va adentrando en los problemas de una fábrica que tiene los días contados por su pésima gestión, basada en principios erróneos, mantenidos por la inercia intelectual. Al responder a un pregunta (resolver un problema) aparecen otras preguntas que deben ser respondidas. Una visión del sistema como algo más que la suma de sus partes. Holístico en su pretensión, se podría decir.
Es de suponer que en el momento en que se escribió tuvo que ser rompedor con el pensamiento reinante, aunque supongo que los principios y motivos del libro ya están superados por el sentido común, el menos común de los sentidos, en los días que nos toca vivir.
Aunque el método nace pensando en la industria y, especialmente en la producción de bienes tangibles, lo cierto es que hay momentos en que no puedo evitar encontrar paralelismos con lo que ocurre en algunas empresas de software. Al menos en algunas de las que he trabajado, donde los pedidos -proyectos-, todos con retrasos importantes, son atendidos según los gritos del cliente y las imposiciones del mandamás. Y es que, como bien se señala al final del libro, TOC ha sido habilmente adaptado a diferentes sectores de bienes intangibles y servicios.
El libro concluye con una entrevista al autor y creador de la teoría, intercalando entrevistas a otras personas y la forma en que vivieron, proyectaron y concluyeron la incorporación del paradigma la mejora contínua y sus herramientas. Sin embargo el libro no detalla ni da pistas de ninguna de estas herramientas auxiliares, dando por sentado que la herramienta más importante es la propia capacidad deductiva, de lo que sí que parece andar resuelto el protagonista. Hubiese deseado un poco más información sobre la forma en que se analizan y representan los problemas (arboles de realidad actual y futura, evaporación de nubes, etc., etc.)
En Internet hay bastante información sobre TOC, pero creo que voy a tentar a la suerte y esperaré a ver si aún es posible conseguir la continuación, en la que el protagonista, Alex Rogo, se las sigue viendo con el método socrático para elaborar una serie de herramientas y mecanismos que le permitan gestionar la división. Digo lo de tentar a la suerte porque llevo varias semanas esperando respuesta. ¿Quedará aún algún ejemplar disponible en el distribuidor? Espero que sí.
En definitiva, un libro recomendable, que no hace ningún mal leer. Sobretodo si se siente cierta inquietud sobre cómo se pueden mejorar las cosas y qué límites puede haber en un sistema, aunque sea únicamente por cambiar el chip durante un rato. O, simplemente, para aquel que quiera leer una novela de ficción industrial.
miércoles, 17 de junio de 2009
Fines de semana en Dunas Maspalomas
El año pasado, más o menos por estas fechas, un matrimonio amigo y su tropa de enanos incordio, vinieron a pasar una semana de vacaciones a la isla. Organizándolo todo ellos mismos desde Madrid, dieron con un complejo de bungalows del grupo Dunas, Dunas Maspalomas, que les ofrecía el espacio suficiente para recoger, bajo un mismo techo y a precio razonable, a la familia numerosa. Como no tenemos muchas oportunidades de pasar tiempo con ellos durante el año, mi mujer y yo decidimos coger otro de los bungalows. En nuestro caso con menos habitaciones, por aquello de no tener aún descendencia y evitar que se llenase con familiares.
Mi mujer y yo nos consideramos personas de gustos sencillos, que aprecian las cosas simples. El complejo Dunas Maspalomas no es, desde luego, un lugar para personas especialmente exigentes. Se aprecia a simple vista que en algunos bungalows haría falta un mantenimiento más exhaustivo o, simplemente, que lo tirasen abajo y lo reconstruyesen. Pero en general, el estado de conservación es más que aceptable y rara vez tienes que preocuparte porque algo no funcione adecuadamente. Y por aquello de que una cosa quita la otra, se agradece tener cafetera, microondas y tostadora. Así que, desde aquella primera vez, y aunque como hábito más o menos reciente, todos los meses intentamos darnos una escapada de fin de semana para pasarlo tranquilos. Tranquilos siempre y cuando la familia nos lo permita.
Siempre intentamos que nos asignen un bungalow alejado de alguna de las muchas piscinas que hay en el complejo. Es un placer difícilmente descriptible el sentarse en la pequeña terraza a leer mientras te calienta el sol de primera hora de la mañana, con una taza de café o un vaso de refresco, ajeno al griterío que se produce en las piscinas y que rara vez te llega como un lejano eco, inmerso en libro mientras una suave brisa agita las hojas de las plantas que hay por todas partes y levantas la vista un momento para ver a un gato joven juguetear en el césped del vecino. Rara vez encuentro una experiencia al mismo tiempo tan gratificante, tan relajante y tan intensa como el leer en ese sitio alejado de las hordas de homínidos que se tiran en bomba en la piscina.
Sin embargo, nuestra breve escapada se está convirtiendo en toda una huida. Nunca ha sido más cierto aquello de que los familiares son una lacra. Haciendo gala del más vulgar de los comportamientos que tan mala fama nos ha ganado a los lugareños de cara a los complejos turísticos de la zona, los rusos nos denominan, hay que hacer verdaderas y agotadoras filigranas para que no se nos cuelen ni cuelguen los familiares gorrones. Antes de sufrir esta forma de hemorroides consanguínea, les decía de forma cariñosa que eran una panda de gitanos. Pero como no hay Hemoal que alivie esta sintomática persecución, y la cirugía en este caso estaría penada con la cárcel, ha pasado a convertirse en una expresión harto despectiva cuando sale de mis labios. Más aún en presencia de los referidos. Me tienen tan hinchados los bajos que he pasado a ser un verdadero cafre por decirles abiertamente que no los quiero ver ni en pintura. Cada vez que pienso en los familiares resuenan en mi memoria aquellas célebres advertencias de la película Gremlins: no les des de comer y no los mojes. ¡Los cabrones -la familia- parece que se multiplican en presencia de una piscina! Y si bien en la película era no darles de comer después de media noche, a estos hay que evitar darles de comer a cualquier hora.
Pero más allá de tener que soportar odios y rabias por la frustración que les provoca mi talante intransigente con su presencia, lo cierto es que mi mujer y yo hemos encontrado nuestro pequeño rincón donde eliminar de nuestras dermis el estrés de una semana de trabajo y frustraciones laborales. El sitio perfecto para recargar pilas. Así que, hasta que descubramos otro lugar de características mejores, con un precio similar, mantendremos nuestras escapadas a este sitio que se nos antoja como un pequeño edén. Pese a que no estaría de más un mejor mantenimiento de los bungalows y una alambrada de espinos, con torres de vigilancia provistas de ametralladoras, para mantener alejados a los familiares.
Mi mujer y yo nos consideramos personas de gustos sencillos, que aprecian las cosas simples. El complejo Dunas Maspalomas no es, desde luego, un lugar para personas especialmente exigentes. Se aprecia a simple vista que en algunos bungalows haría falta un mantenimiento más exhaustivo o, simplemente, que lo tirasen abajo y lo reconstruyesen. Pero en general, el estado de conservación es más que aceptable y rara vez tienes que preocuparte porque algo no funcione adecuadamente. Y por aquello de que una cosa quita la otra, se agradece tener cafetera, microondas y tostadora. Así que, desde aquella primera vez, y aunque como hábito más o menos reciente, todos los meses intentamos darnos una escapada de fin de semana para pasarlo tranquilos. Tranquilos siempre y cuando la familia nos lo permita.
Siempre intentamos que nos asignen un bungalow alejado de alguna de las muchas piscinas que hay en el complejo. Es un placer difícilmente descriptible el sentarse en la pequeña terraza a leer mientras te calienta el sol de primera hora de la mañana, con una taza de café o un vaso de refresco, ajeno al griterío que se produce en las piscinas y que rara vez te llega como un lejano eco, inmerso en libro mientras una suave brisa agita las hojas de las plantas que hay por todas partes y levantas la vista un momento para ver a un gato joven juguetear en el césped del vecino. Rara vez encuentro una experiencia al mismo tiempo tan gratificante, tan relajante y tan intensa como el leer en ese sitio alejado de las hordas de homínidos que se tiran en bomba en la piscina.
Sin embargo, nuestra breve escapada se está convirtiendo en toda una huida. Nunca ha sido más cierto aquello de que los familiares son una lacra. Haciendo gala del más vulgar de los comportamientos que tan mala fama nos ha ganado a los lugareños de cara a los complejos turísticos de la zona, los rusos nos denominan, hay que hacer verdaderas y agotadoras filigranas para que no se nos cuelen ni cuelguen los familiares gorrones. Antes de sufrir esta forma de hemorroides consanguínea, les decía de forma cariñosa que eran una panda de gitanos. Pero como no hay Hemoal que alivie esta sintomática persecución, y la cirugía en este caso estaría penada con la cárcel, ha pasado a convertirse en una expresión harto despectiva cuando sale de mis labios. Más aún en presencia de los referidos. Me tienen tan hinchados los bajos que he pasado a ser un verdadero cafre por decirles abiertamente que no los quiero ver ni en pintura. Cada vez que pienso en los familiares resuenan en mi memoria aquellas célebres advertencias de la película Gremlins: no les des de comer y no los mojes. ¡Los cabrones -la familia- parece que se multiplican en presencia de una piscina! Y si bien en la película era no darles de comer después de media noche, a estos hay que evitar darles de comer a cualquier hora.
Pero más allá de tener que soportar odios y rabias por la frustración que les provoca mi talante intransigente con su presencia, lo cierto es que mi mujer y yo hemos encontrado nuestro pequeño rincón donde eliminar de nuestras dermis el estrés de una semana de trabajo y frustraciones laborales. El sitio perfecto para recargar pilas. Así que, hasta que descubramos otro lugar de características mejores, con un precio similar, mantendremos nuestras escapadas a este sitio que se nos antoja como un pequeño edén. Pese a que no estaría de más un mejor mantenimiento de los bungalows y una alambrada de espinos, con torres de vigilancia provistas de ametralladoras, para mantener alejados a los familiares.
viernes, 12 de junio de 2009
Se me fastidió la excusa con 'Journeyman'
Las películas y series de ciencia ficción me atraen como la luz incandescente a una polilla. Prefiero este símil al de la mosca y la mierda, aunque dada la calidad de la serie que toca hoy bien podría haberlo empleado. Así que no es raro que, cuando leí la sinopsis de 'Journeyman' dentro del catálogo ofertado por mi camello, no lo dudé dos veces. Sé que siempre digo que aquellos que se acercan a las mafias del P2P son lo peor, más bajo y rastrero que ha dado nuestra sociedad, pero en mis trabajos de investigación he desarrollado adicción y ahora debo vivir como otro marginado social. Me siento sucio por ello.
Tenía planeado usar esta serie de televisión para escaquearme otro fin de semana de mis deberes domésticos. Pero tras tragarme los dos primeros episodios, y abandonar hastiado a la mitad el tercero, me parece que la cosa no pinta nada bien. Y no soy tan masoquista como para comer cualquier cosa por el simple hecho de comer. Tampoco tengo la excusa de las elecciones europeas del fin de semana pasado, y su jornada de reflexión (o su jornada posterior para comentar los resultados), ni un maratón fotográfico al que desee acudir, por lo que lamentablemente tocará armarme con la aspiradora y limpiar en rincones de mi piso donde hace mucho tiempo que no pongo la vista. Hace tiempo que de esos rincones salen sonidos extraños y aventurarse a limpiar en ellos puede acabar muy mal. Al menos para mí. La limpieza en mi casa es un deporte de riesgo.
Que la calidad de una serie (o de una película) no la garantiza el reparto, es algo que sabemos todos, pero tras disfrutar con la actuación que hizo en 'Roma', creí que sería un aliciente para tragarme el segundo capítulo, e intentarlo nuevamente con el tercero, tras un soporífero episodio piloto. Pero se hace extraño ver a un desorientado Lucio Voreno saltando constantemente en el tiempo. Es lo que tiene asociar una cara con un personaje. Esperaba que de un momento a otro se encasquetase el casco de centurión, se armase de una espada y gritase un "¡Por Romaaaaaa!" en mitad de uno de los saltos temporales.
En fin. Aunque la intención era buena, y la historia podía haber dado para más, lo cierto es que, sin ser una basura, es aburrida y eso, a la larga, es casi peor. Al menos, si hubiese sido rematadamente mala te hubieses dicho, bueno, no da para más. Pero con 'Journeyman' te queda el sabor amargo de saber que se podría haber hecho un poquito más para aprobar. Como el suspender con un 4,9. Por una décima te quedas en la calle. Y siempre está ahí la duda de que tal vez el próximo capítulo hubise sido mejor, si le hubieses dado una oportunidad. Pero lo peor es que a mí me ha fastidiado el fin de semana. No podré disfrutar de mis (in)merecidas tardes de sofá.
Tenía planeado usar esta serie de televisión para escaquearme otro fin de semana de mis deberes domésticos. Pero tras tragarme los dos primeros episodios, y abandonar hastiado a la mitad el tercero, me parece que la cosa no pinta nada bien. Y no soy tan masoquista como para comer cualquier cosa por el simple hecho de comer. Tampoco tengo la excusa de las elecciones europeas del fin de semana pasado, y su jornada de reflexión (o su jornada posterior para comentar los resultados), ni un maratón fotográfico al que desee acudir, por lo que lamentablemente tocará armarme con la aspiradora y limpiar en rincones de mi piso donde hace mucho tiempo que no pongo la vista. Hace tiempo que de esos rincones salen sonidos extraños y aventurarse a limpiar en ellos puede acabar muy mal. Al menos para mí. La limpieza en mi casa es un deporte de riesgo.
Que la calidad de una serie (o de una película) no la garantiza el reparto, es algo que sabemos todos, pero tras disfrutar con la actuación que hizo en 'Roma', creí que sería un aliciente para tragarme el segundo capítulo, e intentarlo nuevamente con el tercero, tras un soporífero episodio piloto. Pero se hace extraño ver a un desorientado Lucio Voreno saltando constantemente en el tiempo. Es lo que tiene asociar una cara con un personaje. Esperaba que de un momento a otro se encasquetase el casco de centurión, se armase de una espada y gritase un "¡Por Romaaaaaa!" en mitad de uno de los saltos temporales.
En fin. Aunque la intención era buena, y la historia podía haber dado para más, lo cierto es que, sin ser una basura, es aburrida y eso, a la larga, es casi peor. Al menos, si hubiese sido rematadamente mala te hubieses dicho, bueno, no da para más. Pero con 'Journeyman' te queda el sabor amargo de saber que se podría haber hecho un poquito más para aprobar. Como el suspender con un 4,9. Por una décima te quedas en la calle. Y siempre está ahí la duda de que tal vez el próximo capítulo hubise sido mejor, si le hubieses dado una oportunidad. Pero lo peor es que a mí me ha fastidiado el fin de semana. No podré disfrutar de mis (in)merecidas tardes de sofá.
jueves, 11 de junio de 2009
¿Te imaginas poder disfrutar de 'La semana laboral de 4 horas'?
Compré 'La semana laboral de 4 horas' el mismo día en que compré 'Freakonomics'. Principalmente porque estaba puesto justo al lado en la estantería, en la sección de Economía de la librería. En segundo lugar porque leí la contraportada y me resultó un planteamiento curioso: ¿Quién no desearía toquetearse el ombligo todo el santo día y vivir como un jeque trabajando lo mínimo? Por lo que, sin otras opiniones sobre él, pasé por caja.
Tras leer un par de capítulos lo primero que me vino a la cabeza fue la pertinente y conocida frase "del dicho al hecho hay un gran trecho". Lo que se propone en el libro está muy bien, pero da la sensación de ser muy ajeno a la cultura española. Desde el comienzo da la sensación de que los nuevos ricos (NR) sólo pueden gestarse en EEUU, donde todo se hace de forma diferente. De hecho la mayor parte de las referencias a empresas de logística y otros servicios de valor son de compañías norteamericanas. Tal vez los NR se pueda dar en otros países, pero visión al respecto viene coartada por un modelo cultural en el que la panacea laboral es conseguir alcanzar el estatus de funcionario (y tocarse el ombligo todo el santo día). Lo que no deja de ser una forma de prejuicio. Es posible que ajustando adecuadamente lo que propone el autor, parte de lo referido se podría aplicar a cualquier país del mundo. Bueno, a casi cualquiera. Cierto que en un país, donde el ideal alternativo a ser funcionario es ser tu propio jefe -gran error ese, por cierto-, hay que hacer un esfuerzo de titán para cambiar el chip. ¿Quién se pone a ello? ¡No pain, no gain!
Pero más allá de las limitaciones y diferencias culturales, y por encima de la cantidad de referencias -muy útiles- a cantidad de empresas y fuentes varias que ofrece, y además de proponerte unos hábitos muy concretos para organizarte y atender tus deberes laborales, el libro es -y no deja de ser- un libro de autoayuda en el que la pregunta que siempre está presente, como una nube perenne sobre la ciudad, es "¿Qué quieres hacer con tu vida?". Lo que no es moco de pavo, ya que solo tienes una vida. O su variante más popular: "¿Si hoy te dijesen que estirarás la pata en equis tiempo, qué es lo que harías? Siendo equis un tiempo lastimosamente corto." Reconozco que, de haber estado puesto en la sección de autoayuda no lo hubiese ni mirado, pero al estar en la de economía lo acabé comprando. Para que veas lo que son los prejuicios.
Para la redacción del libro el autor, Tim Ferris, emplea un lenguaje coloquial, lo que lo acerca a la forma de pensar y sentir de muchos quemaos del mundo laboral, y hace que su lectura sea amena la mayor parte del tiempo. Huye de tecnicismos y complejas explicaciones, e intenta aproximar las ideas, o la idea principal, que en esencia es la de trabajar para vivir y no a la inversa, de forma llana y clara. Que, por otra parte, lo hace de forma bastante lineal y simple. Pero no me atrevería a decir que un tipo que ha conseguido la panacea laboral llegue a decir cosas simplonas. Enfrentarte al miedo al cambio y tener valor para tomar las riendas de tu vida, empujado por responder a la pregunta de qué sentido tiene tu existencia, es el otro pilar argumental de esta obra. Autoayuda, ya lo había dicho.
Sin embargo, no es (solo) un libro de autoayuda. Es mucho más. Es un libro que te detalla, paso por paso, cómo debes proceder para convertirte en un nuevo rico, con una empresa que te financie el estilo de vida que elijas. El libro contiene, tal indicaba antes, muchos enlaces a empresas que pueden formar parte del workflow para que se autogestione adecuadamente. Lo genial del planteamiento es que el objetivo es eliminarte de la ecuación. Todo el circuito ha de trabajar para ti, no tú par él.
En el libro se menciona en repetidas ocasiones la Web asociada al mismo, www.fourhourworkweek.com, donde se podrá encontrar contenidos adicionales que te ayudarán a convertirte en ese nuevo rico que todos quisiéramos ser. Aquí puedes encontrar traducidos los 'capítulos de regalo', por si tu fuerte no es el inglés (uno de los contenidos adicionales te debería permitir aprender cualquier idioma en 3 meses).
Pese a que tengo mis dudas sobre la aplicabilidad práctica del texto o su sostenibilidad (¿qué pasaría si mañana todo el mundo decidiese hacerse un nuevo rico? ¿quién produciría o trabajaría para soportar este modelo existencial?), al menos en mi caso y para el de mucha gente que conozco, sí que hay muchos párrafos inspiradores, de esos que te paralizan de golpe con una sensación de brutal clarividencia y te obligan a pensar seriamente si lo que vivo a día de hoy se corresponde con mi ideal, o si no estoy haciendo otra cosa que autoengañarme.
No soy bueno haciendo críticas ni escribiendo reseñas de libros -esta, de hecho, es una caca-, así que te paso dos enlaces que hablan del libro y que considero que son buenas reseñas: la de Hábitos vitales y la de Papel en blanco. Estoy completamente de acuerdo con lo que dice al final la reseña de Papel en blanco:
Tras leer un par de capítulos lo primero que me vino a la cabeza fue la pertinente y conocida frase "del dicho al hecho hay un gran trecho". Lo que se propone en el libro está muy bien, pero da la sensación de ser muy ajeno a la cultura española. Desde el comienzo da la sensación de que los nuevos ricos (NR) sólo pueden gestarse en EEUU, donde todo se hace de forma diferente. De hecho la mayor parte de las referencias a empresas de logística y otros servicios de valor son de compañías norteamericanas. Tal vez los NR se pueda dar en otros países, pero visión al respecto viene coartada por un modelo cultural en el que la panacea laboral es conseguir alcanzar el estatus de funcionario (y tocarse el ombligo todo el santo día). Lo que no deja de ser una forma de prejuicio. Es posible que ajustando adecuadamente lo que propone el autor, parte de lo referido se podría aplicar a cualquier país del mundo. Bueno, a casi cualquiera. Cierto que en un país, donde el ideal alternativo a ser funcionario es ser tu propio jefe -gran error ese, por cierto-, hay que hacer un esfuerzo de titán para cambiar el chip. ¿Quién se pone a ello? ¡No pain, no gain!
Pero más allá de las limitaciones y diferencias culturales, y por encima de la cantidad de referencias -muy útiles- a cantidad de empresas y fuentes varias que ofrece, y además de proponerte unos hábitos muy concretos para organizarte y atender tus deberes laborales, el libro es -y no deja de ser- un libro de autoayuda en el que la pregunta que siempre está presente, como una nube perenne sobre la ciudad, es "¿Qué quieres hacer con tu vida?". Lo que no es moco de pavo, ya que solo tienes una vida. O su variante más popular: "¿Si hoy te dijesen que estirarás la pata en equis tiempo, qué es lo que harías? Siendo equis un tiempo lastimosamente corto." Reconozco que, de haber estado puesto en la sección de autoayuda no lo hubiese ni mirado, pero al estar en la de economía lo acabé comprando. Para que veas lo que son los prejuicios.
Para la redacción del libro el autor, Tim Ferris, emplea un lenguaje coloquial, lo que lo acerca a la forma de pensar y sentir de muchos quemaos del mundo laboral, y hace que su lectura sea amena la mayor parte del tiempo. Huye de tecnicismos y complejas explicaciones, e intenta aproximar las ideas, o la idea principal, que en esencia es la de trabajar para vivir y no a la inversa, de forma llana y clara. Que, por otra parte, lo hace de forma bastante lineal y simple. Pero no me atrevería a decir que un tipo que ha conseguido la panacea laboral llegue a decir cosas simplonas. Enfrentarte al miedo al cambio y tener valor para tomar las riendas de tu vida, empujado por responder a la pregunta de qué sentido tiene tu existencia, es el otro pilar argumental de esta obra. Autoayuda, ya lo había dicho.
Sin embargo, no es (solo) un libro de autoayuda. Es mucho más. Es un libro que te detalla, paso por paso, cómo debes proceder para convertirte en un nuevo rico, con una empresa que te financie el estilo de vida que elijas. El libro contiene, tal indicaba antes, muchos enlaces a empresas que pueden formar parte del workflow para que se autogestione adecuadamente. Lo genial del planteamiento es que el objetivo es eliminarte de la ecuación. Todo el circuito ha de trabajar para ti, no tú par él.
En el libro se menciona en repetidas ocasiones la Web asociada al mismo, www.fourhourworkweek.com, donde se podrá encontrar contenidos adicionales que te ayudarán a convertirte en ese nuevo rico que todos quisiéramos ser. Aquí puedes encontrar traducidos los 'capítulos de regalo', por si tu fuerte no es el inglés (uno de los contenidos adicionales te debería permitir aprender cualquier idioma en 3 meses).
Pese a que tengo mis dudas sobre la aplicabilidad práctica del texto o su sostenibilidad (¿qué pasaría si mañana todo el mundo decidiese hacerse un nuevo rico? ¿quién produciría o trabajaría para soportar este modelo existencial?), al menos en mi caso y para el de mucha gente que conozco, sí que hay muchos párrafos inspiradores, de esos que te paralizan de golpe con una sensación de brutal clarividencia y te obligan a pensar seriamente si lo que vivo a día de hoy se corresponde con mi ideal, o si no estoy haciendo otra cosa que autoengañarme.
No soy bueno haciendo críticas ni escribiendo reseñas de libros -esta, de hecho, es una caca-, así que te paso dos enlaces que hablan del libro y que considero que son buenas reseñas: la de Hábitos vitales y la de Papel en blanco. Estoy completamente de acuerdo con lo que dice al final la reseña de Papel en blanco:
Quizá el libro no es sea de gran utilidad, quizá le abra los ojos a algunos. En todo caso, su lectura, curiosa y divertida, es de todo punto recomendable.Para acabar, estaría encantado de conocer de primera mano a alguien que lo haya llevado a la práctica con buenos resultados. ¿Alguien? ¿No? ¿Pero aún no lo has leído?
miércoles, 10 de junio de 2009
Mi primera vez...
... en el Maratón Fotográfico de Mesa y López. ¿O qué pensabas?
Refería ayer que en mi persona se combinaba una extraña mezcla de vergüenza y exhibicionismo. En la parte exhibicionista, por ejemplo, no me importa dar el cante cuando hablo con amigos. No me preocupa lo más mínimo lo que otros piensen de lo que digo o de cómo lo digo. O de hacerlo en Internet, como es el caso de esta bitácora. Cierto es que no tengo demasiados secretos, y los que hubiese podido ser mejor evitar contar lo sabe tanta gente que apenas tiene valor de chantaje. Pero si estoy solo, o mejor cuando debo actuar solo... Sufro de un ataque de parálisis cohibitiva. Esto me ha impedido acudir a anteriores certámenes del maratón fotográfico. Aunque no es culpa exclusiva de la vergüenza que sufro cuando tengo la cámara en la mano, que también pasa que me despisto con las fechas.
Sin embargo, y en esta ocasión, el amigo Luis me animó a ir con él y, con el número de participante 299, me presenté de forma puntual el sábado para pagar y confirmar mi participación en la sexta edición del certamen. En el álbum de Flickr voy poniendo algunas de las fotos que tomé.
Como novato he de decir que me lo pasé genial. Para mí todo era nuevo, así que ante las críticas de los veteranos sobre que los temas dejaban mucho que desear, yo no hice demasiado caso. Al fin y al cabo, y al menos para mí, se trataba de pasar el rato. En ningún momento fui por los premios. Cierto, sin embargo, que para alguno de los temas, tal vez, el tiempo que dejaban era realmente poco y que, también, se produjo un poco de estupor cuando anunciaron el tema "Mimos y globos". Al menos nosotros, que estábamos en el otro extremo camino de tomarnos un café, no vimos los mimos y los globos hasta que cambiaron de tema. Esto último es una larga historia, por cierto, pero pasa por habernos comprado nosotros los globos y hacer el gilipollas con los gestos (mimos). Queda para el anecdotario, pero solo esto ya nos debe haber valido la descalificación a todos (nos faltan esas fotos).
Los temas fueron:
En el apartado técnico decir que opté, para la mayoría de las situaciones, y dado que el día estaba luminoso, aunque había momentos en que se ensombrecía un poco, usar casi siempre un ISO de 200, fijar el balance de blancos en soleado y elegir el programa 'A', fijar la apertura del diafragma, que dejaba casi siempre en 5.6, apertura que ha permitido que haga las paces con mi 18-200. Con esa apertura, la calidad óptica es bastante buena durante casi todo el recorrido. Por encima de 135 mm es mejor plantearse cambiar de óptica.
En resumen, me lo pasé genial y creo que repetiré el próximo año. Si no se me pasa la fecha, claro. Para eso cuento con que el amigo Luis vuelva a tenerme al tanto.
Refería ayer que en mi persona se combinaba una extraña mezcla de vergüenza y exhibicionismo. En la parte exhibicionista, por ejemplo, no me importa dar el cante cuando hablo con amigos. No me preocupa lo más mínimo lo que otros piensen de lo que digo o de cómo lo digo. O de hacerlo en Internet, como es el caso de esta bitácora. Cierto es que no tengo demasiados secretos, y los que hubiese podido ser mejor evitar contar lo sabe tanta gente que apenas tiene valor de chantaje. Pero si estoy solo, o mejor cuando debo actuar solo... Sufro de un ataque de parálisis cohibitiva. Esto me ha impedido acudir a anteriores certámenes del maratón fotográfico. Aunque no es culpa exclusiva de la vergüenza que sufro cuando tengo la cámara en la mano, que también pasa que me despisto con las fechas.
Sin embargo, y en esta ocasión, el amigo Luis me animó a ir con él y, con el número de participante 299, me presenté de forma puntual el sábado para pagar y confirmar mi participación en la sexta edición del certamen. En el álbum de Flickr voy poniendo algunas de las fotos que tomé.
Como novato he de decir que me lo pasé genial. Para mí todo era nuevo, así que ante las críticas de los veteranos sobre que los temas dejaban mucho que desear, yo no hice demasiado caso. Al fin y al cabo, y al menos para mí, se trataba de pasar el rato. En ningún momento fui por los premios. Cierto, sin embargo, que para alguno de los temas, tal vez, el tiempo que dejaban era realmente poco y que, también, se produjo un poco de estupor cuando anunciaron el tema "Mimos y globos". Al menos nosotros, que estábamos en el otro extremo camino de tomarnos un café, no vimos los mimos y los globos hasta que cambiaron de tema. Esto último es una larga historia, por cierto, pero pasa por habernos comprado nosotros los globos y hacer el gilipollas con los gestos (mimos). Queda para el anecdotario, pero solo esto ya nos debe haber valido la descalificación a todos (nos faltan esas fotos).
Los temas fueron:
- Fotógrafo fotografiado (que levantó un "oohhhh" de decepción)
- Perfiles
- Movimiento
- Mimos y globos
- Besos, y
- Harley Davidson
En el apartado técnico decir que opté, para la mayoría de las situaciones, y dado que el día estaba luminoso, aunque había momentos en que se ensombrecía un poco, usar casi siempre un ISO de 200, fijar el balance de blancos en soleado y elegir el programa 'A', fijar la apertura del diafragma, que dejaba casi siempre en 5.6, apertura que ha permitido que haga las paces con mi 18-200. Con esa apertura, la calidad óptica es bastante buena durante casi todo el recorrido. Por encima de 135 mm es mejor plantearse cambiar de óptica.
En resumen, me lo pasé genial y creo que repetiré el próximo año. Si no se me pasa la fecha, claro. Para eso cuento con que el amigo Luis vuelva a tenerme al tanto.
martes, 9 de junio de 2009
Tesoros perdidos reencontrados (XX): mis primeras webs personales
Confesaba hace unas semanas que tengo la extraña filia de buscarme, cada cierto tiempo, en Internet. ¿Variante de la egolatría? Pongo mi nombre y apellidos en el buscador y reviso lo que aparece. Así fue como me tropecé con la vieja práctica de Ingeniería del Conocimiento, que supuso la calificación de matrícula de honor para todos los componentes del grupo. O que se usan mis fotos (con licencia CC) en algunas webs. De hecho ese es el principal motivo por el que practico esta forma tan extraña de egolatría. Me sorprende que sigan apareciendo correos que escribí hace una eternidad al grupo de PostgreSql. Pero lo que más me sorprendió fue tropezar con una de mis primeras páginas Webs personales.
Tal vez esta entrada suene a "este quiere hacerme creer que lleva con esto más que yo", pero lo cierto, y si me conoces un poco no lo dudarás, siempre he sido bastante exhibicionista. Mi tema favorito de conversación suelo ser yo mismo. Este puntito exhibicionista se combina con un sentimiento de reserva intenso. O tal vez debería decir de vergüenza. Compleja combinación, lo sé. El caso es que al poco de tener Internet en casa (que era la de mis padres por entonces, y ahí ya teníamos banda estrecha a finales del año 95, con módem de 56 kbps), me puse a diseñar mi hueco web. Uno donde poder enseñar el plumaje a gusto.
El primer proveedor que permitió publicar páginas personales, sin por ello pagar un duro de más -o, mejor dicho, incluido en el precio-, fue Arrakis. Así que, si la memoria no me engaña, a mediados del año 97 me hice un sitio con HTML con el nombre de Íkaro. No, no tengo nada que ver con un grupo de ocultismo que luego usó ese mismo identificador. Entre los soportes de almacenamiento recuperados, mis tesoros perdidos, encontré los diseños originales. ¡Qué cutrada, por dios!
El que me conoce sabe que tengo un carácter volátil y que pronto me aburro de las cosas. También que tengo pocas ideas, así que recurro a las mismas de forma cíclica y reiterada para rellenar mi existencia (véase el caso de la filatelia). Así que, la primera web, la de Íkaro en Arrakis, dejó paso a otras, que también abandoné, hasta llegar a la que monté en Jazzfree. Ésta última, que se encuentra ahora en otro dominio distinto al original, es la que actualmente sigue pudiendo encontrarse en Internet si buscas por mi nombre. ¡Ojo! Antes de que te lances, advertirte que el complemento WOT de Firefox te avisa que la web es altamente peligrosa. Parece que el hospedador tiene muy mala reputación. Allá tú si te adentras para visitarla. Quedas avisado.
Esto sucedía, otra vez si mi memoria no me engaña, a finales del año 2000. Desde entonces, y ya hasta el 2005, no volvía a hacerme notar en Internet. Entonces ya pasé a las bitácoras o blogs. Había incorporado su utilización en el trabajo a finales del año anterior, para gestionar proyectos. ¿Pero qué mejor proyecto hay en la vida que uno mismo? Desde entonces y hasta la fecha, cada cierto tiempo he ido machacando las que iba creando para, acto seguido, hacer renacer otra reencarnación para contar, una vez más, las mismas batallas. Es que soy muy volátil y tengo un repertorio de conversación muy reducido, como sabrán los que me han venido siguiendo y los que me sufren desde hace tiempo.
Antes de pasar a los blogs volví a intentar crear una sitio web porque me había empecinado en desarrollar mi innegable talento como diseñador web. Repetí esfuerzo, pero me quedé pronto sin fuelle. Nunca llegué a subir lo poco que tenía hecho. Había decidido, por esas cosas que uno lee por ahí, usar el rimbombante término 'Centro Web de...'. Si no fuese por el hecho de defender a ultranza el derecho a errar y cometer estupideces, que ya van unas cuantas en mi vida, sentiría vergüenza de lo que acabo de confesar.
Tengo varios amigos que llevan con su presencia en la red desde hace unos cuantos años, lo que es una verdadera proeza de constancia y continuidad, merecedora de mi sincera y sana envidia. Yo me siento incapaz de mantener durante más de un año un mismo sitio. Puede que éste se convierta en excepción, cosa que a priori no creo. Para mí es heroico mantener un registro personal durante tanto tiempo. Dada a mi constancia por eliminar la versión anterior de mi bitácora, siempre da la sensación que soy un advenedizo. Aunque gracias al buscador de buscadores, y a la extraña persistencia del hospedador en mantener la web original, queda prueba de que yo me expuse en la red hace ya una década y que mi única constante es hacerme desaparecer cada ciento tiempo. Lo que tampoco sé si es tema de orgullo o una muestra más de mi inagotable capacidad para hacer tonterías.
Los diseños originales los guardaré para las futuras generaciones. Nunca se sabe con qué aberración de mi pasado querrán hacerme chantaje cuando esté forrado. O tal vez los pegue sobre unos lienzos y los venda a algún desviado japonés que lo considere arte. Nunca se sabe lo que pasará mañana.
Tal vez esta entrada suene a "este quiere hacerme creer que lleva con esto más que yo", pero lo cierto, y si me conoces un poco no lo dudarás, siempre he sido bastante exhibicionista. Mi tema favorito de conversación suelo ser yo mismo. Este puntito exhibicionista se combina con un sentimiento de reserva intenso. O tal vez debería decir de vergüenza. Compleja combinación, lo sé. El caso es que al poco de tener Internet en casa (que era la de mis padres por entonces, y ahí ya teníamos banda estrecha a finales del año 95, con módem de 56 kbps), me puse a diseñar mi hueco web. Uno donde poder enseñar el plumaje a gusto.
El primer proveedor que permitió publicar páginas personales, sin por ello pagar un duro de más -o, mejor dicho, incluido en el precio-, fue Arrakis. Así que, si la memoria no me engaña, a mediados del año 97 me hice un sitio con HTML con el nombre de Íkaro. No, no tengo nada que ver con un grupo de ocultismo que luego usó ese mismo identificador. Entre los soportes de almacenamiento recuperados, mis tesoros perdidos, encontré los diseños originales. ¡Qué cutrada, por dios!
El que me conoce sabe que tengo un carácter volátil y que pronto me aburro de las cosas. También que tengo pocas ideas, así que recurro a las mismas de forma cíclica y reiterada para rellenar mi existencia (véase el caso de la filatelia). Así que, la primera web, la de Íkaro en Arrakis, dejó paso a otras, que también abandoné, hasta llegar a la que monté en Jazzfree. Ésta última, que se encuentra ahora en otro dominio distinto al original, es la que actualmente sigue pudiendo encontrarse en Internet si buscas por mi nombre. ¡Ojo! Antes de que te lances, advertirte que el complemento WOT de Firefox te avisa que la web es altamente peligrosa. Parece que el hospedador tiene muy mala reputación. Allá tú si te adentras para visitarla. Quedas avisado.
Esto sucedía, otra vez si mi memoria no me engaña, a finales del año 2000. Desde entonces, y ya hasta el 2005, no volvía a hacerme notar en Internet. Entonces ya pasé a las bitácoras o blogs. Había incorporado su utilización en el trabajo a finales del año anterior, para gestionar proyectos. ¿Pero qué mejor proyecto hay en la vida que uno mismo? Desde entonces y hasta la fecha, cada cierto tiempo he ido machacando las que iba creando para, acto seguido, hacer renacer otra reencarnación para contar, una vez más, las mismas batallas. Es que soy muy volátil y tengo un repertorio de conversación muy reducido, como sabrán los que me han venido siguiendo y los que me sufren desde hace tiempo.
Antes de pasar a los blogs volví a intentar crear una sitio web porque me había empecinado en desarrollar mi innegable talento como diseñador web. Repetí esfuerzo, pero me quedé pronto sin fuelle. Nunca llegué a subir lo poco que tenía hecho. Había decidido, por esas cosas que uno lee por ahí, usar el rimbombante término 'Centro Web de...'. Si no fuese por el hecho de defender a ultranza el derecho a errar y cometer estupideces, que ya van unas cuantas en mi vida, sentiría vergüenza de lo que acabo de confesar.
Tengo varios amigos que llevan con su presencia en la red desde hace unos cuantos años, lo que es una verdadera proeza de constancia y continuidad, merecedora de mi sincera y sana envidia. Yo me siento incapaz de mantener durante más de un año un mismo sitio. Puede que éste se convierta en excepción, cosa que a priori no creo. Para mí es heroico mantener un registro personal durante tanto tiempo. Dada a mi constancia por eliminar la versión anterior de mi bitácora, siempre da la sensación que soy un advenedizo. Aunque gracias al buscador de buscadores, y a la extraña persistencia del hospedador en mantener la web original, queda prueba de que yo me expuse en la red hace ya una década y que mi única constante es hacerme desaparecer cada ciento tiempo. Lo que tampoco sé si es tema de orgullo o una muestra más de mi inagotable capacidad para hacer tonterías.
Los diseños originales los guardaré para las futuras generaciones. Nunca se sabe con qué aberración de mi pasado querrán hacerme chantaje cuando esté forrado. O tal vez los pegue sobre unos lienzos y los venda a algún desviado japonés que lo considere arte. Nunca se sabe lo que pasará mañana.
lunes, 8 de junio de 2009
Alta definición a toda máquina: mi experiencia con el WD TV HD Media Player
La llegada de la alta definición a mi vida supuso uno de esos momentos de antes y después. En cierta medida, me ha hecho afortunado y desgraciado a partes iguales. En realidad me siento mucho más afortunado que desdichado por ella. Desgraciado porque, como el que prueba por primera vez la ambrosía de los dioses, ya no se conforma con menos. Contra mis deseos, me he convertido en sibarita de lo que introduzco por mis ojos. Si ya hacía muchísimo tiempo que ignoraba cualquier película que no viniese de una fuente DVD -audio y vídeo- y ocupase no menos de giga y medio (dos cd's), desde que pillé la PS3 ya no me preocupo en buscar nada -y rechazo todo- que no tenga la calidad de un Blu-Ray. Lo que significa, en la práctica, o comprarlos o desplazarme hasta el videoclub para alquilarlos y devolverlos no más de veinticuatro horas después. Algo que no deja de ser un poco coñazo si, como es mi caso, los videoclub que ofrecen películas en dicho formato están a no menos de seis kilómetros y obligan a usar medios de transporte impulsados por combustión de algún derivado del petróleo.
Soy afortunado, aunque me costó tiempo apreciarlo, porque al renunciar a meterme por los ojos cosas con cualquier calidad, como el que renuncia a comer comida basura cuando ha probado un buen solomillo en un restaurante con varias estrellas Michelin, tengo más tiempo para hacer otras cosas. Entre ellas, leer. Y eso, hay que agradecerlo. El símil puede resultar chocante o exagerado, pero he notado que cuando el cerebro no tiene que inventarse los detalles mínimos ni la definición de las líneas en la escena, descansa y disfruta más de lo que está viendo. Pruébalo y dime si no estoy en lo correcto. El problema es que llevamos tanto tiempo metiéndonos cualquier cosa que, al principio, el sentido de la vista se ve desbordado con tanta calidad.
Ante toda esta vomitada intencional, y antes de seguir, confieso que hay dos excepciones a la regla: las series de televisión y los documentales. Resulta complicado conseguir todas las series que veo en español y en alta definición y, si lo primero es complicado, conseguir documentales que cumplan las dos condiciones es ya casi ciencia ficción. En cualquier caso parece que la cosa está cambiando y, poco a poco, van apareciendo más contenido en alta definición de ambas categorías. Me lo estoy pasando pipa viendo la segunda temporada de Big Bang Theory en HD y sonido 5.1. No hay color.
Con estos pequeños momentos de absoluto placer visual era suficiente para ir tirando. Es difícil explicar la experiencia con palabras. Es lo mismo que intentar explicar a un perro, suponiéndole la capacidad del habla, que la del razonamiento, visto lo visto en el homo sapiens, empiezo a creer que no le falta, lo que son los colores cuando, en su vida de can, nunca ha logrado ver más allá de una reducida gama de grises. Es difícil hacer entender lo que significa para el cerebro ver una escena de acción en la que los mínimos detalles, como las letras de un letrero al final de una calle, o las arrugas de la piel del protagonista, resultan claramente visibles. Para saberlo hay que vivirlo y experimentarlo. Y si todo eso lo aderezas con sonido envolvente... Lo aconsejo. Hay veces que viendo tanto detalle te haces pis del gusto. ¡Y eso que mi televisión es solo HD Ready (720p)!
Decía que con estos pequeños momentos de placer visual me iba bien y estaba contento. Hasta que llegó, en mi cumpleaños, el reproductor de alta definición de Western Digital. Por 99 € es capaz de reproducir películas en alta definición full hd 1080p, con sonido envolvente DTS 5.1, que mi querido Mac Mini, el actual media center de mi salón, y que costó siete veces más, apenas es capaz de abrir. La calidad es brutal y no desmerece en nada a lo que ofrece un Blu-Ray. Mueve archivos de 16 Gb como si tuviesen apenas unos megas. Sin cortes ni interrupciones. Y las que hay son más bien achacables al disco duro externo, que el pobre está ya para la jubilación. Estoy pensando seriamente retirar el Mac Mini y venderlo o dedicarlo a otros menesteres. El WD TV HD Media Player es un producto altamente recomendable y, salvo por grabar algún que otro programa de la televisión, no necesitaría más. Poco más se puede decir de él salvo que el mando que trae, los dos puertos USB y el menú de uso son más que suficientes para tener un disfrute completo de la alta definición en un televisor que le haga justicia.
El gran problema, o uno de ellos, es proveerse de contenido que poder reproducir en cacharro. No me ha quedado más remedio que acudir, mientras la ley ampare estos comportamientos inmorales, a las mafias de vagos y maleantes que pululan por la red de redes. No me siento bien con ello, pero hasta que la industria no entienda que esto es lo que queremos los consumidores, no habrá otra forma de conseguir contenido en alta definición. Eso sí, ármate de paciencia porque los 8 Gb mínimos que debe tener una película para aprovechar el cacharro en cuestión no se descargan en una hora. Salvo que, claro, estés en un centro científico y/o universitario y el ancho de banda, subvencionado con el bolsillo de todos, y del que disfrutas, equivalga al de todos los ADSL juntos del municipio en el que vives. En ese caso te convertirás en proveedor de amistades y familiares. Hazte con un buen disco duro externo, que a 8 Gb la película, en lo que pestañeas, te has quedado sin espacio.
Recomendado.
Soy afortunado, aunque me costó tiempo apreciarlo, porque al renunciar a meterme por los ojos cosas con cualquier calidad, como el que renuncia a comer comida basura cuando ha probado un buen solomillo en un restaurante con varias estrellas Michelin, tengo más tiempo para hacer otras cosas. Entre ellas, leer. Y eso, hay que agradecerlo. El símil puede resultar chocante o exagerado, pero he notado que cuando el cerebro no tiene que inventarse los detalles mínimos ni la definición de las líneas en la escena, descansa y disfruta más de lo que está viendo. Pruébalo y dime si no estoy en lo correcto. El problema es que llevamos tanto tiempo metiéndonos cualquier cosa que, al principio, el sentido de la vista se ve desbordado con tanta calidad.
Ante toda esta vomitada intencional, y antes de seguir, confieso que hay dos excepciones a la regla: las series de televisión y los documentales. Resulta complicado conseguir todas las series que veo en español y en alta definición y, si lo primero es complicado, conseguir documentales que cumplan las dos condiciones es ya casi ciencia ficción. En cualquier caso parece que la cosa está cambiando y, poco a poco, van apareciendo más contenido en alta definición de ambas categorías. Me lo estoy pasando pipa viendo la segunda temporada de Big Bang Theory en HD y sonido 5.1. No hay color.
Con estos pequeños momentos de absoluto placer visual era suficiente para ir tirando. Es difícil explicar la experiencia con palabras. Es lo mismo que intentar explicar a un perro, suponiéndole la capacidad del habla, que la del razonamiento, visto lo visto en el homo sapiens, empiezo a creer que no le falta, lo que son los colores cuando, en su vida de can, nunca ha logrado ver más allá de una reducida gama de grises. Es difícil hacer entender lo que significa para el cerebro ver una escena de acción en la que los mínimos detalles, como las letras de un letrero al final de una calle, o las arrugas de la piel del protagonista, resultan claramente visibles. Para saberlo hay que vivirlo y experimentarlo. Y si todo eso lo aderezas con sonido envolvente... Lo aconsejo. Hay veces que viendo tanto detalle te haces pis del gusto. ¡Y eso que mi televisión es solo HD Ready (720p)!
Decía que con estos pequeños momentos de placer visual me iba bien y estaba contento. Hasta que llegó, en mi cumpleaños, el reproductor de alta definición de Western Digital. Por 99 € es capaz de reproducir películas en alta definición full hd 1080p, con sonido envolvente DTS 5.1, que mi querido Mac Mini, el actual media center de mi salón, y que costó siete veces más, apenas es capaz de abrir. La calidad es brutal y no desmerece en nada a lo que ofrece un Blu-Ray. Mueve archivos de 16 Gb como si tuviesen apenas unos megas. Sin cortes ni interrupciones. Y las que hay son más bien achacables al disco duro externo, que el pobre está ya para la jubilación. Estoy pensando seriamente retirar el Mac Mini y venderlo o dedicarlo a otros menesteres. El WD TV HD Media Player es un producto altamente recomendable y, salvo por grabar algún que otro programa de la televisión, no necesitaría más. Poco más se puede decir de él salvo que el mando que trae, los dos puertos USB y el menú de uso son más que suficientes para tener un disfrute completo de la alta definición en un televisor que le haga justicia.
El gran problema, o uno de ellos, es proveerse de contenido que poder reproducir en cacharro. No me ha quedado más remedio que acudir, mientras la ley ampare estos comportamientos inmorales, a las mafias de vagos y maleantes que pululan por la red de redes. No me siento bien con ello, pero hasta que la industria no entienda que esto es lo que queremos los consumidores, no habrá otra forma de conseguir contenido en alta definición. Eso sí, ármate de paciencia porque los 8 Gb mínimos que debe tener una película para aprovechar el cacharro en cuestión no se descargan en una hora. Salvo que, claro, estés en un centro científico y/o universitario y el ancho de banda, subvencionado con el bolsillo de todos, y del que disfrutas, equivalga al de todos los ADSL juntos del municipio en el que vives. En ese caso te convertirás en proveedor de amistades y familiares. Hazte con un buen disco duro externo, que a 8 Gb la película, en lo que pestañeas, te has quedado sin espacio.
Recomendado.
viernes, 5 de junio de 2009
A disfrutar con 'Roma', serie que hay que ver
Otro fin de semana más, haré todo lo posible por escaquearme de mis obligaciones conyugales relativas al mantenimiento conjunto de las zonas comunes y de descanso, así como las de aprovisionamiento, preparación de alimentos y evacuación y que, cooperativamente, pagamos mes a mes al banco para saldar la deuda contraída como crédito hipotecario. O sea, que no quiero participar en las tareas de limpieza del piso. Así que tengo que buscarme una buena excusa.
Teniendo al día la mayoría de las series que sigo -aquellas que han conseguido interesarme un poco- y, por tanto, sin cantidad crítica que justifique mantenerme alejado de mis deberes durante dos días, he tenido que registrar de arriba a abajo el disco duro buscando material. He tenido suerte y he tropezado con la magnífica 'Roma', de la que aún me quedan cuatro capítulos de la segunda temporada para darla por concluida. Una lástima que solo sean dos temporadas, porque la serie es muy buena y merecía un poco más de recorrido. Cierto que ha venido decayendo en los últimos capítulos, pero no deja de ser una recreación fantástica, fascinante y, supongo que, bastante fiel, si hago caso de lo leído sobre los esfuerzos para conseguir la mayor fidelidad del período en el que se sitúa, con unos escenarios que sacarían los colores a la mejor producción del Bruckheimer. Y, aunque haya empeorado un poco, sigue siendo muy superior en calidad a muchas de las series que tienen más éxito. Pero el pueblo llano no suele apreciar estas cosas.
En Internet hay muchas páginas donde destripan mejor la serie de lo que yo soñaría hacer. Se puede consultar la extensa reseña en la Wikipedia sobre la serie, por ejemplo. Pero para mí basta con decir que las actuaciones son sensacionales, que el doblaje al español es muy bueno y que la trama engancha de verdad. En el apartado interpretativo, a destacar, para mi gusto, las actuaciones de Marco Antonio, de Lucio Voreno y de Tito Pulo. Ellos tres son Roma.
En fin, me despido de la entrada de hoy recalcando que se trata de una serie muy recomendada y que deberías, si no lo has hecho ya, ver en cuanto puedas. Yo me siento feliz porque un fin de semana más he encontrado la excusa perfecta para no dar ni palo al agua en casa. ¿Acaso es más importante retirar las costras de mierda de la cocina que ver el desenlace de esta magnífica obra de la televisión? Me espera otro estupendo fin de semana de tardes de sofá.
Teniendo al día la mayoría de las series que sigo -aquellas que han conseguido interesarme un poco- y, por tanto, sin cantidad crítica que justifique mantenerme alejado de mis deberes durante dos días, he tenido que registrar de arriba a abajo el disco duro buscando material. He tenido suerte y he tropezado con la magnífica 'Roma', de la que aún me quedan cuatro capítulos de la segunda temporada para darla por concluida. Una lástima que solo sean dos temporadas, porque la serie es muy buena y merecía un poco más de recorrido. Cierto que ha venido decayendo en los últimos capítulos, pero no deja de ser una recreación fantástica, fascinante y, supongo que, bastante fiel, si hago caso de lo leído sobre los esfuerzos para conseguir la mayor fidelidad del período en el que se sitúa, con unos escenarios que sacarían los colores a la mejor producción del Bruckheimer. Y, aunque haya empeorado un poco, sigue siendo muy superior en calidad a muchas de las series que tienen más éxito. Pero el pueblo llano no suele apreciar estas cosas.
En Internet hay muchas páginas donde destripan mejor la serie de lo que yo soñaría hacer. Se puede consultar la extensa reseña en la Wikipedia sobre la serie, por ejemplo. Pero para mí basta con decir que las actuaciones son sensacionales, que el doblaje al español es muy bueno y que la trama engancha de verdad. En el apartado interpretativo, a destacar, para mi gusto, las actuaciones de Marco Antonio, de Lucio Voreno y de Tito Pulo. Ellos tres son Roma.
En fin, me despido de la entrada de hoy recalcando que se trata de una serie muy recomendada y que deberías, si no lo has hecho ya, ver en cuanto puedas. Yo me siento feliz porque un fin de semana más he encontrado la excusa perfecta para no dar ni palo al agua en casa. ¿Acaso es más importante retirar las costras de mierda de la cocina que ver el desenlace de esta magnífica obra de la televisión? Me espera otro estupendo fin de semana de tardes de sofá.
jueves, 4 de junio de 2009
'Freakonomics'
Algo ha cambiado en mi cerebro, continente y cárcel de mi pervertida mente. Esperemos que no sea algo terminal e irreversible, pero lo cierto es que hace tiempo hubiese huido, como lo haría una adolescente japonesa que tropieza con un monstruo harto de tentáculos viciosos, de un libro en cuya portada ofrece una frase del tipo "Si Indiana Jones fuera economista, sería Steven Levitt". Sin embargo, en esta ocasión, no solo no salí corriendo sino que, además y tras leer la contraportada -diré en mi defensa-, pagué por él. Es lo que tiene hacerse viejo. En mi caso, que empiezan a interesarme -más que antes- la Economía, la Estadística, la Teoría de Juegos y este tipo de cosas que sería mejor dejar tranquilas. Ya se sabe que si coges a una serpiente venenosa por la cola es muy probable que te acabe mirando a los ojos antes de morderte.
La experiencia me ha demostrado, como supongo habrán descubierto muchos antes que yo, que un best-seller, aunque internacional, no implica que la obra sea necesariamente buena. Simplemente indica que mucha gente ha decidido tirar su dinero con él. Y ya se sabe que la gente tiene tendencia a elevar algunas obras a cotas que no le corresponden. ¿Quién me va a negar el injustificable éxito de taquilla de Torrente? Es más, en base a esa experiencia acumulada, uno llegaría a creer que si algo es popular entonces es algo que no merece la pena leer.
Sin embargo, 'Freakonomics' es un libro que sí merece la pena leer. Contra todo pronóstico puede llegar a resultar, en alguna de sus tesis, un libro que deje intranquilo a más de uno. Afirmaciones tales como la que sostiene que la legalización del aborto en EEUU -porque todo versa sobre ese país- fue la causa principal del descenso del crimen en la década de los 90 puede resultar, cuando menos, algo difícil de digerir si sientes aversión moral a la interrupción voluntaria del embarazo. Y esa es una de tantas otras afirmaciones que puedan resultar conflictivas. Vamos, que no parece un libro políticamente correcto para las masas. Y, pese a ello, es un best-seller.
Sé que soy un simplista, pero en el primer capítulo no pude dejar de ver una analogía entre lo que contaba y el impuesto revolucionario del Cánon Digital que nos han impuesto los últimos gobiernos y cómo eso no ha servido para nada. Cuenta la forma en que la inclusión de incentivos negativos (de esos que deberían alejar a la gente de hacer algo) se transformaron en una excusa perfecta para lavar los cargos de conciencia. No quiero reventar lo que cuenta, pero si alguien más lo ha leído que me diga si no ve, también, ese paralelismo. Aunque la verdad es que lo del cánon digital, conspiranoicosospecho, tiene mucho más detrás.
El libro está dividido en seis capítulos, que ocupan las dos terceras partes, y otro centenar de páginas con 'material adicional'. El material adicional se trata, principalmente, de artículos copiados de los escritos en el blog, nacido con el libro. Entre ellos hay algunas aportaciones muy interesantes. La suma, aunque los últimos capítulos me resultaron un tanto tostón, hace que en su conjunto es un libro recomendable que deberías aprovechar y leer, si tienes ocasión.
La experiencia me ha demostrado, como supongo habrán descubierto muchos antes que yo, que un best-seller, aunque internacional, no implica que la obra sea necesariamente buena. Simplemente indica que mucha gente ha decidido tirar su dinero con él. Y ya se sabe que la gente tiene tendencia a elevar algunas obras a cotas que no le corresponden. ¿Quién me va a negar el injustificable éxito de taquilla de Torrente? Es más, en base a esa experiencia acumulada, uno llegaría a creer que si algo es popular entonces es algo que no merece la pena leer.
Sin embargo, 'Freakonomics' es un libro que sí merece la pena leer. Contra todo pronóstico puede llegar a resultar, en alguna de sus tesis, un libro que deje intranquilo a más de uno. Afirmaciones tales como la que sostiene que la legalización del aborto en EEUU -porque todo versa sobre ese país- fue la causa principal del descenso del crimen en la década de los 90 puede resultar, cuando menos, algo difícil de digerir si sientes aversión moral a la interrupción voluntaria del embarazo. Y esa es una de tantas otras afirmaciones que puedan resultar conflictivas. Vamos, que no parece un libro políticamente correcto para las masas. Y, pese a ello, es un best-seller.
Sé que soy un simplista, pero en el primer capítulo no pude dejar de ver una analogía entre lo que contaba y el impuesto revolucionario del Cánon Digital que nos han impuesto los últimos gobiernos y cómo eso no ha servido para nada. Cuenta la forma en que la inclusión de incentivos negativos (de esos que deberían alejar a la gente de hacer algo) se transformaron en una excusa perfecta para lavar los cargos de conciencia. No quiero reventar lo que cuenta, pero si alguien más lo ha leído que me diga si no ve, también, ese paralelismo. Aunque la verdad es que lo del cánon digital, conspiranoicosospecho, tiene mucho más detrás.
El libro está dividido en seis capítulos, que ocupan las dos terceras partes, y otro centenar de páginas con 'material adicional'. El material adicional se trata, principalmente, de artículos copiados de los escritos en el blog, nacido con el libro. Entre ellos hay algunas aportaciones muy interesantes. La suma, aunque los últimos capítulos me resultaron un tanto tostón, hace que en su conjunto es un libro recomendable que deberías aprovechar y leer, si tienes ocasión.
miércoles, 3 de junio de 2009
Echo de menos los sellos
Con clara intención de confirmar aquello que ya debemos saber todos, por vivido, y que postulaba Zaratustra como eterno retorno, no solo de sucesos y acontecimientos causales, sino también de pensar, sentir e idear, en repetición infinita e incansable, hoy echo de menos coleccionar sellos, como lo hiciera años ha. Sentimiento que me lleva a plantearme re-re-empezar la colección o, mejor dicho, el coleccionismo filatélico, pues lo coleccionado sigue estando y bastaría con retomar donde lo dejé la última vez. Como un perfeccionamiento o mejora durante la nueva iteración.
Creo que el afán coleccionista lo llevamos dentro todos. Seguramente habrá alguna teoría filosófica o psicológica que explique el motivo que nos lleva a desear coleccionar, en su más variadas formas y con toda familia de pretextos, cualquier cosa material o experiencia mística. Otros lo llamarán simplemente consumismo capitalista. Cabe de todo y entramos todos. Desde el niño al que se anima a empezar la colección de estampas (cromos) de futbolistas, pasando por el que colecciona relaciones sentimentales hasta llegar al que no termina de aterrizar en su casa para ya planificar el siguiente viaje. Al final todos coleccionamos, de una forma u otra. Mal de muchos, consuelo de tontos. Lo sé.
Si hablamos de coleccionar únicamente objetos tangibles y con cierta homogeneidad, lo mío son los sellos. También intenté con las estampas de futbolistas, pero me aburría soberanamente el fútbol. Nunca me atrajo la vertiente mediática de ese deporte. También intenté con otras colecciones de mi época de niño, como una que salió sobre personajes de dibujos animados y cuyo álbum logré completar tras comprar a otro niño, por cien pesetas -una verdadera fortuna cuando tenía diez años-, la única estampa cuya probabilidad de que saliese era la misma que te tocase tres veces seguidas la lotería.
La primera vez que vi una colección de sellos fue la de mi tío Suso. Tendría seis o siete años. No me dejaba tocarlos porque era difíciles de conseguir, aducía. Me pasaba horas mirando las hojas del álbum y los diferentes sellos de distintos países. Recuerdo que tenía una colección de sellos de la URSS sobre cosmonautas que me encantaba. Además de muchos otros de países del Bloque del Este. Mi tío era de ideales ligeramente rojetes.
Al principio creía que la única forma de archivar la colección de sellos era empleando álbumes genéricos, como los que usaba mi tío. Con una banda transparente donde colocarlos según quisieras. Así, en una banda tenía sellos de Suiza y dos bandas más abajo empezaba, por poner un ejemplo, Italia. Luego vi la colección que tenían Emilio, amigo de mis tíos, y su padre. Ellos tenía las hojas que se editaban específicas con la ilustración y las características del sello, con una funda protectora en la que se metía el sello. Para mí aquello era coleccionismo para ricos. Pero no solo eso. También compraban varias hojas (o sábanas) con todos los sellos que emitían el primer día. Lo dicho, para ricos.
En un momento dado, mi tío se cansó de la colección. O de verme todos los días en su habitación hojeando los álbumes de sellos. Sin tocarlos, sin tocarlos. Así que en un momento dado, cuando tenía once años, heredé la colección de sellos, que hasta entonces había ido acrecentando Suso, y que a su vez había heredado de su hermana mayor, mi madre. Una colección, que si la memoria no me traiciona, ascendía a unos cinco o seis mil sellos. Muchos de ellos, lo sé ahora, sin valor maldito. Más allá del sentimental, claro.
En sexto de EGB, tuve una profesora, un tanto hueso, que conoció de mi gusto por los sellos y recuerdo que a veces me traía sellos usados (de esos con matasello) que ella conseguía o tenía repetidos. Por aquella época era habitual que cada domingo se reuniesen filatélicos y numismáticos en el Parque Doramas y ella iba mucho. También coleccionaba sellos y recuerdo que me regaló uno sello enorme de Malasia con una mariposa que era alucinante. ¿O era de Japón? Vaya, ya no lo recuerdo con claridad.
Si estuviese en manos de un psicólogo argentino -y perdonen los de esa nacionalidad por la guasa tópica-, de los de la escuela de culpar de todo a traumas infantiles, creería que toda la culpa de mi falta de orden es culpa de mis progenitores y algún Complejo de Edipo y rivalidad reprimida con mi padre de forma recurrente, pero imposible de recordar, causado en la infancia por un modelo de convivencia excesivamente estricto y represor. O sin los fundamentos de la unidad familiar de una familia desestructurada. Sin embargo, como absolutamente cierto, mis padres eran respetuosamente ordenados, poco represores y muy cariñosos y generosos con sus hijos. Temo que lo mío no es culpa de nadie, tal vez achacable a alguna mutación genética que me lleva a ser un desastre. O tal vez la culpa la tiene toda el desorden neurológico causado por el accidente de coche. En cualquier caso, mi madre se cansó de ver sellos tirados por todas partes y un buen día, estando yo en el colegio, le regaló la colección -y lo que más me dolió, los fantásticos sellos soviéticos con imágenes de naves y satélites de una serie dedicada a la cosmología- a un vecino del bloque. Aún, a veces, y solo de broma, le digo que ese gesto fue el que me hundió definitivamente como ser humano. Lo que me ha impedido llegar a ser el CEO de algún grupo multimillonario. Que no se extrañe si un día aparezco en las noticias por haber entrado en un restaurante armado con un tenedor y un cuchillo de untar, y haberle practicado cirugía cerebral de alto riesgo al camarero.
Ya emancipado económicamente, por el año 2000, reinicié la colección. Con reiniciar, en este caso, es "empezar desde cero". Con gusto y disfrute me gasté un pastón comprando sellos por ebay. Por Internet los extranjeros. Para los españoles di con una filatelia en la calle Viera y Clavijo, donde un viejecito bastante amable me explicaba las diferentes alternativas para coleccionar y por dónde empezar. Segundo siglo, me sugirió o, mejor, Reinado de Juan Carlos. Me gustaba hacer la visita mensual para hablar un rato con aquel hombre.
Pero la filatelia en el año 2000 no era la filatelia en los años 80. Desde la entrada de los valores mecanizados o como se llame a las pegatinas en las que se imprime el valor del envío, los sellos han pasado a ser una colección de estampas (o cromos). Una forma de enriquecer a Correos sin otro valor práctico. Cada año Correos emite sellos por un valor de 120 euros aproximadamente. Y no sirven para gran cosa. Cierto que se pueden usar para envíos postales, pero dadas las pegas que te ponen para comprarlos, ya que tienes que ir a una ventanilla especial que no siempre está abierta, están completamente en desuso. Esa sensación de coleccionar cosas inútiles que se emiten por emitirse, fue lo que, pasados unos meses, me hizo desistir de seguir con esta idea.
Sin embargo, y pese a lo dicho en el último párrafo, sigo echando de menos la filatelia y los sellos. Cada sello cuenta su propia historia y los sellos de un país cuentan su historia (los de principio de siglo XX corresponden a la República, por ejemplo). Eso es lo bonito de coleccionar sellos. Tal vez lo retome. No sé si volveré a España o me decantaré por alguna temática. Astronomía me gustaba. Pero también me atraen los sellos con temas del mundo del ajedrez. Tampoco es algo que tenga que decidir hoy mismo. Hay un siglo y medio de historia de sellos. Como para tener prisas a estas alturas.
Creo que el afán coleccionista lo llevamos dentro todos. Seguramente habrá alguna teoría filosófica o psicológica que explique el motivo que nos lleva a desear coleccionar, en su más variadas formas y con toda familia de pretextos, cualquier cosa material o experiencia mística. Otros lo llamarán simplemente consumismo capitalista. Cabe de todo y entramos todos. Desde el niño al que se anima a empezar la colección de estampas (cromos) de futbolistas, pasando por el que colecciona relaciones sentimentales hasta llegar al que no termina de aterrizar en su casa para ya planificar el siguiente viaje. Al final todos coleccionamos, de una forma u otra. Mal de muchos, consuelo de tontos. Lo sé.
Si hablamos de coleccionar únicamente objetos tangibles y con cierta homogeneidad, lo mío son los sellos. También intenté con las estampas de futbolistas, pero me aburría soberanamente el fútbol. Nunca me atrajo la vertiente mediática de ese deporte. También intenté con otras colecciones de mi época de niño, como una que salió sobre personajes de dibujos animados y cuyo álbum logré completar tras comprar a otro niño, por cien pesetas -una verdadera fortuna cuando tenía diez años-, la única estampa cuya probabilidad de que saliese era la misma que te tocase tres veces seguidas la lotería.
La primera vez que vi una colección de sellos fue la de mi tío Suso. Tendría seis o siete años. No me dejaba tocarlos porque era difíciles de conseguir, aducía. Me pasaba horas mirando las hojas del álbum y los diferentes sellos de distintos países. Recuerdo que tenía una colección de sellos de la URSS sobre cosmonautas que me encantaba. Además de muchos otros de países del Bloque del Este. Mi tío era de ideales ligeramente rojetes.
Al principio creía que la única forma de archivar la colección de sellos era empleando álbumes genéricos, como los que usaba mi tío. Con una banda transparente donde colocarlos según quisieras. Así, en una banda tenía sellos de Suiza y dos bandas más abajo empezaba, por poner un ejemplo, Italia. Luego vi la colección que tenían Emilio, amigo de mis tíos, y su padre. Ellos tenía las hojas que se editaban específicas con la ilustración y las características del sello, con una funda protectora en la que se metía el sello. Para mí aquello era coleccionismo para ricos. Pero no solo eso. También compraban varias hojas (o sábanas) con todos los sellos que emitían el primer día. Lo dicho, para ricos.
En un momento dado, mi tío se cansó de la colección. O de verme todos los días en su habitación hojeando los álbumes de sellos. Sin tocarlos, sin tocarlos. Así que en un momento dado, cuando tenía once años, heredé la colección de sellos, que hasta entonces había ido acrecentando Suso, y que a su vez había heredado de su hermana mayor, mi madre. Una colección, que si la memoria no me traiciona, ascendía a unos cinco o seis mil sellos. Muchos de ellos, lo sé ahora, sin valor maldito. Más allá del sentimental, claro.
En sexto de EGB, tuve una profesora, un tanto hueso, que conoció de mi gusto por los sellos y recuerdo que a veces me traía sellos usados (de esos con matasello) que ella conseguía o tenía repetidos. Por aquella época era habitual que cada domingo se reuniesen filatélicos y numismáticos en el Parque Doramas y ella iba mucho. También coleccionaba sellos y recuerdo que me regaló uno sello enorme de Malasia con una mariposa que era alucinante. ¿O era de Japón? Vaya, ya no lo recuerdo con claridad.
Si estuviese en manos de un psicólogo argentino -y perdonen los de esa nacionalidad por la guasa tópica-, de los de la escuela de culpar de todo a traumas infantiles, creería que toda la culpa de mi falta de orden es culpa de mis progenitores y algún Complejo de Edipo y rivalidad reprimida con mi padre de forma recurrente, pero imposible de recordar, causado en la infancia por un modelo de convivencia excesivamente estricto y represor. O sin los fundamentos de la unidad familiar de una familia desestructurada. Sin embargo, como absolutamente cierto, mis padres eran respetuosamente ordenados, poco represores y muy cariñosos y generosos con sus hijos. Temo que lo mío no es culpa de nadie, tal vez achacable a alguna mutación genética que me lleva a ser un desastre. O tal vez la culpa la tiene toda el desorden neurológico causado por el accidente de coche. En cualquier caso, mi madre se cansó de ver sellos tirados por todas partes y un buen día, estando yo en el colegio, le regaló la colección -y lo que más me dolió, los fantásticos sellos soviéticos con imágenes de naves y satélites de una serie dedicada a la cosmología- a un vecino del bloque. Aún, a veces, y solo de broma, le digo que ese gesto fue el que me hundió definitivamente como ser humano. Lo que me ha impedido llegar a ser el CEO de algún grupo multimillonario. Que no se extrañe si un día aparezco en las noticias por haber entrado en un restaurante armado con un tenedor y un cuchillo de untar, y haberle practicado cirugía cerebral de alto riesgo al camarero.
Ya emancipado económicamente, por el año 2000, reinicié la colección. Con reiniciar, en este caso, es "empezar desde cero". Con gusto y disfrute me gasté un pastón comprando sellos por ebay. Por Internet los extranjeros. Para los españoles di con una filatelia en la calle Viera y Clavijo, donde un viejecito bastante amable me explicaba las diferentes alternativas para coleccionar y por dónde empezar. Segundo siglo, me sugirió o, mejor, Reinado de Juan Carlos. Me gustaba hacer la visita mensual para hablar un rato con aquel hombre.
Pero la filatelia en el año 2000 no era la filatelia en los años 80. Desde la entrada de los valores mecanizados o como se llame a las pegatinas en las que se imprime el valor del envío, los sellos han pasado a ser una colección de estampas (o cromos). Una forma de enriquecer a Correos sin otro valor práctico. Cada año Correos emite sellos por un valor de 120 euros aproximadamente. Y no sirven para gran cosa. Cierto que se pueden usar para envíos postales, pero dadas las pegas que te ponen para comprarlos, ya que tienes que ir a una ventanilla especial que no siempre está abierta, están completamente en desuso. Esa sensación de coleccionar cosas inútiles que se emiten por emitirse, fue lo que, pasados unos meses, me hizo desistir de seguir con esta idea.
Sin embargo, y pese a lo dicho en el último párrafo, sigo echando de menos la filatelia y los sellos. Cada sello cuenta su propia historia y los sellos de un país cuentan su historia (los de principio de siglo XX corresponden a la República, por ejemplo). Eso es lo bonito de coleccionar sellos. Tal vez lo retome. No sé si volveré a España o me decantaré por alguna temática. Astronomía me gustaba. Pero también me atraen los sellos con temas del mundo del ajedrez. Tampoco es algo que tenga que decidir hoy mismo. Hay un siglo y medio de historia de sellos. Como para tener prisas a estas alturas.
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