Hoy jueves he decidido cambiar, al menos por una semana, los documentales por los libros. Si esperabas un documental tendrás que esperar, mucho me temo, a la próxima entrada de esta serie de artículos.
Acabo de terminar de leerme el libro El economista camuflado de Tim Harford. Ha costado que terminase de leerlo, porque llevo una época rehuyendo el libro impreso, forzando su disfrute exclusivamente a los veinte minutos antes de quedarme completamente dormido. A mi velocidad de lectura, podríamos habernos extinguido y haber sido sustituidos por la cucaracha inteligente e industrializada antes de concluir la lectura. He decidido darle un empujón en la última semana, ya que me estaba gustando mucho y quería saber si al final el asesino de la especie será o no China. Hay motivos para creerlo.
Reconozco que no empecé muy bien con su lectura: Las primeras páginas me parecieron un tostón tremebundo cuando en la playa y a la sombra de una sombrilla, además de comer ensaladilla, me lancé a su lectura, posponiendo otro de la serie Mundo Disco de Terry Pratchet que tenía para leer. Con un "¿y esta mierda es un best seller?" estuve tentado de aparcarlo de forma indefinida, aunque decidí, con acierto, darle una segunda oportunidad y continué con su lectura. Menos mal, porque al final ha resultado ser un buen libro que merece la pena y deberías leer, al menos si te crees tan afortunado de ser el propietario de algo más de dos neuronas raquíticas, encargadas en la mayoría de la población de la cansina tarea de estimular algunas de las zonas de tu cerebro dedicadas, principalmente, al placer; al autoplacer.
Firmemente creo, hasta que me demuestren lo contrario, que al igual que cada uno de nosotros tenemos culo (con su agujero) y tenemos nuestras opiniones, también es cierto que hay opiniones que, al igual que los culos poseídos, apestan más que otras. Tim Harford, como ser humano de reconocida capacidad, no deja de tener sus propias opiniones sobre cómo deberían gestionarse los diferentes aspectos de las economías. ¿Pero éstas apestan? Pues no seré yo el que diga que lo hacen, porque en general hay algunas ideas que me han gustado y por las que siento algo de respeto, como analfabeto en la materia que soy. También es cierto que, nuevamente sumergido en mi miserable condición de analfabeto en la materia, no les termino de ver práctica aceptable a muchas otras.
Particularmente me encantó el capítulo dedicado a los sistemas sanitarios, con sus limones y sus melocotones, y la solución propuesta. La solución me gustó tanto que la aprovecharía, también, para las prestaciones de desempleo, por ejemplo. Ajustándola a la coyuntura e idiosincrasia del pueblo español -al menos en su mayor parte, que hay zonas del norte que son para darles de comer aparte- y de ese deseo que corrompe a la población y cuyo único objetivo parece ser convertirse en funcionario para olvidarse, y enajenarse, de la realidad participativa y los riesgos que conlleva el vivir en un mercado capitalista que, por otra parte, quieren hinchar con sus sueldos asegurados de por vida. Vamos, como jugar al póker y enriquecerse sin apostar. Es mi opinión, tal vez de fuerte hedor -que yo no percibo-, creer que una sociedad en que sus miembros aspiran, mayoritariamente, a vivir de la teta del Estado, acabará sumiéndose en la más absoluta de las miserias, seguida de un período de exterminio de los menos afortunados y un resurgir de los efluvios intelectuoloides fascistas. Pero eso a ti te trae sin cuidado, seguramente. Como el resto de los españoles en lo más profundo de tu miserable condición de ser y padecer, también quieres enquistarte en el funcionariado. Suerte.
Para un amante del saber, por el puro placer de saber, el libro me ofrece ese acercamiento que llevo buscando desde hace tiempo a la ciencia económica. Sin demasiada profundidad, eso sí, puede ser un punto de partida, sin demasiada carga dogmática al mismo tiempo, para aquellos que estén interesados en conocer algunos de los misterios de ese universo que son los mercados libres. Por fin he conseguido entender la esencia de la bolsa y cuán equivocados estamos al creernos las mentiras de, por ejemplo y haciendo un ejercicio de libre apreciación, las inmobiliarias y sus crecimientos desmedidos.
La teoría de juegos, esa otra gran desconocida que deseo conocer, tiene un pequeño capítulo dedicado casi al final del libro, haciendo uso de las subastas para contarnos un caso real con el que ejemplificar el uso de dicha teoría por parte de los economistas que asesoraron a los gobiernos que quisieron subastar el espacio radioeléctrico, pero sin profundizar nada en absoluto en la teoría matemática subyacente.
En fin, un libro de divulgación que no parece tener más misión que esa, divulgar y acercar a la gente, que demuestre al menos un poco de interés y capacidad cognitiva, algunos de los principios y fundamentos de la economía.
Si por cerebro tienes un adoquín -algo muy probable en estos tiempos que corren- y los principios que hacen que pagues una pasta, más pasta de la que merece, por una hamburguesa con queso te la traen floja -no te preocupes, seguramente serás comida para gusanos como el resto, pero más idiota- no deberías gastarte ni un euro en el libro. Por otro lado, si tu pituitaria ofrece algún estímulo reflejo cuando escuchas algún término relacionado con la economía, pero tu cerebro carece de un desarrollo específico en este área, es un buen libro que deberías no perder la ocasión de leer, sean o no acertadas y/u oportunas las opciones y soluciones que ofrece. Lo peor que puede pasar en estos casos es que llegues a desarrollar una opinión propia. Lo sé, puede ser doloroso, pero al final acaba compensando.
2 comentarios:
Yo tengo un adoquín. No sé quién es ese Tom, así que ni me molestaré.
Yo también tengo un adoquín por cerebro, pero con este tipo de entradas me la doy de intelectual. Dicen que así se liga mucho.
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